Bajo la luna.


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—No. De ninguna manera. Es la idea más estúpida que escuché de ti, y eso es decir mucho—responde el artista de lo eterno, mientras su mente repasa los innumerables motivos para rechazar la propuesta.

—Me lo debes, Sasori-senpai. ¡Salvarte el trasero me puso en deuda con Kakuzu y prometiste ayudarme a pagarle!—repone Deidara, clavando el dedo en la llaga con una sonrisa torcida. Desde ese día, el honorífico "danna" ya no tiene cabida en su vocabulario.

Ambos ninjas renegados avanzan por un sendero silvestre, sin la icónica túnica que los identificaba como miembros de Akatsuki. En su lugar, visten ropa de viaje de corte suelto y colores opacos, con capas negras que oscurecen sus siluetas y capuchas que ocultan sus rostros. Sasori de la Arena Roja está declarado muerto para el mundo, y Deidara, por su parte, está en una situación en la que es conveniente prescindir de su uniforme, al menos hasta que la misión esté completa.

Se mueven tal y como solían hacerlo antes: solos, con una misión pendiente y el objetivo inmediato de viajar hasta un punto para contactar con sus colaboradores. A medida que se acercan a la periferia de un pueblo de paso, el bosque a su alrededor se sumerge en los tonos rojizos del crepúsculo, mientras la luz natural del día se desvanece poco a poco.

—No voy a crear una falsificación de mi cuerpo para que lo vendas a un grupo de fracasados que no pueden aceptar la derrota—protesta Sasori, con el ceño fruncido y un tono que refleja su desdén hacia la idea. No parece dar mucha importancia al cambio de honorífico hacia su persona.

—Destruiste su país. Se supone que estás muerto. Si fingimos que somos ladrones que tomamos tu cuerpo de la Arena, comprarán la reliquia sin pensarlo dos veces. Especialmente si la réplica está hecha por ti. Están reclamando por tu cuerpo desde que se corrió la noticia de tu muerte. Hay un mercado sin explotar, hm—continúa Deidara, su voz llena de convicción. No puede evitar sonreír ante el juego de palabras, notando la existencia de ironía en ellas un segundo después de que salen de su boca.

—Cuando el País de la Tierra se dé cuenta de que su territorio rebelde tiene un símbolo sobre el cual alzarse en armas, la Arena se involucrará—replica Sasori, con la mirada fija en el horizonte, sus palabras cargadas de preocupación estratégica—. Cuando vean la calidad de la copia, será demasiado tarde. No. Voy. A hacerlo.

—¿Y si haces una copia de mala calidad?

—¿Y si esculpes un pájaro realista?

—Buen punto…—ríe el artista más joven, ciertamente entretenido con la discusión—. No era en serio, de todas formas. Sólo quería saber cuánto crees que me debes. Felicidades, sigues siendo Sasori-senpai. Si no te negabas a eso, serías Sasori-san.

—Eres tan magnánimo al concederme el honor…—acota el susodicho superior con cierto aire de ironía.

—Lo soy, lo soy, pero no por concederte el honor.

—Entiendo. Te debo el trasero—resume el pelirrojo, sin mostrar más que una leve molestia—. Y pretendo pagar. ¿Cuál es el plan?

—Primero, debemos ver los mensajes. Después, aplicamos el procedimiento estándar: crear conflictos, vender las armas a los dos bandos, y asegurarnos de que dure lo suficiente para un par de ventas.

Su llegada al pueblo se divide en dos tareas principales: visitar el punto de intercambio de información previamente acordado y alquilar una habitación en un hospedaje. A entradas horas de la noche, se encuentran en un salón que sirve de refugio para los viajeros, un lugar donde se puede comprar bebida y comida, y quizás algo más, dependiendo de las necesidades del propietario. El ambiente está animado y lleno de otros huéspedes de reputación cuestionable. Allí, se hacen con dos periódicos de hace un par de semanas.

Mientras esperan por la seña correcta, Sasori y Deidara aceptan la comida ofrecida por los lugareños. La mesa que ocupan está junto a una ventana que da al patio trasero del local, un área llena de muebles viejos y materiales de construcción descartados. No hay nadie cerca para espiarlos, y los otros comensales están demasiado ocupados con sus propios asuntos de dudosa legalidad para notar a los dos nuevos viajeros.

Sasori de la Arena Roja lee atentamente la primera página del periódico, reclinado en su silla. Un humeante plato de estofado, que no piensa digerir, descansa frente a él.

El periódico no ofrece novedades sorprendentes para quienes siguen el estado del país. La caída de Hanazono es un evento trágico y ampliamente cubierto por la prensa nacional. La procesión fúnebre fue espléndida, con figuras prominentes de la política y el mundo ninja luchando por un lugar cerca del ataúd, incluyendo líderes de todo el país y figuras destacadas de Konoha, acompañados por sus aprendices y posibles sucesores.

Sasori recuerda su reacción inicial a esta noticia. La idea de que Sakura gane notoriedad en Konoha le da mala espina.

"Si Sakura se vuelve famosa dentro de la gente de Konoha, esto podría complicarse." Piensa, con su mal presentimiento tomando forma.

Aunque Sai considera que el conocimiento de los hombres de Nueve Dedos sobre el monstruo de Khanzen como parte de Konoha es una ventaja, el conocimiento de su nombre y apellido podría ser demasiado. Afortunadamente, el nombre de Sai a la derecha de Danzo Shimura, quizá uno de los nombres más temidos de Konoha, puede servir como un contrapeso.

"Ni modo…. Nada que se pueda hacer sobre la leche derramada."

Existe la posibilidad de que Sai tiene razón. Los únicos hombres de Nueve Dedos que conocen a los dos espías de Konoha en persona, y que podrían reconocerlos en el periódico son aquellos que trabajaron para la Serpiente y son conscientes en carne propia de lo que les pasa a quienes se les oponen. Que piensen que los espias actúan con el aval de una aldea shinobi solo aumentaría sus incentivos para no hacer nada estúpido.

—Vamos a discutir eso este mes, ¿Lo sabes? —informa Deidara, cargando el otro periódico con una fecha diferente mientras señala la noticia en el que sostiene Sasori. El muchacho rubio, en contraste, está devorando su plato de estofado con entusiasmo.

La fecha de los periódicos es un mensaje codificado que indica a su entorno la procedencia y el contenido que buscan. La cantidad de páginas dobladas también ofrece una pista adicional sobre el origen del mensaje.

¿Qué sería del crimen organizado sin estos lugares? ¿Qué serían estos lugares sin el crimen organizado? Quizás este sea el mejor ejemplo de simbiosis en la naturaleza.

La siguiente conversación entre ambos tiene lugar en su hospedaje, donde deciden recortar gastos alquilando una sola habitación con dos camas.

—Entonces…—comienza Deidara, recostado boca arriba en su cama con dos almohadas detrás de su cabeza para elevarse— ¿Trabajas con ninjas de Konoha? ¿En serio? ¿Cómo llegaste a ese punto? ¿Y con la chica que supuestamente te mató?

No se miran a los ojos. Ambos están en diferentes partes del cuarto mientras leen sus propios mensajes. La conversación parece casual, a pesar del tema delicado.

Sasori, sentado frente al escritorio junto a la ventana, está inmerso en una carta sellada con cera rosada. Su postura relajada contrasta con la intensidad de su lectura.

"No veo la hora de tenerte dentro de mí…" Las palabras de su amada allí, escritas en el primer párrafo, lo toman por sorpresa.

No obstante, Sasori tiene práctica en mantener la compostura de cara al mundo, por lo que su porte apático no se ve afectado al desviar la mirada del papel para posarla sobre Deidara.

—Traidores de Konoha. No descubiertos, pero traidores—explica sin mayores consideraciones— Al menos en lo que a su aldea respecta, si se enterasen de sus métodos.

—Ella no tiene el perfil de causar problemas, hm.

"Oh, no tienes ni idea" Piensa el renegado de la Arena. Muchas imágenes de índole privada vienen a su mente al momento de pensar en Sakura Haruno.

—Ella no tenía el perfil de derrotarme tampoco—añade como quien intenta probar un punto.

—¿Cómo hizo para derrotarte? —pregunta el renegado de la Roca, con una mezcla de curiosidad y escepticismo, su ceja alzada en incredulidad.

Ambos vuelven la vista a sus mensajes.

—En gran parte fue la ayuda de mí abuela Chiyo, pero ella es muy impresionante.

— ¿Tan buena, como para que casi te mueras por un descuido?

Sasori suelta una risa baja, casi inaudible, ante el escepticismo ajeno.

—Las acciones hablan más que las palabras—responde con un aire críptico, dejando lo demás a la imaginación de su ex-compañero.

—¡Por amor al arte!—exclama Deidara, la revelación parece encajar en su mente. Cierto encuentro pasado con su ex-compañero marionetista, en el que éste le había comentado sobre una nueva fuente de inspiración en su vida, ahora adquiere una implicancia mayor— ¡Encontraste una musa mortal!

—Existe la belleza no eterna—es la seca confirmación que obtiene de Sasori—. Quédate con eso y no presiones tu suerte.

—Puedo morir tranquilo—sonríe el joven con un tono de broma.

—No entiendo cómo puedes estar tan en paz con la idea de la muerte—Sasori no puede evitar comentar.

—Mientras sea una muerte hermosa, nada más instantáneo que el paso de vivir a no hacerlo, hm—recita Deidara con una fascinación obsesiva que le pondría los pelos de punta a cualquier otro que lo escuche. Su tono de voz es el de aquel que contempla con orgullo la dirección de un camino sin otro destino que el deseado.

Sasori no tiene que preguntarlo. Conoce bien esa mirada, esa determinación. La hora de Deidara se acerca, y esta vendrá por sus propias manos. Casi que desea ver ese momento.

Después de una breve pausa contemplativa, el pelirrojo responde con solemnidad:

—Haz a tu musa orgullosa.

Él sabe bien que intentar desviar el camino de su ex-compañero, sería equivalente a que alguien hubiese intentado evitar el procedimiento que lo convirtió en quien es.

—Eres la única persona que es capaz de desearme la muerte y decirlo con buena voluntad—responde Deidara con un tono que mezcla solemnidad y humor.

—De hecho, creo que conocí a alguien más que podría entendernos.

— ¿En serio? ¿Es por eso que me superaste tan rápido?—ríe de buena gana; no es que el fin de algo pueda molestarle a profundidad—. Es una broma. Vive por siempre. Y, mientras vivamos al mismo tiempo, ayúdame a ganar dinero.

Aquella mención vuelve a traer la atención del marionetista hacia lo importante:

—¿Cuál es el plan ahora?

Deidara regresa su mente al presente, su rostro adoptando la expresión jocosa que le es característica.

—Nos uniremos como mercenarios para formar parte de un grupo de separatistas de la Luna que no pueden aceptar que ahora son parte del país de la Tierra. Sólo lo suficiente para que la Tierra se asuste y nos compren armas para lidiar con los rebeldes. Cambiar de bandos un par de veces, vender a los dos lados. Cuando tengamos suficiente dinero, o ya no tengan cuerpos que enviar a matarse entre ellos, nos vamos.

"Te extraño, no veo la hora de verte." Las palabras de Sakura al final de la carta hacen un irónico contraste en la mente del pelirrojo. Quizá ella no debería conocer los detalles de sus actividades durante estos días.

La travesía continúa. Al día siguiente, el dúo de artistas deja atrás el hospedaje y el último punto de paso dentro del territorio del Fuego, con rumbo a su siguiente destino. Sus empleadores, después de todo, están al norte. Más al norte de lo que Sasori acostumbra moverse desde que conoció a Sakura. Y más cerca de la aldea natal de Deidara.

De vuelta, termina siendo el joven artista de lo efímero quien tiene más experiencia entre los dos lidiando con la situación que ahora los apremia, es él quien tiene la práctica de moverse por el territorio en el que su nombre encabeza la lista del libro bingo.

La vigilancia es rigurosa ante los extraños por estos lares. El caos dejado por el enfrentamiento entre Orochimaru y el equipo de Sakura provocó un clima de alerta en las autoridades locales. La Roca y la aldea oculta de la Hierba estuvieron encantados de asistir con fuerzas y recursos militares para contener el pánico social.

Al momento en que cruzan por la frontera del País de la Hierba, un contacto de Deidara los recibe y se ofrece a hacerlos pasar por campesinos ante la patrulla local.

Sasori nota que se trata de un muchacho alto y delgado, con la piel olivácea, cabello negro y aspecto de campesino. La gente del País de la Hierba tiende a ser de complexión alta. El joven contacto se presenta bajo el nombre de Karashi, y también porta un sombrero de paja muy similar al de Akatsuki. Otra cosa común entre los lugareños, ya sean civiles o shinobi. Aunque no lleve una bandana visible, es poco probable que el joven carezca de entrenamiento ninja.

Karashi los guía con discreción hacia una cabaña no muy lejos de allí. Este es un campo verde lo suficientemente abierto como para que no se vean puestos de vigilancia cercanos. A un par de kilómetros más adelante se encuentra un pueblo de mediana importancia, en el que será necesario detenerse de nuevo.

—Pónganse estos atuendos. Lo que traen puesto los delata demasiado como forasteros—instruye el muchacho una vez que están dentro de la cabaña, que resulta ser poco más que un cobertizo de materiales de arado. Saca un par de pergaminos de su bolso para invocar dos mudas de ropa completas para ambos.

— ¿Son las dos del mismo talle? —pregunta Deidara comenzando a desvestirse allí mismo. Se quita la camiseta holgada de color amarronado y luego los pantalones desgastados, quedando solo en sus bóxers. Toma la ropa que le ofrece Karashi mientras el muchacho asiente.

El joven escudriña el tatuaje en forma de boca en el pecho del Akatsuki, con tanta curiosidad como inquietud, pero no menciona nada al respecto:

—Fuiste claro en tu mensaje sobre cuáles eran tus medidas… pero me temo que no tenía información sobre las de tu compañero. Su inclusión en esto fue… precipitada—Karashi observa a Sasori, a punto de emitir una disculpa, pero el pelirrojo solo se encoge de hombros en muda reacción—. Me temo que no tenemos tiempo ahora de enmendarlo.

Deidara ríe por lo bajo y se viste sin más. Los pantalones negros le quedan a medida, al igual que las botas a juego. Por arriba, se pone una bata gris que le llega por encima de las rodillas. Esta se ata alrededor de la cintura con una faja ocre. Por último, se le entrega un sombrero de paja para colocar sobre su cabeza. Su pelo rubio yace suelto sobre sus hombros.

—Ahora me siento como en casa—bromea el Akatsuki, guardando su otro atuendo en su mochila de viaje. Pese a estar vestido de civil, cuida de tener su arcilla explosiva a mano, guardada en un porta-shuriken atado a su cintura.

— ¿Habrá lluvia de rocas durante estos días? —pregunta Sasori, plenamente consciente de que será imposible moverse por aire por estos lares, a no ser que la ausencia de viento los acompañe.

—Me temo que sí—responde el joven, esperando que Sasori también se cambie.

—Y por esto es que no ardía en deseos de volver a mi país de origen…Pero eso no importa ahora ¡Démosle privacidad a nuestro acompañante! ¡¿No ves que es sólo un niño tímido?!—bromea Deidara, tomando a su contacto de los hombros para empujarlo fuera del cobertizo junto con él.

El fenómeno de la lluvia de rocas es mucho más acentuado en el gran país del norte, pero también afecta las tierras de la Hierba.

Se trata de fuertes corrientes de viento provenientes del País de la Tierra que erosionan sus gigantescas montañas, arrastrando tormentas de polvo y piedras de distinto tamaño hacia el sur, creando ríos en el cielo de sedimento y restos de erosión.

Allí donde las corrientes de aire cambian y se entrecruzan, las consecuencias se reducen; llueve arenisca y ocasionalmente sedimento de mediano tamaño, permitiendo la agricultura y asentamientos prósperos. Mientras que en las áreas más afectadas, la vida se ve condicionada por la caída de peligrosos peñascos y tormentas de polvo estacionales. A menos, claro, que se opte por llevar la cultura bajo tierra.

El pelirrojo suspira al notar que la ropa le queda un poco holgada, considerando que el talle de Deidara está al menos diez centímetros por encima del suyo. En efecto, el pantalón le queda un poco suelto, pero basta con ajustar el cinturón para dejarlo en su sitio. Las botas le quedan grandes, haciendo que el movimiento sea poco eficiente. Decide dejarlas a un lado y quedarse con sus propios zapatos de viaje. Su bata es negra, quedando un poco por debajo de las rodillas. Se la ata a la cintura con facilidad, y luego cubre su cabello y mirada con un sombrero de paja. Para tapar la naturaleza mecánica de su torso, se deja la camiseta de mangas largas y cuello de tortuga que trajo puesta por debajo de la bata. Al igual que su compañero, el ex-Akatsuki guarda su indumentaria de viaje dentro de su mochila antes de salir.

— ¿Cuál es el itinerario próximo? —pregunta Sasori al estar de vuelta frente al dúo.

—Tendremos que parar en el pueblo que hay a sesenta kilómetros de estos campos. Allí, espera la caravana mercante de su empleador. Él posee la información y los recursos para guiarlos por las tierras del norte—explica Karashi mirando al artista de lo efímero—. En ese pueblo es donde termina mi asistencia. Me temo que, en lo que respecta al País de la Tierra, no poseo la información, ni los contactos suficientes para ser de ayuda.

—Esa parte está cubierta. Déjamelo a mí—sonríe el renegado de la Roca—. Lo importante es que pueda llegar hasta donde pueda utilizar mis aves para mantener comunicación, hm.

—Recuerda: a ojos del mundo, yo no estoy aquí. Deidara está actuando por su cuenta—agrega Sasori con una media sonrisa de complicidad.

El contacto del artista de Akatsuki los guía en caballo hasta el pueblo. Si bien hay árboles a sus alrededores, están muy alejados del campo despejado por el que cruza la carretera principal. Además, les conviene no llamar la atención mientras atraviesan su última frontera.

Los sombreros de paja los ayudan a sortear el molesto polvillo de tierra que cae sobre ellos, arrastrado por el viento del norte. Sasori sabe que este polvillo no es más que el remanente de rocas más grandes que, tras ser arrastradas por el viento, se desintegran en el aire debido a colisiones y a la presión comprimida entre ellas.

A medida que avanzan por el territorio del país de la Hierba, se encuentran con varios puestos vigía dispuestos a lo largo del camino. Cada uno de estos puestos es una estructura robusta, diseñada para enfrentar los desafíos del entorno. Las fortificaciones están hechas de madera gruesa y piedra, con murallas que se elevan aproximadamente dos metros sobre el suelo. Las murallas están reforzadas con vigas de madera que atraviesan el barro seco aplicado en su exterior para mejorar su resistencia frente a las tormentas de rocas que azotan la región. Los techos están recubiertos con tejas de arcilla, particularmente diseñadas para resistir el impacto de las piedras y el polvo transportado por el viento.

Cada una de estas torres vigía se sitúa sobre una pequeña colina, permitiendo a los guardias una vista clara de los cultivos y sus alrededores. Son estructuras fáciles de reconocer a lo largo del camino debido a su diseño y su ubicación elevada.

Por supuesto, la corrupción no es ajena a estos lugares. Los renegados, con sus conocimientos, saben exactamente dónde encontrar puntos vulnerables y cómo sortear los controles. Gracias al joven Karashi, logran pasar cada uno de estos puestos vigía sin necesidad de dar explicaciones detalladas.

Cuando el sol comienza a ponerse, la cercanía con la urbanización se hace más evidente. El atardecer trae consigo un cielo cubierto de nubes densas y polvorientas, presagiando el temporal que se avecina. Más tormentas y rocas son inminentes para esa noche.

—Vigías de la Hierba más adelante—señala Sasori al divisar la entrada del pueblo. En efecto, una de estas torres fortificadas aparece en su visión como una advertencia de que están por entrar en el área protegida.

—Nada de qué preocuparse. Otro control rápido para dejar tranquilo al señor feudal que protege este sitio—asegura el contacto, presidiendo la marcha desde el principio.

Tras pasar la inspección de la patrulla, notan que la infraestructura del pueblo parece estar diseñada para resistir la caída de las rocas. Las casas y edificios tras las murallas están construidos con materiales sólidos y uniformes. Casi todos son de color blanco o beige; con techos de tejas, resistentes a impactos; y paredes reforzadas con barro seco. Sasori examina en silencio sus alrededores mientras la pequeña procesión avanza por las calles principales.

La actividad en la vía pública es escasa; la mayoría de los lugareños se encuentra resguardada bajo techo, evitando salir debido al mal tiempo. El cielo ennegrecido y cargado de nubes augura la hostilidad de la noche que se avecina. Casi nadie repara en los visitantes mientras estos avanzan hacia el sitio que buscan; el eco de las tormentas y el ruido distante del viento impactando contra las tejas añaden una atmósfera de inquietud al entorno.

Cerca de la muralla norte de la ciudad, donde el camino se divide en tres rutas de tierra con distintos destinos, solo encuentran a un mensajero esperando por ellos. Un miembro de la rebelión. El hombre reconoce a Karashi, y de inmediato comprende quiénes lo acompañan.

Con un gesto de su mano extendida, los invita a acercarse.

—Enhorabuena, Karashi—se dirige el mensajero cuando los tres caballos se detienen a su lado, para luego interceptar a Deidara—: Buen señor, lo mejor sería descansar por esta noche. La tormenta hará que los caminos sean demasiado peligrosos.

El hombre en cuestión tiene el rostro cubierto por una máscara de tela negra, a excepción de sus ojos, ensombrecidos por el sombrero de paja sobre su cabeza. No usa una bata, sino un mameluco blanco sin mangas, con una malla debajo. Es alto, demasiado alto para ser de aquí. La piel que se deja ver en sus brazos y cuello es muy clara.

"Es oriundo de las tierras de la Luna." Razona Sasori, viendo a través de su fachada de lugareño.

— ¿Eres parte de la escolta? ¿A dónde se encuentra tu grupo? —pregunta el pelirrojo, ganándose una mirada del enmascarado.

—La caravana está resguardada no muy lejos de aquí. Los guiaré en persona. Podrán hospedarse junto a ellos y descansar antes de partir por la mañana —responde el mensajero, antes de volver su atención a Deidara—: El jefe está muy interesado en saber más sobre sus habilidades.

—Yo digo que vayamos. Después de todo, compartiremos viaje. Mejor si nos conocemos un poco primero—resuelve el rubio, sin consultarlo con su compañero.

—Ven tú también—el hombre de la máscara extiende la invitación a Karashi—. El viento del sur esta noche estará demasiado débil como para frenar la caída de las piedras en la ciudad. Mejor si descansas con nosotros antes de partir por tu rumbo.

— ¿Tu nombre, señor de la máscara? —pregunta Sasori con cortesía.

—Autan—responde el serio enmascarado, con la misma cortesía— ¿Puedo preguntar el tuyo? No recibimos aviso de que el maestro venía acompañado ¿Cual es la identidad de nuestro invitado sorpresa?

—Nadie importante, sólo un viejo amigo que tiene sus habilidades para aportar a la situación—sonríe el marionetista con un aire de misterio—. Por ahora, puedes referirte a mí como "Nishi". Con gusto te hablaría sobre mi entrenamiento, pero no deberíamos hacer esperar a nuestros anfitriones.

—Ese es un nombre raro para un lugareño—le comenta Deidara a Autan, sin prestar atención al relato de su ex-compañero marionetista, mientras espolea su caballo para avanzar al lado de él— ¿Dónde naciste? ¿Al norte de aquí?

—Ese sospecha algo—comenta por lo bajo el joven Karashi. Su caballo trota junto al de Sasori, ambos se mantienen muy atrás de los otros dos—. No bajaría mi guardia en su presencia, si fuera tú.

—Nada de qué preocuparse. Estoy acostumbrado a las miradas de desconfianza de quienes me conocen por primera vez—responde el pelirrojo en el mismo tono bajo—. Tú, por otro lado, no pareces ser del tipo que juzga a la primera.

El muchacho de la Hierba parpadea sorprendido, pero asiente en silencio.

—Sé mantener mis lealtades. Un viejo maestro una vez me dijo: elige bien a tus alianzas, sé leal a ellas y no abuses de la confianza. Ten la templanza necesaria para acatar órdenes de quién confías y la sabiduría para mantenerte alejado de lo que suponga un riesgo. Mantén las cosas simples, y todo fluirá como debe hacerlo.

—Sabio consejo—reconoce Sasori—. Eres justo el perfil de hombre que podría servirnos de intermediario entre las tierras del norte y nuestros ojos y oídos en el sur. ¿Karashi, verdad? Quizá tenga trabajo para ti en el futuro.

Autan guía a los tres caballos y sus jinetes hasta una cabaña con un patio delantero, que cuenta con un establo fortificado donde dejan a salvo las monturas. Allí son dejados los caballos y los tres viajeros son guiados a través de la puerta doble de la residencia.

La vista que los recibe es la de una entrada rústica, y tras ella, una estancia acogedora. Una gran chimenea impregna de calor el ambiente, y un grupo de mercantes, ataviados en ropas holgadas de campesino, están sentados frente al fuego. Descalzos sobre el suelo de madera, todos beben cerveza y platican jovialmente hasta que perciben el sonido de inconfundibles presencias adentrándose en su morada.

Sasori nota de inmediato, y quizá Deidara también, que algunos de esos mercaderes llevan mallas ninja debajo de sus ropas. Además, colgados en los muros, se encuentran todo tipo de materiales de combate, kunais, espadas sai, así como armas más exóticas. También hay cajas selladas y jarrones con aroma especiado cuidadosamente apilados contra las paredes. Un tapete de cordero recubre el suelo alrededor de sus sillones y cojines, donde todos se hallan congregados. Un indistinguible aroma a pan horneado proviene de la cocina. El sitio es sin dudas grande. Una escalera se ve al fondo del escenario, ascendiendo a un primer piso de recámaras.

Lejos de ser huraños, sonríen al reconocer en Deidara a un ninja renegado de la aldea de la Roca. El hombre al que contrataron, sin saber con quién estaban tratando.

— ¡Pasen! ¡Pónganse cómodos y compartan una bebida con nosotros! —invita el líder del grupo, el único sentado sobre un sillón. El hombre de mediana edad es claramente un comerciante adinerado del país de la Hierba. Sus ropas, pese a ser campestres, son de alta calidad, en seda, con detalles de hilo de oro—. Mi nombre es Rendaku, soy el humilde mercader de la Hierba que contrató sus servicios. Me imagino que vienen hambrientos. Mi esposa está horneando pastelitos de carne. Son su especialidad.

Deidara no pierde el tiempo en deshacerse de sus botas y acercarse primero al oír sobre comida casera.

—Buenas noches, puedes llamarme Kamir, hm. Ellos son Karashi, el contacto que me trajo hasta aquí, y Nishi, mi compañero de misión. No implica costos adicionales a los acordados .—habla el rubio en tono animado. No pierde el tiempo en sentarse sobre un cojín en el suelo junto a Rendaku, dejando su sombrero de paja junto a él.

Sasori realiza una reverencia silenciosa ante la mirada curiosa de los presentes.

—No soy más que un monje bien versado en las artes del combate y el sigilo. Un viejo amigo que presta su servicio, a petición personal de Kamir—pronuncia con elegancia—. No notarán mi presencia más que la de un acompañante de pocas palabras.

Sasori siente la mirada reservada de Autan sobre él, incluso cuando deja a un lado su sombrero y toma asiento a un lado de Deidara, dedicándose a ser un espectador silencioso de la conversación animada a su alrededor. Sus dos compañeros de viaje se atiborran de comida, y tampoco declinan la cerveza artesanal que les ofrece la esposa de su anfitrión. Él, por su parte, declina ambas cosas, aduciendo que está en período de ayuno. Bien acostumbró a usar la excusa de su entrenamiento monje desde que se hospedó en la mansión Kimura. Nadie presiona al respecto.

—Dígame, gran señor, ¿Qué es lo que nos depara en las tierras del norte una vez que lleguemos allí? —quiere saber Deidara una vez que el ambiente jovial pierde un poco su intensidad. Casi como si el clima afuera se adecuara al cambio de tema, el sonido de rocas impactando contra las tejas surge como un constante ruido de fondo.

El mercader se acomoda en su sillón y contempla las brasas de la chimenea al responder:

—El rescate de un grupo de prisioneros de importancia, compañeros de Autan, con el que perdimos contacto hace meses—explica con seriedad. Ante la mención, el hombre de la Luna allí presente baja la mirada al suelo con un gesto sombrío—. Los perros de la Roca los capturaron, o están impidiendo la comunicación con su área de operaciones de alguna forma. Necesitamos esclarecer lo que está ocurriendo allí.

—Ya veo—musita Deidara antes de volverse al hombre de la Luna—. Son tu grupo, ¿Qué más puedes contarnos de lo que ocurrió?

—Me temo que no mucho —niega el hombre con la cabeza—. Mi grupo se alzó en armas en respuesta a los abusos del Señor feudal del Valle: Hiro Kazuki. El pueblo de Nengli, dentro de lo que antes era el país soberano de la Luna, está bajo su dominio. Son las tropas del Valle, parte del País de la Tierra, las que someten al pueblo a base de la fuerza. Se apropian de lo poco que producen. Reprimen cualquier tipo de manifestación pacífica. Impiden el comercio de armas o cualquier cosa que pueda hacer que el pueblo piense en rebelarse. De todos modos, lo que mi grupo hacía no era efectivo. Hubo varias bajas entre nosotros estos últimos dos años. Nunca fuimos lo suficientemente fuertes o numerosos para plantar cara ante la tiranía del Señor del Valle. Nuestro líder, Feiyu, fue quien nos convenció de pasar al anonimato, de asistir de otra manera.

Un gesto y tono de admiración se hacen presentes en el relato del hombre de la Luna.

—Creamos una ruta alternativa de comercio directa entre la Hierba y la gente de Nengli. Contrabando bajo las narices de la Tierra. Nuestro trabajo era vigilar el camino, asegurarnos de que las caravanas de la Hierba que cargan contrabando atravesaran el paso sin sufrir daño alguno. Así conseguimos un par de amigos por fuera de nuestras fronteras. Crear un proyecto en donde fuerzas extranjeras se beneficien de nuestra libertad. En un principio, yo vine aquí para convencer a más mercaderes de hacer negocios con nosotros…—Autan detiene su relato, para mirar al señor mercader—. Pero ahora, es evidente que los espías del Valle descubrieron que la rebelión estaba comerciando en secreto. Pocas caravanas con contrabando regresan de allí desde hace meses; las que regresan se ven forzadas a vender su producto a la nación de la Tierra. No tenemos noticias tampoco de lo que está ocurriendo. Feiyu no habría detenido las comunicaciones a menos que hubiera sido capturado. Quise volver a investigar por mi cuenta, pero el señor aquí presente tenía una idea mejor: contratar un shinobi que tenga suficiente problemas con el actual liderazgo de la Roca al punto de haber sido forzado a ser renegado.

—No basta con rescatar a Feiyu y lo que queda de su grupo—retoma el señor Rendaku, mirando a Deidara a su lado con una expresión de determinación en sus ojos—. Hay que mandar un mensaje. ¿Qué mejor que utilizar un shinobi menospreciado por la aldea de la Roca para eso?

Sasori escucha todo en silencio. Hacer el papel de acompañante anónimo en esta situación tiene sus ventajas. Las miradas están puestas sobre su compañero, y él mismo tiene una posición privilegiada para analizar a los jugadores de este tablero tan particular.

Deidara toma un trago más de su cerveza, lo que lo envalentona a pronunciarse:

— ¡Tomaron la decisión correcta, hm! No voy a mentir, mi principal motivación era el dinero, pero ahora que me dices que la razón por la que estoy aquí es para jugarle una mala pasada al viejo estirado de Onoki, ¿cómo podría no tomármelo en serio? Pero, ¿qué les hace pensar que su líder sigue vivo?

—¿Qué es más valioso como rehén para controlar a las fuerzas rebeldes?—inquiere Rendaku con una sonrisa astuta.

El joven "Kamir" tiene las mejillas sonrojadas, claramente afectado por la embriaguez, pero su entusiasmo puede resultar útil para lo que se avecina.

—Me pregunto qué habilidades son esas que mencionaste antes—dice Autan, dirigiéndose al joven "monje" pelirrojo, de quien claramente aún no está seguro qué pensar.

—Técnicas básicas, la habilidad de mantener la calma en cualquier situación, espionaje, y la capacidad de dotar a mi cuerpo de energía adicional gracias a las enseñanzas de mi templo—enumera Sasori con un aire de misticismo calculado—. No suena particularmente impresionante, ¿verdad? Además, poseo el arte del control de marionetas. Tuve un compañero marionetista en mi templo que estaba decidido a seguir los pasos de Monzaemon Chikamatsu. Él me enseñó lo que sabía.

El hombre arruga la nariz ante la mención de marionetas. Bebe un trago de cerveza para despejar el mal sabor de boca.

—El marionetismo es un arte retorcido, maldito—sentencia con severidad. Sasori nota que su piel pálida se enrojece al hablar, ahora que no tiene la máscara—. Muchos en esta era ninja temen a quienes lo practican. No te aconsejo presumir abiertamente de tus habilidades en las tierras del norte. Algunos intentarán matarte por el legado sangriento que acompaña a la memoria del marionetismo, y otros solo porque sus padres les enseñaron a odiarlo desde que eran niños.

—El marionetismo es una herramienta. Una disciplina. El conocimiento en sí mismo no es dañino—replica Sasori con calma—. Todo conocimiento merece ser preservado, no importa cuán temido sea. Aquellos que rechazan el conocimiento, que borran la historia, están condenados a repetirla. ¿No es ese el motivo por el cual tu pueblo se niega a permitir que su cultura sea absorbida por los Señores de la Tierra?

El hombre no responde, pero su austero rostro refleja un desacuerdo visceral que nace más de la emoción que de argumentos sólidos.

Deidara echa una mirada cómplice a Sasori al oírlo hablar sobre la preservación de la cultura, en cuya opresión él mismo tuvo un papel protagónico.

—No te preocupes por la seguridad de Nishi—interviene Deidara con una sonrisa ebria—. Él sabe cuidarse solo, hm. Lo traje a esta misión porque sus habilidades fueron probadas hace tiempo.

El constante golpeteo de las piedras continúa mientras el fuego en la chimenea se extingue. Tras la reunión de bienvenida, el mercader decide que es hora de retirarse a descansar. Autan se ofrece a escoltar a los shinobi y su contacto al piso de arriba. La residencia no escasea en habitaciones, y a cada uno se le ofrece un dormitorio propio. Sin embargo, ambos artistas se reúnen en las estancias de Deidara para discutir otros detalles del plan.

—Supongo que Karashi es quien servirá de intermediario entre el contador y tú—indaga Sasori, con la mirada puesta en el techo. El golpeteo de piedras es mucho más fuerte allí.

—Sí. Mi plan es memorizar mañana la ruta de viento favorable para enviar mis aves con los mensajes correspondientes. Karashi los interceptará y se los enviará a los hombres de Ka… del contador—asiente Deidara con un bostezo. Se deshace torpemente de su ropa hasta quedar en bóxers y, con aún más torpeza, sujeta las sábanas de la cama para echarlas hacia atrás—. Todo está calculado.

Sasori frunce el ceño al ver lo afectado que está Deidara por el alcohol. No debería haber mencionado el nombre en voz alta. Al menos tuvo la presencia de mente para cambiar de dirección a último momento. En un arranque de molestia, se acerca y le da una bofetada ligera en la frente. El joven responde con torpeza, su expresión al detener el golpe refleja mareo momentáneo.

—Bebiste demasiado. Deberías ser más responsable—lo regaña, sin poder evitar que su tono suene más familiar que amenazante. Deidara, con los sentidos embriagados, también lo interpreta así y se ríe con la misma voz jovial—. No es gracioso.

—Bonita correa que tienes en el cuello, senpai. Y ese collar rosado que tanto luces, que tiene escrito: "Propiedad de S…

Sasori toma la almohada de debajo de su cabeza y la usa para sofocarlo un poco. Sólo hasta el punto de la inconsciencia para que deje de balbucear cosas de borracho. Deidara siente una oleada de adrenalina adueñarse de él y se revuelca entre las sábanas para resistirse al ataque.

— ¡Te acusaré con ella por esto! Le contaré todo lo mezquino que eres siempre conmigo y te castigará, ya lo verás, hm—ríe, levantando los brazos para librarse de la almohada. Su voz queda amortiguada y sus palabras deformadas por la tela.

—Sí, sí, sí. Y los cerdos pueden volar—repone el pelirrojo con desdén.

— ¡Yo conozco un cerdo que vuela! Tiene la nariz grande, roja y un carácter de los mil demonios. Maldito Onoki, mañana hará ¡Pum, pum, paf! ¡Por los aires! ¡Igual que Hanazono!—sigue riendo, su mente dejando de centrarse en avergonzar a su ex-compañero.

Sasori, al darse cuenta de que la situación no tiene remedio, retira la almohada de su rostro de manera brusca.

—Duerme. De costado. No vaya a ser cosa que te ahogues con tu propio vómito—ordena antes de apagar la luz y salir de la habitación. Un "Síiiii" arrastrado es lo único que se escucha mientras cierra la puerta.

Una vez a solas en su propio cuarto, Sasori de la Arena Roja no puede evitar reírse un poco de la situación.

"Ayudarlo a conseguir dinero para Kakuzu, en compensación por la muerte de Hanazono." Rememora en su mente. Si alguien está furioso por la repentina pérdida de una fuente de ingresos como Hanazono, ese es Kakuzu. Todo esto es para quedar bien con el tesorero de Akatsuki.

"No, todo esto es por ella." Se dice a sí mismo de inmediato. No lo hubiera admitido frente a un ebrio Deidara. Aún mantiene un orgullo que proteger.

No puede evitar pensar en la carta que leyó de ella poco antes de su llegada. Su muñeca sabe como ponerlo en humor. Quizás no con el mismo entusiasmo propio de la juventud que ella manifiesta, pero todas esas partes de él que ella acaricia durante sus juegos se despiertan con interés al recordar sus dulces palabras.

Sabiendo que Karashi es el adecuado para enviar un mensaje a los hombres de Nueve Dedos, se siente más motivado para encriptar una respuesta para ella esta noche.

Al día siguiente, es un poco pasado el mediodía cuando el cielo se esclarece. El grupo toma un modesto desayuno por la mañana en el salón principal, sentados sobre cojines en el suelo.

El peligro que acecha fuera del refugio se siente palpable, por lo que el ambiente es sombrío y no circulan bebidas espirituosas. El silencio reina entre los comensales. Deidara habla en voz baja con su contacto, Karashi, sentado a su lado. Sasori, en el lado opuesto, se encuentra en una postura similar a la del loto, con las piernas cruzadas y las manos entrelazadas sobre su regazo. Aunque sus ojos están cerrados en una aparente meditación, siente la mirada inquieta de Autan; quien parece dudar de la historia del entrenamiento monástico de Sasori, conocido como "Nishi", que le permite absorber energía del chakra natural del entorno. Verlo rechazar la comida como ayer y no mostrar signos de hambre o agotamiento mantiene al anfitrión en estado de alerta.

El silencio se ve interrumpido por susurros y el constante ir y venir de contadores y administradores que coordinan qué mercancías viajarán en cada carruaje, así como qué se esconderá y cómo se separará el contrabando de los otros productos.

Horas después, la comitiva está lista para partir. Sasori y Deidara dejan sus monturas atrás; los caballos de elegante porte se alejan del pueblo con Karashi. Ambos artistas suben a una de las carretas. Tal como se acordó, Rendaku los guiará encubiertos hasta la frontera noroeste. Es fundamental no subestimar la posibilidad de que sus enemigos tengan vigías en los caminos, así como evitar tentar la suerte atravesando los puestos de control de la Hierba.

El viaje se extiende por unos días más, durante los cuales deben mantenerse ocultos entre la mercancía. Afortunadamente para ambos, y especialmente para Deidara, hay muchos jarrones de agua dentro de la carreta. El revestimiento de tela impermeable proporciona sombra del sol y protección contra la brisa matutina.

Por la noche, la caravana se detiene al costado del camino para acampar. Las abundantes provisiones durarán varios días antes de necesitar abastecimiento en un pueblo cercano, y quizás para entonces los artistas ya no estén allí. Los caballos pastan tranquilamente mientras se levanta el campamento. Sasori utiliza su técnica de marionetista para agilizar las tareas, algo que no pasa desapercibido para Autan, cuyo disgusto es evidente en su ceño fruncido y sus labios apretados tras su máscara.

Para el tercer día, Deidara empieza a mostrarse molesto por el ritmo de la caravana. El calor le hace beber mucha agua y le dificulta controlar su vejiga hasta el anochecer.

Sasori, observándolo acalorado y sentado frente a él, no puede evitar reír. Sin necesidad de palabras, toma un poco de agua de su jarrón y la vierte directamente sobre su pecho, dejando que la tela de su ropa absorba la humedad.

—Mi arte sigue siendo superior—replica Deidara, con un aire de ofensa—. Esto es solo otra oportunidad para demostrarlo, senpai.

—Cuida tus palabras, mocoso—responde Sasori con una sutil arrogancia—. Primero tenemos un plan que llevar a cabo. Las discusiones son para después.

— ¿Quién eres y qué hiciste con mi senpai? —pregunta riendo con incredulidad. Quizá aún está demasiado acostumbrado al Sasori que siempre defendía su arte ante la más mínima provocación, pero no insiste más en el tema.

Esa noche, el mal humor de Deidara se ve mitigado por la visita de la caravana a una casa de baños termales. El refrescante baño es un alivio para todos. Sasori se aleja del grupo por decisión propia, justo antes de que alguien pueda cuestionar su negativa a unirse al resto en los baños. Deidara se encarga de tranquilizar a los demás, excusando a su compañero con una historia sobre su camino de pureza como monje. Nadie presiona ni se preocupa, asumiendo que el monje pelirrojo está allí por ser un ninja habilidoso.

Sin embargo, Sasori sabe que el reservado Autan está añadiendo esto a su lista de razones para desconfiar de él.

Mientras se encuentra solo en un tramo aislado del bosque, el pelirrojo realiza una inspección ligera de su entorno. No logra detectar ningún vigía o intruso oculto entre la maleza, lo que indica que por el momento están relativamente seguros. Sin embargo, una rápida observación del cielo nocturno revela un detalle significativo: el viento en esta región cambia de dirección. Arremolina su cabello rojo de vez en cuando, siempre desde el oeste hacia el este. No hay indicios de lluvia de rocas en esta área; en lugar de eso, las rocas son arrastradas hacia el este, siguiendo la corriente que afecta el otro extremo del país.

Sasori había revisado un mapa de la zona con Rendaku la noche anterior. El mapa tenía marcas de desplazamiento hechas a mano y flechas que indicaban la dirección del viento. Según lo que le explicó el mercader, a medida que se acercan a la frontera con el País de la Lluvia, es menos probable encontrar las rocas. El viento del noroeste que ellos siguen ahora proviene del País de la Lluvia, limpio de impurezas, y desplaza las rocas hacia el interior del País de la Hierba. Este fenómeno no afecta a los países vecinos, ya que, por ejemplo, el norte del País del Viento sufre frecuentemente de estos incidentes.

"La aldea oculta de la Lluvia… No iría allí ni aunque me pagaran devolviéndome mi cuerpo original." piensa Sasori, consciente de los secretos y peligros que allí se esconden, en contraste con la ignorancia de los lugareños que lo acompañan.

Después de un rato, quizás una o dos horas, el taciturno "monje" pelirrojo detecta un par de presencias no deseadas en los alrededores. El área actual es mayormente montañosa, con senderos duros y pedregosos rodeados de árboles perennes. Los vigías, situados en una ladera, hacen ruido al mover pequeñas rocas bajo sus pies desde un pico elevado. La altura desde la que se encuentran no es difícil de calcular desde su posición actual. El terreno inhóspito de la altura y el viento del noroeste hacen que cualquier intento de moverse en sigilo sea propenso a errores para un shinobi promedio. Tal vez si fuera alguien de la aldea de la Arena, sus posibilidades de pasar desapercibido ante un ex-Akatsuki serían mayores… pero ese no es el caso.

Sasori apenas tiene que mover los dedos para que una lluvia de senbon envenenados salga disparada desde sus holgadas mangas, alcanzando la máxima velocidad. La única señal de su ataque es un fugaz destello en la oscuridad de la noche. Un ninja que no está familiarizado con el combate contra marionetistas no tendría ninguna posibilidad de detectar el sutil chasquido de sus dedos a tiempo para reaccionar. Uno de los vigías es abatido de inmediato y cae entre los árboles, mientras que el otro logra refugiarse parcialmente detrás de una roca. Sin embargo, los senbon impactan con precisión en la piedra, logrando por un instante que el ninja no sea capaz de ejecutar ningún jutsu en defensa. Un diminuto artefacto volador blanco se acerca sin dificultad al escenario del combate, esquivando la roca que el vigía utiliza como escudo.

Un instante después, una explosión contenida ilumina la noche con un estruendo, y el cuerpo decapitado de este segundo ninja cae al suelo, inerte.

Sasori lanza más senbon hacia el lugar donde el primer ninja abatido había caído, antes de apresurarse hacia el escaso bosque que lo oculta. Allí, encuentra a su presa temblando en el suelo, esforzándose por contener el dolor mientras se sujeta una pierna fracturada por la caída. Las agujas están esparcidas por varias partes de su cuerpo, algunas de ellas incrustadas en su rostro.

—Maldi…ción—susurra el intruso antes de morir por shock. Es demasiado veneno de acción rápida actuando sobre su agitado organismo al mismo tiempo. De todas formas, un kunai levita frente al ninja abatido por acción de Sasori, y termina el trabajo, cortando su garganta.

— ¡Te me adelantaste por poco, hm! —exclama Deidara, llegando a trompicones a la escena. Su respiración es agitada después de la carrera—. Los tenía, los tenía a los dos.

— ¿Hm? ¿Decías algo sobre un "arte superior"? —musita Sasori, dándole un vistazo desde el rabillo del ojo con una expresión de despreocupación y una pizca de arrogancia.

El artista de lo efímero, con el cabello rubio aún húmedo y la piel algo sonrojada por el baño reciente, está vestido con ropa limpia y fresca. Sus ojos azules destilan una mezcla de ofensa y sorpresa al ver la escena: el cadáver del ninja envenenado.

— ¿No "hacerlo sufrir por tres días" esta vez? Ya sabes… para interrogarlo—comenta el muchacho, recordando cómo en aquella misión en la Aldea de la Arena Sasori había dejado a Kankuro al borde de la muerte solo por diversión, en lugar de acabar con él rápidamente.

—No hay motivo para interrogar a estos tipos—responde Sasori con una nota de extrañeza, como si el paralelismo con su pasado le sorprendiera—. No eran especialmente hábiles para pasar desapercibidos. Además, Autan es una fuente de información mucho más valiosa sobre el norte. Mantener a este vivo sería una pérdida de tiempo.

—Si tú lo dices…—Deidara rodea a su compañero para agacharse frente al cadáver, examinándolo con interés—. Mhm… Eran shinobis de la Roca, ambos lo eran, hm. Ese uniforme rojo me resulta familiar…

Sasori lo observa en silencio, esperando la conclusión.

—Parece que son de la orden de Kurotsuchi. Tal vez estaban intentando identificarme a mí en medio de toda esa caravana.

— ¿Kurotsuchi? —pregunta el titiritero, alzando una ceja—. ¿Es alguien importante?

—Una ex-compañera de mi época de formación. Ambos éramos aprendices del viejo cerdo. De hecho, ella era su nieta—explica Deidara, frunciendo el ceño con incomodidad—. Siempre se le dio bien el espionaje. Estaba entrenando a sus propios discípulos cuando me fui de la aldea.

De repente, una sonrisa irreverente se dibuja en su rostro mientras comparte una revelación:

—Y quizás, solo quizás, su red de espías tuvo algo que ver con mi plan para robar el pergamino con el kinjutsu que ahora es parte de mí. La información que me proporcionaron fue crucial para alcanzar mi objetivo.

—Tan buenos no son sus subordinados si cayeron tan fácilmente—se burla Sasori, pateando una piedra que termina impactando contra el cadáver—. Lo preocupante es que hayan enviado shinobis a vigilar una caravana mercante.

—De todos modos, no importa. Ahora tienes tu oportunidad de salvar la cara ante los demás, hm —responde el artista de lo efímero, intentando ofrecer una perspectiva más positiva—. Esto es evidencia de que Kurotsuchi o alguien a cargo en la Aldea de la Roca sospecha de que esta caravana llevaría consigo shinobis renegados. No creo que sospechen de nuestra identidad, o hubiesen enviado gente competente.

Minutos después, un grupo de hombres con linternas aparece entre los árboles.

— ¿Qué está ocurriendo? —pregunta el líder Rendaku, asombrado al ver el cadáver iluminado por la luz de su linterna—. ¿Eso es…?

—Un vigía, shinobi de la Roca, correcto —asiente Sasori—. Eran dos; el otro fue abatido un poco más lejos por mi compañero aquí presente. Ninguno de los dos volverá a molestarnos.

—Impresionante… —comenta el señor, recién bañado como Deidara, y con finos ropajes frescos debajo de una ligera capa de viaje—. Hicimos bien en contratar sus servicios.

— ¿Lo ves, señor de la Luna? —las palabras de Sasori se dirigen a Autan, quien permanece en silencio detrás del líder de la caravana. El oriundo de la Luna no puede apartar la mirada del cadáver en el suelo, hasta que el "monje" se acerca y se detiene junto a él, escudriñándolo de soslayo—. Desconfías demasiado, pero aquí estoy, utilizando mis habilidades para eliminar amenazas mientras ustedes se relajan en los baños termales.

Autan, aún observando el cadáver, asiente lentamente, aunque su expresión sigue siendo tensa.

—Pero el problema no es sólo la falta de confianza—añade "Nishi", su tono grave marcando un cambio en el enfoque de la conversación del grupo—. Enviar shinobi para vigilar una caravana mercante indica que sospechan de algo más serio. Hay un infiltrado en tus fuerzas, señor de la Hierba. La Roca está al tanto de sus intenciones.

Rendaku cae en cuenta de lo grave de las implicancias, y toma la palabra de inmediato:

—Hasta aquí llega nuestra escolta entonces—afirma, con un tono de resignación—. Ya no servimos de cobertura, así que no tiene sentido nuestra presencia. Además, claramente tenemos que hacer limpieza en nuestra organización.

—El contrato sigue en pie, hm. No nos iremos sin la recompensa—interviene Deidara, con firmeza—. Que nuestro acompañante de la Luna aquí presente nos guíe desde aquí. Esconderemos nuestra presencia por nuestros propios métodos.

—Así será. El resto del pago lo recibirán cuando entreguen a los hombres y mujeres capturados en esta zona—explica el mercader, entregando uno de sus mapas marcados al renegado de la Roca.

—Cinco por ciento de recargo por cabeza viva rescatada—repone Sasori—. Si vamos a enfrentarnos a shinobis que saben que iremos a rescatar a sus cautivos, la misión se vuelve más complicada.

—Treinta por ciento máximo, y solo si traen al líder —regatea el señor Rendaku.

—Cuarenta, y traeremos al líder, hm. Le pagarás a Karashi cuando él te presente una carta escrita por la propia mano de Feiyu como prueba de vida.

—Hecho.

El hombre de la Luna parpadea tras haber presenciado el intercambio sin decir nada, mientras Sasori da por finalizada la reunión de negocios. Finalmente, reúne el valor de dirigirse al "monje":

—Hijo de la Luna —aclara Autan, sonriendo con cautela—. Nosotros, los oriundos de ese lugar, nos llamamos a nosotros mismos "hijos de la Luna". Dirás que es una tontería, pero la distinción es importante para mi gente. A partir de ahora, seremos tus únicos aliados en este viaje.

—Lo tendré en cuenta —responde el pelirrojo, asintiendo con la cabeza.

—Gracias, por lo que estás haciendo por nosotros —añade el hijo de la Luna, dejando atrás la aprehensión para expresar su gratitud con honestidad.

—Es solo un trabajo—dice más para sí mismo que para quienes le oyen.

Ciñéndose al cambio de planes, Autan se encarga a partir de ahora de escoltar a los renegados hacia las tierras del norte. No faltan razones para justificar la necesidad de su presencia: es el único que puede reconocer el lugar de reunión con el resto de la fuerza de rescate y los locales de la zona, quienes a su vez tienen la información crucial sobre dónde se encuentran los líderes capturados en este intento de insurrección.

—Además… nuestro monje necesitará de mi asistencia para no ser asesinado al llegar —añade Autan con una sonrisa socarrona visible debajo de su máscara. Sasori, que va tras él, simplemente rueda los ojos, mientras Deidara a su lado ríe burlón—. Como bien dije, mi gente teme al marionetismo, y con justos motivos. Quién mejor que un colega de armas para calmar las aguas antes de llegar a la acción.

Rendaku, el señor mercader, asiente y el resto de la comitiva despide a Autan y a los renegados con reverencias y abundantes provisiones al día siguiente. Después de todo, la frontera más allá es incierta y hostil, más aún para quienes no acostumbran cruzarlas a menudo.

—Cuídate mucho, mi amigo —le desea Rendaku en el campamento, antes de ver partir a Autan con sus dos compañeros renegados—. Shjá moëkaz kjada gha máe.

"Que la diosa conejo te proteja." interpreta Sasori, sin esfuerzo. La lengua materna de los hijos de la Luna fue pronunciada en su presencia en el pasado, en un contexto diferente. Aunque no conoce muchas frases en su lengua, entender cómo saludar en varios idiomas es un requisito básico para alguien que vive en constante huida.

Autan asiente en silencio, mientras Deidara parpadea confundido al no entender la frase, pero decide no hacer preguntas.

.

.

En el siguiente tramo del viaje, las habilidades de supervivencia y orientación de los ninja renegados se ponen a prueba, permitiéndoles evitar los caminos principales. Gracias al reconocimiento realizado por Deidara aquella noche alrededor de los baños termales, pueden anticipar que más adelante el terreno estará repleto de puestos de avanzada y vigías de Kurotsuchi.

—Kurotsuchi ya debe haberse dado cuenta de que dos de sus ninjas han caído—explica Deidara, su aliento algo agitado. Escalar a pie por las inhóspitas laderas de roca que rodean el camino es una travesía en sí misma, especialmente si el clima no ayuda—. Lo mejor será evitar el campo abierto.

En aquella frontera del país de la Hierba, donde los picos desafiantes se alzan como guardianes silenciosos de un terreno implacable y de vegetación escasa, Sasori y su grupo avanzan con la determinación de quienes saben que la supervivencia es una danza con la adversidad. En este territorio, donde no tienen permiso para operar y el cielo parece una vasta manta de indiferencia, cada movimiento cuenta, cada segundo se convierte en una estrategia calculada.

Para renegados y cualquier shinobi acostumbrados a la clandestinidad, este proceder y los tiempos de viaje son rutina. Autan, el hijo de la Luna, sorprendentemente, se adapta bien a este estilo de vida riguroso. Sus habilidades en el control del chakra le permiten mantenerse al ritmo de sus compañeros en las difíciles ascensiones y descensos por las escarpadas rocas. No obstante, la sequedad del clima y la inclinación del terreno complican el desplazamiento durante ciertas horas del día. La piel desenmascarada de Autan, curtida por la experiencia, aún siente el agobio del calor implacable que azota la región durante las horas de más sol, y su habilidad para maniobrar en superficies verticales parece ser menos ágil en comparación con la de sus compañeros. Cada zancada sobre la áspera tierra o cada salto entre los picos se convierte en una prueba constante de resistencia y adaptabilidad.

Durante las primeras horas del día, el grupo busca refugio en pequeños claros o bajo las sombras de los gigantescos peñascos. Dos de ellos se aprovisionan de agua y carne seca durante el tiempo muerto, hasta que la intensidad del sol disminuye lo suficiente como para que puedan continuar.

Las noches en estas montañas, sin embargo, también son duras. El frío se despliega con una ferocidad casi palpable, y el viento cortante aúlla entre las grietas de las rocas, como si la montaña misma estuviera en guerra con los intrusos. Encontrar una gruta o refugio natural se convierte en una prioridad para protegerse de las heladas temperaturas nocturnas. Por suerte, cuentan con buenas mantas de lana y lechos de piel de cabra proporcionados por el señor Rendaku, que les permiten pasar las frías noches bien abrigados.

Entre las sombras del campamento, Autan se adapta a una rutina inesperada. Sasori, siempre enigmático y en silencio, permanece sentado frente a la fogata. Envuelto en su manta de lana, mantiene una vigilia constante, sus ojos fijos en las llamas que danzan con un calor fugaz. Esta presencia constante y silenciosa de Sasori se convierte en un pilar esencial para el grupo. Mientras la noche envuelve el campamento en una oscuridad casi tangible, "Kamir" y Autan pueden permitirse un descanso ininterrumpido sin preocuparse por montar guardia.

— ¿Te graduaste en alguna academia ninja de las tierras del norte? —pregunta Deidara una noche en la que se asientan dentro de una cueva de rocas. La cena fue sencilla: un poco de caldo, pan y unos dátiles bien maduros. Ahora, el renegado de la Roca se arrebuja entre sus mantas para conciliar el sueño.

—Todos aquellos que nos negamos a vivir bajo el control del País de la Tierra, hemos llevado una vida nómada entre pueblos, ciudades y naturaleza. El arte del control del chakra se transmite de manera informal. Es una herramienta básica de supervivencia en estos lares—responde Autan con facilidad, atizando las brasas de la fogata antes de acostarse—. ¿Cómo crees que pasamos tantos años sin que nuestros opresores nos capturen a todos?

—¿Y cómo sobreviven fuera de los tiempos de cosecha? —prosigue el muchacho con los ojos cerrados. Su cabello rubio está suelto y su bandana ninja descansa a un lado de su lecho de pieles.

—Con cacería, y también con la asistencia de los miembros de la resistencia que logran hacerse un espacio en los pueblos.

—Resiliencia, y la voluntad de buscar ayuda fuera de sus propias tierras y capacidades —piensa en voz alta el "monje" pelirrojo, sentado como siempre con la manta de lana sobre los hombros.

—No creo que tengan oportunidad de ganar en esta vida, pero quizá en un par de generaciones—contesta el artista de lo efímero, sin tacto alguno.

—Nuestro líder ve más allá de lo que podemos ver nosotros —responde Autan, frunciendo el ceño—. Si lo rescatamos, tenemos posibilidades. Feiyu tiene lo necesario para llevarnos a un buen futuro.

—Tu líder fue capturado—acota Deidara en medio de un bostezo.

—Y nosotros somos su plan de escape.

El marionetista sonríe para sí mismo ante la réplica del hombre alto. Si tan solo supiera exactamente a quienes contrató... Es irónico que, habiendo conseguido a dos rescatistas tan prolíficos, estos mismos tengan el plan de vender armas a sus captores.

—El punto es que tu líder no es perfecto. Síguelo si crees que vale la pena. No confíes en la perfección entre mortales. Solo encontrarás decepciones —Sasori habla de manera tal que, por un momento, convence a su interlocutor de que quizás sí sea un verdadero monje—. Además, si te importa tu causa, esta causa merece una mente clara para tomar decisiones.

—No creo que seas enteramente un monje; está claro que tampoco eres enteramente un mercenario… y, por la forma en que hablaste con Rendaku y la gente de la Hierba tras lidiar con los vigías de la Perra Roja, tampoco eres enteramente mercader o espía, pero hay algo de eso en ti. ¿Vas a decirme quién, o qué eres?

Deidara suelta una carcajada divertida al escuchar la mención deshonrosa hacia Kurotsuchi, pero Sasori mantiene un porte sereno al contemplar las demandas del hijo de la Luna.

—Persona. Artista. Shinobi capacitado y, por lo que dure esta misión, aliado —responde sin mentir, con una naturalidad ya practicada—. ¿Crees que encontraremos a alguien al llegar a nuestro destino?

—No en el mismo día, pero si esperamos allí, nos encontrarán. La rutina es que uno de nosotros visite el sitio para buscar comunicaciones una vez por semana. Aquellos miembros de la resistencia que estén activos aún saben que este es el lugar donde los refuerzos buscarán contactarlos. Si no, encontraremos la manera de contactar a alguien. No pueden capturarlos a todos.

"Primitivo, amateur, pero funcional si el sitio está adecuadamente escondido en la intemperie." Juzga el marionetista para sus adentros.

La travesía sobre las montañas los lleva hasta el punto señalado en sus mapas: un lugar inconfundible en el que el bioma cambia al característico de un semi desierto frío. El clima allí, a tan elevada altitud, es extremadamente seco. Varias leguas de estepa árida los reciben al dejar atrás la piedra. Matorrales y hierbas bajas se despliegan bajo sus pies. Por otro lado, el aire es lo más puro posible, con pocas nubes claras en el cielo desprovistas de polvo. A pesar de estar acostumbrados a los cambios de altura, la respiración de Deidara y Autan se ve afectada por la ligereza del aire.

Sasori observa cómo los puños de su compañero artista se tensan por momentos, abriendo y cerrando los dedos como si le picaran espantosamente.

"Se muere por volar sobre una de sus creaciones," lee con facilidad, pero le dirige una mirada reprobatoria al instante. Un mudo llamado de atención para no desvelar su verdadera identidad en este lugar. El muchacho rubio solo se encoge de hombros en respuesta y se masajea ambas muñecas sin emitir palabra.

— ¿Todo en orden? —pregunta Sasori al voltearse a su otro compañero de misión.

Autan está arrodillado sobre una rodilla, murmurando una plegaria sobre el suelo en su idioma materno. Sus palabras son tan suaves y rápidas que Sasori apenas puede distinguirlas.

—Sí, sólo… Pasé mucho tiempo fuera de casa. La sensación me abrumó por un instante —responde el hombre, poniéndose de pie tras finalizar su oración. A pesar del agotamiento natural después de un viaje tan largo, Autan sigue pareciendo un muro de fortaleza con su metro noventa de altura. Deja el sombrero de paja reposar tras su cabeza mientras se acomoda el corto cabello castaño cenizo con una mano.

Un destello metálico interrumpe brevemente la visión del ex-Akatsuki. No se trata de un arma oculta, sino de la austera bandana metálica y triangular de la milicia de la Luna, con una media luna grabada en el centro; que ahora adorna la frente de Autan. El símbolo trae consigo recuerdos de sangre y muerte, de un yo del pasado que Sasori preferiría olvidar.

—Ahora me siento seguro de usarla —aclara Autan, sintiendo la mirada de Sasori sobre él. Su mano sube instintivamente para acariciar la media luna metálica en su frente.

La visión de la bandana desata un torrente de recuerdos. Imágenes de un combate, de una victoria arrancada de las manos a su moribunda oponente, de una media luna de metal manchada de sangre y unos ojos cargados de odio llegan hasta Sasori de la Arena Roja, tras contemplar su propio reflejo distorsionado en la bandana del hijo de la Luna. Un eco del pasado. De los tantos que viven en su memoria.

De repente, un miedo irracional se apodera de él. Imágenes de marionetas feroces y el olor metálico de su propia sangre inundan sus sentidos. La sensación es tan vívida que casi puede sentir las manos de sus enemigos arrastrándolo de vuelta al infierno de donde una vez escapó. La intensidad del momento lo paraliza. Todo pasa tan rápido que no puede procesar ninguna emoción. Sólo se lleva las manos hacia el rostro como para protegerse de un ataque que nunca llega.

—Oye, Nishi… ¿Estás bien? —pregunta un perplejo Autan, acercándose con la intención de poner una mano en el hombro del "monje".

—Sí —responde el pelirrojo, sobresaltado. Se aparta bruscamente del intento de contacto, dando un pequeño salto hacia atrás. Su regreso a la realidad es tan abrupto que deja al hijo de la Luna visiblemente intrigado. Sasori suspira con cansancio, pasándose una mano por la frente como si intentara secar un sudor inexistente—. Es sólo una migraña. Quizá no bebí suficiente agua. No pasa nada. Estaré bien.

—Puedes tomar de mi cantimplora —ofrece Deidara, acercándose con el recipiente en la mano y entregándoselo a su compañero renegado antes de volver a mirar al frente—. Andando. Tenemos que avanzar antes de que los cachorros de la Perra Roja nos detecten.

La estepa silvestre se extiende kilómetros más allá de su ruta, un vasto desierto árido que, poco a poco, da paso a un escenario verde; un valle fluvial de roca dura. El mapa que llevan con ellos advierte de la presencia del río que serpentea a través del lecho rocoso. El río Yijing, que significa "Cristal líquido" como señala Autan, los guiará con seguridad hasta la resistencia.

—O lo que queda de ella, hm—aclara Deidara con un realismo sombrío que se refleja en la faz de Autan, oriundo de esas tierras—. ¿Son tan cristalinas las aguas del Yijing como su nombre sugiere? No me vendría mal un baño.

—Las aguas del Yijing son las más limpias que encontrarás por estos lares. Su cauce no fue corrompido por la guerra. El asentamiento de más al norte se nutre de él para sus cultivos —añade Autan con un dejo de orgullo patriota—. También será útil para recargar nuestras cantimploras.

Sasori los sigue en silencio por la ladera que rodea al río.

El marionetista tarda un momento en dejar atrás su estupor y darse cuenta de que el paisaje zigzagueante podría ofrecerles una ventaja táctica, ocultando sus presencias de posibles enemigos. Quizás también de contrabandistas de la Luna que vigilen el territorio fronterizo, pero dado el caso, la simple presencia de Autan en el grupo disuadirá a cualquiera de sus amigos de arriesgar sus vidas en un enfrentamiento.

La vegetación allí es joven y robusta. Árboles altos se dispersan entre las empinadas laderas en forma de V del Yijing, mientras que el pastizal silvestre se mece al paso del viento. A lo lejos, una nube de polvo se vislumbra en la dirección hacia la que se dirigen.

Esa noche, el improvisado campamento no se establece en una cueva de rocas, sino a orillas del río. Sasori se ofrece para levantar el campamento mientras sus dos compañeros se despojan de sus ropas para disfrutar de un chapuzón en las aguas del Yijing.

Mientras aviva las brasas de la fogata, el taciturno artista se sumerge en memorias agradables. Recuerda sus primeros encuentros con Sakura, la desconfianza y frustración mutuas, y cómo esas primeras interacciones eventualmente llevaron a su relación a florecer. Por último, rememora el momento en que ambos se sumergieron en el agua fría del arroyo durante su primera cita. La cercanía de Sakura y el calor de su cuerpo a través de la ropa mojada fueron una delicia, aunque el frío del agua fue difícil de tolerar luego de haber alterado su propia existencia.

"Aún así… quizá añadir algo de humanidad a mi comportamiento sería lo más adecuado para aliviar sospechas. Y estas ropas definitivamente necesitan lavarse un poco."

Sasori suspira mientras se quita su bata y su calzado, dejándolos sobre una roca junto a su equipaje. Su camiseta manga larga y cuello alto y sus pantalones aún lo cubren, y ocultan sus articulaciones del mundo.

"Lo que hago por tí, Sakura."

Sus compañeros de carne y hueso se sorprenden al ver a Sasori unirse a ellos en el río. A diferencia de ellos, él no está desnudo. Su ropa mojada se adhiere a su cuerpo, casi invisible bajo el agua, que lo cubre hasta los hombros.

—¿Es que quieres resfriarte, Nishi? —pregunta Autan, sin poder ocultar su perplejidad.

Deidara se ríe en silencio al observar cómo su ex-compañero de Akatsuki aprieta los dientes en una reacción sutil ante el frío. La diferencia de altura también añade un toque de humor a la escena, ya que el Yijing baña a Deidara y a Autan hasta la mitad del pecho y la primera línea de los abdominales, respectivamente, haciendo que Sasori parezca mucho más frágil en comparación.

Sasori avanza a un lado de ellos, se sumerge completamente en el agua y emerge con el cabello rojo empapado.

—Mi templo impone numerosas normas a sus estudiantes —responde Sasori, echándose el pelo hacia atrás—. Mis votos de castidad incluyen que mi cuerpo desnudo no debe ser visto por gente del mundo. Debo respetar esos votos para seguir mi camino como monje, hijo de la Luna.

—Por supuesto—comenta el hombre, recobrando la compostura—. Bueno, quién soy yo para juzgar tu formación o tus habilidades. Hasta ahora, fueron útiles.

—Eso es lo que te decía —añade Deidara con una sonrisa demasiado impertinente para el gusto de Sasori—. Mi amigo aquí presente tiene las habilidades necesarias para llevar a cabo la misión, hm. Juntos, él y yo somos el equipo que necesitas.

—Tengo curiosidad por cómo terminaron trabajando juntos, pero, a decir verdad, me preocupa que el campamento permanezca sin vigilancia por mucho tiempo —sonríe Autan, amagando con salir del agua.

—Aún estoy vigilando el campamento —asegura el "monje". Se encuentra de espaldas a la ribera, pero su mano se levanta por encima del nivel del río, extendiendo sus dedos y revelando los hilos de chakra conectados a cada una de sus yemas. Los hilos brillan en la oscuridad, ascendiendo hasta perderse en la iluminación rojiza del campamento a lo lejos—. Mis hilos están conectados a la vegetación circundante. Pueden percibir la más mínima vibración en el entorno. Son como la red de una araña. Basta que un solo punto vibre para que toda la red se sacuda.

Al terminar la explicación, los hilos vuelven a afinarse hasta volverse invisibles.

—La tela de una araña es… una analogía algo perturbadora, señor monje —dice el hijo de la Luna, visiblemente aprensivo—. Nunca olvidaré mi primer encuentro con el marionetismo… Un enjambre de insectos que oscureció el cielo. Fueron el presagio de muerte y destrucción que cayó sobre mi hogar —la piel de gallina en el hombre parece acentuarse con su relato—. No pongo en duda la utilidad de esa técnica, solo sé cuánto daño pueden causar sus usuarios.

El recuerdo de un pasado de cuestionable existencia acosa al ex-Akatsuki. Un océano de su propia sangre se agita ante la voracidad de numerosos atacantes, ansiosos por vengarse de quién les arrebató de toda dignidad en la muerte.

Esta vez, demora unos instantes en volver a la realidad.

—¿Señor monje? ¿Nishi?

—Disculpa el silencio —responde el "monje" tras sacudir la cabeza—. Acabo de atar cabos. Había oído hablar de lo que describes. No creí que conocería a un sobreviviente.

"Porque creí haberlos matado a todos."

—Hay muchos como yo —aclara Autan con cierta incomodidad—. Aquellos que no nos enfrentamos directamente al monstruo tuvimos más posibilidades de escapar, pero no demasiadas. En nuestro camino había tropas de la Tierra y soldados al servicio de Lord Serpiente.

Una mueca de profundo disgusto se apodera de Autan al mencionar a Lord Hanazono, y escupe al agua tras pronunciar el nombre. Sasori no tiene la intención de interrumpir el relato.

—Tenía solo catorce años cuando comenzó la invasión. Pasé casi dos años ignorante del conflicto. Fue solo cuando estaba a punto de cumplir dieciséis que la guerra llegó a mi hogar. No recuerdo mucho de ese día, ni cómo pude sobrevivir a los atacantes de la Tierra. Solo sé que mi aldea estaba en llamas detrás de mí, y mis manos estaban manchadas de sangre. Sujetaba un mango de madera como arma, con una flecha clavada en el muslo. Mi hermano estaba a mi lado. Me encontré con mi hermana pequeña y mi madre poco después, mientras huíamos del fuego. Ellas me dijeron que mi padre no tuvo la misma suerte.

—¿Envenenada? —pregunta Deidara, llamando la atención del tiritante hijo de la Luna. No hace falta decir más para que comprenda la implicación de la palabra.

—Sí, la condenada flecha estaba envenenada—asiente Autan con una risa amarga. El aire parece volverse un poco más ligero—. Nos internamos en el bosque, lo suficiente como para evadir la batalla y a los soldados. Al revisar mi herida, notamos que mi pierna se estaba volviendo negra alrededor de la flecha. Fueron tres horas agonizantes mientras mi madre extraía el veneno. Gracias a ella, y a la misericordia de la diosa, no perdí la pierna, ni mi vida.

"Ese día, el veneno tenía como único propósito hacer que quien lo sufriera fuera lo suficientemente vulnerable para que las marionetas pudieran terminar el trabajo con su filo. Efectivo, pero no mi mejor obra en el campo."

Deidara parece inclinado a hacer un comentario ligero, quizás alguna broma mordaz, pero Sasori lo interrumpe:

—Fuiste astuto al evadir las marionetas. Aunque no tengas recuerdos claros de eso, el hecho de que estés aquí contando la historia sugiere que lo lograste.

—Supongo que es verdad. Si lo veo de manera objetiva, podría decir que no fue tan difícil escapar de esas criaturas. Luego supimos que las marionetas en realidad tenían como objetivo el pueblo del norte. La gente allí no tuvo tanta suerte como nosotros. Esa tierra, arrasada como mi hogar, fue devastada por un enjambre de criaturas que descendió del cielo para dar una muerte horrible a la gente —Autan traga saliva, su piel de gallina parece acentuarse mientras continúa—. Conocí a algunos refugiados que escaparon de ese lugar, muchos con mutilaciones y cicatrices espantosas. Un templo en una de las provincias del sur, en un sitio llamado Jingdi, ofreció refugio por un tiempo a los civiles y los heridos. El templo era propiedad de una orden de la Tierra que, según nos dijeron, estaba a favor de la paz. Muchos refugiados campesinos obtuvimos asilo allí, pero nos vimos obligados a escapar después de unos meses; la misma noche en que llegaron carromatos de la Tierra con intención de llevarse de allí a mujeres y niñas a un destino desconocido.

—Por supuesto que la ayuda no podía ser altruista, más viniendo del bando contrario—comenta Deidara, añadiendo un toque de amarga realidad a la escena.

—¡Y eso no es todo! —exclama Autan con una mueca de dolor reprimido—. Poco después de dejar ese cautiverio, las tropas aliadas nos encontraron intentando conseguir caballos para escapar por la frontera suroeste. Querían separarnos a mi hermano y a mí, de mi madre y hermana. Querían que nos uniéramos a las tropas de la resistencia. Estaban organizando un grupo armado de campesinos que conocieran la zona y la naturaleza, para infiltrarse en los campamentos enemigos durante la noche. ¡Tenían una causa, pero era un absoluto suicidio!

—¿Qué hiciste, entonces? —pregunta Deidara, echándose el pelo mojado hacia atrás. Pocas veces se lo ve como ahora, sin visor ni flequillo que oculten su rostro.

—¿Conociste alguna vez a un adolescente que no se crea invencible? Aunque en ese momento no tuve mucho sentido común, no me quedó otra opción que aceptar alistarme en el ejército, con la condición de que aceptaran que mi hermano permaneciera como fuerza no combatiente. A cambio, mi hermana y mi madre consiguieron pasajes en un carromato de mercancías con rumbo al país de la Hierba. Servir a mi país, a cambio de que mi familia estuviera a salvo, era un precio justo. Mi hermano viajó por varias ciudades y campos fronterizos, convenciendo a otros jóvenes para que se alistaran también. Mientras tanto, yo fui enviado lejos de allí, a las tierras del sureste. El norte estaba incomunicado con el sur. La urgencia de la resistencia era llegar cuanto antes a la capital antes que el bando enemigo. Infiltrarse en los campamentos de la Tierra, intentar retrasarlos, debilitarlos y robarles información era la prioridad del comandante a cargo de mi división —el rostro de Autan se vuelve sombrío al seguir detallando sus memorias—. Pasé la mayor parte de mi tiempo en la base militar de Guangze, una de las ciudades fortificadas de la resistencia, y ya en mi llegada se hablaba con horror del monstruo marionetista que atacaba las aldeas.

Los ojos impasibles de Sasori no parpadean al escuchar las descripciones que hacen referencia a él mismo. Deidara, por su parte, mantiene un dejo de curiosidad en su rostro. Quizás esta es la oportunidad que el muchacho esperaba para conocer detalles sobre la carrera de Sasori antes de Akatsuki, cuando era conocido por sus hazañas en la guerra. Con lo engreído y mezquino que era antes, Sasori jamás entró en detalles sobre sus hazañas en la guerra, más allá de mostrarse orgulloso de su espectáculo de las cien marionetas.

—Se decía que nunca estaba físicamente presente cuando sus criaturas entraban en combate, que las manejaba a distancia con una eficiencia escalofriante. Pelotones completos enviados a los campamentos de la Tierra nunca regresaron. Se decía que siempre se trataba del mismo campamento; aquel en el que viajaba el marionetista. Se decía también que el monstruo nunca dormía, siempre atento y detectando a cualquier intruso en sus alrededores, que enviaba sus marionetas a destrozarte de un solo golpe, que tenía venenos que, con solo una gota en tu cuerpo, podían volver tu carne negra. Y que, de vez en cuando, se quedaba con los cuerpos, convirtiéndolos en marionetas para reponer las que se destruían durante los ataques, haciendo que su ejército de criaturas creciera con el tiempo… Los supervivientes de las aldeas arrasadas por las marionetas decían cosas similares: que nunca vieron al responsable del ataque, solo a marionetas caer del cielo como lluvia de rocas, matando a muchos con el simple impacto, y otras que portaban armas afiladas, que volaban hacia su objetivo para cortar la carne en menos de un segundo. Y que algunas podían escupir fuego, gas venenoso y agua hirviendo. Que daban vueltas en el aire esquivando cualquier ataque, que nada las rompía, y que, si caían desarmadas, se volvían a armar en el aire y seguían atacando como si nada.

— ¿Pudiste verlo?

La pregunta toma por sorpresa al relator, y se gira a ver a Deidara casi sin comprenderlo.

—Al marionetista—aclara el artista con suavidad.

—No. No tuve la oportunidad. De haberlo hecho, no estaría aquí para contarlo —suspira Autan, sobándose los brazos con el agua del río, como si eso pudiera purificarlo—. Vi y viví los horrores de la guerra, asistí a los caídos, maté algunos soldados de la Tierra, y recibí varias heridas durante mis excursiones. Pero no, nunca vi al monstruo. La general Zetian sí... Ella dio su vida para detener al monstruo y sus marionetas. Murió de una manera terrible, a manos de un enemigo temible —la mención de ese nombre suena como un eco de un dolor profundo y distante, de algo que pasó en otra vida. Luego, el hombre posa su mirada sobre el taciturno "monje" pelirrojo—. ¿Lo entiendes ahora, Nishi? ¿Por qué le temo a tu técnica?

—Entiendo que tienen una historia trágica con ella… y entiendo por qué le temes… pero… Lo que quiero decir es que el monstruo no está en la técnica… está en el hombre.

—De todas formas, no tiene importancia—acota Deidara después de Sasori, ganándose una mirada cautelosa de Autan ante lo que es percibido como un desdén hacia su relato—. Quiero decir, el marionetista que participó en la guerra de este país está muerto, hm. Murió en combate hace tiempo. Un grupo de ninjas de Konoha y la Arena acabó con él. Ahora es solo una historia, como la de la general Zetian que mencionaste.

—Eso escuché. Mis disculpas, pero las noticias de las tierras sureñas rara vez llegan hasta aquí —responde Autan con una cortesía áspera—. Recientemente, se rumoró que el Lord caído en el País del Fuego era quien comandaba a la Serpiente en tiempos de guerra, y, gracias a ese rumor, el espíritu de esta nación volvió a reavivarse. Dos monstruos ahora aúllan en el infierno. Aun así, profanaron el cuerpo de la general Zetian. Lo único que sabemos es que el marionetista secuestró su cadáver —sus ojos se cierran brevemente, su expresión se torna solemne—. Ella es el símbolo que las milicias necesitan para inspirarse, pero esos bastardos también nos privaron de honrar a nuestros caídos, de recordar nuestra historia como corresponde.

Zetian. Es la primera vez que oye su nombre, o al menos la primera vez que le presta atención.

La recuerda. Definitivamente había belleza en ella.

En su momento, no hubiese considerado sus actos como un secuestro. Estaba preservando su belleza para que no sufriera el mismo destino que el país que murió por defender.

"Y ahora está en la arena. Junto con toda la colección que tanto me esforcé en preservar."

No hoy. No mañana… pero algún día viajaría a recuperar lo propio.

"Vivirás más de lo que perdura la seguridad en la Arena… piensa en el largo plazo." Se dice a sí mismo, aplacando la incomodidad de la espera.

Poco después, el frío del agua se sobrepone al intercambio, por lo que no es difícil terminarlo y regresar cada uno a sus tareas. Sasori es el primero en volver a la orilla, retirándose a la oscuridad entre los árboles para cambiarse de ropa. Al regresar junto al fuego, pulcro y con el cabello aún húmedo, se pone de vuelta su bata y calzado.

Sus compañeros se le unen, también con ropas secas y cabello mojado. Ambos extienden sus pieles y mantas sobre el césped, arropándose bien después del baño en agua fría. El silencio reina en el campamento mientras los dos hombres visitan sus sueños, dejando a Sasori sentado frente al fuego, observando las llamas danzar ante sus ojos ámbar.

Es fácil deshacerse de su sentido de la termocepción para olvidar el frío del agua, pero, en lo que respecta a la sensación desagradable que aún repta sobre él… sólo puede enterrarla a base de forzarse a pensar en otra cosa. El fuego, más bien las ondas en él, los patrones oscilantes que allí se mueven… parecieran de a ratos adoptar una figura conocida. La curva de unas caderas y unos pechos menudos. Sakura. Su amada. Su inspiración. De repente, el fuego parece representar un espectáculo de marionetas con una Sakura sonriéndole y bailando para él.

"¿Habrá recibido mi carta?" Se pregunta en algún momento de la noche, mientras puede permitirse el lujo de pensar en sus propios asuntos.

Un par de días después de seguir el curso del río Yijing, el valle fluvial a su alrededor comienza a transformarse. El ángulo en V del valle se suaviza, dando paso a un espacio amplio y fértil, adecuado tanto para la construcción como para la agricultura. Desde una posición elevada en la ladera, Autan observa a lo lejos al pueblo de Nengli.

El asentamiento de Nengli se extiende a lo largo de la ribera del río Yijing, cuyas aguas cristalinas serpentean entre campos de cultivo bien cuidados. Los edificios de la aldea son simples y funcionales, con tejados de teja roja y paredes de adobe que parecen haberse fundido con el paisaje. La mayoría de las casas son de una sola planta, agrupadas en torno a un pequeño centro comunitario donde se alzan unas pocas construcciones más grandes que sirven como almacenes y mercados.

Los campos circundantes están sembrados de arroz y maíz, con hileras ordenadas que reflejan el trabajo diligente de los habitantes. El río Yijing, vital para la agricultura del pueblo, proporciona el agua necesaria para estos cultivos, creando un paisaje de verdes vibrantes y dorados campos en contraste con el terreno árido que lo rodea. A lo largo de las orillas del río, grupos de aldeanos trabajan en los campos, sus movimientos coordinados en un esfuerzo colectivo para asegurar la cosecha.

A pesar de la actividad diaria, el pueblo está bajo vigilancia. Las patrullas de los soldados de la Tierra recorren las calles, y las banderas del régimen ondean en señal de lealtad. Los aldeanos, conscientes de la presencia militar, llevan a cabo sus tareas con una mezcla de eficiencia y cautela, evitando llamar la atención.

Desde su posición elevada, el grupo puede ver que Nengli está rodeada por un muro de piedra de escasa altura, más para la contención del ganado que para la defensa, pero aún así, sirve como una barrera simbólica contra intrusos. En la distancia, las montañas que rodean el valle proporcionan una imponente muralla natural contra el viento cargado de rocas, añadiendo una sensación de aislamiento y protección al área.

—Es de esperar que los subordinados de Kurotsuchi ya estén al tanto de lo que ocurrió con esos dos vigías en el país de la Hierba —anuncia Deidara, mientras toma un trago de agua de su cantimplora—. Ya habrán informado a las tropas locales.

—Tiene sentido que así sea—asiente Autan, con el ceño fruncido tras su máscara. Ahora que el clima no es sofocante, vuelve a vestirla sobre el rostro.

—Alguien tendrá que hacer un reconocimiento para saber qué nos encontraremos —sugiere Sasori, con un tono de determinación. Mientras habla, el "monje" deja su equipaje en el suelo y comienza a sacar unas herramientas de los compartimentos—. No sé cuánta seguridad haya, pero estoy seguro de que no es nula y que cualquier sospecha será respondida con exageración.

—Si podemos hacerles llegar un mensaje a tus contactos locales para obtener una locación precisa, mejor aún, hm —añade Deidara, pensando en voz alta.

—Incluso si burlaras la seguridad, nuestros contactos no confiarán en tí si demuestras ser un marionetista—objeta el hombre de la Luna de inmediato—. Aprecio tu iniciativa, pero que seas tú el que se adentre por su cuenta es tan, o más arriesgado que la alternativa. Debería ser yo quien vaya y entregue el mensaje.

—Tú eres el que más buscan por aquí—repone Sasori con impaciencia—. Eres el miembro desaparecido en el sur, al que los vigías de la Roca estuvieron siguiendo el paso, ¿Es que no lo habías notado? —el hombre alto bufa molesto ante lo señalado—. Además, no te ofendas, pero careces de entrenamiento shinobi para evitar a los espías de Kurotsuchi. Eres parte de la milicia civil, un veterano de guerra, incluso, pero sólo eres un civil.

—Probaste tu punto—accede Autan con mal genio—. Dame un momento. Necesito redactar una carta…

—Antes de eso, ¿Puedes dibujar un mapa y decirme en dónde se encuentra el más capaz de tus contactos?—pregunta Deidara por su parte, como si la conversación anterior no hubiera tenido importancia.

El enmascarado asiente en respuesta.

—Entonces simplemente alejémonos de aquí—propone el renegado de la Roca, ganándose una mirada agria de su compañero pelirrojo—. Sólo dame el mapa y la carta cuando estemos en un lugar seguro. Tengo mis medios para hacer que el mensaje llegue sin ser visto.

—Pensé que había establecido que yo me encargaría de enviar el mensaje —inquiere Sasori, frunciendo el ceño.

—Estás asumiendo que no soy capaz de ser sigiloso, hm —responde el rubio con cierto aire confiado—. Pero te equivocas. Tengo lo que se necesita para hacerlo en un instante.

La palabra "instante" es pronunciada con un deleite que hace bufar a Sasori. Autan asiente a la alternativa y se retira a un sitio más plano y cómodo para escribir en papel.

Nadie discute otra palabra con Deidara. Esa misma noche, un ave, tan lejana a ser autóctona como a ser un ave real, sobrevuela el pueblo desde una distancia segura, dejando caer un mensaje por una chimenea apagada.

Un civil ciudadano de Nengli de perfil bajo, un hijo de la Luna que, convencido de que todos los líderes de su rebelión han caído, mantiene las cenizas de la revolución encendidas en la rutina de observar y tomar notas, se levanta en sigilo para leer las palabras de un nombre que creyó muerto.

Al día siguiente, después de enviado su mensaje, las ascuas presentes en otros rebeldes ocultos se convierten en un incendio invisible que se propaga entre los demás. Ahora, al "monje" solo le queda seguir a sus compañeros hasta la entrada de un sistema de cuevas, a unas seis horas de distancia del pueblo. Pese a no estar en las inmediaciones de la civilización, es claro que todo este valle está habitado, a diferencia del terreno fluvial que cruzaron antes. Deben moverse con mucho cuidado para evitar encuentros indeseados con la patrulla local.

—Pobres desafortunados —comenta Deidara en voz baja cuando el grupo se topa con dos cadáveres colgados en una horca improvisada levantada sobre un árbol.

Los cuerpos están desnudos, salvo por una tela raída que cubre sus entrepiernas. Sus cuencas vacías muestran signos de haber sido atacadas por aves carroñeras, y sus vientres abiertos parecen deshidratados, como si el agua de sus cuerpos hubiera sido extraída antes de su muerte. Un cartel está clavado entre las momias: "Esta es la justicia del Valle que caerá sobre quien ose seguir adelante." Una forma… bastante despiadada de advertir a los viajeros.

—¿Miembros de la resistencia? —pregunta Sasori con curiosidad, notando que el enmascarado no parece sorprendido por el hallazgo.

Los ojos de Autan son los de un hombre muerto en vida por un instante, antes de responder:

—O simples chivos expiatorios del Señor del Valle. Adelante. No podemos detenernos ahora.

La travesía continúa, y con ella, la expectativa del encuentro se vuelve palpable, al alcance de sus pasos. Más señales de violencia aparecen en el camino: montículos de tierra donde alguien yace sepultado, vendas sucias y restos de pergaminos. También hay redes rotas colgando de los árboles, pero todo queda atrás cuando llegan a la señal buscada.

La grieta en el suelo se abre como una puerta al inframundo, un laberinto natural donde cualquiera que entre sin guía o mapa terminaría perdido y eventualmente muerto por inanición. Autan lidera el avance, invitándolos a pasar con estrictas órdenes de hablar sólo en susurros y usar velas para iluminarse entre sí.

—Solo los hijos de la Luna saben moverse en este sistema. Esta es la única entrada y salida conocida. Allí adentro nos buscarán, y solo uno de los nuestros puede llegar allí y volver a la superficie con vida. Síganme, no se separen.

Sasori obedece, no sin antes dejar un hilo de chakra fino e invisible que le permita encontrar la salida en caso de que lo peor ocurra.

El descenso se realiza por unos escalones de piedra irregular, que desembocan en diez largos minutos más de descenso entre túneles con incontables bifurcaciones. El aire se vuelve un poco más pesado allí abajo, compensando la ligereza del oxígeno propia de la ladera del valle. Sasori, naturalmente, no advierte los cambios en el aire, a diferencia de sus compañeros.

Autan guía el paso entre los túneles hacia una lúgubre pero espaciosa caverna, donde el andar se detiene. Ahora sólo les queda esperar.

Armar campamento allí es incómodo, y el único agua disponible es el de las cantimploras. Sus provisiones son abundantes. Sus provisiones son abundantes, especialmente considerando que uno de ellos carga raciones que realmente no necesita. No hay conversaciones significativas esa noche, solo preparación.

En la segunda noche de espera, Deidara hace una señal a Sasori indicando que tienen compañía. Los lugareños hacen un buen trabajo al mimetizarse con las sombras, pero carecen de formación shinobi.

—¡Oye, Autan! Confirma que es de los tuyos y dile que estamos del mismo lado antes de que alguien haga algo estúpido, hm —ordena el rubio, poniéndose en guardia al instante.

—¿Autan? —susurra una voz masculina en medio de la oscuridad. Su acento al pronunciar el nombre de su escolta es distintivo del dialecto local: "Aó-tan". Sin lugar a dudas, se trata de un hijo de la Luna. El hombre avanza con pasos ligeros hasta que su silueta, bañada por la luz de las velas, queda frente a su compatriota.

Una pregunta se formula en el idioma nativo de los hijos de la Luna. Es un murmullo, pero el eco de la caverna asiste lo suficiente para que Sasori comprenda un "¿Qué hay de la gente de la Hierba? ¿No iban a enviarnos refuerzos?"

—Tao. Tranquilo. Estos son los refuerzos —responde Autan en la lengua común para calmar a sus acompañantes shinobi—. Dime, ¿estás solo? Tenemos que reunirnos todos para ponernos al día.

El tal Tao revela ser un hombre de unos cuarenta años. Su aspecto es el de alguien curtido por sus circunstancias: cicatrices en la cara, un ojo ciego, cabello castaño encanecido y contextura muy delgada, quizá un poco por debajo de su peso. Sin embargo, sus ojos se empañan de calidez y esperanza al abrazar a Autan, un gesto que limpia la desesperación de su porte.

—No queríamos enviar demasiadas personas a las cuevas y arriesgarnos a que nos descubrieran —habla Tao en una lengua común muy condimentada por su dialecto y pronunciación nativos—. Estamos en un campamento. Tenemos que ir con los demás ¡Estarán tan felices de verte!

El recién llegado informa a la comitiva de rescate sobre las circunstancias de la resistencia local. El grupo que espera por su ayuda está compuesto por civiles. Su entrenamiento en combate es escaso y, aquellos con experiencia real, son demasiado mayores para ser verdaderamente efectivos. Se encuentran mezclados entre la población local y, en los últimos meses, lo más subversivo que hicieron fue recolectar información y agachar la cabeza.

Dejando de lado la semántica de si es correcto o no llamar a esta actividad "resistencia"… es exactamente lo que un grupo tan limitado en recursos debería limitarse a hacer.

—Hicieron un buen trabajo —felicita Autan, ofreciéndole un poco de su cantimplora a su amigo.

—Solo obedecemos órdenes —replica Tao con modestia—. Feiju nos ordenó recolectar información y recursos para asistir en el día de su escape.

Sasori observa el escenario con cierta curiosidad. Ya sea por la causa o por el liderazgo, incluso ausente, de la figura a quien vienen a rescatar, el espíritu y la actitud de esta cultura en vías de extinción se mantienen fuertes.

Tao ahora guía al grupo de regreso a la superficie. Su conocimiento de lo subterráneo es superior al de Autan. No tarda en devolverlos arriba por un atajo más corto, por túneles escondidos en la oscuridad.

Allá afuera, el cielo comienza a clarear. El oscuro impoluto de la noche es reemplazado por tonos azul y celeste a medida que la hora del alba se acerca. En ese lugar del mundo, el amanecer ocurre un poco antes. Entre susurros y apenas iluminados por una lámpara encapuchada, el experimentado Tao guía al grupo por un sendero salvaje y oculto hasta un sumidero que, tras los siglos de erosión, ha cambiado de un lecho acuático a un terreno rocoso. La fuerte caída del terreno les sorprendería si no fuera porque Tao, su guía, ya les había informado sobre ella.

El sumidero seco se revela como un amplio cuenco natural, cuyas paredes rocosas se alzan abruptamente alrededor. La humedad del pasado ha dado paso a un paisaje árido, pero no desolado. El suelo está cubierto de piedras y grava, intercaladas con algunos arbustos resistentes y pequeños árboles que han logrado afianzarse en las grietas de la roca. La vegetación es escasa pero tenaz, con hierbas y arbustos dispersos que aportan un toque de verde en un entorno dominado por los tonos grises y marrones de la piedra.

Un silbido rítmico de Tao es respondido por otro que proviene de las profundidades del abismo. Tras recibir la señal, el guía asegura una cuerda a una roca previamente escogida e invita al grupo a descender.

La bajada no es muy larga. A unos cinco metros de profundidad, el grupo llega a un campamento escondido en la roca erosionada, adaptado para su uso con semanas de laborioso trabajo manual. Este campamento se presenta como un pequeño pero funcional asentamiento, una fortaleza improvisada en su entorno áspero. Al aterrizar sobre el suelo rocoso, se revelan varias áreas organizadas y equipadas para la vida cotidiana en este refugio subterráneo.

Aquí, la humedad residual de las rocas permite el cultivo de hongos comestibles en pequeñas plataformas de madera colocadas contra las paredes. Además, las paredes del sumidero han sido adaptadas para cultivar hierbas medicinales. Pequeños parches de tierra, cuidadosamente labrados y fertilizados, albergan en ellos plantas de importantes propiedades curativas.

La vegetación circundante dentro del sumidero, aunque escasa, incluye arbustos con bayas comestibles y hierbas aromáticas. Hay una zona designada para el secado y almacenamiento de estas hierbas, garantizando un suministro frecuente cuando sea necesario.

En el centro del asentamiento, una fogata en uso constante está rodeada por un círculo de piedras que la protege y sirve para cocinar y calentar. Alrededor de la fogata, se pueden ver varias ollas y utensilios de cocina que muestran signos de uso diario. Cerca, mesas rústicas hechas de troncos y tablas se utilizan para preparar alimentos y organizar suministros.

El suelo rocoso está cubierto con alfombras rudimentarias hechas de fibras entrelazadas, proporcionando una área relativamente cómoda para descansar. A un costado, hay varios sacos, cajas y mochilas que contienen raciones secas, conservas y agua embotellada. Estos suministros son esenciales para la supervivencia en un entorno tan remoto.

Las tiendas del campamento, de buena calidad y en colores opacos, están hechas de materiales aislantes que protegen del frío y de las inclemencias del tiempo.

Quince personas en total están allí reunidas una vez que el grupo aterriza sobre el suelo rocoso: trece hijos de la Luna, un shinobi traidor a su aldea, nacido en la potencia que los oprime, y un último ninja que, tras su falsa identidad, esconde ser el hombre más odiado de la ahora inexistente nación.

—La Luna vive —declara Autan, anunciando su regreso de un modo tan patriótico como acostumbrado.

Los presentes responden con el mismo canto, antes de abandonar sus puestos para acercarse a él de manera desorganizada. Algunos lo abrazan, otros toman su mano y otros se acercan cautelosos, aunque intrigados por sus acompañantes extranjeros.

Sasori se mantiene al margen del reencuentro, decidiendo dejar en manos de Autan la tarea de presentarlo ante la facción rebelde. Deidara, por su parte, no necesita asistencia alguna para hablar de sí mismo y de su experiencia en combate, ya que las dos mujeres de la resistencia, una joven y otra veterana, toman especial curiosidad por él y su historia. Es natural para su ex-compañero de Akatsuki fanfarronear sobre sí mismo.

—No hay motivos para desconfiar, señoritas —asegura el renegado de la Roca—. Odio al Tsuchikage tanto como ustedes al país que le da de comer. Golpear los intereses de uno afectará al otro.

—¿Y qué hay de tu amigo el monje? ¿Cuál es su interés en esto? —pregunta la mujer veterana. Aunque habla la lengua común con fluidez, su acento extranjero es más marcado y su tono de voz más áspero.

—Le debo mi vida —responde Sasori en su lugar. Aunque hasta ese momento ajeno a la interacción, su contestación capta de inmediato la atención de todos—. Y siempre pago mis deudas.

—Claro, sí —asiente Deidara al girarse de vuelta hacia las mujeres—. Un favor a cambio de otro favor. Él y yo nos conocemos desde hace tiempo, hm. Puedo confiar en que sus habilidades serán útiles en esta situación.

Sasori asiente en silencio, sin volver a pronunciarse. A pesar de las miradas que sigue percibiendo sobre él cuando Autan reúne a todos en la austera base rebelde, no le resulta difícil ignorarlas. Está más interesado en escuchar el informe de aquellos que tienen noticias del exterior.

Una mesa con un gran mapa y diversas anotaciones sobre ella reúne al grupo de Autan con un pequeño consejo militar. Dos de los expedicionarios en servicio, Tao y Li Jie, se encargan de informar a los recién llegados que la situación del grupo es delicada.

Luego del limitado seguimiento que pudieron hacer sobre la correspondencia entre los bandos involucrados, todo indica que los infiltrados entre los simpatizantes de la Hierba no solo informaron a la aldea de la Roca sobre la intención de contratar renegados, sino que también entregaron la ubicación de Feiyu a los hombres de Kurotsuchi. El líder fue capturado y llevado a un campo de trabajo junto con co-conspiradores, y otros criminales comunes.

Los aliados leales a la Hierba ya no podrán prestar apoyo directo a su causa, solo con dinero, y no en grandes cantidades hasta que solucionen su infestación de ratas.

—¿Sabemos algo sobre la cárcel en la que se encuentra?—pregunta Sasori.

—Es una cuna de rocas—responde Li Jie, con un dejo de amargura en su voz—. Se trata del final de una meseta, una vertical de piedra de casi mil metros de altura, con múltiples túneles mineros en su interior. Cuando el viento es lo suficientemente fuerte, arrastra las piedras que caen hacia el sur. A los pies de la meseta, más piedras desprendidas caen de manera intermitente... nadie que no sea un shinobi escaparía de allí vivo.

—¿Y por qué sería esto?—consulta Deidara.

—Porque los prisioneros están en lo alto, y la única forma segura de bajar son escalinatas y escaleras de cuerda fáciles de asegurar y bloquear. El terreno es traicionero para trepar, incluso para alguien acostumbrado—complementa Autan, reconociendo por la descripción el lugar donde se encuentra Feiyu.

—Sería fácil ver a alguien trepando o usando ninjutsu para subir por otra vía... tendremos que planear esto con cuidado, o habrá más muertos que rescatados—reflexiona el "monje"—. ¿Tenemos prisa para ejecutar el rescate?

—Les conviene mantener a Feiyu vivo como moneda de cambio. No creo que lo ejecuten en el corto plazo—añade Tao.

Autan toma el liderazgo ante la situación:

—Entonces, necesitaremos entre siete y diez días para hacer el reconocimiento de la zona, planificar, encontrar y seleccionar a los participantes del plan… Comiencen buscando voluntarios. Les informaremos qué habilidades necesitaremos según la vulnerabilidad que encontremos en la prisión.

Los dos artistas levantan una ceja ante la orden, pero no la contradicen. El tiempo indicado por Autan es razonable, y es importante para los locales que las decisiones y órdenes provengan de alguien en quien confían.

—¿De verdad creen que podremos rescatarlo sólo nosotros?—pregunta Li Jie antes de que los presentes se dispersen. Es un joven musculoso, pero su mirada parece apagada después de todo lo que presenció en su corta vida. Aunque no le falta carácter para tomar iniciativa, parece carecer del valor necesario para comprometerse plenamente con la causa.

Autan se acerca a él y pone una mano en su hombro antes de hablar.

—Ningún plan está libre de errores, pero por eso nos preparamos. Por eso traje ayuda calificada como la de mis compañeros de viaje—sonríe, intentando transmitir seguridad al joven—. Tienes que confiar. Si no encuentras motivación en ti mismo, hazlo por Feiyu. Somos la única esperanza que tiene.

Por la noche, Li Jie y Tao guían al dúo de artistas hasta los alrededores de la prisión, donde ambos realizan el reconocimiento del terreno y las inmediaciones. Durante el día, observan el objetivo a lo lejos con binoculares.

Tal como les fue descrito en la base, la meseta termina abruptamente en una gigantesca pared de roca que desciende varios cientos de metros hasta un valle en la planicie. El accidente tiene una altura aproximada de seiscientos metros, lo que la convierte en una formación imponente y casi vertical en sus bordes. El valle al pie de la altiplanicie es inhóspito; el suelo está cubierto de escombros y rocas que caen continuamente, arrastradas por el viento que barre la zona.

Cuando el viento se levanta con suficiente fuerza, arrastra las piedras erosionadas hacia el sur, formando un campo de escombros en el valle y sus alrededores. Este terreno accidentado y peligroso hace que la zona sea intransitable para cualquier tipo de movimiento migratorio humano.

El binocular especial de Deidara revela una construcción en la cima plana de la meseta. Los pobladores excavaron una serie de túneles en la roca madre, además de haber creado pasillos y pasarelas expuestas al aire para facilitar la ventilación de la mina. Aunque el viento contribuye a la erosión, la estructura de la prisión está bien adaptada al entorno.

La altiplanicie, convertida ahora en prisión, se organiza en múltiples niveles. Los prisioneros de mayor relevancia están ubicados en los niveles superiores. Escalar entre niveles es extremadamente arriesgado para quienes no tienen habilidades ninja, ya que el terreno escarpado y las pasarelas expuestas no ofrecen ninguna posibilidad de ocultamiento.

En efecto, la prisión resulta ser un fuerte bien planificado. Prácticamente inexpugnable para un civil. Además, con los shinobis entrenados que de seguro se esconden entre los guardias, el enfrentamiento directo sería un suicidio para un equipo que desee intentar un ataque frontal.

Esto presenta una oportunidad estratégica: al aislar los niveles mediante la manipulación de los pocos puntos de conexión, Deidara podría utilizar su técnica ninja para generar distracciones y crear brechas en la defensa. Esta táctica permitiría atrapar a los perseguidores dentro de la prisión misma, facilitando una retirada con ventaja.

Para evitar el terreno más peligroso del lado empinado de la meseta, el equipo decide que lo más sensato será moverse al lado opuesto, donde la inclinación es más suave y el viento sopla en dirección favorable. Este terreno menos escarpado fue adaptado como entrada y salida segura de los túneles, y proporciona una mejor oportunidad para maniobrar y abordar la prisión sin exponerse a los peligros inmediatos del valle.

Esta revelación lleva a los artistas a dividir las tareas. Deidara se encargará de generar distracciones y facilitar la retirada posterior, mientras que Sasori se ocupará de la infiltración y la extracción de los objetivos.

Si el objetivo fuera simplemente una masacre sin importar las consecuencias, no habría necesidad de planificación. Deidara y Sasori ya demostraron su capacidad al secuestrar un Jinchuriki de la aldea de la Arena y burlarse de la seguridad local. En esta misión, deberán utilizar todo su ingenio para evitar el peor escenario posible y asegurar el éxito.

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La noche previa a su regreso a la base de la resistencia, el austero campamento levantado entre las rocas más recónditas de la planicie que rodea la prisión se mantiene en vigilia. Li Jie y Tao, ya acostumbrados a la rutina durante sus salidas expedicionarias, toman turnos de guardia nocturna mientras el otro descansa arropado en mantas junto al fuego.

El campamento está dispuesto en un pequeño hundimiento del terreno, protegido por un círculo de árboles de hojas perennes y el depósito de piedras erosionadas que forman una especie de muro natural. Este escondite rudimentario, aunque no ofrece gran comodidad, es estratégico: desde el punto de vista de la prisión, se asemeja a una mota en el horizonte, una presencia casi invisible donde la vegetación autóctona comienza a reponerse tras el agresivo clima.

Sasori, observando desde un rincón discreto, no puede evitar reconocer la competencia de los rebeldes en el arte de esconderse. Aunque el campamento es simple, el sigilo y la eficacia con la que montan su base lo impresionan. La vigilancia es rigurosa y los movimientos de Li Jie y Tao son metódicos, una prueba más de su destreza para operar en estas condiciones difíciles.

Mientras el viento nocturno susurra entre las ramas y el fuego crepita suavemente, el marionetista repasa mentalmente los detalles del plan. Cada elemento debe encajar perfectamente para garantizar el éxito de la misión. La noche parece interminable, pero la calma que envuelve el campamento es reconfortante, un contraste con la tensión que se avecina.

Deidara, por su parte, está sentado sobre una roca circundante de cima plana, que sobresale entre las ramas. Su posición elevada sobre el campamento le permite escudriñar la pared de roca objetivo a lo lejos. Lleva la túnica de viaje proporcionada por la resistencia, con la capucha oscura cubriéndole la cabeza. Su mano izquierda ajusta el binocular sobre su ojo, ampliando cada detalle del paisaje con la precisión de un artista que se prepara para su próxima creación.

El muchacho no se inmuta en su tarea cuando su ex-compañero de Akatsuki, ataviado con la misma túnica negra de la resistencia, sube a la roca junto a él.

—Esta noche no estás bebiendo o roncando—comenta el pelirrojo, antes de tomar asiento a su lado. La seriedad de su tono resuena con la necesidad del momento.

—Pues, tengo que hacer explosiones que solo maten a personas irrelevantes y que puedan causar derrumbes controlados… No es mi estilo—responde Deidara, apenas conteniendo su entusiasmo—. ¡Es un buen desafío, hm!... Solo es un dolor de cabeza preparar las obras correctas para la próxima misión.

Es ahora cuando Sasori se percata de que Deidara tiene la mano derecha oculta dentro de su túnica.

"Por supuesto… trabajando de incógnito."

—¿Se puede conversar, o necesitas concentrarte? —pregunta con un respeto que hubiera sido extraño para Deidara, si no fuera por todos los días que llevan viajando juntos.

—Te avisaría si necesitara la soledad, senpai. ¿Qué pasó?

La solicitud de un intercambio informal le despierta cierto interés, quizás reconociendo que ya pasó suficiente tiempo esta noche observando los movimientos de las antorchas a la distancia.

—Pues…—retoma el marionetista—. Se me ocurrió que no termino de entender por qué sigues… trabajando donde trabajas.

La pregunta de su amada que nunca fue respondida sigue en su mente. Aquella vez en que Sakura le preguntó por qué Deidara no había fingido su muerte y desertado de la organización que lo reclutó contra su voluntad. Sasori no tenía la información para responder esa duda, y sería una lástima desaprovechar la oportunidad cuando la tiene enfrente.

—Oh…—la pregunta toma por sorpresa al muchacho rubio, y se gira hacia él con una ceja alzada—. ¿Es eso una invitación a tu sitio actual de empleo, hm?

—Oh, no, no… no creo que seas compatible con mis actuales compañeros—niega Sasori, conteniendo una risita ante la inesperada reacción—. Solo curiosidad profesional. Después de todo, me cuesta pensar qué es lo que ellos pueden ofrecerte que no puedas obtener por tu cuenta. Más ahora que ya tienes una decisión sobre qué es lo que piensas… hacer con tu vida—el pelirrojo alude al letal camino de su compañero con formalidad.

—¿Y por qué estás en tu lugar de empleo si no pueden ofrecerte nada que tú no puedas obtener por tu cuenta?—contesta Deidara en evasiva, sin dejar de prestar atención al moldeado de sus obras que realiza por debajo de su túnica.

—Lo dedujiste anteriormente. Tengo una musa.

—Efectivamente. Yo también. La mía también está en mi lugar de empleo—una sonrisa de confianza en sí mismo acompaña sus palabras—. No somos tan distintos, hm.

—¿En serio? ¿Quién…?

—Estabas el día en que me reclutaron—el artista de lo efímero lo interrumpe—. No me uní por perder un combate. Me uní por lo que vi en él…

—¿En serio? ¿Él? —el pelirrojo adopta una mueca sutil de perplejidad al comprender que su compañero se refiere a Itachi Uchiha.

—Pasé años tratando de crear algo que se compare en belleza a ese momento… Por mucho tiempo fue una obsesión. La clase de cosa que quita el sueño, pero ya no más… Encontré la forma. La obra definitiva para poner un punto final… Ahora es cuestión de encontrar el momento. Lo sabré cuando llegue—Deidara toma un instante tras hablar tan alegremente de su propia muerte—. Pero ahora es mi turno de preguntar algo porque sé muy bien que a ti no te duele la cabeza nunca. ¿Qué pasó ese día? Tú sabes, verte paralizado, aunque sea por momentos, no es algo normal. Suena como algo que debería saber si vamos a trabajar juntos de nuevo.

Así como así, Deidara cambia súbitamente el tema. Es solo justo que ahora sea él quien pregunta, y es verdad que aquel incidente es tan raro como alarmante desde su perspectiva.

—Versión corta…—Sasori considera por un instante antes de decidir sus palabras, palabras que son emitidas en un susurro como el del viento—. Pasé demasiado cerca de morir, y las alucinaciones de agonía tenían una noche en el País de la Luna como protagonista. No fue bonito.

—¿Tan mala fue la experiencia?—pregunta Deidara, sin dar indicación de que esté pensando en otra ocasión distinta de su última misión juntos como compañeros de Akatsuki.

—La verdad es que sí—se sincera el pelirrojo con un suspiro—. Es la primera vez que esas memorias me detienen en… digamos que un buen tiempo. No ocurre en combate. Eso es lo que importa. Solo ocurre cuando no creo estar en situación de peligro o alerta.

Un instante de silencio prolongado se instala entre ellos, donde parecen sobrar las simpatías. Solo se quedan mirando el horizonte, a la prisión que los espera más adelante.

—Eso no pasaría si murieras en una explosión ¿Sabes? No hay agonía en ese caso—bromea el rubio una última vez, con una sonrisa maliciosa al artista de lo eterno.

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Siete días para el asalto. El grupo está en un momento crucial de la planificación y preparación, moviéndose con propósito hacia el destino que está designado para el ataque. Los preparativos se intensifican, y la tensión se hace palpable mientras cada detalle se ajusta antes del inminente enfrentamiento.

Sasori y Autan, apartados del campamento y de la luz de las llamas, continúan su conversación en el crepúsculo que tiñe el paisaje con tonos rojizos. La luminosidad natural resalta las facciones tranquilas del hijo de la Luna y el cabello rojo sangre del ex-Akatsuki, dándole a la escena un aire de solemnidad.

—Autan, el plan está tomando forma. Es tiempo de escoger a aquellos que participarán en el asalto —habla el "monje" con determinación.

—Yo estaré presente —responde Autan, su tono sereno reflejando una fe inquebrantable en la causa.

—No me imaginé otra cosa. Dime algo. ¿Tienes dentro de los rebeldes a alguien que esté activamente siendo buscado para su captura? De preferencia, si hay de dos a tres nombres de gente que la Tierra quiera dentro de la prisión.

—Sí… me imagino que los deseas usar como carnada. ¿Estoy en lo correcto?

—Quiero capturarlos y ofrecerlos a las autoridades de la prisión —aclara Sasori—. Creo que la mejor manera de infiltrar a aquellos que van a identificar a nuestras marcas, y convencerlas de que nos sigan en medio de las explosiones, es que entren sin violencia ni sospecha.

—¿Explosiones? —pregunta Autan, con una pizca de inquietud.

—Eso lo explicará mi compañero —Sasori desecha el tema con confianza.

—Seguro… —acepta Autan, sin insistir más sobre los detalles—. De todas formas, no cualquiera está autorizado a llevar prisioneros. Tendríamos que hacernos pasar por alguien del ejército de la Tierra o un shinobi de la Roca.

—Estoy seguro de que alguno de tus compañeros perseguidos debe conocer el aspecto y nombre de alguno de los enemigos que los quieren capturados. Puedo darle a ese individuo una visita para tomar prestada su forma —explica "Nishi" con una sutil sonrisa enigmática.

—¿Puedes cambiar tu aspecto y forma?

—No, pero una de mis marionetas sí —responde Sasori con una actitud que refleja una mezcla de seguridad y desafío.

Autan lo mira con desconfianza, pero Sasori lo tranquiliza con su lógica:

—Este arte está al servicio de tu causa ahora. En el pasado se usó esa herramienta en contra de tu nación. Hoy está de tu lado. Tu reticencia a usarla es igual de estúpida a que si te decidieras a vivir desnudo porque tus enemigos usan ropa —una pequeña grieta en la fachada de formalidad de Sasori se deja ver antes de que recupere su papel de monje—. Hasta un monje tiene límites de paciencia. Tráeme a esos nombres. Quiero saber a quién debo personificar.

—Creo que sería más eficiente tenderle una emboscada —propone Autan—. Entiendo que no quieras usar a nuestra gente como carnada en el asalto a la prisión, pero sí podemos usarlos para atraer a las autoridades. Así podrías tener acceso directo a algún cuerpo para impersonar… Además, varios aquí queremos cobrar venganza por el tiempo que nos tienen huyendo.

La idea del hijo de la Luna hace sonreír a Sasori.

—Bien por mí, pero matarlo es su decisión, no la mía. Lo inmovilizaré, lo estudiaré, y a partir de ese momento, el destino del pobre bastardo está en sus manos.

Siete días para el asalto.

La preparación está en su punto álgido. Los jóvenes rebeldes, a menudo descritos con un entusiasmo crudo más que con una estrategia pulida, están inmersos en los últimos preparativos. El campamento bulle con actividad y expectativa, cada miembro asumiendo su papel en esta operación que podría cambiar el destino del valle y su gente.

Sasori observa a su alrededor, reflexionando sobre la singularidad de esta situación. La visión del campamento en caos ordenado y el fervor de los jóvenes luchadores contrastan con su propia experiencia y meticuloso proceder. Este grupo, en su mayor parte desorganizado, se aferra a una convicción profunda que, aunque cuestionable en términos de efectividad, tiene una fuerza intrínseca que no puede ser ignorada.

El país de la Luna lleva tiempo sin existir como tal. El propio Sasori lo arrasó bajo las órdenes de la Serpiente, en una hazaña monumental de su pasado. Aquella operación no solo fue una manifestación de su poder, sino también una declaración de intenciones. A través de esa conquista, el que sólo era una joven promesa en la técnica del marionetismo demostró sus capacidades como ninja de élite.

"Para mí sólo era un trabajo más, el trabajo que me dio la confianza de ir a buscar al Kazekage para añadirlo a mi colección."

Ese conflicto fue la pieza clave que puso fin a la soberanía de un país, enviando el mensaje de que no había posibilidad alguna de independencia frente a la gran potencia ninja del norte. Un mensaje falso, por supuesto; el país de la Tierra no tenía los recursos para imponer tal devastación sobre una región rebelde. Honestamente, la Serpiente tampoco tenía los medios para costear el espectáculo que el marionetista les proporcionó. En aquel momento, nadie sabía de lo que él era capaz, ni siquiera él mismo. La conquista del país de la Luna fue una prueba de concepto que nunca se repitió.

La imagen de Zhisi-Den, la esplendorosa capital, ardiendo, aún persiste en su memoria: cuerpos cubiertos de hollín, gritos de terror, el fuego arrasando la tierra, el rojo del óxido corrompiendo el blanco impoluto de los edificios, y una bandana ensangrentada reflejando el horror que él había desatado. Las promesas de venganza de un fantasma de fuego y ceniza quedaron grabadas en su mente, como un recordatorio de las consecuencias de sus crímenes.

A pesar del paso del tiempo y los cambios en las circunstancias, Sasori no puede negar que el eco de esos eventos resuena en él como nunca antes lo había hecho. Su confrontación con la muerte lo llevó a una introspección que no creía posible experimentar. Desde entonces, no puede decir que está en paz con sus acciones.

Un efecto colateral de estas acciones pasadas es algo que no esperaba encontrar aquí. La resistencia de la gente de la Luna, no solo los rebeldes, sino todos; esa suerte de callada rebelión por parte de una cultura que lucha contra su extinción, a pesar de que su país de origen ya no exista como tal... Una voluntad de preservarse en la eternidad a pesar del fin.

Existe belleza en esto. Existe una parte de sí mismo que se encuentra conflictuada al saber que, en unos días, estará favoreciendo al país de la Tierra con sus servicios. A los conquistadores de la Luna.

"Nada de lo que la Tierra haga podría poner fin a esta voluntad."

Ahora mismo, esa voluntad colectiva toma la forma de una justificada sed de venganza que, por suerte para la misión, se encuentra dirigida a un cazarrecompensas al servicio de la Tierra.

El plan de captura es básico pero funcional. Saburo, el mercenario a sueldo que capturó a Feiyu, recibe información de un campesino del valle que se hace pasar por un traidor dispuesto a vender a sus compañeros. Este campesino, actuando bajo las órdenes de los rebeldes, diseña una estrategia astuta para engañar a Saburo. Conociendo la naturaleza paranoica del mercenario, el aldeano utiliza la ventana de tiempo que le proporcionan Autan y "Nishi" mientras viajan de regreso a Nengli, para diseminar rumores específicos entre los lugareños sobre una supuesta traición interna. La información que ofrece al mercenario es convincente: un supuesto escondite de los rebeldes, donde podría capturar a varios de ellos al mismo tiempo.

Para conseguir solo la presencia de Saburo, el plan es diseñado para aprovechar una debilidad estratégica en la organización del mercenario. El hombre, conocido por su estilo individualista y su tendencia a actuar por cuenta propia, decide emprender la misión en solitario, confiado en su habilidad para enfrentar cualquier amenaza. La información del campesino llega en un momento en que Saburo se encuentra impaciente por demostrar su valor ante el Señor del Valle y su capacidad para obtener resultados de forma rápida. Además, el mercenario recibe instrucciones de mantener un perfil bajo mientras realiza esta operación, evitando llamar la atención sobre su presencia para no alertar a posibles co-conspiradores.

El lugar señalado por el campesino no está a más de veinte minutos de la base de la milicia local. Es un vecindario agreste con chozas de madera y corrales de ganado, un punto diseñado para parecer un objetivo fácil y sin peligro. La intención es que Saburo se sienta lo suficientemente seguro como para bajar la guardia.

Desde lo alto, acostado boca abajo sobre un tejado, Sasori observa la llegada de su objetivo. La marioneta de cuatro brazos que controla desciende en picada hacia Saburo, lanzando ataques aéreos para distraerlo. Saburo, aunque es un combatiente formidable, está tan centrado en la supuesta amenaza que no percibe inmediatamente la presencia de Sasori. La distracción del aldeano logra su propósito: la información falsa y la suposición de una trampa menor llevan al mercenario directamente al terreno de juego de Sasori.

Cuando el hombre se enfrenta a los filos arrojadizos lanzados desde el tejado, Sasori ya desapareció de su vista. En su lugar queda solo la marioneta en el aire, movida por hilos invisibles que ocultan la posición de su controlador. La habilidad de Sasori para manipular la marioneta con precisión y su conocimiento del terreno le permiten mantener su ventaja estratégica.

Los cuatro brazos de la marioneta atacan sin tregua los dos brazos de Saburo, quien utiliza su espada tachi en un intento desesperado de crear un hueco en la defensa contraria. El enfrentamiento es ágil y rápido, claramente superior a las habilidades de los shinobi en entrenamiento.

La estrategia del ex-Akatsuki se intensifica cuando su marioneta abre la boca, disparando de su interior una serie de finos y mortales proyectiles hacia el cuello y el tórax del mercenario. La distracción creada por su herramienta, junto con el impacto de las agujas senbon envenenadas, le permite al marionetista acercarse por detrás y asfixiar al mercenario. A simple vista, Saburo parece ser asfixiado, pero el verdadero golpe de gracia proviene de los químicos inyectados en su organismo, que lo hacen cada vez más vulnerable a medida que pasa el tiempo.

Sin mucha ceremonia, el grupo de Sasori lo traslada a un lugar apartado mientras los lugareños limpian la escena del crimen y apaciguan a las fuerzas del orden de la Tierra presentes en los alrededores. Se refugian en un ala del bosque, no muy lejos de donde yacen colgados los cadáveres disecados de civiles ejecutados por Saburo y sus secuaces. Trabajar con locales tiene sus ventajas; conocen el terreno mejor que nadie.

Una media hora con el sujeto inconsciente es suficiente para que "Nishi" grabe en su memoria el rostro que debe replicar. Los ojos ámbar lo examinan de cerca durante unos diez minutos, el "monje" en cuclillas frente a él. El País de la Tierra es vasto. Este individuo, con rasgos duros y piel curtida por el viento, parece provenir de uno de los suburbios costeros, en el extremo este del continente.

Un par de patadas en los pies despiertan a Saburo. Lo que sigue es una media hora de intentos de conversación con el cautivo, quien, bajo los efectos de las drogas, solo balbucea palabras incomprensibles. Los acompañantes de Sasori no pueden evitar burlarse de él, llamándolo con nombres indecorosos y riéndose de su incapacidad para articular una frase coherente. A veces parece desorientado, otras veces infantil, y en otras ocasiones intenta maldecirlos. No es el estado ideal para estudiar en profundidad sus expresiones faciales o su tono de voz.

—No sé qué le diste al pobre bastardo, pero lo dejaste hecho un desastre—ríe Autan a su lado, evidentemente sin poder sentir lástima por uno de sus adversarios más despiadados.

Sasori no responde, simplemente frunce el ceño al notar que los campesinos rodean al drogado Saburo, acaparando su atención.

—Suficiente. Están interrumpiendo la parte más importante del plan—sentencia el pelirrojo, abriéndose paso entre los jóvenes del pueblo para poder volver a enfrentarse al cautivo.

Mientras Autan se encarga de apartar al grupo de campesinos, Sasori se inclina sobre el mercenario que yace postrado contra un viejo árbol. Saburo, reconociendo al titiritero, lo mira con odio, sus ojos destilando una mezcla de furia y desdén.

—Mal…dito… Te haré… ahorcar…—maldice con la mandíbula aún adormecida, mientras Sasori lo observa desde arriba, como quien examina un insecto bajo un microscopio.

—Sí, sí, me vas a ahorcar—responde Sasori con tono burlón—. ¿Tú y quién más?

—El… señor del… falle… tengo sus tropas… a mi disposición—responde el furioso mercenario, escupiendo saliva con cada palabra, su discurso incoherente debido a los efectos de las drogas.

—¿Eso es lo mejor que tienes?—se burla el "monje", tomando nota de las sutilezas en su manera de hablar y en la tonalidad que lentamente emerge entre los balbuceos—. Vamos, sorpréndeme. Después de venir desde tan lejos, me merezco algo mejor.

—Tú no sabes… con quién te enfrentas… estúpido marionetista—replica Saburo, finalmente logrando un tono que Sasori puede utilizar para su imitación.

Eso por fin se asemeja a algo que Sasori puede incorporar a su caracterización de este individuo. A partir de ahí, sus palabras comienzan a sonar más coherentes. El intercambio de provocaciones entre ambos sigue por minutos ininterrumpidos, hasta que el renegado se da por satisfecho.

La imitación del sujeto no será perfecta, pero será suficiente para las interacciones limitadas que Sasori tendrá que manejar al hacerse pasar por él.

Una vez satisfecho, se aparta del mercenario y deja que el grupo de airosos campesinos se acerque de vuelta a él como una manada de aves carroñeras. Espera que la gente de la Luna tome su tiempo para asegurarse de que la muerte del prisionero sea lo suficientemente cruel.

No está equivocado. No del todo, al menos.

Gemidos ahogados por una mordaza y sonidos de impactos amortiguados resuenan en la noche, a unos pasos de la escena de venganza. Separados del grupo y lo suficientemente alejados para no ver la tortura pero no para silenciar sus sonidos, se encuentran Autan y el falso monje.

—¿No vas a tomar tu turno?—pregunta Sasori con curiosidad genuina.

—Tengo ganas…—responde Autan, con una nota de veneno en la voz que refleja una verdad amarga.

Sasori se pregunta qué lo detiene, pero decide no insistir. No quiere presionar su suerte.

El gemido del mercenario se transforma en sollozos, su resistencia quebrada.

—No veo cómo un acto así avanza nuestra causa…—dice Autan, con un suspiro que refleja una mezcla de resignación y comprensión—, pero entiendo que estos campesinos han pasado meses horribles bajo su yugo, perdiendo amigos y familiares. Les corresponde desahogarse.

—Por lo poco que vale mi opinión… Creo que decidir a pesar del rencor es más admirable que no tener rencor al momento de decidir—comenta el "monje" con una perspectiva que, aunque fría, refleja una verdad cruda.

Autan levanta la mirada y la vuelve a posar en él, incapaz de reconocer en Nishi al hombre cuya fría determinación lo llevaría a la tortura.

—Tienes razón… no estoy actuando—piensa en voz alta el hijo de la Luna, interpretando las palabras ajenas de una manera inesperada.

Autan gira y se dirige nuevamente hacia el grupo de campesinos, con pasos firmes y resueltos. Sasori lo sigue en silencio, notando que el aspecto del enmascarado refleja una decisión meditada y firme.

—Es suficiente—declara Autan con autoridad frente a los campesinos—. Xin Zetian. Su muerte nos guía. La muerte de esta escoria la honra.

Autan se adelanta, quedando frente al mercenario que yace en el suelo, respirando con dificultad y apenas consciente. Con un gesto decidido, presiona la garganta expuesta del agonizante con su pie, sofocándolo sin ceremonias, sin piedad, y sin crueldad innecesaria.

—Limpien la evidencia—ordena el enmascarado—. Tenemos que deshacernos del cuerpo.

La orden es acatada sin demoras. Nadie emite un comentario.

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A dos días del asalto, los artistas se reúnen de nuevo en el campamento de vigilancia establecido cerca de la prisión.

Deidara había regresado por su propia decisión, acompañando a los dos exploradores de la resistencia en su misión fuera de la base. Tao y Li Jie llevan ya dos días en este puesto avanzado, ayudando al renegado de la Roca a hacer un estudio topográfico del terreno y vigilando la prisión mientras esperan el momento del ataque.

Casi al anochecer, Sasori llega a ellos con provisiones adicionales.

— ¡¿Es ese pastel de arroz?! —exclama Deidara sorprendido al ver el paquete cuidadosamente envuelto que Sasori saca de su bolsa de provisiones.

—Lo hicieron en la base. Una de las chicas me lo dio para apoyar a quienes arriesgan sus vidas. La joven de las pecas—explica Sasori sin darle mayor importancia, mientras su compañero desenvuelve el envoltorio con impaciencia. El pastel está aún caliente; el vapor se hace visible en la penumbra. La masa dorada y crujiente está decorada con corazones de glasé amarillo, evidenciando el esmero de la muchacha—. Ella preguntó específicamente por Li Jie.

El joven aludido levanta la mirada mientras disfruta del tentempié.

—Mhm… está delicioso—murmura Li Jie con satisfacción, sin esperar para darle otra mordida. Un sonrojo se hace presente en su, hasta ese momento, serio y sombrío semblante—. Bendita Jun.

—Cuando termines esta misión, no desperdicies tu oportunidad con ella, hm—provoca Deidara, mordisqueando su propio pastel con entusiasmo. El joven expedicionario Li Jie se sonroja aún más ante esto, y su respuesta es casi atragantarse con migas de pastel.

Después de una sustanciosa cena alrededor de la fogata, Sasori acompaña al artista efímero a su puesto sobre la roca, desde donde vigilan los movimientos de la prisión.

Por un rato, ambos observan con binoculares los movimientos de las antorchas en el muro de piedra, asegurándose de que las patrullas no hayan cambiado.

—Muy bien, Deidara… es hora de alimentar tu ego—anuncia finalmente con un tono misterioso.

—¿Listo para admitir la derrota?—se burla Deidara.

—Estoy listo para reconocer que hay algo en tu técnica que me gustaría entender—revela Sasori—. De hecho, me gustaría replicar.

Los ojos azules del muchacho se abren como platos por la sorpresa y el brillo en ellos, por momentos, parece eclipsar el de la luna.

—No… no son las explosiones. Es el cambio de tamaño y peso del material—responde Sasori, y la cara del renegado de la Roca se convierte en una mueca de decepción al oírlo—. Considero que cargar pergaminos constantemente es problemático, y no creo que en el futuro pueda tener depósitos seguros para marionetas de tamaño estándar para invocarlas cuando lo desee. Ya no tengo una organización detrás mío, no una en la que confíe lo suficiente. Ya perdí una colección.

—¿Sabes que estás concediendo la victoria, senpai? Porque eso es arte efímero—insiste el Akatsuki con una sonrisa de nuevo instalada en su rostro, intentando sacar provecho de una situación única.

—No explota. No deja de existir. No es efímero—replica Sasori, imperturbable.

—Si haces una marioneta pequeña, su versión grande será temporal, así que su versión final es efímera.

—Voy a hacer herramientas que cambian de tamaño, no arte.

—Eso no te lo crees ni tú—Deidara lo desafía—. No podrás resistirte, harás marionetas. Y no podrás hacerlas a medias, así que terminarás haciendo arte. Arte cuya manifestación completa será efímera. Así que estás aceptando la derrota.

—Excepto que estas están hechas para perdurar en el tiempo—Sasori se ve acorralado y se nota en la velocidad de su respuesta.

—La versión pequeña, quizá. La versión grande es definitivamente temporal.

—¿Puedes ayudarme o no? —Sasori frunce el ceño con un toque del mal genio que solía esbozar antes.

—¿Puedes admitir la derrota? — lo provoca Deidara una última vez antes de ceder—. Puedo explicarte las bases… pero la técnica está pensada para arcilla en estado húmedo… no podría hacerse con cerámica o arcilla seca, hm.

—Las bases serán suficientes para que comience a desarrollar una teoría. Recuerda con quién estás hablando—Sasori señala su núcleo con orgullo.

Deidara no es precisamente un buen comunicador. Sus explicaciones sobre los detalles de sus técnicas contienen muchas onomatopeyas, propias de alguien muy joven. Le lleva tiempo hacerse entender. Definitivamente es un prodigio en su área, pero a la hora de explicar, podría haber perdido tres o cuatro horas más, de no ser por las preguntas puntuales de Sasori que ayudan a enfocar la explicación.

—Así que, si lo piensas lo suficiente, el cambio de tamaño se trata de cambiar el volumen de agua en la estatuilla. Es un uso del elemento agua.

—Extraño…—comenta el pelirrojo—. La verdad es que hubiese apostado que tu técnica estaba basada en el elemento tierra.

—Las explosiones lo son. Y como debo enfocarme en ellas, prefiero que el elemento tierra esté dedicado a crear un "¡BOOM!" satisfactorio. El tamaño es sólo una conveniencia para llevar la explosión a su lugar.

Sasori no puede evitar sonreír al escuchar a su compañero hablar con tanta pasión.

"¿Cómo puede alguien tan apasionado con la vida correr con el mismo entusiasmo hacia la muerte?"

—Ya veo… En serio, esta técnica es inútil para materiales secos… pero eso podría modificarse con tiempo y experimentos… ¿Quizá se podrían aplicar los mismos principios al elemento tierra para cambiar el tamaño del material en sí mismo, en lugar de la humedad en este?—indaga el renegado de la Arena, volviendo a centrarse en los aspectos técnicos.

—Quizá sea posible… aunque las técnicas de un elemento no se transfieren fácilmente a otro, hm.

—Tengo todo el tiempo del mundo para encontrar una manera complicada de hacerlo… y cuando lo logre, una parte de ti vivirá para siempre—Sasori se burla en represalia por las mil bromas y onomatopeyas recibidas durante la explicación.

—Creo que no me molestaría eso… ¿Empate?—propone Deidara con tranquilidad, mirando al suelo con una expresión que solo muestra cuando habla de su propia muerte en términos artísticos.

Esto sorprende un poco al ex-Akatsuki. Estaba preparado para que su compañero, y rival en el arte, le pidiera que dejara de perseguir la técnica y permitiera que ésta fuera tan efímera como su creador. Y, de hecho, si se lo hubiera pedido, por respeto a su concepción del arte, hubiera accedido.

No necesita ver a Deidara al borde de la muerte para conocer el rostro y la voluntad que mostrará en ese momento.

"No, esto no es lo mismo que la voluntad de seguir viviendo presente en Sakura; no es lo mismo que la voluntad que lleva valores y lecciones desde un presente efímero a un futuro perdurable… Esta es una voluntad inquebrantable dedicada a desaparecer por el valor de la desaparición en sí misma. ¿Cómo no respetar tamaña convicción?"

Aquí, bajo la luz de la luna, en un momento tan fugaz como significativo, Sasori de la Arena Roja puede admitirlo una única vez:

—No… tú ganas. Eso no significa que comparta tu concepción del arte. Solo que tienes razón. El arte es efímero.

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El momento de la verdad llega en una noche de tormenta. El clima adverso, con el viento levantando polvo y rocas del acantilado, hace que el tránsito sea peligroso y, por tanto, reduce las posibilidades de una persecución exitosa.

Deidara no está con el grupo de infiltración. Tras días de arduo trabajo, el Akatsuki se encuentra abastecido con nuevas pequeñas figuras de arcilla, modeladas con la paciencia de un artesano y la precisión de un experto en demoliciones. Su rol en el plan es crítico, aunque alejado de la acción principal.

En un principio, el ansia de probar su habilidad lo hace resentir la tarea. Las misiones de rescate no pueden ser resueltas con una gigantesca obra de destrucción. En este caso, es crucial no dañar la estructura de la prisión. No obstante, con el avance de la misión, Deidara encuentra un nuevo aprecio por el trabajo que está realizando. Se ve a sí mismo como el maestro de orquesta de una sinfonía efímera, componiendo no con sonidos, sino con explosiones, cada una contribuyendo a una obra que sólo los presentes tendrán el privilegio de presenciar.

Hoy es la noche mágica, la noche en que pone a prueba su talento. Gloriosos minutos de belleza en donde docenas de explosiones compondrán una sinfonía que sólo los presentes tendrán la dicha de presenciar.

En las últimas horas de luz, Sasori es escoltado hacia el territorio enemigo con los aparentes prisioneros de la rebelión. Su captor, el mercenario Saburo, es en realidad una de sus marionetas, disfrazada y camuflada con un jutsu de transformación. Este disfraz es lo suficientemente convincente como para engañar a los ojos no entrenados; una simple disipación de genjutsu no sería suficiente para exponer el engaño. Para eso, tendrían que dañar la capa superficial de cerámica de la marioneta, un truco que todo marionetista aprende tras dominar los hilos de chakra.

El viento levanta una polvareda intensa mientras la comitiva llega ante el guardia de la entrada.

—¡Identifíquense!—exclama el hombre.

—Saburo. Vengo del pueblo de Nengli—responde el recién llegado—. Tengo nuevos prisioneros para las minas. La tormenta me impidió enviar un mensaje para advertir de mi llegada.

El guardia lo examina con atención. Reconoce entre los capturados a Tao, pero su mirada se detiene un momento más en el joven pelirrojo de aire extranjero.

— ¿Y ese? —pregunta con desdén.

—El ratón extranjero que buscaba la Dama de Rojo—sonríe el mercenario—. El señor del Valle no quería tomar una decisión sin consultarlo con el Tsuchikage. Consideró que traerlo lo más pronto posible era lo más seguro.

—Se ve claramente extranjero—opina el guardia, antes de moverse al costado y permitir el paso de "Saburo".

Adelante, en el lado menos empinado de la meseta, se erige la entrada a la mina; una fortaleza imponente y robusta, tallada directamente en la piedra madre de la gigantesca altiplanicie. La estructura, construida para resistir los elementos y el tiempo, destaca bajo la tormentosa noche. Los muros de piedra son gruesos y sólidos, reforzados con vigas de acero. Las compuertas delanteras, adornadas con emblemas del país de la Tierra, son pesadas construcciones talladas en madera de roble. Dos guardias, con armaduras metálicas que reflejan el débil resplandor de las lámparas, están apostados a ambos lados de la entrada. Sus máscaras de hierro ocultan sus rasgos, y sus posturas rígidas y miradas implacables denotan una vigilancia constante y profesional. Cada uno lleva una lanza y un conjunto de kunais, listos para intervenir al menor indicio de amenaza.

El guardia que se acercó para interceptar primero al mercenario levanta la mano, señalando a los otros dos para que le abran las puertas. El gesto es firme y preciso, como si el procedimiento estuviera meticulosamente ensayado. Los guardias despejan el camino, dando el paso libre a "Saburo". La tormenta ruge en el exterior, el viento arrastra la lluvia y el trueno retumba en el cielo, mientras el eco de la noche se filtra a través de las rendijas de la estructura, creando una atmósfera inquietante.

Sasori y Autan sienten la atención de los vigías desde los pisos superiores de la fortaleza, que observan cada movimiento en el área con ojos afilados. Es evidente que algún guardia está intentando disipar un posible genjutsu a la distancia por motivos de seguridad, pero la marioneta de Sasori, disfrazada y cuidadosamente camuflada, sigue sin revelar su verdadera identidad ante ellos.

Al cruzar las compuertas, entran en un amplio y lúgubre vestíbulo, cuyos muros también están tallados en piedra sólida. La iluminación es tenue, proporcionada por lámparas que parpadean en los apliques de hierro en las paredes, proyectando sombras danzantes que parecen moverse con la tormenta exterior. El aire es frío y seco, cargado con el aroma de tierra y piedra húmeda.

El interior de la fortaleza parece un laberinto de pasillos amplios y cámaras funcionales. A lo largo de su recorrido, Sasori, Autan y Tao observan la actividad bulliciosa de los guardias y personal de la fortaleza. Algunos soldados patrullan el área con movimientos metódicos, mientras que otros están reunidos en grupos discutiendo o revisando informes. El ambiente es uno de preparación constante, con oficiales que emiten órdenes y subalternos que cumplen tareas con eficiencia casi militar.

El salón alargado está decorado de manera austera, con mesas de madera robusta y bancos de piedra. En un rincón, un grupo de hombres revisa una serie de mapas desplegados sobre una mesa, discutiendo estrategias con tono grave. En otro rincón, varios prisioneros se encuentran en celdas, sus miradas llenas de desesperanza mientras son observados por guardias que los vigilan sin mostrar piedad.

Autan no repara demasiado en esos rostros. Es claro que el grupo de Feiyu no se encuentra entre ellos.

Al avanzar por este bullicioso centro de la fortaleza, los soldados dirigen sus miradas hacia el mercenario y sus prisioneros. Algunos se acercan, levantando cejas inquisitivas y haciendo preguntas sobre el estado de los prisioneros y las circunstancias de su captura. Otros no pierden la oportunidad de lanzar improperios hacia Tao. Uno de los soldados, con una sonrisa cruel, lanza un huevo podrido que roza la cabeza del hijo de la Luna y se estrella contra la pared. El hedor que queda es insoportable. "Saburo" se gira con desdén, regañando al soldado por ensuciar su camino de esa manera, amenazando con notificar al Señor del Valle de esta falta de respeto. Sasori, con su meticulosa habilidad para manipular a su herramienta, asegura que los dejen pasar sin más contratiempos.

Por fin, llegan a una habitación al fondo del pasillo, donde una puerta de acero sólido y reforzado marca la entrada al túnel que conduce a las profundidades de la meseta. Este túnel está cuidadosamente excavado en la roca, con paredes pulidas que reflejan la fría luz artificial que emana de las lámparas dispuestas a lo largo del pasadizo. La iluminación proporciona una claridad gélida, revelando la precisión en la construcción y un diseño que combina funcionalidad con una inquietante magnificencia.

En el centro de este primer pasadizo, se topan con un carcelero vestido con un atuendo negro y elegante, que se les acerca sin ningún temor. Su ropa se nota más elaborada que la de los guardias y un porta-kunai está atado a su muslo. Su presencia denota un rango superior al de los guardias regulares, y su actitud revela una autoridad que los demás parecen respetar.

—Mira qué tenemos aquí—se pronuncia el hombre—. La mascota del señor del Valle. Qué extraño recibirte en estas circunstancias.

—Vengo a traer prisioneros nuevos, entre ellos, el ratón extranjero que buscaba la señora Kurotsuchi—responde Saburo, frunciendo el ceño en desagrado por el apodo despectivo.

El carcelero lo observa detenidamente durante un momento, su mirada aguda detecta algo fuera de lugar en el recién llegado. Sasori se percata en un instante de cómo ese mal presentimiento provoca un cambio inmediato en la guardia del enemigo.

Con una agilidad sorprendente, el carcelero realiza una serie de sellos de manos que hacen que la piedra del suelo se levante para bloquear el paso al siguiente tramo del túnel. En ese preciso momento, la marioneta de Sasori rompe su disfraz encubierto, revelando su verdadera forma con una transformación repentina y dramática.

Autan, con reflejos rápidos, reacciona de inmediato a la técnica del carcelero. Sin preocuparse por las ataduras falsas, se lanza hacia adelante para atacar, pero Sasori se le adelanta con precisión, desviando la atención del enemigo hacia sí mismo.

Más piedras se elevan del suelo para intentar aprisionar los pies de "Saburo". Sin embargo, la marioneta, ágil y rápida, se eleva en el aire evadiendo el agarre y las restricciones que la rodean.

El maquillaje cerámico que disfrazaba a la marioneta como el mercenario Saburo se desgaja con una rapidez antinatural. La transformación, que revela la verdadera figura de la criatura, se asemeja a una metamorfosis sacada de un cuento de horror.

A continuación, todo ocurre en cuestión de segundos. La marioneta lanza una treintena de senbon envenenados, los finos proyectiles zumbando en el aire antes de clavarse en el cuerpo del carcelero. Al mismo tiempo, los brazos mecánicos se extienden con rapidez letal, listos para desgarrar a su oponente con sus cuchillas afiladas. El ninja, especialista en el elemento tierra, trata de contrarrestar el ataque con desesperación. Ejecuta un jutsu de reemplazo, mientras intenta levantar un recubrimiento de tierra que debería aplastar la marioneta contra el techo. Sin embargo, sus esfuerzos resultan en vano. Un humo de la técnica fallida de reemplazo se genera, pero él cae al suelo con todo el rostro y garganta perforados por las agujas mortales. Los cortes sobre su cuerpo se efectúan al momento de ser abatido, terminando el trabajo para el grupo infiltrado.

—Un segundo más y nos hubieran cerrado el camino—expresa Tao con alivio, al llegar corriendo hasta el paso semi bloqueado del túnel más al fondo.

—Limpien la sangre. Escondan el cuerpo—ordena "Nishi" mientras regresa la marioneta a su lado. Inmediatamente, realiza una técnica de transformación para que la criatura tome la apariencia del carcelero. Aunque la falta de cerámica protectora facilita que los guardias descubran la ilusión, solo necesita ganarles un poco de tiempo. Luego, extiende un pergamino para invocar una segunda marioneta.

—¿Puedes manejar dos marionetas al mismo tiempo?—pregunta Autan mientras arrastra el cadáver hasta unas cajas contra la pared de piedra. Con algo de esfuerzo y manipulación, consigue ocultarlo en una de ellas.

—Puedo dejar esta marioneta con la ilusión adecuada para que se asemeje al sujeto, y utilizar una segunda para asistirnos más adentro—responde Sasori, observando a Autan cerrar la caja con dificultad mientras oculta la verdad de su destreza como marionetista—. Tienen unas horas para encontrar y reunir a las marcas a rescatar. Al caer el sol, comienza el espectáculo. Recién entonces será el turno de nuestro as.

El "monje" se acerca y le entrega a cada uno de los rebeldes un paquete de agujas ninja.

—Apúntenles al cuello o al corazón—advierte con seriedad—. Tendrán que ocultar el cuerpo después de abatir a la víctima. Usen las agujas con discreción. Solo puedo reemplazar a un guardia—la restricción es una mentira, pero Tao y Autan no necesitan saberlo. Sasori hace una pausa, asegurándose de que el mensaje quede claro—. No hace falta que les recuerde que deben ser cautelosos al elegir sus objetivos. Si se topan con un shinobi experimentado, la suerte podría no estar de su lado. Una sola oportunidad desperdiciada y el plan podría venirse abajo.

Los hombres asienten, a sabiendas del riesgo que corren sus vidas a partir de ahora. Pero la causa importa más. Siempre la causa está primero.

El actuar en un momento de baja visibilidad no solo oculta las acciones de los rebeldes, sino también las propias. Como es de esperar de un dúo de rescatistas inexperto, los hijos de la Luna utilizan todos los senbon a su disposición para avanzar por los corredores de la prisión y buscar sus objetivos.

La iluminación fluorescente montada en el techo de los túneles emite una luz fría y uniforme. Cada rincón del túnel es visible, revelando la textura áspera de las paredes de piedra y la humedad acumulada. Las sombras se mueven con flexibilidad mientras los rebeldes avanzan, y la atmósfera es opresiva y dura, adecuada para un entorno de trabajo forzado.

El ex-Akatsuki pelirrojo se desplaza por detrás de ellos con una habilidad natural para fusionarse con las sombras del túnel. Mientras Tao y Autan llevan a cabo sus ataques, él aprovecha cada rincón ciego de los pasadizos para reemplazar a varios de los caídos por marionetas, de manera que ningún conspirador observe más de una de sus creaciones en movimiento. Engañar tanto a aliados como a enemigos es un desafío, pero también una necesidad.

Desde su posición en la retaguardia, Sasori nota que Tao es un tirador excepcional. Avanza con movimientos precisos y sentidos alerta, su cerbatana lista para disparar con exactitud en cada oportunidad. Los senbon vuelan en silencio dentro de los pasadizos, impactando a los guardias en puntos vitales con apenas un leve susurro. Autan hizo bien en seleccionarlo para la misión. Este último, con su experiencia en las emboscadas de la guerrilla, utiliza el entorno para crear distracciones sutiles. Un golpe suave en una pared resuena a lo lejos, guiando a los guardias hacia una trampa cuidadosamente planeada.

El más alto de los hijos de la Luna también demuestra ser versátil en la lucha cuerpo a cuerpo y en el uso de cuchillos. Se enfrenta a enemigos competentes en más de una ocasión, requiriendo la asistencia de sus compañeros sólo en la mitad de los combates. En general, se las arregla para soportar golpes y cortes antes de acabar con sus atacantes de manera limpia.

La marioneta de Sasori los asiste contra los ninja usuarios del elemento tierra. Hay varios de estos desperdigados por los túneles que conectan los pasadizos. Alguna que otra vez, se los escucha desplazar la piedra a sus alrededores. Es probable que el trabajo rutinario de estos shinobi consista en alterar la forma de los túneles para bloquear entradas y abrir otras.

La última batalla en la que se ven envueltos deja un escenario más sangriento de lo esperado. Se enfrentan a una kunoichi de vestimenta negra y máscara, que hace llover estalactitas de piedra sobre ellos, rápidas y mortales. Los hijos de la Luna esquivan los proyectiles como pueden, y en un veloz movimiento de esquiva, el "monje" hace que su marioneta gire sobre sí misma como un remolino cortante y se abalance contra la kunoichi de la Roca, convirtiendo su cuerpo en un amasijo de carne y sangre.

De no ser por los vientos arrojando arena y piedras de manera violenta allá afuera, los ruidos del combate hubieran sido rápidamente descubiertos.

—Así es como mueven a Feiyu de lugar —susurra Tao, ignorando por un momento el cadáver en el suelo, cuyo rostro y pecho están casi totalmente destruidos, para palpar lo que sospecha es un hueco al otro lado de la pared—. Podría estar justo detrás de esta pared.

—Nada de explosivos —responde Sasori en el mismo tono—. Por ahora. Sigamos adelante hasta encontrar el corazón de la mina. Debe haber un túnel principal desde el que podamos acceder a todos los demás. Ahí obtendremos más información.

—Tiene sentido que esté más arriba—aporta Autan, su aspecto es el más ensangrentado y sucio de los tres—. Las excavaciones comenzaron en la cúspide de la meseta y, de allí, se ramificaron hacia las profundidades.

Cada minuto de esta treta aumenta la probabilidad de que algún enemigo note algo extraño o descubra uno de los cuerpos. Sasori se asegura de nunca mover sus marionetas camufladas cerca de los hijos de la Luna; podrían confundirlas con los hombres de la Tierra que está reemplazando y atacarlas. Prefiere evitar esa situación.

El tiempo pasa lento, como alquitrán descendiendo por una pendiente. Esperar le disgusta; esperar a que otros tomen decisiones competentes… es una experiencia que prefiere evitar.

La tarea de Sasori ahora es mantener a los guardias confiados de que nada está ocurriendo, mientras la resistencia elige el camino a seguir en busca del corazón de la mina. De repente, un ligero temblor se siente bajo sus pies.

"¿Están provocando un derrumbe para sepultarnos aquí?" se pregunta el renegado de la Arena sin perder la calma. Mientras tanto, pequeños escombros de piedra y polvo caen sobre sus cabezas. "No. Ya debemos estar demasiado arriba. No pueden correr el riesgo de hacer caer un túnel sin afectar las estructuras de abajo."

—Deben estar abriendo un túnel nuevo —dice Autan, frunciendo el ceño por la ansiedad—. Vimos antes cómo levantaban la piedra para bloquear los pasadizos.

—¿Y si ya descubrieron que estamos aquí y buscan dejarnos atrapados en un túnel sin salida? —pregunta Tao, inquieto.

Sasori tiene un comunicador guardado en su porta-shuriken. En caso de emergencia, podría contactar a Deidara para que genere una salida con sus explosivos, pero eso implicaría fallar la misión.

—Es poco probable que nos hayan descubierto—interviene el "monje", sin humor para contener una posible crisis en la moral de sus acompañantes—. Hasta ahora, todo va de acuerdo al plan. Esto debe ser un traspaso de prisioneros de un ala de la prisión a otra. Kamir me informó sobre los movimientos de la base de arriba. Los guardias rotan los turnos una vez por la noche.

—Es poco probable que trasladen a los prisioneros de poco valor político—acota Autan, viendo la lógica en la afirmación—. Debe ser el grupo de Feiyu.

El tiempo apremia, así que siguen adelante.

La teoría del traslado cobra sentido cuando encuentran vetas de calcita cortando las paredes de roca, con su característica blancura brillante. Las vetas se extienden en bandas irregulares; algunas son de un blanco cremoso casi puro, mientras que otras presentan tonalidades rosadas y amarillentas que resaltan en la penumbra de los pasadizos. No cabe duda de que están entrando en la zona de trabajo de los mineros.

Al seguir un poco más por el túnel, éste comienza a tener signos evidentes de la extracción minera. Las paredes de roca muestran áreas donde se ha retirado la calcita, dejando detrás fragmentos dispersos y pilas de mineral sin procesar. Estas pilas abandonadas, cubiertas de polvo y escombros, se acumulan evidenciando que el trabajo cesó por el momento.

—El temblor paró—nota Tao, mientras mira el techo—. Quizá deberíamos encontrar un mapa—sugiere desesperanzado.

Sasori, por su parte, sólo mira al frente, a sabiendas de que los prisioneros en su sitio asignado estarán muy vigilados. De inmediato, su ceño se frunce en una mueca de disconformidad. Autan nota esto, pero no comenta nada. Sólo lo ve mientras da un par de vueltas en círculos, pensando.

— ¿Nishi? —lo llama.

Dándole la espalda, Sasori se detiene y levanta la mano para pedir tiempo.

—Si estamos en la mina, propiamente dicha, pero no hay mano de obra presente…—habla el pelirrojo, al cabo de unos minutos—. Puedo estar equivocado, por supuesto, pero esto puede significar que, en algún momento de la noche, un túnel se abrirá para conectar esta sección con otro pasadizo.

— ¿Qué? —Tao parece no comprender.

—Claro. Estuvimos siguiendo un camino poco custodiado hasta llegar aquí. Tiene todo el sentido que en realidad estén habitando una sección diferente de la mina ahora mismo, más segura o con más vigilancia—el marionetista piensa en voz alta, sin reparar en si los otros lo entienden o no—. Pero no por toda la noche.

— ¿Qué quieres decir? —Autan se une a la confusión.

El monje se gira hacia ellos, con una nueva determinación.

—Si mi presentimiento es correcto, llegamos a un ala de la mina inhabilitada—explica con un tono de voz normal—. Pero, eso no debería permanecer así por el resto de la noche. En algún momento, la piedra se moverá para permitir que los prisioneros desciendan a trabajar.

El rostro de los rebeldes cambia a estar en la misma sintonía que la suya.

—Eso significa que-

—Tenemos que esperar a que eso suceda para tomarlos por sorpresa—finaliza Autan por él.

—Exactamente—asiente, satisfecho con la comprensión de sus compañeros—. Nos moveremos rápidamente cuando se abra el túnel. Aprovecharemos la confusión y la actividad para infiltrarnos en la sección principal de la mina y encontrar a su líder Feiyu.

El grupo avanza con cautela hasta dar con el punto de transición del túnel, un área bloqueada por grandes bloques de roca y tierra acumulada.

—Parece que tu teoría era cierta—concede Autan—. Ahora, tenemos que prepararnos para hacer frente a lo que venga por nosotros cuando se abra el túnel. Un error, y habremos subido hasta aquí para nada.

Sasori se toma un momento para evaluar el entorno. Las sombras en el túnel proporcionan cierta cobertura, pero también pueden esconder peligros. Se asegura de que su marioneta esté lista para actuar en caso de ser necesario, y se fija en los detalles del pasaje. Los restos de calcita y otros minerales dispersos brindan una cobertura natural que podría ser útil para ocultarse durante el enfrentamiento. Sin embargo, lo deseable sería acabar con el usuario del elemento tierra antes de darle oportunidad de realizar otra maniobra.

—El shinobi de elemento tierra es nuestra prioridad número uno—resuelve el monje mientras se preparan para la emboscada sorpresa. Están los tres sentados sobre el suelo de piedra, formando una ronda—. Y para eso, el primer golpe tiene que ser mortal. Mi marioneta podría hacerlo, pero eso la dejaría expuesta a los ataques de quienes sean que estén con él.

Autan asiente, sus ojos escudriñando el entorno en busca de posibles amenazas. La luz tenue de las lámparas de fluorescencia en el túnel proyecta largas sombras que parecen moverse con cada vibración del suelo.

—Entonces, ¿cuál es el plan? —pregunta Tao, preparándose para la acción. Su cerbatana está lista, y una mirada decidida adorna su rostro.

—Necesitamos un enfoque más sutil para eliminar al usuario de tierra —responde Sasori, manteniendo su marioneta lista justo detrás de él.

—Nishi. Tu marioneta es lo suficientemente intimidante como para captar la atención de los guardias y puede recibir castigo sin morir por pérdida de sangre. ¿Puedes usarla como distracción y dejarnos el ataque?—Autan consulta al tiempo que alterna su mirada entre sus alrededores y los presentes.

—Puedo, pero me quedan pocas agujas con veneno.

—Puedes dárselas a Tao —responde el rebelde, fijando la mirada en el mencionado—. ¿Estás a la altura?

—No fallaré —asiente Tao, recibiendo los proyectiles en mano.

Los ojos de Autan siguen recorriendo los alrededores hasta que nota una pila de calcita extraída. A unos metros, hay un cúmulo de sacos de tela y herramientas de minería, como picas demasiado pesadas y poco equilibradas para ser usadas como armas.

—Nishi, tú y yo nos ocultaremos detrás de la pila de calcita de ahí. ¿Puedes hacer que tu marioneta se haga pasar por un guardia para forzar un error de posición?

El pelirrojo asiente y procede a tomar la ropa de uno de los cadáveres que está siendo reposicionado por la comitiva de rescate.

—Tao, escóndete entre las telas. Enfócate en derribar al shinobi de la Roca cuando éste dirija su atención hacia la marioneta. Una vez que el shinobi caiga, los demás podemos atacar sin temor a que nos cierren el camino.

Del otro lado de la pared de piedra, una milicia encabezada por un shinobi de la Roca transporta a un grupo de captivos a través del túnel hasta llegar a un pasillo sin aparente salida. El ninja llega al final del camino y comienza a hacer sellos para cambiar la forma de la roca y abrirse paso a la sección minera de la prisión.

Al crear la entrada nueva en la piedra, lo primero que observa es a uno de sus compatriotas, encorvado, con ropas ensangrentadas, que le hace una señal de silencio llevándose el índice a los labios. El olor a sangre reciente llega a su nariz, por lo que levanta el puño para dar la orden a la docena de hombres tras él de mantener la posición y el silencio.

El ángulo del túnel en el que se encuentra demorado le impide ver qué hay en aquel al que acaba de destapar. Su compatriota herido se pone de cuclillas y toma un kunai. A continuación, el "hombre" señala en dirección al túnel que lleva al exterior y hace un gesto al shinobi de la Roca para que se acerque.

Con un gesto de manos, el cauto ninja indica a la gente detrás de él que lo sigan con lentitud y a distancia prudente. Por su parte, él da unos pasos silenciosos hasta su compatriota herido, dirigiendo su mirada hacia el sitio señalado, sin saber que su aliado ha sido reemplazado por una marioneta hace unos minutos.

De repente, el ser que aparenta ser el shinobi herido rompe sus vestiduras para transformarse en un monstruo mecánico volador que sube hasta el techo a toda velocidad. Los filos en las manos de la criatura y sus ojos inertes capturan de inmediato la atención del shinobi y de los hombres que lo acompañan. El desafortunado ninja no tiene tiempo para realizar ningún sello adicional.

Mientras todos se preocupan por la amenaza visible, Tao aparece desde las sombras para clavar dos agujas envenenadas en el pecho del shinobi, eliminando la posibilidad de que el grupo cierre el túnel de escape.

—¡¿Qué demonios?! —grita uno de los guardias, antes de ser silenciado por un tajo en su cuello.

Uno de los prisioneros escoltados, que había logrado ocultar un filo, aprovecha el caos y grita con furia contenida para que todos lo oigan:

—¡Llegó el momento!

El ruido del combate que se desata allí arriba es ensordecedor. Los guardias y los mineros están en un caos total, incapaces de identificar claramente qué está ocurriendo en medio del ataque sorpresa. La combinación de ataques a distancia rápidos y precisos por parte de Tao, la devastación causada por la marioneta de Sasori desde el techo del túnel, y la furia de Autan, que une sus fuerzas al ataque de los prisioneros crean una confusión que impide que los enemigos se reagrupen y coordinen una respuesta efectiva.

Los guardias quedan atrapados entre la rebelión de los captivos a sus espaldas, que, aunque heridos y encadenados, sirven como un apoyo crucial para las fuerzas de rescate. A pesar de las heridas sufridas por invasores y prisioneros, la derrota de los guardias es rápida y brutal.

Cuando el propio Sasori en persona llega al sitio de la masacre, Autan, aún empapado en sangre y con la adrenalina del combate en su mirada, se encuentra moviéndose entre los prisioneros, buscando a Feiyu.

El caos de la reciente riña deja una sensación de intensidad en el aire, pero la mente de Autan está enfocada en su objetivo. Feiyu, que parece estar entre los atónitos y temerosos, se destaca por su aspecto y por ser el primero en ofrecerse como escudo para proteger a sus compañeros.

—¡Feiyu! —la voz del enmascarado es firme y llena de determinación mientras atraviesa la muchedumbre de prisioneros.

El prisionero en cuestión suelta una roca ensangrentada que había usado como arma y da unos pasos hacia Autan con una mezcla de incredulidad y esperanza. Al reconocer a su rescatador, su rostro se ilumina aunque las lágrimas empiezan a acumularse en sus ojos. A pesar de sus manos y pies encadenados con grilletes que reflejan la luz del túnel, Feiyu se mueve con dificultad, pero el deseo de libertad le da fuerzas para avanzar.

El demacrado líder está ahora vestido con un mameluco marrón polvoriento y una mascarilla de tela sobre el rostro. Sasori nota que luce un poco mal nutrido y, también, su piel está muy pálida. Bajo sus ojos grises, tiene unas ojeras pronunciadas, y su pelo morado está rapado al ras. Es casi tan alto como el propio Autan, pero a comparación del fornido hombre, se ve frágil y vulnerable. Tiene un tatuaje del kanji de la Tierra en su frente. Marcado como ganado. En su mirada se mezclan el odio, la determinación, el alivio y la esperanza.

— ¡Autan… Autan…! — El tono de su voz es acorde a su mirada, aunque ahogado por la sequedad y la malnutrición.

Autan se acerca rápidamente, extendiendo los brazos hacia su líder. Feiyu, a pesar de su estado, se deja envolver en el abrazo fraterno de su amigo, reconociendo que su sufrimiento finalmente está a punto de terminar.

— Estoy aquí, volví por ti. Vamos a sacarte de aquí —declara con firmeza, mientras la comitiva de rescate se apresura a desbloquear los grilletes de los prisioneros y a atender las heridas superficiales en ellos. Todos esperan ansiosos la señal de Deidara.

Minutos después de que el primer rayo de sol toque la tierra, la verdadera obra de arte comienza.

El sonido de la tormenta azotando contra el risco se ve interrumpido por una gran explosión proveniente de la construcción sobre la meseta. Una bola de fuego convierte el amanecer en atardecer por unos breves segundos, anunciando a los rebeldes dentro de la mina que el tiempo se acabó.

Diez segundos restantes para que los guardias reaccionen y se expongan.

Tres. Dos. Uno.

Una explosión desde arriba provoca un derrumbe forzado, obligando al personal de la prisión a refugiarse en los túneles donde ahora comienza una fuga.

Los rebeldes cargan consigo las herramientas necesarias para liberar y armar no solo a aquellos que van a ser rescatados, sino también a un número de prisioneros que servirán de distracción. Además, mucho armamento más recuperado de los cadáveres de los guardias es aprovechado también por el numeroso grupo de insurrectos.

Al proponer esta idea del grupo no prioritario, por un momento Sasori creyó que los Hijos de la Luna se negarían a usar otros prisioneros como carnada y sacrificio, pero, para sorpresa de todos, es el propio Autan quien enciende el deseo de libertad e inflama el espíritu de lucha sobre los otros presos.

"—Los hombres podemos caer, pero la Luna debe sobrevivir." Recuerda el marionetista, casi oyendo las palabras del pasado ser pronunciadas de vuelta en el presente.

El patrón de las explosiones de Deidara está diseñado para mantener la atención de los guardias en el lado opuesto al que la muchedumbre en fuga se mueve.

Mientras tanto, más prisioneros y enemigos se encuentran con el grupo de rescatistas en su vía de escape de la mina. El ex-Akatsuki procura evitar tomar vidas innecesariamente. Con tantos prisioneros sueltos y sedientos de venganza, el simple hecho de hacer tropezar a alguien o empujarlo a un rincón sombrío es suficiente para que otros decidan su destino.

En medio de la revuelta, cada vez más desorganizada, también ocurren algunas bajas dentro de su propio grupo. La estructura encima de ellos tiembla por las explosiones, y algunas piedras desprendidas terminan aplastando a prisioneros y guardias por igual. Algunos enemigos también logran llevarse un par de vidas antes de caer abatidos por los insurrectos furiosos. Pero, a pesar de las pérdidas, el grupo sigue avanzando.

Por cuán fuertes resuenan los estallidos fuera, el contacto con la superficie no está tan lejos como creían. El sonido ensordecedor del caos se mezcla con el rugido del viento, mientras el suelo tiembla bajo sus pies. La salida de la mina parece demasiado lejos, y el camino de regreso está lleno de peligros, pero la determinación de Sasori y sus compañeros los empuja a seguir adelante, a pesar de la devastación que los rodea.

De repente, un peñasco de considerable tamaño se desprende y se estrella contra el suelo, a centímetros del artista de lo eterno. El final pasó demasiado cerca; si esa roca lo hubiese golpeado, habría pulverizado su cuerpo en mil pedazos.

Un gemido de dolor resuena en el caos, indicando que uno de los rebeldes tuvo la desgracia de estar en el lugar equivocado al momento del impacto.

El peligroso viento de afuera ingresa por aquellos túneles abiertos que desembocan en el acantilado, colándose en sus entramados con gélida potencia. Este tramo de la meseta por el que ahora descienden está en contacto con las entradas del viento, mucho escombro y polvo es arrastrado hacia ellos, y casualmente alguna piedra grande. El riesgo de quedar atrapados en una avalancha interna de escombro los apremia a tomar decisiones rápidas.

—¡Por el túnel de la derecha! ¡Ahora! —ordena Autan con voz firme.

No esperaban que el vendaval de afuera tuviera una intensidad tan devastadora. Las ráfagas de aire que penetran la roca, ya sin mantenimiento de los usuarios de tierra, ponen en grave peligro la misión. Si además la verdadera naturaleza de su cuerpo se viera expuesta, todo se iría al demonio para Sasori.

Autan mantiene la calma a pesar del terror que lo rodea. Con determinación, preside la marcha y guía a los presentes hacia un área protegida del clima. Allí, les ordena dejar las armas pesadas atrás y adoptar una posición de cuerpo a tierra. La procesión detrás de él es muy larga y el pánico se adueña de la cordura de muchos de ellos, por lo que Sasori, Tao y más prisioneros tienen que seguir propagando el mensaje hacia atrás, como un coro que imponga orden sobre el desorden.

El caos se establece demasiado rápido y es abrumador. Sasori no puede ubicar al líder de cabeza afeitada entre el apiñamiento de insurrectos. Su única opción es confiar en que Autan y su gente hagan su trabajo.

Ahora solo pueden esperar y rezar. Rezar para que Deidara siga llamando la atención y que ninguna patrulla de shinobis de la Roca se adentre en el estrecho corredor, encontrando un blanco fácil para un ataque devastador.

No pueden esperar para siempre; en cuestión de inciertos minutos, la salida de este sitio colapsará por obra del artista de Akatsuki.

Casi como una jugarreta del destino, una patrulla de shinobis pasa por la boca del túnel. Las siluetas del grupo se perfilan contra la piedra iluminada por la luz titilante del complejo. Claramente, son shinobis; ningún civil mantendría la calma en medio de una mina inestable durante una fuga.

Con una organización militar precisa, el líder de la patrulla ordena a dos de sus compañeros, mediante señales, que exploren el túnel aledaño en donde el marionetista y los rebeldes se ocultan.

El tiempo parece detenerse para Sasori. Lo que es un efímero instante para otros se siente como una eternidad para él.

No está en peligro inmediato, pero sus compañeros sí. Las marionetas que al principio había dejado a lo largo del túnel como un engaño desaparecieron al encontrarse con Feiyu. A través de sus hilos, sintió como una de sus herramientas era descubierta por patrullas enemigas y abatida. No le quedó más remedio que deshacer al instante todas las invocaciones que ya no podía controlar en su campo de visión. Por este motivo, no tenía caso utilizar el mismo camino de regreso; ya bloqueado en algún punto por este escuadrón de ninjas, o por otro. Fue claro al informarle a Autan de que era mala idea regresar por el mismo túnel, y el grupo fue rápido en adaptarse a un nuevo plan.

"Podría invocarlas de nuevo usando los pergaminos que me quedan, pero esa acción podría exponer mi identidad ante los Hijos de la Luna, corriendo el riesgo de que los rumores sobre la supervivencia de Sasori de la Arena Roja se propaguen." Desestima en su mente. Esta vez, no tiene la opción de revelar el diseño artificial de su cuerpo, y luego deshacerse de todos los que lo acompañan en el túnel para asegurar su secreto.

Esta cultura merece sobrevivir, la rebelión debe prosperar... en el proceso de casi destruirla, ha surgido algo cuya belleza merece preservarse...

Sí. Vale la pena ayudar a preservar esta voluntad. En el siguiente instante, mientras está tumbado en la roca, Sasori deja que sus sentidos se desvanezcan y extiende un sinfín de hilos invisibles desde su núcleo hacia el techo del túnel y el entorno circundante.

Ahora es capaz de percibir la vibración del terreno y el retumbar de las explosiones como si fueran extensiones de sí mismo. Con una precisión fría y calculada, guía sus hilos a través del polvo y los escombros, conectándolos a la roca inestable del techo del túnel vecino, allí donde las sombras de los shinobis de la Roca comienzan a explorar. Mientras la tormenta y las explosiones afuera continúan su devastador curso, sus hilos invisibles operan sin que nadie a su alrededor lo note.

Así, el artista de lo eterno realiza una maniobra fluida, trabajando en dos frentes simultáneamente; el cielo sobre sus cabezas, y aquel sobre los enemigos.

Con un tirón calculado de su técnica, manipula aquellas rocas que no están en su campo de visión, desprendiéndolas de su lugar y haciéndolas caer sobre los intrusos. Las piedras se precipitan con fuerza, atrapando y aplastando a los ninjas de la Roca antes de que puedan hacer otro movimiento.

Mientras tanto, en el túnel donde yace su propio grupo, el suelo tiembla y los prisioneros gritan de terror ante el estruendo del derrumbe cercano. Sin embargo, el techo sobre ellos se mantiene intacto.

Las piedras que podrían haber causado un colapso mortal sobre sus cabezas permanecen en su lugar, no por suerte, sino por la intervención precisa de Sasori. Sus hilos invisibles evitan el efecto dominó, estabilizando el techo y previniendo que se venga abajo sobre los insurrectos.

Con los shinobi neutralizados y el túnel asegurado, Sasori se reincorpora lentamente, sin mostrar signos de agotamiento tras la intervención secreta.

—Vamos. No hay tiempo que perder —ordena con voz firme, dirigiéndose hacia el hombre enmascarado.

— ¿Qué…? —Autan está perplejo, sin comprender la situación por completo, pero rápidamente se recupera—. Sí, tienes razón.

La zona del derrumbe, donde los cuerpos de los shinobis enemigos han quedado sepultados, está parcialmente bloqueada por rocas y escombros. El grupo puede cruzarla, aunque deben escalar con cuidado para evitar accidentes.

A partir de este momento, los hilos de Sasori continúan moviéndose con ellos, estabilizando cada tramo de techo bajo el que avanzan para prevenir otros derrumbes inesperados.

Mientras el grupo de Autan y Sasori avanza por el túnel, se encuentran con una sorpresa inesperada. Un estruendo contenido ilumina de manera imprevista el fondo del pasadizo. Un segundo después, el cuerpo de un ninja de la Roca cae al suelo, totalmente decapitado.

"Deidara," piensa Sasori, reconociendo el estilo explosivo del otro artista.

—¡Kamir! —exclama Autan, deteniéndose abruptamente. Una sensación de alarma lo hace sospechar que esto podría ser una trampa—. ¿Eres tú?

—Es él—asegura "Nishi", adelantándose al grupo para acercarse al otro artista.

Deidara aparece ante ellos cubierto de escombros y polvo, como si él hubiera estado allí mucho más tiempo que el grupo de Sasori. Su apariencia en especial desaliñada contrasta con la de ellos.

—Los ninjas de la Tierra que lograron escapar estaban tratando de sellar la salida del túnel, así que tuve que intervenir, hm—explica con una indiferencia calculada, como si el enfrentamiento con los enemigos no hubiera sido más que una tarea menor. Sasori reconoce la actitud de Deidara; es parte del espectáculo, una forma de mostrar que su arte explosivo no le costó ningún esfuerzo.

—¿En serio? —pregunta Autan, acercándose con urgencia al escuchar que el plan de sus enemigos de sellarlos en la mina fracasó—. ¿Y qué pasó con la fortaleza de afuera?

—Todos muertos—responde Deidara, su tono urgido los insta a actuar—. Vamos, debemos aprovechar esta oportunidad. Tus refuerzos te esperan afuera. ¿Encontraste a tu líder? Dime que sí y que está vivo.

—Lo encontró—responde por sí mismo Feiyu. La actitud de su amigo Autan ante el extraño llamado "Kamir" impulsa al líder a dejar la comitiva atrás para unirse a la conversación—. Soy yo.

Deidara examina brevemente al debilitado Feiyu, pero no comenta nada al respecto.

Detrás del muchacho rubio, se extiende el pasadizo liso del carcelero, el cual termina de forma abrupta para dar paso a un cráter donde antes había una entrada a la mina. Autan y Tao se muestran sorprendidos al cruzarlo, pero Sasori sabe que esto no es uno de los trabajos más refinados de su ex-compañero de Akatsuki.

Finalmente, el grupo llega a lo que queda de la fortaleza de piedra, ahora convertida en un escenario de masacre.
La gallarda construcción aún conserva un techo, pero presenta claros signos de derrumbe artificial. Manchas de explosivos salpican las paredes, y la estructura general muestra evidencias de la devastación provocada. La fortaleza, una vez majestuosa, está ahora marcada por el caos y el conflicto. Cuerpos mutilados y restos de extremidades quemadas están repartidos por el suelo, y un fuerte olor a carne cocida reina en el ambiente. Los refuerzos de la Luna están allí apostados ahora, esperando al grupo de Autan mientras se apoderan de la fortaleza. Algunos pintan símbolos de la Luna en las paredes y en las celdas ahora vacías; otros saquean las provisiones y el dinero restante, mientras que los demás examinan y reparten los recursos encontrados.

Todos cesan sus actividades al ver la pálida cara de Feiyu apareciendo entre la procesión de rescatados. De inmediato, el grupo de Deidara se acerca a asistir a los heridos. Más arriba, los ecos de explosiones continuas resuenan, instando a muchos a posponer los reencuentros emotivos hasta que estén en un lugar seguro.

—¿Cuánto costó contratar a este escuadrón? —pregunta una voz débil pero cargada de autoridad, su eco reverberando en las paredes desoladas de la fortaleza. Feiyu no esperaba este tipo de habilidades entre sus rescatistas.

—Primero debemos escapar—le recuerda el marionetista, mientras echa un vistazo al cielo a través de un hueco que atraviesa varios pisos de la fortaleza. La lluvia de rocas continúa cayendo con fuerza sobre la meseta.

—Mi grupo trajo caballos y muchas sombrillas de cuero como protección—dice Deidara—. No hay suficientes monturas para todos, pero sí para el grupo de Feiyu y Autan. Los animales están abrevados en el salón principal.

—Espera—interviene Feiyu, con el ceño fruncido ante la situación—. Todavía hay más prisioneros en la mina. Muchos de ellos son personas nobles, capturadas injustamente. No merecen morir sin una oportunidad. Autan, ¿Tus habilidosos shinobi no pueden ir a buscarlos?

—Parte del plan. No podemos escapar todos. La Luna es lo primero—es la seca contestación de Autan, mientras sigue la indicación de "Kamir" para encontrar los caballos—. Lo mejor será que cabalguemos rápido, sosteniendo las sombrillas de cuero sobre nuestras cabezas, e implorando que el temporal y la lluvia de rocas dure lo suficiente para escondernos, pero no tanto como para matarnos.

Sasori se sube en silencio a una de las monturas, y parte en el primer grupo junto a Autan, Feiyu y los rebeldes sobrevivientes del interior de la mina. Deidara, el resto de los prisioneros y los refuerzos quedan atrás, con una segunda partida algo más desorganizada.

Mientras el veloz caballo lo guía lejos de allí y las rocas caídas golpean contra su sombrilla protectora, el ex-Akatsuki observa a lo lejos una última explosión gigante, magnífica y estruendosa que ilumina el firmamento. Un segundo después, la gran meseta se derrumba como un castillo de naipes.

Desde dondequiera que Deidara esté viendo esto, seguramente está orgulloso de su obra.

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Al llegar el mediodía, el artista de lo eterno se encuentra rodeado de heridos, todos con gestos de triunfo en el rostro. Los rebeldes cabalgan a gran velocidad, impulsados por la adrenalina que los aleja cada vez más del lugar de los hechos, hacia el corazón del bosque virgen. Durante la huida, la lluvia de rocas en la zona de la prisión deja más de un moretón en el grupo. Autan, anticipando este problema, había preparado un ungüento especial de hierbas analgésicas y estimulantes que lleva consigo.

Cuando el grupo de Sasori comienza a galopar con tranquilidad y hablar entre ellos con júbilo sobre su victoria, Feiyu los regaña, exigiendo silencio hasta que lleguen al escondite más cercano. En su mapa, señala la entrada a unas cavernas subterráneas.

—Allí encontraremos suministros para movernos a otro punto mientras establecemos comunicación con nuestros aliados y las celdas de agentes en reposo. Desde allí, podremos planificar nuestra venganza—indica Feiyu, recuperando por un momento sus fuerzas ahora que ya no está prisionero.

—La mayoría de las celdas en reposo ya están activas. Fue algo necesario para organizar el rescate—informa Autan, cabalgando a su lado.

—Cambiar nuestro destino original nos separará del resto de la fuerza de rescate. ¿Es eso un problema?—reflexiona el reestablecido líder en voz alta para que los presentes aporten su punto de vista.

—Kamir, el hombre que quedó atrás, es capaz de valerse por sí solo, y ya sabemos dónde reunirnos en caso de separarnos—explica el artista de lo eterno, hablando por primera vez desde que partió al galope de la prisión—. Nuestro contrato se completa cuando los lleve a un sitio seguro, así que los acompañaré hasta la caverna o hasta que decidan prescindir de mis servicios. Lo que ocurra primero.

—¿El hombre? —Feiyu se muestra perplejo— ¿Solo dos personas?

—Tus aliados saben cómo contratar mercenarios—sonríe el "monje".

La noche encuentra al grupo de la Luna avanzando a través de la oscuridad, en dirección a la caverna señalada por Feiyu. A medida que la luna alta ilumina su camino, Autan toma una decisión crucial: separa a parte de sus hombres para que regresen a Nengli y extraigan a sus familias de allí. Las represalias a esta insubordinación serán inevitables, y la prioridad ahora es proteger a los seres queridos de sus compañeros. La carga de la misión y las pérdidas sufridas ya fueron suficientes.

Los caballos que cargan a Feiyu y a los cautivos más afectados avanzan sin desviarse hasta el punto en el que el terreno se vuelve subterráneo. Entonces, el grupo da de beber a los animales y los deja pastando en la entrada de las cavernas antes de continuar a pie. Finalmente, sus pasos los llevan a la caverna espaciosa en el subsuelo, repleta de alimentos imperecederos, provisiones medicinales y una cantidad moderada de armamentos y armaduras almacenadas para un uso futuro.

Mientras la oscuridad de la caverna se disipa con la luz de las antorchas, el grupo se dedica a alimentarse y atender a sus heridos. Entre los compartimentos militares, hay pergaminos con agua tibia almacenada. Alcanza para llenar una bañera de madera, uno de los pocos lujos que el grupo encuentra en su refugio.

Feiyu pasa una hora lavando su cuerpo con agua y jabón. La luz de las antorchas ilumina las marcas visibles en su piel, revelando las cicatrices de azotes y quemaduras de hierro al rojo vivo. Su cuerpo, marcado por el sufrimiento y la privación, ahora muestra las costillas y las vértebras de su espalda en relieve. El hombre se frota compulsivamente la piel hasta dejarla enrojecida, hasta que no existe suciedad alguna que purgar, salvo la de su dignidad mancillada.

Autan ayuda a su líder a salir del agua y le proporciona una muda de ropa nueva. Los otros compañeros rescatados también toman su turno en la bañera. Aunque sus cuerpos presentan signos de castigo y malnutrición, el sufrimiento reflejado en el del hombre de cabeza afeitada destaca por sobre el resto por su severidad.

Vestido con el uniforme que solía llevar antes de su captura, Feiyu se sumerge en la tarea de ponerse al día con el estado de la rebelión. Sasori, situado a un lado de Autan, observa de cerca el intercambio entre el enmascarado y su líder, quien se toma un momento de la reunión para redactar un pergamino para Rendaku ante los ojos de su rescatador; la carta que notifica a sus aliados de la Hierba sobre su rescate y el posterior regreso con el grupo rebelde. Con la información recién adquirida, y el pergamino sellado con su sello en cera, Feiyu se enfoca en las actividades de sus hombres, aliados y enemigos. Su determinación y liderazgo se hacen evidentes mientras organiza las próximas etapas de la lucha, trazando estrategias y tomando decisiones cruciales para el futuro de su causa.

La caverna se transforma en este momento en el centro de planificación y esperanza para la rebelión. A pesar de las cicatrices visibles e invisibles, el espíritu de los rescatados se mantiene fuerte. Mientras se preparan para los desafíos que vendrán, el compromiso de Feiyu y el esfuerzo de su equipo trazan un camino hacia un futuro incierto pero lleno de promesas.

Autan asume con comodidad su nuevo rol de segundo al mando, consolidando quizá el respeto ganado por los rescatistas. Aunque los hombres mantienen una firme lealtad a Feiyu, es la resolución del enmascarado en toda esta situación la que brilla con claridad, guiando al grupo hacia la próxima fase de su lucha.

A la mañana siguiente, la caverna despierta bajo una luz que ya no es la de las antorchas, sino la promesa de un nuevo día en libertad. Sasori, siempre insomne, taciturno y con la vista fija en su siguiente objetivo, se prepara para su partida. Después de una noche de reflexiones y de haber observado el renacimiento de los rescatados, el marionetista sabe que su tiempo con los Hijos de la Luna ha llegado a su fin.

Con sus pertenencias ya empacadas, guarda bien el pergamino sellado con cera escrito por el líder, y se dirige como Nishi hacia el grupo de revolucionarios una última vez.

—Es hora de subir a reencontrarme con mi compañero Kamir—anuncia con formalidad—. Mi trabajo aquí ya está hecho. Debo partir.

A excepción de Autan, Feiyu y un par de sus compañeros, el resto está aún dormido sobre mantas de piel en el suelo de roca.

—Entiendo. Entonces, deberíamos escoltarte de regreso a la superficie—ofrece Autan, con una mezcla de gratitud y pesar—. Ya sabes lo traicioneros que pueden ser estos túneles.

Feiyu no dice nada, pero se para junto a su segundo al mando con un asentimiento de la cabeza antes de buscar entre los víveres los elementos para escribir un mensaje a los aliados que con esfuerzo logró conseguir.

—Puedo encontrar mi camino a la superficie—aclara el "monje" encogiéndose de hombros, evitando mencionar sus dones ante el líder—. Pero si es su deseo escoltarme de todos modos, no tendría la voluntad de oponerme.

Autan sonríe y extiende la mano hacia Feiyu, invitándolo a guiar el camino de regreso.

—Andando, entonces—expresa el líder de buena gana al tiempo que se asegura por última vez de que su carta está en posesión del monje. Pese a haber dormido las horas correspondientes, aún tiene unas ojeras muy marcadas bajo sus ojos.

Siendo sólo tres, dos de ellos en estado óptimo, no les toma demasiado tiempo volver arriba. Los primeros rayos del sol se dejan ver entre las copas de los árboles, proporcionando la claridad perfecta para que Sasori pueda salir a buscar a su ex-compañero de Akatsuki.

—Nishi—dice Autan, extendiendo la mano en señal de despedida—. Quiero agradecerte por tu ayuda. No solo fuiste instrumental en nuestra misión, sino que también mostraste un compromiso con la causa que pocos podrían igualar—el hombre suspira, quizá sintiendo el peso de sus siguientes palabras—. Sé que quizás sea en vano, pero de todos modos me gustaría ofrecerte un nuevo contrato para que continúes trabajando aquí con nosotros. Tu experiencia sería invaluable en los tiempos que se avecinan. Podría hablar con Rendaku, solicitarle más fondos. Incluso podríamos ir a recoger todo lo valioso que quedó de la Tierra en los restos de la prisión. Podrías reclamarlo todo como tu botín.

Sasori, con una expresión seria pero educada, rechaza la oferta con un movimiento de la mano.

—Agradezco la oferta, pero debo declinar. Mi camino ahora me lleva en otra dirección.

Aunque Sasori haya compartido tiempo con Autan y su gente y haya apreciado la voluntad imperecedera de su causa, sabe que debe cumplir con sus obligaciones. Su próximo destino es el País de la Tierra, donde debe vender armas a cambio de una buena suma. Esto es parte del plan para limpiar la imagen de Deidara ante Kakuzu y, por ende, ante Akatsuki. La traición a los revolucionarios es inminente, pero era parte del plan desde el principio. El dilema moral de traicionar a quienes demostraron una voluntad que lo inspira pesa sobre él, pero la necesidad de actuar acorde a sus circunstancias es más fuerte. Perder tiempo en negación no es su estilo.

El hijo de la Luna deja caer su cabeza un momento, resignado, pero se recompone al cabo de unos segundos aceptando que la despedida es definitiva.

—Entiendo—responde Autan, rascando su cabeza con una mano—. No puedes culparme por preguntar. Espero que encuentres lo que buscas, y que, si alguna vez nuestros caminos se cruzan de nuevo, sea en circunstancias diferentes.

Sasori asiente y da un último vistazo a su reflejo en las bandanas metálicas de ambos rebeldes, un símbolo de su breve alineación con ellos. Con un último intercambio de miradas y palabras, el marionetista se da la vuelta y emprende su marcha en solitario, su silueta desapareciendo entre los árboles.

Mientras se adentra en el bosque, la incertidumbre del futuro toma lugar en su mente. Aunque sus pasos ahora lo llevan al camino de la traición a los Hijos de la Luna, la buena impresión que le causaron sigue en él, inamovible.

"La causa prevalecerá, sin importar lo que haga la Tierra," se dice mientras rebusca dentro de su porta-shuriken. Aún tiene el comunicador consigo, y planea utilizarlo para contactar con Deidara. Su compañero no debe estar tan lejos como para que la señal no pueda alcanzar su voz. De todos modos, el marionetista camina un par de kilómetros de regreso a la prisión derruida hasta encontrar el árbol más alto que puede.

Al encender el artefacto, la estática se hace presente, y le toma unos minutos ajustar el comunicador a la frecuencia adecuada.

—Aquí Sasori—habla con la libertad de usar su verdadera identidad—. ¿Me copias?

—Te copio, hm—responde una voz masculina conocida del otro lado—. ¿Todo en orden? Asumo que ya terminaste tus asuntos por ahí.

—Todo en orden. Estoy por mi cuenta ahora—asegura Sasori, mirando el horizonte matutino ante él—. Es hora de retirarnos de aquí. ¿Dónde estás?

—Pásame tus coordenadas exactas—propone el muchacho—. Iré a recogerte.

—A unos diez kilómetros de la prisión, por el suroeste. Ahora mismo, sobre la copa de un árbol para tener mejor señal. ¿Necesitas que te describa el sitio?

—Por ahora no será necesario, hm—asegura Deidara. La estática de su lado se acrecienta, indicando mucho movimiento alrededor de su compañero—. Voy en camino. Sobre una de mis creaciones.

—No me hagas esperar—advierte el ex-Akatsuki con un tono molesto, antes de recobrar la compostura—. Hablando de caminos, ¿cuál es nuestra próxima parada ahora?

—Por lo que pude ver de los mapas de Rendaku, lo mejor sería aterrizar en las afueras de Torisu, la ciudad de la Tierra que está al norte del valle. Sobrevolando alrededor de las montañas, aprovecharemos el viento favorable que retiene la lluvia de rocas del lado opuesto para movernos con libertad—explica Deidara, su voz limpiándose de la estática—. Una vez que dejemos el valle atrás, descenderemos e infiltraremos Torisu bajo identidades falsas para intentar averiguar sobre posibles empleadores del bando contrario.

—Suena como un plan—sonríe el marionetista—. ¿Alguna noticia del sur? ¿Enviaste algún mensaje a Karashi en todo este tiempo?

—Envié una de mis aves mientras estaba en el campamento, hm. Quizás recibamos noticias dentro de poco—inquiere el muchacho con un aire intrigante—. ¿Impaciente por las noticias del sur? ¿Tiene que ver, quizás, con ella?

—En parte—responde Sasori sin inmutarse, desechando el intento de provocación—. Pero también tiene que ver con posibles mensajes de Kakuzu.

—Oh, estará impaciente por recibir un reporte detallado de la misión, hm—ríe Deidara, despreocupado ante la situación—. Pero ya me ocuparé de eso más adelante.

Sasori se queda callado por un instante, dos instantes, hasta que ve un ave a lo lejos, sobrevolando el cielo.

—Te estoy viendo ahora mismo—lo notifica—. Gira hacia atrás. El árbol más alto de por aquí, ¿lo ves? Ahí estoy. Tengo la prueba de vida para enviar a Karashi, así puede cobrarse la recompensa.

— ¡Senpai! —exclama Deidara cuando el pájaro de arcilla llega hasta su copa— ¡Sube!

Sasori ajusta el porta-shuriken en su cintura y salta con precisión sobre el lomo del ave, sintiendo el tremendo poder de las alas de arcilla extendiéndose bajo él. Mientras se acomoda en su lugar, la sensación de libertad en el aire es un contraste radical con la oscuridad de los túneles y las restricciones de la prisión.

Con un leve impulso, el pájaro de arcilla comienza a elevarse, ascendiendo por encima del valle y sobrevolando las montañas que antes habían sido un obstáculo impenetrable. La lluvia de rocas, ahora distante, ya no representa una amenaza inmediata.

Deidara, con una sonrisa de satisfacción, dirige al ave hacia el norte, hacia Torisu, la ciudad que será el próximo escenario de sus operaciones. Sasori observa el paisaje debajo de ellos en silencio, como contemplando el paso de un capítulo a otro. La determinación de regresar a su deber y cumplir con sus compromisos se mezcla con algo similar a la melancolía por lo que deja atrás.

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