III – EL NUMERO 4 DE PINEWOOD CLOSE, DUNKINFIELD

19

Olía a pan tostado, huevos fritos y grasa de tocino. Aún tenía los ojos cerrados, pero no pudo evitar sonreír pues ese olor le recordaba su infancia. Sin embargo, extrañaba el bullicio que normalmente acompañaba ese aroma en las mañanas, el caos generado por nueve almas viviendo bajo el mismo techo, ese día todo estaba más silencioso.

Al fin, Ron se decidió a abrir los ojos a punto de suplicar que lo dejaran dormir 5 minutos más y rogando en su interior que su madre le dijera a Fred y George que desgnomizaran el jardín y no a él. Con gusto lavaría todos los platos del desayuno a cambio.

Se sentó en la cama con un bostezo y fue apenas entonces, como si le hubieran dado un golpe en la cabeza, cuando notó que había dormido en la antigua habitación de Bill, que no había bullicio porque en aquella casa enorme y torcida sólo vivían sus padres y que daría su vida a cambio de volver a ver a Fred en el patio trasero una vez más.

Suspiró al pensar que seguramente su madre había mezclado otra vez un poco de poción para Dormir sin Soñar en su té a escondidas. No la culpaba, pues prefería eso a despertarse en medio de la noche y encontrarla llorando acurrucada a su lado mientras lo arrullaba tratando de calmarlo en medio de sus pesadillas.

Bajó las escaleras mientras soltaba un bostezo. Había ido a la Madriguera tras esperar a Harry una segunda noche en vano. Tampoco había escuchado nada de Hermione y ya comenzaba a impacientarse. La víspera de año nuevo estaba a la vuelta de la esquina y ellos seguían ocultándole más cosas de las que se podía imaginar.

Aun así y en contra de su naturaleza, trataba de mantenerse al margen y darles su espacio. Con ellos, ese era el único camino correcto para tomar. Todo ese asunto con Malfoy y los Black se había complicado más de lo que sospechaba, y estaba seguro de que ni siquiera sabía la mitad de lo que realmente había pasado.

—¡Buenos días! —exclamó al llegar a la cocina sonando más entusiasmado de lo que realmente estaba, pero bueno, al menos comería un delicioso desayuno hecho por su madre, en lugar del horroroso café que se hacía él mismo todas las mañanas.

—Buenos días, Ron —. Las voces de Harry y Hermione al unísono lo descolocaron por un segundo, pero se permitió sonreír de inmediato y, acercándose a la mesa, se dejó caer en una de las sillas con su mirada fija en ellos.

—Cuanto me alegra verlos de nuevo a los tres aquí —suspiró Molly al tiempo que movía su varita y se rompían más huevos para ser freídos en una sartén de hierro enorme —. Llenan esta vieja casa de vida.

—¿Por qué no me cuentas a mí también? ¿Acaso no te alegra tenerme aquí? —. Ginny acababa de entrar por la puerta de atrás después de su trote matutino y reclamó a su madre antes de darle un beso en la mejilla. Molly quiso protestar ante aquella acusación, pero su hija le respondió con otro beso.

Harry la miró mudo, casi embelesado, pero reaccionó al instante y carraspeó bajo antes de empinar su taza de café. Hermione le echó un vistazo de reojo y no tuvo tiempo de pensar más nada pues la mano de Ron se posó sobre la suya, sólo un instante, para llamar su atención. El contacto terminó casi tan rápido como empezó, pero ella no pudo evitar dar un respingo por la sorpresa. Fue ahora el turno de Ron para mirarla con suspicacia, sin embargo sólo suspiró y les preguntó en voz baja:

—¿Y bien? ¿Me he perdido de algo en estos días? —. Ambos lo miraron en silencio y Harry negó suave con la cabeza, no como respuesta sino más bien indicándole que ya hablarían de eso más tarde. Ginny los observó sin pronunciar palabra, bufó sin ser notada y se despidió escaleras arriba al tiempo que murmuraba que tomaría una ducha. Nada había cambiado y tampoco habría de cambiar. Esos tres eran una fortaleza impenetrable, llena de secretos aún en tiempos de paz y ella no tenía derecho a siquiera intentar escabullirse dentro de ella.


Un sol de invierno que parecía más bien cansado brillaba sobre restos de nieve sucia en el andén. Se habían aparecido en el número 4 de Pinewood Close en Dukinfield, una pequeña localidad sin nada especial en los alrededores de Manchester. Incluso Hermione no tenía idea de su existencia hasta la tarde anterior cuando descubrieron la postal. Un tranquilo pueblo rural inglés, donde nunca pasaba nada.

Ron miró a ambos lados de la calle y rápidamente concluyó que ellos 3 eran el mayor peligro en varias millas a la redonda. Del resto se encontraban casi al final de una calle sin salida y justo frente a una casa de ladrillo rojo con un viejo coche aparcado frente al garaje. Miró a Harry, esperando algún comando, pero él estaba absorto en la lectura de la postal que le habían mostrado después del desayuno.

Escuchó un plop casi imperceptible al otro lado de la acera, pero no fue el único. Harry y Hermione también se giraron, ésta última incluso con la varita en posición de ataque. Draco Malfoy los miró de frente y caminó hacia ellos sin inmutarse.

—Guarda eso —dijo a Hermione refiriéndose a su varita. Ella reaccionó tras un par de segundos—. Sí que sabes cómo llamar la atención…

Ron bufó burlón ante la ironía. Malfoy llevaba una túnica verde menta y unos botines grises y puntiagudos, pero habrían de ser ellos y sus varitas los que llamarían la atención.

—Ya me preguntaba yo cuánto tardaría Weasley en aparecer arrastrándose tras ustedes dos —comentó venenoso Draco a Harry que apenas le prestó atención.

—Primero fue sábado que domingo, Malfoy —zanjó Harry para desconcierto tanto de Ron como de Draco. Hermione suspiró y avanzó hasta el porche de la casa número 4.

—No creo que sea buena idea que todos hagamos esta visita, sería mejor que solo uno de nosotros se presente y…

Harry la interrumpió alzando una mano y negó con la cabeza.

—Si es uno o somos 4 no habrá gran diferencia. Vamos a llegar preguntando por una persona de la que estos muggles quizás nunca en su vida han oído mencionar. ¿Qué es lo peor que podría pasar? ¿Qué llamen a la policía? Podemos manejar eso.

Draco no mencionó palabra, pero estuvo de acuerdo con Harry. A esas alturas, ser cuidadosos era lo mismo que perder tiempo. Hermione suspiró derrotada y les dio la espalda aventurándose hasta el timbre. Sentía a los otros tres caminando detrás de ella en silencio. Estiró los dedos de su mano y mientras contenía la respiración presionó el botón junto a la puerta.

Una campanilla sonó dentro de la casa, pero luego sólo hubo silencio. Esperaron un par de minutos y, ya desesperada, Hermione timbró de nevo. No podía ser que tanto trabajo los hubiera traído hasta un callejón sin salida. Necesitaban respuestas, necesitaban ayuda. Presionó el botón dos o tres veces más, casi histérica. Sólo se detuvo porque una mano rodeó con fuerza la suya y la detuvo. Se volteó a mirar y encontró el rostro impasible de Draco que se ablandó por un segundo al ver que sus ojos estaban llenos de lágrimas. Deshizo su agarre y suspiró.

Hermione se giró a ver a Ron y a Harry. Ellos se alzaron de hombros, pero no dijeron nada. Por separado meditaban la posibilidad de qué tan ilegal sería irrumpir sin permiso en una casa muggle vacía.

—Esto no puede ser… —masculló ella entre dientes tratando de ocultar su frustración. Pero no pudo decir más nada pues el sonido de madera crujiendo desde dentro de la casa la sobresaltó. Se giró de nuevo hasta la puerta y la miraba fija y con excitación mientras los otros también se percataron del movimiento dentro.

Un sonido rítmico y lento de madera contra madera parecía delatar el movimiento de alguien hacia la entrada. De repente el golpeteo acompasado se detuvo y oyeron el tintineo metálico de unas llaves que intentaban girar la cerradura. Los cuatro jóvenes contuvieron el aliento y, en ese momento, con un chirrido casi imperceptible la puerta se abrió lento dejando al descubierto a la dueña de la casa.

Una mujer anciana, vestida con un traje de tweed bastante desgastado, los miraba a través de sus lentes de montura cuadrara y vidrios gruesos desde el marco de la puerta mientras, un poco encorvada, apoyaba ambas manos sobre un bastón de madera oscura en cuya empuñadura de plata brillante se podían distinguir ramas de enredadera mezclados con serpientes dormidas bellamente talladas.

—No esperaba visitas —dijo la abuela a modo de saludo y, al parecer, de despedida. A pesar de haber planeado su viaje hasta aquel lugar, no se habían puesto de acuerdo sobre quien hablaría o tomaría el liderazgo. Tácitamente los 3 chicos supusieron que Hermione tendría todo bajo control. Pero ella, quizás aun presa del asombro, no respondió nada.

La anciana los miró con cuidado un segundo más y no pudo evitar sorprenderse al ver qué tan dispar grupo de jóvenes se encontraba frente a ella, aunque, al mismo tiempo, tenían un aire familiar. Algo que le revolvía los recuerdos. Fue entonces cuando sus ojos oscuros se posaron en Draco y sus cejas se levantaron de sorpresa.

—Qué atuendo más peculiar, jovencito —dijo esbozando media sonrisa. Draco le devolvió la mirada y le respondió:

—Gracioso que usted lo mencione… —. Harry puso los ojos en blanco e intervino:

—Disculpe las molestias, pero estamos buscando a alguien y quizás usted lo conozca —. La mujer lo miró confundida, pensando en lo peculiar de aquella visita —¿Le suena de algo el nombre Alphard Black?

La mujer se lo quedó mirando un segundo más del necesario.

—Alphard Black —repitió mientras abría sus ojos como un par de platos. Hermione casi que alcanzó a emocionarse, pero para su asombro, la cara de la señora mutó de inmediato a una de total confusión al tiempo que negaba con la cabeza —. Es la primera vez que escucho ese nombre en mi vida —. Y dicho eso golpeó con fuerza el suelo con su bastón, como para darle fuerza a su afirmación.

Harry suspiró, dándose por vencido, y Draco pasó su mano por su cabello, tratando de ocultar su nerviosismo. Si su única pista los había traído hasta aquí, bien podía ir preparando su testamento. Es por eso que la voz de Ron los sorprendió a los tres.

—¿Está segura? Alphard Black. 5 pies con 10 pulgadas. Cabello negro. Ojos azul grisáceo. Un pequeño lunar del lado izquierdo de la nariz. Quizás lo conoció a comienzos de los años setenta, cuando tenía alrededor de unos 40 años.

La anciana hizo una cara como si la hubieran golpeado con un ladrillo. Abrió la boca para decir algo, aunque la cerró de inmediato. Sus parpados cayeron un poco, como si tuviera sueño de repente y dijo con expresión pensativa:

—No conozco a ningún Alphard Black, pero con esa descripción… —. Se detuvo de repente, como si le costara recordar. Miró a hacia al frente, con sus ojos fijos en un punto vacío detrás de las caras de los 4 jóvenes —. No, no conozco a ningún Alphard.

A Hermione esto comenzó a parecerle demasiado extraño, parecía que estaban subestimando la situación y podrían estar entrando en terreno peligroso. Quizás debían irse, evaluar los riesgos y volver con un plan. Sus respuestas eran tan sospechosas que debía de haber magia involucrada. Sin embargo, no tuvo tiempo de comunicar sus dudas a los demás pues Ron contraatacó de nuevo. Harry, Draco y Hermione lo miraron estupefactos y ya no sabían que esperar.

El pelirrojo tenía una expresión confiada en la cara, ambas manos en los bolsillos y dio un paso adelante antes de inclinarse un poco para quedar a la altura de la anciana, cuya mano se cerraba con tanta fuerza en torno al mango de su bastón, que parecía querer estampar su huella en la plata.

—Yo creo que sí lo conoce. Seguramente se encargaba del jardín y cuidaba todas estas plantas. Quizás tomaban el té de la tarde en la terraza del patio trasero cuando hacía buen clima. El buen Alphard ha de haberla querido mucho, pero un día desapareció sin despedirse…

—¡Alphard! —exclamó la anciana con los ojos bien abiertos y casi que llenos de lágrimas sobresaltándolos de pronto. Pero enseguida se recompuso, la mirada perdida y vacía volvió a su rostro y se alzó de hombros antes de continuar —. Jovencito, ya le he dicho, no conozco a ningún Alphard Black —. Esta vez fue el turno de Ron para suspirar. Sin embargo, se puso en guardia y apretó el mango de su varita dentro de su bolsillo al escucharla hablar de nuevo —. Aunque un hombre así, con esa descripción, sí que vivió aquí. Era nuestro jardinero y se llamaba Alpherg White…

En ese momento, un sonoro plop resonó detrás de ellos y apenas tuvieron tiempo de girarse luego de escuchar un desmaius ahogado para ver como un rayo de luz roja los atacaba por la espalda.

—¡Protego! —gritó Ron, que había estado todo el tiempo en guardia, antes de saltar delante de sus amigos (y de Draco Malfoy), sin pensárselo dos veces. Cuando los demás quisieron apuntar con sus varitas a sus atacantes, ya el hechizo había rebotado y Ron caminaba en dirección a la calle en posición de ataque.

Hermione comenzó a murmurar contrahechizos de protección y antimuggles antes de seguir a Harry y Draco por el jardín delantero hasta el andén. Los cuatro jóvenes, aun sobresaltados, rodearon a una mujer de mediana edad, que ahora yacía inconsciente en la mitad del asfalto, golpeada por su propio hechizo, cortesía de Ron.

Draco miró a Harry con los ojos bien abiertos y luego posó su mirada incrédula en Ron Weasley, cuyas habilidades nunca pensó que llegarían a sorprenderlo, y que con media sonrisa satisfecha desarmaba a la bruja desmayada y, con ayuda de Hermione, la arrastraba hasta el jardín.

—¿Qué diablos acaba de pasar? —preguntó Draco antes de poder evitarlo.

—Acabo de salvar sus traseros, eso pasó, Malfoy —respondió Ron antes de rodar los ojos —. Era evidente que esa pobre anciana está bajo algún hechizo desmemorizador. Ustedes también lo notaron, ¿Cierto? —preguntó en dirección a sus dos amigos. Hermione asintió, pero Harry no se movió ni tampoco dijo nada.

Lo único evidente para Harry era que acababa de notar que Ron había ido preparado como un Auror a esa misión, cuando para él aquel asunto sólo había representado un fastidio y fue por esa actitud, que los había puesto a todos en peligro. Si no hubiese sido por Ron…

—Lo importante ahora es averiguar quién es ella —dijo Hermione mirando a la mujer en el suelo e ignorando la incomodidad de Harry —. Y sobretodo, quién diantres es Alpherg White.

Draco trató de evitar expresar su asombro al escuchar a Weasley contar que algo olía mal debido a las respuestas y el semblante de la anciana. No sólo eso, sino que notó que en el jardín delantero habían centidonias plantadas en orden y rastros de hongo saltarín marchito, como si un mago se hubiese dedicado al jardín. Ambos ingredientes se usan para elaborar la poción de invisibilidad.

Además, había buscado de antemano toda la información de Alphard Black que pudo recolectar en los anales del Ministerio. Sabía que había fallecido a finales de los setenta o comienzos de los ochenta, pero la familia Black no permitió que se registrara la causa del deceso, que rezaba como "desconocida" en los archivos.

Aparentemente, al ver las reacciones de la abuela al responder, era evidente que el hechizo tenía una fisura y que, si presionaban lo suficiente o hacían las preguntas correctas, era posible que obtuvieran alguna información.

También había sido claro para Weasley que quien la había puesto bajo el maleficio, sabía de sus fallas, así que seguramente habría de existir una guarda o alerta que le avisara, en caso de que alguien, como ellos, estuviera metiendo las narices donde no lo habían llamado. Suponía que esa guarda había sido el nombre Alpherg White y por eso estuvo en pose de defensa esperando la aparición de enemigos. Supo que la mención del nombre había sido la fisura del hechizo desmemorizador y que podrían ser atacados de un momento a otro.

Todo había pasado tal cual él lo supuso.

Draco jamás llegó a pensar que Ron Weasley habría de representar algo más que un estorbo para su búsqueda, por lo que tenía que concentrarse para evitar caer su mandíbula por el asombro al escucharlo hablar con Hermione de sus deducciones. Al parecer, y después de todo, la comadreja sí que tenía más méritos, aparte de ser amigo de Harry Potter, para trabajar como Auror.

Afortunadamente para él, no tenía por qué reconocer este último pensamiento en voz alta.

Fue entonces cuando la bruja, que yacía inmovilizada en el suelo, comenzó a despertar adolorida. Los 3 amigos le apuntaban con sus varitas mientras que Draco la observaba con los brazos cruzados.

—¿Quién diablos…? —exclamó la mujer tratando de liberarse antes de voltearse a ver a sus captores. Se calló de pronto y un gesto de genuina sorpresa se pintó en su cara —. ¿Harry Potter? ¿Hermione Granger y Ron Weasley? ¿Qué hacen…? ¿Los héroes de guerra intentan atacar a mi tía? —. Luego miró a Draco y dijo bufando burlona —. Bueno, que Draco Malfoy esté aquí sí que tiene un poco más de sentido…

—¿Esta anciana es tu tía? Y si es así ¿Por qué esta bajo un hechizo tan poderoso de memoria? —inquirió Harry con sospecha.

—Además, ¿Por qué querría alguien atacarla? —completó Hermione aún más confundida.

La mujer, que tampoco parecía entender nada, se incorporó como pudo en el suelo y se sentó sobre sus rodillas todavía bajo las varitas amenazantes de los salvadores del mundo mágico. Aun cuando siempre estuvo tratando de preparase para aquel momento, nunca pensó que fueran ellos quien llegaran en su búsqueda. Algo no cuadraba en la historia que le habían contado.

Todo el tiempo estuvo esperando batirse en duelo con un ejercito de magos oscuros, pero supuso entonces que debía darle gracias a Merlín que no había sucedido. La habían neutralizado en cuestión de segundos, así que supuso que los mortífagos habrían de haberla matado antes de darse cuenta. Suspiró.

—Tía Louise, ¿Gustas prepararnos algo de té? —dijo la mujer dirigiéndose a la anciana que sonrió como volviendo en sí. Harry y los demás se habían olvidado por completo de ella.

—Por supuesto que sí, querida. Pasen, pasen —dijo la anciana perdiéndose dentro de la casa. Los jóvenes miraron a la mujer aun esposada mágicamente en el suelo. Ella les devolvió la mirada con unos ojos azules grisáceos, vivaces y burlones; y se presentó con media sonrisa:

—Mucho gusto, Alsephina White, a sus órdenes.


Como siempre digo: Terminaré esta historia. La diferencia es que ahora no añado excusas.

Gracias por leerme después de tantos años.
Gracias por haber leído si igual me acabas de conocer.

Perdonen cualquier error, trato de no olvidar cómo escribir.

Besos desde esta misma galaxia,

Ldny