Recostado en la cama de la habitación que le
habían ofrecido esos patéticos humanos, Vegeta
observaba el techo del lugar mientras se hundía
en sus propios pensamientos.
La sensación de estar en este planeta, era como
una espina clavada en su orgullo. Siempre fue un
guerrero implacable, imperturbable, decidido a
guiar su destino hacia la grandeza, y ahora se
encontraba rodeado de seres cuya existencia le
resultaba insignificante. Cada segundo en la
Tierra lo irritaba más, haciéndole cuestionar
cómo había llegado a este punto.
Los recuerdos de su pasado emergieron como una
marea negra en su mente, trayendo consigo un odio
profundo y enraizado. El saiyajin recordó sus
años bajo la sombra de Freezer, el tirano que lo
había convertido en una simple herramienta.
Desde que era niño, Freezer se había encargado de
aplastar su orgullo, su autonomía, su valor como
guerrero. Lo utilizaba a su antojo, envíandolo a
aniquilar civilizaciones enteras, a conquistar y
asesinar en su nombre. En sus ratos libres, la
sabandija lo torturaba físicamente; Pero lo peor
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para él era la humillación constante. Freezer
disfrutaba sometiéndolo, recordándole a cada
instante que, aunque era el Príncipe de los
Saiyajin, no era más que un sirviente en su
imperio, una basura. Vegeta recordaba las veces
en que ese miserable lo había denigrado,
obligándolo a doblegarse y seguir todas y cada
una de sus órdenes por muy patéticas que pudieran
resultar. Todo aquello que debería haber sido un
acto de orgullo y poder para si mismo, Freezer lo
convertía en una maldita porquería, dejándole
claro que no era un lider, no era un
conquistador, y aunque fuera un saiyajin, él era
solo un peón en el tablero de alguien mucho más
poderoso.
Pero ahora todo había cambiado, Frezzer estaba
muerto. Kakarotto había hecho lo imposible,
derrotando a la maldita basura que había regido
con dominio absoluto durante tanto tiempo el
universo. Una parte de Vegeta se regocijaba con
la idea de que esa sabandija había perecido de
una manera tan irónica, a manos de un Saiyajin,
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el mismo tipo de guerrero que había despreciado
toda su vida. Sin embargo, esa satisfacción
estaba empañada por el sinsabor de que no había
sido él quien lo había matado, y aunque Freezer
ya no existía, el odio que sentía por él seguía
ardiendo en su interior. Aunque, con ese maldito
por fin fuera del camino, ahora podría
concentrarse plenamente en su verdadero objetivo:
el poder. Superar a Kakarotto era solo el inicio.
Ese imbecil había osado morir sin darle la
batalla que merecía, por eso los humanos debían
resucitarlo pronto. Él tendría que esperar...
Maldición, esperar, era algo que detestaba tanto
como admitir que el tiempo estaba más allá de su
control. Sin embargo, sabía que Kakarotto tendría
que enfrentarlo nuevamente. Esa batalla era
inevitable. Pelear contra su rival era lo único
que le importaba, porque la lucha, la victoria, y
el experimentar su propia superioridad, era todo
lo que quería. Así que mientras aguardaba ese
momento, no podría permitirse perder el tiempo.
El entrenamiento no era solo una necesidad
física; era su forma de canalizar el odio, la
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frustración y el deseo de poder que lo habían
impulsado desde que tenía memoria. Se entrenaría
hasta quebrarse todos los huesos del cuerpo mil
veces de ser necesario. No importaba cómo, pero
lograría alcanzar el poder de un Super Saiyajin.
No había otra opción. Ser poderoso o morir: esa
era la única lección que la vida le había
enseñado.
De repente un sonido interrumpió sus
pensamientos. -¿Joven Vegeta?- Llamaron a la
puerta.
Era el señor Briefs mostrandose diligente con su
nuevo huésped. La raza Saiyajin lo había
fascinado desde que analizó su tecnología, y
tener a un residente quien resultaba ser nada más
ni nada menos que el principe de esa raza en su
casa lo emocionaba. Sabía bien que Vegeta, como
su hija le mencionó que era su nombre, era muy
diferente a Goku, lo cual, lejos de atemorizarlo,
le despertaba un gran interés.
El saiyajin reconoció la voz del hombre, después
de todo, fue con el primer humano que entabló una
conversación justo al llegar a ese lugar, poder
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observar tecnología avanzada era algo que no se
esperaba en ese planeta y aquel cientifico
resultaba útil por ahora. En un suspiro se
levantó. Abrió la puerta sin esfuerzo,
encontrándose con el anciano terrestre quien
llevaba una criatura extraña en su hombro.
—Me alegra ver que la perilla no le causó
problemas esta vez— mencionó el Dr. Briefs,
refiriéndose al incidente que habían tenido más
temprano cuando le mostraron como ingresar a la
habitación. Vegeta lo miró con desdén.
—Observar algo tan simple más de una vez para
comprender su funcionamiento es algo que yo no
necesito, terrícola— respondió el guerrero con
rudeza.
En definitiva Vegeta era todo lo contrario a
Goku. Sin inmutarse por la actitud del saiyajin
el Dr. Briefs prosiguió -La nave está lista,
puede usarla para entrenar cuando quiera, si
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necesita algo allí, hágamelo saber, aquí tiene la
clave de acceso, son estos simples números...- le
entrego un papel con la combinación 776633.
-digítelos en el panel de acceso para ingresar,
lo encontrará al lado derecho de la entrada-
Vegeta lo tomó y pudo leer en el seis símbolos
que no reconoció. Si iba a pasar demasiado tiempo
en ese planeta, tendría que familiarizarse con su
grafía. No sé permitiría depender de esos
insectos más de lo necesario.
-Una cosa más Vegeta, mi hija vendrá a darle
algunos implementos para que se instale
adecuadamente aquí, ella está justo ahora en la
habitación de al lado- dijo el señor Briefs
señalando hacia la izquierda
-No necesito nada más, no quiero que me molesten-
Exigió el saiyajin.
-Bueno, me temo que tendrá que ser usted mismo
quien se lo diga- concluyó sonriendo aquel hombre
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al mismo tiempo que se alejaba de allí
apresuradamente, cualquiera podria apostar que
por la prisa que llevaba, lidiar con su hija era
algo que prefería no hacer en ese momento.
Tratar con esa mujer era molesto, no solo era
vulgar, sino también escandalosa. Harto de la
situación, se giró y cerró la puerta de un golpe.
No pensaba perder ni un segundo más con humanos.
Caminó hacia el balcón de la habitación y, sin
dudarlo, salió volando por la ventana directo a
la nave. Al aterrizar, su mirada se posó de
inmediato en el panel de acceso. Observó varios
símbolos y, con una mueca de desdén, presionó los
que coincidían con los del papel. La puerta se
abrió con un leve chasquido y se cerró tras él al
ingresar.
Decidido a explorar el lugar con más detalle,
Vegeta notó que el espacio era considerablemente
amplio. El comando principal apenas ocupaba el
interior; su atención fue inmediatamente atraída
por el mecanismo de gravedad. Al lado había
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varias botellas de agua y una nota que capto su
mirada, pero el texto era ilegible sin un
rastreador. Fastidiado, la arrojó a un lado.
Continuó explorando, y pronto distinguió un
acceso en el suelo que conducía a la parte
inferior de la nave. Descendió y encontró un
espacio más reducido. Recordando su primera
conversación con el humano, supuso que este lugar
estaba destinado para el descanso, almacenamiento
de alimentos y otras necesidades básicas. Sin
embargo, todo estaba vacío, lo que solo
incrementó su irritación, el hambre empezaba a
hacerce presente, la idea de perder tiempo
buscando comida en lugar de entrenar lo
enfurecía, pero estaba decidido: si iba a
quedarse en este planeta, sería bajo sus propios
términos.
Sin más, regreso hacia la salida de la nave,
abrió la puerta y se lanzó al vuelo encaminado a
saciar su estómago lo más rápido posible para
centrar su atención en lo que realmente le
importaba.
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