Día 4 de la GoYuu Week 2024
Organizada por goyuugoweek (Twitter/X)
Prompt elegido: Body horror


DIME UNA PALABRA

Satoru caminaba con una bolsa de plástico en la mano. Las corrientes de viento ocasionales, el crujido de los escombros bajo sus pies y su respiración, eran los únicos sonidos que alcanzaban sus oídos.

Al llegar a su apartamento, no se molestó en buscar la llave. Residía en un desierto de concreto donde la única vida a decenas de kilómetros a la redonda era la suya propia.

Empujó la puerta y entró, con el eco de sus pasos dándole la bienvenida.

Así como su hogar, el mundo en el que Satoru vivía era un páramo de desolación, una mera sombra de lo que alguna vez fue, aunque no siempre fue así. Años atrás una serie de portales surgieron de la nada, brindando acceso a una dimensión desconocida en la que había misterios por doquier.

Las personas que cruzaban a ese lado regresaban con habilidades sobrenaturales unas más poderosas que otras y riquezas que harían su vida más fácil. No obstante, no todo era color de rosa, pues para conseguirlas debían luchar contra criaturas que parecían salidas de la imaginación de autores de libros fantásticos y mitológicos.

Una vez que un portal era "limpiado", se cerraba y con él, toda su abundancia, por lo que muchas veces los aventureros dejaban una parte "pendiente"; sin embargo, descubrieron que existía un límite de tiempo para completar el trabajo a medias. Cuando el contador llegaba a cero, la puerta se rompía y dejaba salir al mundo toda clase de monstruos, pesadillas y… enfermedades.

La humanidad resistió la primera y última ruptura de un portal, pues se liberó en la tierra un virus mortal que convertía a las personas en lo que la ficción denominó durante muchos años como zombies.

Día a día Satoru entraba y salía de los portales con un equipo de expedición para extraer todo tipo de recursos cadáveres de monstruos incluidos que permitieran crear una cura para la terrible infección que amenazaba su realidad.

Hasta el día actual, cada "cura" inventada era un fiasco. La más efectiva apenas lograba retrasar el proceso de zombificación en los afectados. En los casos más optimistas las personas podían ganar algunas semanas antes de sucumbir ante la enfermedad.

Satoru sabía eso mejor que nadie.

—Estoy en casa, Yūji —dijo, con una voz alegre y melosa en perfecto contraste con sus ojos azules y vacíos en los que no se asomaba ni una sola luz de esperanza.

En lugar de recibir una respuesta, su respiración se cortó al escuchar un sonido seco y repetido de algo o mejor dicho, de "alguien", chocando contra la puerta de la cocina.

Satoru se dirigió hacia el lugar desde el que provino el golpe para toparse con Yūji o con lo que alguna vez fue Yūji, pues el chico había sido reducido a un cuerpo sin raciocinio que vagaba por ahí con movimientos mecánicos y torpes.

—Yūji, ¿tan ansioso estabas por verme que chocaste con la puerta? —agregó una risa amena mientras tomaba a Yūji por los hombros para girarlo en su dirección.

Yūji emitió un gutural pastoso, aletargado y un poco ronco.

Para no fijarse demasiado en el rostro del chico, Satoru le escrutó las piernas con ojos preocupados, pues cada movimiento que Yūji hacía era una oportunidad de sufrir una nueva lesión.

Satoru recordaba con claridad el día que llegó a casa y encontró a Yūji con un cuchillo encajado en el pie, desde entonces no había vuelto a caminar bien. El único lado positivo era que Yūji no sentía dolor y tampoco sangraba; sin embargo, eso no significaba que Satoru pudiera descuidarlo.

La pálida piel de Yūji estaba intacta, cosa que le permitió a Satoru soltar un suspiro de alivio. Su compromiso con el bienestar de Yūji se mantenía tan inquebrantable como el día en que le pidió que se convirtiera en su pareja. Gracias a eso, Satoru era capaz de pasar por alto los detalles más deshumanizantes del chico.

El cuello de Yūji y la parte inferior de su mandíbula mostraban la piel flácida, removida, como si le hubiera caído alguna clase de ácido que la hubiese derretido; los músculos que mantenían aquella zona tensa, parecían haber olvidado su función desde hacía meses.

Las finas facciones del chico se habían casi borrado en su totalidad y en su boca quedaban sólo un par de dientes que podían contarse sin esfuerzo; su mandíbula ya no cerraba, por lo que la saliva fluía hacia el piso todo el tiempo. Tenía los ojos completamente desorbitados, mirando hacia ningún lugar en específico, inyectados en sangre, pero apagados, desprovistos de toda la vitalidad que alguna vez albergaron.

El cabello le había dejado de crecer, pero una zona amplia exhibía cierta calvicie, pues en una ocasión se tropezó y se estampó contra la esquina de un mueble, haciendo que se le desprendiera el cuero cabelludo en el proceso.

También había perdido la movilidad completa de los brazos y en varias zonas de estos se mostraban llagas abiertas que Satoru debía limpiar a diario para evitar que se llenaran de gusanos.

Satoru recordaba con horror la ocasión en que tardó tres días en regresar de una excursión a través de un portal; al llegar a casa, encontró a Yūji con las llagas infectadas, llenas de una pus verdosa y larvas aún retorciéndose.

Aquella visión lo había dejado marcado y desde entonces desinfectaba las heridas de Yūji con regularidad. También aplicaba cremas regeneradoras y parches de colágeno que no surtían efecto alguno, pero Satoru prefería no pensar en ello. Para él era una manera de mostrar su devoción y de aferrarse a la esperanza de que, de alguna forma, sus esfuerzos harían la diferencia.

Satoru nunca escatimó un solo centavo para complacer a Yūji y eso no cambiaría ahora, aunque el chico ya no pudiera apreciar esos gestos.

—He traído tu medicina, Yuji. ¿Qué te parece si no nos demoramos más con ello? —anunció Satoru—. Si te portas bien, te prometo que te mimaré todo lo que quieras. —Se apresuró a tomar la mano del chico, advirtiendo lo gélida que se hallaba—. Vaya, parece que el invierno llegará pronto este año, pero no te preocupes, he visto montones de prendas que te quedarían maravillosas, en mi próxima paga te traeré unas cuantas. Tú puedes esperarme aquí, viendo las películas que tanto te gustan, arropado con la manta especial para nuestras noches de cine.

Al llegar al sofá, Satoru sentó a Yūji con cuidado y se colocó a un lado de él. Sacó los fármacos de la bolsa y sus manos continuaron moviéndose con una precisión casi mecánica de la cantidad de veces que había realizado aquello.

—¿Sabes? Este medicamento es maravilloso. Mucha gente se pelea por obtener una dosis y por eso se agota rápido. Yo lo encontré en una subasta camino a casa. Corrí con suerte, ¿no crees?

A pesar de saber que Yūji ya estaba perdido y que ninguna medicina podría devolverle la vida, Satoru no podía dejar de intentarlo. Cada pinchazo de la aguja era un acto de negación a la realidad aplastante que los rodeaba.

Satoru susurraba palabras de aliento, cuentos de recuerdos pasados y promesas de un futuro que nunca llegaría. El mundo afuera se desmoronaba a una velocidad vertiginosa, pero en ese pequeño apartamento, Satoru se aferraba a la estúpida esperanza de un milagro.

—¡Ese es mi Yuji! —vitoreó Satoru mientras regresaba a la bolsa el vial y los suministros empleados—. Yo habría salido corriendo al ver la aguja, ja, ja. No cabe duda de que mi novio es excepcional.

Entonces, Yūji se echó hacia adelante y su pierna maltrecha lo hizo caer. Sin un sentido del equilibro o reflejos que mantuvieran su integridad, su pecho se estampó contra la mesilla a un paso de distancia.

—Ay, Yūji —pronunció Satoru con una tonada melosa—. ¿Seduciéndome apenas llego del trabajo? —Se arrodilló justo detrás de su pareja—. Sí que te he dejado solo, ¿verdad?

Sin pudor alguno, Satoru dirigió una mano hacia la entrepierna de su amado, donde llevaba meses sin obtener reacción por mucho que acariciara o masajeara la zona.

—No te preocupes, Yūji. Te complaceré como lo he hecho tantas veces. —Carente de pensamientos racionales, bajó los pantalones deportivos de Yūji, dejando al descubierto su trasero—, después de todo, mi vida entera está dedicada a lo que Yūji pida.

Tanto el ano como los genitales de Yūji exhibían una enorme mancha verdosa. Satoru sabía que la piel de esa zona se hallaba delicada, pero no había riesgo de que se desgarrara o reventara mientras no se inflamara o adquiriese un color morado.

—Lo haré con cuidado esta vez, ¿ok? Sé que prefieres cuando lo hacemos con algo de fuerza, pero es mejor ir poco a poco mientras la medicina hace efecto. —Satoru solía repetir eso con la esperanza de creer ciegamente en su mentira algún día.

Satoru se bajó los pantalones y comenzó a masturbarse; dolía, pues por todo su falo había pústulas blanquecinas con bordes amarillentos que dificultaban la tarea, pero por Yūji era capaz de ignorar el dolor y lograr una erección.

Dejó caer saliva sobre su miembro, dando un masaje suave en el glande hinchado, donde el fluido se mezcló con el esmegma.

—Lo pondré dentro. Me dices si te incomoda.

Mientras se introducía, Satoru notó que Yūji seguía tan flojo como semanas atrás: tenía otro músculo que había perdido sus funciones.

—Ay, Yūji —jadeó gustoso—. Veo que estuviste jugando aquí atrás. Bueno, está bien, quizá acceda a ser un poquito rudo hoy, ¿vale?

Yūji no emitió quejidos ni sonidos diferentes a sus usuales gruñidos ásperos que parecían estar cronometrados día con día.

Incluso si el vaivén de Satoru era muy rudo o más suave, Yūji no reaccionaba: continuaba tendido sobre la mesa como un muñeco de trapo.

—Siempre me recibes tan bien, Yūji —sin que se le descompusiera la voz, comenzaron a ponérsele cristalinos los ojos, convenciéndose de que era por el placer y no por el dolor en lo más profundo de su alma—. A veces siento que no te merezco...

Al agachar la cabeza, las lágrimas comenzaron a caer sobre la playera de Yūji.

«Yūji»

«Yūji»

«Yūji»

Entre más pronunciaba ese nombre, más arqueaba Satoru la espalda, hasta que su frente tocó la parte baja del cuello del chico.

—Dime algo, Yuji —agregó en voz baja, con los labios temblando—. Una sola palabra... lo que sea...

Mas Yūji no dijo nada. Como había sido en los últimos cinco años.

—Lo que sea...


Para este fic cuento con la colaboración de una gran artista, aunque como aquí no se permite colocar imágenes, no pude anexar el fanart.
La encuentran como "Mon Limonada" en todas sus redes y también estaré haciendo reblog de su material en las mías
¡Gracias por leer!