Antes de empezar me encantaría agradeceros a todos aquellos que dejáis comentarios y me animáis a seguir escribiendo 3

A Melody of Wings, Adrian Robles y a Styrofoam-Dog

Y ¡sobre todo a ti, Lollyfan33 que tanto me escribes y te emocionas con esta pequeña historia!

Y sin más dilaciones, aquí os dejo con el:

Capítulo 17

En contra del viento

Nami no solía pensar mucho en la marca de Arlong o al menos eso se decía a sí misma todas las noches cuando se obligaba a conducir su pensamiento por otro rumbo. A veces, en las madrugadas en las que le costaba respirar mientras pensaba en el futuro, se levantaba con la sensación de que tenía una herida abierta en el hombro que un día la dejaría desangrada en el suelo, rodeada de un charco de resentimiento, miedo y odio.

Había soñado durante tantas noches con la desagradable sensación de la tinta devorándola por dentro que ya hacía mucho que había dejado de contar las pesadillas. Era la evidencia del poder que tenía Arlong sobre ella, de la traición más absoluta al recuerdo de su madre, de la barrera que la separaría siembre de su hermana, Genzo y todos los habitantes de la aldea. De que, al fin y al cabo, ella siempre tendría una mácula en el alma.

Nami había pensado muchas veces en coger un cuchillo y arrancarse la piel hasta que la tinta se olvidase de ella. Cuando se marchaba de la isla durante viajes largos, a veces se arañaba el hombro hasta sentir la sangre gotear y cerraba los ojos soñando con que aquel líquido pegajoso era negro en vez de rojo. Aun así solía agradecer el reflejo del tatuaje en el agua en calma, porque, cuando le costaba volver allí donde anidaba el miedo, a las garras de Arlong, la imagen del negro le recordaba la cadena invisible al cuello y solo así se obligaba a navegar en contra del viento.

Siempre supo que llegaría el día en el que se lo arrancaría. Un futuro lejano y piadoso, cuando su deuda estuviese saldada. El problema, se dio cuenta en la isla de Dawn, es que le había empezado a pesar el hombro y cada vez le resultaba más difícil levantarlo sin sentir la tinta, pegajosa y corrosiva, devorarla por dentro.

Cada vez que Luffy la abrazada o jugaba con ella, incluso cuando Ace la azuzaba entre frases llenas de preocupación, los nervios del brazo se le dormían y los dedos le hormigueaban.

Ace y Luffy, que ya habían vislumbrado partes de la historia entre los verdugones y la desconfianza permanecieron tan callados que la luz de la luna debió dudar al posarse sobre ellos, tan parecidos a fantasmas y tan duros como la roca. Su abuelo, en cambio, empezó a crecer y a crecer, hasta que llegado cierto punto echó a la paciencia por la puerta y llenó el salón de rabia. La voz tropezó y sus ojos cayeron directos al suelo cuando el recuerdo de aquel día en el que el nombre de su madre se convirtió en masacre.

Garp la estrujó con tanta fuerza que quizá se le escapó alguna lágrima solitaria.

Aquella madrugada, cuando Garp la soltó por fin y los mandó a ella y a Luffy a la cama, con la boca seca y pastosa, liberada de la carga de su historia, que aún recorría las vetas de madera de la casita del marine, el hombro no le dolía, le ardía. Le ardía como los ojos, hinchados de tanto contener el llanto, y como la garganta, agotada de relatar una historia que durante tantos años había permanecido cubierta mediante una capa de secreto, miedo y muerte.

Cuando se metió en la cama Luffy se enredó a ella igual que un candado a un tesoro. Nami intuía que era el miedo a que saliese corriendo, a aquella huida que ella llevaba siempre atada en los pies.

En el piso de abajo la voz grave de Garp bailaba entre sílabas con la de Ace, en una conversación que Nami era incapaz de distinguir entre la sordera pero que sentía en la forma en la que vibraban los cristales de un cuadro lleno de barcos y anclas que alguien había llenado de dibujos de banderas piratas.

La mano de Luffy sobre su hombro entintado le hizo retorcerse en aquel apretado abrazo. Al parecer el chico había dicho algo en una voz tan bajita que a sus oídos cansados les había pasado totalmente por alto.

—¿Qué?

—¿Aún te quieres ir?

La pregunta rozó de nuevo aquellos secretos que ahora rodeaban la casa. Ya no tan secretos, ya no tan pesados. Pero igual de dolorosos que cuando se crearon.

—Si supieses todo lo que he hecho no querrías que me quedara contigo.

—No eres mala.

Ella suspiró y enfocó la mirada en el reflejo del cristal que se movía conforme a la vibración de la conversación de abajo.

—Las buenas personas no matan.

Luffy cerró la boca durante dos segundos, pero no soltó el agarré antes de introducirse en las profundidades de un pasado del que Nami solo sabía correr.

—¿Tú has matado, Nami?

La tinta que vivía bajo su hombro se retorció bajo el peso de los recuerdos mientras daba voz entre susurros y pena a un mar de arrepentimientos.

Recordó a su madre, la sangre caliente, los ojos fríos.

Recordó a una mujer con las manos aún enredadas en un collar de perlas.

Recordó a aquel niño al que intentó ayudar a escapar y cuyo fantasma aún le perseguía en las noches en las que los desdichados acudían a las puertas de Arlong Park a por un poco de venganza.

Recordó la primera matanza a la que acudió con la banda.

Y mientras recordaba los dedos se le pegaron, viscosos, ensangrentados.

La lengua le escoció cuando se la mordió, consciente de que era una cobarde que no quería perder a Luffy bajo el peso de aquellos pecados. Asintió con el hombro dolorido y la cabeza gacha, se negó a llorar, porque una pecadora no merecía compasión, no merecía lástima.

—Shanks dio un brazo por mí, ¿sabes? Se lo comió entero un Rey del mar.

La declaración pilló a Nami por sorpresa, incapaz de articular respuesta a aquel recuerdo lleno de sangre que no pertenecía al círculo de sus pecados.

—La verdad es que pienso que eres como él, pero tú has dado tantos brazos que te ha comido entera el monstruo y cómo estás dentro de su enorme barriga no ves bien, eres una oruga. Sacrificarse por los amigos no está mal. Shanks lo hizo por mí y tu madre lo hizo por tu hermana y por ti. Pero necesitas ayuda porque tu Rey del mar es muy grande y ¡oye, no te preocupes! Que está bien porque nosotros estamos aquí. Estoy yo y está Ace y aunque de miedo también está el abuelo. Dentro de poco podrás ser un escarabajo, ya verás.

Luffy componía frases liando las ideas, pero a ella le gustó la forma en la que se le veía armar y desarmar palabras mientras hablaba porque lo hacía con cariño y honestidad. Con aquella magia que solo habitaba en los labios de alguien que nunca ha dejado de soñar.

—Gracias —susurró calentita, aún con los ojos húmedos, pero con el corazón un poco más abrigado.

El muchacho rió mecido ya en la promesa de un mundo alejado de los problemas de a pie y a ella se le ensortijó la tinta bajo las venas, aún culpable, pero un poquito más fresca que antes. Antes de que se deslizase por completo en la inconsciencia, le dio la sensación de que una mano grande y arrugada le acariciaba la cabeza y Nami se permitió soñar con una vida rodeada de molinos, mandarinas, peleas y suciedad.

Un sueño agradable al que aferrarse dormida mientras se lo negaba a si misma cuando abría los ojos. Porque hasta que todo estuviese bien atado, no se permitiría jamás soñar despierta.

Mientras tanto disfrutaría las noches rodeada de una vida calentita, bien alejada de la tinta y de la tenebrosa realidad.


A pesar del calor con el que se introdujo en el sueño, Nami se despertó helada. El abrazo de Luffy se había desecho mientras el niño pulpo daba vueltas en sueños a la luz del amanecer. La casa permanecía en silencio, ya fuera por lo temprano que era o por lo mucho que habían trasnochado la noche anterior.

Ella fue consciente, mientras se sentaba en el colchón, con la respiración de quien parecía ser Ace sobre la nuca, que aún no eran las ocho, porque nadie había llamado a la puerta con el expediente que había solicitado Garp.

Despacio y a sabiendas de que cuando el viejo se despertase le sería imposible salir de aquella casa, se levantó, aún vestida con la ropa y los golpes del día anterior y se deslizó por la ventana entreabierta del segundo piso, con la culpabilidad clavada en la nuca. A pesar de que no debería sentirse culpable porque, al fin y al cabo, Nami había decidido que se quedaría. Había contado todo y aquella historia solo la llevaría a la muerte si volvía, a ella y a su familia. Arlong solo tenía compasión con los de su especie y con sus intereses y Nami dejaría de interesarle en el momento en el que viese como lo había vendido a la marina. Aunque aquella "marina" solo tuviese un integrante y fuese el abuelo de dos niños asalvajados al fin y al cabo era un Vicealmirante, por eso había confiado en él, porque, aunque fuese por el amor a esos niños, Nami tenía fe en la fuerza de aquel cariño que se intuía entre el enfado y los regaños.

Incluso así, sí quería quedarse y tenderles la mano a aquella extraña familia, antes necesitaba posicionar bien las fichas sobre el tablero. Solo así podría enfrentar una amenaza como aquella que lee esperaba en la isla de Cocoyashi y para ello tenía que volver al barco a por las provisiones que vivían bajo las tablas del barco.

La puerta se abrió sin hacer ruido y ella dejó en el pomo, bien visible, la huella de sus dedos, para retirar cualquier tipo de responsabilidad del niño que se mecía aun entre sueños, aprisionando una almohada entre sus brazos de goma.

La casa estaba cerca de la aldea de Foosha, así que se dio el lujo de dejar otra huella de su presencia cuando saludó a Makino, que ya se encontraba preparando la taberna para la hora de apertura.

—¡Nami! Me han dicho que estabas con Garp y los niños, ¿ya han soltado a Ace?

La voz de Makino rayaba el umbral de la esperanza y a la niña se le estrujó el estómago. Tendría que haber rodeado el lugar, se dijo, mientras retorcía entre los dedos un hilo suelto de la manga de su camisa, donde el tatuaje la presionaba a echarse al mar y no volver.

—El viejo quiere hacerse cargo de todo, señorita. Imagino que lo solucionará. Yo nunca me metería con un hombre como él si fuese de esos matones de la marina.

Los labios suaves y enrojecidos de aquella mujer de expresión maternal se curvaron ante sus palabras y Nami procuró alejarse del rango de atracción de una mujer así. Con aquel aire que solo reflejaban las madres. La peor pesadilla de una huérfana como ella, que últimamente se dejaba arrastrar por cualquier promesa de familia, por débil que fuera.

—Me alegra mucho oírlo. Anda, quédate a desayunar, Nami. ¿Hoy no te acompaña Luffy?

Ella negó cabizbaja. Los dedos le hormiguearon cuando se obligó a retorcerse bajo el peso de la mentira.

—Que va, lo siento, señorita. Es que tengo que recoger algunas cosas y Garp me ha mandado a por ellas ahora en un momento, cuando Ace y Luffy siguen dormidos y no pueden armar un escándalo por todo. Ya sabe usted cómo son.

La posadera rió con la risa entre los dientes, pero Nami no le dio tiempo a la respuesta. Se encaminó hacia el acantilado con la prisa en los tobillos y la culpabilidad pegada a la espalda.

Aunque solo fuese a recoger los mapas y el Den Den Mushi escondido a bordo de su pequeña embarcación y ganar algo de tiempo.

El mar estaba picado cuando llegó al lugar donde había atracado el barquito y ella no tardó en saborear la sal.

Había escondido bien la embarcación, así que con la marea alta le costó llegar hasta las ligeras tablas y subirse a ella de forma más o menos elegante. Se tambaleó un poco cuando lo consiguió y tuvo que sujetarse al mástil como cualquier niño que tocaba por primera vez el mar con los pies sobre madera.

Una vez que el estómago hubo asimilado con certeza que no era momento de echar todo por la boca y cuando al fin se equilibró, tarea que a ella le llevaba siempre un par de segundo más que al resto del mundo debido a sus oídos, hincó los dedos en una de las tablas que separaba el fondo real de la barca con el ligero balón de aire que la separaba de las profundidades del mar.

Las manos se le entumecieron por el frío del agua y del esfuerzo. Para cuando la tabla por fin cedió, Nami jadeaba con las gotas heladas del mar acariciándole el cuerpo.

El frío se volvió intenso y perdió el poco aire que aún retenía en los pulmones en cuanto comprobó, horrorizada, que la pequeña bolsita con los mapas de repuestos y el Den Den Mushi habían desaparecido.

Histérica, cayó de rodillas contra el suelo, empapada por completo por el vaivén de las olas y palpó sin éxito el fondo de la barquita. Con las manos temblando, aterida de miedo y de frío.

—¿Buscas esto? Nami, querida.

La sangre se le volvió de escarcha y el más absoluto de los terrores, atragantado en el gaznate, la ancló allí, encogida sobre sí misma.

La pequeña caracola tintineó frente a ella, junto a las yemas azuladas de sus dedos. Se sintió de cera cuando una mano escamosa y de gelatina se posó en su cuello y le levantó la barbilla mientras apretaba con dureza la tierna carne de su cuello.

Arlong.

Arlon la había ido a buscar.

—Espero que me hayas echado de menos, mi dulce gatita —la otra mano viscosa y helada del hombre pez que la retenía fue en busca de aquella tinta escondida para clavar una de sus garras allí—. Yo definitivamente sí que te he echado de menos a ti, me tenías preocupado después de tanto tiempo sin responder a mis llamadas. ¿Verdad que nos preocupamos por ella, Chew?

El rostro, ya blanco, empalideció por completo al contemplar una cabellera rubia emergiendo del mar, junto a dos coletas oscuras y un tentáculo demasiado grande para tratarse de una coincidencia en aquellas aguas tan turbias.

—Arlong yo…

La excusa ni siquiera llegó a nacer cuando el hombre apretó la mano entorno al cuello.

—Ahórratelo, querida, seguro que tu viejo marine le encantan las historias para no dormir que cuentas, pero yo ya he visto suficiente para saber lo que has hecho, idiota.

Ella negó con fuerza, desesperada.

—No…

—Me has traicionado, Nami. Kurobi llevaba razón, los humanos no saben hacer nada más que mentir.

La mano con la que le cerraba el suelo se apretó hasta el punto en el que la larga y aserrada nariz del hombre pez se convirtió en el centro de su mundo. El hombro le palpitaba con la uña enterrada en la carne.

Intentó respirar y la mano de Arlong le aprisionó aún más el cuello. Ella gimió, aterrorizada. Y las piernas, ya torpes entre el agua helada y el frío de la mañana, le ardieron, calientes.

La voz saltona de Hachi se le coló en los oídos, debilitados por la falta de aire y por el miedo.

—Capitán, creo que acaba de mearse encima.

La vergüenza ni siquiera asomó a ella mientras las risas de Arlong y su gente le llenaban los oídos con el mundo hecho una esfera de oscuridad y el cuerpo dolorido, cada vez más adormilado por la falta de oxígeno.

Los largos dedos de Arlong se relajaron entornó a su cuello y Nami por fin pudo tomar aire de golpe. Los pulmones le ardieron y el mundo se volvió negro y silencioso, con la desesperación de nuevo haciéndole hueco entre sus ásperos brazos.

—Da las gracias a tu madre por que te enseñase a hacer algo, sino ya estarías muerta, traidora.

Entre la bruma le dio por pensar que no podían existir dos abrazos tan diferentes, debería ser antinatural. Los brazos de Luffy eran elásticos y cálidos cuando había despertado atada, apenas una hora antes, entre ellos. Ahora que el mundo volvía a apagarse a ella le parecían parte de una broma de mal gusto, retorcida y alegre, entre la desgracia fría y cruel que siempre había sido y sería su vida.


¡Sorpresa!

¡Espero que no os esperaseis ese final para este capítulo! Ya he planeado el gran final, todavía falta algo de tiempo para que lleguemos, pero se acerca. De todas formas que no panda el cunico, ¡aún queda más por venir! Aun así, me da un poco de pena porque ya sé el final. De hecho, hasta tengo el resumen escrito. :(

Bueno, ¿qué tal el capítulo? ¿Os ha gustado? Me tomó tres intentos escribirlo como quería (así que este capítulo ya lo escribí tres veces)

Por eso hice el resumen.

¿Qué opináis? ¡Necesito opiniones! jejeje