La idea del hotel para redimir a las almas de su pueblo había sido suya, su gran sueño desde que era niña. En parte quería creer que fuese posible, a pesar de que no haya habido ningún caso de éxito hasta el día de hoy. Había puesto todo su empeño en buscar residentes y proteger a las personas del exterminio, molestando y convenciendo a los demás para que la ayudaran.
Por eso se sentía tan hipócrita, ¿cómo podía darles esperanzas a los demás si no tenía esperanzas para ella misma? Y no es que fuese posible ir al cielo, ella era alguien nacida en el infierno, el mismísimo anticristo. Pero estaba tan cansada de su ser, de su existencia. De que el resto tenga la oportunidad de cambiar y progresar, pero ella siempre se quedaría estancada en lo mismo, en el mismo lugar, sin poder cambiar su destino.
Y es que quería morir. Muchas de sus sonrisas fueron falsas.
Este secreto la estaba ahogando lentamente, sin poderlo sacarlo de su mente pues si lo confesara tenia miedo de que se alejaran de ella por ser una hipócrita y no poder creer fielmente en las palabras que había repetido incesantemente.
—Que las sombras de los sueños no te distraigan, querida.
Se acercó con las manos detrás de su espalda hasta apoyarse en el balcón junto a ella, observando la ciudad a su lejanía.
—¿Por qué tan sola? —preguntó con su sonrisa habitual—. Después de nuestro éxito pensé que serías eufórica, pero estás aquí en un estado lamentable, de nuevo.
Observó a su socio. Quería decirle cómo se sentía, quería desesperadamente sacar ese peso de su pecho, pero el miedo la paralizaba. ¿Y si él no la entendía? ¿Y si la rechazaba? Intentó alejar sus divagaciones de su mente, pero le era difícil.
—No tengo ganas de estar con gente ahora mismo —suspiró y se recargó en la baranda, dejando su cabeza encima de sus brazos cruzados.
En el fondo se podía escuchar el bullicio, era una noche llena de luces, bailes y risas contagiosas que atestaba el aire. Estaban festejando la victoria reciente frente a los exterminados.
—¡Le ganamos al mismo cielo! —dijo levantando sus brazos— Un acontecimiento sin precedentes que merece ser celebrado.
La mujer se sintió aún más atrapada en su propia oscuridad al escuchar las palabras triunfantes de su socio. Mientras él celebraba el éxito de su lucha contra los exterminadores, ella luchaba internamente contra sus propios demonios.
—Sí, es un logro impresionante —respondió con una sonrisa forzada, tratando de ocultar el torbellino de emociones que la consumía por dentro.
Su socio la miró con atención, como si pudiera percibir la tormenta que se agitaba bajo su aparente calma.
—Pero tú no estás bien, ¿verdad? —preguntó, con una mirada fija en sus ojos.
Ella apartó la mirada, sintiendo el peso abrumador de su secreto. ¿Cómo podía confesarle sus pensamientos oscuros a alguien que había confiado en ella?
—No es nada, solo estoy un poco cansada —mintió, sintiendo un nudo en la garganta.
Alastor se acercó más, colocando una mano reconfortante en su hombro.
—Sabes que puedes confiar en mí, ¿verdad? —dijo con suavidad—. No estás sola en esto.
Ella luchó contra las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos. Quería creer en sus palabras, quería confiar en él con todo su ser, pero el miedo la mantenía atrapada en su propia cárcel emocional.
—Lo sé —susurró finalmente, sin atreverse a mirarlo a los ojos—. Gracias, Alastor.
El silencio se extiende entre ellos, cargado de emociones no expresadas. En medio de la fiesta que aún rugía en el fondo, se sintió sola, como un alma perdida en un mar de celebración.
Su corazón latía con fuerza, como si estuviera a punto de explotar en su pecho. La confesión se arremolinaba en su mente, buscando desesperadamente una salida, pero el miedo seguía atándola en su lugar.
—Hay algo que necesito decirte —murmuró, apenas audible sobre el bullicio de la fiesta.
Su socio la miró con curiosidad, sus ojos brillaban con una mezcla de confusión y expectativa.
— ¿Qué pasa? —preguntó, acercándose un poco más para escucharla mejor.
Ella tragó saliva, sintiendo el peso de sus palabras en su garganta.
—Si te lo confieso... si te digo la verdad, ¿aún te quedarías conmigo? —susurró, apenas capaz de sostener su mirada.
Su compañero la observaba en silencio por un momento, sus ojos buscaban los suyos con intensidad. Luego, con suavidad, levantó su mano y apartó un mechón de cabello que caía sobre su rostro.
—Siempre estaré a tu lado, pase lo que pase —respondió con voz firme pero gentil—. Nada podría cambiar eso, Charlotte
Un suspiro de alivio se escapó de los labios mientras las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos.
—No puedo ocultarlo más... —repitió, su voz ahora quebrada por el peso de sus emociones—. Me siento atrapada en mi propia oscuridad, luchando contra mis propios demonios. He tenido pensamientos suicidas y... y no sé cómo salir de este abismo.
Cada palabra era un susurro agónico, como si pronunciarlas en voz alta fuera un acto de pura desesperación. Su cuerpo temblaba con la intensidad de sus emociones, y las lágrimas fluían libremente por sus mejillas, dejando rastros de su angustia en su rostro.
Alastor la miraba con una mezcla de compasión y preocupación, su corazón latía al ritmo frenético de la mujer que tenía delante. Se acercó lentamente, extendiendo sus brazos para envolverla en un abrazo reconfortante, tratando de calmar el torbellino de emociones que la envolvía.
—Estoy aquí, siempre aquí para ti —susurró con voz suave, tratando de transmitirle algo de calma—. Juntos encontraremos la salida de esta oscuridad, querida.
Ella se aferró a él con fuerza, dejando que su calor y su presencia la envolvieran como un manto protector. Y en medio del caos emocional, encontraron un momento de paz, un momento en el que las palabras eran innecesarias y solo el consuelo mutuo importaba.
Entre sollozos, ella levantó la mirada hacia él, encontrando en sus ojos la comprensión y el apoyo que tanto necesitaba. Y en ese instante, mientras sus labios temblaban con la emoción, se acercaron lentamente el uno al otro, sellando su promesa con un beso cargado de amor y aceptación, un beso que parecía aliviar la carga que llevaban sobre sus hombros y ofrecerles un rayo de esperanza en medio de la oscuridad.
A medida que el beso se desvanecía, una sensación de melancolía se apoderaba de ellos. Sabían que aunque habían compartido un momento de intimidad y consuelo, el peso de sus problemas no desaparecería de la noche a la mañana.
Se separaron lentamente, manteniendo sus miradas entrelazadas en un silencio cargado de resignación. La fiesta siguió su curso en el fondo, ajena a la tormenta emocional que se desataba en aquel balcón.
—No sé si alguna vez encontraré la salida de este abismo —susurró ella, con un dejo de tristeza en su voz.
Él la abrazó con más fuerza, como si pudiera protegerla de todas las sombras que la acosaban.
—Lo haremos juntos, paso a paso —respondió con determinación, aunque su voz también estaba teñida de un pesar profundo.
Se quedaron allí, envueltos en un abrazo silencioso, sabiendo que el camino sería largo y difícil. Pero también sabían que mientras tuvieran el uno al otro, tendrían la fuerza para enfrentar cualquier tormenta que se interpusiera en su camino.
Y así, se quedaron allí, dos almas perdidas en la noche, buscando desesperadamente una luz en medio de la oscuridad, aferrándose a la esperanza de que algún día, encontrarían la paz que tanto ansiaban.
