La noche en el Hazbin Hotel había sido un torbellino de luces y música. El festival que había traído consigo una ola de alegría y caos se había desvanecido en una mezcla de colores apagados y confeti disperso. Ahora, el vestíbulo del hotel se encontraba en calma, envuelto en una tristeza silenciosa que parecía resonar con la misma intensidad que la fiesta había tenido.

Charlie estaba sola en el vestíbulo, rodeada por los restos de la celebración. Su corazón estaba pesado, cargado con la sensación de que algo importante estaba a punto de terminar. Mientras recorría el espacio, sus ojos captaban las luces parpadeantes que aún quedaban y los fragmentos de serpentinas que se habían esparcido por el suelo.

Alastor se acercó con su inconfundible elegancia, la sonrisa de oreja a oreja que siempre parecía esconder algún secreto. Sin embargo, esta noche, esa sonrisa parecía más una máscara que una expresión genuina.

—Charlie, parece que la fiesta ha llegado a su fin. ¿Qué te parece si damos una última vuelta por el piso? —preguntó, su tono cargado de una amargura apenas disimulada.

Charlie se giró hacia él, el cansancio y la frustración reflejados en su rostro. La noche había sido larga y el brillo de la celebración había dejado paso a un vacío que la incomodaba.

—¿Siempre tienes que convertir todo en un juego, Alastor? —dijo con un tono que ocultaba más que solo cansancio.

Alastor arqueó una ceja, su sonrisa nunca flaqueando del todo.

—Ah, querida, el juego es lo que mantiene la vida interesante. Y una despedida sin un toque de drama no es una despedida en absoluto, ¿verdad?

Charlie suspiró, sintiendo el peso de la conversación y de la noche que había tenido. La frustración y el arrepentimiento se mezclaban en su mente.

—Está bien, hagámoslo —dijo, su voz más fría de lo que había querido.

Tomó la mano de Alastor, dejándose guiar hacia el centro de la sala. La música comenzó a sonar, una melodía melancólica que parecía resonar con la tristeza de ambos. Mientras bailaban, el ambiente se volvió más íntimo, pero también más tenso. La cercanía de Alastor era incómoda, como una presión constante en el pecho de Charlie. La música, aunque suave, parecía acentuar la tensión entre ellos. Cada giro y movimiento estaba cargado de emociones reprimidas.

—Siempre me sorprendes, Charlie. A pesar de todo lo que has pasado, sigues persiguiendo este ideal absurdo de redención —dijo Alastor, sus palabras llenas de un desdén que se sentía casi tangible.

—¿Y tú? —replicó Charlie, con la voz quebrada—. ¿Nunca te cansas de ser solo un espectador en lugar de involucrarte verdaderamente en algo?

Alastor se inclinó un poco, su rostro tan cerca del de Charlie que podía sentir su aliento. La tristeza en sus ojos era visible ahora, una grieta en la fachada de su siempre sonriente personalidad.

—Oh, pero a veces, el espectáculo es más interesante cuando uno tiene el control. La manipulación, el caos, es lo que da sabor a la vida, incluso en el Infierno.

Charlie se apartó bruscamente, el dolor y la frustración reflejados en su expresión.

—No es diversión. Es cruel. Para mí, siempre fue real... pero para ti, solo fui otro juego, un medio para liberarte de tu trato —dijo Charlie, su voz quebrada por el dolor.

El baile se convirtió en una confrontación silenciosa, cada movimiento marcando el ritmo de su conflicto. La pista de baile era su escenario, y el espectáculo de la despedida se estaba desarrollando a plena vista. Alastor, con una risa amarga, giró a Charlie con un gesto que parecía más una maniobra de poder que una danza.

—¿Realmente quieres una despedida sin más drama? —preguntó, su tono con una mezcla de ironía—. ¿No deberíamos al menos intentar disfrutar de este último acto?

Charlie, luchando por contener las lágrimas, se enfrentó a él con determinación.

—No quiero más juegos. Si esta es la última noche, prefiero pasarla sin sentirme manipulada.

Con un movimiento final lleno de emoción reprimida, Charlie se apartó y salió del vestíbulo, dejando atrás a Alastor. Él permaneció en el centro de la sala, sus pasos detenidos, mientras la figura de Charlie se desvanecía en la distancia. Su sonrisa, que había sido una constante en su rostro durante la noche, comenzó a desmoronarse lentamente. La expresión que antes era juguetona y traviesa se transformó en una mueca de resignación, mezclada con una tristeza profunda que parecía pesar en su pecho.

Mientras Charlie se alejaba, el eco de sus pasos se hacía cada vez más tenue, y el vestíbulo se sumía en un silencio que era casi tangible. La música, que había sido el telón de fondo de su despedida, se detuvo abruptamente, y el espacio quedó envuelto en un silencio denso y pesado. Era un silencio que parecía hablar más que las palabras, una presencia que reflejaba la emoción que no se había dicho y los sentimientos que no se habían expresado.

Alastor se quedó allí, en el centro de la sala, sintiendo el vacío que la ausencia de Charlie había dejado. Sus ojos, normalmente llenos de un brillo calculador, ahora estaban cargados de una melancolía que rara vez mostraba. Miró hacia la dirección en la que ella había salido, como si esperara que ella regresara, aunque sabía que era en vano.

La ironía de su propia situación le parecía cruel; el maestro del engaño se veía forzado a retirarse, no por una falta de poder, sino por la incapacidad de enfrentar una vulnerabilidad que nunca había considerado.

El frío del aire nocturno lo envolvió, pero no tenía el consuelo de su carácter siempre calculador. En lugar de un regreso triunfal, se encontró navegando en un mar de incertidumbre emocional, enfrentando, por primera vez, la verdadera magnitud de su incapacidad para lidiar con lo que había sentido por Charlie. Su partida no era solo una retirada física, sino una huida de sí mismo, de las emociones que había intentado evitar durante tanto tiempo. Y así, se alejó del hotel y de todo lo que había conocido, como un ser despojado de su propia esencia, perdido en un mundo que parecía más oscuro y más frío que antes.

El Hazbin Hotel yacía en un silencio pesado al amanecer, un contraste cruel con la vivacidad de la noche pasada. Los restos del festival—confeti arrugado, serpentinas rotas—se dispersaban por el suelo, como un recuerdo de la alegría que se había desvanecido en la oscuridad. Charlie, con el corazón en un torbellino de emociones, recorrió el vestíbulo con pasos lentos, buscando en vano a Alastor.

El vestíbulo, vacío y desolado, reflejaba el caos de sus pensamientos. Se acercó al centro de la sala de baile, donde la última danza se había convertido en un desfile de emociones intensas y no expresadas. La ausencia de Alastor se sentía como una presión en el aire, una falta tangible que le dejaba sin aliento.

—Alastor... —murmuró, su voz quebrándose en la vasta soledad del espacio.

Alastor no estaba allí, y el hecho de que no hubiera dejado ni un rastro de su presencia, salvo las huellas del festival, solo acentuaba la magnitud de su ausencia.

Sintiendo que la tristeza se convertía en una presencia física a su alrededor, en un arranque de desesperación, Charlie corrió, llamando una vez más con una voz rota y temblorosa.

—¡Alastor! ¡Por favor!

La palabra se disipó en el vacío, no tuvo eco, y el silencio fue la única respuesta.

Mientras se desmoronaba, notó un pequeño papel en el suelo, parcialmente oculto bajo el confeti. Lo recogió con manos temblorosas, esperando quizás encontrar alguna señal.

Desdoblando el papel, sus ojos se encontraron con un simple mensaje escrito con una caligrafía elegida:

"Hasta la vista, encantadora bella demoníaca. Los juegos tienen que terminar, y con ellos, los protagonistas. Que sigas bailando en tu propia tragedia."

El mensaje era como una puñalada en el corazón. La realidad se asentó con brutalidad: no había más palabras de despedida, no había promesas, solo un juego cruel y final. Con el corazón roto, Charlie dejó caer el papel, las lágrimas fluyendo libremente mientras el silencio del hotel se hacía aún más abrumador.


"La tristeza no es más que la sombra de lo que pudo haber sido, un eco de lo que nunca fue."— Anónimo.