¡Hola, hola! Mi primer aporte a la comunidad en español de Genshin Impact. Con lo mucho que me gusta el juego, se me hacía raro haberme tardado tanto en publicar una historia, pero aquí estoy.
El Fremillei es uno de esos ships que verdaderamente necesita más atención de la que obtiene. Siento que en Genshin hay pocas parejas que encajen TAN bien como esos dos… y pues ese es uno de los motivos de que esté aquí. El otro es que le prometí esta historia a una amiga mía, Tragikl, que es básicamente la pionera del ship en esta plataforma (ella tiene su propia historia, por si por algún milagro leyeron la mía y no la suya).
Pero basta de cháchara. ¡Adelante!


Como todos los grandes sucesos de Teyvat, ocurrió por mera casualidad. Muchos considerarían su unión como una serie de eventos afortunados que los llevaron a encontrarse en el lugar y momento adecuado; otros usarían una palabra mucho más ambigua, mística y poderosa: destino.

Destino era una palabra que Collei no comprendía del todo, y en ocasiones sentía que la gente la usaba para explicar hasta la más mínima cosa. No estaba en contra de su uso, por supuesto, pero veía un poco exagerado que alguien se encontrara un Mora por la calle y lo llamara destino; o que ese mismo alguien se perdiera en la jungla, solo para ser rescatado veinte minutos después por un guardabosques que hacía patrulla y atribuyera el encuentro al destino. A veces sentía que dicha palabra restaba mérito a los esfuerzos propios y los ajenos; a la toma de decisiones. Porque, si todo estaba predestinado, entonces las acciones que uno tomaba no eran importantes… y ella no estaba de acuerdo con eso.

Si aquellas almas valientes no se hubieran alzado en rebelión para liberar a la Reina Menor Kusanali, entonces Sumeru sería completamente diferente a como era ahora… tal vez ella ni siquiera estaría teniendo esos pensamientos en ese preciso momento, porque tal vez su vida habría sido segada por una enfermedad que se sabía incurable.

Destino era una palabra que Collei no comprendía del todo, así como muchas otras que había por ahí. Pero si estaba pensando en el destino era solo porque estaba en su tan sagrado tiempo de divagación, aquel en el que podía hacerse un ovillo en el hueco de un tronco oscuro y dejar que su mente se alejara de las preocupaciones del exterior… aunque era raro que tuviera ideas tan complejas, y que pensara en su Eleazar lo era mucho más. Se suponía que era en esos momentos cuando todo el tiempo del mundo le pertenecía a ella y solo a ella, por lo que solía divertirse pensando en cosas intrascendentes que seguramente se le olvidarían cuando volviera a la rutina, pero esto era diferente. Sabía que más que divagar, estaba sobrepensando, lo que era una mala costumbre suya. Siempre que algo la preocupaba, se centraba demasiado en otro asunto para no tener que pensar en ello.

¿Qué conflictuaba a la joven guardabosques en prácticas? Las festividades. Nuevamente había llegado esa época del año en la que la nación Dendro celebraba el aniversario del nacimiento de su diosa patrona, por lo que el Festival Sabzeruz estaba a la vuelta de la esquina. Semejante acontecimiento debería tener emocionada a Collei, pues era el segundo festival tras la liberación de la Reina Menor, y lo estaba… pero también se sentía nerviosa.

«Puedes ir tú sola, Collei. Cubriremos tus patrullas», fue lo que su maestro le había dicho algunos días antes. Aunque sabía que Tignari —en uno de esos gestos de cortesía ocasionales que tenía— le había permitido saltarse el trabajo para que disfrutara un poco de su juventud, las implicaciones de ir sola hasta la ciudad de Sumeru le atenazaban con fuerza la boca del estómago. La capital de la nación era muy diferente a la villa Gandharva, con sus calles laberínticas, multitudes insondables de personas y comerciantes insistentes que esperaban el más mínimo descuido para estafar a los incautos —cosa que le habría pasado en multitud de ocasiones de no ser por su maestro—. No le temía a aventurarse en los frondosos bosques, ¿pero la ciudad de Sumeru?... Esa era una jungla distinta para la que no estaba particularmente entrenada.

Tenía varios amigos y conocidos en la ciudad como Nilou, Kaveh, Faruzan, Alhaitham o Cyno, pero a excepción de la primera y el último, a veces no sabía cómo hablar con el resto. Faruzan la llenaba de elogios y palabras complicadas que eran demasiado para ella; Kaveh se la pasaba quejándose sobre Alhaitham y éste último casi nunca apartaba la mirada de cualquiera que fuera el libro que estuviera leyendo en ese momento. Considerando que seguramente Nilou estaría ocupada con su actuación estelar y Cyno se ocuparía manteniendo el orden en la ciudad, entonces era casi un hecho que estaría sola.

La solución para sus preocupaciones era sencilla: no asistir. Pero ella quería ir. Quería ver la danza de Nilou, ver las coloridas mesas del Haft-Mewa, comer dátiles y kebabs, así como ver a Farris, el Caballero de las Flores, pero no solo eso. Había cierto espectáculo que había llamado su atención no solo por el concepto, sino también porque se lo habían recomendado.

Una semana antes, correspondencia de Amber había llegado para ella. En su interior, además de la respuesta a la carta que Collei le había enviado, se encontraba una historia muy curiosa que caló en los pensamientos de la peliverde. Ying'er le había contado a Timaeus sobre un gran mago que se presentó durante el Rito de la Linterna de ese mismo año, describiendo la experiencia como imperdible y "revolucionaria". Después, Timaeus le contó la misma historia a Sacarosa, quien luego se la contó a Eula y finalmente ésta se la contó a la propia Amber.

Collei salió del hueco de su tronco favorito, la carta de la Caballera Exploradora en mano, y releyó uno de los pasajes finales aprovechando la luz que se filtraba por entre los árboles como cascadas doradas.

"Lisa me dijo que un amigo suyo le dijo que ese gran mago va a presentarse en el Festival Sabzeruz. ¡Deberías ir a verlos, Collei, para que luego me cuentes qué te pareció! Además, ¿no suena súper divertido? ¡Un show de magia de Fontaine! No es algo que se vea todos los días".

Se rascó la cabeza, sus dedos entretejiéndose con las onduladas hebras de su cabello verde oliva, indecisa.

—Amber iría a verlos incluso si nadie la acompañara… —murmuró mientras sujetaba la carta con ambas manos, casi como si ésta fuese una especie de amuleto capaz de dotarla del coraje necesario para llevar a cabo la mayor de las locuras.

Si quería ser como la persona a la que tanto admiraba, entonces no bastaba con quedarse en su zona de confort. Debía dar el paso; aceptar el llamado a la aventura. Allá afuera había un mundo entero que solo podía empezar a explorar una vez que conociera las inmediaciones de su entorno. Fue así como tomó una decisión que le pareció increíblemente valiente: iría.

Vio la carta de Amber una última vez antes de guardarla y retomó su patrulla con una gran sonrisa en el rostro, pues su nueva resolución la había llenado de un brío que ansiaba liberar. Decidió aprovechar el buen humor para dar lo mejor de sí en su rutina diaria.

En el camino no pudo dejar de pensar en el show de magia, los nombres de los involucrados repitiéndose en su cabeza de forma constante, y es que debía admitirlo: eran pegadizos. Lyney y Lynette… que nombres tan peculiares eran aquellos, pero a la vez tan agradables al oído. El tercer nombre, por otro lado… ni siquiera sabía cómo pronunciarlo. Estaba segura de que lo habría olvidado de no ser porque había releído la carta un montón de veces, así que por lo menos podía recordar cómo se escribía.

"Fréminet", el supuesto Gran Mago, y sus asistentes Lyney y Lynette.

Estaba deseosa de que llegara el día.


Si algo le había enseñado ser asistente de mago durante casi un año entero, era que la labor suponía un reto mucho más complicado de lo que parecía a simple vista. No se trataba de solo aparecer en una caja o desvanecerse tras una cortina de humo, no. Se requería de aptitudes físicas, habilidad, versatilidad y una mente fría… cualidades que no creía poseer. Por mucho que intentaba replicar las hazañas de Lynette, sencillamente no tenía el talento nato que ella poseía —el cual no explotaba hasta su límite por el mero hecho de que prefería ser la asistente y no la maga—. En los ensayos solo lograba completar la rutina sin fallo alguno cuatro de cada diez veces, lo que era absolutamente inaceptable. Tanto mago como asistente debían de ser cien por ciento precisos, pues el más mínimo error podría arruinar por completo el acto, decepcionar a los espectadores o peor: herir a los involucrados.

Por eso, aunque era el segundo asistente del Gran Mago Lyney, las labores que ejercía eran mucho más sencillas que las de Lynette. Si eran trucos de magia simples, su hermana siempre le daba pie para que él actuara, lo que lo hacía sentirse terrible. Su falta de técnica no permitía que los actos fueran tan sorprendentes como podrían serlo si la asistente principal actuara en ellos, pero sus hermanos insistían en que fuera de esa manera. Precisamente porque sentía que los estaba retrasando era que prefería las otras tareas que se le habían asignado: apoyar tras el telón con la mecánica y todo lo que las estrellas necesitaran.

Algunos de sus mecanismos habían sido adaptados por Lyney para crear nuevos trucos de magia, por lo que sus hermanos lo alababan bastante. «Otro gran éxito, Fréminet», le diría Lynette con una pequeña elevación en las comisuras de sus labios. «¡Cómo se esperaba de mi hermanito menor!», exclamaría Lyney mientras le sonreía con orgullo. Era lo único por lo que no había renunciado a ser asistente de mago, pues creía que si al menos podía ayudarlos un poco entonces sería capaz de sobrellevar la culpa que sentía por retrasarlos... aunque sabía que ellos nunca le permitirían rendirse.

Entonces, ¿qué estaba haciendo el asistente de mago Fréminet cuarenta minutos antes de que el primer show de los gemelos en Sumeru iniciara? Encontrarse al borde de un ataque de pánico, pues se había perdido.

Lyney había olvidado en la posada una herramienta indispensable para el acto principal de la velada, cosa extremadamente rara en él pero que tenía una explicación. Padre les había asignado una misión a los gemelos—algo relacionado con unas ruinas— la cual parecía tener a Lyney al borde del colapso pues sorprendentemente no habían progresado. Cuando la carga sobre los hombros de su hermano mayor se desbordaba éste actuaba de manera excéntrica, y olvidar cosas para el show era una muestra indiscutible.

Fréminet se había ofrecido a regresar a toda velocidad a la posada para recuperar la herramienta, cosa por la que Lyney se disculpó un montón de veces —mientras Lynette lo enjuiciaba con la mirada— al mismo tiempo que le agradecía. Aunque no le gustaba que Lyney le pidiera perdón ni que le diera las gracias en exceso, estuvo un poco feliz al sentirse útil.

Al principio pudo regresar a la posada volviendo sobre sus pasos, pero las cosas se complicaron horriblemente cuando llegó el momento de dirigirse al escenario. Se había distraído viendo pasar a un hombre disfrazado de un tal Farris, el Caballero de las Flores, y se quedó maravillado preguntándose cuál sería la historia de fondo. Sin darse cuenta, mientras divagaba, había tomado una esquina equivocada y simplemente había seguido adelante de modo que terminó perdido entre las serpenteantes calles de la ciudad de Sumeru. Dar marcha atrás era imposible, pues ni siquiera recordaba por dónde había venido.

Esto no puede estar pasando, esto no puede estar pasando…, se repetía mientras corría de un lado a otro por entre la multitud, tratando de encontrar el camino de regreso. Un sudor frío le recorría el rostro, más helado incluso que las abisales aguas de Fontaine, el metal del que estaba hecho Pers o que el hielo que nacía de su Visión. Su ya de por sí blanca faz palideció hasta el punto de casi transparentarse; sus ojos recorrían cada rincón a la vista en un intento de encontrar un punto de referencia que le permitiera orientarse.

Su vestimenta y agitación debieron delatar su procedencia y situación, pues pronto escuchó una voz.

—Disculpa…


Toda la determinación que había acumulado en los días pasados parecía haber menguado en cuanto puso un pie en la ciudad. La inmensidad del panorama y las enormes multitudes no tardaron en hacerle notar lo sola que estaba. Hizo de tripas corazón, frunció levemente el ceño y apretó con un poco de fuerza la correa del saco que llevaba colgado al hombro. Avanzó.

La timidez y desorientación no tardaron en ser desplazadas por una curiosidad y sentimiento de familiaridad aplastantes. A dónde fuera que mirara encontraba un lugar que le resultaba conocido. Durante sus visitas a la ciudad, Tignari siempre le había dicho que abriera bien los ojos para que supiera por dónde iba, y eso había hecho. Con lo mala que era recordando cosas, se sorprendió al darse cuenta de que sabía orientarse por sí misma. Aquel puesto de fruta con un toldo de tela cian; la casa de dos pisos con una puerta redondeada y cortinas por ventanas; el Gremio de Aventureros. Los reconocía todos incluso cuando el bullicio de la ciudad obstaculizaba la vista.

Y hablando del bullicio de la ciudad… Collei se sintió maravillada por lo distinta que era la metrópoli en esas fechas a comparación del resto del año. Las casas estaban decoradas con hermosas guirnaldas floreadas que los propios habitantes habían hecho; lazos y listones, fabricados con preciosas telas de colores vibrantes como el limo; celeste; amarillo y rojo, serpenteaban y colgaban de los postes de madera que sostenían edificios, toldos y señales. Pero lo que más fascinó a Collei fue la vista del gran árbol sobre el que toda la ciudad estaba construida. Sus hojas, incluso a la distancia, lucían como un millar de jugosas manzanas verdes que desfilaban una al lado de la otra de manera hipnótica, casi seductoramente, como si supieran que el mundo entero las estaba mirando. Y aun así aquellas hojas vanidosas parecían un cero a la izquierda cuando se comparaban con los preciosos pétalos que caían desde la cima como una lluvia iridiscente. Collei solo tuvo que extender la mano hacia el frente para que uno de esos perfumados pétalos aterrizara sobre su palma, lo que se sentía como un recordatorio de las bendiciones de la Arconte Dendro.

El contacto de aquel frágil pero gentil pétalo la hizo sentir una agradable calidez que se extendió desde el punto de contacto hacia el resto de su cuerpo. Apreció con ternura aquella cuña rubia, frágil pero inmensamente hermosa, y sintió que quería conservarla, por lo que la guardó entre las páginas de su libreta.

Con una sonrisa en el rostro y una renovada sensación de seguridad, exploró las calles en búsqueda de actividades por hacer y puestos por visitar. En el camino terminó comiéndose un kebab, comprando una bolsita llena de dátiles y bebiendo de un agua afrutada que llenó sus papilas gustativas con un dulce sabor que la obligó a terminarse la bebida en un santiamén. Pidió otra más antes de volver a avanzar.

Caminó por las calles con tanta tranquilidad como pudo, pues las personas a veces se impacientaban y terminaban empujándola si iba demasiado lento —aunque "lento" era su paso normal—. Fue cuando escuchó a unos niños juguetear por el lugar que sus ojos se iluminaron.

—¡Farris está cerca! ¡Vamos a buscarlo!

—¡Vamos, vamos!

—¡Espérenme, chicos!

Collei amaba la historia de Farris, el Caballero de las Flores, por lo que quería verlo aún si sabía que solo era un hombre disfrazado. Había una sensación mágica en pensar que el auténtico Farris había salido por un momento de las historias para darle la mano y saludarla. Su emoción fue suprimida por su autoconsciencia, la cual la hizo moderarse. Avergonzada por su propia reacción, miró en todas direcciones con la esperanza de que nadie la hubiera visto. Una chica de su edad emocionándose por algo como eso… Solo tras unos segundos se dio cuenta de que realmente nadie le había puesto atención, pero hubo algo que sí captó la suya.

En medio de la multitud encontró a un chico de vestimenta peculiar, que fue lo primero que atrajo su interés. No era ropa de Mondstadt, tampoco de Liyue, de Inazuma o de Sumeru. Definitivamente no era de Snezhnaya… ¿entonces de Natlan o Fontaine? Ésta última región le pareció la más factible, pues no creía que la gente de la nación Pyro usara mantos tan… finos —a falta de una palabra que Collei pudiera entender mejor— como el que ese chico tenía entre las manos. Lo segundo que picó en su creciente curiosidad fue la expresión del foráneo. Se veía tan conflictuado, nervioso y perdido, su cabeza moviéndose de un lado a otro con una agitación que agotaba a Collei simplemente viéndolo. Se dio cuenta de que muchas personas, al igual que ella, habían reparado en el forastero perdido… pero decidían ignorarlo.

«No es asunto mío», debían de pensar; era lo que todos siempre pensaban. «Es un inconveniente», «alguien más lo ayudará», «nadie haría lo mismo por mí», «es su culpa por perderse». Collei había estado ahí. Tiempo atrás, ella misma había tenido esos pensamientos. Solía creer que todo el mundo debía valerse por sí mismo, pues la bondad no siempre era pagada con bondad. Solo un acto de genuino desinterés fue capaz de sacarla de su error; de demostrarle que a veces las personas solo necesitaban que les extendieran una mano. Amber le enseñó eso.

Y ella quería seguir sus enseñanzas.

Se movió contra el flujo incesante de gente, importándole poco que sus hombros —endurecidos por el uso del arco— chocaran contra los de otras personas. Pedía perdón cada vez que alguien se quejaba, pero no perdía demasiado tiempo con ello. Alguien necesitaba ayuda. Vio como la figura de aquel chico se agrandaba segundo a segundo hasta que, finalmente, lo tuvo al alcance de un brazo.

—Disculpa… —dijo, alzando la voz lo suficiente como para que él la escuchara. Captó inmediatamente su atención, pues volteó a verla en un santiamén. Notó su faz pálida, aquellos ojos profundamente azules como el fondo marino y su cabello que parecía hecho con finos hilos dorados—. Perdón si me equivoco, pero… ¿estás perdido?

Por un momento los ojos de aquel chico brillaron, siendo traicionado por su alivio, pero rápidamente su rostro se volvió más comedido. Apartó la mirada con expresión vergonzosa antes de asentir levemente.

—S-sí…

Ante la confirmación de aquel hecho, Collei se quedó muda. El chico estaba perdido, sí, pero… ¿adónde quería ir? ¿Y si se estaba dirigiendo hacia un lugar que ella no conocía? La ciudad de Sumeru era gigantesca, tanto que había montones de callejuelas y hospedajes de los que solo había oído el nombre pero nunca visto en persona.

Me emocioné de más… ¿Qué hago? ¿Y si quiere ir a un sitio al que no sé cómo llegar? Pero no puedo dejarlo solo… Los comerciantes podrían ver su aspecto de turista e intentar estafarlo, pensó. Aquel revoltijo de ideas pronto se materializó en la mirada nerviosa de su rostro, misma que fue notada por el rubio.

Ambos se quedaron viendo por un instante, los ojos del chico exhibiendo timidez y confusión. Collei apartó la cabeza, sintiendo su rostro enrojecer. Estaba haciendo el ridículo; se había puesto a sí misma en una situación increíblemente incómoda. Comenzó a llamarse tonta repetidamente por no detenerse a pensar antes de actuar, pero fue sorprendida por la voz del chico.

—¿Sabes… cómo puedo llegar al Gran Bazar? —preguntó, mostrando una repentina resolución.

Aquella pregunta no solo quitó una enorme carga de Collei, sino que también la hizo sonreír. Dio una fuerte cabeceada.

—¡Sí! —Al ver la sorpresa del chico ante su repentino entusiasmo, se contuvo a sí misma. Su mirada volvió a mostrar cierta vergüenza—. Q-quiero decir… Sí, sé cómo llegar al Gran Bazar.

El chico pareció esperar a que ella dijera algo más, pero, pasados unos cuantos segundos, se dio cuenta de que no lo haría.

—¿Podrías decirme cómo?

Collei quiso enterrarse a sí misma en la tierra como un rábano. ¡Por supuesto que el chico querría saber cómo llegar al Gran Bazar! ¡Por algo lo había preguntado! Puso una mano sobre su pecho y respiró profundamente en un intento de enfriarse la cabeza. No quería terminar haciendo o diciendo otra tontería. Se apuró a sí misma a recobrar la compostura.

El Gran Bazar. Sí, sabía cómo llegar al Gran Bazar. Tenía la ruta bien memorizada en su cabeza, pues era uno de los lugares que más frecuentaba con su maestro, sin mencionar que Nilou la había llevado en múltiples ocasiones para que presenciara su danza o para presentarle a otros miembros de la compañía de teatro.

Espera… El Gran Bazar… ¿No había algo que…?, y entonces lo recordó. Recordó el show de magia. Sus ojos se abrieron de par en par y se llevó las manos a la cabeza, lo que alarmó al rubio. Había olvidado por completo uno de los principales motivos por los que había asistido al Festival Sabzeruz en primer lugar. ¿Cuánto tiempo faltaba para que iniciara? ¿Ya habría iniciado? ¿Siquiera quedarían lugares? En medio de todo su proceso de pensamiento, reparó en los ropajes de aquel chico y su mente unió los puntos. Un extranjero de Fontaine, el Gran Bazar…

—P-por casualidad, ¿estás yendo al espectáculo de magia? —preguntó, su voz delatando cierto apuro con el que el chico pudo empatizar.

—¿Tú también?

Collei asintió rápidamente.

—¿Sabes si ya comenzó? Yo… olvidé por completo la hora —dijo, no particularmente orgullosa de mostrarle su ineptitud a un desconocido.

—Debería comenzar en unos… —La faz del muchacho palideció, lo que preocupó un poco a Collei— quince minutos…

La guardabosques estuvo a punto de volver a llevarse las manos a la cabeza, pero la visión del rostro desesperado del chico se lo impidió. El apuro eliminó todo recato o timidez presente en el rubio.

—¡L-lo siento, tengo que llegar de inmediato al Gran Bazar! —Con sus gestos y voz intentó comunicarle la urgencia del asunto a Collei—. Mi nombre es Fréminet, y-yo… ¡yo soy parte del espectáculo!

Los ojos de Collei se abrieron de par en par. Aunque nunca había escuchado ese nombre —verbalmente—, no era lo suficientemente tonta como para no atar los cabos. Supo casi al instante que la persona ante ella era el Gran Mago del que Amber le había hablado en su carta y a su mente llegaron las implicaciones de que la estrella del espectáculo no estuviera presente. Pensó en la decepción de niños y grandes; en la forma en la que esto afectaría al propio mago y sus asistentes… La preocupación que sentía por llegar tarde se duplicó, pero no era una preocupación dirigida hacia sí misma; ella ya no importaba. Lo que importaba era que Fréminet llegara a la función… y eso ahora dependía de ella.

—¡Sígueme! —exclamó, dándose una presta y repentina media vuelta.

Fréminet no dijo palabra alguna y tampoco dudó. Generalmente no seguiría a un desconocido con esa facilidad, pero la idea de fallarle a sus hermanos lo llenó de un miedo indescriptible que lo obligó a mover las piernas. Corrió detrás de su guía como si su vida dependiera de ello, pero su movimiento estaba restringido en gran medida por culpa de la enorme multitud. Farris, el Caballero de las Flores, estaba pasando por el lugar en ese preciso momento, lo que congestionó todavía más las calles. Chocó repetidamente contra otras personas, pidiendo perdón una y otra vez; frenó en seco en varias ocasiones porque su guía también lo hacía debido a que tenía que evitar un obstáculo, a una viejecita o un niño pequeño. Fréminet supo que no había manera de que llegaran al Gran Bazar a tiempo para la función. Esa realización estrujó su corazón con puño de hierro, sus ojos comenzando a arder al igual que sus pulmones.

—No llegaremos a tiempo.

Lo sabía, pero escucharlo de una oriunda de Sumeru no hizo otra cosa más que aplastar lo poco de esperanza que albergaba en su interior. Agachó la cabeza, sus ojos entrecerrándose por la frustración. Apretó entre sus manos el manto que cargaba consigo. El nuevo truco de Lyney, aquello que tanto había ensayado… Todo se iría a la basura, y sería por su culpa. Sabía que llegaría el día en el que dejaría caer a sus hermanos, en el que les fallaría, y ese día había llegado. No estaba hecho para ese trabajo; no era bueno en él. Haberlo siquiera intentado había sido una decisión estúpida, pues no tenía el talento de sus hermanos y jamás sería como ellos. Ese era el motivo por el que Padre confiaba más en los gemelos que en él; el motivo por el que habían tenido que salvarlo durante su estadía en el Fuerte Merópide. Era un bueno para nada… era…

—Tendremos que tomar otra ruta —dijo de pronto la peliverde.

Fréminet subió la mirada a toda velocidad, dándose cuenta de que los ojos de aquella chica ardían con una determinación tambaleante. Era como una fogata que luchaba por mantenerse encendida pese a la tempestad del exterior. Pudo ver que tenía dudas, pero que no se había rendido. Aquellos ojos amatistas reavivaron la esperanza en su interior.

—¿Pero cuál? —preguntó, sintiendo un nudo en la garganta.

Collei examinó sus alrededores y luego vio un pasadizo que llevaba hacia el patio de un pequeño edificio que Fréminet clasificó como una casa. La peliverde señaló dicho pasadizo con la cabeza.

—Por aquí.

Ella se introdujo sin vacilar en la callejuela y Fréminet la siguió. Había algo… algo en esa chica que lo hacía confiar en ella. Era una sensación extrañamente familiar, misma a la que no dio importancia. La prioridad en ese momento era llegar al Gran Bazar. Fréminet puso un pie en el patio trasero de la casa, reparando en ese momento en lo que su guía estaba haciendo.

La Visión Dendro que colgaba de la cintura de Collei brillaba con intensidad, emitiendo un destello esmeralda que resonó con las enredaderas que colgaban del techo. Los tallos de la planta se volvieron gruesos como vigas de madera, descendiendo bruscamente hacia el suelo frente a la guardabosques. Aquel era un truco que Tignari le había enseñado en cuanto recibió su Visión, uno que la había sacado de malas situaciones en más de una ocasión. Collei le dio la espalda a su recién creada escalera y se fijó en Fréminet, sintiéndose ligeramente nerviosa.

—Si nos movemos por los techos, deberíamos llegar más rápido —dijo, perdiendo parte de su confianza—, pero… podríamos meternos en problemas si nos descubren… Lo siento… es la única idea que se me ocurrió. Puedo pensar en otra cosa si…

—H-hagámoslo —la interrumpió Fréminet. No le gustaba el hecho de faltarle el respeto de esa manera a la ciudad de Sumeru, pero le gustaba menos la idea de defraudar a sus hermanos.

Collei asintió antes de girarse hacia la enredadera, la cual subió con sorprendente agilidad hasta llegar al tejado de la casa. Vio a Fréminet subir con cierta torpeza que atribuyó en parte al hecho de que tenía que cuidar aquel manto, aunque tampoco es como que pareciera muy acostumbrado a trepar árboles. La situación le recordó a una muy parecida que había vivido en el pasado, solo que en aquella ocasión ella era quien se encontraba en una posición vulnerable. Esa memoria de su pasado la hizo apartar la mirada, pues era lo último en lo que quería pensar en ese momento. Fréminet subió al tejado por su cuenta luego de unos segundos más.

—Bien… —Collei tomó aire—. Si nos movemos con la cabeza agachada y del lado opuesto a la multitud, entonces…

A su costado, la peliverde escuchó el sonido de tela ondeando al viento. Se giró solo para encontrar su propio reflejo ante ella, ligeramente distorsionado. Vio como sus ojos se abrían de par en par, una expresión de sorpresa pintándose en su rostro, y justo antes de poder decir algo el reflejo se partió a la mitad. La cabeza de Fréminet apareció ante ella, sus brazos extendiéndose hacia los costados como si estuviera dándole una especie de bienvenida.

—E-entra, por favor. Creo que podremos pasar desapercibidos si usamos esto —dijo el rubio.

La mente de Collei no pudo procesar lo que tenía ante ella. Era como si el espacio alrededor de Fréminet fuese un espejo que reflejaba todo aquello que lo circundaba. Notaba ciertas ondulaciones en los reflejos, como si fuese un cristal opaco, pero no dejaba de ser impresionante. Sus ojos brillaron.

—¡Cómo se esperaba del Gran Mago! —exclamó.

—¿G-gran Mago?... —murmuró Fréminet, alzando una ceja. Le restó importancia y agitó un poco los brazos, de modo que el "espejo" a su alrededor también se movió. Era su forma de indicarle a Collei que entrara, pues no quería decirlo de forma directa. Ella captó el mensaje—. Sostén el extremo izquierdo, por favor. Yo sostendré el derecho.

Solo cuando estuvo dentro del espejo, Collei notó que el interior era completamente distinto al exterior. Por dentro veía el mismo patrón que tenía el manto que llevaba Fréminet en las manos. ¿Era un manto de doble cara? ¿La cara interior era la que tenía ese espejo extraño? No pudo detenerse a pensar, pues Fréminet comenzó a avanzar.

—Solo podremos ver lo que tenemos enfrente, así que hay que tener cuidado —advirtió el rubio.

Collei reparó en la cercanía del muchacho, motivo por el cual instintivamente se apartó. Pensó que eso había sido demasiado grosero, pero se sorprendió al ver que Fréminet era completamente indiferente al hecho.

—B-bien… —asintió y luego miró hacia el frente—. Vamos.

Las tejas del techo comenzaron a resonar bajo sus pies, llegaron al borde y voltearon a verse. Ambos tomaron carrerilla antes de dar un salto que les permitió cruzar el hueco entre el tejado en el que estaban anteriormente y aquel en el que acababan de aterrizar.

Los tejados a dos aguas de los edificios típicos de Sumeru hacían que fuese un poco complicado mantener el equilibrio, además de que el diseño impedía que una de las pendientes del mismo pudiese verse desde el lado opuesto de la casa. Como Collei había sugerido, comenzaron a moverse por las pendientes que estaban ocultas de la abarrotada calle. Entre salto y salto, la guardabosques aprovechó para dar un vistazo desde la cumbrera del tejado. Nadie los había notado. El bullicio ensordecía el sonido de los pasos sobre las tejas, mientras que aquel manto los cubría de cualquier mirada furtiva.

—Ehm…

Escuchó a Fréminet hablar, por lo que volteó a verlo con curiosidad. Era obvio que no sabía cómo dirigirse a ella, y solo entonces se dio cuenta de que no le había dicho su nombre.

—C-collei.

—Collei —Fréminet asintió para demostrarle que lo había escuchado—, ¿hacia dónde?

La guardabosques rápidamente centró su mente en la tarea que tenían entre manos. Giró la cabeza hacia su derecha.

—Por ahí. La entrada al Gran Bazar está cruzando esos edificios —explicó, visualizando a lo lejos la tienda de alimentación.

Fréminet asintió. Ambos hicieron una cuenta silenciosa antes de saltar hacia el otro tejado frente a ellos. Corrían por sobre un tejado y luego saltaban al otro, siempre quedándose en el lado opuesto de la calle. Aunque en un inicio Collei creyó que Fréminet no tenía muy buena condición física, pronto sus sospechas se mostraron infundadas. No solo tenía mucha fuerza en las piernas, sino que poseía un manejo impecable de la respiración. ¿Acaso era por sus actividades como Gran Mago? Fréminet pensó algo parecido sobre Collei. Sabía que los usuarios de Visión muchas veces no eran gente normal, pero estaba sorprendido por lo ágil que era su guía y por lo bien que se le daba saltar de un lado a otro. Esa flexibilidad casi le hacía recordar a un gato.

Continuaron saltando entre los tejados, su objetivo cada vez más cerca. Llegó un momento en el que se sincronizaron de tal manera que ya ni siquiera tenían que detenerse para tomar carrerilla, sino que sus piernas se movían al mismo ritmo. Sin saber por qué, ni cómo, sonrisas aparecieron en sus rostros. Había algo extrañamente satisfactorio en lo que estaban haciendo. La adrenalina de tan curiosa y desesperada situación los hizo sentirse como niños pequeños haciendo una diablura, desafiando las leyes de los mayores. Ni Fréminet sabía sobre el miedo que Collei tenía de hacer algo indebido que le valiera un regaño de su maestro, ni Collei sabía sobre la aversión de Fréminet a que las figuras de autoridad lo reprendieran por mal comportamiento. Del mismo modo, ninguno de los dos era consciente de que al otro le habían arrebatado lo que en ese preciso momento sentían: la libertad de un infante.

Se centraron tanto en lo que estaban sintiendo que descuidaron lo que estaban haciendo. Fréminet, que no tenía el mismo equilibrio que Collei, resbaló repentinamente y cayó sobre el tejado antes de arrastrarse hacia el alero. El impacto lo hizo reaccionar tarde, por lo que ya se encontraba en la parte más inclinada del tejado para cuando se dio cuenta de que estaba a nada de caerse del mismo. Alcanzó a sujetarse del canalón con una mano y, rápidamente, buscó a su guía con la mirada. No dijo nada, sino que dejó que sus ojos hablaran por él: «Ayuda».

Collei entonces recordó aquel escenario. En aquella ocasión, ella era quien colgaba al filo de un abismo. Una rama era lo único que impedía que se precipitara hacia su muerte, pero hubo alguien más que pudo haberla ayudado… y no lo hizo. Aquel recuerdo la había marcado por mucho, mucho tiempo y ahora era ella quien estaba en el lugar de quien la había dejado a su suerte. Esa memoria la hizo estremecerse, como cada vez que recordaba su pasado… pero esta vez era diferente. Esta vez había alguien que dependía de ella.

Se tiró bocabajo, extendiendo su mano hacia Fréminet. El rubio la sujetó de inmediato y ambos hicieron fuerza al mismo tiempo. Collei agradeció que el uso de su arco le hubiera dado una gran fuerza de tracción, pues fue ésta la que le permitió subir a Fréminet al tejado. El rubio se apartó rápidamente del borde, llevándose una mano al pecho por el sobresalto.

—G-gracias, Collei… —dijo entre cortos suspiros.

Ella negó con la cabeza antes de ponerse de pie. Recuperó el manto que había dejado caer a sus pies y sonrió.

—No me agradezcas hasta que lleguemos a tu espectáculo.

La de Collei era una de las expresiones más honestas que Fréminet había visto en su vida. Su actuar, desinteresado, era uno al que él no estaba acostumbrado. No supo qué decir ni cómo reaccionar hasta que ella, con cierta vacilación, le tendió la mano una vez más.

—Vamos.

Fréminet subió lentamente la mano en un intento de aceptar la ayuda de Collei, pero notó un sobresalto en cuanto estuvo por tocarle dedos. En silencio, se puso de pie por su cuenta, cosa que desorientó por un momento a la peliverde. Estuvo a punto de tomar el otro extremo del manto, pero Collei se lo entregó por completo.

—No es necesario. Ahí está la entrada al Gran Bazar, ¿la ves? —Apuntó hacia un arco en el cual podía verse un camino que descendía hacia el subterráneo de la ciudad.

Fréminet suspiró con alivio. Antes de poder reaccionar, Collei ya había saltado hacia el penúltimo tejado y luego al último. Ahí se acuclilló, volviendo a utilizar su Visión para crear una enredadera que les permitiría bajar con seguridad al suelo. Con una expresión neutra, el rubio saltó de tejado en tejado hasta llegar donde Collei, que ya había bajado la enredadera. La siguió, bajando poco después.

—Es por aquí. —Collei señaló el camino, dándole la espalda una vez más antes de pasar al lado de un mercenario del Regimiento de los Treinta que estaba quedándose dormido pese a la multitud que estaba entrando al Gran Bazar.

Fréminet la siguió, sintiendo en su estómago cierta opresión que no supo definir. Era un malestar extraño al que restó importancia y atribuyó a su propia debilidad. Tomó aire antes de seguir a Collei por entre el mar de gente.

Habían llegado por una entrada distinta a la que Fréminet y sus hermanos usaron la primera vez que visitaron el lugar, por lo que estaba un poco desorientado. Recuperó el norte cuando vio a la lejanía el gran escenario del Teatro Zubayr, por lo que no dudó en acelerar el paso. Fue tan veloz que, en cuestión de un segundo, ya había dejado detrás a Collei. Su impulso le gritó que se apresurara a llegar al teatro, pero algo más lo hizo frenar. Se giró hacia su guía pese a la multitud y los quejidos de algún que otro transeúnte.

—Gracias, Collei —dijo finalmente, apretando el manto contra su cuerpo. De su bolsillo sacó un par de papelitos hechos de pergamino—. Es poco para pagar lo que has hecho, pero toma.

Collei tomó ambos papelitos, dándose cuenta de que eran boletos para la función de magia. Vio que los lugares más cercanos al gran escenarios estaban acordonados, por lo que supuso que con ellos podría pasar a esa zona tan exclusiva. No quiso aceptarlos.

—¡N-no, no es necesario! No te ayudé porque esperara recibir nada a cambio.

—Lo sé —dijo Fréminet, sorprendiendo a Collei.

¿Él lo sabía? ¿Cómo? No pudo seguir preguntándoselo, pues Fréminet volvió a hablar.

—Yo… algún día… intentaré encontrar una mejor forma de pagártelo, pero por el momento, por favor acéptalos.

Collei quiso decirle que el haberlo ayudado a llegar ya era suficiente paga para ella, y que aquellos boletos solo eran un extra que agradecía inmensamente. Sintió que la línea era demasiado cursi, por lo que intentó responder con otra cosa. No se le ocurrió nada qué decir, así que simplemente asintió en silencio. Al ver eso, Fréminet se giró antes de perderse entre la multitud.

La guardabosques se quedó quieta por un segundo y finalmente suspiró. Había sido agradable tener compañía, aun si no habían hablado demasiado.

—¡Ah! ¡Collei!

—¿Nilou? —Vio con sorpresa como la pelirroja llegaba hacia ella con una gran sonrisa en el rostro.

—¡Qué coincidencia! ¿Estás aquí tú sola? ¿O te separaste de Tignari? —interrogó, curiosa.

—No, vine sola. Yo… quiero ver el espectáculo de magia —dijo, señalando hacia el escenario.

—¡Otra coincidencia! Justamente iba hacia allá. ¿Vamos juntas?

—¡Sí!


—Ahí estás, Fréminet.

La parte trasera del escenario era el "camerino" de Lyney y Lynette. Ambos voltearon a verlo con expresiones serenas, aunque había algo de alivio en sus miradas.

—Pensamos que te habías perdido —dijo Lyney, acercándosele con una sonrisa.

—Sí me perdí… —respondió el buzo con voz y mirada baja. Le dio el manto a su hermano mayor, sintiéndose incapaz de mirarlo a los ojos—. Una chica me ayudó a encontrar el camino.

—Cielos. Menos mal que todavía existen almas caritativas, ¿cierto, Lynette? —La voz de Lyney sonaba jovial, en un claro intento por eliminar la sensación de culpa de Fréminet.

—Nada de esto habría pasado si no te hubieras distraído, Lyney —sentenció la asistente. Colocó gentilmente una mano sobre el hombro de su hermano menor—. Buen trabajo, Fréminet.

—Sí, lo hiciste genial. —Lyney se giró hacia la entrada al escenario principal, una sonrisa decidida en su rostro—. Pero el show apenas comienza.

Fréminet levantó la mirada, las espaldas de sus hermanos frente a él. Siempre los había visto como personas todopoderosas, capaces de hacer cualquier cosa que se propusieran e incapaces de fallar. Había algo en ver la espalda de las personas que lo relajaba, pues sabía que todo saldría bien si los seguía. Tal vez por eso había depositado tanta confianza en Collei, porque ella había demostrado una iniciativa que él no poseía. Al final, su lugar era en la retaguardia, siguiendo órdenes.

Por primera vez en su vida, ese pensamiento le resultó descorazonador.


—¡Increíble! El escenario se ve muy bien desde aquí. Es una suerte que tuvieras dos entradas, Collei. —Nilou exploraba el escenario con suma expectación, sus ojos siendo los de una niña pequeña que no intentaba ocultar su emoción.

—Sí. Una suerte… —respondió con voz distante.

Al igual que Nilou, Collei esperaba impacientemente el pronto inicio del espectáculo. Fréminet le había dado una vibra muy diferente a la que esperaba recibir de un Gran Mago, pero supuso que nada de eso importaría cuando comenzara la magia. ¿Cómo usaría aquel manto que los había ayudado a andar entre los tejados? Todavía no podía empezar a creer que había tenido una aventura con el mismísimo Gran Mago que tanta fascinación causaba. Su expectativa creció de golpe cuando, repentinamente, una bomba de humo estalló.

El escenario se cubrió de jirones de un humo grisáceo, los cuales se agitaban como si fueran serpientes al acecho. Collei y Nilou miraron hacia arriba, pues montones de manos apuntaron en dicha dirección. Vieron como un sombrero de copa caía lentamente, en un movimiento de vaivén, hacia la humareda. La silueta del sombrero era apenas visible, pero con cada segundo que pasaba se volvía más clara. Finalmente el nubarrón se disipó, mostrando lo que había sobre el escenario. Del sombrero se asomaba la mitad del torso de un hombre ataviado con un ostentoso ropaje de Fontaine, la sola visión del acontecimiento hizo que todos los espectadores soltaran un suspiro, Collei y Nilou incluidas. Cuando la impresión inicial pasó, la peliverde entonces reparó en algo: aquel no era Fréminet.

—Damas, caballeros… y niños de Sumeru —El joven adulto gruñó levemente mientras agitaba su torso, sus manos sujetando el ala del sombrero. Era como si estuviera intentando salir de un agujero en el que se había quedado atrapado—, bienvenidos to… Disculpen, es algo vergonzoso que me vean de esta manera… Normalmente no suelo quedarme atascado en el sombrero —rio nerviosamente—. Debo de estar muy emocionado por tener a un público tan grande el día de hoy. Oh, cielos… ¡Lynette, Fréminet, ¿podrían echarme una mano?!

Fue entonces cuando lo vio. Saliendo de tras bambalinas, junto a una joven adulta muy parecida al hombre del sombrero —aunque con rasgos felineses—, aquel era el muchacho del que ella se había despedido ni siquiera cinco minutos antes. Collei se sintió inmensamente confundida y comenzó a atar cabos. Fréminet estaba ahí arriba, por lo que la mujer junto a él debía de ser Lynette. Eso despejaba todas las dudas. El sujeto atorado era Lyney. Volteó a ver de reojo a su acompañante.

—N-nilou… ¿Cuál de ellos es el Gran Mago? —preguntó, sintiendo su rostro enrojecer.

—¿Mhm? Es el chico que está atorado, por supuesto. Me pregunto cómo lo habrá hecho, ¿de verdad estará atrapado? Pobrecito, ¿sus asistentes podrán sacarlo por su cuenta? ¿No debería subir alguien más a…?

Collei dejó de escuchar a Nilou. Se cubrió la cara con ambas manos, agitando levemente su torso de un lado a otro. Se descubrió el rostro solo para, acto seguido, taparse la boca con la palma derecha. No era el Gran Mago Fréminet y sus asistentes Lyney y Lynette. Era el Gran Mago Lyney y sus asistentes Lynette y Fréminet.

Lo llamé Gran Mago, pensó. Supuso que el mensaje se habría distorsionado entre historia e historia, pero le habría gustado darse cuenta de que esa era una posibilidad mucho antes de lo que lo había hecho.

—¡Mira, Collei, mira!

Se tragó la vergüenza bajo el pensamiento de que muy posiblemente no volvería a ver en persona al asistente y centró sus pensamientos en el espectáculo. Vio como ambos, Fréminet y Lynette, ponían una especie de manto que cubría todo menos la coronilla de la cabeza de Lyney. Collei se dio cuenta de que aquel no era el manto que Fréminet había cargado todo el camino.

—¡Ah, ya veo por qué no puedo salir! Este sombrero está lleno de chatarra. Esto no sirve —Ni bien dijo eso, una varita mágica salió volando hacia el aire y cayó sobre el escenario—, esto tampoco, ni esto… ¿Qué hace esto aquí?

Lyney estuvo lanzando cosas por casi diez segundos, sacándole una carcajada a los espectadores por la aleatoriedad de los objetos. Naipes, una espada de madera, la máscara de un Hilichurl, una burbunaranja e incluso un kebab que le dio a Lynette, que comenzó a comérselo sin preocupaciones. Finalmente, Lyney se puso de pie. Los asistentes retiraron el manto en el momento justo para ver cómo la mitad de la pierna izquierda del mago emergía del interior del sombrero. Lyney suspiró.

—Eso fue aterrador —dijo entre risas, contagiándosela a los espectadores—. Pero ahora que por fin soy libre, permítanme iniciar de nuevo. ¡Damas, caballeros y niños de Sumeru, es un placer tenerlos aquí el día de hoy! ¡Mi nombre es Lyney, el Gran Mago, y estos de aquí son mis queridos hermanos y asistentes! ¡Lynette!

La felinesa dio una pequeña cabeceada, su rostro inexpresivo, y recibió una ola de aplausos. Collei la vio con mucha atención, fascinada por sus características felinas. Al principio creyó que era un disfraz, pero fue al ver el movimiento ondulante de la cola que se convenció. Sus rasgos eran parecidos a los de Diona, pero al mismo tiempo eran muy diferentes. Mientras que la bartender le recordaba a un gatito en ocasiones caprichoso, Lynette le evocaba a la imagen estereotípica de un felino: digna, serena… y calculadora.

—¡Y Fréminet!

El rostro del rubio no mostraba la misma seguridad que Lynette —que más bien era indiferencia—, pero tampoco lucía excesivamente nervioso como Collei lo habría estado en su lugar. Siendo objetivo de los vítores de decenas de personas y visto desde abajo, Fréminet lucía ciertamente diferente. Ya no era el chico al que tenía al alcance de un brazo, sino que ahora se veía distante; ajeno. Tal vez no era el Gran Mago, pero sí el asistente de éste: una celebridad. Se sintió nerviosa por ese simple pensamiento. Había trabajado mano a mano con una celebridad.

Lyney volvió a atraer la atención de Collei, pues con un simple movimiento de mano hizo que su sombrero volara directamente hacia su mano. Con virtuosismo lo hizo girar por el ala antes de ponérselo. Guiñó un ojo.

—¡Qué empiece el show!

Espectáculo se quedaba corto para lo que Collei estaba presenciando. Truco tras truco, ya fuese pequeño o grande, todo lo que Lyney hacía le volaba la cabeza. Lynette fue la asistente principal en muchos de los actos más importantes, mientras que Fréminet hizo alguna que otra aparición, pero todas ellas bastante cortas. Sorprendentemente, Collei se encontró a sí misma poniéndole muchísima más atención a aquellos trucos donde Fréminet era el coprotagonista, pero no supo por qué.

Lyney hizo desaparecer a Lynette, encadenada a un pedestal, simplemente con el chasquido de sus dedos; convirtió el fuego de cinco braseros en preciosas palomas blancas al extinguirlos con una capa; transformó un escaradiablo en un precioso jade noctilucoso que luego duplicó para finalmente convertir ambos trozos de mineral en escaradiablos una vez más; hizo que de la boina anteriormente vacía de Fréminet emergiera un peluche felino que salió volando hacia los cielos antes de estallar en una lluvia de naipes y se tragó una espada entera solo para terminar regurgitando un mandoble. Todos esos trucos pusieron enormes sonrisas en los rostros de Collei y Nilou, pero lo más sorprendente de todo estaba por llegar. La guardabosques reconoció de inmediato el manto que Fréminet había cargado durante gran parte del camino, solo que esta vez era Lyney quien lo llevaba puesto.

El escenario se cubrió de una niebla que se mantuvo a ras del suelo, misma que repentinamente se volatilizó, creando una espesa nube de vapor. Cuando el nubarrón se disipó, en el escenario no estaba Lyney, al menos no solo. Junto a él había incontables duplicados suyos, todos ellos sonriéndole a la audiencia. Gritos de asombro se escucharon y los Lyney rieron mientras se paseaban por el escenario.

Collei estaba tan impresionada por el acto que se desarrollaba ante sus ojos que olvidó el asunto del manto por completo. Siguió viendo como todos los magos caminaban despreocupadamente, todos en perfecta sincronía. Mientras se movían de un lado a otro, hacían trucos con naipes, listones y conejos que eran impresionantes, pero que estaban lejos de tener el mismo impacto que el que se sabía cómo el momento culmen del espectáculo.

—Ugh, me estoy empezando a cansar un poco de verme tanto la cara —dijeron los Lyney, todos ellos volteando hacia la derecha de modo que ninguno se veía de frente.

Hasta que sí lo hicieron. La mitad de los Lyney voltearon la mirada hacia el otro lado, sorprendiendo a la otra mitad. Los Lyney que habían ido contra la corriente tiraron hacia abajo de uno de sus párpados mientras que, con una sonrisa juguetona, sacaban la lengua.

—¡Oh, qué molesto! ¡Fuera de aquí, sho, sho!

La mitad de los Lyney chasquearon los dedos, haciendo desaparecer a la otra mitad que se había rebelado. Más exclamaciones de sorpresa se oyeron, la gente de Sumeru demostrando que no estaban preparados para lo que estaba sucediendo pero que definitivamente estaban disfrutándolo. Pese a eso, los magos restantes seguían mostrándose inconformes.

—Todavía somos demasiados… —suspiró, tomando una de las esquinas de su mano—. Lo siento, querido público, pero creo que es hora de que su mago favorito despeje un poco el escenario. Así que… adieu!

Lyney tiró de su manto. La gente esperaba que desapareciera tras una cortina de humo o algo semejante, pero no fue el caso. Con el simple movimiento de su manto, los Lyney se desvanecieron como si nunca hubiesen existido. La gente se mostró claramente sorprendida, pero la emoción fue bastante superior. Aplaudieron y gritaron con fuerza, señalándose entre sí y hacia el escenario pues nunca habían visto nada igual.

Collei, con los ojos brillando como dos luciérnagas en medio de la oscuridad, vio como el escenario volvía a llenarse de una nubecilla de niebla que volvió a dar paso a una espesa cortina de vapor. Para cuando la vista sobre el escenario volvió a ser clara, en el lugar se encontraban tanto Lyney, como Fréminet y Lynette. El público, Collei y Nilou incluidas, aplaudió con fuerza.

—¡Gracias, gracias, Sumeru! ¡Muchas gracias! —exclamaba Lyney, reverenciándose al igual que sus asistentes.

La guardabosques siguió aplaudiendo con entusiasmo hasta que, de pronto, su mirada se cruzó con la de Fréminet. Supo que él la había visto por la expresión en su rostro, por lo que intentó saludarlo tímidamente. Aún no superaba el haber hecho el ridículo anteriormente, pero no podía ser tan descortés como para simplemente fingir que no se habían visto. Fréminet no agitó su mano de vuelta, sino que simplemente dio una pequeña y nerviosa cabeceada. Entonces la amatista y el zafiro partieron caminos.

—¡Eso fue increíble! —Se encontró con el azul de otros ojos, pero estos no eran los de Fréminet, sino los de Nilou—. ¡Me alegro tanto de haber venido!

Collei asintió, sonriendo ampliamente.

—Yo también.


—¡El nuevo acto fue todo un éxito! —exclamó Lyney, sentándose en una silla mientras se secaba el sudor de la frente—. ¡Y todo gracias a Fréminet!

—No, yo solo…

—La idea de los espejos en el escenario y la capa fue tuya —interrumpió Lynette—. Fue brillante, Fréminet.

—Aunque no habría sido posible sin la habilidad de ambos… —murmuró, rascándose la nuca.

—Es por eso que somos un equipo —dijo Lyney, viéndolo directamente con una ancha sonrisa—. Si alguno de nosotros hubiera faltado en ese escenario, no lo habríamos logrado. Sin tu escarcha, ni el viento de Lynette para esparcirla, mi fuego no habría servido para crear una cortina de humo tan perfecta.

—Y los espejos no hubieran podido bajar sin que todo el mundo los viera —terminó de decir Lynette. Antes de que el buzo pudiera decir algo, ella prosiguió—. Te necesitamos, Fréminet.

Los vio a ambos, el vacío de su estómago rellenándose por una sensación abrumadora. Ellos habían visto sus preocupaciones; sabían lo afectado que estaba por casi haber fracasado. Frunció los labios y bajó la cabeza.

—De acuerdo.

Lyney aplaudió animadamente.

—¡En ese caso divirtámonos un poco! Hay un montón de cosas por ver y muchas más por comer ¿Te gustó el kebab, Lynette? El organizador me lo recomendó mucho.

—Estaba sabroso, pero tenía yogur.

—N-no puede ser… ¡No me di cuenta! ¡¿Estás bien?! ¡¿Te sientes mal del estómago?!

—Kuuu… Mi tripa sufre…

—¡Lo siento mucho, Lynette, me descuidé!

—Kuuu…

Fréminet vio la conversación tan típica entre sus dos hermanos y no pudo evitar que una sonrisita casi imperceptible se filtrara en su rostro. Aquel escenario había estado a muy poco de no ocurrir; si no hubiese sido por aquella chica, el resultado habría sido distinto… imperdonable. Si algún día volvía a verla, se esmeraría por pagarle el enorme favor que le había hecho al tenderle una mano amiga.

Collei. Era un nombre que intentaría no olvidar.


—Ah, Collei. —Tignari volteó a ver a su alumna con una media sonrisa antes de volver a centrar su atención en afilar unas flechas—. Bienvenida, ¿te divertiste?

—¡Sí, maestro! El show de magia fue impresionante, mucho mejor de lo que me imaginaba —contó con emoción.

—Ya veo. Si fue capaz de impresionarte de esa manera, tal vez debería ir a verlo en algún momento —dijo Tignari, una de sus orejas agitándose levemente.

Collei se le quedó viendo a los rasgos animales de su mentor, lo que le hizo recordar a Lynette y, de rebote, a Fréminet. La voz del guardabosques la hizo espabilar.

—¿Y el resto del festival?

—¡Ah, la danza de Nilou fue preciosa como siempre! Esta vez noté que cambió un poco la rutina.

—¿En serio? ¿Qué cambió?

—Verá…

Y mientras hablaba, solo podía pensar en la más interesantes experiencia de su día. La aventura que había tenido con Fréminet, gracias a la cual había sido capaz de presenciar uno de los eventos más impresionantes de su vida, era una que se le quedaría en la cabeza por un largo, largo rato. No podía esperar por enviarle una carta nueva a Amber y contarle de todas sus experiencias —omitiendo las partes vergonzosas—.

Fréminet. Ahora sabía cómo pronunciar el nombre.


¡Esto fue todo por hoy! Tengo planeado que esta historia tenga ocho capítulos, así que acompáñenme en este viaje cortito.
¡Gracias por su atención! ¡Nos leemos!