Ranma 1/2 no me pertenece. Todos los derechos están reservados a su autor original, Rumiko Takahashi. Esta obra es escrita sin fines de lucro. Nota: Esta historia tendrá dos marcos histórico-culturales, uno de la época actual y el otro de la década de 1920-1930, por lo cual puede haber errores y/o situaciones que pueden llegar a incomodar a algunas personas. De antemano, una disculpa si esto llega a pasar.


Deja Vú

La anemoia es el sentimiento de nostalgia por algún evento que no se ha vivido. Es inexplicablemente fascinante, pues permite añorar acontecimientos reales o imaginarios, propios o ajenos.

Anhelar lo que no hemos vivido o sentido puede parecer desconcertante, pero detrás de aquel fenómeno, puede que encontremos cosas que sean mágicas, cosas que nos den un giro refrescante en nuestra vida, o bien, la pongan de cabeza.

¿Qué pasa si esa anemoia resulta ser real?

¿Será solo un sentimiento de añoranza? ¿Un simple capricho de nuestra imaginación?

O, posiblemente y por crueldad del destino,

sea un Deja Vú.

Capitulo 1.- Anemoia.

Un gran charco de sangre se apreciaba brillante en el suelo de madera. La sensación tan suave de una tela de kimono de seda contrastaba con el espeso hedor a hierro que inundaba la estancia. ¿Qué era? ¿Una sala? ¿Un comedor? ¿Dónde se encontraba exactamente? No tenía una jodida idea.

Sentía un cuerpo junto al suyo, unos cabellos largos desparramados que rozaban su nariz, y que a duras penas olían a lavanda. No sabía que estaba pasando, pero también pudo sentir la sangre brotar de su abdomen sin control. Sus manos, las cuales ya empezaba a perder color, tomaron desesperadamente otras, ya frías e inertes.

Escuchaba pasos apresurados, y podía jurar que muchas personas se movían en toda la estancia. Sin embargo, no pudo distinguir a nadie conocido.

Luego de eso, su visión se empañó de lágrimas, sintiendo una tristeza infinita que calaba toda su alma. Y luego de eso, empezó a cerrar sus ojos lentamente. Mientras luchaba por estar consciente, distinguió la silueta de un gato blanco que lo observaba con atención, sin inmutar a aquellas figuras que gritaban cosas ininteligibles.

"Otra oportunidad. Necesito una maldita oportunidad más."

"Así será."

Y luego de aquello, sonó un ruido agudo.

"-. / - - .-. .- / ...- .. -.. .- .-.-."

Despertó, agitado y con un sudor frío recorriendo su cuerpo entero, erizando su piel y crispando sus manos, las cuales se aferraban a su sábana, buscando calma ante el caos de lo que visualizó.

Miró el reloj de su mesa de noche. Eran apenas las tres de la mañana, aún le quedaban dos horas de sueño. Pero no parecía que lo volvería a recuperar. Bufó, tratando de borrar aquel nerviosismo y tristeza envolventes. Se levantó de su cama, con mucho cuidado de no hacer tanto ruido para no despertar a nadie en casa. Se calzó sus pantuflas y salió de su habitación, dirigiéndose al patio de su casa.

Ya estando ahí, observó al enorme astro que se asomaba entre las nubes. Brillaba tan intensamente, y la quietud en el jardín podía hacer que cualquier persona se calmase en un santiamén.

¿Desde cuándo había iniciado a tener esas pesadillas tan crueles? No recordaba tanto, pero podía jurar que una vez entró a la universidad, aquellos sueños se acercaron de pronto a su mente, enseñándole como se veía el color vivo de la sangre, brindándole una aproximación al olor de la muerte. Y no sabía porqué, pero cuando los tenía, la tristeza y desesperanza se asomaban en su corazón, apretujándolo como una lata de metal. Era como si le hubiesen quitado algo muy importante para él, como si le arrancasen la vida. Como si le negasen la felicidad eterna.

Y luego estaba ese ruido. Ese jodido ruido que resonaba en eco en su mente, como pitidos molestos que se quedaban suspendidos, y luego se acortaban, alternando el ritmo.

Ni se diga del aroma de aquellos cabellos largos. Aún si el olor a sangre fresca inundaba su olfato, la lavanda se quedaba tan grabada, como si fuese una marca de hierro al rojo vivo.

Frotó su cara con desesperación. Trató de tranquilizarse, así que, como pudo, comenzó a lanzar patadas y golpes al aire, tratando de luchar contra un rival que no conocía.

En una habitación perteneciente a una casa grande y algo vieja, una chica salía al balcón para poder disipar los sentimientos negativos a los cuales sucumbió. Las lágrimas no dejaban de salir de sus ojos, incluso, podía jurar que lograba percibir en su piel la sensación de una espada que la atravesaba entera, cortando con el peligroso filo toda su carne.

Sus manos temblorosas lograron, a duras penas, aferrarse al barandal de madera. Respiró fuertemente, inhalando y exhalando, tratando de aplicar aquellos ejercicios de control para la ansiedad que su maestra le había mostrado. Pero poco servían ante el escalofrío que su piel sentía.

Recordó como sintió el dolor más grande de su vida, como sus entrañas se abrían paso ante el afilado objeto y como el espesor de la sangre comenzaba a bajar por todo su tronco superior, manchando su vestimenta y su piel. Después de aquello, su cuerpo se fue hacia atrás, cayendo inevitablemente al suelo. La sangre brotaba de ella al igual que las lágrimas de sus delicados ojos. Luego de ello, escuchó una discusión acalorada. No distinguió lo que hablaban, solamente sintió un cuerpo que se tendía junto al de ella. Y luego de eso, sintió frío.

Sus iris se cerraban de poco a poco, y una profunda melancolía se posaba en ella. Luego, solo vio oscuridad, no sin antes lograr divisar de forma borrosa un gato blanco parado frente a ella. Después, un sonido particular con frecuencias que variaban en vibraciones estridentes, que le aturdían lo poco que le quedaba de consciencia.

Y despertó, como había hecho desde hace bastante tiempo, entre sudor y lágrimas.

¿Qué es lo que le pasaba? No lo sabía, lo único cierto es que sentía una añoranza de amar a alguien, lo que era ilógico, pues ella no recordaba haberse enamorado perdidamente de algún muchacho, no aún a sus veintiún años de vida.

Se frotó los brazos para infundirse calor, mientras alzaba la mirada hacia la luna, esperando que la luz de aquel astro la reconfortara y le hiciera sentir más cómoda.

Ranma bajó las escaleras de manera pausada. Sus ojos se encontraban un poco cansados debido al despertar tan brusco que experimentó durante la madrugada. Se dirigió inmediatamente al comedor, donde su madre estaba sirviendo las porciones de arroz para él y para su padre, quien estaba sentado leyendo el periódico.

—Buenos días, cariño. ¿Cómo te encuentras hoy?— Saludó la amable mujer con afecto en su tono de voz.

Ranma sonrió tiernamente. Su madre, la señora Nodoka Saotome era como una madre Teresa de Calcuta innata. No podía creer como es que ella se había casado con su padre, aquel tirano que estaba leyendo ese estúpido papel, haciendo como que entendía todos los temas de política. —Buenos días. Dormí bien. Me siento estupendo.— Mintió. Nadie sabía de sus sueños, ni siquiera su madre. No quería preocuparla con algo que ni él mismo entendía.

—Me alegra saberlo. Toma, aquí está tu porción de arroz.

—Gracias, mamá.— Ranma la tomó y se sentó a consumirla. El sazón que ella poseía lo tenía pegado al plato y a esos palillos, con los cuales devoraba su desayuno.

—Hijo, ¿Cómo vas con tus materias?— Preguntó el hombre de turbante y anteojos que se hacía llamar su padre.

Aquél chico de pelo negro azabache rodó los ojos con hartazgo. Cada mañana, su padre, Genma Saotome le preguntaba aquello con el fin de controlar el aspecto académico de su hijo, sometiéndolo a un escrutinio que siempre intentaba evitar. —Bien, padre. Voy muy bien.— Agregó sarcásticamente. La verdad es que no iba nada bien, estaba reprobando varias de las materias que cursaba.

Genma dejó el periódico a un lado, mirando por fin a su hijo. Se acomodó los lentes con parsimonia, tratando de modular su voz. —Hijo, recuerda que confío en ti para recuperar nuestra economía. No vayas a decepcionarme.

Ranma volvió a rodar los ojos molesto. Siempre era lo mismo, todas las mañanas su padre salía con aquella hartante cantaleta, provocando repulsión en él. —Si, claro, como yo fui el responsable de la pelea entre tu y el abuelo...

Genma no hizo ninguna mueca, se mantuvo sereno e imperturbable. —No lo eres, pero cuento contigo para poder recuperar lo que nos pertenece.

—Una mierda con eso.

—¡Ranma!— Amonestó Nodoka ante la expresión tan soez de su hijo.

—Madre, tu y yo sabemos que los errores de mi padre son de él, yo no tengo que estar en esta guerra de poder unilateral por algo que ni siquiera quiero para mí.

—Hijo, debemos recuperar la empresa, nuestra riqueza depende de ella.

—¿Y dónde queda lo que quiero?— Reclamó con fuerza.

El de lentes y turbante suspiró pesadamente. —¿Es que acaso sigues pensando en convertirte en un artista marcial? ¡Reacciona, hijo! En este mundo lo que importa es lo material, esos sueños son solo ilusiones.

Se cruzó de brazos. —Eso mismo no lo diría el abuelo. Él si me apoyaría.

Genma se levantó furiosamente de la mesa, casi tirando su plato aún lleno de arroz y pescado. —¡Esto es por tu bien!

—¡No, esto es por tu estúpida sed de dinero y riqueza!

—¡Basta! ¡Yo mando aquí, y ordenó que te olvides de esos malditos sueños!

El de ojos azules se levantó de su lugar con bastante fiereza. —¡Te odio, de verdad que lo hago!

Ranma no dijo nada más. Solo tocó el hombro de su madre, quien contemplaba tristemente la escena que acababa de desarrollarse. Tomó su mochila y salió de su casa, cerrando con un portazo muy sonoro. En cuanto llegó a la calle intentó calmarse, sin embargo, poco funcionaba para olvidar las amargas palabras de su padre. Frustrado, pateó un bote de basura vacío que encontró en el parque cercano a su hogar.

"Odio mi vida." Pensó con la mirada gacha y empañada por el llanto que quería salir de sus orbes.

Debido a su estado no fue capaz de notar como un felino de color blanco lo observaba atentamente, con una mirada tan suspicaz que no parecía la de un simple animal doméstico.

Akane bajó de su habitación, con cuidado de no despertar a su padre. Sabía que la estaba pasando mal económicamente, que le resultaba difícil sacar adelante ese dojo tan preciado que les mantenía con alimento en la mesa. No pudo evitar soltar un suspiro muy triste. Desde que su mamá ya no estaba en ese mundo, la vida ya no era la misma. La casa se sumía en silencio, las comidas ya no estaban llenas de alegría y pláticas. Su hermana Nabiki se volvió más retraída con ellos, saliendo bastante de casa a quien sabe dónde sin avisar. Kasumi, la mayor, había dejado truncado su sueño de ser enfermera para poder cuidar de todos. En cambio, ella estaba estudiando lo que más deseaba.

Se sentía como una vil egoísta, porque parecía ser la única que podía perseguir sus sueños.

Entró a la cocina, encontrándose con Kasumi, su hermana mayor. Esta se encontraba realizando el desayuno para el patriarca. Siempre tan impecable, con su delantal de suaves bordados y color pastel, su coleta larga y pulcra, ataviada con vestidos femeninos, largos hasta las pantorrillas. La máxima figura maternal que podía habitar en esa casa.

—Buenos días, Kasumi.

La aludida volteó a verla, sonriendo de manera amable. Akane sabía que ella era un alma pura, sin embargo, también sabía que detrás de aquella sonrisa se ocultaba una tristeza profunda por no poder seguir sus sueños a tablaraja. —Buenos días, Akane. ¿Qué tal amaneciste hoy?

Akane tomó una manzana de la canasta de frutas de la cocina. La mordió, y después de tragar el bocado contestó a su hermana. —Estoy bien.— No sé atrevía a contarle a su hermana sobre sus sueños extraños. No quería preocuparla más de lo debido.

—Me alegra saberlo.

La miró. —¿Tú cómo estás?

Kasumi se mantuvo de espaldas. —Estoy bien.— Dijo calmada.

—Kasumi, sabes que...

—De verdad estoy bien. Ya pasaron dos años desde que mamá no está. Yo ya lo tengo asimilado todo. Solo me preocupa Nabiki. Normalmente no nos dice a dónde va, y en cualquier momento puede meterse en problemas.

Suspiró profundamente. —Tienes razón. La verdad es que se ha mantenido distante con muchos de sus problemas.

—¿De quién hablan?

Aquella tercera voz se hizo presente en forma de una chica de cabellos castaños y silueta espectacular. Entró a la cocina, caminando demasiado relajada, intentando no dar señales de que alcanzó a escuchar que hablaban sobre ella.

—De nadie, Nabiki.— Dijo Kasumi.

—Ah, claro.— Nabiki Tendo no era tonta. Sabían que se referían a ella. Y con justa razón, si se iba sin decirles nada, ¿Qué podía esperar?. Y aunque entendía que estaba mal, no estaba dispuesta a dejar que supieran a donde se iba, o porqué su atención estaba en otro lugar aparte de su carrera. —Oigan, hoy llegaré tarde a cenar.

—¿De nuevo?— Preguntó Akane, demasiado desconcertada.

—Si, de nuevo. Bueno, yo me adelanto como siempre. Nos vemos.

En cuanto Nabiki salió, Akane decidió que era suficiente. Se despidió de Kasumi, asegurándole que ella se compraría un desayuno en algún lugar cercano a la universidad. Tomó la mochila y salió de casa, alcanzando a su hermana Nabiki.

—¡Nabiki, espera!

En cuanto la escuchó, se detuvo. Dio la vuelta para encararla. —¿Qué pasa?

—No sé que haces, pero no deberías estar llegando tarde todos los días. Es peligroso que andes sola de noche.— Pronunció con preocupación. Aunque ya fueran adultas, ella seguía siendo su hermana, y por supuesto, su seguridad era prioridad.

Cansina de ello, rodó los ojos. —Por dios, ya no tengo 17 años como para que me andes diciendo que debo hacer o no.

—No es eso, es que... de verdad me preocupo por ti. Desde que mamá murió, te has vuelto más reservada, no nos dices que haces, aparte de la universidad.— Se acercó a su hermana, tomando su brazo delicadamente. —Nabiki, no necesitas guardar secretos con nosotros.

La mirada de Nabiki se volvió opaca. —Mira, hermana, no creo que a nadie le interese lo que haga o no haga. Kasumi está jugando a ser la tierna y mártir ama de casa, papá está ocupado lamentándose su mala suerte y sin descansar lo suficiente. Y tú, bueno, tu tienes las cosas perfectamente acomodadas.

—Eso no es verdad.— Negó enérgica.

—Yo ya estoy aburrida de todo.— Tomó la mano de su hermana, alejándola de su brazo. —Así que preferiría mantener mis asuntos en secreto, para añadirle más sabor a mi triste vida.

—Nabiki, por favor piensa lo que haces y no te metas en problemas.

—Akane, te daré un consejo.— Nabiki se acercó a su hermana, viéndola fijamente, como si la estuviese retando. —No eres mamá, así que por favor, deja de dar sermones. Y prueba a vestirte más provocativa, para que termines de conseguir tu vida perfecta casándote con un adinerado.

—No quiero eso.

—Entonces, déjame vivir mi vida como yo quiera.

Cuando Nabiki se alejó lo suficiente, Akane suspiró tristemente. Aunque no lo decía, su hermana le guardaba cierto rencor o resentimiento, algo que le producía un enorme pesar. Ella no deseaba ser la "señorita perfección." Ella simplemente quería que todos fueran felices.

"Quiero ser feliz." Pensó con amargura.

Siguió su camino hacia la universidad, sin notar a aquel felino blanco sentado en la barda, observándola fijamente.

—Genma, no puedes estar hablando en serio. ¿Comprometer a Ranma con una chica de familia rica? ¡Es una locura! Eso ya no se hace en estos tiempos.

Nodoka estaba furiosa. Entendía que su esposo quisiera recuperar su fortuna, sin embargo, no podía concebir que usara a su hijo como una simple ficha de ajedrez. ¿Es que acaso no le tenía siquiera un poco de cariño?

—Nodoka, es por su bienestar. Mi padre cometió un error al haberme quitado lo que me correspondía. Se va a arrepentir, en cuanto Ranma termine sus estudios ya estará casado con la hija de aquella familia. Solo así podremos quitarle a mi padre el imperio que ha creado.

—Y lo quieres hacer a base de engaños y manipulación.—Nodoka tomó desesperada la ropa de su esposo, intentando transmitirle su impotencia por lo que estaba tramando. —Genma, estás siendo muy parecido a tu padre.

—¡Basta ya!— En cuanto Genma gritó, Nodoka calló, turbada por la enérgica y agresiva respuesta de su esposo. —Estoy en tratos con esa familia. Así que, por favor, no intervengas en esto.

El hombre de turbante quitó las manos de su esposa y salió de la casa echando chispas. Nodoka, por otra parte, no pudo evitar que una mirada triste se asomara en su rostro. ¿Por qué las cosas debían ser así?

Nabiki no dejaba de dar vueltas en aquella mansión inmensa. Ciertamente no esperaba que Kuno, su compañero de universidad, le invitara a saltarse las clases para poder ir a su casa. Aunque, a decir verdad, era algo que sí que debía prever. De todos modos, poco le importaba el perderse las clases de ese día.

Una sonrisa juguetona salió de sus labios. Sintió como un par de brazos la apresaron de la cintura, pegándola a un cuerpo masculino. La esencia de madera nunca se había sentido tan bien. Con sus manos inquietas tanteó la parte baja de aquél hombre, apretando la intimidad con urgencia. Su sonrisa se amplió al escuchar el gutural gemido de su acompañante.

—Eres una chica demasiado traviesa.— Jadeó roncamente ante la leve caricia que recibió. Empezó a repartir besos húmedos y provocativos a través de la piel de ese níveo cuello.

—No tanto como tú. Después de todo, yo no fui la que insinuó que debíamos saltarnos las clases.

Kuno la volteó hacía él, aprisionándola entre sus brazos. Devoró su boca con demasiada ferocidad, a la par que la dirigía hacia la puerta de la habitación. Nabiki entrelazó sus brazos en su cuello, respondiendo con la misma pasión, dejando que sus lenguas se encontraran para no soltarse.

El par de sirvientas que se encontraban ahí no dijeron absolutamente. Simplemente vieron como aquél par se metía al cuarto para no salir en un buen rato, como usualmente pasaba.

Ranma entró a aquel aula con pereza, sobre todo después de un interminable día de materias que tenían como tema principal la administración y el dinero. Le aburría demasiado, sobretodo porque eran matemáticas, algo en lo que nunca estuvo interesado y en lo que no era nada bueno. Aunque nada le aburriría más que la clase que le correspondía en ese día y a esa hora: historia de Japón. ¿A quien se le había ocurrido la brillante idea de que tuviera que cursar esa materia? No tenía ni puta idea. Solamente estaba seguro de que, para ser el primer día de clases de ese semestre, todo estaba yendo de manera muy tranquila pero tediosa.

Se sentó en un lugar que vio desocupado. Hubiese elegido el lugar donde la ventana quedaba a la vista, pero ahí se encontraba una chica de cabellos cortos dibujando algo en un cuaderno. La notó concentrada en su tarea de dibujar un ruiseñor que estaba parado en una rama del árbol cercano al edificio. Por un momento la observó con detenimiento, colocando su mano en su cabeza. Algo había en ella, como un magnetismo único que le invitaba a admirarla. Era extraño, por primera vez eso le pasaba con una chica a la que ni conocía y con la que no había cruzado palabra alguna. De pronto, una gran nostalgia se hizo presente en él, a la vez que una sensación agradable le invadió el corazón.

Akane fue consciente de la presencia de aquel chico, pues en esa aula solo estaban ellos dos. Faltaban al menos unos diez minutos para que ingresarán más alumnos, pero por alguna coincidencia ellos dos llegaron antes. En cuanto él entró, ella observó de manera rápida al muchacho. Sus ojos azules le atrajeron, aunque no lo quiso admitir. Para evitar observarlo, se concentró en el boceto del pajarillo que estaba dibujando. Sin embargo, le estaba costando trabajo, pues pudo sentir como aquél extraño la admiraba sin miramientos. Sintió un poco de incomodidad, pero a la vez, la familiaridad que se manifestó en ella le hizo bajar la guardia un poco. Dejó de bocetar y volteó lentamente a ver al joven. Sus ojos se abrieron un poco más de lo usual. Y entonces ella sintió una chispa encenderse, como si fuegos artificiales salieran de su ser.

Ambos se miraron fijamente, intentando descifrar un algo que no sabían que era. Parecía que se conocían de algún lado, pero a la vez, no. Akane se sintió tentada a posar su mano en la mejilla del chico para sentir su calidez. Ranma, de repente, tuvo ganas de estrecharla entre sus brazos.

Era extraño y mágico.

Sin embargo, el ruido de las personas llegando al aula los despertó del hipnotismo en el que estaban consumidos. Apenados por todo, retiraron sus miradas el uno del otro. Podían sentir sus mejillas coloreadas, y sus respiraciones un poco erráticas.

"¿Que demonios? ¿Por qué me siento así con esa chica que apenas acabo de siquiera ver? Es como si tuviera un imán dentro de ella." Pensó Ranma, rascando un poco su mejilla.

"No puedo creerlo. ¡Sentí un chispazo! Y por alguna razón, quisiera abrazarlo. ¿Qué será esto?" Pensó Akane mientras ponía su mano en su pecho, intentando calmar su respiración.

Caminó hacia el metro, sosteniendo fuertemente su mochila. Esa sensación que tuvo en el salón de clases no se había ido del todo. Por más cachetadas mentales que se daba, no podía dejar de pensar en que necesitaba un abrazo de ella, que necesitaba sentir su calor. Bajó las escaleras, llegó al andén y se posicionó en la entrada indicada. Por suerte para él no había muchas personas, por lo que estaba casi libre en ese lado del andén. El metro llegó rápido, y en cuanto la gente bajó se adentró en el vagón, teniendo que moverse un poco por la excesiva cantidad de personas que había a esa hora. Como pudo se acomodó en un hueco.

¡Oh, pero cuanta mala suerte para Ranma! Antes de siquiera imaginarlo, entró a aquel espacio reducido la causa de su desorientación.

Aquella chica de cabellos cortos y mirada avellana se hizo paso entre el tumulto de forma apresurada. Sin querer, chocó con aquél extraño de trenza que tuvo la desdicha, o fortuna, de ver en el aula. Trastabilló un poco mientras se quejaba por el impacto que recibió, y cuando quiso alejarse, el tumulto no se lo permitió. Las puertas del vagón se cerraron, y empezó la marcha de ese medio de transporte.

Ambos se miraron por milésima vez en todo el día. Y ahora, la situación los sobrepasaba demasiado. Ella quedó frente al chico, y por lo apretado del espacio, Akane no tuvo otra opción que mantenerse pegada al cuerpo del joven. Ranma hacía esfuerzos enormes para que no se rozaran más de lo debido, pero le estaba costando demasiado. La chica de cabellos cortos, gracias a un empujón que recibió, trastabilló nuevamente. Está vez, sintió como una mano fuerte la sostenía de la cadera, evitando que ella se moviera más.

Fue un impulso demasiado estúpido, pero Ranma no pudo evitarlo. Se preocupó sinceramente de que esa chica saliera lastimada con aquellos movimientos tan bruscos producto de la marcha del metro, por lo que su instinto protector salió a flote. No la conocía, pero sentía que era su deber protegerla de alguna forma. Por un momento, el aroma a lavanda que solo conocía en sus sueños le invadió nuevamente la nariz. Sintió un mareo y unos escalofríos agradables le recorrieron el cuerpo entero. El alivio se hizo presente, como si le extrañara en demasía y ahora estuvieran, por fin, juntos.

Akane pudo observar como la cara del chico se volvía roja. Y ella se asustó, pero no por lo que debería hacerlo. Tuvo miedo de ella misma, de como esa acción de agarrarla de la cadera, lejos de ofenderla y escandalizarla, le agradó. Tuvo miedo del despertar de un nuevo sentimiento en ella, de como su mano se amoldaba perfectamente en su cintura, como si estuvieran hechos tal para cual. Temió que por unos instantes la barrera que había construido por el acoso que sufrió de varios chicos anteriormente se desmoronaba. Es por eso que, quizá, empezaba a odiarlo. Y a la vez, posaba una de sus manos en el brazo que la sostenía, para tratar de tenerlo más cerca de ella.

El altavoz del metro sonó para indicar la siguiente estación destino. Sin embargo, el ruido salió distorsionado. Pitidos desconocidos y, aparentemente, sin ningún orden resonaron por todo el tren.

"-. / - - .-. .- / ...- .. -.. .- .-.-."

Ese pequeño desperfecto hizo que abrieran los ojos aún más. No sabían que pasaba. Aquellos ruidos sonaron similares a los que distinguían en sus sueños, pero no, eso no debía ser posible. El miedo les caló, y para cuando se dieron cuenta, el tren llegó a la estación y la gente disminuyó en el vagón. Las puertas se volvieron a cerrar, y ese transporte volvió a su marcha habitual, esta vez con mucho más espacio en el.

Akane fue la primera en salir del trance en el que se sumieron, por lo que atinó a despegarse ligeramente del chico, buscando el soporte de un pasamanos cercano a ella. Carraspeó para tratar de hablar.—Muchas gracias por ayudarme. Aunque, te agradecería que no me toques así.— No pudo evitar que su voz saliera en tono hostil, pero todo eso que pasaba le exasperaba profundamente, además de hacerla desconfiar.

Ranma parpadeó. Vaya tono con el que le respondía, el había sido cortés y le ayudó para no caerse, pero no, ella tenía que responder tan bruscamente. Frunció ligeramente el ceño. —Diciendo eso, parece que insinúas que soy un pervertido.

¡Eso mismo parecía! Si, eso era. Un aprovechado de la situación. O al menos, eso quiso pensar la chica para no sentir culpa por querer que nuevamente la estreche de esa forma. —Pues claro, ¿Qué clase de persona toma a otra de esa forma?— Si, quizá si mantenía distancia dejaría de sentir nostalgia por aquel roce.

Tal vez el se había equivocado con respecto a ella. No era nada agradable. —Si crees que lo hice para aprovechar, estás mal. Definitivamente no eres mi tipo. Debería estar ciego para fijarme en alguien como tú.— La seguridad en su voz salió muy natural, tanto que él se sorprendió de sonar tan despreocupado.

Akane comenzó a enfurecer. —Lo mismo digo. Pervertido, poco hombre.— Con esa expresión se alejó del lugar, tomando asiento en el otro extremo del vagón.

Ranma no estaba contento con lo que ella le dijo, sin embargo, no tenía ganas de pelear. Todo lo dejó agotado mentalmente, por lo que solamente musitó un "No es nada linda" quedamente.

Akane se encontraba frente a su ordenador. Leía una y otra vez un artículo que le introdujeron en su clase de psicología social. El término que discutieron ese día le regresó a la mente cuando llegó a su casa, después de haber pasado por todos los acontecimientos en el vagón del tren.

La anemoia es un término relativamente nuevo, asociado a un sentimiento de añoranza a lo no vivido, es decir, una nostalgia por situaciones, lugares o personas que jamás hemos visto o experimentado.

No podía ser eso, no lo creía. Es decir, si que extrañó esa cercanía que el de trenza le brindó, pero no pensaba que se tratara de nostalgia, o es decir, anemoia. No, definitivamente no era eso.

—Que estupideces piensas, Akane.— Murmuró para sí misma, golpeando levemente su cachete. —Espabila.

Dejó por su propia paz mental ese tema a un lado. Miró la ventana abierta de su cuarto, sentada desde su escritorio de trabajo. La noche estaba despejada, las estrellas podían verse con claridad y brillaban intensamente, como luces pequeñas que salpicaban el cielo. La brisa soplaba constantemente, indicando que prontamente la estación invernal llegaría con el cruel frío intenso de siempre.

—Ranma...— Murmuró suavemente, mientras su cabeza se apoyaba en su mano. Aunque, después de decir aquello, se paró abruptamente de su asiento. —¿Ranma? ¡¿Quien demonios es Ranma?!— Masajeó su sien con el dedo índice desconcertada por lo que dijo. —Creo que ya estoy alucinando.

El instinto de sentirse observada le hizo ver de nuevo hacia la ventana. Afuera de su recámara notó como un gato de color blanco se posaba en las ramas del árbol cercano, con una destreza impecable, digna de un felino. Después de aquello, el animal se sentó en la rama, mirando fijamente a la chica. Ella lo observó también, con un cierto escalofrío en su piel. Por alguna razón, creía que ese animal podía ver algo a través de ella. "No, deben ser imaginaciones mías." Pensó.

—Akane.— Habló Kasumi desde afuera de su cuarto. La aludida miró a su hermana, quien se apoyó en el marco de la puerta. —La cena está lista.

—Gracias, Kasumi.

Miró por última vez a ese extraño animal, y después de ello salió de su habitación, apagando las luces y dejando todo en la completa oscuridad.

Cuando Ranma llegó a casa encontró a su madre devastada y deshecha en lágrimas. Trató de calmarla, sin embargo, Nodoka le confesó lo que intentaba hacer Genma. El hecho de comprometerlo con alguna desconocida, en contra de su voluntad era algo que no debía ser pasado por alto. Quiso enfrentar a su padre, pero su madre le impidió hacerlo. Ella ya no quería ver más discusiones, estaba cansada de todos los problemas, y sentía que si volvía a ser testigo de una discrepancia, se desmayaría ahí mismo.

Así que ahora estaba ahí, en la soledad de su habitación. Se rehusó a bajar a cenar junto a sus padres, llevando su propio plato para comer en paz. Sin embargo, no había probado bocado porque el nervosismo le estaba estrangulando fuerte. Intentó concentrarse en la tarea de su clase de historia, pero el libro estaba abierto en la misma página. Releyó la oración que había visto por lo menos diez veces.

Durante el año de 1929, Japón experimentó una crisis financiera. Las exportaciones de seda y de arroz disminuyeron considerablemente. El desempleo había aumentado, y las protestas sociales estaban a la orden del día.

¡Estaba harto! No podía ni siquiera concentrarse en el estúpido libro. Dejó a un lado todo lo que se supone debía hacer. Simplemente se puso a dar patadas imaginarias en el aire, y lanzar puñetazos, como una manera de relajarse ante la tensión que había experimentado ese mismo día.

"¿Por qué pensó eso de mi? Yo no soy un aprovechado. Maldición, Akane."

Momento... ¿Había pensado el nombre?

—¿Akane?

Posó sus manos en su cabeza. Abrió los ojos, impresionado por aquel nombre que salió de su mente y de sus labios. —¿Quién demonios es Akane?

Se sobresaltó al escuchar un maullido cercano a su habitación. En la ventana, en el borde de esta, había un felino blanco, de mirada inquietante y pelaje blanquecino. Se lamía la pata con demasiada elegancia, pero en cuanto paró de hacerlo, fijó su vista afilada hacía el pobre chico. A Ranma le desagradaban los felinos, siempre había sido así. Desde pequeño, solía mantenerse alejado de ellos. No entendía que es lo que detestaba de aquellos animales, tal vez porque siempre supo que podían ver a través de los humanos, o porque tenían cierto poder en las personas.

Tragó duro al notar que el condenado animal solo lo estaba observando fijamente. Le pareció familiar el color, sin embargo, no estaba seguro de dónde había visto a aquel felino.

"Mierda. Lárgate ya, estúpido gato."

Y tal como si esa criatura lo hubiese escuchado, se alejó de la ventana, no sin antes dedicarle una última mirada intensa. En cuanto esta criatura bajó del árbol, Ranma lo observaba desde la ventana. Lo vio correr, ocultándose hábilmente en unos arbustos cercanos a otra de las casas del vecindario.

—Que extraño.— Murmuró.

Una joven de cabellos largos se apresuraba a llegar a su destino. Debía ser discreta, no quería que descubrieran que se encontraba en ese lugar, sin la compañía de su fiel sirvienta y sobretodo, al atardecer. Tomaba entre sus manos la capa de color oscuro que le cubría, a la par de que se aseguraba que se viera la parte inferior de su kimono raído, intentando pasar desapercibida por los militares.

Durante su camino, podía notar como la desigualdad se hacía presente en su entorno. Los campesinos estaban mendigando por un poco de arroz para poder comer, y aunque los niños se veían felices jugando, se les notaba desnutridos. La crisis financiera estaba a la alza, y ella no pudo evitar sentirse culpable. Ser perteneciente a la clase alta, a aquellos empresarios que mantenían un trato con los mandos militares y el propio emperador, era algo que le asqueaba. De pronto, las sedas que ella poseía le parecieron la peor de las vestimentas, y las joyas relucientes perdieron todo su brillo.

Corría presurosa hacia la gran casona en la que vivía, con la esperanza de que no la descubrieran in fraganti. Se escapó, secretamente, para poder ser libre por un día, para poder practicar artes marciales sin la necesidad de ser regañada por no seguir las etiquetas tradicionales de una mujer japonesa como ella.

Sin embargo, a pesar de las tristes imágenes que se repetían en su trayecto, no pudo evitar que su corazón latiera fuertemente.

Aquél joven campesino, de mirada azul como el mar y cabello negro como la propia noche, que conoció en ese mismo día y que le mostró algunas técnicas de artes marciales le pareció demasiado atrayente. Fue algo inusual, algo mágico y especial. Pasó uno de los mejores momentos de su vida a su lado.

Llegó a la casona, infiltrándose magníficamente, con una agilidad impresionante. Subió las escaleras a su recamara, quitando de encima la capa que usaba para no develar su identidad. La ocultó rápidamente en un cajón especial, dónde sabía que nadie podía encontrar la prenda. Se despojó de su disfraz de campesina, colocándose como pudo su indumentaria para tomar un baño. Desató su pelo largo, liberándolo del recogido que lo mantenía firmemente amarrado.

—Saotome Ranma.— Rio juguetona, recordando el nombre de quien, sin proponérselo, se adueñó de su corazón. Recordó como se sintió el roce de sus manos sobre sus brazos, corrigiendo las posturas de combate. Y esos ojos azules, tan hipnóticos como el cielo le invitaron a reír, encantada de poder admirarlos.

De su brazo extrajo la pulsera que él le había regalado, con la promesa de volver a verla para regalarle alguna otra. Era una pieza de cuero, muy artesanal y de bajo coste para alguien como ella, pero eso no le importaba. La tomó, aferrándola entre su pecho, y se acostó en su cama, riendo dichosa.

Había encontrado al amor de su vida.

Akane abrió los ojos. Ese sueño se había sentido tan bien, tan especial, que por primera vez en mucho tiempo la paz reinó en ella. No había un ruido extraño, no vio sangre, no sintió la sensación desagradable de la muerte.

Su corazón palpitó embravecido, como si hubiese corrido tanto como lo hizo en su sueño. Sus mejillas se sonrojaron, y sus manos temblaban de emoción. No recordaba bien su apellido, pero si que recordaba el nombre.

—Ranma. Es el mismo nombre que pensé durante la noche.— Susurró con un hilo de voz, sobrepasada por la dicha que sentía.

Pensativa, comenzó su rutina diaria. Está vez, no le preguntó a Kasumi como estaba, ni se preocupó por Nabiki. Solamente no dejaba de pensar en que necesitaba desesperadamente sentir cerca a ese Ranma de sus sueños. Lo añoraba.

Sus padres se reunieron con el consejo de campesinos de la ciudad, con la esperanza de hacer llegar sus peticiones a los militares de una de las sociedades agrarias de su zona. El se encontraba caminando en el pueblo, comprando un poco de arroz, cuando observó como una chica era asediada por un grupo diferente de militares. Parecían ser de otra sociedad, por lo que se propuso ayudarle a librarse de ellos.

Se acercó, notando como la pobre apenas podía defenderse de esos infelices. Entonces todo pasó en cámara rápida. Él los golpeó, uno por uno, enseñando sus habilidades en la lucha a aquella jovencita, quien miraba impactada todo lo que acontecía. La tomó de la mano y huyeron juntos, refugiándose en un campo abierto cercano.

Una vez estando ahí la reprendió por ir sola, a sabiendas de que el militarismo no respetaba a las mujeres de la forma en que debía ser. Ella le reclamó, diciéndole que no era nadie para decirle esas cosas u ordenarle que hacer. Y entonces, cuando ella descubrió su rostro oculto debajo de esa capa oscura, el enmudeció.

Era la mujer más hermosa que había visto. Si, su kimono estaba en pésimas condiciones, y su recogido no estaba adornado elegantemente con algún tocado. Pero, aún así, lograba verse linda, y de algún manera, refinada. Esos orbes cafés eran tan profundos que quedó sumido en un vergonzoso silencio mientras la joven le gritaba.

Después de que ella se calmara, Ranma decidió presentarse, y ella hizo lo mismo. No supo que fue lo que pasó después, pero el tiempo pasó volando. Platicaron de muchas cosas, y ella le dijo que quería aprender artes marciales. Él, sorprendido de que una mujer pudiera desear aprender, le propuso que la entrenaría a escondidas.

Ese mismo día le dio su primera lección a una desconocida. Recordó la suavidad de su piel, y el como un tenue perfume de lavanda se hacía presente en ella.

Y luego de eso, se despidieron, con la promesa de volverse a ver. El le obsequio una pulsera artesanal, y entonces aquella mujer desapareció por el horizonte.

Ahora el se encontraba jugueteando en el río cercano, saltando y brincando por la emoción. Su corazón latía, y por primera vez en su vida, quiso volver a ver a alguien.

—Tendo Akane. Pronto te veré.Gritó mientras saltaba felizmente entre las piedras del río.

Había encontrado al amor de su vida.

Ranma despertó sin una sola lágrima en sus ojos, ni con la intranquilidad que normalmente le asediaba. Cuan bien sintió ese sueño, que por primera vez no le mostraba un escenario dantesco, con la muerte impreso en él.

Su corazón latía exageradamente rápido, y sus mejillas se sintieron calientes. No pudo evitar suspirar ante todo el revuelo que su estómago le mostraba, como si estuviera invadido por miles de mariposas que luchaban por salir de esa prisión.

No recordaba el apellido, simplemente el nombre le vino a la mente con la misma velocidad de una bala.

—Akane. El mismo nombre que recordé por la noche.— Musitó con la voz suave.

Con un lío en su mente, empezó todo lo que debía hacer en su rutina diaria. Por primera vez, desechó las discusiones con su padre. Simplemente necesitaba sentir a Akane en sus brazos nuevamente. La añoraba.

Akane se adentró a su salón de clases de historia. La materia era impartida tres veces a la semana, esta sería su segunda clase en todo el ciclo escolar. No sabía que es lo que le pasaba, pero durante todo el día no dejaba de suspirar y de pensar en ese tal Ranma. Ni siquiera sus amigas pudieron hacer que olvidará todo con aquellas platicas sobre farándula y demás vanidades. No, nada de eso alejaba siquiera la presencia del extraño que invadía su mente y su corazón. Para intentar distraerse, leyó uno de los pasajes al azar de su libro de historia.

Las motivaciones de los militares para presionar al gobierno tenían que ver con sus intereses económicos, sociales e ideológicos. Denunciaban la precariedad del campesinado, la avaricia y corrupción de la clase burguesa, conformada principalmente por políticos liberales y empresarios demasiado occidentalizados.

Eso que acababa de leer le sonaba similar al contexto de su sueño. Ella pertenecía a la clase burguesa, y el muchacho era un campesino. Apoyó su barbilla en su mano, intentando razonar lo que ocurría, buscando la causa de sus sueños.

Poco a poco los alumnos fueron pasando al salón. Es entonces que observó al joven inquietante del día anterior entrando al aula. Los ojos de ambos se fijaron mutuamente, sin embargo, la poca conexión que sintieron fue interrumpida cuando el profesor entró al salón.

—¡Ya te dije que no lo haré, Genma!

El hombre, de edad avanzada, echó un vistazo a su hijo. Le compadecía, pero no lo suficiente como para dar su brazo a torcer. El imperio que el poseía lo construyó él, por lo tanto, no creía a su hijo, Genma, digno heredero de su riqueza.

—¡Estoy en todo mi derecho de reclamarlo, y lo sabes!

—Por favor, Genma. Tu y yo sabemos que esto solamente es mío.— Enfatizó con un exagerado movimiento de sus brazos.

—Lo conseguiste con un juego sucio. Tu mismo destruiste a la familia de mi esposa, ¿Lo recuerdas?

—Lo hice para poder obtener el poder. No vengas a ser tibio conmigo, idiota. El deber de nuestra familia siempre fue conseguir el éxito a toda costa.

Genma crujió fuertemente sus dientes, y apretó sus puños. Él, más que nadie, sabía de todo lo que hizo su padre para estar donde está. Pasó por encima de la familia de su esposa, traicionando a cuántos pudo, y luego, quitándole lo que él con tanto esmero consiguió. —Yo te ayudé en varios de tus planes.

—Yo fui la mente maestra detrás de ello. Así que, hazme el favor de desaparecer de mi vista.

—Bien, considera esto una advertencia. Volveré a adueñarme de lo que me corresponde, y no podrás hacer algo para impedirlo.

El hombre de turbante salió hecho una furia de aquella oficina. Mientras tanto, el viejo anciano soltó una risa sardónica. Si quería guerra, guerra tendría, y para eso, estaba esperando que su pieza clave se pusiera de su lado.

—Antes de terminar, quiero pedirles un gran favor. La clase que viene no estaré presente, por lo cual tendrán día libre. Sin embargo, antes de que se emocionen de más, les asignare una pareja para trabajar en equipo. Lo que deberán hacer es ir al museo para poder hacer una análisis histórico cultural de los inicios de la Era Showa, precisamente, la época del militarismo japonés.

Casi todos los alumnos observaban con fastidió a la profesora, la cual nombraba a cada una de las personas de la lista de su clase. Algunos que ya se conocían, sonreían por la coincidencia, mientras que el resto se mantenía neutral y poco emocionados ante la idea del trabajo en equipo con desconocidos.

—Finalmente, Saotome Ranma y Tendo Akane. Les toca trabajar a ustedes juntos.

Ranma buscó con la mirada a Akane. Y la encontró, mirando frenéticamente en el salón. Hasta que, por fin, sus miradas chocaron entre si, delatando su nerviosismo al darse cuenta de quien era quien.

—Bien, es todo por hoy chicos. Les encargo mucho esa tarea, nos vemos la siguiente clase.

Todo el mundo empezó a guardar sus cosas y a retirarse del aula, entre platicas y risas amenas. Sin embargo, tanto Ranma como Akane no se movían de su lugar por la impresión. Y cuando la sala quedó completamente sola, se volvieron a mirar fijamente.

—¿T-tu eres... Ranma?— Preguntó Akane, con cierto miedo en la voz.

—S-si. Y tú eres... Akane, ¿Cierto?

—S-si.

Akane se levantó de su asiento, tomó su mochila y se acercó con cautela al joven de trenza y ojos azules. Ranma hizo lo mismo, con la adrenalina recorriendo sus venas y el cosquilleo aturdirle. Los latidos de ambos volvieron a acelerarse, sus manos sudaban y su piel presentaba un estremecimiento del que pocas veces habían hecho caso. Cuando por fin se encontraron frente a frente, sintieron un chispazo de emoción, y la anemoia les invadió completamente.

—Me llamo Tendo Akane.

—Y yo soy Saotome Ranma.

Es entonces, que en sus oídos, resonó nuevamente el eco de aquél código morse que se manifestaba en sus sueños.

Mientras que, afuera del aula, el gato blanco observaba la escena.


"-. / - - .-. .- / ...- .. -.. .- .-.-." Su traducción de morse a español es: "En otra vida."

¡Hola a todos!

No sé asusten, lo que pasa es que edité unas cuantas cosas de este capítulo para mejorarlo. Es por ello que les salió la notificación de actualización, no hay problema si no lo quieren releer, después de todo, no cambié algo significativo para la trama.

Para quienes sean nuevos leyendo, ¡Bienvenidos! Este primer capítulo es solo el comienzo de la vorágine de drama que va a pasar. Les prometo cosas interesantes. Seguramente no habrán escuchado sobre lo que es la anemoia. Yo recién me enteré hace unos meses de su significado, así que descuiden.

Ahora sí, está nota va para todos. La sorpresa es que ya estoy escribiendo el siguiente capítulo. Siendo sincera, tenía un bloqueo creativo y se me estaba dificultando un poco el desarrollar la trama. Es un proyecto ambicioso para mí, porque contendrá fantasía y parte de contexto histórico - cultural. Ojalá pueda abarcar de buena manera a aquello. Adelanto que contendrá escenas de violencia, de ciertos temas delicados y de índole sexual, por ello la clasificación. Espero no incomodar a nadie con ello.

Anticipen el segundo capítulo, estará más cerca de lo que creen.

Eso sería todo de mi parte, espero que tengan un gran día.

Con cariño, Sandy.