·
:::::
Invierno
:::::
-Ábreme –nadie responde-. Se que estas ahí –Kakashi da unos segundos esperando que realmente ella respondiera-. Sakura, por favor, deja que me explique -ruega en un susurro dejando que su frente golpee sobre la puerta del apartamento de su ex alumna.
Pero en realidad no tenía ni idea de por dónde empezar a explicarse.
¿Cómo había llegado a eso?
¿Cómo había empezado todo?
Recordaba que era invierno. Un invierno lluvioso y oscuro.
Un invierno de días casi tan oscuros como las noches.
En realidad era imposible que lo recordará. Pero él sabía que ese día el cielo lloró como no había llorado en años.
Grandes lágrimas caían con fuerza de las nubes.
Y él, como todos los niños, nació llorando.
Pero él no lloraba para demostrar que estaba vivo.
Él lloraba porque todos a su alrededor lloraban. Y para alguien que es nuevo en esto de vivir y respirar le pareció que llorar y estar triste debía ser lo normal.
Eso fue lo primero que vio, y eso fue cada día de su primer mes de vida.
Y así fueron muchos días después de su primer mes de vida. Y así seguirían siendo más días de los que un pequeño bebé que ya empezaba a gatear debería experimentar.
Pasaría mucho tiempo hasta que comprendiera que la vida no era todo días lluviosos y grises.
Sería durante un verano, el primer verano que recordaba sin lluvia. El primer verano en que su padre le miró y sonrió sin ese deje de tristeza detrás.
Obviamente ya era muy tarde para que ese pequeño no pensará que la vida era días grises y lluvioso en los que a veces se abrían la nubes para dejar brillar el sol. Para comprender que todo había sido así porque su madre había muerto durante el parto.
Pero ese recuerdo estaba ahí. Una primera sonrisa.
Su padre le miró, y sonrió. No hubo palabras.
Por eso para él un buen día, un día con sol y sin lluvias, debía ser un día silencioso.
Por eso, para él, las cosas se podían decir sin palabras.
Después de ese día, volvieron las lluvias. Las nubes. El invierno.
Sería injusto decir que sólo eran lluvias y días fríos.
Hay algo bueno en los días fríos y lluviosos. Esos días la gente busca cobijo. Busca alguien a quien abrazarse para sentir calor. Para no sentirse solos.
Esos días lluviosos él nunca los pasó solo.
Estaba su padre. Desde aquél primer día que lo abrazó con grandes lágrimas resbalando por sus mejillas y dejándose caer de rodillas al suelo con un grito de dolor por la muerte de su mujer.
Desde aquel día los brazos de su padre siempre le reconfortaron.
A diferencia de aquellas lágrimas, las suyas nunca corrían por su cara porque siempre terminaban en la camiseta de su padre.
Es por eso que un día, cuando estuvo solo, sin él para abrazarse, notó las lágrimas caer por sus mejillas. El frío recorrió su cara y un sabor salado se coló por la comisura de sus labios.
Era un sabor amargo. Un sabor que odiaba y que juró nunca más probar.
Pero como niño fue incapaz de frenar esas lágrimas. Y decidió que al menos no quería notar lo amargo de la tristeza. Por eso llevaba una máscara. Para frenar las lágrimas.
Nunca agradeció más esa máscara que cuando su padre le abandonó.
Ese invierno, con sus lluvias y días negros, duró más de un año.
Y la máscara que estaba para impedir que el sabor amargo de las lágrimas llegará a su boca se convirtió en un muro.
Un muro que siguió años después aunque aprendiera a dejar de llorar.
Ese muro ya estaba levantado.
Es cierto que hubo veces que hasta él mismo se daba cuenta de todo lo que se perdía por ese muro. Pero temía que si lo derribaba, que si dejaba ver detrás de él, las lágrimas volverían y podría saborear el amargor.
Ese amargor de días lluviosos que ya había olvidado.
Hacia tanto que no lloraba que no recordaba como era eso.
No es que no sintiera dolor, tristeza o cualquier sentimiento que llevará a las lágrimas y por supuesto que hubo momentos por los que estar destrozado, simplemente las lágrimas no llegaban.
Podía estar destrozado por dentro, como cuando murió Asuma, pero las lágrimas no llegaban.
El cielo podría llorar por él. Él no lo haría. Y no porque no quisiera.
Quizás, simplemente, había agotado sus lágrimas en esos primeros años.
Quizás, instintivamente, había asociado el no llorar a los días de verano en que todo iba bien y su padre sonreía sin decir nada.
Quizás por eso era poco hablador y prefería encerrarse en sus libros.
Quizás era mejor no haberse relacionado con nadie. Y menos con esa gente para la cual el verano es la estación que ocupa la mayor parte del año.
No como su invierno.
Quizás debería, simplemente, haberse mantenido en ese invierno.
:::::
:::
PD: Buenas. ¡Cuánto tiempo! Dije que volvería, pero me tomó un poco más de lo esperado.
Aún tengo bastante jaleo planeando unos meses fuera de España por la tesis, pero intentaré estar más activa.
De momento tengo esto, que es una historia en cuatro caps. Intentaré subir los tres que quedan a lo largo de esta semana que entra. No más tarde, ¡promesa!
