Capítulo 1

El Soldado

El cachazo había dejado al soldado en el suelo, aturdido e impotente mientras los demás disparaban despiadadamente a un grupo de personas pidiendo clemencia; las balas seguían volando de un lado al otro e impactando los cadáveres en el suelo. Uno de los soldados gritó, llamando la atención del joven en el suelo quien tas voltear su vista al soldado se encontró con una escena bastante perturbadora, uno de los cadáveres se había levantado y ahora arrancaba el cuello de su compañero a mordidas; todos los cadáveres empezaban a hacer gemidos guturales mientras intentaban levantarse, algunos ya sólo podían arrastrarse hasta los otros dos soldados mientras estos disparaban desesperados por detener aquél desfile siniestro que parecía no tener fin. El soldado en el suelo miraba la escena con un fuerte dolor de cabeza, tal vez ocasionado por el golpe, tal vez causado por el estrés, el dolor aumentaba y los cuerpos se acercaban a él después de devorar a sus compañeros; finalmente una mano tomó su hombro y al voltear pudo a ver a una antigua conocida, casi podría decir que una amiga, pero una puerta con barrotes de metal los separaba y ella golpeaba insistentemente en la puerta, el sonido que hacía la puerta con cada golpe parecía demasiado fuerte como para venir de una figura tan pequeña, el soldado regresó la mirada hacia los cadáveres que debían seguir avanzando, pero tan solo encontró cenizas, nada avanzaba hacia él; aliviado el soldado volteó a la puerta que seguía siendo azotada con fuerza por su amiga, pero en su lugar se encontró con un grotesco ser cubierto en sanguijuelas que poco a poco pasaban por los barrotes y subían a su cuerpo.

Un fuerte golpe en la puerta del diminuto apartamento en el que vivía lo despertó justo antes de que una de esas cosas se metiera en su boca durante su pesadilla, se incorporó de golpe, jadeando y sudando como en todos los días en los que soñaba con los traumáticos acontecimientos en África y en las montañas Arkley; pasó sus manos por sus ojos para remover las lagañas que los cubrían mientras los insistentes golpes en la puerta continuaban.

—Ya voy, ya voy; conseguí lo de dos meses de renta señor Rodríguez

El exsoldado bajó su mano para posarla junto a la cama, golpeando ligeramente el bote de pastillas para dormir vacío junto a su almohada, trabajaba de noche por falta de oportunidades laborales para alguien sin identificación y tampoco ganaba lo suficiente para pagar la renta y los demás gastos generados por vivir en una ciudad grande, así que era normal que el señor Rodríguez, su arrendatario, golpeara a su puerta una o dos veces a la semana para exigir el pago de la renta atrasada. El hombre de cabello oscuro y largo, con algunas cuantas canas en su cabello debido a la edad, se levantó completamente adolorido, sus marcados músculos aún no se reponían del trabajo físico de la noche anterior; sacudió sus brazos un poco, los golpes seguían insistiendo, pero algo no concordaba con la rutina, el señor Rodríguez siempre golpeaba a su puerta con fuerza, pero si aún había luz del sol no dudaba en gritarle también, si alguien se molestaba por el ruido siempre culpaba al exsoldado por no contestar a tiempo, pero esta vez ya le había contestado pero los golpes seguían y no obtenía respuesta verbal del otro lado de la puerta.

—¿Señor Rodríguez, está bien?

El hombre quitó los dos seguros que mantenían la puerta segura de ser abierta por algún maleante, pero dejó puesta la pequeña cadena que evitaba abrir la puerta por completo y colocó su hombro derecho contra la puerta, pegando el curioso tatuaje que llevaba en el brazo derecho contra la madera y tomando la perilla de la puerta con sumo cuidado. Se aseguró de cargar todo su cuerpo contra la puerta antes de girar la perilla; la puerta empujó con una fuerza increíble, alcanzando a abrirse lo suficiente para dejar entrar un sonido que heló la sangre del exsoldado; era un sonido que recordaba bien en sus sueños, el sonido de un infectado por el virus T. El hombre intentó volver a cerrar la puerta, pero esa cosa había alcanzado a meter su brazo por la abertura de la puerta y seguía empujando con una fuerza casi sobrehumana; el propietario del departamento era un hombre gordo, no muy alto pero con unos brazos que fácilmente cargaban el mismo peso que los suyos, estaba claro que podía quedarse ahí tratando de cerrar la puerta por horas y lo único que lograría sería cansarse hasta que el señor Rodríguez lograra tirar la puerta y lanzársele encima, así que el inquilino tomó la única decisión lógica que pudo obtener en un momento de tensión y se alejó de la puerta corriendo hacia la pequeña cocineta; la puerta se abrió de golpe justo en el momento en el que el exsoldado abría uno de los cajones para tomar el cuchillo sin sierra más grande que tenía, el cuerpo del señor Rodríguez cayó al suelo por la inercia de su peso, dándole el tiempo suficiente para regresar hacia la puerta y clavar el cuchillo con fuerza en la nuca de su arrendatario.

—Sorry mister Rodríguez.

El hombre sacó el cuchillo de la cabeza del antiguo propietario del departamento con algo de dificultad, los cuchillos de cocina no estaban pensado para ese uso y si no tenía cuidado podría romperse en cualquier momento; tomó unos segundos para escuchar atento a cualquier ruido en el cubo de la escalera, asegurándose de que no hubiera más de esas cosas. El edificio estaba bastante silencioso, pero el exterior se escuchaba bastante ajetreado, sirenas y bocinas de autos sonaban constantemente, pero parecía que el edificio estaba vacío, algo normal en viernes por la tarde, casi todos los inquilinos eran jóvenes y la mayoría salía de trabajar tarde o se escapaban los viernes a beber con los amigos, eso era bueno, entre menos gente estuviera en su edificio, menos probable era contagiarse. Finalmente se decidió a salir, no sin antes tomar una chamarra negra ligera e impermeable que había comenzado a usar desde su escape de los Estados Unidos, no le gustaba usar camisas de manga larga, apenas y decidía usar playeras en lugar de ir a todos lados vistiendo sólo una camiseta negra o azul, pero tenía que ser precavido y cubrir su tatuaje todo el tiempo que le fuera posible, no había escuchado que lo mencionaran en las noticias, ni siquiera estaba seguro de que lo siguieran buscando, pero era mejor evitar cualquier encuentro no deseado con las autoridades.

Buscó rápidamente en su apartamento por su antigua pistola, una Taurus Raging Bull con un barril con capacidad para 6 balas; la había conservado en una caja de zapatos guardada en la parte más profunda de su clóset, tomarla no tomó más de un minuto y revisarla aún menos, no se encontraba en la mejor forma, llevaba muchos años guardada y sin recibir ningún tipo de mantenimiento, si estaba cargada, pero sólo tenía 3 balas, las mismas 3 con las que había salido de Estados Unidos, y conseguir munición en México no era tan fácil, así que la guardó en la bolsa interna de su chamarra antes de salir con el cuchillo en una mano y las llaves del edificio en la otra, preparado para correr y evitar cuanto encuentro pudiera, después de todo no llevaba el equipo necesario para enfrentar otra pesadilla como la de Arkley.

El departamento en el que vivía estaba en el tercer piso, el edificio contaba con cuatro pisos y una azotea, no había muchas razones para revisar los demás apartamentos, en su mayoría pertenecían a estudiantes foráneos con pocas pertenencias y estaba seguro de que el señor Rodríguez no tenía un arma que pudiera serle útil, si la hubiera tenido seguramente ya lo habría amenazado con usarla en alguno de los tantos meses que se atrasaba en la renta. El exsoldado bajó las angostas escaleras a buena velocidad, cuidando que los zapatos negros que llevaba no hicieran mucho ruido, pensó en regresar a cambiar sus zapatos por las botas que usaba en el trabajo, pero ya estaban gastadas y en varias partes ya se le clavaba la dura suela del calzado, aunque podrían proporcionar mejor protección, también podrían convertirse en un factor de riesgo si tenía que caminar mucho. El edificio en el que vivía no tenía estacionamiento, de todas formas, no era como si tuviera suficiente dinero para tener un auto, pero aún así el primer plan era buscar un vehículo que tuviera las llaves dentro para poder escapar de la ciudad. Los edificios en México por lo general son muy seguros, el edificio contaba con dos puertas, una puerta interna ubicada a unos 2 metros de la entrada que daba a la calle, se trataba de una sencilla puerta de madera con un enorme vidrio que permitía una vista clara de lo que pasaba afuera del edificio y dando a la calle se encontraba una reja de metal con barrotes bastante gruesos y un seguro casi industrial que hacía difícil la tarea de abrirlo con ganzúas o incluso tratar de derribarla; esto resultaba ser muy conveniente en este tipo de situaciones, el exsoldado alcanzó a ver desde el vidrio de la puerta interna que varias de esas cosas estaban caminando frente al edificio en busca de posibles víctimas, así que abrió la primera puerta, pero antes de acercarse mucho a la reja echó un vistazo alrededor para ubicar la mejor ruta de escape.

Había varios autos estacionados en ambos lados de la banqueta frente al edificio, pero era poco probable que alguno de esos vehículos tuviera las llaves a la mano o que fueran fáciles de abrir y arrancar sin una llave, tampoco era un conocimiento que dominara, así que echar a andar alguno de esos autos parecía imposible; lo que realmente buscaba era algún vehículo detenido a la mitad de la calle, quizá incluso con las puertas abiertas, pero al parecer cualquiera con un auto funcionando se había alejado de esa zona sin detenerse y mucho menos bajar del auto; esa posibilidad quedaba fuera y ahora tenía que pensar en un plan b. Consideró la posibilidad de bajar a las alcantarillas y viajar por ahí, pero el sistema de drenajes de la Ciudad de México no era particularmente moderna, en su mayoría las tuberías eran algo angostas para alguien de su tamaño, si se encontraba con un infectado o peor aún con algún tipo de monstruos ahí abajo estaría perdido. Al parecer no tendría otra opción que salir a la calle y correr, tratando de evadir a cuanto infectado pudiera, pero no sabía hacia dónde ir, vivía muy cerca del centro de la ciudad y correr o incluso caminar hasta una zona con poca población no iba a ser fácil; quizá había autos en alguna zona con avenidas más grandes, una de las avenidas más famosas de la ciudad, Insurgentes, estaba cerca, esa parecía la mejor opción; ya con un objetivo y sujetando su arma improvisada con fuerza, el hombre abrió la reja y salió corriendo por la calle en dirección a la avenida más grande.

Si había algo en su mente que le preocupaba, era encontrarse con otro sobreviviente, no sería capaz de correr junto a alguien que necesitara su ayuda e ignorarlo, pero tampoco estaba en condiciones de preocuparse por alguien más, si esa persona no podía seguirle el ritmo, entonces no había forma en que ambos salieran con vida de la ciudad. Parecería que su cerebro simplemente le estaba avisando de lo que venía, apenas avanzar unos 10 minutos el hombre de cabello negro alcanzó a ver a un joven defendiéndose de los infectados, no parecía pasar de los veintes, incluso estaba casi seguro de que se trataba de uno de los estudiantes que vivían en su edificio; sin pensarlo mucho el exsoldado cambió de dirección, corriendo lo más rápido que pudo hacia el joven que forcejeaba con dos infectados, embistiendo a uno de ellos con fuerza, lanzándolo al suelo para posteriormente clavar su cuchillo en la sien del otro infectado, logrando quitarlo de encima del muchacho.

—¿Estás bien? —El exsoldado hablaba bien el español después de tantos años viviendo en el país, pero su acento aún revelaba su origen norte americano. —No podemos quedarnos aquí parados, ¡vamos!

El hombre tomó la mano del chico y empezó a correr casi arrastrándolo justo antes de que el infectado que había tacleado se empezara a levantar. El joven parecía estar en shock, tan sólo miraba al musculoso hombre que lo arrastraba de la mano; finalmente logró articular algunas palabras entre jadeos por el esfuerzo que le presentaba seguirle el paso al sujeto que tiraba de su mano, el chico no era muy atlético, era bastante delgado y mucho más bajito que el exsoldado.

—¿Quién… quién eres?

—Mi nombre es Billy Coen del 3B, creo que somos vecinos. —Para Billy no era fácil ubicar a las personas a su alrededor, el horario nocturno de trabajo y su nula vida social lo llevaban a ser un ermitaño, pero de vez en cuándo se topaba con alguno de sus vecinos al salir de casa, justo cuando ellos volvían al edificio para descansar y estaba muy seguro de que este pequeño joven era uno de ellos. —¿Cuál es tu nombre amigo?

—David, me llamo David.

—Bien David, vas a tener que ser muy valiente si queremos salir de aquí con vida, sígueme, estuve en la marina de los Estados Unidos de América, estás en buenas manos.

Billy le sonrió al muchacho antes de acelerar el paso, no quería quedarse mucho tiempo en el mismo sitio para evitar atraer a muchos infectados y también quería encontrar un auto o por lo menos un edificio resistente con muchas opciones para salir antes de que empezara a llover, el cielo ya se estaba nublando casi por completo pero ya podía ver cerca los altos edificios que se encontraban sobre la avenida Insurgentes; si lograban encontrar un vehículo calculaba que podrían alejarse de la ciudad antes del anochecer.

—Señor Coen, creo que no me siento bien.

Billy miró al chico de reojo sin detenerse en un principio, estaba listo para decirle que tendría que aguantarse y seguir corriendo, pero en cuanto notó que el rostro de David tenía varias venas resaltadas en un color oscuro lo entendió de inmediato, estaba infectado, quizá uno de esos dos sujetos lo habían mordido; sabía que existía una cura, pero en un lugar como la Ciudad de México no se le ocurría dónde podría estar. El exsoldado se detuvo de inmediato, soltando al chico y separándose unos pasos de él.

—¿Te mordieron?, ¿tienes algún rasguño? —Recorría el cuerpo del joven de pies a cabeza, pero no encontró ninguna señal de daño, si había sido un rasguño tendría que haber sido uno realmente pequeño.

—No, logró quitármelos de encima antes de que me pudieran lastimar. —David miraba sus manos aterrado, sus venas sobresalían de su piel de manera intensa con un color casi negro, sus ojos poco a poco se llenaban de rojo y su cuerpo ardía a lo que creía eran 50 C.

Billy apretó su cuchillo con fuerza, no estaba seguro de qué hacer, por un lado el chico debería tarde algunas horas en transformarse después de haberse infectado, pero si lo que decía era verdad, el muchacho ni siquiera había recibido un rasguño o una mordida, quizá no era un ataque con virus T, quizá era algo diferente, algo nuevo. Coen sacudió su cabeza para dispersar los pensamientos que lo estaban invadiendo y tomó la decisión de hacer todo lo posible por salvar al chico; miró a su alrededor para asegurarse de no estar en peligro inminente y justo cuando regresó su mirada hacia David para decirle que encontrarían una solución, se topó con un David con las venas relatadas y los ojos rojos levantando sus manos para tomar su chamarra a la altura del pecho y tratar de morderlo. No había tardado nada en convertirse, algo estaba realmente mal, no había forma de saber cómo se había infectado, lo único seguro era que no podía dejar que lo mordiera; Billy sujetó a David de la frente, manteniéndolo alejado con facilidad, al menos ese virus no parecía dotar a los infectados con fuerza sobre humana o alguna mutación extraña, y sintiendo bastante remordimiento hundió su cuchillo en el ojo derecho del chico, causando que este perdiera la fuerza de su agarre y se dejara caer al suelo, desplomándose completamente como si estuviera hecho de trapo.

Coen consideró buscar respuestas en el cuerpo del chico, había pasado de estar completamente sano y sin un solo rasguño, a comportarse como alguien infectado por el virus T desde hacía horas; desafortunadamente no podía darse el lujo de quedarse ahí parado, varios infectados ya habían puesto sus ojos en él y caminaban lentamente en su dirección, las gotas de agua comenzaban a caer del cielo cada vez con más frecuencia y la luz que el sol lograba proveer a través de las nubes empezaba a disminuir. Aún sintiendo un gran peso en el pecho, el exsoldado sacó su cuchillo del cráneo de David y lo limpió un poco en la ropa del muchacho, recuperando el paso para terminar de atravesar los últimos metros que lo separaban de la avenida objetivo.