Llevaba tiempo sin ir a una cita realmente elegante, en sí llevaba tiempo sin ir a una cita que podría considerarla "de verdad". Su relación anterior terminó justamente porque Elsa se había dado cuenta que era la única que intentaba hacer algo propio de parejas, porque ya de por sí entonces no iba a muchas citas decentes. Cuando volvió a estar soltera no llegaba a verse más de una vez con nadie que conociera en un bar o una discoteca, por lo que eso tampoco contaba. Por lo que podía señalar sin miedo a equivocarse que realmente llevaba tiempo sin ir a una cita de verdad con nadie.

Lo normal hubiera sido que se sintiera algo nerviosa, que algo de duda se asomara por su mente, pero no, aquello solo la motivó mucho más a prepararse lo mejor posible. Un maquillaje más elegante y encantador que los métodos formales que usaba para el trabajo, mucho más sencillo y tierno que las locuras que se hacía para salir de fiesta por la diversión de juguetear todo lo posible con los colores. El cabello bien planchado, añadiendo un poco de ondas en las puntas, completamente suelto y cayendo sobre sus hombros hasta la mitad de la espalda.

Se puso un conjunto de lencería, de esos caros que solo usaba en ocasiones especiales, porque sería demasiado ingenuo de su parte creer firmemente que no pasaría nada luego de la cena, era mejor prevenir que jurar nada. Aquello lo cubrió con un deslumbrante vestido celeste —literalmente deslumbrante, su tela era muy parecida a la seda que causaba que la iluminación hiciera brillar la ropa como si estuviera cubierta de brillantina— de cuello sin mangas. Rodeó sus muñecas y parte de sus antebrazos con pulseras y brazaletes plateados que presentaban sobrios y minimalistas patrones decorativos. Se colocó unos largos pendientes que habían sido un regalo de cumpleaños de parte de Hans, tan brillantes y plateados como sus brazaletes, pero los pendientes concluían en unos pequeños copos de nieve que en medio llevaban incrustado un pequeño zafiro.

Había reservado en un buen restaurante, de esos que le hacían un espacio sin problema alguno para no meterse en problemas con sus padres, mucho menos con su abuelo, de esos en los que el jefe de cocina solía salir para asegurarse que no hubiera ocurrido nada que irritara a la querida nieta de Runeard Queens, de esos que el dueño se pone a temblar en cuanto la ve porque si algo sale mal sería la ruina para su negocio. De esos que le permitían ir tan exageradamente arreglada y enjoyada como quisiera porque, tenía que admitirlo, Elsa sencillamente era una chica de joyas y glamour.

Estuvo tan centrada en asegurarse que todo en su aspecto fuera perfecto que por poco se olvida de avisarle a Hiccup con tiempo de que era un lugar muy elegante y que había un código de vestimenta muy estricto, felizmente llegó a enviar el mensaje y a los pocos segundos recibió una respuesta.

Para cuando salió de su departamento, Hiccup ya estaba preparado, esperándola apoyado contra la puerta cerrada de su apartamento, mirándola fijamente. Le dedica una sonrisa bobalicona en cuanto ella se para frente a él, incluso suspira encantado mientras pasa una de sus manos por sus alocados mechones, puede notar perfectamente que ni siquiera se ha molestado en intentar acomodarlos, pero aquel aspecto levemente desordenado le quedaba demasiado bien como para que ese detalle le parecía algo negativo a Elsa.

—Freyja bendita, podría pasarme la vida entera solo mirándote —le dice mientras sus ojos la desnudan por completo. Elsa traga saliva con dificultad cuando lo ve usando dos dedos para desajustar su corbata negra, como si intentara recuperar algo de aire—. Qué demonios, sería el hombre más jodidamente feliz de toda la historia si los dioses me dejaran apreciarte hasta el fin del mundo.

Elsa suelta una risilla mientras siente que sus mejillas obtienen mucho más color que el aplicado por el maquillaje. Decide avanzar lentamente hacia él, haciendo que sus tacones resonaran por el extenso pasillo del edificio, no se detuvo hasta quedar a su lado, con sus cuerpos a tan solo unos cortos centímetros. Cuidadosamente, le pasa una mano desde el nudo de la corbata, subiendo lentamente por su pecoso rostro hasta detenerse en su cabello, acariciándolo con todo el cuidado del mundo, como si quisiera atender con la misma importancia a cada uno de sus mechones.

—Te ves encantador, Hiccup —le regresa el cumplido, aprovechando la altura que le dan los tacones para poder dejarle un beso en la mejilla sin tener que tirar de su cuello para alcanzar su altura. Siente los brazos de Hiccup rodeándole firmemente la cintura, pero ella usa sus manos para asegurarse de que sus cuerpos no se acercaran más. Con las cursilerías tan encantadoras de Hiccup, ese elegante traje que llevaba puesto que hacía que se viera mil veces más irresistible de lo que era y la manera en la que sus fuertes manos ahora apresaban sus caderas, realmente Elsa no estaba del todo segura de que sería capaz de resistirse a él, y no le apetecía perderse la reserva, sería de muy mala educación tomando en cuenta lo emocionados que estaban tanto el jefe de cocina como el dueño del restaurante.

Para calmar un poco su mente, Elsa se fija en la marca de labios que ha dejado en la mejilla de Hiccup y suelta una risilla.

—Y yo que juraba que este labial era de los que no manchaba —murmura sin darle mucha importancia mientras quitaba los restos del maquillaje con el pulgar.

—No me molestaría en lo absoluto dejarme la marca de tus besos —le susurra mientras se iba inclinando levemente hacia ella.

Elsa rueda los ojos. —No digas tonterías. Ya está —anuncia, dando un paso hacia atrás, como si quisiera admirar su trabajo, aunque solo intentaba apartarse un poco de Hiccup y sus constantes intentos de saltarse la cena e ir directamente al postre—. Venga, vamos —extiende una de sus manos para que él la tomara—, te llevaré a un lugar bonito —añade, con una voz melosa y juguetona mientras tira de él hacia el ascensor.

—¿No me dejarás conducir? ¿lo dices en serio? —le pregunta alzando una ceja, sorprendentemente, el ascensor no se demora casi nada en llegar.

—¿Qué pasa? ¿Te sientes castrado de tu masculinidad por dejar que tu cita conduzca por ti? —pregunta con sorna y usando una voz aún más dulzona que la anterior, era indudablemente una broma, pero tanto Elsa como Hiccup sabían que en el fondo ella lo estaba probando.

Hiccup se hunde en hombros. —Me gusta conducir —es todo lo que dice en cuanto entran ambos al ascensor—, además de que no pareces del tipo que realmente disfrute detrás del volante.

Ella se cruza de brazos, su expresión es realmente seria e incluso algo intimidante, pero Hiccup solo puede fijarse en que ese gesto realza su busto. Permite que su mirada se centre en ese precioso par por unos pocos segundos antes de regresar su atención al perfecto rostro de su angelito.

—¿Ah sí? ¿por qué?

Hiccup finge pensárselo por un largo tiempo, incluso colocando una mano sobre su mentón. —Estoy entre responder que una niña rica como tú seguramente siempre ha tenido chofer o que sencillamente no tienes paciencia en la carretera, estoy intentando decidir cuál de esas dos opciones haría que te enojaras menos.

Elsa rueda los ojos.

—Que sepas que me manejo muy bien sin importar cuantos idiotas me cruce por el camino —aclaró firmemente, con algo de orgullo, motivando a Hiccup a soltar una risilla—. ¿Y según tú por qué soy una niña rica?

Hiccup frunce el ceño. —Eres una Queens, Elsa.

—Mi apellido no es tan reconocido, a mi familia le gusta la privacidad. Si tu familia tuviera algún negocio con la mía, ya nos hubiéramos conocido, Hiccup.

Hubiéramos follado hace mucho. Piensan los dos sin poder evitarlo, porque ambos habían tenido que lidiar con los intentos de emparejamiento por años gracias a los negocios de su familia. Porque Elsa recuerda la liberación sexual que tuvo en la adolescencia y era plenamente consciente de que, si hubiera sido el hijo de alguno de los compañeros de sus padres, Hiccup Haddock hubiera sido uno de esos tantos muchachos con los que Elsa habría pasado buenos ratos a escondidas en alguna reunión o fiesta. Porque Hiccup recuerda como era de adolescente, recuerda perfectamente que el poder de su familia le había causado un peligroso sentimiento de superioridad y que en sus años más estúpidos se había acostumbrado a tomar todo lo que quería sin importarle los planes a largo plazo o cualquier cosa referente a los jugueteos o los coqueteos.

Hiccup, como un capullo, la hubiera usado como le diera la gana y Elsa, como idiota, hubiera regresado solo por esa adrenalina.

—Elsa, cariño, princesa... ¿Has visto el apartamento que tienes? —le pregunta con gracia, cruzándose de brazos e inclinándose levemente hacia ella. No es realmente el más impresionante que había llegado a ver en toda su vida, seguía siendo algo sencillo comparado con las propiedades de la familia Slange, pero para cualquier otra persona el apartamento de Elsa, la zona y todas las ventajas del edificio eran lujos inalcanzables—. Es bastante evidente que vienes de buena familia, y tampoco estáis tan bien escondidos como os creéis, si te mueves por el mundillo terminas escuchando de todos tarde o temprano.

Era cierto que todo lo que sabía de los Queens era gracias a su investigación, pero cuando empezó a hablar con uno que otro de sus clientes más confiables, de esos que sabían no hacer demasiadas preguntas, llegó a enterarse que los Queens eran una especie de leyenda. No por ser los más poderosos ni los más adinerados, estaban lejos de eso. No, los Queens se habían aferrado por mucho tiempo a un anonimato casi completo, un anonimato que incluía excluirse del resto de la gente de su casta social.

Oh, y destacaban porque estaban impresionantemente limpios. Mientras que los Slange habían tratado en varias ocasiones con muchas familias de alta cuna para facilitar tratos, quitar competencia o hacer desaparecer problemas, parecía ser que los Queens habían evitado perfectamente cualquier tipo de relación con las familias más oscuras del mercado.

Los Queens estaban sorprendentemente limpios, asombrosamente limpios... sospechosamente limpios.

Un hombre tan poderoso como Runeard solo se alejaría con tanto ahínco del bajo mundo solo si tuviera algo que el dinero no pudiera conseguirle, algo demasiado arriesgado, un horrible secreto.

—Entonces —comienza en cuanto el timbre del elevador les anuncia que han llegado a los pisos subterráneos—, ¿conduzco yo?

Con una sonrisa, Elsa rueda los ojos. —Si es lo que necesitas para sentirte bien contigo mismo.


Hiccup silba fascinado en cuanto llegan a la dirección que Elsa había marcado en el GPS, la primera impresión que el edificio le da es que parece un maldito museo, se veía tan elegante que se estaba preguntando seriamente si se había llegado a confundir, pero cuando se acerca un chaval —no llegaba a los veinte ni de coña— impecablemente trajeado y con una plaquita negra y dorada con su nombre en el pecho, se le quita la idea de que por accidente han llegado a una especie de galería de arte.

Su primer instinto es querer salir del automóvil lo antes posible para tener el gesto de abrirle la puerta a ella, pero lo cierto es que debió de haberse imaginado que aquel espléndido lugar no solo tenía un servicio de aparcamiento ya listo, sino que también tenían a alguien más para que hiciera inmediatamente todos esos gestos que él quería llevar a cabo. Se lo debió de haber imaginado, pero ser consciente de algo tan evidente no le ayudaba en lo absoluto en contener el repentino odio que sintió por ese otro muchacho —al menos ese sí que parecía que había superado la adolescencia—.

—Este lugar es una maravilla —comenta en cuanto ambos están fuera del vehículo, con el ruido del moderado avance del joven valet resonando justo detrás de ellos—. ¿Hace cuánto llevas programando esta cita como para haber conseguido una reserva? —pregunta con algo de burla, ofreciéndole el brazo para avanzar hacia los inmensos portones de caoba de la entrada.

Elsa responde primeramente con una sonrisa presumida. —Oh no, ha sido algo de última hora. Ventajas de ser ¿cómo lo dijiste tú? —por unos segundos, Elsa fingió que le costaba recordar, ignorando deliberadamente las leves risas de Hiccup—. Ah, sí, una niña rica.

—No sé si eso es algo de lo que sentirse orgullosa —le responde juguetonamente, intentando molestar tan solo un poco.

—Oh vamos, me lo vas a agradecer luego —le asegura apretando con cariño el brazo que él le había ofrecido hace unos minutos, consiguiendo que en el rostro de Hiccup se dibujara una sonrisa de oreja a oreja—. Te va a encantar el lugar, es uno de mis favoritos.

La verdad es que lugar tan solo con su apariencia el lugar ya prometía bastante. Dejaba claro desde un inicio que había una especie de temática artística y clásica, con sus largas columnas de mármol blanco salpicadas por detalles doradas que pretendían imitar el estilo de templos griegos, sus preciosos ventanales cubiertos desde el interior por preciosas cortinas de seda cubiertas por bordados delicados que replicaban a la perfección diferentes obras clásicas.

—Confío plenamente en tus gustos, princesa —le dice finalmente, tomando de un momento a otro una de sus manos para dejar un delicado beso en ella.

Intentando contener el nerviosismo que empezaba a recorrerle todo el cuerpo, Elsa simplemente comienza a tirar con poca fuerza de Hiccup, solo lo suficiente como para que él entendiera que tenía que seguirla de inmediato. Los reciben de inmediato, con sonrisas nerviosas y varias preguntas con respecto a la familia de Elsa, a las que ella responde con calma y amabilidad, él definitivamente está sorprendido por la manera en la que Elsa no muestra molestia alguna ante la larga e innecesaria charla que se genera, Hiccup sabe que si fuera por él, hubiera perdido la paciencia hace mucho y hubiera exigido que sencillamente los llevaran a su mesa.

Aprovecha el momento indicado, a penas unos cortos segundos en los que Elsa no tiene más opción que centrarse por completo en una conversación, para enviar un rápido mensaje a Astrid quien le responde de inmediato positivamente, a pesar de lo formal y amable que era la respuesta de su cuñada, Hiccup sabía perfectamente que en esos precisos momentos la rubia estaba planificando cómo matarlo de la manera más dolorosa y lenta.

Antes de que finalmente los lleven a su mesa, Elsa se voltea levemente en su dirección, regresando a tomarlo del brazo luego de que en algún punto lo hubiera soltado por accidente, y le dedica una sonrisa hermosa que logra derretirlo de pieza a cabeza.

—Vamos —le dice en voz baja, volviendo a tirar levemente de él, Hiccup solo asiente, permitiéndose olvidar por completo todo lo que sabía que estaba ocurriendo en el departamento de ella, sorprendiéndose levemente a sí mismo al darse cuenta de que, por unos breves segundos, llegó a sentir algo de culpa.

Aquel olvidado sentimiento se desvaneció rápidamente, para cuando los guiaron a una zona bastante apartada, a un extenso mueble de terciopelo azul rey maravillosamente cómodo, lo único que estaba en la mente de Hiccup era lo increíblemente angelical que se veía ella, las ganas que tenía de pasarse la vida entera a su lado, las ganas que tenía de tenerla entre sus brazos. No volvió a pensar en la misión que le había concedido a esas tres, en su mente no había espacio para algo más que no fuera Elsa Queens.


—Ahora mismo podríamos estar en el casino, disfrutando de un buen trago; en la mansión Berserker, disfrutando de algo de comida casera o sencillamente descansando; podríamos estar en las jodidas calles, librándonos de esos cabrones que trabajan para Frollo personalmente ¡Pero no! —Heather suelta una fuerte carcajada ante las quejas de su novia—. Estamos aquí haciéndole un puto trabajito a tu primo.

A las carcajadas de Heather se le suman las de Ruffnut, quien no tiene vergüenza alguna en incluso darle unas palmadas en el brazo a Astrid. La rubia bufa con molestia, de un manotazo se aparta de su amiga y se apoya contra la pared del ascensor. Una vez las risas se apagan, Astrid señala una de las esquinas.

—¿Nos libramos de esa cosa? —les pregunta, refiriéndose a la cámara de seguridad—. Nuestros rostros no están precisamente cubiertos, puede que hayamos entrado con la copia de Hiccup, pero de todas formas que haya grabaciones de nuestras caras no es algo bueno.

Heather niega levemente con la cabeza. —Dagur dice que se encargará de todo el tema de las cámaras luego, tengo entendido que mandarán a alguien a trabajar aquí, así no tenemos que preocuparnos por toda la seguridad de este maldito edificio.

Ruffnut suelta una risilla. —Y todo esto para que Hiccup eche un polvo.

—¡Eso es lo que yo digo! —responde de inmediato Astrid—. Esto ni siquiera es parte de todo el rollo de conquistarla "correctamente" estamos ayudándole a cascársela —gruñe irritada, mirando desesperadamente a su pareja y a su amiga, como intentando convencerlas de que todo lo que estaban haciendo era innecesario y una mala idea. Aunque ni Heather ni Ruffnut se pueden concentrarse en otra cosa que no fuera los gestos obscenos que Astrid hacía para reafirmar su punto—. Además, ¿por qué carajos tenemos que hacerlo nosotras?

—Porque Hiccup no confía en que ninguno de los chicos sepa comportarse cuando estén en el departamento —responde con simpleza Heather, hundiéndose de brazos—. Sobre todo porque sabe que de vez en cuando alguno de esos tres idiotas se deja convencer por Frost de hacer alguna tontería.

Astrid chasquea la lengua. —Ese es el problema con este maldito capricho que tiene, ahora todos saben que esa tipa es su punto débil y por el momento Hiccup solo tiene que lidiar con gente como Frost, tocándole las narices sobre el tema y amenazando con ir a probar suerte con ella; pero como alguna de las otras familias se llegue a enterar...

Heather asiente con algo de molestia mientras Ruffnut solo suspira pesadamente. El timbre del ascensor resuena y, lentamente, las puertas de metal se abren, es Heather la primera en salir.

—Solo acabemos con esto rápido —suspira pesadamente justo en el momento que sacaba las ganzúas de su bolsillo—. Mientras antes pongamos las cámaras, antes podremos olvidarnos de todo esto.

—Igualmente voy a darle una paliza a Haddock luego de obligarnos a hacer todo este trabajo —gruñó Astrid mientras oía como las puertas se cerraban a sus espaldas.

A su lado, Ruffnut suelta una buena risotada. —Oh, definitivamente voy a querer ayudarte con ello.

—Estás completamente invitada, Ruffnut.

—Menos cháchara y más cámaras instaladas, señoritas —ordena Heather mientras abre la puerta de un empujón, guarda rápidamente las ganzúas y tanto su amiga como su pareja empiezan a felicitarla por un trabajo tan rápido y fantástico. Lo cierto es que llegan a perder algo de tiempo por la insistencia de Ruffnut y Astrid de elogiar sin parar las habilidades de Heather, quien rueda los ojos pero mantiene una sonrisa en su rostro.


Elsa ladea levemente la cabeza, apoyando el rostro en una de sus manos y mirando fijamente a Hiccup. Él baja lentamente su copa y le pregunta si es que ocurre algo malo. A ella le cuesta un poco llegar a pronunciar las palabras que necesita, pero finalmente se pasa con cuidado una mano por el cabello y logra decirle lo que necesita.

—En cierto punto... todavía siento que no te conozco del todo —comenta con algo de nerviosismo, porque sabía a la perfección que eso era todo lo que realmente necesitaba para decidirse de una vez que iba a ser de ellos exactamente—. O por lo menos siento que todo está yendo muy rápido —no es capaz de mirarlo a los ojos, sigue jugueteando con su cabello, manteniendo la mirada fijamente en su plato de comida que iba a penas a la mitad a pesar de todo el tiempo que ya llevaban en el restaurante.

Pega un leve brinco cuando siente como Hiccup toma delicadamente su mano. Observa atentamente como él se inclina levemente para acercar su mano y así dejar un suave beso en sus nudillos.

—No tengo problema en contarte lo que necesites saber, en esperar todo el tiempo que sea necesario —responde con tranquilidad, acariciando con su pulgar levemente los nudillos que acababa de besar, sintiendo el leve temblor que seguramente recorría el cuerpo entero de ella—. Elsa, eres la mujer más increíble que he tenido el placer de conocer en toda mi vida. No puedo dejar de pensar en ti, no sales de mi cabeza en ningún momento, estoy más que dispuesto a hacer lo necesario para seguir siendo parte de tu vida.

Vuelve a dejar un beso en sus nudillos, más lento, mucho más cariñoso. Alza poco a poco la mirada hacia su rostro y sonríe satisfecho al verla completamente sonrojada e incapaz de mirarlo a la cara. Lleva sus besos un poco más sus besos, subiendo desde el dorso de la manos hasta la mitad del antebrazo, luego llegando a su hombro descubierto, probando suerte en el cuello cubierto por la tela, le hubiera encantado bajarle la tela y sentir su piel directamente, pero al notar su incomodidad, decidió continuar por la quijada para al final detenerse en su mejilla. La siente apretando su chaqueta, escucha perfectamente su acelerada respiración, no puede evitar sonreír contra su piel hasta que ella se aparta levemente.

—No hagas esas cosas en público —ella lo regaña, pero realmente no parece del todo disgustada. Él se permitió soltar una risilla antes de acariciar su mejilla, tal y como Elsa había hecho para quitarle la marca de labial que había dejado antes.

—Al menos yo no te dejo ninguna marca... por ahora.

—Es innegablemente sorprendente como puedes pasar de romántico a idiota en tan pocos segundos —le responde de inmediato, marcando un poco más de distancia y negando con la cabeza, intentando no extender más su sonrisa cuando nota esa mirada tan dulce que él le dedicaba—. A veces siento que eres demasiado bueno como para ser verdad.

Hiccup elimina rápidamente el recordatorio de qué era lo que estaban haciendo esas tres antes de responderle a Elsa. —Solo intento ser la mejor versión de mí mismo, no te mereces menos, princesa. De todas formas, creo que debería ser yo quien creyera que no eres real... jamás me había encontrado a alguien como tú, todavía no soy capaz de adivinar qué es lo que hice para tener el privilegio de haberte conocido.

Y aunque una sonrisa tonta se dibuja en el rostro de Elsa, no es capaz de quitarse una pregunta de la cabeza, una pregunta que se repite en bucle sin parar, una pregunta que no la dejara tranquila a menos que hiciera algo con respecto a ello y pronto.

Si decidiera finalmente lanzarse, si decidiera finalmente ceder por completo a las insinuaciones y a sus instintos más bajos, si aquella noche decidiera que la pasaría junto a Hiccup... ¿qué ocurriría en la mañana siguiente? ¿Hiccup perdería por completo el interés? ¿se quedaría con ella con el mismo romanticismo de todo este tiempo?

¿Qué diantres sería de ellos luego de esa noche?

Quería descubrirlo, iba a descubrirlo lo más pronto posible, antes de ser idiota y terminar lo suficientemente enamorada como para que su partida y su indiferencia pudieran realmente causarle daño.


Victoriosas, las tres mujeres se montan una vez más en el elevador. Astrid aún tiene ganas de matar a Hiccup, Heather está muerta de sueño y Ruffnut se aburrió por completo hace aproximadamente una hora y media, pero ambas tenían enormes sonrisas en los rostros.

Heather le manda un mensaje a Hiccup en cuanto se acuerda que tiene que hacerlo, cuando ya van por el quinto piso. Le avisa que ya están saliendo del edificio, que es seguro volver, él le responde a los quince minutos, con un agradecimiento bastante currado por todo el trabajo que tuvieron que hacer.

Emocionada, la joven de la familia Berserker llama la atención de las otras dos mujeres con bruscos movimientos con su brazo, sonriente, les muestra la pantalla de su teléfono. —¡Tenemos semana libre como compensación!

—Buah, ahora me voy a sentir mal cuando le demos una paliza —se lamenta Ruffnut, pero a los segundos se hunde en hombros—. Bueno, es lo que hay, gajes del oficio —ante esas simples palabras, Astrid asiente completamente seria.

—Sí, toda una pena.

—Podrías simplemente no darle una paliza.

Ruffnut niega repetidas veces. —No, ya está hecho.

—Literalmente no está hecho.

—Ya no hay nada que hacer —argumenta Astrid, fingiendo que toda la situación le da muchísima pena.

—Estáis fatal de la cabeza.

Luego de una buena risa, Ruffnut añade. —Como si eso fuera algo nuevo.