N/A: ¡Hola a todos, papi Jkalex está de vuelta! ¿Han sido buenos? Espero que sí. Y si han sido malos, espero que lo hayan hecho con responsabilidad. Ese es un consejo que siempre doy; Si vas a portarte mal, hazlo con responsabilidad.
Este capítulo es más corto en comparación al anterior, pero he llegado a decidir de que los capítulos en esta historia serán un poco más cortos en comparación a las demás.
Sé que muchos de ustedes están pendientes de mis otras historias, pero yo escribo lo que me sale del corazón.
Como estudiante de medicina, sé que el corazón tiene cuatro cavidades. En otras palabras, mi corazón tiene espacio para cuatro historias. Y esta historia proviene directamente de mi aurícula izquierda.
Attack on Titan: Pura Sangre, está en mi aurícula derecha.
Mi saga de fics de Percy Jackson están en mi ventrículo derecho.
Y esta historia está en mi aurícula izquierda.
Así que me queda espacio, el ventrículo izquierdo, para una historia más...
En fin, ustedes no han venido para escuchar mis divagues de estudiante de medicina, sino para lo que escribo. Así que eso les daré.
Aunque antes de eso, responderé algunos comentarios:
HossamGasser0, prólogo: No habrá villanos adicionales en la historia para "compensar" la presencia de Percy. Y él no enamorará a cada chica que aparezca en la historia con solo mirarla. ¿Habrá romance? Obviamente, pero me esforzaré en darle un correcto desarrollo, de manera realista y progresiva.
HossamGasser0, capítulo 1: Amigo, no sé en qué clase de escuela llegaste a estudiar. Pero te puedo asegurar que, en la gran mayoría de las escuelas, por no decir todas, hay matones que abusan de otros. La escuela no es un paraíso donde todos se llevan bien y son amigos, siempre habrá diferencias entre estudiantes. Siempre habrá "grupos" que denigran o humillan a otros. Y eso se vuelve aún más evidente en la adolescencia. El bullying siempre existió en las escuelas y, desgraciadamente, siempre existirá.
En fin, eso es todo. Intentaré responder todas sus dudas e inquietudes que tengan con la historia. Así que no tengan reservas en expresarlas, aunque les pido que lo hagan con respeto y educación. Si es un mensaje sobre lo mierda que es la historia o cualquier tipo de insulto, simplemente lo ignoraré.
Y sin más preámbulos... Let´s go!
Capítulo 2
El paralelismo de los hermanos
Zuko
1 año después
Ser un miembro de la realeza de la nación más poderosa y gloriosa del mundo nunca fue fácil. Al menos, no lo fue para Zuko.
Sabía que muchos harían lo que fuera por estar en su posición. Despertar cada día recibiendo el cuidado de los numerosos sirvientes que trabajaban en el Palacio Real, desde tender su cama, ayudarlo a vestirse, peinarse e incluso ofreciéndole una toalla caliente para limpiarse el rostro.
Él los aceptó todos porque era lo que se esperaba de él. Y para Zuko, ese fue exactamente el problema; las expectativas que todos tenían en él.
Ser miembro de la Familia Real significaba acarrear las altas expectativas no solo de toda la nación, sino también de su propia familia. Ser vistos como el pináculo sociedad. Una posición en la que las personas comunes solo soñaban con alcanzar, pero desconocían el peso sobre sus hombros que ello conllevaba.
A pesar de eso, cuando terminó de recibir las atenciones de los sirvientes luego de vestirse, Zuko no pudo evitar voltearse para mirarlos y darles una pequeña sonrisa.
—Se los agradezco por su servicio—dijo él con sinceridad.
Los sirvientes se inclinaron ante él, viéndose agradecidos por ser reconocidos por su trabajo.
Al salir de su habitación privada, Zuko vio a alguien esperándolo. Era una niña de doce años. Su cabello negro sujetado en un moño, con dos mechones que caían por delante y enmarcaban su rostro. Sus ojos, dorados como el oro, brillaban con impaciencia cuando lo vio acercarse.
—Finalmente, te has levantado—dijo ella, con irritación en su voz—. Sabes que no puedo comenzar mis lecciones sin ti. Ese incompetente se rehúsa a comenzarlas si no estamos ambos presentes.
Zuko frunció el ceño con desaprobación hacia su hermana pequeña.
—No deberías de hablar de esa manera del maestro Kunyo, Azula—reprendió él.
—Consideraré la idea de llamarlo "maestro" cuando me enseñe algo de verdadero fuego control—replicó ella.
—Lo hace. Todos los días.
Azula solo puso los ojos en blanco.
—Son solo inútiles y repetitivos katas, como si estuviera adiestrando a un león buitre.
—Solo quiere que perfeccionemos las técnicas simples antes de enseñarnos algo más avanzado.
—Ya he dominado las técnicas simples hace años, Zuzu. A diferencia de ti, quien sigue estancado en lo básico.
Zuko frunció el ceño. A pesar de que Azula era dos años menor que él, tenía una habilidad mucho mayor en el fuego control. Ella aprendía las lecciones que le daba su maestro con poca o ninguna dificultad. A diferencia de él que tenía que repetirlas una y otra vez hasta que consiguiera una forma "aceptable".
Pero nunca fue suficiente. Al menos, no para su padre.
—Andando—dijo Azula, dando media vuelta y comenzando a caminar—. Mientras más rápido termine con estas "lecciones", entonces antes podré ir a la academia.
Con un suspiro de resignado, Zuko la siguió.
—No, no. Separa más las piernas y flexiona ligeramente las rodillas. Te dará mayor estabilidad al realizar patadas mientras mantienes una base sólida. Y tus brazos deben de estar más pegados a tu cuerpo, de esa forma podrás realizar múltiples golpes consecutivos para abrumar a tu oponente.
Zuko obedeció las instrucciones del maestro Kunyo, aunque lo hizo con una expresión un poco molesta en su rostro. Había estado haciendo las mismas posiciones de fuego control una y otra vez por casi una hora. Normalmente, no tendría problemas en hacerlos bien, pero el maestro Kunyo cambiaba los katas ligeramente porque, según él, no era "adecuado" para el movimiento de fuego control que quería enseñar.
Una vez que corrigió su postura, Zuko procedió a realizar los movimientos de lo que el maestro Kunyo llamó "La Furia del Dragón". Un nombre demasiado presuntuoso para un simple combo de tres golpes y dos patadas. No obstante, Zuko lo hizo y, desde su punto de vista, lo había hecho bien a juzgar por la intensidad de sus flamas con cada golpe y por la manera en la que el muñeco de prácticas se había sacudido.
Cuando terminó, volteó a mirar a su maestro, quien negó con la cabeza con una expresión decepcionada.
—No lo suficientemente bueno—dijo el maestro Kunyo—. Tus piernas estaban demasiado separadas.
— ¡Pero lo hice exactamente como usted me lo dijo! —replicó Zuko, sonando exasperado y molesto.
—Si lo hubieras hecho, te habrías dado cuenta de que tus piernas estaban demasiado separadas. Hazlo de nuevo.
Zuko apretó los puños y gruñó con molestia, pero obedeció a regañadientes y volvió a adoptar la misma posición de fuego control.
Del otro lado del salón de prácticas, Azula se encontraba recostada por la ventana, mirando de manera desinteresada la ciudad que se extendía más allá de las murallas que rodeaban el Palacio Real. Claramente, no parecía interesada en las lecciones que su maestro intentaba enseñarles.
—Señorita Azula—llamó Kunyo, acercándose—. Usted también debe de practicar. La Furia del Dragón no es un movimiento fácil de dominar.
Azula puso los ojos en blanco, viéndose exasperada mientras le daba la espalda al hombre.
—He terminado con estas lecciones sin sentido.
—Comprendo que pueda llegar a sentirse frustrada si no logra realizar el movimiento con éxito, pero...
— ¿En qué momento he dicho que no logré dominar este movimiento? — inquirió ella con molestia, volteando a mirarlo con petulancia—. Simplemente, encuentro estas lecciones carentes de valor.
Una expresión ligeramente molesta se instaló en las facciones del maestro, pero rápidamente las ocultó detrás de una sonrisa forzada.
—En ese caso, ¿qué le parece si me lo demuestra? —inquirió él—. Si resulta que lo ha dominado, entonces le enseñaré algo un poco más avanzado.
Viéndose exasperada ante la insistencia del hombre, Azula se apartó de la ventana y fue pararse frente a uno de los tantos muñecos de práctica que había en la habitación.
Zuko detuvo su entrenamiento para ver a Azula adoptar el kata que les había enseñado el maestro Kunyo, aunque sus piernas estaban un poco más separadas y sus brazos en una forma mucho más abierta.
Kunyo se acercó a ella con la intención de corregirla.
—Señorita Azula, su forma...
Ella lo ignoró y procedió a realizar los movimientos. Con cada golpe, una explosión de fuego sacudía al muñeco de prácticas, llegando incluso a chamuscarlo. Sus movimientos eran seguros y, en cierta forma, elegantes. Cuando realizó las patadas, la explosión de fuego resultante envió al muñeco a volar varios metros hasta que terminó estrellándose contra la pared.
Zuko no pudo evitar sentirse asombrado por la habilidad de su hermana pequeña. Mostraba una elegancia y seguridad que él carecía. Sin importar cuanto se esforzará, Azula parecía estar en un nivel mucho mayor que él en arte del fuego control.
El maestro Kunyo se acercó a Azula. Zuko pensó que la felicitaría por su habilidad, pero a juzgar por la expresión de desaprobación en su rostro, ese no parecía ser el caso.
—Señorita Azula, eso no fueron los movimientos que le enseñé—señaló él en un tono acusador.
—Obviamente, no—dijo ella con desinterés—. Me tomé la molestia de corregir tu obsoleta forma. De esta manera, se obtiene una mayor creación de fuego.
Un ceño fruncido se formó en el rostro de Kunyo ante el claro desprestigio a sus enseñanzas.
—Debo de insistir que se adhiera a las formas tradicionales, señorita Azula—dijo él, inflexible. La impaciencia y molestia se filtraba en su voz—. Están hechas de esta manera debido a años de estudio que usted aún no comprende. Ahora, corrija esas formas descuidadas.
Cuando Kunyo le dio la espalda, una mirada sombría se formó en el rostro de Azula antes de que una sonrisa maliciosa estirara de sus labios.
Zuko vio como Azula envió una ráfaga de fuego a los pantalones del maestro Kunyo, incendiándolos. Él rápidamente se acercó y ayudó al hombre, quien estaba golpeando frenéticamente las llamas de sus pantalones con la intención de apagarlos.
Cuando las llamas se extinguieron, Zuko volteó a mirar a su hermana con reproche.
— ¡Azula! ¡Eso fue excesivo! —recriminó él.
—Se lo merece. Es un tonto por insistir en formas anticuadas—ella le dio a Kunyo una mirada altiva y despectiva, causando que él se estremeciera—. No vuelvas a hablarme en ese tono. Conoce tu lugar, campesino.
Azula dio media vuelta y salió de la habitación.
Zuko la observó irse, quien se sentía apenado y a la vez frustrado ante la actitud de su hermana pequeña.
— ¿Es así? —inquirió Kunyo, sonando abatido—. ¿Mis enseñanzas se han vuelto obsoletas?
— ¡E-eso no es verdad, maestro Kunyo! —replicó Zuko—. Usted es un gran maestro. He avanzado mucho bajo sus enseñanzas.
—Tal vez en tu caso, joven Zuko. Pero la señorita Azula ha demostrado estar a un nivel superior, mucho más alto de lo que mis enseñanzas podrían aportar algo de valor para ella—él alzó la mirada hacia la puerta donde Azula se había ido—. Me temo que ya no hay nada que pueda enseñarle. Ella es una maestro fuego por exelencia. Un prodigio del fuego control.
Zuko frunció el ceño con pesar. Las palabras del maestro Kunyo solo eran un recordatorio de algo que sabía muy bien. Azula estaba a un nivel superior en el fuego control en comparación a él. Había sido así desde que comenzaron su entrenamiento a los 9 años respectivamente, y esa brecha de habilidad que los separaba solo había aumentado con los años.
¿Sería siempre así? ¿Con su hermana pequeña superándolo en todo?
A diferencia de Azula, quien asistía a la Academia Real del Fuego para Chicas, Zuko era enseñado dentro del Palacio Real por tutores privados. Los estudios nunca fueron su fuerte, siempre le parecían largos, aburridos y tediosos, pero aun así se esforzaba en ellos. Se esperaba que, como miembro de la realeza, tuviera el conocimiento de muchas artes, no solo en el fuego control, sino también en política, estrategias de guerra, historia e incluso filosofía.
Era el tipo de enseñanza y educación que solo recibiría un miembro de la realeza. Aun así, Zuko parecía más interesado en otra cosa.
Mientras su maestra divaga sobre las estrategias de guerra utilizadas por el ejército de la Nación del Fuego, Zuko observaba por una de las numerosas ventanas que había en su salón de estudios al patio del Palacio Real. Pudo ver a los hombres y mujeres que conformaban lo que era conocido como la Procesión Real, maestros fuego de élite que sirven como guardia personal de la Familia Real de la Nación del Fuego. Y, sobre todo, al Señor del Fuego Azulon, el abuelo de Zuko.
Él los observó con curiosidad mientras entrenaban. Como maestros fuego de élite, sus habilidades debían de ser las más altas dentro del ejército. Y, para eso, debían de entrenar constantemente. Sus movimientos de fuego control eran feroces, pero a la vez precisos. Una demostración de habilidad adquirida luego de años de entrenamiento.
Su atención luego fue captada por un grupo de personas que entrenaban un poco más alejados. A diferencia de los miembros de la Procesión Real, estos hombres y mujeres no estaban usando fuego control, sino que utilizaban arcos y flechas para disparar a dianas que estaban a una distancia de casi 50 metros. Zuko quedó asombrado ante la habilidad que demostraban aquellos arqueros, ya que en ningún tiro fallaban el centro de la diana.
—Disculpe, maestra, ¿Quiénes son ellos? —no pudo evitar preguntar.
La maestra detuvo su lección y miró por la ventana al grupo de arqueros.
—Ellos son los Arqueros Yuyan—respondió ella—. Son un grupo de arqueros de élite de la Nación del Fuego altamente calificados. Se dice que su precisión con el arco es tan legendaria que pueden clavar una mosca en un árbol a cien metros de distancia sin matarla. En mi opinión, es una declaración un tanto exagerada, pero la habilidad de los Arqueros Yuyan no debe de ser subestimada.
—Son realmente impresionantes—dijo Zuko, mirando impresionado al grupo de arqueros.
—Por supuesto. La Nación del Fuego está por encima de todas las naciones. Educación, medicina, riqueza, cultura, recursos, poder militar, tecnología... Las habilidades de los ciudadanos de la Nación del Fuego se encuentran en el epítome de la sociedad misma. Ser considerado un maestro de un oficio en la Nación del Fuego, es ser considerado el mejor en el mundo. Esa es la grandeza de nuestra nación.
—Ya veo... —Zuko observó al patio a aquellos hombres que eran considerados lo mejor en su oficio y una pregunta surgió en su mente—. Maestra... si la Procesión Real cuenta con los mejores maestros fuego de la nación, y los Arqueros Yuyan están formados por los mejores arqueros, ¿hay algún otro grupo de élite que destaque por sus habilidades?
La maestra cerró el libro que tenía en manos con una expresión pensativa en su rostro.
—Bueno... están los Rinocerontes Rudos. Un grupo de élite de la caballería de rinocerontes de Komodo, cada uno es un tipo diferente de especialista en armas. Actualmente, ellos sirven bajo las órdenes del Príncipe Heredero Iroh, su tío. Luego, están los Invasores del Sur, un escuadrón de fuerzas especiales que tienen el propósito de invadir la Tribu Agua del Sur.
Zuko miró interesado a la maestra, teniendo toda su atención en estos momentos.
— ¿Hay algún otro grupo? —preguntó con curiosidad.
La maestra lo pensó por unos segundos antes de responder:
—Más que un grupo... hay un hombre que sirvió en el ejército durante muchos años, destacando más que cualquier otro soldado. Tenía la fama de no haber perdido una sola batalla.
—Vaya, debió de ser un maestro fuego muy fuerte.
—De hecho, no lo es—dijo la maestra, para la sorpresa de Zuko—. Y ese es su aspecto más destacable. Siendo un no-maestro, era considerado un hombre invicto e invencible.
—Pero... ¿Cómo? —cuestionó Zuko, viéndose incrédulo ante la idea de que un no-maestro fuera tan reconocido—. ¿Cómo es posible que un no-maestro tenga tal fama?
Zuko no desprestigiaba a los no-maestros. De hecho, sentía un cierto respeto hacia ellos. Muchos de los soldados del ejército de la Nación del Fuego eran no-maestros quienes, a pesar de no tener la habilidad de controlar el fuego, luchaban fervientemente por su nación.
Pero un maestro fuego entrenado era el equivalente a diez soldados no-maestros. Era por eso que el fuego control era considerado un don. Algunos incluso lo llamaban un regalo divino.
—Fue por su habilidad con la espada—explicó la maestra—. Incluso hasta el día de hoy, es aclamado en ser el más grande espadachín que la Nación del Fuego ha visto. Su habilidad con la espada es inigualable.
—Es... impresionante—dijo Zuko, fascinado—. ¿Cuál es el nombre de este maestro con la espada?
—Piandao.
—Piandao... Es la primera vez que escucho sobre este hombre. ¿Qué sucedió con él? Si fue un soldado tan destacable que ganó decenas de batallas sin perder una sola, ¿por qué no es no uno de los consejeros personales del Señor del Fuego?
—Eso fue debido a que, un día, él desertó del ejército.
—Él... ¿Desertó? —musitó Zuko, sorprendido e incrédulo—. Supongo... que fue castigado severamente por eso.
La maestra miró por si había alguien cerca y habló en voz baja.
—De hecho, hace 12 años, el Señor del Fuego Azulon envió a cien hombres con el objetivo de capturarlo por su deserción, pero él los derrotó a todos. Algunos dicen que, luego de esa batalla legendaria, el maestro Piandao quedó tan herido que es incapaz de volver a sostener una espada. Otros dicen que el Señor del Fuego no envió a más soldados por temor a perderlos, ya que más de la mitad fueron asesinados y los que sobrevivieron quedaron con heridas que los dejaron al borde de la muerte. Sea como fuere, el maestro Piandao no ha vuelto a pelear y ahora se decida a la herrería, forjando espadas de gran calidad que son reconocidas y codiciadas por toda la Nación del Fuego.
La maestra volvió a abrir su libro, dispuesta a continuar con sus lecciones, pero la mente de Zuko no pudo concentrarse en las estrategias de guerra que la Nación del Fuego utilizó para ganar batallas en el pasado. Sus pensamientos no se desviaron de la historia de aquel hombre que era conocido como el maestro espadachín más grande que la Nación del Fuego haya conocido.
Si le preguntas a Zuko cuál era su momento favorito del día, era durante las tardes donde podía pasar tiempo con su persona favorita en el mundo; su madre, Ursa. La princesa de la Nación del Fuego.
Luego de que terminaran sus lecciones, Zuko tenía el tiempo libre y podía emplearlo como quisiera. Y, para él, no había mejor manera de emplearlo en pasar tiempo con su mamá. Así que cuando guardó sus libros y pergaminos y los dejó en su habitación, su madre lo estaba esperando al final del pasillo, como era frecuente.
Ella era una mujer que vestía elegantes túnicas rojas y marrones de tonalidad oscura. Su largo cabello negro caía por su espalda y estaba atada en un elegante moño sostenido por un tocado que tenía la forma del emblema de la Nación del Fuego.
— ¡Madre!
Una sonrisa estiró por los labios pintados de rojo de la mujer cuando Zuko se acercó.
—Zuko, ¿tus clases han terminado? Has tardado un poco más de lo habitual.
—Lo siento, es que la maestra insistió en terminar la lección sobre la política meritocracia de nuestra nación—explicó él—. Dice que esa es una de las razones por la cual nuestra nación es la más grande de todas.
La sonrisa de la mujer se puso algo tensa, pero rápidamente se relajó cuando Zuko se puso a su lado y comenzaron a caminar por los largos pasillos del palacio.
—Tu profesora tiene razón. Debemos de recompensar a aquellos que demuestran grandes logros. Como miembro de la familia real, es algo que debes recordar Zuko. Reconoce los logros de otros. Es una de las cualidades de un gran líder.
— ¡Sí, madre! —asintió Zuko.
Eso era algo que Zuko siempre había admirado en su madre, la bondad que tenía hacia los demás, su amabilidad y, sobre todo, su innegable amor hacia él. Zuko no recuerda un solo día donde su madre no demostraba o no dijera que lo ama.
Ambos caminaron por el pasillo del palacio con dirección a la parte favorita de su madre; el Jardín Real. Cuando llegaron a él, pudieron ver a alguien sentado a los pies del árbol frente al estanque de los patos tortuga, leyendo un pergamino.
—Azula—dijo Ursa, reconociendo a su hija—. ¿Tus clases en la academia ya terminaron?
La joven niña alzó la mirada del pergamino que estaba leyendo, lo que parecía ser uno de fuego control a juzgar por las intrincadas siluetas de katas dibujadas en él. Su expresión anteriormente contemplativa se volvió una ceñuda cuando vio a Ursa y Zuko acercarse.
—Mis clases terminaron hace 1 hora—respondió ella, con voz ligeramente mordaz—. Si no estuvieras tan pendiente a que Zuko terminara sus lecciones, sabrías que he estado aquí desde entonces.
—Yo... lo siento, Azula—dijo Ursa, viéndose algo culpable.
Azula no respondió, simplemente dio un resoplido bajo mientras enrollaba su pergamino y se levantaba, dispuesta a irse.
— ¿A dónde vas? —preguntó Ursa.
—A mi habitación—respondió ella sin voltearse a mirarla—. Quiero terminar de leer este pergamino. Y viendo que tú y Zuko estarán aquí, no podré hacerlo con tranquilidad.
— ¿Por qué no te quedas y nos acompañas? —ofreció Ursa, con una sonrisa amable.
— ¿Por qué lo haría? —replicó Azula, mirándola sobre el hombro—. Tú quieres pasar tiempo Zuko, por eso estuviste esperándolo.
—Quiero pasar tiempo con mis dos hijos—dijo Ursa, antes de hablar en un tono casi suplicante—. Por favor, Azula...
Azula la observó por unos segundos con los ojos entrecerrados, como si estuviera cuestionando las acciones de su madre, antes de colocar el pergamino sobre uno de los bancos que piedra que había en el jardín.
—Supongo... que puedo tomarme un descanso de mi lectura—musitó ella.
El rostro de Ursa se iluminó. Zuko, en cambio, se veía algo conflictivo, pero si su madre se estaba feliz, entonces él lo aceptaría.
Los tres caminaron por el gran jardín del Palacio Real, con Ursa enseñándoles a sus hijos las distintas flores que había en el jardín y de cómo podrían llegar a utilizarlos de diferentes maneras, desde preparar té o incluso para curar enfermedades y dolencias.
A Zuko no le interesaba mucho sobre las flores y plantas, pero le agradaba escuchar a su madre hablar con tanta pasión sobre ellas. Azula se mantuvo más atrás, pero lo suficientemente cerca para escuchar a su madre hablar sobre los distintos usos de las plantas con una expresión desinteresada en su rostro. Claramente, a los hermanos no les interesaba la herbolaria.
—Entonces, díganme, ¿cómo les fue hoy con sus estudios? —preguntó Ursa—. ¿Qué tal la academia, Azula?
—Bien—respondió—. Soy la mejor de mi clase, obviamente.
Ursa asintió con una sonrisa en su rostro.
—Eso es muy bueno. ¿Y qué hay de tus amigas, Mai y Ty Lee? ¿No han venido hoy contigo?
Azula apartó la mirada, viéndose algo molesta.
—Ellas... tenían cosas que hacer.
—Ya veo... Bueno, ellas siempre son bienvenidas al Palacio. Veo que te diviertes cuando estás con ellas. Es importante tener amigos.
—No son mis amigas—replicó Azula, apartando la mirada—. Ellas son... personas a las cuales tolero más que a cualquiera de mis compañeras. Serán buenas subordinadas en el futuro.
Incluso a pesar de que lo negaba, Ursa pareció encontrar divertido la negación de su hija.
A Zuko no le parecía divertido, pero lo que dijo su madre sobre lo importante que es tener amigos lo dejó pensando. Él tenía catorce años, pero no tenían ningún amigo. Mai y Ty Lee, a pesar de haber venido muchas veces al Palacio, era más amigas de Azula que él. Aunque ella las llamaba "subordinadas", él sabía que su hermana se divertía al estar con ellas, ya que era una de las pocas veces que sonreía, incluso si era a costa suya la mayoría de las veces.
— ¿Y tú, Zuko? —su madre volteó a verlo—. ¿Cómo van tus estudios?
—Pues... creo que bien—respondió él, viéndose emocionado al recordar sus lecciones de hoy—. He aprendido algo interesante.
—Oh, ¿sí? ¿Qué cosa?
—Aprendí que hubo un hombre que peleó en el ejército y que ganó todas sus batallas—dijo Zuko—. En todas las batallas que él participó, las ganó todas.
—Oh... Eso es... impresionante.
Su madre no parecía tan interesada, pero Zuko no se percató de ello en su estado de emoción. Sorprendentemente, Azula se vio interesada, ya que se acercó más a ellos mientras caminaban por el jardín.
—Lo es—asintió Zuko—. Pero lo más impresionante es que ganó todas esas batallas sin ser un maestro fuego. Él es un espadachín. ¡El más grande que la Nación del Fuego alguna vez conoció! ¡Incluso dicen que derrotó a cien soldados él solo!
Azula resopló, incrédula.
—Por favor, no hay manera de que un no-maestro haya hecho tal cosa.
— ¡Es verdad! —replicó Zuko—. La maestra Jia me dijo que su habilidad con la espada era inigualable. Su nombre es Piandao. ¡Un verdadero maestro de la espada!
—Si fuera como tú dices, entonces ese hombre tendría su lugar en el consejo de guerra del abuelo.
—Bueno... yo también pensé eso. Pero la maestra me dijo que Piandao desertó del ejército.
—Entonces está muerto o encarcelado—dijo Azula con simpleza.
— ¡Azula! —reprendió Ursa.
— ¿Qué? Es la verdad. Es el destino de los desertores y aquellos que le dan la espalda a la Nación del Fuego.
—Yo también pensé eso—concordó Zuko—. Cuando nuestro abuelo se enteró de su deserción, envió a cien soldados a capturarlo, pero todos fueron derrotados. La maestra Jia dijo que Piandao no ha vuelto a pelear después de eso y se ha dedicado a la herrería. Al parecer, sus espadas son muy codiciadas en la Nación del Fuego por ser las mejores.
Incluso Azula se vio sorprendida e interesada por ese hecho, pero rápidamente lo ocultó al apartar la mirada con una expresión desinteresada en su rostro.
Zuko se dispuso a seguir a su mamá y continuar su paseo por el jardín, pero se percató de que Azula quedó estática en su lugar mientras miraba fijamente a uno de los pasillos abiertos que estaban a los lados del jardín. Curioso, siguió la mirada de su hermana y se tensó en su lugar cuando vio a un hombre, quien los miró con intensidad y frialdad antes de continuar caminando por el pasillo hacia el interior del palacio.
Al igual que su hermana, Zuko quedó estático en su lugar al reconocer al hombre y preguntarse internamente:
¿Qué hacía su padre allí? ¿Y por qué parecía estar escuchándolos?
Azula miró con detenimiento a su padre marcharse. Luego, se dispuso a seguirlo.
— ¿Azula? —la llamó Ursa, pero ella lo ignoró.
Salió del jardín y alcanzó a su padre, con quien comenzó a hablar mientras ambos se adentraban en el palacio.
Esa noche, durante la cena y, como era costumbre desde los últimos años, el aire era algo tenso. O tal vez, era solo Zuko quien sentía esa extraña tensión, ya que Azula no parecía hacerlo porque hablaba con su padre con una emoción que solo había visto en ella cuando estaba en su presencia.
—Durante el entrenamiento de hoy, ese hombre que se hace llamar nuestro "maestro" criticó mi forma—relataba Azula a su padre de manera despectiva y burlona—. Le dije que cambié sus anticuadas formas y las mejoré, pero él seguía insistiendo en usar esa forma obsoleta. Y no solo eso, sino que también se atrevió a hablar conmigo de manera petulante y condescendiente. Así que cuando se volteó, ¡le prendí fuego a sus pantalones!
El hombre que estaba sentado en la cabecera de la mesa asintió de manera complacida. Su largo cabello negro liso caía por su espalda como una cascada de tinta y en la coronilla de su cabeza, un moño estaba sostenido por un simple tocado. Tenía una larga perilla y sus ojos color ámbar se veían fríos e imponentes. A pesar de estar vestido con sencillas túnicas, pero a la vez elegante, tenía la presencia que solo un orgulloso miembro de la realeza poseía.
Después de todo, él era un príncipe de la Nación del Fuego. El segundo hijo del Señor del Fuego Azulon, el príncipe Ozai. Padre de Azula y Zuko.
—Hiciste lo correcto, Azula. La sangre real corre por tus venas, debes de demostrar que estás por encima de ellos—comentó Ozai, dándole un sorbo a su copa de vino—. Tu maestro suena como un tonto y un inútil. Lo enviaré a las colonias del Reino Tierra por su incompetencia y falta de respeto.
—Se lo merece—dijo Azula, concordando con su padre con una sonrisa altiva—. Es un tonto.
—El maestro Kunyo no es un tonto—le replicó Zuko a su hermana—. Él solo quería enseñarte la mejor manera de hacer fuego control...
— ¡Zuko! ¡¿Cómo te atreves a hablar de las lecciones de tu hermana?! —espetó Ozai, golpeando la mesa con un puño y haciendo que Zuko diera un respingo—. A pesar de que ella es dos años menor que tú, ¿cuántas lecciones ha dominado más que tú?
—C-catorce... —reconoció él con voz temblorosa.
El príncipe de la Nación del Fuego le dio a su hijo una mirada dura y desaprobatoria.
—Cuando naciste, no estábamos seguros de que serías un maestro. No tenías esa chispa en tus ojos—la mirada de Ozai luego se volvió despectiva—. Planeé echarte del Palacio. ¡Qué vergüenza para un príncipe de la Nación del Fuego tener a un no-maestro como su primogénito! Por suerte para ti, tu madre y los Sabios del Fuego me suplicaron que te diera una oportunidad. Azula, por otra parte, nunca necesitó ese tipo de suerte. Ella nació con suerte. Tú tuviste suerte de nacer.
Zuko bajó la mirada, viéndose devastado por las palabras de su propio padre. Desde que Azula y él habían demostrado ser maestros fuego, y con su hermana siendo claramente un prodigio en el arte, su padre siempre la había favorecido a ella sobre él. Y ahora más que nunca sentía esa desaprobación de su padre.
Se sentía... rechazado.
A su lado, Azula sonrió de manera engreída y maliciosa al observar la expresión abatida en el rostro de su hermano mayor.
— ¡Ozai! ¡Qué cosas tan terribles dices! —exclamó Ursa en defensa de su hijo, levantándose de su silla—. ¡Es a tu hijo a quien le estás hablando!
Ozai ignoró a su esposa en favor al sonido de alguien llamando del otro lado de las puertas de tela corrediza.
—Su Alteza, disculpe la intromisión—dijo uno de los muchos guardias del Palacio—. El Señor del Fuego ha aceptado su audiencia. Lo espera ahora en la Sala del Trono.
Ozai reconoció el informe del soldado con un simple asentimiento y se levantó de la mesa. Sin decir ninguna palabra más o dirigirle la mirada a su familia, abandonó el comedor.
Zuko se quedó sentado en la mesa con la mirada baja, sus hombros estaban caídos y una expresión afligida adornaba su rostro. Su madre rápidamente se acercó a él y comenzó a consolarlo con palabras dulces, pero todas ellas parecían caer en oídos sordos.
Ninguno de los dos se percató como Azula se deslizó de la mesa en silencio y siguió a su padre.
Azula
Para Azula, no fue difícil avanzar por los pasillos del Palacio y escabullirse a la Sala del Trono del Señor del Fuego sin que nadie la viera. Tenía experiencia en hacerlo. Lo había hecho incontables veces durante las reuniones del Consejo de Guerra que se realizaban en la Sala del Trono.
Era así como conocía y aprendía sobre los avances de la guerra, cuáles eran las batallas que se libraban actualmente y las estrategias bélicas para ganar la guerra.
Después de todo, la mejor manera de aprender sobre estrategias de batalla era escuchar a aquellos que dirigían al ejército más grande del mundo.
En la última reunión, los estrategas habían discutido como finalmente podría llegar a conquistar la gran ciudad de Omashu. Habían comenzado a planificar cómo atacar y conquistar a los pueblos cercanos a la gran ciudad. Después de todo, debían de ser precavidos al enfrentar al Rey de Omashu, Bumi. Quienes muchos consideraban el maestro tierra más poderoso que ha existido.
Aunque en esta ocasión, Azula no se había escabullido a la Sala del Trono buscando escuchar la discusión sobre estrategias de guerra, sino a escuchar la audiencia que su padre había solicitado al Señor del Fuego.
Cuando llegó a su escondite preferido, un lugar ubicado detrás de las cortinas que estaban al lado de la entrada, ella miró entre las rendijas de la cortina a su padre, quien se encontraba de rodillas frente al baldaquino de oro donde se sentaban el líder indiscutible de toda la Nación del Fuego; el Señor del Fuego Azulon.
Azulon era un hombre de alrededor 90 años. Su largo cabello que caía por su espalda era gris, al igual que su perilla y su largo y fino bigote. Tenía pequeñas manchas oscuras en su rostro que reflejaban su avanzada edad junto con sus numerosas arrugas. A pesar de su apariencia algo frágil, tenía la imponente presencia que solo poseía alguien que había gobernado por décadas.
"Y, aun así, nunca se percató de mi presencia durante las reuniones" pensó Azula de manera burlona al observar a su abuelo. "Supongo que ya no es el poderoso Señor del Fuego que solía ser. Se ha vuelto arrogante con la vejez."
—Príncipe Ozai, ¿a qué se debe esta audiencia? —preguntó Azulon, aunque sonó más como una exigencia. Aunque era de esperarse, el Señor del Fuego no hace preguntas, él exige respuestas.
—Padre—habló Ozai—. Hoy he venido a ti con una sugerencia. Una propuesta para mejorar las filas del ejército de nuestra nación.
Azulon entrelazó los dedos de su mano frente a su rostro y miró detenidamente a su hijo.
—Te escucho.
—Como bien sabrás, hace más de dieciséis años, un hombre desertó de las filas de nuestro ejército. Un acto imperdonable para cualquier soldado. Y, hace doce años, volvió a la Nación del Fuego, instalándose en Shu Jin, un pueblo ubicado en la región oriental de las Islas de Fuego. Cuando volvió, enviaste a un centenar de hombres a capturarlo y arrestarlo por su deserción. No obstante, él se resistió al arresto y asesinó a más de la mitad de los soldados que enviaste.
Hubo un destello de reconocimiento en los ojos de Azulon a la vez que entrecerraba los ojos.
—Piandao...
Ozai asintió.
—Aquel hombre que es reconocido por ser un maestro de la espada sin igual en toda la Nación del Fuego. A pesar de ser un no-maestro, su habilidad con la espada lo vuelve tan valioso como cien soldados no-maestros.
—Recuerdo bien a ese hombre, junto con su destreza en el manejo de la espada—reconoció Azulon con un tono de voz agrio e impaciente—. ¿A qué quieres llegar con esto, príncipe Ozai?
—Por lo que tengo entendido, padre, tú y Piandao ha llegado a un acuerdo. Un acuerdo en el que consistía que no enviarías ningún soldado tras él por su deserción. En cambio, en un futuro, él debía de ofrecer sus servicios a la Nación del Fuego como compensación de las vidas de los soldados que tomó. Por el deshonor que les causó a sus familias. Y creo que es hora de que esa compensación sea pagada.
Eso pareció captar la atención del Señor del Fuego, quien se inclinó sobre su asiento para observar a su hijo.
— ¿Y cuál es la compensación que tú sugieres?
Una leve sonrisa estiró por los labios de Ozai.
—Un servicio a nuestra nación, donde será un instructor en el manejo de la espada. Transmitirá sus enseñanzas a hombres y mujeres en las filas de nuestro ejército. Imagínalo, padre, un letal grupo de élite que estará a la par, tal vez incluso sobrepase, a los Arqueros Yuyan.
Detrás de las cortinas, una sonrisa triunfal estiró de los labios de Azula cuando vio a Azulon considerar las palabras de Ozai. Al parecer, su padre había considerado lo que le había dicho cuando habló con él en el jardín, ya que investigó sobre ello y llegó a la misma conclusión que ella; las posibilidades que podría ofrecer este hombre Piandao si transmitía sus conocimientos era enorme. Y el hecho de que tuviera una deuda con el Señor del Fuego hacía más factible aquel plan.
Después de todo, ese era el deber de cada ciudadano de la Nación del Fuego hacer una contribución a la sociedad para hacer aún más grande su nación.
—Puedo ver el valor de tu propuesta, príncipe Ozai—reconoció Azulon luego de reflexionar por unos minutos—. Un escuadrón de élite de espadachines que serán instruidos por el maestro de la espada más grande que ha tenido la Nación del Fuego...
—Aunque la formación de dicho escuadrón podría llevar años, el potencial que eso podría significar para las filas del ejército es enorme. Este escuadrón de élite podrá ser de gran ayuda cuando debamos invadir el Polo Norte, donde nuestros maestros fuego tienen una gran desventaja.
— ¿Crees que un grupo de no-maestros podrán hacerles frente a los maestros agua en su propio territorio?
—Piandao lo ha hecho en decenas de batallas en el Reino Tierra a los maestros tierra.
—Pero él no es cualquier soldado—señaló Azulon, nuevamente entrecruzando sus dedos frente a su rostro—. He visto con mis propios ojos la habilidad ese hombre en la batalla de Garsai. Su destreza con la espada es... inigualable. Es un verdadero prodigio.
—Aún más razón para que transmita los conocimientos del arte—insistió Ozai—. Si los soldados que serán instruidos bajo su tutela muestran ser la mitad de hábiles de lo que él alguna vez fue, inclinarán la balanza a nuestro favor.
Azulon frunció el ceño de manera pensativa, haciendo más prominente las arrugas de su frente.
—Muy bien—dijo él finalmente—. Enviaré una carta a Piandao. Es hora de que ese hombre pague la deuda que tiene con su nación. ¿Y qué mejor manera que transmitir su conocimiento para fortalecer aún más nuestra nación? Has tenido una idea innovadora, príncipe Ozai.
Ozai inclinó la cabeza.
—Solo soy tu humilde servidor, padre. Haré todo para servirte a ti y a nuestra nación.
La sonrisa triunfal que había en el rostro de Azula se desvaneció y entrecerró levemente los ojos. Una parte de ella esperaba que su padre le diera el debido crédito por haber pensado en la idea de formar un escuadrón de élite bajo la tutela del mejor espadachín de la Nación del Fuego.
"No importa" concluyó ella. "Mientras la Nación del Fuego se vea beneficiada"
Después de todo, ese era el deber que tenían los ciudadanos hacia su nación. Y ella, como miembro de la realeza, debía aportar más que cualquier otro.
Cuando el sol comenzó a asomarse en el horizonte, dando inicio a un nuevo día, Azula ya se encontraba lista. Como maestra fuego, ella se alzaba con el sol.
Luego de recibir los cuidados mañaneros de los sirvientes, ella caminó por los pasillos del Palacio sosteniendo varios pergaminos de fuego control bajo su brazo. Se negó volver a ir a las lecciones de ese hombre que se hacía llamar su maestro. De todos modos, no importaba. Sería enviado a las colonias por su incompetencia.
"Tal vez pueda terminar mi lectura en el jardín. Es un lugar tranquilo" consideró ella, antes de fruncir levemente el ceño. "A menos que mamá y Zuzu estén allí..."
Pero cuando llegó al jardín, no vio a su madre o su hermano mayor, sino a su padre. Ese hecho la sorprendió levemente, ya que su padre casi nunca frecuentaba el jardín.
— ¡Padre! —llamó ella, acercándose.
Ozai miró sobre su hombro y la observó de manera impasible.
—Azula.
—Padre, ¿cómo te fue en la reunión con el abuelo?
Aunque ella ya lo sabía. Pero necesitaba mantener las apariencias. Su padre no estaría nada contento si descubriera que se había escabullido a la Sala del Trono para espiar.
—El Señor del Fuego ha reconocido el valor de tu idea y ha decidido llevarla a cabo—dijo Ozai—. Pronto, se formará un escuadrón de espadachines de élite y será debido a ti. Siéntete orgullosa, Azula. Has contribuido a fortalecer a nuestra nación.
Era un elogio. Su padre la había elogiado.
—Es un honor ayudar a nuestra nación, padre—dijo ella solemnemente mientras inclinaba la cabeza.
No pudo evitar la sonrisa que estiró de sus labios. La elogió. Su padre la elogió. El cálido sentimiento brotar en su pecho debido a eso era casi embriagador.
Ozai simplemente asintió.
—No tienes un maestro ahora, ¿no es así? —señaló él, observando los pergaminos que ella tenía bajo su brazo—. Me encargaré de conseguirte alguien competente. Eres una prodigio en el fuego control, Azula. Y ese talento debe de ser avivado—la mirada de Ozai se endureció al mirar a su hija—. No lo olvides. No debes de buscar nada menos que la perfección. De otra forma, serás débil e incompetente como tu hermano.
—Zuko...
Fue en ese momento que, por el rabillo del ojo, Azula se percató de que su hermano estaba parado en uno de los pasillos al aire libre que estaba a los lados del jardín. La mirada devastada en el rostro de Zuko fue evidente incluso en la distancia.
Su hermano volteó y comenzó a correr por el pasillo. Pasó rápidamente al lado de Ursa, quien se acercó a él con la intención de hablarle. Con una expresión preocupada en su rostro, Ursa no dudó en ir detrás de él con la intención de consolarlo.
Al observarlos, un ceño fruncido se instaló en el joven rostro de Azula, a la vez que sintió un desagradable sentimiento retorcerse en su corazón.
Siempre había sido así. Su madre siempre estaba pendiente de Zuko en todo momento. No importaba lo que ella hiciera o lo que lograra, ya sea ser la mejor estudiante de la Academia Real del Fuego para Chicas o sobresalir en cada ejercicio de fuego control más que nadie en su edad.
Ser una prodigio... A los ojos de su madre, eso no importaba. Ella solamente parecía tener ojos para su hermano mayor.
Azula reprimió la fría punzada en su pecho y miró a su padre con seriedad. Su ceño fruncido, el cual anteriormente reflejaba molestia, ahora se volvió más oscuro.
— ¿Cuándo podré comenzar con mis lecciones, padre?
...
..
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¡Y eso es todo por ahora, mis queridos lectores!
¿Qué les pareció el capítulo? Como les dije, a pesar de que Percy es el protagonista de esta historia, la trama no girará solamente en torno a él, sino principalmente en el impacto que él ocasionará en el mundo y en las personas. Este capítulo fue más que nada para poner en perspectiva como era la vida de Zuko y Azula antes de conocer a Percy.
¿Vieron lo que hice? Como vieron en el prólogo, Piandao tenía una deuda con Azulon. Hice que Zuko se interesara en personas sobresalientes que sirven, o sirvieron, en el ejército de la Nación del Fuego al ver a los Arqueros Yuyan. Luego, él dijo el nombre de Piandao, junto con sus hazañas frente a Ursa y Azula. Azula se lo dijo a Ozai. Después Ozai, luego de investigar, se lo dijo a Azulon, quien enviará la carta a Piandao para exigirle que es hora de que pague la deuda que tiene con su nación. No hice las cosas de manera directa, si no un efecto domino.
Además, en Avatar Wiki, que es el lugar donde está recopilado toda la información de la serie Avatar, decía que Zuko fue instruido en el arte de la espada por Piandao, aunque nunca especifica cómo y cuándo ocurrió eso. De hecho, si mal no recuerdo, ni siquiera se mencionó en la serie. Así que me tomé la libertad de hacerlo a mi propio estilo y adaptarlo a mi historia.
En un principio, iba a hacer que Zuko solicitara a su abuelo o su padre ser instruido en el arte de la espada y ellos lo concedería con un favor especial, pero vi ese resultado poco probable, considerando la personalidad de ambos. Así que me decidí por este camino. ¿Un poco más rebuscado? Tal vez, pero sentí que sería lo más canónico posible sin alterar demasiado el canon establecido, junto con las actuaciones de los personajes sin la interferencia de Percy, cosa que ocurrirá en el futuro.
En fin, espero les haya gustado.
Por cierto, si desean ver en calidad HD la imagen de portada, junto con una imagen de Percy niño con el peinado moño de la Nación del Fuego, pueden visitar mi página de Pinterest, ya que es allí donde alzo todos los fanarts que hago de todas mis historias.
Como siempre, les invito a dejarme un comentario o enviarme un mensaje sobre qué opinan de la historia o cómo les gustaría que se desarrolle. Siempre estoy leyéndolos y cada comentario que veo y leo provoca un cálido sentimiento en mi corazón. Como el cálido sentimiento que te provoca un padre cuando te elogia o cuando una persona te dice que lo mucho que significas para él o ella.
Si estoy muy romántico o poeta, es porque estoy ebrio XD.
En fin, y sin nada más que decir... ¡Hasta la próxima, guapos y guapas!
