Capítulo 8
Lo que asecha en las sombras-Parte 1
Zuko
La concentración era evidente en el rostro de Zuko mientras movía sus brazos con fluidez, pero a la vez con firmeza. Sus pies se deslizaban de manera lenta, pero constante sobre la hierba, repitiendo los movimientos que había aprendido del maestro Piandao luego de ser aceptado como uno de sus discípulos.
Habían pasado 3 semanas desde las pruebas que se habían llevado a cabo para elegir a los discípulos del mejor espadachín de la Nación del Fuego. Luego de toda una tarde de evaluación bajo la inquisitiva mirada de Piandao, los doce discípulos habían sido elegidos. Un interesante y variado grupo de adolescentes de distintas clases sociales, desde hijos e hijas de renombradas familias nobles y destacables familias militares, hasta ciudadanos comunes, hijos e hijas de simples pescadores y carpinteros.
Incluso hubo aquellos quienes venían la región más remota de las Islas de Fuego. Aquel día, Zuko se sorprendió al ver a aquellas personas tan descuidadas y decrépitas. Y no fue porque habían llegado a la capital con la intención de convertirse en discípulos de Piandao. Después de todo, la Nación del Fuego tenía una política meritocrática. Todos los ciudadanos tenían las mismas oportunidades. Si importar quién eras o de donde venías, si eras capaz de demostrar tu valía, tendrías un lugar legítimamente ganado.
Lo que sorprendió a Zuko fue que existiera ese tipo de personas en su gloriosa y enriquecida nación. ¿Cómo es posible que la nación más grande del mundo tenga sectores donde las personas ni siquiera vestían algún tipo de calzado e iban descalzos, usando ropas tan viejas y andrajosas que los hacían ver cómo pordioseros?
Pero sin importar de donde vinieran, su posición social o quienes eran, había algo que Zuko no podía negar y era que cada uno de ellos tenía una fiera determinación en convertirse en grandes espadachines. Sus razones podían ser variadas, tan diferentes la una de la otra como el día y la noche, pero el sentimiento, el deseo ferviente de querer convertirse en espadachines era algo que tenían en común y que los impulsaba a todos.
Al ver a aquellas personas y entrenar junto a ellos, el mismo fuego ardió dentro de Zuko y lo impulsó a querer ser un mejor espadachín. Aquel día, había demostrado ser digno que convertirse en un discípulo del mejor espadachín de la Nación del Fuego. El décimo tercer discípulo, así lo habían llamado.
Y demostraría que se había ganado legítimamente ese derecho.
Un fuerte ceño fruncido que reflejaba su intensa concentración se formó en su rostro mientras sostenía sus espadas dao con fuerza y realizaba los movimientos que había aprendido del maestro Piandao. Solo que en esta ocasión le embutió las flamas de su fuego control. Con cada corte y apuñalada que realizaba, una llamarada de fuego brotaba de las hojas de sus espadas, reflejando la fiereza característica de un maestro fuego.
Con un gruñido de esfuerzo, Zuko giró 360° realizando un corte con ambas espadas para luego terminar el ataque a su oponente imaginario con un corte cruzado, enviando una ardiente ráfaga de fuego que viajó por el aire y se disipó después de unos segundos.
Zuko respiró pesadamente, recuperando el aliento luego de una intensa sesión de entrenamiento.
—Has mejorado.
Desde una distancia segura, Piandao miró inquisitivamente la demostración que Zuko había hecho. Asintiendo de manera complacida cuando terminó de realizar las posturas y movimientos que habían estado desarrollando para el estilo único que Zuko había ideado, combinar su fuego control con el combate con espadas.
—Todo ha sido gracias a su guía, maestro Piandao—reconoció Zuko.
—Si has llegado tan lejos, es debido a ti mismo. No debes desmeritar el esfuerzo que pusiste en tu entrenamiento todo este mes. Pero de igual manera, no debes volverte complaciente. Recuerda, joven Zuko, la comodidad es una amenaza mayor para el progreso que la misma adversidad.
—Sí, maestro—asintió Zuko en señal de comprensión para luego hacer una reverencia.
Si es que había logrado progresar este último mes, fue por la tutela que había recibido de Piandao. Con su ayuda, había comenzado a crear este nuevo estilo que tenía en mente. Sería un proceso largo y laborioso, pero si Perseo pudo crear una postura en basándose en el fuego control, Zuko podría hacer lo mismo al implementar fuego control a los movimientos del combate con espadas.
Hablando del hijo de Piandao, Zuko volteó para verlo enfrentarse al mismo tiempo a Qiang, Ming y Xiuying en un intenso duelo de 3 contra 1. A pesar de verse superado en número, Perseo no solo fue capaz de seguirle el ritmo a los tres adolescentes, sino que los presionó constantemente hasta el punto de que ellos necesitaban apoyarse mutuamente para poder hacerle frente.
Zuko vio como Perseo atacó con ferocidad a Xiuying quien, a pesar de empuñar dos espadas dao, hacía un evidente esfuerzo en seguir la velocidad de Perseo y detener sus implacables ataques. Un ataque particularmente fuerte hizo que ella cruzada sus espadas para detener el golpe, pero Perseo reaccionó demasiado rápido al liberar su espada y luego realizar un golpe ascendente sobre las espadas dao de Xiuying, desarmándola y desestabilizándola, lo que ocasionó que quedara expuesta para una estocada a nivel del estómago que la envió al suelo.
Sin voltearse, Perseo llevó su espada hacia su espalda, deteniendo el ataque de Ming, quien intentó aprovechar lo que pensó era una abertura del joven espadachín para atacarlo, pero solo lo dejó expuesto a una fuerte patada en el estómago por parte de Perseo que lo envió al suelo.
Con dos oponentes en el suelo, Perseo volteó y reaccionó justo a tiempo para evadir el mandoble de Qiang, quien sin perder el tiempo comenzó a presionarlo de manera incesante con una serie de ataques que lo obligaron a retroceder. Con un fuerte golpe, Qiang logró desestabilizar a Perseo y romper su guardia. Sin perder el tiempo, atacó con una rápida estocada a nivel del estómago, impulsando todo su peso en el ataque. Pero no contó con que Perseo evadiera su ataque haciéndose a un lado y luego lo agarrara por detrás su cabeza y lo empujara adelante, aprovechando el impulso de su ataque. Qiang perdió el equilibrio y cayó de cara en el piso con un gruñido de dolor, rápidamente intentó levantarse y atacar desde el suelo, pero Perseo pisó su antebrazo, impidiendo que atacara para luego colocar su espada a escasos centímetros de su cuello.
El duelo había finalizado.
—Maldita sea… —se quejó Qiang—. Casi te tenía allí.
—Suerte para la próxima—dijo Perseo, sonriendo con descaro.
— ¡Oye, Perseo! —llamó Zuko, acercándose a ellos—. Es hora de irnos.
— ¿Uh? Claro. Ya he terminado aquí.
— ¡Esto aún no ha terminado! —gritó Xiuying, corriendo hacia Perseo con ambas espadas en alto.
Él la miró de manera impasible antes de hacerse a un lado, evadiendo su ataque y luego extendiendo el pie, ocasionando que Xiuying tropezara y cayera sobre Qiang con un quejido de dolor.
—Sí, ya terminé—sentenció Perseo, yendo a recoger la funda de su espada para luego envainarla.
— ¡Mañana te venceremos, Perseo! —gritó con desafío Qiang, antes de empujar a Xiuying que seguía encima de él—. ¡Tú quítate! ¡Eres pesada! ¡Deberías dejar de comer tanto pollo komodo!
— ¡Y tú deberías dejar de ser tan imbécil! —replicó Xiuying—. ¡Aunque sería como pedirte que dejaras de respirar!
Mientras ellos seguían peleando, Perseo se acercó a Zuko mientras colocaba su espada envainada en su cintura entre las tiras de su faja.
—Mejor vayámonos antes de que comiencen otra pelea—dijo él.
—Muy tarde—señaló Zuko, mirando como los dos adolescentes comenzaban un duelo de espadas entre ellos.
Ming se acercó a ellos e intentó detenerlos, pero sus esfuerzos resultaron infructuosos, ya que Qiang y Xiuying simplemente lo ignoraron.
—Sí que tienen energía para continuar—Perseo ahogó un bostezo—. Yo en su lugar aprovecharía para descansar y tomarme una siesta. El clima está muy agradable hoy.
Era verdad. Hoy era uno de esos días donde podías estar al aire libre y disfrutar del agradable día. El cálido sol en lo alto del cielo llenaba a Zuko de una energía interna como cualquier maestro fuego y la fresca brisa que soplaba lo revitalizaba.
—Aún tienes que entrenar conmigo—le recordó Zuko con dureza.
—Sí, sí, lo sé. Relájate, Hotman.
— ¡Y deja de llamarme así! ¡Soy un miembro de la Familia Real!
—Más bien un Real dolor en el trasero.
Zuko gruñó por lo bajo. Perseo lo había estado llamando de esa manera desde el día de las pruebas. Era una total falta de respeto hacia un miembro de la realeza como él, pero a Perseo no parecía importarle en lo más mínimo.
¿Cómo era posible que alguien tan educado, culto y sofisticado como Piandao tenga un hijo tan irrespetuoso, insolente y despreocupado como Perseo? Para Zuko, escapaba de su razonamiento lógico. Pero, por otro lado, su madre Ursa era alguien amable, gentil y delicada, mientras que Azula era… Azula.
Supuso que un hijo no siempre se parece a sus padres.
— ¡Joven maestro!
Ambos voltearon y vieron a Fat acercarse. En sus manos, sostenía un pergamino enrollado y sellado.
— ¿Qué ocurre, Fat? —preguntó Perseo—. Saldré un rato con Zuko. ¿Necesitas algo?
—Sí. Su padre quiere que vaya y entregue este pergamino a la casa de correo.
— ¿Por qué no simplemente usa el halcón mensajero que tenemos?
—Porque es una carta para el príncipe Iroh. Y como será enviado a un importante miembro de la Familia Real que está sirviendo en el frente de la guerra, debe de ser enviado solamente por medios rigurosamente vigilados. El enemigo podría interceptar la carta.
—Oh, entiendo—musitó Perseo antes de agregar—. Eso me recuerda que todavía no he enviado ninguna carta a Lee. Tal vez Hana lo haya matado hace tiempo y nunca lo supe porque no me he puesto en contacto con él.
Una pequeña sonrisa divertida estiró de los labios de Fat.
—Puede mandarle una carta al joven Lee cuando vuelva, pero… —las facciones de Fat se ensombrecieron ligeramente—. Le aconsejo que vuelva más temprano. Preferiblemente antes del anochecer.
— ¿Uh? Eh… Está bien.
Perseo se veía confundido, pero no obstante terminó aceptando las palabras del mayordomo antes de agarrar la carta.
Cuando salieron de la mansión, ambos caminaron por una de las calles principales de Hari Bulkan. Mientras caminaban, Zuko vio con curiosidad como las calles de la ciudad estaban un poco más vacías de lo normal.
Claro, a pesar de que la mayoría de los nobles y familias más adineradas tenían grandes y lujosas casas en la ciudad, no muchos de ellos vivían allí. Tal vez debido a que la ciudad se encontraba en el cráter de un volcán inactivo y el terreno era limitado, razón por la cual la arquitectura tenía un predomino más vertical, buscando maximizar el espacio. Es por eso por lo que la mayoría de los nobles no vivían allí, sino en otra de sus residencias, donde podían gozar de un espacio mayor.
Pero incluso con eso, la cantidad de gente que había era mínima. En el pasado, Zuko no se había percatado de ello debido a que pasaba todo su tiempo dentro de las fortificadas murallas del Palacio Real. Pero ahora, debido a que frecuentaba la mansión del maestro Piandao en busca de sus enseñanzas, había recorrido las calles de Hari Bulkan con mayor frecuencia e incluso llegó a interactuar con personas de su edad. Era refrescante ver e interactuar con los ciudadanos de su nación y tal vez fue por eso por lo que se percató de la notoria falta de ellos. Y al parecer no fue el único.
—Oye, Zuko, ¿no te parece que la ciudad ha estado algo vacía últimamente? —preguntó Perseo, mirando por los alrededores—. Y no solo eso, sino que también ha habido muchos más guardias por la ciudad.
Ahora que lo decía, Perseo tenía razón. Zuko miró por los alrededores y casi en cada esquina pudo ver a los guardias de la ciudad patrullando por las calles.
—Sí… es extraño—concordó Zuko, mirando a los guardias—. Pareciera ser como si estuvieran expectantes a un ataque.
—La guerra… ¿Ha llegado hasta aquí?
La voz de Perseo era vacilante y su mirada reflejaba un leve atisbo de preocupación.
—No—dijo Zuko rotundamente—. Es imposible que la guerra haya llegado hasta la capital. Los guardias deben de estar preocupados por algo más.
—Eso espero… ¿Tu padre no te ha dicho nada?
Un ceño fruncido se instaló poco a poco en el rostro de Zuko y cuando habló, no pudo evitar que la amargura se filtrara por su voz.
—No… Él no me ha dicho nada. Ni siquiera me habla.
Su padre ni siquiera le había dicho algo cuando fue aceptado como discípulo de Piandao. Durante las cenas familiares, ni siquiera se veía interesado en saber cómo iba con su entrenamiento. Solo había recibido el mismo trato frío, distante e indiferente de siempre.
Nada había cambiado.
Cuando llegaron a la casa que servía como oficina de correos, Zuko pudo ver a un soldado haciendo guardia. Sostenía su lanza de manera perezosa y su casco estaba ligeramente caído de su cabeza mientras intentaba mantenerse despierto. Pero cuando los vio llegar, rápidamente se puso firme, reconociéndolo como un miembro de la Familia Real. Zuko entrecerró los ojos al ver al soldado, pero no dijo nada. Perseo, en cambio, simplemente lo miró con simpatía, como si entendiera su deseo de dormir.
Adentro, la oficina de correos era lo que uno esperaría de un lugar que era responsable de enviar y recibir cientos de cartas por todo el país. Detrás de un largo y elegante escritorio de madera pulido, había hileras de estanterías que llegaban hasta el techo que contenían decenas de pergaminos y cajas cuidadosamente organizadas.
Perseo se acercó a la mesa, buscando con la mirada a alguien que pudiera atenderlo, pero no había nadie, por lo que golpeó el pequeño timbre de mesa. Inmediatamente, algo golpeó la mesa desde abajo, sacudiéndola. Se escuchó un gemido de dolor antes de que apareciera un niño que no parecía tener más de diez años, sobándose la cabeza mientras intentaba no llorar debido al golpe.
—Uh… ¿Estás bien? —preguntó Perseo, viéndose preocupado por el niño.
El niño dio un leve respingo, como si recordaba que había alguien más antes de recomponerse y asentir. Sonrió de manera cordial y lo miró de manera expectante, como si estuviera esperando a que dijera algo.
— ¿Trabajas aquí? —preguntó Perseo.
El niño asintió dos veces de manera energética.
—Eh… me gustaría enviar una carta. Es para el príncipe Iroh. Me dijeron que tengo que venir aquí si quiero enviar una correspondencia a alguien que está en el frente de la guerra.
Nuevamente, el niño asintió y extendió ambas manos, esperando a que le diera la carta.
Perseo se lo entregó, pero cuando el niño vio que estaba sellada, negó con la cabeza.
— ¿Uh? ¿Qué quieres decir con no?
El niño señaló el sello y volvió a negar con la cabeza.
— ¿Quieres decir que no puedo enviar una carta sellada? —el niño asintió—. ¿Por qué? Es el sello personal de mi padre. El príncipe Iroh lo reconocerá.
El niño permaneció en silencio y se removió incómodo. Al final, simplemente continuó negando con la cabeza, rehusándose a aceptar la carta.
Sintiendo su irritación crecer, Zuko dio un paso adelante.
—Es una carta para mi tío, el Príncipe Heredero de nuestra nación, ¿y te niegas a aceptarlo? —cuestionó con molestia.
El niño se encogió ante el tono de Zuko y comenzó a temblar ligeramente, pero aun así siguió negando con la cabeza.
— ¿Por qué no? —al ver que el niño simplemente siguió negado de manera temblorosa, Zuko exclamó con molestia—. ¡¿Por qué no dices nada?!
El niño lo miró directamente con labios temblorosos, ligeras lágrimas se asomaron en sus ojos antes de voltear y salir corriendo a la parte trasera de la habitación.
— ¿Sabes algo, Zuko? —habló Perseo, sin voltear a mirarlo—. Hay veces en la que realmente era un verdadero cretino.
Zuko lo miró con un ceño fruncido, pero luego apartó la mirada con ligera vergüenza, reconociendo que tal vez había sido un poco duro con el niño.
Unos momentos después, un hombre alto y fornido apareció de entre los estantes. Tenía una expresión severa y su rostro tenía tres cicatrices lineales sobre su ojo derecho, como si un animal con garras se lo hubiera hecho. A juzgar por el color opaco en él, había perdido la visión en ese ojo. Sobre su hombro derecho, un halcón mensajero se posaba de manera orgullosa. El niño que anteriormente los había atendido se escondió detrás de la pierna del hombre, mirando de manera temerosa a Zuko.
—Saludos, jóvenes—habló el hombre con voz gruesa—. Mi nombre es Hao. Y este es mi hijo Chao. ¿En qué puedo ayudarlos?
—Me gustaría enviar una carta—dijo Perseo—. Es para el Príncipe Iroh que está en el frente de la guerra, en el Reino Tierra. Pero su hijo no lo acepta debido a que está sellado.
—Y ni siquiera nos explica por qué no lo acepta—dijo Zuko, cruzándose de brazos.
Hao miró a Zuko con dureza, pero luego inclinó ligeramente la cabeza.
—Pido disculpas, su Alteza. Pero mi hijo no sería capaz de explicarlo, incluso si quisiera hacerlo. Después de todo, es mudo.
Zuko sintió como si lo hubieran abofeteado. Miró al niño, quien seguía escondiéndose detrás de la pierna de su padre. Cuando sus ojos se encontraron, él apartó la mirada con temor. Ver eso causó que un amargo sentimiento de culpa se retorciera en su pecho.
—Sí, un verdadero cretino… —musitó Perseo por lo bajo.
Antes de que Zuko pudiera disculparse por haber sido irrespetuoso, Hao miró a Perseo y le habló directamente, ignorándolo magistralmente.
—La razón por la cual no podemos aceptar tu carta sellada, es porque hay un régimen estricto de que toda correspondencia enviada hacia los soldados que están luchando en el frente debe ser examinada—explicó Hao—. De esa manera, el ejército impide que cualquier tipo de información se filtre si la correspondencia es interceptada por el enemigo.
—Oh, ya veo—asintió Perseo en señal de comprensión—. Bueno, no creo que a mi papá le moleste si revisan su carta. Después de todo, me dijo que mantiene correspondencia con el Príncipe Iroh de una manera amistosa.
—Entonces será un placer enviar la carta al Príncipe Heredero de nuestra nación.
Una vez que Perseo le entregó el pergamino y un par de monedas como señal de pago, Hao rompió el sello y leyó por unos segundos la carta. Sus ojos se abrieron ligeramente por un segundo para luego recomponerse.
—Ya veo. Así que es una carta del maestro Piandao… —reconoció él antes de enrollar cuidadosamente la carta—. Me aseguraré de que sea enviada en la próxima embarcación hacia el Reino Tierra. Lo más probable es que tarde 1 mes en recibir una respuesta, considerando que el Príncipe Iroh se encuentra asediando la ciudad de Ba Sing Se en estos momentos.
—Gracias. Se lo haré saber a mi papá.
—Así que eres el hijo del maestro Piandao… —dijo Hao, observando a Perseo con curiosidad. Su mirada luego se posó en la espada envainada que tenía en su cintura—. Veo que estás siguiendo los pasos de tu padre.
Una sonrisa orgullosa estiró de los labios de Perseo.
—Sí. Espero ser un gran espadachín como él algún día.
—Tal vez en el futuro puedas servir a tu nación con gran honor como lo hizo él en el pasado.
Perseo se rio de manera incómoda.
—No lo sé. No me interesa mucho unirme al ejército.
—Bueno, existen muchas maneras de servir a tu nación, hijo, no solo uniéndote al ejército. Incluso humildes mensajeros como nosotros servimos a nuestra nación al mantener en contacto a los soldados con sus familiares y amigos, ayudándolos a recordar por qué están luchando en esta guerra. Y tal finalmente ver la culminación de esta larga lucha.
—Lo hará cuando mi tío conquiste Ba Sing Se—declaró Zuko con convicción—. Una vez que la capital del Reino Tierra haya caído, la guerra terminará.
Han le dio una Zuko una mirada de reojo. El contraste que había entre sus dos ojos, uno pálido y el otro ámbar, era inquietante.
—Esperemos que así sea. Ya me cansé de enviar cartas a familias que les informaba de que han perdido a sus seres queridos en la guerra. Padres, madres, hermanos, hermanas, hijos e hijas… Dicen que esta guerra es una forma de expandir nuestra prosperidad y riqueza al mundo, pero solo he visto muerte y familias destruidas. Es por eso por lo que me retiré del ejército y ofrecí mis servicios como mensajero.
Zuko y Perseo tuvieron miradas sombrías al escucharlo. En particular Zuko, quien reflexionó profundamente sobre lo que el hombre había dicho. Ese era un lado de la guerra que nunca había pensado.
—Ahora, si me disculpan, debo volver al trabajo.
Hao se retiró, dejando a su hijo Chao en la recepción. El niño mudo miró de manera incómoda entre Perseo y Zuko, sin saber qué hacer.
—Fue un gusto conocerte, Chao—se despidió Perseo, saludando de manera amistosa—. Volveré mañana para enviar otra carta. Supongo que te encontraré aquí. Ah, por cierto, soy Perseo.
Chao le dio una incómoda sonrisa amistosa antes de asentir.
Luego de una última despedida, Perseo salió. Zuko permaneció por unos segundos más y, luego de un momento de vacilación, volteó a mirar al niño mudo.
—Yo… eh… lo siento—dijo él de manera rígida antes de salir del lugar rápidamente.
En un futuro próximo, evitaría volver a la casa de correos.
Las calles hechas de piedra lisa dieron paso a un camino rocoso cubierto por una ligera capa de césped a medida que Zuko y Perseo se acercaban a las orillas del enorme lago que estaba a un lado de las altas murallas del Palacio Real.
El lago, que era conocido de manera extraoficial por los ciudadanos como "La Reina", se había convertido en el lugar donde Zuko y Perseo se reunían casi todos los días para entrenar. Era un lugar espacioso y tranquilo donde no tendrían que preocuparse de ser molestados por alguien más. Perseo había propuesto entrenar allí debido a que, cuando lo hacían en la mansión de Piandao, era retado por sus discípulos. Y cuando entrenaban en el patio del Palacio Real, Azula llegaba y exigía que tuvieran otro duelo.
Zuko aún recordaba aquel día cuando Perseo huyó por todo el Palacio Real como si un espíritu vengativo lo estuviera persiguiendo. Aunque considerando que eran Azula y sus amigas quienes lo persiguieron, la analogía no era tan extraña.
Cuando llegaron a las orillas del lago, se sorprendieron de ver a un par de soldados patrullar por el lugar. Ellos inmediatamente reconocieron su presencia y se acercaron.
—Su Alteza—saludó uno de ellos a Zuko, realizando una reverencia—. Lo lamento, pero no puede estar aquí.
— ¿Qué? —inquirió Zuko con confusión—. ¿Por qué?
—Es peligroso permanecer en lugares aislados como este. Ha habido una serie de… incidentes estos últimos días.
— ¿Incidentes? ¿Qué tipo de incidentes?
—Desapariciones—respondió el otro soldado—. En el último mes, han desaparecido cuatro personas. Dos hombres y dos mujeres. Hemos estado patrullando por la ciudad buscando cualquier rastro de ellos, pero no hemos tenido éxito.
—Sospechamos que alguien está detrás de estas desapariciones—agregó el primer soldado—. Sé que usted y el hijo de Piandao frecuentan este lugar para entrenar, pero hasta que encontremos al responsable, es más seguro si usted se resguarda en el Palacio.
Zuko se sorprendió de escuchar la noticia. En las reuniones que tenía con su familia para cenar, su padre nunca había mencionado estas desapariciones. De hecho, ni siquiera los guardias del Palacio había dicho nada al respecto. Y si había algo que sabía con certeza, era que todo lo que sucedía dentro de la capital no escapaba de vista de su padre.
Sin otras opciones, Zuko y Perseo retomaron su camino. Como se encontraban cerca del Palacio Real, decidieron que irían allí para entrenar. Aunque Perseo se vio algo reacio, ya que temía que Azula volviera a aparecer para desafiarlo a un duelo.
—No pensé que este tipo de cosas sucedieran en la capital—comentó Perseo—. Quiero decir, ¿acaso no es este el lugar más seguro de toda la Nación del Fuego?
—Es la primera vez que ocurre algo como esto—señaló Zuko—. La capital de la Nación del Fuego ha gozado de paz desde hace más de cien años. Que ocurra algo como esto es inaudito.
—Entonces es de esperarse que los soldados y las personas estén tan inquietas.
Cuando llegaron al Palacio Real, los guardias los dejaron entrar sin problemas. Recorrieron los pasillos de enorme palacio hasta llegar al jardín.
Como se trataba de una sesión de entrenamiento, lo normal sería hacerlo en el patio donde la Procesión Real entrenaba diariamente, pero considerando que solo tenían un amistoso duelo de espadas y la mayoría de las veces Perseo se quedaba a dormir bajo la sombra del árbol a un lado del estanque mientras esperaba a que Zuko terminara sus lecciones de la tarde, el jardín se había convertido en su lugar de encuentro dentro del Palacio Real.
Además, podían tener un poco de privacidad, ya que el jardín solo era visitado por los miembros de la Familia Real y sus selectos invitados, sin contar a los sirvientes que trabajan como jardineros. Es por eso por lo que Zuko no se sorprendió de ver a su madre allí, dando de comer a los patos tortuga del estanque con migajas de pan.
Al percatarse de su llegada, la princesa de la Nación del Fuego se levantó y se acercó a ellos con una sonrisa amable en su rostro.
—Zuko, has vuelto. ¿Cómo ha ido tu entrenamiento con el maestro Piandao?
—El maestro dice que estoy mejorando—dijo él con orgullo—. Dijo que a este paso me convertiré en un gran espadachín.
—Me alegro mucho de escucharlo—Ursa luego volteó a mirar a Perseo y le sonrió con cordialidad—. Es un placer tenerte de nuevo es nuestro hogar, joven Perseo. Espero que no ocurra otro incidente como en su última visita.
—Eso dependerá de su hija, señora—dijo Perseo, antes de mirar por los alrededores con inquietud, como si esperar a que Azula saliera de entre los arbustos para atacarlo—. Ella no está aquí, ¿verdad?
—No. Ella está en sus clases de la academia. Disculpa su comportamiento. Ella suele ser bastante…
— ¿Desquiciada?
— ¿Insoportable? —sugirió Zuko.
—Intensa—dijo Ursa—. Aunque ha estado algo inquieta estas últimas semanas. Le ha dado más prioridad a su entrenamiento que a sus lecciones de la academia. Nunca la he visto así de… dedicada—ella le dio a Perseo una mirada curiosa—. Supongo que es debido a ti.
—Eh… ¿Lo siento? —dijo él, removiéndose incómodo.
Ursa se rio entre dientes.
—No hay razón para que te disculpes. Para una madre, siempre es un placer ver a sus hijos esforzarse tanto en aquello que los apasiona. El duelo que ustedes dos tuvieron realmente encendió una chispa en Azula. Tienes mi agradecimiento, joven Perseo. No solo estás ayudando a mi hijo a mejorar, sino también lo haces con mi hija.
Zuko vio como Perseo bajó la cabeza, con una ligera coloración rojiza en sus mejillas mientras musitaba un casi inaudible "De nada".
— ¿Están aquí para entrenar? —preguntó Ursa.
—S-sí… —respondió Perseo, recomponiéndose—. Al parecer, Zuko quiere que vuelva a patear su trasero.
— ¡Oye! —exclamó Zuko, indignado.
Ursa volvió a reírse entre dientes.
—Entonces los dejaré—dijo ella antes de volverse hacia su hijo—. Zuko, no olvides que esta tarde tienes lecciones con la maestra Jia. Se ha estado quejando conmigo de que le das más prioridad a tu entrenamiento que a tus lecciones.
—Pero sus clases son muy aburridas—se quejó Zuko.
—Sin peros, jovencito. Tus estudios son igual de importantes. Tu entrenamiento no es motivo para descuidarlos.
—Sí, mamá… —cuando escuchó a Perseo reírse de él por lo bajo, él volteó a mirarlo con irritación—. Tú cállate.
Ursa sonrió de manera divertida al ver la interacción entre ambos antes de abandonar el jardín, dejando a los dos chicos para que comenzaran con su duelo de entrenamiento.
—Tu mamá es genial—comentó Perseo, viendo como ella se alejaba.
—Sí… supongo que sí—respondió Zuko de manera distraída mientras desenfundaba su espada y las balanceaba para entrar en calor—. Aunque hay veces en las que es algo estricta.
—Eso es porque se preocupa por ti. Es alguien muy amable y cariñosa… Es como siempre pensé que sería una madre.
Había un sentimiento de añoranza en la voz de Perseo que hizo que Zuko volteara a mirarlo.
—Tú… ¿No tienes una madre? —preguntó él, siendo lo más delicado posible.
Pasó unos segundos antes de que Perseo respondiera:
—No… Nunca la conocí. Desde que recuerdo, solo somos mi papá, Fat y yo. Ni siquiera sé cómo se ve mi mamá, ni siquiera sé nombre…
La voz de Perseo, junto con su expresión, denotaban una casi imperceptible tristeza.
— ¿Tu padre nunca te lo dijo?
—Nunca se lo pregunté. Cuando mencionaba a mi mamá, él siempre se veía triste y afligido. Siempre supuse que ella falleció al tenerme. Y papá nunca me habló de ella porque le duele recordarla. Pero, aun así, al menos me gustaría saber su nombre… —Perseo volteó a mirarlo con una pequeña sonrisa triste en su rostro—. Tienes mucha suerte, Zuko. Tienes una madre que realmente te quiere y te apoya.
Zuko no podía negar eso. Incluso él se sentía afortunado de tener a una madre como Ursa. Alguien que siempre le había demostrado un amor y apoyo incondicional desde que tenía memoria. Pero a su vez, mientras más pensaba en la relación que tenía con su madre, más se hacía evidente la distante y cada vez más deteriorada relación con su padre.
Aunque no siempre fue así. Hubo un tiempo, uno del que Zuko casi ya no tiene recuerdos, donde su padre no lo trataba de manera distante y fría como lo hace ahora. Incluso podría llegar a decirse que era un padre que mostraba interés y preocupación por él. Pero todo comenzó a desmoronarse cuando él y Azula demostraron ser maestros fuego. Y con Azula demostrando tener un talento que era comparable a su mismísimo abuelo, el Señor del Fuego Azulon, alguien que era considerado un prodigio. Ozai no dudó en dirigir toda su atención hacia ella, dejando a Zuko cada vez más de lado cuando él no demostraba estar a la altura de su hermana pequeña.
—Podría decir lo mismo sobre ti—dijo Zuko en voz baja, captando la atención de Perseo—. Tú tienes el apoyo de tu padre.
—Sí… Él siempre me ha apoyado. Nunca me forzó a ser un espadachín como él, pero cuando decidí por mí mismo entrenar para ser uno, él me apoyó sin dudarlo. Me apoyó como un padre y como un maestro. Es por eso por lo que quiero ser mejor, cumplir las expectativas que él tiene en mí y, algún día, ser un espadachín tan bueno como él.
—Él está orgullo de ti. Pude verlo claramente el día de las pruebas.
Incluso hasta ahora, a Zuko aún le constaba un poco creer lo que había visto aquel día. 36 adolescentes se habían enfrentado a Perseo en un duelo de espadas y él los había vencido a todos, uno detrás de otro. Ese día, él había demostrado que era el hijo de Piandao, el hombre que había vencido a más de cien soldados de la Nación del Fuego.
La mirada que Piandao le había dado a Perseo era la de un orgullo casi palpable. Y al ver aquello, Zuko sintió envidia. Envidia porque su padre nunca lo había mirado de esa forma ni una sola vez en toda su vida. Esas miradas de orgullo y satisfacción solamente estaban reservadas para Azula.
—A mi padre ni siquiera le importó que yo sea aceptado como un discípulo del maestro Piandao—dijo Zuko, la aflicción de su mirada fue reflejada en sus espadas dao—. Pensé que, si demostraba ser digno de ser discípulo del mejor espadachín de nuestra nación, mi padre reconocería lo que puedo hacer. Que a pesar de no ser talentoso en el fuego control, no soy un… un fracaso.
¿Por qué le decía estas cosas? Tal vez porque Perseo se había abierto a él y, en cierta manera, ambos querían lo mismo. Querían hacer sentir orgulloso a sus padres y Zuko podía respetar ese deseo.
Alzó la mirada cuando Perseo colocó una mano sobre su hombro. La sonrisa comprensiva y confortante que le dio lo desconcertó.
—Zuko… No eres un fracaso. Claro, puedes llegar a ser un gruñón y un idiota la mayor parte del tiempo, pero cada día te esfuerzas en mejorar. Yo puedo ver eso—él se apartó, dándole la espalda mientras se alejaba unos pasos y desenvainaba lentamente su espada—. Y si lo que quieres es ser un mejor espadachín para que tu padre te reconozca, puedo ayudarte con eso.
Él lo encaró y adoptó su Postura de Fuego, haciéndolo parecer feroz e intimidante a pesar de solo ser un niño de doce años. Zuko sabía bien lo que Perseo era capaz de hacer al adoptar esa postura. Lo había visto y también lo había experimentado por sí mismo.
—Entonces…—comenzó él, una pequeña sonrisa desafiante y la vez burlona estiró de sus labios—. ¿Estás listo para que patee tu trasero real?
Zuko puso los ojos en blanco con ligera exasperación, pero una sonrisa divertida estiró de sus labios mientras adoptaba su propia postura, listo para enfrentar a Perseo. Sabía que no sería capaz de vencerlo, pero eso no lo disuadiría de intentarlo y dar lo mejor de sí.
A pesar de que el objetivo de estos enfrentamientos era entrenar, Zuko admitiría para sí mismo que también encontraba cierta diversión y emoción al entrenar con Perseo.
Percy
Un par de horas después de que hubieron terminado su duelo de entrenamiento (donde Percy pateó el trasero de Zuko, otra vez), Zuko fue a recibir sus lecciones mientras Percy se sentó en su lugar favorito del Palacio Real, a la sombra del árbol a un lado del estanque del jardín.
Como aún faltaba cierto tiempo para que Zuko terminara sus lecciones del día, Percy observó el relajante lugar y sintió que la calma se apoderaba de él por unos instantes antes de que comenzara a inquietarse nuevamente. Normalmente, tomaría una siesta para combatir su inquietud, era uno de sus pasatiempos favoritos. Pero ya había tomado una de alrededor una hora mientras esperaba a Zuko, así que recurrió a su segundo pasatiempo favorito.
Para combatir su creciente inquietud, Percy metió la mano dentro de las prendas de su ropa y sacó su flauta hecha de bambú. Su padre le había dicho que todo guerrero debe practicar una variedad de artes para mantener su mente despierta, viva y despejada. Y para Percy, ese arte era tocar la flauta. Era mucho mejor en ella que la caligrafía o el paisajismo.
Una vez que se llevó la flauta a los labios, una suave y tranquila melodía llenó el jardín. Sus dedos tapaban los agujeros de la flauta de manera fluida y segura, para luego dejarlos libre en el momento correcto, produciendo una agradable canción que había aprendido y dominado hace años. Había practicado con la flauta desde que tenía seis años, por lo que tocarla era como una segunda naturaleza para él. Además, era lo único que lograba calmar su mente.
Luego de varios minutos de tocar su flauta, dejó de hacerlo para tomar un respiro. Lo que no esperaba era el sonido de aplausos.
— ¡Increíble! ¡Eres muy bueno!
Percy dio un leve respingo y siguió el sonido de la voz. Alzó la cabeza para ver a la amiga de Azula, Ty Lee, sentada en la rama del árbol, quien lo aplaudía animadamente.
—No sabía que también eras bueno con la flauta, eres muy talentoso—elogió Ty Lee—. ¿No es así, Mai?
Percy volteó para ver la otra amiga de Azula, Mai, asomarse detrás del árbol con timidez.
—Fue… una linda canción—asintió ella en señal de acuerdo, aunque aún se mantuvo escondida detrás del árbol, como si temiera que la atacara
—Eh… Gracias… —dijo Percy, mirando a las dos chicas—. Espera. Si ustedes dos están aquí… ¿Significa que Azula también?
Percy miró frenéticamente por los alrededores, buscando a la chica que lo había estado buscando para tener una revancha de su duelo. Casi esperaba que ella saliera de los arbustos, lanzando bolas de fuego y exigiendo tener una revancha.
Aún sentada en la rama del árbol, Ty Lee se rio entre dientes, divertida.
—Tranquilo, Azula no está aquí—dijo ella—. Ella está bastante molesta contigo, ¿sabes?
— ¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Percy.
—La venciste en un duelo—señaló Mai—. Y también copiaste sus movimientos.
—Entonces, ¿es por eso por lo que ella y ustedes dos me cazaron como a un animal por todo el palacio hace un mes?
Tanto Mai y Ty Lee tuvieron la decencia de verse avergonzadas por ello.
—Ah, sí, lo siento por eso—se disculpó Ty Lee con una sonrisa apenada—. Aunque tú no debiste haber huido de ella cuando te desafió a una revancha.
— ¿Para que ella vuelva a arrojarme bolas de fuego y quemar mis ropas? —Percy se cruzó de brazos y soltó un bufido—. No, gracias. Creo que pasaré.
Él alzó la vista para ver que Ty Lee seguía en la rama del árbol que estaba a más de 3 metros de altura.
—Uh… ¿Estarás allí todo el día?
—Tal vez… —respondió ella, balanceando sus piernas—. Es que la vista es muy buena aquí.
—Podrías caerte y hacerte daño.
Ty Lee se rio divertida. Entonces, ella se paró sobre la rama del árbol y comenzó a realizar una serie de volteretas sobre la rama hasta que llegó al final de ella y luego saltó, giró un par de veces en el aire y aterrizó perfectamente sobre ambos pies con los brazos extendidos en una perfecta demostración de agilidad y equilibrio que dejó a Percy con la boca ligeramente abierta.
No pudo evitar aplaudir tal hazaña. Estaba seguro de que si él intentaba tal cosa se rompería un par de huesos.
—Vaya… —dijo él, algo anonadado—. Eso fue impresionante.
— ¡Gracias! —dijo Ty Lee, con una gran sonrisa en su rostro—. Me siento bastante orgullosa de mi flexibilidad y agilidad. Pasé años practicándolo. ¡Ahora incluso puedo hacer esto!
Ty Lee contorsionó su cuerpo hacia atrás y usó sus manos para sostenerse, haciendo una parada de manos perfecta. Luego, ella comenzó a arquear su espalda hasta el punto en que sus piernas estuvieran justo frente a su rostro y miró a Percy de manera expectante.
— ¿Qué piensas? —inquirió ella, como si realizar tal muestra de flexibilidad no fuera nada para ella.
—Uh… Eh… Impresionante—dijo Percy, aun sintiéndose algo desconcertado al ver tal muestra de flexibilidad fuera posible—. Eres muy… talentosa.
— ¡Gracias! Pero si hablamos de talentos, yo creo que el de Mai es más impresionante. No cualquiera puede hacer lo que ella hace. ¡Muéstrale, Mai!
Mai se removió incómoda cuando Percy y Ty Lee la miraron.
—Yo… no lo sé—dijo ella, insegura.
— ¡Oh, vamos! ¡Has practicado con tus cuchillos tanto como yo he practicado mis acrobacias!
— ¿Cuchillos? —inquirió Percy, ahora siendo él quien se veía inseguro.
—Descuida—le tranquilizó Ty Lee—. Mai nunca ha fallado antes. ¡Vamos, Mai! ¡Hazlo!
Percy debía admitir que, a pesar de estar algo inseguro, también sentía algo de curiosidad.
Cediendo a la presión social, Mai salió detrás del árbol y, algo vacilante, sacó un cuchillo de sus ropas. No era un típico cuchillo de cocina, sino uno arrojadizo. Percy lo reconoció porque había visto a su papá forjar muchos de ellos para luego venderlos.
—Prueba con esto.
Ty Lee sacó una manzana de sus ropas y se la enseñó a Mai. Con un asentimiento entre ambas, Ty Lee lanzó la manzana al aire, el cual dio un arco antes de comenzar a caer. Mai no le apartó el ojo por un segundo y, súbitamente, arrojó uno de sus cuchillos, el cual logró no solo atinarle a la manzana, sino que también la incrustó a uno de los árboles que estaba del otro lado del jardín.
—Wow… eso si fue impresionante—elogió Percy, viendo sorprendido a la manzana incrustada a más de diez metros.
—Uh… gracias—musitó Mai, a pesar de que bajó la cabeza con timidez, una pequeña sonrisa estiró de sus labios.
—Hey, hey, Perseo. Tengo una idea—intervino Ty Lee con una sonrisa emocionada en su rostro—. ¿Qué te parece si Mai te arroja sus cuchillos y tú los golpeas con tu espada? ¡Eso sí sería algo impresionante!
Ella hizo un ademán de que estaba sosteniendo una espada y comenzó a balancearla de un lado a otro, haciendo acrobacias exageradas de los movimientos de un espadachín.
—Eso… sería algo peligroso—dijo Percy, recibiendo un asentimiento en señal de acuerdo de Mai.
Aunque una parte de él consideró la idea.
Fue en ese momento donde el sonido de una discusión llamó su atención. Los tres voltearon para ver a Zuko y Azula entrar al jardín mientras discutían. O al menos, era Zuko quien parecía estar reclamándole algo a su hermana pequeña mientras ella se veía indiferente a sus reclamos.
—Él no lo aceptará, y lo sabes—decía Zuko.
Azula rechazó sus palabras con un gesto de mano.
—Zuzu, ¿qué te hace pensar que tiene opción?
—Te ha estado rechazando desde la última vez, ¿recuerdas?
— "Huyendo" sería el término más adecuado. Es un cobarde.
—Yo diría que es un holgazán sin interés. Es la persona más vaga que haya conocido.
"¿Por qué presiento que están hablando de mí?", pensó Percy.
Una vez que ambos hermanos llegaron a donde estaban ellos, Azula miró a Percy con un ceño fruncido, pero también había un brillo de curiosidad en sus ojos, como si estuviera viendo un animal exótico que nunca había visto.
—Otra vez estás aquí—comentó ella, alzando una ceja—. Dime, ¿volverás a huir como un conejo de orejas caídas?
—Depende, ¿me volverás a perseguir como un lagarto mangosta? —replicó Percy.
—Debiste haber aceptado mi revancha.
—Y tú debiste haber aceptado un "no" por respuesta.
—Soy un miembro de la Familia Real de la Nación del Fuego—declaró ella—. Si decimos a plebeyos como tú que hagan algo, ustedes lo hacen sin cuestionar.
—Más bien eres un Real dolor en mi trasero.
A su lado, Ty Lee bufó y se tapó la boca con las manos, ahogando su risa. Aunque todo rastro de diversión desapareció de su rostro cuando Azula le lanzó una mirada ceñuda.
—Escucha, chica fuego—dijo Percy, intentando ser lo más diplomático posible—. Solo acepta que te patee el trasero y vive con ello. No estoy interesado en volver a pelear contigo.
Sí, la diplomacia no era lo suyo.
—Dices eso, pero te veías bastante interesado en mis movimientos durante nuestro duelo—Azula se observó las uñas, como si estuviera buscando un defecto minúsculo en ellos—. No puedo culparte, no todos los días te enfrentas a un prodigio como yo. Incluso llegaste a utilizar mis movimientos en el día de las pruebas de los candidatos.
El tono acusatorio no pasó desapercibido para Percy. A pesar de lo arrogante que sonaba su declaración, Azula tenía razón. En aquel duelo había visto movimientos que no creía que un maestro fuego era capaz. Lo fiero que podría llegar a ser. Ciertamente, fue una experiencia de aprendizaje donde se percató de que apenas había comenzado a comprender lo que era el arte del fuego control.
—Te dije que está molesta—le musitó Ty Lee a Percy por lo bajo.
—Sí, creo que pude deducir eso—le respondió él.
—La postura que usaste aquel día, lo llamas "Postura de Fuego", ¿no es así? —preguntó Azula.
—Sí… ¿Y qué con eso? —cuestionó Percy, cauteloso.
—Creaste esa postura basándote en los movimientos de un maestro fuego. Un nombre apropiado, he de decir. En nuestro duelo, usaste esos movimientos, pero eran los movimientos básicos de fuego control—sus ojos ámbares parecieron brillar cuando lo miró con intriga—. En cambio, durante las pruebas, eso cambió. Usaste mis movimientos, los mismos que usé durante nuestro duelo. Y a pesar de que fue tosco y descuidado, es algo destacable.
—Uh… ¿Gracias? —dijo Percy, sin saber si ella lo estaba reclamando, criticando o elogiando.
—Yo podría ayudarte a perfeccionarla—ofreció Azula, tomando a todos por sorpresa—. Imagina lo lejos que podrás llegar a mejorar esa postura tuya si tienes como referencia a un prodigio del fuego control como yo.
Todos quedaron perplejos ante la oferta de Azula. Desde el punto de vista de Percy, ella no parecía ser alguien que simplemente ofrece ayuda por la bondad de su corazón. Tal vez sea por lo bueno que sonaba la oferta, o la sonrisa aparentemente inocente en el rostro de Azula, pero Percy tenía sus dudas.
— ¿Cuál es la trampa? —preguntó directamente él—. ¿Qué es lo que quieres a cambio?
La sonrisa no abandonó el rostro de Azula en ningún momento.
—Supongo que podríamos ayudarnos mutuamente a mejorar en nuestras respectivas artes. Sin duda, serías un buen compañero de entrenamiento, considerando que también eres un prodigio. ¿Qué dices?
Eso no aplacó las dudas y el recelo que sentía Percy. De hecho, los aumentó. Era demasiado sospechoso para él que Azula le diera esta oferta considerando lo que escuchó en la conversación que ella tuvo con el príncipe Ozai el día de las pruebas de los candidatos.
— ¿Qué es lo que tramas, Azula? —preguntó Zuko, entrecerrando los ojos con sospecha hacia su hermana.
—Me hieres, Zuko—dijo ella, llevándose una mano al corazón—. No estoy tramando nada.
— ¿Entonces por qué quieres ayudarlo?
—Ya lo dije. Quiero que Perseo sea mi compañero de entrenamiento. Nos ayudaremos mutuamente a perfeccionar nuestras disciplinas. Simplemente, ofrezco mi ayuda a alguien quien claramente tiene un gran potencial. Alguien que, a su propia manera, fue bendecido con un talento único y no se conformó con ello. Lo trabajó y lo pulió hasta crear algo único. Talento y trabajo duro, son dos cosas que puedo reconocer—ella volteó a mirar a Percy con una mirada inquisitiva en sus ojos—. Pero dime, Perseo, ¿también posees ambición? ¿La ambición de querer ser el mejor?
Ambición… Percy solo tenía una ambición; ser un gran espadachín como su padre.
Había comenzado a transitar por ese largo camino y, desde el principio, había recibido la ayuda de otros. De su padre, quien le enseñó las lecciones básicas y fundamentales para un espadachín. Y de Lee, su amigo quien le enseñó los movimientos básicos de un maestro fuego, ayudándolo a crear su postura de fuego. Si había progresado tanto este último año, fue por su ayuda.
Para poder llegar a ser un gran espadachín como su padre, Percy reconoció que necesitaba de la ayuda de otros, pero… ¿Aceptaría la oferta de alguien como Azula, quien claramente esconde algo al querer ayudarlo?
Antes de que pudiera responder, el sonido de ajetreo lo distrajo. Todos voltearon para observar a un grupo de guardias correr por los pasillos del Palacio Real con urgencia. Pareciera ser como si estuvieran bajo ataque y se preparaban para la batalla.
Intrigados, los cinco siguieron a los soldados, quienes se aglomeraron en las puertas de las murallas que rodeaban al Palacio Real.
—Oye, tú—llamó Azula con autoridad a uno de los guardias—. ¿Qué está sucediendo?
—Su alteza. Por favor, permanezca dentro del palacio—dijo el guardia—. No es seguro en el exterior.
— ¿No es seguro? ¿Qué fue lo que sucedió? —inquirió Zuko.
Una expresión sombría se instaló en el rostro del guardia.
—Ha habido otra desaparición, pero esta vez ha ocurrido en el atardecer y no al anochecer, lo que pone inquieto a los ciudadanos.
—Otro más… ¿Quién desapareció esta vez? —preguntó Percy.
—El hijo de Hao, el mensajero de la ciudad. Un niño llamado Chao… solo tenía diez años…
Percy y Zuko abrieron los ojos con sorpresa y se miraron, perplejos. Habían conocido al niño hace tan solo unas horas atrás.
—Entiendo que es preocupante que otro ciudadano haya desaparecido—dijo Azula, viéndose indiferente ante la desaparición de un niño—. Pero no entiendo el motivo de la inquietud los soldados.
El guardia tragó audiblemente con nerviosismo antes de responder:
—La razón detrás de eso es que un guardia afirma que vio al causante de las desapariciones. Dijo que el causante… era el espíritu de un monstruo.
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