Capítulo 10

Festival de verano

Percy

El sonido de espadas chocando fue audible mientras Percy se batían en un amistoso, pero a la vez intenso duelo con su padre. A pesar de haber entrenado durante más de un año en el arte de la espada y haber creado un propio estilo de combate que había estado perfeccionando luego de su experiencia con maestros fuego y otros espadachines, Percy aún se veía incapaz de vencer a su padre. Cada corte o estocada que realizaba, Piandao las desviaba o las detenía con una asombrosa precisión. No obstante, Percy también demostró ser un espadachín capaz al ser capaz de defenderse de los ataques de su padre, ya sea desviándolos o esquivándolos.

Cuando sus espadas chocaron y forcejearon para intentar dominar al otro, Percy sorprendió a Piandao al demostrar una fuerza superior, obligándolo a retroceder. Con un gruñido de esfuerzo, Percy rompió la guardia de Piandao, dejándolo expuesto a una estocada que logró esquivarlo a tiempo, pero parte de su ropa fue rasgada.

Piandao retrocedió y miró su ropa dañada. Su abdomen estaba expuesto, donde podía verse una notoria cicatriz. Percy se estremeció al ver aquella cicatriz, su garganta se cerró de una manera casi dolorosa y su corazón se apretó con culpa. Él conocía muy bien esa cicatriz.

Después de todo, Percy mismo se lo había hecho.

—Estás mejorando, hijo—dijo Piandao, sacándolo de sus pensamientos culposos—. Mucho más rápido de lo que anticipaba. Eres un mejor espadachín de lo que yo fui a tu edad.

—Quizás algún día sea mejor que tú—respondió Percy.

—De lo contrario, yo te fallé como maestro… y como padre.

Percy frunció levemente el ceño a la vez que una mirada conflictiva aparecía en su rostro.

— ¿Ocurre algo? —preguntó Piandao, viendo como la postura de Percy flaqueó.

Aprovechando que estaban solos en el pequeño jardín de la mansión, Percy decidió finalmente hablar con su padre de aquello que lo había estado carcomiendo desde que se enfrentó al Jiang Shi hace unos días.

—Papá, yo… descubrí algo raro la otra noche.

— ¿La noche en la que te escabulliste mientras había un espíritu maligno secuestrando personas?

Percy se rio de manera incómoda.

—Ah, sí… esa noche.

La mirada de Piandao se suavizó.

—No estoy enojado contigo, hijo. Salvaste a personas inocentes de un destino trágico. Y estoy orgulloso por lo que hiciste. Pero fue peligroso e imprudente. Podrías haber salido herido.

—Sí, sobre eso… ¿Me prestas tu espada?

Piandao arqueó una ceja con confusión, pero le dio su espada. Percy la tomó con la mano derecha, por suerte era una simple espada de entrenamiento. No creía que a su padre le gustaría lo que le sucedería a su preciada espada, considerando lo que tenía en mente.

Percy dio un profundo respiro, haciendo a un lado cualquier sentimiento de duda que tenía antes de extender su brazo izquierdo y levantar la espada.

—Percy, ¿qué estás…?

Las palabras quedaron ahogadas en la boca de Piandao cuando Percy bajó la espada con fuerza sobre su brazo y, en lugar de cortarlo como cualquiera esperaría, la hoja se quebró en pedazos como si estuviera hecha de vidrio y no de acero forjado capaz de cortar la carne. Percy levantó su brazo, mostrando el lugar donde la hoja hizo contacto con la piel, el cual ni siquiera tenía un solo rasguño.

—Oh…—parpadeó Piandao, viéndose sorprendido, pero se recompuso rápidamente—. Así que lo descubriste.

Percy definitivamente no esperaba esa respuesta.

—Espera, ¿qué? —la confusión era evidente en su voz—. ¿Lo sabías?

Piandao simplemente arqueó una ceja.

—Percy, fui yo quien te crio, por supuesto que sabía que tienes un cuerpo que, hasta donde yo sé, es invulnerable. Lo descubrí cuando tenías tres años y te metiste mi espada en tu boca.

—Oh… —Percy se rio entre dientes, sintiéndose apenado—. ¿Eso pasó?

—Sí. A Fat casi le dio un ataque al corazón cuando te vio masticar la punta de mi espada como si fuera un caramelo.

—Entonces, Fat también lo sabe.

Piandao asintió.

—Él y yo acordamos de que sería mejor si descubrieras por ti mismo tu… invulnerabilidad. Considerando que no sabríamos cómo explicártelo.

—Espera… ¿No saben por qué soy así?

—Desgraciadamente, no—admitió Piandao—. Mi única suposición es que, cuando naciste, fuiste bendecido por un espíritu.

— ¿Un espíritu puede hacer algo como esto?

—Hasta donde yo sé, los espíritus son capaces de hacer cosas que están más allá de nuestra imaginación. Incluso son capaces de otorgar vida. Ser bendecido con un cuerpo invulnerable no suena a algo imposible para ellos.

—Pero… ¿Por qué yo? ¿Por qué algún espíritu querría hacerme invulnerable?

—Desearía poder decírtelo, Percy. Pero no lo sé. Los espíritus actúan de manera misteriosa y su razonamiento está mucho más allá del nuestro. A menos que encontremos al espíritu causante, no creo que sepamos la respuesta.

—Y que hay de… ¿Mi mamá? —preguntó Percy, tentativamente—. ¿Ella sabía sobre esto?

—Tu madre…

El rostro de Piandao reflejaba un verdadero conflicto, como si estuviera buscando las palabras adecuadas para explicar algo que ni él mismo comprendía.

—No lo sé, hijo—terminó diciendo—. Si es que sabía sobre tu invulnerabilidad o no, ella nunca me lo dijo.

Percy frunció el ceño, sintiéndose cada vez más frustrado. Pensó que su padre sabría por qué él era… así. Pero solo le dio más preguntas que respuestas. Solo lo hizo sentir aún más extraño, como si no tuviera ya suficiente con ser un maestro agua en la Nación del Fuego. Ahora no solo tendría que ocultar sus poderes sobre el agua, sino el hecho de que también tenía un cuerpo invulnerable.

Lentamente, y con gran vacilación, Percy se llevó una mano al pecho, justo donde estaba su corazón. Al tocarlo, inmediatamente sintió una punzada de dolor recorrer en todo su cuerpo. Apretó los dientes para evitar soltar un quejido de dolor a la vez que apartaba la mano de su pecho.

Invulnerable… excepto en una parte.


Luego de que terminó sus lecciones de espada con su padre y con sus discípulos (donde volvió a patear el trasero de Qiang y sus amigos) Percy salió de la mansión y caminó por las calles de Hari Bulkan. Ahora que habían atrapado al causante de las desapariciones, los ciudadanos se sentían más cómodos y seguros de caminar por las calles sin preocupaciones. Percy miró con curiosidad como las personas comenzaban a decorar las casas y las calles con distintos tipos de adornos llamativos de color rojo y dorado. Se preguntó si es que habría algún tipo de celebración pronto.

Cuando llegó a la casa de correos, Percy vio a un soldado haciendo guardia. Cuando lo vio llegar, una sonrisa estiró de los labios del hombre.

—Saludos, joven Perseo—habló el soldado, inclinando la cabeza.

—Eh… Hola—saludó Percy, algo vacilante—. ¿Te conozco?

—Usted no me conoce a mí, pero yo sí a usted. Sería difícil no hacerlo cuando todos los soldados de la ciudad hablan sobre un chico espadachín de doce años que, junto con los hijos del príncipe Ozai, salvó a los ciudadanos que fueron secuestrados y asesinó a un espíritu maligno.

—Oh, eso… —Percy se removió, sintiéndose algo incómodo al recordar como mató al Jiang Shi—. Solo estuve en lugar indicado en el momento indicado.

—Y supiste como actuar—asintió el soldado, viéndose complacido—. No muchos habrían logrado lo que tú hiciste. Serías un gran soldado.

—Uh… gracias.

Percy se despidió del soldado con un asentimiento, quien se puso firme y lo dejó pasar a la casa de correos. Era… extraño recibir tanto reconocimiento de un desconocido.

Dentro, Percy pudo ver que se veía exactamente igual que cuando lo visitó hace unos días. Cuando tocó la pequeña campana que estaba en el escritorio, Chao no emergió debajo de la mesa, sino que apareció de entre los numerosos estantes que había en el lugar.

Al verlo, los ojos del niño se abrieron en señal de sorpresa y rápidamente se acercó a él.

—Hola, Chao—saludó Percy, sonriendo al niño—. Veo que ya estás mucho mejor.

El niño asintió animadamente y realizó un par de gestos con las manos que Percy no entendió.

— ¿Qué?

—Él dijo: Gracias a ti

Percy miró sobre el hombro de Chao para ver a Han acercarse a ellos. El águila mensajera en sus ojos batió sus alas y soltó un chillido.

— ¿Eso dijo? —inquirió Percy, confundido.

—Al no poder hablar, Chao se comunica a través de señas y gestos—explicó Han—. El hecho de que él sea mudo no impide su comunicación con los demás.

—Oh, ya veo—Percy miró a Chao, impresionado—. Eso es increíble.

Chao sonrió de oreja a oreja y alzó dos dedos.

—No he tenido la oportunidad de agradecerte apropiadamente por lo que has hecho, joven Perseo—dijo Han, inclinándose hasta que su cabeza estuvo paralelo al suelo—. Salvaste la vida mi hijo. Y por eso, te estaré eternamente agradecido.

Chao imitó la acción de su padre, inclinándose profundamente ante Percy.

—Oigan, no hay necesidad de eso—dijo Percy, sintiéndose incómodo ante tanta muestra de respeto—. Además, no fui el único. Zuko y Azula me ayudaron a encargarme del secuestrador. Y Ty Lee y Mai fueron quienes pusieron a salvo a las personas.

—Sí, me dijeron que los hijos del príncipe Ozai también ayudaron. El futuro de nuestra nación se ve prospero con ellos como nuestros futuros líderes.

Percy pensó sobre Zuko y Azula gobernando la Nación del Fuego. Zuko podría llegar a ser un buen gobernante, aunque algo temperamental. Y Azula… solo pudo imaginarse fuego mientras una siniestra y sádica risa resonaba. Un escalofrío recorrió su espalda al pensar en ello.

—Por cierto, ¿a qué debemos tu visita, joven Perseo? —preguntó Han.

—Oh, sí. He venido a enviar una carta—dijo Percy, sacando una carta del interior de su ropa—. Es para un amigo en la isla de Shu Jin.

—Shu Jin… es una isla de la parte más externa de las Islas del Fuego. No hay problema. Un halcón mensajero tardará alrededor de un día en ir hasta allí—Han señaló al halcón en su hombro—. Dos si se trata de un halcón muy perezoso como Ceniza.

El halcón que estaba en su hombro dio un chirrido y picoteó la cabeza de Han, como si le hubiera entendido y se hubiera molestado por ello. Han le dio un manotazo al halcón, quien huyo espantado y voló hasta una de las repisas, donde volvió a soltar un chirrido antes de acicalarse las alas con su pico.

—Halcón perezoso… —masculló Han.

Percy le entregó la carta a Chao, quien lo recibió con gusto. Cuando metió la mano dentro de su ropa para sacar un par de monedas, Han levantó la mano.

—La paga no será necesario, joven Perseo.

— ¿Eh? ¿Por qué? —preguntó Percy.

—Es lo mínimo que puedo hacer por usted luego de lo que hizo por mi hijo. Si desea enviar una carta en el futuro, no dude en venir con nosotros. Nuestro servicio siempre será gratuito para usted.

Percy estaba a punto de rechazar su oferta, pero cuando vio la sonrisa llena de agradecimiento de Han y la mirada casi suplicante de Chao, fue incapaz de hacerlo. Supuso que esta era su manera de agradecerle y pagarle por lo que había hecho.

—Está bien—aceptó Percy—. Gracias por su amabilidad.

—Cuando guste, joven Perseo.

—Volveré en unos días por si recibo una respuesta. Hasta entonces.

Cuando Percy se dispuso a salir de la casa, Chao dio la vuelta al escritorio y se acercó a él para envolverlo en un fuerte abrazo, dejando a Percy estático en su lugar. Al separarse del abrazo, Chao nuevamente hizo un gesto con su mano, llevando la punta de sus dedos al mentón y luego lo empujándolo hacia adelante.

—Él dice: Gracias —aclaró Han.

Percy no pudo evitar sonreír.

—De nada—dijo él, extendiendo el puño para que Chao lo golpeara, el cual lo hizo con una gran sonrisa emocionada en su rostro.

—Hasta luego, joven Perseo—se despidió Han—. Disfrute del festival.

— ¿Festival? —preguntó Percy, curioso.

—Sí, el festival del Solsticio de Verano. Es una celebración que se hace cada año por ser el día donde hay mayor luz solar. Hay quienes incluso creen que las guerras de unificación de Islas de Fuego culminaron durante el Solsticio de Verano y la celebración de ese acontecimiento perdura hasta hoy en día. Los miembros de la nobleza ven a este día como un momento de reflexión y superación personal. Pero, si me lo preguntas, prefiero la manera en la que celebran las personas de Harbor City.

Percy se sentía cada vez más intrigado. Era la primera vez que escuchaba una celebración como esta. En Shu Jin, no había ningún tipo de celebración o festival a excepción del año nuevo o el día de la fundación del pueblo.

— ¿Cómo lo celebran? —preguntó él.

Una sonrisa estiró de los labios de Han

—De la mejor manera posible; con comidas, juegos, teatros y fuegos artificiales—Han colocó una mano sobre la cabeza de su hijo—. Chao y yo siempre asistimos. Es uno de sus días favoritos. Y me alegro de poder celebrarlo junto a él este año.

Al salir de la casa de correos, Percy estaba realmente interesado en participar en esta celebración. Cuando Han dijo que habría comida, inmediatamente había captado su atención e interés. Tenía curiosidad por saber cómo sería la comida en la capital de la Nación del Fuego. Seguramente habría platillos que nunca había probado, lo que ocasionó que casi comenzara a babear.

Tal vez podría ir con Zuko, pero ahora, tenía algo más de lo que ocuparse.


Percy caminó por las calles de la ciudad y se dirigió hacia el lago La Reina. No le tomó mucho tiempo llegar allí y, cuando lo hizo, fue a la parte más externa del lago hacia la enorme saliente de roca. Observó por los alrededores, verificando que no hubiera nadie antes de adentrarse en la enorme grieta en la roca. En unos minutos llegó a la cueva donde el Jiang Shi había traído a sus víctimas. El lugar se veía igual. Oscuro, húmedo y lúgubre. Nadie se había atrevido a venir allí desde el incidente. Nadie, excepto Percy.

Él fue detrás de uno de los pilares y sacó varias antorchas que había escondido allí. Sacó una caja de cerillos y las encendió, iluminando la cueva. Usó las antorchas para iluminar su camino y dirigirse al interior de la cueva donde se encontraba el cenote. No vio a ninguna foca iguana, pero Percy pensó que era lo mejor. No quería distracciones.

Luego de encender una segunda antorcha y clavar ambos en los bordes de agua, se quitó su espada y la apoyó sobre una roca para luego mirar fijamente el agua.

Mientras miraba su propio reflejo en el agua, Percy podía ver el conflicto crecer en su interior, el cual se reflejaba en su rostro. Se sentía reacio, incluso algo disgustado de tener que hacer esto, pero sabía que la única razón por la que había matado al Jiang Shi fue por sus poderes sobre el agua. Fueron sus poderes lo que habían salvado a Zuko y Azula de aquel espíritu. Incluso si odiaba tener que recurrir a ellos, sabía que no hacerlo sería no aprovechar al máximo de lo que era capaz. Su padre siempre le había enseñado de que un verdadero guerrero siempre busca la superación personal, y eso incluía tanto sus habilidades con la espada como su manejo del agua.

Con un profundo suspiro de resignación, Percy miró al cuerpo de agua y se concentró en él. No sabía cómo hacer esto, nunca lo había hecho voluntariamente. Sabía que el arte del control se basaba en movimientos elegantes y precisos, pero nunca había visto a un maestro agua. No sabía cómo se movía uno para controlar el agua. Así que simplemente hizo lo que le pareció correcto, extendió su brazo derecho, con su mano apuntando al agua y se concentró.

Unos segundos después, comenzó a sentir algo retorcerse en su estómago. Tal vez fue porque tenía hambre, porque lo tenía, siempre tenía hambre. Pero no fue eso, sabía que era algo más. Se concentró en ese sentimiento, el cual se volvía cada vez más intenso y, entonces, sucedió.

De manera lenta, pero constante, una porción alargada de agua comenzó a elevarse, fluyendo en contra de la gravedad y dirigiéndose a su mano. El agua luego comenzó a reunirse en una esfera del tamaño considerable y se mantuvo suspendido en el aire sobre la mano de Percy.

Inconscientemente, él sonrió. Controlar el agua se sentía tan… natural. Después de estudiar por un año junto a Lee el fuego control, sabía que el control se trataba de movilizar el chi dentro de tu cuerpo para estar en armonía con el elemento que controlabas. He allí la razón de realizar los distintos katas. Pero Percy había descubierto que él era diferente. No tenía que hacer los tediosos movimientos para controlar el agua, solamente hacía falta concentrarse en ello, mover un poco las manos y el agua lo obedecería. Se preguntó si el control del agua le resultaba tan natural porque fue bendecido por un espíritu, tal vez un espíritu del agua.

Decidiendo intentar algo con más poder, Percy soltó la bola de agua, el cual cayó con un chapoteo. Luego, levantó ambos brazos con fuerza y el agua respondió a su orden, elevándose bruscamente hasta alcanzar el techo. Al agitar su brazo a la derecha, una gran porción de agua fue directamente hacia la pared de la cueva con una fuerza considerable. Ocurrió lo mismo cuando agitó su brazo a la izquierda. El agua respondía a sus órdenes inmediatamente y hacía exactamente lo que él quería.

Se concentró en extraer una porción de agua, que giró alrededor de él como una serpiente y luego, con un movimiento de su mano, lo envió hacia uno de los pilares. La fuerza que había detrás del agua fue suficiente para agrietar levemente la piedra, pero no lo rompió. Repitió el proceso, concentrándose para controlar más agua y enviarla con más fuerza, logrando esta vez romper el pilar de roca. Percy sonrió. Si algo como eso era capaz de romper la roca, no quería imaginar lo que le haría al cuerpo de una persona.

Esta vez quiso probar que tanta agua podía controlar. Se paró frente al cenote y extendió ambas manos hacia el agua. Cerró los ojos y se concentró. El sentimiento en su estómago se hizo más intenso. Sus brazos comenzaron a temblar, como si estuviera sosteniendo algo increíblemente pesado. Cuando abrió los ojos, un jadeo de sorpresa escapó de su boca. Toda el agua del cenote se había acumulado para formar una ola que alcanzaba hasta el techo y amenazaba con caer y arrasar todo a su paso.

Inconscientemente, Percy dio un paso hacia atrás con miedo y cayó sobre su trasero cuando un recuerdo destelló en su mente. Los gritos de súplica de su padre para que se detenga, el cual luego fue reemplazado un fuerte grito de dolor.

Percy perdió la concentración y el agua cayó con fuerza sobre él, empapándolo y apagando las antorchas, dejándolo en la oscuridad.

Era por eso por lo que no quería usar sus poderes sobre el agua porque, cada vez que lo hacía, recordaba la primera vez que los usó.

Solo tenía seis años y, un día mientras estaba en la bañera, descubrió que podía controlar el agua. Al principio se emocionó, ¿quién no lo haría al descubrir que era un maestro? Y cuando se esforzó en ver que tan bien podía controlar el agua, todo el baño fue completamente destruido. El agua que había en las cañerías había explotado e inundado todo el baño. Percy se aterró cuando el agua se arremolinó salvajemente a su alrededor, como si tuviera vida propia. El agua parecía responder a su intenso miedo, haciéndose más salvaje y cuando su padre apareció, Percy extendió su mano hacia él, gritándole por ayuda. Pero el agua respondió a su movimiento y atacó a su padre. Aún recordaba el grito de dolor de su padre cuando un carámbano de hielo se incrustó en su estómago. Si hubiera perforado más profundo, sin duda lo habría matado.

Desde ese día, Percy sabía que tenían un gran poder sobre el agua, pero ese mismo poder lo aterraba. Si no tenía cuidado en controlarlo, sería capaz incluso de lastimar a quienes amaba. Y él vivía con ese constante miedo. Miedo a perder el control.

Percy se sujetó la cabeza mientras se concentraba en controlar su respiración, sintiéndose extrañamente exhausto. Su corazón latía fuertemente en su pecho y un sudor frío recorría su frente.

Luego de unos minutos, finalmente logró calmarse. Con un profundo suspiro se levantó y fue a volver a encender las antorchas, las cuales estaban empapadas, pero con un simple gesto de su mano estuvieron completamente secas. Las llamas iluminaron la cueva y Percy volvió a mirar el cenote, apretando los labios con recelo y preparándose mentalmente para volver a intentarlo.


El sol había comenzado su lento descenso del cielo para cuando Percy salió de la cueva, dando por finalizado su entrenamiento secreto. Se había enfocado principalmente en la precisión y el control de sus poderes, no en la fuerza, el poder o ver que tanta agua podía controlar. Ahora, lo que él necesitaba no era poder, sino control.

Las calles de la ciudad estaban casi vacías cuando transitó por ellas. De no saber que se trataba de una celebración donde todos pasaban dentro de sus casas, Percy pensaría que estaban asustados por otro secuestro.

Cuando llegó al Palacio Real, los guardias le asintieron en señal de reconocimiento, incluso le sonrieron. Lo dejaron pasar sin problemas, sabiendo que era un visitante frecuente. Percy no perdió el tiempo y fue directo al jardín a esperar a que Zuko terminara con sus lecciones diarias. Hoy no se había presentado a entrenar con Piandao, pero pensó que era porque estaba atrasado con sus estudios.

Al llegar al estanque donde normalmente tomaba una siesta, vio que alguien más estaba su lugar designado. La reconoció como la mamá de Zuko y Azula, la princesa Ursa.

—Hola, joven Perseo—saludó Ursa con una sonrisa cordial.

—Hola, señora Ursa—devolvió el saludo con un asentimiento.

Él miró con curiosidad como Ursa se encontraba de cuclillas frente al estanque, dando de comer a los patos tortugas con migajas de pan.

—He de suponer que estás aquí para ver a Zuko—dijo Ursa, ofreciendo una migaja de pan al pato tortuga, quien lo tomó directamente de su mano—. Tendrás que disculparlo. El día de hoy sus lecciones son mucho más largas de lo normal. Y no creo que tenga la suficiente energía para una sesión de entrenamiento.

—Oh, descuide. No vine a entrenar con él. Solamente vine a pasar el rato y luego ir con él al festival.

— ¿Festival? —inquirió Ursa, arqueando una ceja con curiosidad—. ¿Te refieres al festival del Solsticio de Verano que se hace en Harbor City?

—Sí. No hay festivales como estos de dónde vengo. Nunca he ido a ninguno, así que tengo algo de curiosidad.

—Bueno, Zuko tampoco ha ido nunca al festival que se celebra en Harbor City. Normalmente, se la pasa dentro del palacio este día.

— ¿Qué? ¿Nunca ha ido? —preguntó Percy, sorprendido—. ¿Por qué? Suena divertido.

Una sonrisa triste estiró de los labios de Ursa.

—Mis hijos nunca han tenido tiempo ni interés en participar de este tipo de festividades. Siempre se han enfocado más en sus lecciones o su entrenamiento. Y aunque me enorgullezco de su dedicación, no puedo evitar pensar que no están aprovechando su infancia. Zuko tiene catorce años, pero no tiene ningún amigo. Y Azula tiene doce años, es solo una niña, pero está más interesada en entrenar y estudiar que disfrutar de su niñez.

Percy pensó sobre ello. Su infancia no fue fácil, entre tener que ocultar sus poderes y esforzarse en no ser una decepción para su padre, Percy sentía una gran carga. No fue fácil crecer siendo el hijo del mejor espadachín de la Nación del Fuego. Pero eso no se comparaba con la presión que habrán sentido Zuko y Azula de crecer siendo los hijos de un príncipe, de ser miembros de la Familia Real. Crecer sabiendo que debía de ser ejemplos para las personas comunes, sabiendo que en el futuro serían los encargados de liderados. No se imaginaba crecer con ese tipo de presión sobre sus hombros.

—Hay algo en lo que se equivoca, señora Ursa—dijo Percy, llamando la atención de la princesa—. Zuko si tiene un amigo. Yo. Y me aseguraré de que conozca este festival. Lo arrastraré de su coleta si es necesario.

Ursa lo miró sorprendida, pero luego soltó una pequeña risita en señal de diversión.

—Me alegro de que mi hijo tenga un amigo como tú—dijo ella—. Él ha vivido toda su vida siendo un miembro de la Familia Real, el primogénito del segundo príncipe de la Nación del Fuego. Es bueno que sea amigo de alguien que más allá de eso. Gracias.

—No… no hay de que—respondió Percy, sintiéndose algo avergonzado ante el elogio.

—Si vas al festival en Harbor City, ¿te importaría también invitar a Azula?

— ¿Azula?

Percy se imaginó a Azula en un festival, comiendo y jugando como una niña normal de su edad. Era una imagen tan surrealista que fue difícil de pensar en ella.

—Sí. Será una buena experiencia para ella. Por favor.

La mirada que Ursa le dirigió era casi suplicante. Percy no pudo negarse.

—Está bien—cedió él—. La invitaré, aunque dudo que acepte.

Los hombros de Ursa se relajaron, como si se hubiera librado de un gran peso.

—Te lo agradezco—suspiró ella—. Azula se encuentra en su salón de entrenamiento privado en este momento. Ha estado allí desde que volvió de la academia. Ella siempre dedica muchas horas de su tiempo a su entrenamiento.

—Es alguien muy dedicada—comentó Percy.

No pudo evitar pensar en la oferta de entrenar juntos que le había hecho Azula hace unos días. Antes, sentía dudas y recelo de aceptarlo. Pero luego de lo que había ocurrido con el Jiang Shi y luego de que él había comenzado a entrenar secretamente sus habilidades de agua control, Percy estaba más abierto ante la idea de aceptar la oferta de Azula para perfeccionar sus habilidades con la espada.

—Si ha estado entrenando durante horas, debe de estar cansada—comentó Percy, distraídamente—. Y hambrienta. Siempre tengo hambre después de entrenar.

Los ojos de Ursa parecieron brillar, como si se le ocurriera una idea. Ella se levantó con la elegancia digna de una princesa y se alisó sus elegantes prendas.

—Por favor, sígueme.


Azula

Desde el día que había comenzado a asistir a la Academia Real de Fuego para Chicas, Azula aborrecía el día del Solsticio de Verano.

Le parecía una celebración que carecía de sentido y una completa pérdida de valioso tiempo debido a que, durante las clases, no hacían más que sentarse en silencio y leer libros sobre cómo la Nación del Fuego prosperó a lo largo de los años para luego escribir en un pergamino sobre como uno podría ayudar a la nación a prosperar aún más. Como la academia era solo para chicas nobles, casi todas ellas escribían que la mejor manera de ayudar a la nación es convertirse en mujeres que aseguren un linaje fuerte para sus respectivas familias. Ese pensamiento tan conformista y sumiso hacía que Azula se sintiera asqueada de solo compartir un salón de clase con ellas.

Fue un verdadero alivio para ella volver al palacio y enfocarse en una de las pocas cosas que lograba distraer su mente; su entrenamiento de fuego control. Lo y Li, sus instructoras de fuego control, se habían ausentado el día de hoy debido a la celebración del Solsticio de Verano, pero eso no detuvo a Azula de su entrenamiento. Había algo relajante en seguir estrictamente los katas del fuego control, los movimientos precisos y cuidadosamente realizados formaban una armoniosa perfección. El fuego control era exactamente eso, un perfecto y feroz arte. Y lo único que valía el tiempo, esfuerzo y dedicación de alguien de la realeza como ella.

Cuando realizó un último y complicado movimiento que requería girar varias veces en el aire para luego patear hacia adelante, enviando una poderosa llamarada de fuego, Azula aterrizó en el suelo sobre una rodilla, jadeando por el esfuerzo. Era un movimiento peligroso, pero muy poderoso si se ejecutaba correctamente. Y ella no descansaría hasta alcanzar nada menos que la perfección.

Fue entonces cuando, por el rabillo del ojo, se percató de algo. Al voltear, vio a alguien parado en la puerta, mirándola con curiosidad.

—Hey—saludó Perseo, levantando una mano—. ¿Entrenando?

Azula entrecerró los ojos al verlo.

— ¿Acaso no es obvio con solo verlo? —replicó ella, frunciendo levemente el ceño—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Perseo se encogió de hombros.

—Solo estoy dando un paseo mientras Zuko termina sus lecciones. Normalmente, esperaría por él mientras tomo una siesta en el jardín, pero tu mamá estaba allí y no quería molestarla. Pero ella me dijo que te encontraría aquí, entrenando.

—Entonces, viniste aquí.

—Sí, tu mamá quería que te diera esto. Por si tenías hambre después de tu entrenamiento.

Solo entonces Azula se percató de que Perseo tenía una pequeña caja de madera en sus manos. Ella lo reconoció como una caja de almuerzo y, al agarrarlo y abrirlo, vio que dentro había tres bolas de arroz envueltas en tiras de algas nori. Onigiris.

—Mi… ¿madre me hizo esto? —preguntó Azula, perpleja.

—Sí, la vi hacerlos. Charlamos un rato y le dije que siempre tengo hambre después de un entrenamiento. Ella ofreció darme algo de comer y, cuando me dije que tú también estabas entrenando, le dije que tal vez tú también tendrías algo de hambre.

Azula aún estaba procesando el hecho de que su madre había hecho un bocadillo especialmente para ella. Normalmente, si tenía hambre después de su entrenamiento, iba a la cocina y le ordenaba a alguno de los sirvientes que le preparara algo para comer. Esta… era la primera vez que su madre le preparaba algo.

Ella entrecerró los ojos al mirar la caja de almuerzo.

—Falta uno—reconoció ella, mirando el espacio faltante.

Perseo se removió, incómodo.

—Eh… sí… Tal vez, me comí uno en mi camino hasta aquí—admitió él, rascándose la nuca con vergüenza—. En mi defensa, tenía mucha hambre después de mi entrenamiento.

— ¿Te atreves a robarme? ¡¿A mí?!

—Relájate, chica fuego. Fue solo un onigiri.

"¡Onigiris que mi madre hizo especialmente para mí!" quiso exclamar Azula, pero mantuvo la cabeza fría. No sería digno de alguien de la realeza como ella perder los estribos por un plebeyo como Perseo, sin importar que tan irritante e impertinente sea.

Azula le dio la espalda, agarró uno de los onigiris y le dio un mordisco. Luego de horas de intenso entrenamiento es normal que tenga hambre. Tal vez sea por eso por lo que el bocadillo era tan delicioso.

Mientras Azula comía, Perseo fue a una de las ventas y observó por ellas.

—Vaya, es una buena vista—comentó él—. Incluso puedo ver mi casa. Y quién está parado en el patio… Sí, ese es Fat. Nunca he visto a nadie con una barriga tan grande como la suya.

—Eso es porque no has visto la de mi tío—dijo Azula, distraídamente.

Perseo la miró sobre su hombro.

— ¿Tu tío? ¿Te refieres al Príncipe Heredero Iroh?

—Así es—Azula fue y se paró a su lado, observando la ciudad—. Aunque no lo he visto desde hace unos meses. Tal vez su barriga haya crecido.

Perseo resopló, divertido.

Ambos observaron en silencio la ciudad por unos minutos. El sol comenzaba a ponerse en el horizonte, lo que bañaba a toda la ciudad de un resplandor naranja.

—Dime, Perseo—habló Azula, rompiendo el silencio—. ¿Has pensado en la oferta que te hice?

Luego de ver como Perseo se había desenvuelto durante la batalla con aquel espíritu, Azula sabía que había tomado la decisión correcta al ofrecerle a Perseo convertirse en su compañero de entrenamiento con el objetivo de inculcar en él un sentido de lealtad hacia la Nación del Fuego y, sobre todo, hacia ella.

Él había mostrado no solo la habilidad de un destacable guerrero, sino también el temple de uno. No muchos se enfrentarían a un espíritu maligno y se mantendrían firmes al hacerlo. Incluso había logrado matarlo. Una hazaña realmente destacable para un no-maestro de tan solo doce años.

"Padre tenía razón sobre él" pensó Azula "Podría convertirse en un valioso subordinado en el futuro"

—Sí, lo he pensado—asintió Perseo—. Y aunque estoy interesado en entrenar contigo y aprender los movimientos del fuego control de un prodigio como tú… no me convertiré en tu perrito faldero, Azula.

—Cualquier otro estaría agradecido ante la oportunidad de entrenar con un miembro de la realeza como yo—señaló Azula, arqueando una ceja al mirarlo.

—Sí, bueno, eso realmente no me importa. La única razón por la cual me interesa entrenar contigo es porque, si lo hago, podré perfeccionar mis habilidades con la espada. Y seamos honestos, la única razón por la cual tú me ofreciste ser tu compañero de entrenamiento es porque te vencí en un duelo.

"Es más perspicaz de lo que aparenta ser" pensó ella, entrecerrando los ojos y sintiéndose irritada. Este simple plebeyo se tomaba demasiadas libertades al hablar con ella de esa manera tan irrespetuosa.

Si quería tener un control sobre él, necesitaba que Perseo pensara que, en un principio, no quería manipularlo. La mejor manera de manipular a alguien es hacerle pensar que no estaba siendo manipulado. Hacerles pensar que estaban actuando bajo su propia voluntad. Pero para hacer eso, ella tenía que averiguar qué es lo que él quería. Todos desean algo al involucrarse con alguien de la Familia Real, ya sea la búsqueda de un estatus social superior, favores o privilegios que podían obtener.

Y la verdadera pregunta para poner tener un control sobre Perseo sería; ¿qué es lo que él deseaba?

Para descubrirlo, Azula tenía que investigarlo, pasar tiempo con él. Y si para lograr eso tuviera que hacer de él su compañero de entrenamiento, sería un precio aceptable.

—Te lo dije antes, ¿no? —dijo ella con una sonrisa estirando de sus labios—. A pesar de usar disciplinas distintas, ambos nos beneficiaríamos si entrenamos juntos ocasionalmente. Tú podrás perfeccionar tu Postura de Fuego y yo podré entrenar con alguien sin tener que reprimirme. Piensa en ello como un acuerdo de beneficio mutuo. ¿Qué dices?

Azula podía ver que Perseo estaba interesado, pero también se veía desconfiado. Era extraño para Azula que alguien de su edad lo mirara con recelo.

—Está bien, acepto—dijo él finalmente—. Pero con una condición.

Azula arqueó una ceja. ¿Perseo le dirá qué es lo que quiere a cambio? Eso fue mucho más rápido de lo que inicialmente había anticipado, pero no fue desafortunado. Al menos se ahorraría la molestia de investigarlo para saber qué es lo que desea al involucrarse con ella.

— ¿Qué deseas? —preguntó ella.

La sonrisa que Perseo la inquietó un poco.

—Ven conmigo al festival de esta noche.

— ¿Eh…?


"Ni en mis imaginaciones más retorcidas me imaginé estar aquí algún día"

Azula observó, perpleja, a la gran cantidad de gente que se arremolinaba en las calles de Harbor City, la ciudad portuaria ubicada a los pies del volcán donde se encontraba el Palacio Real. Las luces de las linternas de papel que colgaban por todo el lugar iluminaban todos los puestos que se disponían a lo largo de la calle. Había puesto de comida, juegos, teatros de marionetas para niños y venta de baratijas.

Lo que tenía perpleja a Azula no era la gran cantidad de personas, ni las luces brillantes o los distintos olores de las comidas que se vendían al aire libre. No, era el hecho de que ella estuviera allí en primer lugar.

A su lado, a diferencia de ella, Zuko miraba encismado todo el lugar, al igual que Ty Lee y Mai, a quienes Perseo había invitado alegando de que sería más divertido si todos venían. Era la primera vez que ellos cuatro se reunían para hacer algo. Si no fuera por las insistencias de Perseo, Azula dudaba de que algún día pudieran pasar el tiempo juntos de esta manera.

—No deberíamos estar aquí—gruñó Azula, sintiéndose irritada por la gran cantidad gente—. Un lugar sucio como este no es lugar para miembros de la realeza.

—Vamos, Azula, no es tan malo—dijo Zuko—. Mamá dijo que sería interesante.

— ¡Sí! —concordó Ty Lee, mirando eufórica todo el festival—. ¡Este lugar es increíble! ¡Nunca había visto algo como eso!

Ella señaló a un grupo de tres niños corriendo por la calle vistiendo un enorme disfraz hecho de papel y cartón de una especie de monstruo que tenía la cabeza de un dragón, con un enorme cuerno en medio de su frente, pero el cuerpo de un rinoceronte komodo. Los niños corrían por las calles con el disfraz del monstruo, gruñendo a las personas en un intento de asustarlas.

— ¿Qué se supone que es esa cosa? —cuestionó Mai.

—Es el Nian.

Los cuatro voltearon para ver a Perseo acercarse a ellos. En sus manos, sostenía una bolsa de papel que contenían mochis de distintos tamaños.

— ¿Otro monstruo del que tu padre te contó? —inquirió Azula.

—Sip—dijo él, dándole un bocado al mochi que tenía en su mano—. Mi papá me dijo que es un espíritu maligno que vive bajo el mar y sale de su escondite para atacar a la gente, en especial a los niños.

—No crees que… aparecerá, ¿o sí? —preguntó Mai, temerosa—. Ya sabes… como el Jiang Shi.

—Lo dudo. Papá decía que el Nian solo atacaba a los inicios de primavera. Y que el color rojo y los fuegos artificiales son para ahuyentarlo.

A pesar de sus palabras, Mai no pareció relajarse.

—Descuida, Mai—tranquilizó Ty Lee—. Si eso no funciona… ¡Le tenemos a ellos!

Ella señaló a Azula, Zuko y Perseo.

— ¿Nosotros? —preguntó Zuko, apuntándose a sí mismo.

— ¡Sí! Ustedes se enfrentaron a ese horripilante espíritu maligno hace unos días. Incluso llegaron a matarlo—ella se acercó a Perseo y lo codeó de manera juguetona—. ¿No es así? Señor "Asesino de espíritus".

—Fue solo suerte—rechazó Perseo, aunque agachó la cabeza con ligera vergüenza.

—Si tú lo dices—Ty Lee agarró uno de los mochis que había en la bolsa de Perseo y le dio un bocado—. ¡Oh, están muy buenos! Chicos, tienen que probar esto.

Ella les ofreció los mochis que había en la bolsa. Zuko fue el primero en probarlo y sus ojos se abrieron con sorpresa antes de comer con más entusiasmo. Mai siguió su ejemplo, agarrando un mochi y dándoles un bocado. A juzgar expresión de gusto en su rostro, tenían buen sabor.

Azula agarró uno de los mochis y observó el dulce esponjoso, dudando de probar un alimento de dudosa procedencia, pero le dio un mordisco experimental y el cálido sabor a frambuesa inundó su boca.

"Mmm… No está mal" admitió ella para sí misma, volviendo a dar otro bocado.

—Mis… mis mochis—se lamentó Perseo, viendo que ya no quedaba ninguno.

—No seas un bebe—dijo Azula, poniendo los ojos en blanco ante su infantil actitud.

Ty Lee se rio entre dientes con diversión.

—Vengan. Vamos a los juegos—dijo ella—. Definitivamente tenemos que probarlos.

Ella los guio por las calles entre el tumulto de personas. Normalmente, todos se harían a un lado y los dejarían pasar al reconocer a los dos hijos del príncipe Ozai, pero las personas estaban tan enfrascadas en sus propios mundos que ni siquiera le prestaron atención. A sus ojos, solo eran un grupo de niños que paseaban por las calles del festival.

Ty Lee los llevó a uno de los tantos puestos que había a los lados de las calles. Era un puesto de juegos donde las personas arrojaban aros a los cuellos de botellas que estaban al final del puesto. Había una distancia de tres metros, por lo que se requería tener cierto nivel de habilidad para lograr encestarlos.

—Hola, niños—habló el hombre encargado—. ¿Quieren intentarlo? Si logran acertar tres aros en cualquiera de las botellas se llevan una máscara como premio. Todo por una pieza de plata.

El hombre mostró las distintas máscaras que tenía exhibida como premio. Había una gran variedad de ellos, desde máscaras de animales, las que se usan en obras de teatro, hasta de monstruos.

— ¿Quieren intentarlo? —preguntó Perseo.

—Si quisiera una máscara podría conseguir uno de alta calidad hecho por los mejores artesanos—dijo Azula—. No uno de un vendedor de tercera.

—Ese no es el punto, Azula. Tienes que ganártelo.

Ella se cruzó de brazos y le dio la espalda.

—No estoy interesada en jugar un juego tonto para conseguir un premio sin valor.

— ¡Yo sí! —dijo Ty Lee, una sonrisa emocionada estiró de sus labios cuando dio un paso adelante y colocó una moneda sobre la mesa, recibiendo tres aros.

Ty Lee agarró los aros y los lanzó a una de las botellas. Logró encestar los dos primeros, pero el tercero rebotó sobre el cuello de la botella.

—Lo siento, niña—dijo el vendedor—. Pero tienes que acertar los tres para ganar un premio.

Ty Lee bajó la cabeza, viéndose decepcionada, pero rápidamente se animó y volteó a mirar a Mai.

—Mai, hazlo—animó ella—. Sé que tú puedes encestar los tres sin problemas.

—Está bien…—aceptó Mai, algo dudosa, pero no obstante pagó una moneda y recibió los tres aros—. ¿Tengo que meter los aros en la misma botella?

—No—respondió el vendedor—. Puedes encestar un aro en una diferente botella.

Ella asintió y, sin siquiera dudar, lanzó los tres aros de manera continua, los cuales cayeron perfectamente sobre el cuello de la misma botella.

— ¡Muy bien, Mai! —Ty Lee aplaudió animadamente.

—Felicidades, señorita—elogió el vendedor—. Ganaste. Elige una máscara.

Mai miró las distintas máscaras exhibidas y señaló a una de ellas. Era una máscara blanca, con manchas negras alrededor de los ojos y los labios pintados de rojo. Una máscara Noh.

—Va bien contigo—señaló Zuko.

Mai se sonrojó y rápidamente se colocó la máscara para ocultar su rostro sonrojado.

—Okay, quiero volver a intentarlo—dijo Ty Lee con una mirada decidida en su rostro, dándole otra moneda al vendedor y obteniendo tres aros a cambio.

Esta vez ella logró encestar los tres aros, aunque en diferentes botellas, y chilló de felicidad al haber ganado el juego. Ty Lee eligió una máscara color blanco, con una boca pequeña, ojos rasgados y mejillas regordetas y sonrojadas; una máscara de Okame.

—Mi turno—dijo Zuko, dando un paso adelante, dándole una moneda al vendedor y recibiendo tres aros.

El primero ni siquiera alcanzó la botella, ya que lo lanzó demasiado despacio. El segundo lo lanzó demasiado fuerte y pasó de largo. Y el tercero golpeó el cuello de la botella, pero no logró que el aro cayera sobre el cuello.

—Lo siento, chico—dijo el vendedor.—. Suerte para la próxima.

Zuko refunfuñó y volvió a pagar. Logró encestar el primer aro, pero los dos siguientes rebotaron en el cuello de la botella.

—Pff—resopló Perseo, divertido—Amigo, apestas.

— ¡Cállate! —le gruñó Zuko, frustrado—. Es más difícil de lo que parece. Dudo que tú puedas hacerlo mejor.

Perseo arqueó una ceja y colocó una moneda sobre la mesa, recibiendo tres aros.

—Yo no me acobardo ante un desafío.

Perseo sostuvo uno de los aros en su mano y lo lanzó. El aro voló, pero en lugar de irse hacia la botella, fue y se estrelló contra una de las máscaras, haciendo que esta se cayera de la repisa donde estaba sostenida.

Azula, Zuko, Mai y Ty Lee miraron fijamente a Perseo, quien se rio de manera incómoda.

—Intento de prueba—dijo él.

Volvió a lanzar otro aro, pero este ni siquiera tocó la botella. Perseo entrecerró los ojos con molestia y lanzó el último aro, pero este pareció deslizarse de sus dedos y fue a estrellarse contra el rostro del hombre encargado de los juegos.

— ¡Oye! ¡Ten cuidado, niño! —le reprochó el hombre, sobándose el rostro.

Ty Lee se rio a carcajadas, mientras que Mai se tapó la boca con la intención de sostener su risa. Azula dejó escapar un bufido. No lo admitiría, pero eso fue divertido.

—Lo siento… —se disculpó Perseo, avergonzado.

—Eso fue, a su propia manera, impresionante—comentó Zuko.

—Ambos son patéticos—dijo Azula, poniendo los ojos en blanco y dando un paso adelante—. Les mostraré cómo uno debe jugar este insulso juego. Zuko, dame dos monedas.

Zuko refunfuñó, pero metió la mano dentro de la pequeña bolsa que contenía las monedas que su madre les había dado para gastar en el festival. A Azula aún le irritaba un poco el hecho de que su madre le confiara a Zuko el dinero, considerando que él era tan torpe como un pato tortuga.

Una vez que Azula pagó y recibió los seis aros, ella fijó su mirada en la botella de vidrio y, sin mostrar ninguna señal de duda, lanzó de manera continua tres aros, los cuales cayeron perfectamente sobre el cuello de tres botellas diferentes.

— ¡Felicidades, niña! —elogió el vendedor—. Acabas de ganar un…

Azula lo ignoró y volvió a lanzar los otros tres aros, el cual cayeron sobre las mismas botellas.

—Vaya, eso fue genial—comentó Percy, viéndose impresionado.

—Por supuesto—dijo Azula, colocando una mano en su pecho de manera altiva—. Eso es de esperarse de alguien de la realeza como yo.

Zuko, en cambio, gruñó por lo bajo y apartó la mirada con molestia.

— ¡Felicidades, señorita! —exclamó el vendedor—. Acaba de encestar seis aros, ¡eso significa que ganó dos máscaras! Elige las que más te gusten.

Azula miró las distintas máscaras. Todas les parecieron ridículas y tocas, pero hubo dos de ellas que llamaron su atención. La primera era una máscara de color rojo que cubría hasta por debajo de la nariz, con una melena blanca y puntiagudos colmillos. Sus grandes ojos amarillos con pupilas rojas lo hacían parecer aterrador. El segundo era una máscara azul que cubría completamente el rostro, con dos puntiagudos colmillos visibles en su macabra y perpetua sonrisa.

—Esos dos—señaló ella.

El vendedor asintió y le entregó las dos máscaras. Azula conservó la máscara roja, mientras que la azul se la entregó a Zuko, para su molestia y frustración.

—Odio el Espíritu Oscuro del Agua—se quejó Zuko, mirando la máscara con desagrado—. Siempre me obligabas a hacer su papel.

—Eso es porque el único digno de interpretar el papel del Emperador Dragón soy yo—dijo Azula, colocándose la máscara. Como la máscara solo ocultaba la parte superior de su rostro, su sonrisa orgullosa era visible.

Zuko gruñó con molestia, pero luego se colocó la máscara con resignación.

—Sigamos—dijo Azula, comenzando a caminar.

—Eh… chicos—llamó Ty Lee—. Perseo aún no tiene una máscara.

Era cierto. De los cinco, Perseo era el único quien no tenía una máscara.

—Está bien—rechazó él—. No importa. Además, no creo que pueda ganar. No tengo muy buena puntería.

—Puedo ganar una por ti—ofreció Mai con timidez—. Si es que quieres…

— ¿Estás segura? No quiero molestarte.

Mai negó con la cabeza.

—Descuida, no es molestia. Considéralo una disculpa por comer todo tu mochi.

—Al menos déjame pagar.

Perseo colocó una moneda de plata sobre la mesa y Mai recibió los tres aros. Después de tres tiros, tres aros habían caído sobre una misma botella, declarando a Mai como ganadora.

—Tu puntería sigue asombrándome—comentó Perseo.

Mai bajó la cabeza con timidez.

—Gracias… Elige la máscara que más te guste.

Perseo miró las distintas máscaras exhibidas, pero no pareció encontrar ninguna que le agradara. Fue cuando el vendedor recogió la máscara que él había tirado que se vio intrigado.

—Oiga, ¿de qué es esa máscara? —preguntó él—. ¿Un dragón?

—Oh, ¿esto? —el hombre levantó la máscara—. No es un dragón cualquiera, chico. Es el dragón azul del este, Seiryu. Esa un antiguo espíritu que se dice es capaz de crear tsunamis con sus rugidos y tener una piel impenetrable. ¿Es este el que quieres? Ten.

Con manos ligeramente temblorosas, Perseo tomó la máscara y la observó detenidamente. Se veía… conmocionado, lo que Azula encontró curioso. Al observar la máscara, vio que no era nada destacable. Era una simple máscara de un dragón color azul con cuatro colmillos, dos superiores y dos inferiores, junto con un hocico alargado y dos prominentes cuernos en la frente.

—Seiryu… —musitó Perseo de manera reflexiva, pasando los dedos por los relieves de la máscara antes de colocárselo. Sus brillantes ojos verdes eran visibles a través de los huecos, lo que combinaba con el azul de la máscara.

Con sus máscaras puestas, los cinco visitaron los demás juegos que había por el festival.

Sorprendente, Perseo era inesperadamente bueno en el juego de captura de peces. Un juego donde tenías que utilizar una delgada red que se disolvía rápidamente al meterlo en el agua para atrapar peces. El encargado del juego y todas las personas que pasaban a mirar quedaron con la boca abierta cuando Perseo capturó a todos los peces. Parecía ser como si los mismos peces saltaran hacia el cuenco que Perseo usaba para recogerlos.

Cuando terminó de jugar, él tenía más de una docena de bolsas de agua que contenían un pez cada uno. El cual, bajo la mirada confusa de los cuatro, procedió a liberarlos en un estanque de agua dentro del bosque que estaba detrás de los puestos del festival.

— ¿Qué? —preguntó Perseo al ver la mirada confusa que todos le estaban dando.

— ¿Por qué hiciste eso? —preguntó Zuko.

La única respuesta de Perseo fue un encogimiento de hombros.

—Sentí que era lo mejor para los peces.

Azula resopló con burla al escucharlo. Cuando volteó a mirar a los peces, le inquietó ver a todos ellos completamente quietos, sus colas eran lo único que se movía de ellos mientras parecían mirar fijamente a Perseo. Si no fuera una completa locura, Azula podía jurar que vio a los peces inclinar sus cabezas. Pero cuando parpadeó, los peces simplemente se alejaron nadando.

Por el rabillo del ojo, ella se percató de que Perseo seguía mirando fijamente a los peces irse. Su máscara le impedía ver la expresión en su rostro. ¿Él también lo había visto? ¿O habían sido solo imaginaciones suyas?

Cuando volvieron al festival, Zuko ganó por primera vez en un juego, siendo este el lanzamiento de pelota, donde tenías que arrojar una pequeña pelota de goma a una pirámide hecha de vasos que estaba sobre una mesa de madera. Zuko logró derribar todos los vasos y, como premio, reclamó una muñeca de trapo que le regaló a Azula con una expresión burlona en su rostro. Ella miró la muñeca con desprecio y asco antes de arrancarle la cabeza para luego prenderle fuego. El encargado de la tienda jadeó con incredulidad, pero como era el premio del juego ganado, no tenía derecho a quejarse, aunque Azula pudo escucharlo refunfuñar con molestia sobre "mocosos malagradecidos y maleducados".

Ella estaba considerando prenderle fuego a todo el puesto, pero no fue necesario debido a que Perseo lanzó la pelota de goma con una fuerza sorprendente y, en lugar de atinarle a la pirámide de vasos, golpeó contra uno de los pilares de madera del puesto y rebotó para golpear directamente en la cara al vendedor, quien trastrabilló debido al golpe y se estrelló contra la pirámide de vasos, aterrizando de espaldas y causando que todos los vasos cayeran sobre él.

Azula no pudo evitar estallar en carcajadas al verlo. Aún más cuando uno de los vasos se deslizó sobre la mesa y cayó sobre el rostro del vendedor.

—Uh… ¿Eso significa que gané? —preguntó Perseo, haciendo que Azula riera con más fuerza.

—Bueno, técnicamente, derribaste todos los vasos usando la pelota—señaló Mai.

— ¡Malditos mocosos! —gruñó el vendedor, levantándose de manera colérica—. ¡¿Cómo se atreven a arruinar mi puesto…?! ¡Aaag!

El hombre gruñó de dolor cuando una pelota volvió a golpearle en la cara, siendo esta la pelota que Ty Lee arrojó y ocasionó que el vendedor cayera sobre otra pirámide de vasos y rompiera la mesa de madera.

—Ups… —dijo Ty Lee, inocentemente.

El vendedor volvía a ponerse de pie, claramente rabioso.

— ¡Corran! —gritó Perseo.

Los cinco rápidamente corrieron por el tumulto de personas, dejando atrás a un enfurecido hombre que les gritaba por haber destrozado su puesto.

Ninguno supo quién comenzó, pero los todos se rieron mientras seguían corriendo y no pararon hasta llegar al punto donde las tiendas terminaban y estaban al borde del bosque.

— ¿Vieron cómo la pelota rebotó, lo golpeó en la cara y lo derribó? —preguntó Zuko entre risas.

—No. Estaba ocupada viendo la estúpida cara que puso cuando quemé esa espantosa muñeca suya—respondió Azula con diversión—. Todos en este festival deberían agradecerme por deshacerme de un premio tan ridículo.

—Bueno, no tenía ningún premio bueno—comentó Mai—. Solo muñecas, juguetes de madera y pelotas. Eran bastante tontos.

—Sigo pensando que gané ese juego—se quejó Perseo—. Técnicamente, derribé todos los vasos.

—Y también lo derribaste a él—señaló Ty Lee, haciendo que los demás se rieran.

—Fue un accidente. ¡Y tú también lo hiciste!

—Tienes una puntería horrible, Perseo—comentó Azula, con una sonrisa burlona—. Pero admito que fue un buen tiro.

—Sí, estuvo bueno—concordó Zuko.

Perseo se rio por lo bajo antes de mirar hacia el festival

—Hay que volver y buscar un buen lugar—dijo él.

— ¿Un buen lugar para qué? —preguntó Ty Lee.

—El señor Han me dijo que esta noche habría…

Él fue interrumpido por un fuerte y agudo sonido. Todos alzaron la vista cuando una brillante línea de luz se elevó en el cielo antes de que estallara en lo que solo podía describirse como una bomba de luces destellantes.

— ¡Fuegos artificiales! —exclamó Perseo, emocionado—. ¡Vamos!

Él agarró las manos de Azula y Zuko y los arrastró más profundamente en el bosque. Ty Lee siguió su ejemplo y agarró la mano de Mai para rápidamente los siguió.

— ¡¿Percy, a dónde vamos?! —preguntó Zuko, dejándose arrastrar.

— ¡A un lugar más alto para ver mejor los fuegos artificiales!

No pasó mucho tiempo antes de que el bosque se abriera en lo que parecía una saliente a un lado del volcán. Desde allí podían ver las luces del festival a los pies del volcán, en el horizonte podía verse el oscuro océano iluminado por la luna de verano y, lo más sobresaliente de aquella vista, los brillantes y coloridos fuegos artificiales destellando con intensidad en el cielo.

—Wow… —musitó Ty Lee, completamente fascinada.

Azula ya había visto fuegos artificiales antes. Lo había decenas de veces desde su habitación en la cima del Palacio Real. En aquellas ocasiones, los fuegos artificiales se veían distantes y poco interesantes. Pero ahora que se encontraba tan cerca de ellos que casi podía sentir el calor que emitían, Azula quedó completamente fascinada ante los brillantes destellos fugaces de colores. Antes de que pudiera identificar un color, uno nuevo aparecía. Es por eso por lo que ella ni siquiera parpadeó.

Estaba tan enfrascada viendo los distintos colores que no se percató de que Perseo aún la sostenía de su mano hasta que la retiró. Tal vez fue por los fuegos artificiales y las luces del festival, pero casi parecía que sus mejillas estaban teñidas de rojo. Ver eso hizo que Azula se sintiera extrañamente cohibida. Ella miró a Perseo de reojo y vio que los colores de los fuegos artificiales se reflejaban en sus ojos verdes, dándoles un color aún más único. Y, por unos instantes, ella pensó que sus ojos eran más hermosos que los propios fuegos artificiales.

La presentación terminó con el estruendoso sonido de una explosión y con una gran luz que brilló con más intensidad que la propia luna. A los pies del volcán, en el festival, las personas aclamaron con asombro y aplaudieron con júbilo.

—Wow… ¡Eso fue increíble! —exclamó Ty Lee—. ¡Tantos colores brillantes!

—Fue muy hermoso—asintió Mai, viéndose cautivada.

—Fue… impresionante—señaló Zuko, aun viéndose sorprendido—. Nunca había visto fuegos artificiales tan de cerca.

Perseo asintió en señal de acuerdo.

—Sí, y yo nunca había visto unos fuegos artificiales tan grandes—él volteó a mirar a Azula—. ¿Tú qué opinas, Azula?

Ella aún seguía mirando el lugar donde habían estallado los fuegos artificiales. Aún podía ver claramente en su mente los brillantes colores.

—No estuvo mal—admitió.

—Entonces, volvamos otro día—ofreció Perseo—. No sé cuando se celebre otro festival, pero volvamos cuando lo haga.

— ¡Sí, volvamos todos juntos la próxima vez! —dijo Ty Lee, emocionada—. Nosotros cinco. ¡Será divertido!

—Bueno, si somos nosotros…—dijo Mai en voz baja, dándole una mirada de reojo a Zuko—. Está bien.

Ty Lee volteó a mirar a Azula, la emoción era claramente visible en su rostro.

— ¿Qué dices, Azula?

Sorprendentemente, ella no necesitó pensarlo mucho antes de responder.

—No me molestaría volver.

Ty Lee soltó un chillido de emoción y envolvió a Azula con un brazo y a Mai con la otro. Normalmente, Azula se molestaría ante tal muestra de contacto cercano, pero lo dejó pasar esta vez.


Cuando el festival terminó y volvieron a la ciudad de Hari Bulkan, Perseo fue el primero en separarse, ya que la mansión donde vivía era la más alejada del palacio en comparación a la de Ty Lee y Mai.

—Oye, Percy—habló Zuko—. Gracias por invitarme. Fue divertido.

—Entonces hagámoslo de nuevo algún día, Hotman—respondió Perseo.

Zuko asintió con una pequeña sonrisa.

—Claro.

Ambos se despidieron con un choque de puños.

—Perseo—llamó Azula, mirándolo con dureza—. No te olvides de nuestro acuerdo. A partir de ahora, tú eres mi compañero de entrenamiento.

Perseo la miró sobre su hombro y le sonrió.

—Cuenta con ello, chica fuego.

Con un último gesto de despedida él se fue caminando con paso relajado hasta que dobló en una esquina y desapareció.

Mai y Ty Lee fueron las siguientes en despedirse. Sus casas estaban mucho más cerca del Palacio Real, así que llegarían rápido.

Cuando Azula y Zuko entraron al palacio y se dirigieron a sus respectivas habitaciones, ambos se sorprendieron cuando vieron a su madre esperándolos.

— ¡Madre! —dijo Zuko, corriendo hacia ella.

Azula puso los ojos en blanco ante lo infantil que era su hermano. A pesar de tener catorce años, Zuko era un niño de mamá.

Al verlos, una sonrisa estiró de los labios de Ursa y se acercó a ellos.

—Zuko, Azula. Han vuelto—dijo ella—. Me alegro. Díganme, ¿cómo les fue en el festival? ¿Se divirtieron?

Zuko no perdió el tiempo en explicarle lo que habían hecho. Desde la comida, los juegos y los fuegos artificiales. Ursa escuchó todo pacientemente con una sonrisa en su rostro.

Azula no se quedaría a escuchar los balbuceos incesantes de su hermano, así que fue a su habitación.

—Azula—llamó Ursa—. ¿Cómo estuvo tu noche?

Ella se detuvo antes de abrir la puerta, con una mano en el picaporte.

—Estuvo… bien—admitió antes de abrir la puerta y entrar a su habitación, cerrando la puerta. Lo último que vio de su madre fue una sonrisa amorosa que estaba dirigida a ella, lo que la hizo sonreír levemente.

Su habitación estaba oscura, aunque la luz de la luna que se filtraba por la ventana la iluminaba ligeramente. Ella observó la máscara del Emperador Dragón que había ganado en aquel juego. Era tosco, tonto y no le serviría para absolutamente nada útil. Pero, al mirarla, recordaba lo que había pasado en el festival. En cómo se había divertido de una manera en la que no lo había hecho nunca. Recordó los hipnotizantes y brillantes colores de los fuegos artificiales. Amarillo como el sol, naranja como el atardecer, verde como el mar…

Fue debido a eso que no tiró la máscara, sino que la guardó en el cajón de la mesa que estaba a un lado de su cama.

Sería un buen recuerdo. Algo que le recordaría que, a pesar de todo, el día del Solsticio de Verano no es tan malo.

...

..

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¡Y eso es todo por ahora, mis queridos lectores!

Espero que, con este capítulo, lleguen a entender por qué Percy no usa sus poderes de agua tan abiertamente y por qué siente disgusto de sus poderes. Despues de todo, llegó a herir gravemente a la persona que ha sido su padre con ellos, incluso casi llegando a matarlo. Es normal que desarrolle un tipo de trauma por eso. Aunque eso no lo detendrá. Entrenará sus habilidades de "agua control" a pesar de que los odie porque sabe que podrá ayudarlo en el futuro a salvar y ayudar a las personas que aprecia.

Para aquellas personas que se sienten impacientes en que Percy descubra sobre sus verdaderos padres, solo les puedo decir que tengan paciencia. Eventualmente llegaré a desarrollar eso.

En el próximo capítulo comenzará con un suceso canon muy importante. Supongo que saben de cual estoy hablando.

Espero les haya gustado y, sin más que decir... ¡Hasta la próxima, guapos y guapas!