N/A: JkAlex está de vuelta, pero en esta ocasión como un hombre diferente.
Aún sigo siendo el mismo en muchos aspectos, aunque con unas ligeras variaciones. Ahora, me he vuelto un Médico Interno, o también conocido como Médico Interno de Pregrado. Eso quiere decir que trabajo en un hospital como cualquier doctor, cumplo turnos de trabajo y hago guardias sobreexplotadas, razón por la cual he tardado tanto en actualizar.
Mi vida ha sido muy, pero muy ajetreada y con poco tiempo libre. Y desgraciadamente para mis lectores, lo seguirá siendo así por aproximadamente otros 3 años más.
La vida de un doctor no es fácil. Paso más tiempo en el hospital trabajando que en mi propia casa. Así que espero sean comprensivos en mi demora por actualizar.
Espero les guste el capítulo y el punto de vista que decidí explorar. Y sin más preámbulos... Let's fucking go!
Capítulo 12
Las llamas de la perfección
Azula
Cuando su madre la arrastró fuera de la habitación de Zuko, Azula sabía que recibiría una reprimenda por burlarse de su hermano. Siempre había sido así. Su madre siempre había sobreprotegido a Zuko.
—Habla, Azula—ordenó su madre, arrodillándose para estar a su altura—. ¿Qué fue eso de tu padre haciéndole algo a Zuko?
A pesar de sentirse irritada por su tono de voz, Azula obedeció y respondió:
—Bueno... Accidentalmente, escuché al abuelo hablando con papá en la Sala del Trono...
— ¿Accidentalmente? —cuestionó su madre, arqueando una ceja.
—Papá pidió el derecho de nacimiento del tío Iroh y el abuelo realmente se enojó. Supongo que no le agradó nada la idea de tener que desheredar al tío luego de perder a Lu Ten. Y ahora, como castigo, ¡papá tendrá de deshacerse de Zuko! El abuelo quiere que sienta el dolor de perder a su primogénito.
Ursa se veía realmente conmocionada al escucharla.
—Pero... tu abuelo se veía interesado en el potencial que demostró Zuko—dijo ella débilmente—. Dijo que lideraría al grupo de espadachines de élite en el futuro.
—El abuelo dijo que simplemente usaría a Perseo como reemplazo. Mamá... ¿Realmente crees que papá pueda hacerle algo a Zuko?
Azula se mostraba así de vulnerable porque quería comprobar algo. Quería comprobar si su madre fuera capaz de ir tan lejos como enfrentarse a su padre y abuelo con la intención de proteger a Zuko.
Ursa frunció el ceño con preocupación y apartó la mirada.
—Tu padre es un hombre de gran ambición, Azula…
Azula frunció el ceño ante la insinuación despectiva de su madre a su padre.
— ¿Y qué tiene eso de malo? —cuestionó ella.
Ursa negó tristemente con la cabeza.
—No tiene nada de malo, querida. La ambición puede llevarte a cometer cosas grandiosas... —ella le lanzó una mirada que reflejaba una inquietante seriedad—. Pero también cosas terribles.
Azula quedó en un silencio reflexivo mientras su madre se erguía.
—Ve a tu cuarto—fue lo último que dijo ella antes de darle la espalda y alejarse por el pasillo, dejando a Azula sumida en sus pensamientos.
Al igual que todos los días desde que tenía memoria, el día de Azula comenzaba en el momento en que el sol comenzó a hacerse visible en el horizonte.
Aunque ahora, los amaneceres no eran como todos los anteriores que había tenido en su vida. Ahora, cada amanecer sería con ella siendo la princesa de la Nación del Fuego.
En los días posteriores al ascenso de su padre como Señor del Fuego, su vida en el palacio no había cambiado mucho. Seguía recibiendo constante atención de los sirvientes para las tareas mundanas como asearse y vestirse, preparándose para ir a la academia.
Pero no todo era igual.
El primer detalle diferente de su nueva posición social se hizo evidente durante los desayunos. Mientras comía los alimentos que los sirvientes habían preparado para ella, Azula se percató de lo grande que era el comedor. Normalmente, ella desayunaba con su madre y Zuko. Su padre siempre había estado demasiado ocupado para reunirse con ellos a desayunar, incluso antes de volverse el Señor del Fuego.
Pero ahora, desde que se había vuelto una princesa, sus desayunos eran en solitario. Era la primera vez que desayunaba sola desde que tenía memoria.
Sintió una opresión en el pecho al mirar la enorme mesa del comedor y ver los asientos vacíos. Ver el asiento vacío donde su madre siempre se había sentado…
Con un fuerte ceño fruncido, Azula apartó el plato de comida y se levantó.
— ¿Su alteza? —preguntó uno de los sirvientes—. ¿La comida no es de su agrado?
—He perdido el apetito—dijo ella, levantándose.
El sirviente simplemente asintió y bajó la cabeza cuando ella pasó por la puerta. No queriendo estar más en la enorme y vacía habitación.
El segundo detalle de su nueva posición social se hizo evidente cuando fue a la academia. Normalmente, sus compañeras y profesoras eran respetuosos con ella. Algo normal considerando que era un miembro de la Familia Real. Pero desde que se había vuelto una princesa, su respeto se volvió adoración y sumisión absoluta. Se percató de eso durante la clase de etiqueta. Las lecciones le parecían aburridas y tediosas. Ya había aprendido de memoria todas aquellas insípidas costumbres dentro del palacio y, en un arrebato de exasperación, Azula simplemente salió de la clase.
Sabía que si alguien más hacía tal cosa recibiría una reprimenda por parte de la profesora. Pero la mujer mayor simplemente bajó con la cabeza y se disculpó con ella por hacerla perder su tiempo con lecciones atrasadas. Azula simplemente resopló y abandonó el salón de clases.
Cuando caminó por los pasillos de la academia, todos se detenían y se hacían a un lado para dejarla pasar e inclinar la cabeza ante ella. Una pequeña sonrisa estiró de sus labios al ver eso. Era bueno que todos reconocían su lugar y, más importante, la de ella. Caminó con elegancia y con la cabeza en alto. Con dignidad de un miembro de la Familia Real. Con la dignidad de una princesa.
Durante la hora del almuerzo, se sentó sola en una de las numerosas mesas que había en el comedor. Miró por los alrededores, buscando a Mai y Ty Lee, pero no las encontró.
¿Dónde estaban?
La clase de etiqueta había terminado y las estudiantes se aglomeraban en el comedor. Todas las chicas la miraban desde la distancia y susurraban en voz baja al mirarla, lo que solo la hizo fruncir el ceño con molestia. Comprendía que era la nueva princesa de la Nación del Fuego, razón por la cual la miraban y susurraban en voz baja. Pero sus miradas y cuchicheos solo la hacían sentir como un mono cerdo de feria.
—Disculpe, princesa Azula…
Ella levantó la mirada de su almuerzo para ver a tres chicas pararse frente a ella. Obviamente, eran hijas de familias nobles a juzgar por sus elegantes ropas y apariencia bien cuidada.
— ¿Qué desean? —preguntó Azula, molesta porque interrumpieron su almuerzo.
—Mi nombre es Xia, segunda hija de Xing—se presentó la chica que le habló, inclinando la cabeza con respeto—. ¿Me permitiría sentarme con usted?
Antes de que Azula pudiera rechazar su petición, otra chica se adelantó y se inclinó ante ella.
—A mí también me honraría si me permitiera sentarme con usted, princesa. Mi nombre es Huan, primera hija de Ping.
La tercera chica dio un paso al frente y, al igual que las demás, se inclinó ante Azula.
—Y mi nombre es Miao, hija de Yuan.
—Las tres desean sentarse conmigo… —Azula la miró de manera inquisitiva, causando que las tres chicas se removieran con incomodidad—. ¿Por qué?
—Bueno… —habló Xia, vacilante—. Nos honraría sentarnos con usted, princesa…
—Así que es por eso. Desean sentarse conmigo solo por ser la nueva princesa.
Azula entrecerró sus ojos al mirarla, haciendo que ellas apartaran la mirada.
—No, su majestad. Nosotras…
—Váyanse—interrumpió Azula, agitando la mano en un gesto de rechazo.
Decaídas, las tres chicas se fueron, dejando a Azula nuevamente sola. Ella se dispuso a volver a comer cuando nuevamente otras chicas se acercaron a ella. Cuando comenzaron a presentarse y decir de qué familia eran, Azula quiso enviarles una bola de fuego a cada una. Toda su vida las personas se habían acercado a ella con segundas intenciones, pero era la primera vez que lo hacían de una manera tan descarada y obvia.
Molesta, ella se levantó abruptamente de la mesa, haciendo que todas las chicas dieran un respingo y dieran un paso atrás. Sin decirles una palabra, Azula les dio la espalda y abandonó el comedor. Podía sentir las miradas a su espalda, pero las ignoró y se dirigió al patio de la academia.
Allí, encontró a Mai y Ty Lee sentadas en un banco frente a la fuente, almorzando. Era una intrincada y elaborada escultura en forma de dragón que arrojaba un chorro de agua por la boca. Irónico, considerando que un dragón debe arrojar fuego por la boca en lugar de agua.
— ¡Mai! ¡Ty Lee! —llamó Azula, acercándose a ellas—. ¿Dónde han estado?
Las dos chicas se tensaron visiblemente al verla llegar.
—Oh, Azula… —habló Ty Lee, rehuyendo de su mirada—. Quiero decir, su alteza. Nosotras… eh… estábamos almorzando.
Azula arqueó una ceja.
— ¿Su alteza? ¿Desde cuándo eres tan formal, Ty Lee?
—Pues… yo…
Ty Lee se removió con nerviosismo y continuó sin mirarla a los ojos, lo que solo hizo que Azula comenzara a sentir irritación por su evasiva actitud.
—Ahora eres la princesa, ¿no es así? —señaló Mai—. Significa que debemos de dirigirnos a ti como tal.
Había un tono reservado y distante en el tono de Mai que Azula nunca había escuchado.
— ¿Es eso lo que crees? —inquirió Azula, su vista luego se dirigió a Ty Lee—. ¿Las dos?
Ty Lee tenía una mirada conflictiva en su rostro cuando finalmente volteó a mirarla.
—Yo quiero seguir siendo tu amiga, Azula. Pero… Las cosas ya no volverán a ser como antes, ¿verdad?
Azula quería negarlo, pero ella sabía que Ty Lee tenía razón; las cosas ya no volverían a ser como antes.
—Es cierto que, ahora que me he vuelto una princesa, tengo muchas más responsabilidades—concordó Azula—. Mi padre tendrá muchas más expectativas puestas en mí. Y yo debo estar a la altura de ellas.
—Y las personas que te rodean también deben de estar a la altura—señaló Mai.
—Por supuesto que sí. Y ustedes están a la altura. Ambas son dignas de estar a mi lado.
Mai le lanzó una mirada penetrante.
— ¿Por nuestras familias? ¿O por nosotras mismas?
Azula se abstuvo de decir inmediatamente "por sus familias". Era cierto. Mai y Ty Lee eran hijas de las familias nobles más destacadas en la Nación del Fuego. Su familia había gozado de riqueza y prestigio por generaciones. Razón por la cual había estado de acuerdo en pasar el tiempo con ellas desde que comenzaron a relacionarse desde que tenían ocho años.
Pero ahora, ¿Azula pasaba el tiempo con ellas porque había llegado a encontrar agradable su compañía o porque era mutuamente conveniente para sus familias?
—Yo… quiero estar a tu lado, Azula—dijo Ty Lee antes de bajar la cabeza con pesar—. Pero mis padres me dicen que solo debo relacionarme contigo porque ahora eres la princesa. Porque sería beneficioso para nuestra familia. Aceptar todo lo que dices sin cuestionar y buscar complacerte en todo.
— ¿Quieres que nuestra relación se base en algo como eso, Azula? —preguntó Mai—. ¿Por beneficio mutuo de nuestras familias?
Nuevamente, Azula quedó sin palabras. Era cierto que ambas familias se beneficiarían de su relación. La Familia Real tendría el apoyo de dos de las familias nobles más prominentes de la nación. Y, a su vez, las familias de Mai y Ty Lee gozarían del favor de la Familia Real. Pero la pregunta de Mai resonó en su cabeza.
¿Quería que su relación se basara solo en eso?
En vista de que Azula no respondió, Mai y Ty Lee se inclinaron respetuosamente y abandonaron el jardín, dejando a Azula sola… una vez más.
Sintiéndose ligeramente desorientada, Azula abrió los ojos y vio la oscuridad de su habitación levemente iluminada por la luna.
Era inusual que fuera incapaz de dormir. Debido a su exigente entrenamiento de fuego control y sus rigurosas lecciones, en el momento que Azula tocaba la cama caía dormida después de unos pocos minutos. Pero esta noche algo se sentía diferente.
Removiéndose en su cama con creciente frustración, ella se sentó. Sentía la boca muy seca y una incomodidad que reconoció. Se levantó de su cómoda de cama y se dirigió a su baño privado. Cuando terminó, bebió un poco de agua de una jarra que estaba sobre la mesa a un lado de su cama y se dispuso a volver a intentar conciliar el sueño, pero escuchó el sonido de su puerta abriéndose. Azula volteó para mirar y, entrecerrando los ojos debido a la luz de las antorchas del pasillo, pudo ver a una figura envuelta en túnicas oscuras entrar en su habitación.
— ¿Quién eres? —demandó saber Azula, mirando con cautela a la figura que llevaba una capucha.
Con lentitud, la figura retiró la capucha y Azula se sorprendió de ver a su madre.
—Mamá…
—Azula, cariño…—musitó ella. Una pequeña sonrisa triste estiró de los labios—. ¿Qué haces despierta a estas horas? Es tarde.
—No puedo dormir—admitió ella con leve frustración.
—Ya veo… Tal vez pueda ayudarte a dormir.
Azula le dio una mirada escéptica.
— ¿Cómo?
Su madre se acercó y, para su sorpresa, se subió en la cama y se sentó con la espalda apoyada en la cabecera. Ella abrió un brazo y la incentivó a acercarse, cosa que hizo con algo de vacilación.
De manera lenta y constante, su madre pasó su mano por su cabeza. Azula se puso tensa por un segundo, pero luego de unos momentos comenzó a relajarse bajo el toque de su madre.
—Cuando eras una niña y tenías problemas para dormir, hacía esto—decía ella, sin detener su suave toque—. Siempre funcionaba para ayudarte a dormir.
—Ya no soy una niña—dijo Azula, con ligera exasperación.
—No… ya no lo eres. Ahora eres una linda señorita. Y crecerás para volverte una hermosa mujer—ella le tomó la mejilla con suavidad y la hizo verla—. Pero, a pesar de todo, siempre serás mi pequeña niña.
—Lo… ¿Lo dices en serio?
—Por supuesto—respondió Ursa sin dudar, acariciando su mejilla con suavidad y cariño—. Azula, cariño, no importa lo que suceda de ahora en adelante, ten presente de que yo te amé desde incluso antes de que nacieras. Y siempre lo seguiré haciendo. Eres mi pequeña niña, mi precioso lirio de fuego.
Azula abrió los ojos con sorpresa. "Su precioso lirio de fuego". Así es como su madre solía llamarla cuando era una niña. Había olvidado la última vez que la llamó así.
Un cálido sentimiento se arremolinó en la boca de su estómago cuando miró a su madre. Sus labios temblaron y sintió un picor en sus ojos.
—Intenta dormir—sugirió Ursa.
Azula asintió y apartó la mirada en una extraña muestra de timidez.
—Te… ¿Te quedarías conmigo hasta que duerman?
Ursa abrió los ojos con leve sorpresa, pero una sonrisa suave estiró de sus labios.
—Por supuesto, cariño. Me quedaré contigo.
Ursa continuó con sus suaves caricias y Azula se recostó contra el cuerpo de su madre, relajándose bajo su toque y confortándose con su calor. No tardó mucho en dormirse con una pequeña sonrisa en su rostro.
Con un gruñido de esfuerzo, Azula envió una bola de fuego hacia el muñeco de madera. El ataque impactó y sacudió al muñeco, dejando un parche chamuscado en la armadura de metal que tenía.
—No lo suficientemente bueno—comentó Lo, una de sus entrenadoras de fuego control.
¿O era Li? Azula no lo sabía. Sus mentoras de fuego control eran un par de ancianas gemelas que se veían y vestían exactamente igual. Su voz era igual, sus personalidades eran iguales. Por el amor de Agni, hasta las arrugas que había en sus rostros eran iguales.
—Te falta concentración—señaló Li. O al menos, Azula creí que era Li.
—Otra vez—dijeron las hermanas al unísono.
Azula apretó los dientes con frustración y molestia. Volvió a retomar su postura de fuego control y continuó con su entrenamiento bajo la atenta mirada de sus mentoras. A pesar de que le molestaba admitirlo, sabía que las palabras de Lo y Li eran verdaderas. Su fuego era más débil, al igual que su concentración. Su mente había estado nublada, difusa, desde que se había vuelto una princesa. Desde que su madre había desaparecido…
Debido a que estaba inmiscuida en sus pensamientos, tropezó ligeramente y falló en realizar correctamente un movimiento. La llama que generó fue evidentemente débil y se disipó con facilidad.
—Tu fuego es más débil que antes—comentó Lo.
—Estás distraída—continuó su hermana—. Y eso afecta tu desempeño.
—Si tus pensamientos afectan tu habilidad, deshazte de ellos. No lo necesitas. Bloquéalos.
Azula pensó en su madre. En cómo se quedó junto a ella hasta que estuviera dormida.
"Me quedaré contigo"
—Deshazte de todo sentimiento—dijo Li.
—Deshazte de toda debilidad—continuó Lo.
Recordó el calor de su madre… el cual ya no estaba cuando despertó, al igual que ella.
"Azula, cariño, no importa lo que suceda de ahora en adelante, ten presente de que yo te amé desde incluso antes de que nacieras. Y siempre lo seguiré haciendo"
—Solo así lograrás alcanzar la perfección—terminaron las hermanas al unísono.
— ¡Basta! —estalló Azula, enviando una intensa ola de fuego que obligó a Lo y Li a retroceder para evitar ser quemadas—. ¡Retírense!
Ambas hermanas dieron un paso delante de manera tentativa.
—Pero, princesa…
— ¡He dicho que salgan de mi vista!
Lo y Li se miraron mutuamente antes de obedecer la orden de Azula. Inclinaron la cabeza y salieron de la sala de entrenamiento, dejando a la joven princesa sola, quien cayó sobre sus rodillas y apretó los puños hasta que sus nudillos se volvieron blancos. Mordió fuertemente el interior de su labio hasta que sintió el sabor a sangre. La punzada de dolor ayudó a despejar sus conflictivos pensamientos y atenuar los oscuros sentimientos que se arremolinaban en su corazón.
"Eres mi pequeña niña, mi precioso lirio de fuego."
Pero no pudo evitar el sollozo que escapó de su boca. Ni las lágrimas que cayeron por sus mejillas.
Cuando salió de la sala de entrenamiento, Azula se había recuperado lo suficiente para verse presentable. Se avergonzó de su pequeño lapso de vulnerabilidad, de quiebre, de debilidad. Si su padre la hubiera visto, se sentiría decepcionado de ella. Tal muestra de debilidad era indigna para una princesa como ella. Y se aseguraría de que no volviera a pasar.
Mientras caminaba por los pasillos del palacio, pasó por el jardín, una parte de ella esperaba ver a su madre sentada frente al estanque de los patos tortuga, alimentándolos con migajas de pan como siempre lo hacía. Pero cuando no la vio, sintió una fría punzada en su corazón que rápidamente ignoró.
Se dispuso a abandonar el jardín, pero se percató de que había alguien a los pies del árbol al lado del estanque. Al acercarse, no se sorprendió de encontrar a Perseo durmiendo bajo la sombra del árbol. El aire que soplaba mecía suavemente su cabello y los rayos de sol que se filtraba entre las ramas enmarcaban su rostro, el cual se encontraba en paz mientras dormían.
Azula lo observó por más tiempo del que le gustaría admitir antes de acercarse a él.
— ¿Otra vez durmiendo, Perseo? —habló ella, arqueando una ceja.
Su voz fue suficiente para sacarlo de su siesta.
— ¿Uh? —él abrió los ojos, mostrando al mundo aquellos ojos verdes tan únicos—. Oh, eres tú, chica fuego. ¿Qué pasa?
—Escapa de mi razonamiento como eres tan hábil con la espada, considerando lo perezoso que eres.
Perseo simplemente se encogió de hombros.
—Lo compenso con un riguroso régimen de entrenamiento. Papá dice que el descanso es tan importante como el entrenamiento.
—Tú te aprovechas en sobremanera de eso.
Perseo se rio entre dientes.
—Papá también dice eso. Pero si te sentaras y te relajaras, sabrías de qué estoy hablando—él se acomodó aún más contra el tronco del árbol, dejando un espacio para ella—. Ven, siéntate. Te vendría bien relajarte un poco. Parece ser que tuviste un día duro.
—No tienes ni idea… —murmuró.
Azula no lo admitiría, pero el tono informal y desinteresado con que Perseo le habló fue un respiro bienvenido en comparación ante todo el absoluto respeto y sumisión que había recibido el día de hoy, incluso por parte de Mai y Ty Lee. Era reconfortante saber que, a pesar de su nueva posición como princesa, Perseo seguía dirigiéndose a ella de la misma manera que antes.
Es por eso por lo que ella aceptó su invitación y se sentó bajó la sombra del árbol. No lo admitiría en voz alta, pero Perseo tenía razón. Este lugar era perfecto para sentarse y descansar. El viento era agradable y los rayos del sol que se filtraban por las ramas del árbol eran revitalizantes. Entendía por qué él tenía la costumbre de dormir tantas veces en este mismo lugar.
Allí, todo parecía tan lejano. Su nueva posición como princesa, el distanciamiento de sus amigas, la desaparición de su madre…
— ¿Quieres?
Azula volteó para ver a Perseo ofreciéndole una bola de arroz.
— ¿Dónde conseguiste eso? —cuestionó ella.
Una sonrisa traviesa estiró de los labios de Perseo.
—Bueno, digamos que nadie se dará cuenta de que faltan un par de onigiris de la cocina del palacio.
Azula lo miró y arqueó una ceja.
—Lo robaste.
La sonrisa de Perseo se volvió más pronunciada cuando la miró.
—Todo en este palacio te pertenece, incluyendo la comida, ¿no es así, chica fuego? Entonces no es robar, simplemente es reclamar lo que es tuyo.
Una pequeña sonrisa divertida estiró de los labios de Azula cuando aceptó el onigiri. Al darle un bocado, se percató de que el sabor era algo… diferente. ¿Delicioso? Sí. Pero había algo diferente a los onigiris que comía durante los descansos de su entrenamiento. Los mismos onigiris que su madre había acostumbrado a llevarle los últimos meses…
Un sombrío ceño fruncido adornó sus facciones cuando pensó en ello. Ella dejó de comer y Perseo se percató de ello.
— ¿Qué pasa? —preguntó él—. ¿No te gustan?
—He probado mejores.
Perseo miró su propio onigiri.
—Sí… sé a qué te refieres. No tiene el mismo sabor que solíamos comer durante nuestros entrenamientos, ¿verdad?
Azula no respondió, simplemente mantuvo el ceño fruncido en su rostro mientras miraba al onigiri. Ya no tenía apetito.
Ambos se quedaron en un silencio incómodo. Claro, ella y Perseo había sido compañero de entrenamiento durante los últimos meses, pero no eran amigos. No eran tan cercanos el uno al otro. Y, a pesar de sus destacadas habilidades con la espada, Perseo seguía siendo un plebeyo. Sería indigno para una princesa como ella fraternizar con alguien como él. ¿Su relación cambiaría ahora que ella era una princesa? ¿De la misma manera en la que cambió con Mai y Ty Lee?
Azula estaba considerando levantarse e irse cuando vio a Zuko entrar en el jardín y acercarse a ellos. Él tenía en su espalda sus espadas dao, sujetas a su torso por una correa de cuero. Cuando estuvo cerca de ellos, Azula vio un ceño fruncido en el rostro de su hermano, lo que hizo que arqueara la ceja con leve curiosidad. Era raro ver a Zuko con una expresión como esa.
—Hey, hotman—saludó Perseo, levantando la mano.
—Hola—saludó Zuko, aunque fue más como un gruñido—. Vámonos.
Perseo suspiró antes de comer el resto de su onigiri y levantarse con desgana.
— ¿Irán a entrenar? —preguntó Azula.
—Sí—respondió Perseo, recogiendo su espada—. Ya he tomado una siesta y he comido algo, ahora tengo que entrenar—él la miró con intriga—. ¿Quieres venir?
Azula se sintió sorprendida y curiosa por su oferta. Era la primera vez que Perseo le ofrecía voluntariamente ir a su casa. No pudo evitar preguntarse si era un intento de ganarse su favor como nueva princesa de la Nación del Fuego.
— ¿Por qué la invitas? —cuestionó Zuko, con clara molestia.
Perseo se encogió de hombros.
—Creí que le interesaría nuestro método de entrenamiento. Así como yo aprendí de sus movimientos de fuego control, tal vez ella aprenda algo de los movimientos de un espadachín.
Azula lo miró detenidamente. Eso sonaba… inquietantemente convincente. O era una mentira bien elaborada con el fin de volverse más cercano a ella o un acto de amabilidad desinteresada. Considerando su nueva posición, ella se inclinaba más a lo primero.
Zuko resopló con molestia y se volteó.
—Como quieras—espetó él.
Perseo lo observó abandonar el jardín.
Azula se paró a su lado y lo miró de reojo con recelo.
— ¿Por qué me invitas? —cuestionó ella.
La mejor manera de saber las intenciones de una persona eran encararlas directamente, justo como ella lo hizo con aquellas chicas en la academia que solo querían sentarse con ella para ganarse su favor. Si Perseo deseaba hacer lo mismo, flaquearía en su explicación o mostraría un signo que delataría sus segundas intenciones.
—Ya te lo dije—respondió él—. Tal vez aprenderías algo al ver como entrenan los espadachines…
—Déjate de respuestas evasivas y dime tus verdades intenciones. Está claro que eso no es todo lo que quieres.
Una pequeña sonrisa triste estiró de los labios de Perseo a la vez que él desplomaba sus hombros con resignación.
— ¿Te diste cuenta?
"¡Lo sabía!" pensó Azula, entrecerrando los ojos.
Pero, a su vez, también sentía molestia ante la admisión de Perseo. La admisión de que, a pesar de actuar con ella como si nada hubiera cambiado, él buscaba ganarse su favor por su nueva posición. Eso hizo que apretara los puños.
—Alguien tan despistado como Zuzu no se percataría de tus engaños—dijo ella—. Pero yo puedo verlos claramente. No funcionará conmigo.
—Tal vez…—admitió Perseo—. Tampoco ha funcionado con Zuko. De hecho, cada día que pasa lo veo más… enojado. Ya no sé qué hacer.
Azula arqueó levemente una ceja con curiosidad. Sentía que se estaba perdiendo de algo.
—Él ha estado así desde que nuestra madre desapareció—aclaró ella—. Desde que ambos nos hemos vuelto príncipes.
—Y es por eso por lo que estoy aquí. Es por eso por lo que vengo todos los días.
—Para ganarte nuestro favor—acusó ella.
Perseo volteó a mirarla, confundido.
— ¿Qué? No. Quiero ayudarlos.
Esta vez fue el turno de Azula de voltear a mirarlo, viéndose y sintiéndose confundida.
— ¿Eh? ¿A qué te refieres con ayudarnos?
—Y yo creí que tú eras la más perspicaz de nosotros—dijo Perseo, poniendo los ojos en blanco y ganándose una mirada molesta de Azula—. He intentado ayudar a Zuko desde que su mamá desapareció. Estar allí para él. Ayudarlo a… sobrellevar la pérdida. Pero no sé cómo hacerlo. Lo único que se me ocurre es entrenar con él. Pensé que te ayudaría a ti, por eso te invité a entrenar.
Azula quedó en silencio por unos segundos, reflexionando lo que Perseo le dijo. Una parte de ella aún sentía recelo. Su padre le había enseñado que nadie actuaba con amabilidad sin buscar algo a cambio. Todos tenían segundas intenciones.
Pero… ¿Qué ganaría Perseo al mostrar una actitud considerada hacia Zuko? Y ahora también hacia ella.
Reflexionó sobre ello mientras lo seguía hacia su casa. Interesada en el método de entrenamiento de los espadachines que se volverían una fuerza de élite en el futuro y también descubrir si las intenciones de Perseo eran verdaderas.
Cuando llegaron a la mansión de Piandao, Azula vio a todos sus discípulos enfrascados en un intenso entrenamiento. Algunos estaban en un duelo de espadas, otros realizaban movimientos de alzar la espada por encima de sus cabezas y luego bajarlas con fuerza, para luego volver a repetirlos.
Zuko no perdió el tiempo y fue directo a enfrascarse en un duelo con uno de los espadachines. Azula, en cambio, se quedó junto a Perseo y observó con curiosidad el entrenamiento de los espadachines.
—Princesa Azula, qué agradable sorpresa.
Ella volteó para observar al padre de Perseo, Piandao, acercarse a ellos. A su lado lo acompañaba su mayordomo que siempre parecía estar con él.
— ¿A qué debo esta agradable sorpresa? —preguntó Piandao.
—Tengo cierta curiosidad por el entrenamiento que han estado recibiendo tus discípulos—admitió Azula, mirando a los hombres y mujeres entrenando—. Estos hombres y mujeres aquí presentes se convertirán en un escuadrón de élite que pelearán en el nombre de nuestra nación. Y un escuadrón de élite requiere un entrenamiento de élite.
—En otras palabras, quiere entrenar con nosotros—simplificó Perseo, ganándose una mirada molesta de Azula.
Piandao asintió en señal de comprensión.
—Ya veo. Me siento halagado que se sienta interesada en aprender de mis enseñanzas.
—Solo estoy interesada en volverme más fuerte para superar a otros—dijo Azula, lanzándole una mirada de reojo a Perseo. La única persona de su edad capaz de vencerla. Su compañero de entrenamiento. Su rival.
—No sé nada acerca de cómo superar a otros—dijo Piandao solemnemente—. Solo conozco el método de superarme a mí mismo. Y es eso lo que busco inculcar en mis estudiantes.
—Superarse a uno mismo…
Piandao asintió.
—Esa es la vida de un guerrero, princesa. No se trata de ser mejor que los demás. Se trata de ser mejor de lo que tú fuiste el día anterior.
Azula reflexionó sobre ello. Ciertamente, había decaído estos últimos días en su entrenamiento. Sus habilidades se habían vuelto descuidadas, torpes y débiles, lo que la irritaba y frustraba en sobremanera, causando que sus habilidades decayeran aún más. No podía permitir que eso continuara. Especialmente no ahora que se había vuelto una princesa.
Con decisión, ella miró a Piandao.
—Enséñame.
Azula apretó los dientes con dolor cuando el palo de bambú golpeó su tobillo, pero se negó a mostrar cualquier muestra de dolor cuando cayó y tuvo que usar sus brazos para sujetarse del extremo de los troncos clavados en el suelo para evitar caer.
Ella levantó la cabeza para ver a Perseo erguirse sobre ella, parado sobre un par de troncos con una espada de bambú apoyada sobre su hombro.
—Vamos, princesa, ¿eso es todo lo que tienes? —se burló él.
Azula lo fulminó con la mirada. Durante los últimos diez minutos, ambos habían estado enfrascados en un duelo en lo que ellos llamaban "el campo de palos". Fue frustrante y humillante para Azula verse abrumaba frente a Perseo una vez más. Y lo fue aún más porque él no estaba empuñando una espada convencional, sino una hecha de bambú. Por lo que sus golpes no eran letales, pero sí dolorosos y muy molestos.
Tampoco ayudaba en nada sus comentarios sarcásticos. Al ver su sonrisa burlona, Azula no quería más que enviarle una bola de fuego en la cara con la intención de borrar esa molesta sonrisa de su rostro. Cosa que había estado intentando hacer, pero debido al desventajoso campo de batalla, había fracasado. Perseo esquivaba sus ataques o simplemente golpeaba sus piernas y brazos antes de que pudiera atacarlo con su fuego control. Sin duda, él tenía mucha más experiencia combatiendo en este tipo de terreno.
—Tienes un buen centro de equilibrio y una buena conciencia de lo que te rodea, princesa Azula—habló Piandao, quien se encontraba apartado del campo de palos y los observaba inquisitivamente—. Pero tu deseo de vencer a tu oponente te nubla de explorar otras opciones.
— ¿Qué otras opciones habría más que abrumar a tu oponente con un poder superior? —cuestionó ella, levantándose y pisando dos troncos para mantenerse de pie.
—Retroceder y defenderte para poder evaluar tus opciones.
Azula frunció el ceño con desagrado.
—Un maestro fuego no pelea de esa manera.
—Pero un verdadero guerrero lo hace. Pelea con paciencia y disciplina, aunque su oponente utilice tácticas poco honorables… como burlarse de ellos.
Piandao le lanzó una mirada a su hijo, quien se rio apenado y apartó la mirada con leve vergüenza.
—Lo siento—dijo él, apenado.
Piandao suspiró.
—Aún tienes un largo camino por recorrer en el camino del guerrero, hijo mío.
— ¿Camino del guerrero? —preguntó Azula, arqueando una ceja.
—Alguien impulsado por las siete grandes virtudes—respondió Perseo, casi automáticamente—. Justicia. Respeto. Valentía. Honor. Benevolencia. Honestidad. Lealtad. Ese es el camino del guerrero. Las cualidades que caracterizan a un guerrero de gran valor.
Piandao asintió, viéndose complacido al escuchar las palabras de su hijo.
—A pesar de ser las virtudes de un guerrero de gran valor, también podrían ser virtudes que definen a un gran gobernante—comentó Piandao—. A pesar de no conocerlo personalmente, serví bajo las órdenes de tu abuelo Azulon en numerosas batallas a lo largo del Reino Tierra, incluido la Batalla de Garsai. Y pude ver en él varias de las virtudes de no solamente un gran guerrero, sino también de un gran gobernante.
— ¿En serio? —preguntó Azula, curiosa ante cómo era visto su abuelo en su época de líder en el frente de la guerra—. ¿Cómo era él?
—Él era… un hombre con grandes virtudes—dijo Piandao con una mirada vidriosa en sus ojos, perdido en sus pensamientos al rememorar un momento que ocurrió hace muchos años—. Al verlo, aprendí varios aspectos de cómo debería de ser un guerrero. Alguien justo al tratar a todos con equidad en el campo de batalla y, como gobernante, ser capaz de mantener la armonía dentro de las tropas del ejército. Respetuoso al valorar las acciones y sacrificios que hacían los soldados en nombre de su nación. Valiente al enfrentarse al peligro en una batalla desventajosa. Y honorable al tratar a las personas del Reino Tierra con respeto y dignidad, reconociéndolos no como adversarios a los cuales conquistar y someter, sino como personas a las cuales enseñar un mejor camino. Así es como yo veía al Señor del Fuego Azulon—él miró directamente a Azula con seriedad, desconcertándola—. Tal vez tú podrías seguir sus pasos, princesa Azula. Y llegar a, no solo ser igual a él, sino mejor. Después de todo, las nuevas generaciones deben superar a las anteriores.
Azula escuchó atentamente, intrigada por las palabras de Piandao. Obviamente, ella había estudiado las grandes hazañas que había realizado su abuelo en la guerra. No por nada era reconocido como un gran líder en la Batalla de Garsai. Pero se sintió fascinada al descubrir cómo era visto por uno de los hombres que había servido bajo su mando en aquellas batallas. Y no cualquier hombre, sino el mejor espadachín de la Nación del Fuego. Alguien que había vencido a cien soldados empuñando una espada y sin ser un maestro.
Pero algo que dijo resonó en su mente. La posibilidad de no solo ser igual que su abuelo, sino de superarlo. Ser mejor que el hombre que fue conocido como un prodigio sin igual en la Nación del Fuego. Ese desafío, esa ambición… encendía un fuego en su corazón que era vigorizante. Era la misma sensación que la motivó a mejorar sus habilidades de fuego control luego de perder su primer duelo ante Perseo.
Con eso en mente, ella se preparó para retomar el combate, adoptando una postura de fuego control mientras estaba parada sobre los troncos. Perseo levantó su espada de bambú, listo para continuar. Pero cuando Azula envió una bola de fuego a él, apenas era un poco más grande que sus bolas de fuego anteriores y Perseo la disipó con un simple y rápido movimiento de su espada.
Azula apretó los dientes con creciente ira, pero no desistió. Siguió enviando bolas de fuego y golpes revestidos con fuego, pero sus llamas eran pequeñas e insípidas. Ni siquiera eran capaces de chamuscar la espada de bambú de Perseo.
— ¡¿Qué pasa con mi fuego control?! —espetó ella con frustración, enviando un chorro de fuego de sus puños que se disiparon incluso antes de tocar a Perseo—. ¡¿Qué estoy haciendo mal?!
Piandao la observó detenidamente por unos segundos antes de hablar.
—No soy un experto conocedor del arte del fuego control, o del control en sí, pero conozco los principios básicos—dijo él, haciendo que Azula volteara a mirarlo—. Luego de pelear lado a lado y en contra de maestros durante años, he llegado a descubrir que su control depende en gran medida de sus emociones.
— ¿Emociones? —Azula bufó con burla y desprecio—. Las emociones son una debilidad. Un obstáculo que te impide alcanzar tu verdadero potencial. Un impedimento para alcanzar la perfección.
—Entonces piensas que, al deshacerte de ellos, ¿podrás alcanzar la perfección en el fuego control? —cuestionó Piandao.
— ¡Sí! —gruñó ella.
"Si no tuviera estas… emociones, ¡mi fuego control no sería tan patético como el de Zuzu!"
Al pensar en eso, ella no pudo evitar pensar en su madre. Sus últimas palabras y el último abrazo que compartieron… antes de que despertara el día siguiente para descubrir que su madre se había ido.
El recuerdo le hizo apretar los dientes mientras sentía un nudo en la garganta y el corazón.
"¡Es su culpa!"
Para probar su punto, Azula envió una bola de fuego a Perseo, pero él la disipó simplemente agitando su mano.
—Oye—se quejó él.
Piandao negó suavemente con la cabeza.
—Tu fuego control flaquea debido a que tus emociones están en conflicto—señaló él—. Debido a que no tienes un control sobre ellas.
Azula entrecerró los ojos al mirarlo.
—¿Qué quieres decir?
—Si deseas volver a tener el mismo control sobre tu fuego, primero debes controlarte a ti misma. No reprimas tus sentimientos, no los niegues. Negarlos es negarte a ti misma. A quién eres. Para alcanzar tu verdadero potencial, debes aceptarte a ti misma.
— ¿Quién soy?... ¡Soy Azula, hija de Ozai el Señor del Fuego! ¡Princesa de la Nación del Fuego! ¡He aceptado en lo que me he vuelto!
— ¿Pero has aceptado lo que ha sucedido con tu madre?
Azula se tensó en su lugar y miró a Piandao con los ojos abiertos, perpleja.
Piandao colocó la mano detrás de su espalda y se acercó a ellos, especialmente a Azula, y la miró directamente a los ojos.
—Desconozco cuáles son tus sentimientos acerca de tu madre—dijo él—. Pero si no llegas a una aceptación de lo que sucedió, quedarás estancada en el pasado.
— ¿Aceptación? —repitió Azula, indignada—. ¡He aceptado lo que sucedió! ¡Ella se fue!
— ¿Y cómo te hace sentir eso?
— ¡No me hace sentir nada! ¡¿Por qué habría de sentir algo hacia alguien que ya no está aquí?! ¡Alguien a la cual nunca le importé!
— ¿Es esa la verdad? —presionó Piandao—. ¿O es algo que solo te has dicho a ti misma para aceptar lo que sucedió?
Azula apretó los puños, sintiendo como su frustración e ira crecía cada vez más. No por las palabras de Piandao, sino por los recuerdos que destellaban en su mente y las emociones que arrastraban con ellos.
"Azula, cariño, no importa lo que suceda de ahora en adelante, ten presente de que yo te amé desde incluso antes de que nacieras. Y siempre lo seguiré haciendo."
"Mentiras" pensó ella. "Si hubiera dicho la verdad, entonces no se habría ido como lo hizo"
"Me quedaré contigo"
"¡Mentiras! ¡Ella se fue! ¡Me abandonó!"
Ella creó una pequeña llama en la palma de su mano, pero era pequeña, frágil y débil… justo como ella en estos momentos debido a estos sentimientos conflictivos que la abrumaban.
—No reprimas tus sentimientos—escuchó la voz de Piandao, el cual se escuchaba extrañamente suave—. Déjalos fluir. Acéptalos. Solo así podrás tener control sobre ellos y sobre tu fuego.
Control…
A pesar de renuencia inicial al aceptar las palabras de Piandao, ahora admitía que él tenía razón. El fuego control se trataba precisamente sobre eso. Sobre tener no solo un control sobre el fuego que ellos mismos crean, sino también tener un control sobre sí mismos. Y Azula no permitiría jamás ser controlada por sus propios sentimientos. Ella estaba más allá de eso como alguien de la Familia Real. Y ahora, como princesa de la Nación del Fuego.
Al mirar las llamas en su mano, nuevamente sintió los recuerdos de su madre destellar en su mente, junto con las emociones que sentía. Pero en esta ocasión no trató de reprimirlos, los dejó fluir.
Uno de sus recuerdos más viejos fue lo asustada que se vio su madre cuando ella demostró ser una maestra fuego. Contrario a su padre, quien se vio emocionado y complacido de ver a su hija mostrar el don del fuego control a tan temprana edad y un gran talento para ello. Azula recordó las constantes reprimendas y castigos que su madre le daba, junto con el evidente favoritismo que tenía sobre Zuko, lo que solo hacía que su molestia y resentimiento hacia su madre creciera día a día.
Pero… no todo fueron malos recuerdos.
Recordó cuando su madre le enseñó a jugar Pai Sho en el jardín del palacio y los partidos que tuvieron. Los almuerzos que ella la llevaba durante sus entrenamientos. Las caminatas que tenían por el jardín. Y, sobre todo, recordó las palabras que le había dicho la noche antes de desaparecer.
Ese era el motivo de sus sentimientos conflictivos. Había un conflicto entre la imagen y relación que tenía de su madre en el pasado y el que tuvo en los últimos meses. De la imagen de una madre distante y temerosa a una amorosa y cariñosa. Lo que provocaba que su control sobre su propio fuego se viera alterado debido a que sus propias emociones flaquearan… tal y como lo había dicho Piandao.
Azula miró al hombre, quien se veía paciente y comprensivo mientras la observaba, expectante a lo que haría.
Ella volvió a mirar las llamas en sus manos, las cuales se veían frágiles y oscilaban entre extinguirse o intensificarse. Con un profundo respiro, Azula cerró los ojos y se concentró en su respiración. No se resistió a los recuerdos que rápidamente inundaron su mente, ni a las emociones que estos le provocaban. Tal y como dijo Piandao, los dejó fluir… y los aceptó.
Aceptó el resentimiento que tenía hacia su madre durante tantos años por favorecer a Zuko y dejarla de lado. Pero también aceptó que lo que su madre le había dicho esa noche era verdad. Su madre realmente la amaba… pero a pesar de eso se había ido.
La llama en su mano creció de una manera casi salvaje, pero Azula se negó a dejar que creciera demasiado. Era ella quien tenía el control, sobre sus llamas y sobre sí misma.
Con una sonrisa maliciosa extendiéndose en sus labios, ella volteó a mirar a Perseo, quien dio un paso atrás con una expresión temerosa en su rostro.
—Ay, mamá…
Azula golpeó hacia adelante, enviando una gran e intensa llamarada de fuego. Perseo lo evadió saltando a un lado y cayendo sobre un par de troncos, pero Azula no desistió sus ataques. Saltó y pateó dos veces en el aire, enviando dos llamaradas en forma de medialuna que cubrió todo el campo de fuego, obligando a Perseo a saltar alto para evitar los ataques.
—O-oye, tómalo con calma, chica fuego—él intentó apaciguarla levantando las manos y con una sonrisa nerviosa en su rostro.
—Oh, créeme. Estoy muy calmada—dijo Azula, sonriendo ante la expresión de Perseo—. De hecho, ¡nunca me había sentido mejor!
Ella dobló ligeramente las rodillas en una postura sólida y retrajo el puño, concentrando su chi en él, sintiendo el calor de su fuego control acumularse antes de golpear hacia adelante, enviando una poderosa llamarada de fuego. Perseo abrió los ojos con sorpresa al ver el tamaño de las llamas y se echó hacia atrás, esquivando la llamarada de fuego al caer de espaldas, aunque logró sujetarse con un brazo de uno de los troncos, evitando caer al suelo. Rápidamente, se levantó, impulsándose con la fuerza de un solo brazo, pero Azula lo estaba esperando y se acercó a él, entablando un combate cuerpo a cuerpo. Sabía que Perseo podría abrumarla con su espada si se mantenía a una distancia media, por lo que aprovechó lo máximo posible el terreno a su favor y mantuvo la distancia lo más cercana posible para evitar que él balanceara su espada.
Fue un combate reñido debido a que Perseo no podía balancear completamente su espada de bambú y Azula no pudo atinarle un golpe directo debido a que él los desviaba al golpearla en la muñeca o en el tobillo con su brazo libre o los esquivaba. Pero Azula no desistió, se mantuvo paciente y esperó su oportunidad. Solo necesitaba un golpe certero y poderoso para derribarlo, ya que Perseo había demostrado ser inusualmente resistente a los golpes de fuego control.
Tuvo su oportunidad cuando Perseo dio un paso atrás para poder balancear completamente su espada en un golpe ascendente. Azula logró evitarlo por tan solo unos centímetros, sintiendo una ráfaga de viento que agitó los mechones de su cabello cuando la espada de bambú pasó a escasos centímetros de su rostro. Dando un paso atrás sobre uno de los troncos, ella retrajo su puño y concentró su energía en él, comprimiéndolo en un solo punto. Podía sentir el calor acumularse en su puño y cuando llevó hacia adelante en un movimiento que había repetido cientos de veces, las llamas brotaron él… pero no eran las típicas llamas anaranjadas.
Fueron azules.
Perseo abrió los ojos con total conmoción y reaccionó rápidamente llevando sus brazos frente a su pecho con la intención de protegerse, pero cuando las llamas impactaron en su cuerpo lo arrojó con fuerza de los troncos donde estaba parado y lo envió a varios metros a caer sobre el suelo y derrapar hasta detenerse. Un gruñido de dolor escapó de la boca de Perseo cuando se irguió hasta quedar sentado y ver sus brazos. Sorprendentemente, a pesar de recibir un impacto directo, estos solamente estaban enrojecidos.
— ¿Qué demonios… fue eso? —preguntó él con un gruñido—. Fuego… ¿azul?
Azula se sentía igual de perplejo que él. Miró sus propias manos, aun procesando el hecho de que había creado un fuego de un color diferente. Abrió la palma de su mano y creó una pequeña llama, la cual ardió en un tono anaranjado y amarillento, como cualquier llama normal de un maestro fuego.
—Concéntrate en tu fuego—aconsejó Piandao—. Enfoca tu chi en él. Y recuerda, eres tú quien tiene el control.
Azula volteó a mirarlo y asintió levemente. Cuando se concentró y enfocó toda su energía en la llama de su mano, esta comenzó a parpadear en un color diferente hasta que se tornó de un tono azul con un centro blanquecino. A pesar de ser algo más pequeña, Azula podía sentir el intenso calor que emanaba de la llama que danzaba en la palma de su mano.
— ¿Qué…? ¿Qué es esto? —preguntó ella, fascinada por el color de sus propias llamas—. ¿Cómo es esto posible?
Sorprendentemente, fue Piandao quien respondió.
—El fuego azul es el resultado de la combustión perfecta—explicó él, haciendo que Azula y Perseo lo miraran con atención—. Cuando el fuego arde sin ningún tipo de impureza, este se torna azul debido a las temperaturas mucho más altas que alcanza, a diferencia del fuego normal—él le lanzó a Azula una mirada contemplativa—. Aunque es la primera vez que veo a un maestro fuego hacerlo…
—Entonces… ¿Es como un fuego perfecto? —inquirió Perseo antes de mirar a Azula. Había una extraña mirada de contemplación en sus ojos—. Va contigo.
Ella no lo admitiría en voz alta, pero se sintió alagada por el comentario. Ella bajó la mirada y entrecerró los ojos al mirar los brazos de Perseo. A pesar de recibir un golpe directo a quemarropa de un fuego que ardía con mayor intensidad que el fuego normal, sus brazos no presentaban ningún tipo de quemadura, y el enrojecimiento que antes tenía se había desvanecido, dejando atrás una piel clara y libre de cualquier tipo de heridas o imperfecciones.
Al verlo, Azula sintió la sospecha y la intriga crecer dentro de ella. Pero ese sentimiento se vio opacado por la intensa perspectiva de avanzar aún más en su entrenamiento. Todo sentimiento conflictivo en su corazón había sido reemplazado por un ferviente deseo de alcanzar un nivel que ninguna persona había logrado con anterioridad, ni siquiera su abuelo Azulon o su bisabuelo Sozin.
Una sonrisa de emoción estiró de sus labios ante esa perspectiva, pero se borró cuando escuchó un grito de dolor.
Ella volteó y alcanzó a ver a su hermano mayor, Zuko, el nuevo príncipe heredero de la Nación del Fuego, desarmar a uno de los discípulos de Piandao al cortarlo en los nudillos. La sangre salpicó el suelo cuando el discípulo cayó de rodillas, sosteniendo su mano sangrante. A pesar de la condición de su oponente, Zuko no desistió y continuó con sus ataques, balanceando sus espadas dao con fiereza y agresividad. Embutiendo a sus espadas con fuego, Zuko golpeó la espada de su oponente y presionó hacia adelante, causando que el discípulo soltara su espada con un grito de dolor al sentir las intensas que comenzaron a quemar su mano.
Azula arqueó una ceja con intriga ante la actitud algo despiadada de su hermano y miró expectante cuando él levantó sus espadas embutidas en fuego, dispuesto a dejarlas caer sobre el discípulo caído.
Fue entonces cuando Azula vio a una mancha borrosa deslizarse por el rabillo de su ojo y se escuchó el estruendo de metal chocando con metal y el jadeo colectivo de los discípulos. Todos observaron con los ojos abiertos, sorprendidos de ver a Perseo detener el ataque de Zuko y no mostrar ningún indicio de dolor a pesar de la cercanía de las llamas embutidas en las espadas dao. Pero Azula estaba más sorprendida por otra cosa. Antes de que ella pudiera reaccionar, Perseo se había movido a una velocidad alarmante, atravesando el campo de entrenamiento en cuestión de segundos e interponiéndose entre Zuko y el impotente discípulo de Piandao.
— ¿Percy…? —musitó Zuko, viéndose sorprendido.
Perseo, en cambio, tenía una mirada dura en sus ojos.
—Zuko… —gruñó él, entrecerrando los ojos—. ¿Qué demonios crees que estás haciendo?
Al hablar, su voz reflejaba una seriedad que Azula nunca había escuchado. Y aunque no lo admitiría en voz alta, la inquietó.
— ¿Yo…? ¡¿Qué estás haciendo tú?! —replicó Zuko—. ¡Estoy en un duelo! ¡No interfieras!
Zuko usó sus espadas para empujar a Perseo, pero él se mantuvo firme.
— ¿Duelo? ¡Solo te estás desquitando con él! ¡Cómo un matón!
Perseo empujó a Zuko y él trastrabilló hacia atrás, pero se mantuvo de pie.
— ¡No soy un matón! —negó Zuko fervientemente.
— ¡Díselo a él!
Perseo apuntó al discípulo herido, quien sostenía su mano ensangrentada y comenzaba a ser atendido por Fat con vendas y ungüentos para detener el sangrado.
Zuko chasqueó la lengua y apartó la mirada con una mueca molesta en su rostro. Las llamas de sus espadas dao se disiparon.
—Mira, Zuko, entiendo que estás enojado por lo que pasó con tu mamá…
— ¿Entenderlo? —la voz de Zuko reflejaba incredulidad y molestia—. ¿Cómo podrías entender lo que se siente perder una madre? Tú no tienes una, nunca la tuviste.
Azula arqueó una ceja con curiosidad. Así que es por eso por lo que Perseo nunca había mencionado nada acerca de su madre. Y a juzgar por la expresión afligida en su rostro, era un tema que lo afectaba.
—Zuko… —musitó él con voz dolida.
—O tal vez sí la tuviste, pero tan solo eras un bebé cuando ella te abandonó…
Azula no esperaba aquellas palabras tan ofensivas de Zuko y mucho menos que Perseo lo golpeara directamente en la cara. Se escuchó el crujido de huesos rompiéndose y Zuko cayó al suelo, sujetándose el rostro con dolor a la vez que la sangre comenzó a manchar su mano.
— ¡Perseo! — exclamó uno de los discípulos de Piandao—. ¡¿Qué demonios crees que estás haciendo?! ¡Es el príncipe Zuko!
—Yo solo veo a un cretino que necesita escarmiento—gruñó Perseo, mirando a Zuko con ira, pero también con tristeza. Claramente, las palabras de Zuko lo habían lastimado.
Perseo le dio la espalda a Zuko y se alejó. Los discípulos se hicieron a un lado para dejarlo pasar. Cuando él pasó a un lado de Azula, le dio una breve mirada de reojo antes de entrar a la mansión.
Azula lo miró alejarse, intrigada. Desde el día que lo conoció, Perseo siempre había sido una persona que le parecía molesta e irritante, pero también intrigante. Y ahora, con lo que había descubierto de él el día de hoy, se sentía aún más intrigada.
—Esto es un evento sin precedentes en toda la historia de la Nación del Fuego—habló Ozai, sentado en lo alto del trono del dragón, el cual reflejaba su nueva posición como el Señor del Fuego.
Azula estaba frente a él, con una rodilla en el suelo y la cabeza inclinada, pero podía sentir la penetrante mirada de su padre.
—Siempre supe que eras una auténtica prodigio, hija mía—dijo él y Azula pudo distinguir el tono complacido en su voz—. La sangre de tu bisabuelo Sozin que corre por tus venas te ha hecho fuerte. Tu temprano despertar a los seis años y tu sobresaliente talento y dominio sobre el arte del fuego control te ha colocado a la altura de tu abuelo Azulon. Y ahora, has alcanzado un nivel nunca visto por ningún maestro fuego. Has enaltecido aún más el linaje de la gloriosa Familia Real de la Nación del Fuego. Siéntete orgullosa de ti misma, Azula, porque yo lo estoy.
Con cada palabra de su padre, Azula sentía como la satisfacción crecía cada vez más en su corazón. Su padre la estaba reconociendo abiertamente, declarando que se sentía orgulloso de ella.
—Tus palabras me honran profundamente, padre—dijo ella, levantando la cabeza con una expresión determinada en su rostro—. Y haré lo que sea necesario para ser merecedora de ese honor.
Ozai asintió, complacido.
—Tal y como se espera de alguien de la Familia Real—Ozai se levantó de su trono y descendió por las escaleras. El muro de llamas descendió, como si se estuvieran inclinando ante su soberano—. No lo olvides, Azula. Debemos de demostrar nuestra supremacía no solo ante de los ciudadanos de nuestra nación, sino también ante las otras naciones. Es por eso por lo que, a partir de ahora, tu principal enfoque será dominar tu fuego azul. No aceptaré nada menos que la perfección.
Azula bajó la cabeza.
—Así será, padre.
Cuando ella salió de la sala del trono, lo hizo con una determinación renovada. Había logrado algo sobresaliente. Algo único en la historia de su nación. Y su padre estaba complacido con ella. Pero esa complacencia también venía con expectativas tan altas como la hazaña que había logrado.
Expectativas que planeaba no solo cumplir, sino sobrepasarlas. Ella demostaría de que era una digna princesa de la Nación del Fuego.
Había pasado una semana desde que Azula descubrió que podía crear fuego azul, el fuego perfecto. Sus horarios de entrenamiento bajo la tutela de Lo y Li se habían intensificado bajo la creencia de su padre de que fueron ellas quienes la guiaron a lograr la hazaña de crear fuego azul. Azula no quería confesarle a su padre de que no fue debido a la guía de ellas que logró alcanzar un nuevo nivel en su fuego control, sino un reconocido espadachín que había adquirido una gran sabiduría luego de años de pelear en la guerra.
Era por esa razón que, luego de reflexionar mucho sobre ello, se encontraba en las puertas de la mansión de Piandao.
Otra de las razones por la cual estaba aquí era porque estar en el palacio era, francamente, insoportable. Entre las expectativas de su padre, las recomendaciones de Li y Lo sobre cómo debe de controlar su nuevo fuego azul, junto con las constantes quejas y berrinches de Zuko sobre la pelea que había tenido con Perseo, habían hecho que estar en el palacio resultara francamente exasperante. Y sin mencionar lo molesto que se había vuelto la academia estos últimos días, razón por la cual no había ido a clases. No había vuelto a ver a Mai y Ty Lee y tampoco había hecho un esfuerzo en hacerlo.
Con algo de vacilación, Azula golpeó la aldaba de la puerta de la mansión. No pasó mucho tiempo antes de que una de las puertas dobles se abriera y apareciera el mayordomo de Piandao.
—Princesa Azula—dijo él con ligera sorpresa antes de recomponerse—. ¿Desea algo?
—Quiero ver a Piandao—exigió Azula.
—Por supuesto, su alteza. Él está ocupado instruyendo a sus discípulos, pero estoy seguro de que lo pospondrá para recibirla. Por favor, pase.
El mayordomo abrió la puerta y Azula entró. Ella pudo ver a los discípulos en distintos tipos de entrenamiento con sus espadas, pero hubo uno en especial que llamó su atención. Ligeramente apartados del resto, un combate se desarrollaba a un lado del campo. Azula reconoció inmediatamente a Perseo enfrentarse él solo a tres espadachines. Y a juzgar por cómo se desarrollaba el combate, Perseo iba ganando. Lo cual no era una sorpresa. Desde que lo había conocido, y por más que la irritaba el hecho, él nunca había perdido en un combate.
El mayordomo, que se había presentado como Fat (un nombre divertido considerando la complexión del hombre), la guio hacia uno de los árboles apartado del campo de entrenamiento, donde se encontraba una pequeña mesa de madera y un par de cojines.
—Por favor, tome asiento—dijo Fat—. El maestro Piandao estará aquí en poco tiempo. Mientras tanto… —el mayordomo agarró una tetera que estaba sobre la mesa y sirvió el humeante contenido en una taza, el cual la ofreció—. Disfrute el té.
Cuando el mayordomo se fue, Azula agarró la taza de té. Tentativamente, dio un pequeño sobro. Y cuando descubrió que no estaba mal, volvió a beber otro sorbo.
No pasó mucho tiempo antes de que Piandao apareciera y se uniera a ella, sentándose en el cojín frente a ella y sirviéndose su propia taza de té.
—Princesa Azula—él inclinó la cabeza en señal de saludo y respeto—. Es una sorpresa verla aquí. ¿A qué debo el honor de su presencia?
Azula volvió a dar otro sorbo a tu cálida taza de té, degustando el sabor a jazmín.
—La razón por la cual estoy aquí hoy es una y solo una—dijo ella, dejando la taza de té sobre la mesa y mirando a Piandao directamente—. Fue debido a usted que logré alcanzar un nuevo nivel en el fuego control que no se creía posible.
Piandao volvió a inclinar la cabeza.
—Agradezco sus amables palabras, su alteza. Pero el potencial para alcanzar tal nivel viene solo de usted, no de mí.
—Sí, viene de mí. Pero fue debido a su guía. Fue debido a su guía que no solo logré recuperar mi fuego control, sino llevarlo a un nivel que nunca se había visto en la historia de nuestra nación. No fue mi padre, no fueron mis instructoras de fuego control… Fue usted.
Piandao no dijo nada, simplemente mantuvo una expresión tranquila e imperturbable.
—Y es por esa razón… —continuó Azula, sin apartar la mirada de él—. Que quiero que sea usted quien supervise mi entrenamiento para dominar mi fuego azul.
...
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Y eso es todo por ahora, mis adorables lectores.
¿Qué tal les pareció el enfoque decidí darle al origen del fuego azul de Azula?
He investigado bastante en el lore del mundo Avatar y, hasta la fecha, no hay una explicación oficial de por qué Azula es la única en toda la serie que ha sido capaz de usar fuego azul. Algunos dicen que es debido a la combustión perfecta. Otros, debido a los sentimientos conflictivos de Azula. Y ese agujero es perfecto para que nosotros, como fanáticos, podamos teorizar y profundizar.
En lo personal, me enfoqué en que los sentimientos conflictivos de Azula por la pérdida de su madre. Saber que Ursa, a pesar de reprenderla y mostrar evidente favoritismo hacia Zuko, realmente la amaba, pero aún así la abandonó y ocasionó un conflicto que afectó su fuego control (similar a como ocurrió con Zuko en la serie cuando liberó a Appa o cuando decidió unirse al equipo Avatar)
Ahora, eso no quiere decir que Azula haya pasado página o superado lo que sucedió con su madre. Lo que hizo fue aceptar que su madre decía la verdad cuando le dijo que la amaba, pero aun así siempre prefirió a Zuko sobre ella y luego desapareció. Azula no ha superado ese trauma, simplemente lo reprimió y se enfocó meramente en querer controlar su fuego control y complacer a su padre, alguien que ha expresado estar orgulloso de ella. Después de todo, los niños quieren complacer a sus padres.
Aunque hizo una curiosa elección en la persona que la guiará a dominar su fuego azul y se percató de la curiosa y anormal resistencia que tiene Percy hacia el fuego... ¿Qué creen que pasará?
También tuvimos la primera pelea de amigos entre Percy y Zuko. Todos sabemos que tarde o temprano iba a pasar, ya que así es como los hombres fortalecen la amistad. A puño limpio.
En fin, espero les haya gustado. Y sin nada más que decir... ¡Hasta la próxima, guapos y guapas!
