Nube de vejez
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La vista se nubla con la edad...
En este pequeño recodo del mundo es imposible mantenerse ignorante a ese detalle, lo escuchas en algún momento y piensas que no te pasará a ti… pero llegan ciertos momentos e, inevitablemente, vas presenciando la pérdida de luz en los demás. Es sutil al inicio, es fácil dejarse engañar por la negación, pero eventualmente…
No pasa con todos, algunos tienen la suerte de seguir experimentando la misma claridad de los primeros años de vida hasta su último respiro; a otros la nube les perdona un poco, el cielo no se cierra por completo y la luz pasa justo entre esas gasas y si se acercan lo suficiente pueden ver lo que quieren.
Pero algunos corremos demasiado y agotamos a la suerte... y queda tan cansada que no puede protegernos de la oscuridad.
Resopló, luego de acomodar su hocico sobre el regazo de Hana. Sintió la mano caer suavemente sobre su cabeza y la caricia que le regalaron era de esas distraídas… las conocía bien y no por ser distraídas dejaban de ser invaluables. Dejó que los dedos rascaran su frente y volvió a bufar, levantando la mirada hacia el rostro maduro... recordó a la chiquilla enérgica que lo había cargado y reconocido, sin reparo alguno, tantos años atrás. Su vista cansada se escurrió por la línea que ahora decoraba la boca humana, aquel era el único testigo que en momentos había de todas las sonrisas y risas que él había presenciado.
—¿Qué pasa?
Hana le dedicó entonces su atención completa y sus ojos se encontraron. Él se permitió escurrirse un poco sobre el regazo, como cuando era un cachorro al que Tsume aún le dejaba mimar, recargando su mejilla sobre las piernas y mirándola a los ojos.
Hana separó los labios, pero no pronunció palabra alguna. Reconoció en las profundidades de aquellas pupilas la nube de aquella acompañante que cada vez se hacía más evidente en ella y los demás: la vejez. Una pequeña sonrisa se extendió por sus labios, moviendo las finas líneas de expresión que habían ido apareciendo en su rostro con los años. Acarició la enorme cabeza y la besó, manteniendo el contacto visual, tanto como el perro lo necesitó para grabarlo en su memoria y, así, poder rememorar en los días de oscuridad.
Cuando mi Gordito murió, los Inuzuka me brindaron muchísimo consuelo… pensaba en que, de todos los personajes que conozco, ellos serían los que mejor comprenderían mi dolor. Imaginé sus rutinas y rituales y encontré tranquilidad en esos espacios de imaginación. Este escrito es uno de esos tantos pensamientos.
Cosa curiosa, esto lo escribí hace casi justo dos años un 16 de septiembre.
Sábado, 14 de septiembre de 2024
