Capítulo 12
Tenia mucho que no hablaba con Syaoran. Ya llevaba 6 meses en Japon y no habia recibido ninguna carta o correo de su querido amigo. ¿Tan rapido se habia olvidado de ella? Ese pensamiento la hizo sentir triste. Todo sobre Japón la hacia sentir triste. Habia vivido en Hong Kong desde los 9 años y su Japonés no era lo mismo de antes.
Estaba en su computadora cuando la aplicación de mensajes le mando una notificación.
Syaoran en linea.
Le mando un mensaje lo mas rapido que sus dedos le permitieron y espero con ansia la respuesta.
Por su lado, en su casa en Hong Kong. El joven Syaoran miraba la notificacion con tristeza y algo de culpabilidad antes de cerrarla. No queria hablar con ella.
Escuchaba su voz. Lo reconocía. Pero ¿quién era?
—Sakura, por favor. No me dejes. Por favor. Tienes que estar bien.
Le quería hacer caso pero mi cuerpo no me respondía. Me sentía liviana. Sin dolor. ¿Por qué sentiría dolor? Aquí dormida estaba bien. No tenía que despertarme.
—Vamos, Sakura. No seas terca. Tienes que despertar.
No quiero. Quiero estar así. Quiero verlos. Quiero estar con ellos.
Entonces llegó otra voz.
—No, pequeña Sakura. Aún no es tu tiempo. Vuelve.
Tome una bocanada repentina de aire y mire a todos lados alarmada. ¿Me desmayé? Esa voz… oh, Dios. Esa voz. Era imposible. Busqué en el cuarto tratando de encontrarlo y sentí mi corazón partirse al no encontrarlo. Lo había escuchado. Su voz había sido tan clara.
Comencé a hiperventilar de nuevo y unos fuertes brazos me abrazaron. Kero estaba a mis pies aullando, seguramente asustado. ¿Había sido mi Yukito? Sabía que era imposible pero lo había sentido tan real.
—Sakura acuéstate. Necesitas recuperar fuerzas.
La voz de Syaoran me regresó a la realidad.
Dejé que me recostara y Kero llegó rápido a mi lado y se recostó en mi pecho. Puse mi mano en su lomo dejándole saber que estaba bien, pero mi corazón latía a mil por hora. Me di cuenta que estábamos en el pasillo y la puerta del cuarto de Yue estaba cerrada de nuevo.
—¿Syaoran? —Kero se levantó al notar que mi corazón estaba latiendo de forma normal.
—Dime, —contestó con urgencia.
—Lo siento, no debí pegarte, o gritarte. De verdad perdóname, —al soltar la última palabra me sentí llorar de nuevo.
El dique de dolor finalmente estalló, desatando un torrente de ira que no me había permitido enfrentar desde que se llevaron a mi hijo. Tres años de sollozos ahogados, gritos ahogados y un vacío que carcomía mi alma, todo se derrumbó contra él. Era una tormenta que había mantenido encerrada, un pozo venenoso de emociones que no me había atrevido a tocar. Se convirtió en el objetivo involuntario, en un saco de boxeo para el dolor que había enterrado en lo más profundo de mí. La vergüenza ardía en mis entrañas. Él no se merecía eso, nadie lo merecía. No hay excusa para usarlo como conducto para mi dolor. Pero la verdad es que me estaba ahogando en un mar de pena y no sabía nadar. Ataqué, fuera de control, y por eso realmente estaba apenada.
Él rió en un sollozo. No me había dado cuenta que sus ojos estaban rojos y tenía lágrimas secas en las mejillas.
—Me asustaste. Dejaste de respirar unos minutos. Las líneas no funcionan por la tormenta y no podía pedir ayuda y me estaba casando del RCP. Creí que… —antes de terminar la oración me tomó del brazo y jaló y me envolvió en los suyos.
El día había sido un torbellino de emociones, puntuado por varios de sus abrazos. Los dos primeros se sintieron clínicos, una atadura física destinada a anclarme durante las tormentas emocionales. Este abrazo, sin embargo, fue una revelación. Nunca me había abrazado así: una constelación de emociones tácitas plasmadas en su toque. Anhelo, un temblor apenas contenido. Miedo, una espiral apretada en su abrazo. Y luego, algo más cálido, una floración vacilante que hizo que un escalofrío recorriera mi espalda: ¿amor?
Su brazo bajó, rodeando mi cadera con una posesividad posesiva. La otra mano ahuecó la parte posterior de mi cabeza, acercándome al reconfortante calor de su cuello. Un aroma familiar, cedro y un toque de menta de su colonia llenaron mis sentidos, conectándome al presente incluso cuando su toque hizo que mi corazón comenzara a bailar frenéticamente.
Estaba congelada al inicio pero le devolví el abrazo. Lo había asustado. Sus palabras aún estaban en mi mente. Sakura, por favor. No me dejes. Lo abracé esperando asegurarle que no iría a ningún lado. Sentí una ola de afecto hacia él que había tratado de mantener al margen. Y las palabras salieron de mi boca sin poder contenerlas.
—Te perdono, —susurré.
Se separó de mí y me miró extrañado.
—¿Cómo? —preguntó.
—Te perdono. Por lo del funeral, por lo de hace 10 años. Te perdono. Te perdono por todo. Y perdóname a mi por no haberlo hecho antes.
Vi lágrimas llenar sus ojos de nuevo pero una bella sonrisa llenó su rostro. Yo le devolví la sonrisa y lo mire como hace mucho no lo veía. Lo mire como mi mejor amigo. La persona que siempre lo había sabido todo. Mi primer beso. Mi corazón roto. Mi amigo.
Pero el idiota tenia que arruinar el momento.
—Sakura, creo que es importante que vuelvas a entrar ahi.
—No lo creo, —dije tratante de levantarme.
—Escuchame, —me sostuvo de nuevo. —Lo que acaba de pasar no esta bien. No esta bien que casi te mueras por estar en el cuarto de Yue. El fantasma que vive ahi te esta matando. Necesitas enfrentarlo.
—No quiero.
—¿Por que?
—¡Joder, Syaoran! ¡Es mi culpa! ¡Es mi culpa que el haya estado en el carro ese dia! El tenia que estar en casa conmigo pero yo estaba cansada. Necesitaba un descanso de mi hiperactivo y perfecto niño de tres años y le pedi a Yukito que lo llevara al parque. Si yo no, de no haber sido por mi…
Mi respiración se entrecortó y un grito ahogado escapó de mis labios. Mi visión se volvió borrosa y las lágrimas brotaron como una presa a punto de romperse. Las palabras que había enterrado profundamente, la verdad que no podía soportar enfrentar, amenazaban con asfixiarme. "Es mi culpa", se soltaron, un grito entrecortado escapó de mi garganta. Nunca me había atrevido a decirlas en voz alta, el peso de ellas me aplastaba. Enviarlo al parque… todo fue culpa mía. Mi familia se había ido porque yo no era lo suficientemente bueno. Ni una buena esposa ni una buena madre. Entonces llegaron los sollozos, un torrente de dolor y autodesprecio que amenazaba con ahogarme.
—Sakura, eso es injusto, —me abrazó de nuevo. —No es culpa tuya que algún imbécil haya decidido beber y conducir. Y es hora de que comprendas esa verdad. Venir. Estaré contigo.
Hubo otro trueno que me hizo saltar. Recorde cuando Yue me dijo que le tenia miedo a los truenos y yo, sintiéndome como una jodida mentirosa, le dije que no era nada malo. Que eran ruidos fuertes que no nos podian hacer daño. Ahora yo tenia un cuarto. El cuarto que llevaba persiguiendome en mis pesadillas por tres años. Un cuarto que no me podia hacer daño. Al que yo le di el poder de hacerme daño.
Deje que Syaoran me ayudara a levantar y asenti con un suspiro. Espero a que yo tomara el pomo de la puerta para abrir. A pesar de creer en su plan, dejo que yo tomara la iniciativa, y estaba agradecida.
Gire la perilla y con otro suspiro abri la puerta.
El aire se volvió denso y pesado, el pánico familiar subiendo por mi garganta. Mi corazón golpeaba contra mis costillas, un tamborileo frenético contra el silencio ensordecedor de la habitación. Su habitación, congelada en el tiempo, réplica perfecta de aquella fatídica tarde. Su manta favorita, la que tenía el cachorro azul descolorido, yacía arrugada sobre la almohada, todavía con un leve eco de su aroma de bebé. En la mesita de noche había una taza de leche olvidada; su contenido era una pesadilla amarillenta y cuajada. Su pijama, un pequeño montón a los pies de la cama, provocó una nueva oleada de dolor. "Guárdalos, cariño", lo regañé, el recuerdo era afilado como un cuchillo. Una disculpa, una disculpa constante y mordaz, un mantra que resuena en mi cabeza. Mi visión se volvió borrosa por las lágrimas, la habitación se deformó con la intensidad del ataque de pánico. Cada detalle, una herida reciente, un recordatorio de una vida robada, un amor perdido para siempre.
Mi mirada se posó en su favorito: un osito de peluche amarillo deforme con orejas de gran tamaño, alas caídas y una cola que se arrastraba fláccida por el suelo. Una punzada de reconocimiento me atravesó. Kero. El parecido era asombroso. Lo recogí y acuné la tela gastada contra mi mejilla. La textura familiar, el aroma desvanecido del sol y los sueños olvidados deberían haberle reconfortado. En cambio, abrió una vez más el dique del dolor. Este osito, símbolo de una infancia perdida, sostenía el peso de mil disculpas tácitas y un anhelo por lo que nunca podría ser. En sus ojos vacíos, vi un reflejo de mi propio hijo, su risa silenciada, su sonrisa congelada para siempre en un recuerdo.
Me adentre un poco mas al cuarto y me arrodille enfrente de su cama. Espasmos pasaban por mi cuerpo en forma de sollozos. Tome la cobija en mis manos y la pude contra mi rostro mientras lloraba mas. Syaoran se quedo al pie dela puerta y me dejo hace lo que debi hacer hace mucho tiempo, lamentar la muerte de mi hijo por fuera y por dentro.
No supe cuanto tiempo estuve asi cuando volvi a sentir un ataque de panico formarse pero Kero estuvo a mi lado en cuanto el pensamiento llego a mi. Fue entonces que senti la mano de Syaoran en mi hombro y eso me ayudo a encontrar mi voz.
—Perdoname, mi principito. No sabia lo que pasaria. Perdoname por no tener paciencia ese dia. Perdoname por estar cansada e irritable. Perdon por… —mis lagrimas y sollozos no me dejaban continuar pero tenia que hacerlo. —Por alzar mi voz cuando no guardaste tu pijama. Perdoname por no darte 47 abrazos como me pediste y por prometer ir al parque la proxima vez en lugar de ir contigo. Perdoname.
Espere a que el agujero en mi interior me terminara de matar pero no lo hizo. Con Kero y Syaoran a mi lado, senti una proteccion que parecia mantenerlo a raya. Aun lloraba, pero me levante y mire al cuarto que ya no se veia tan aterrador como antes. Era un cuarto especial, quiza no moveria o cambiaria nada, pero podria volver a entrar. Y le debi eso a Syaoran.
El estaba de pie a mi lado, mirandome expectante. Me lance sobre el y lo abrace. Estaba tan agradecida por todo esto.
—Te gusta hacer cosas que me asustan ¿verdad? Desmayarte, lanzarte sobre mi, el gas pimienta, —él rió.
—Kero, —añadí haciéndolo reír más fuerte.
—Claro, claro, escuincla—me ayudo a salir del cuarto y cerro la puerta detras de nosotros. Tenia much tiempo que no me llamaba asi.
Me sentí bien. Sentí como si el agujero realmente se hubiera reducido. Li Syaoran había hecho eso. Todavía estaba medio sollozando pero también quería reírme. El fantasma de la habitación de mi bebé había desaparecido.
