Harry Potter pertenece a JK Rowling.
Bruja Llameante
27: T.I.M.O.S
—No seas estúpido. —gruñó ella —Para el caso podías haberle comprado a Harold Dingle su polvo de garra de dragón. Y ya lo creo que puede ser malo. —aseguró Hermione con severidad —Le he echado un vistazo a ambos productos y en realidad son excrementos de doxy secos.
Aquella información calmó un poco las ansias de Ron por tomar estimulantes cerebrales.
Durante la siguiente clase de Transformaciones, recibieron los horarios de los exámenes y las normas de funcionamiento de los TIMOS. —Como veréis —explicó la profesora McGonagall a la clase mientras los alumnos copiaban de la pizarra las fechas y las horas de sus exámenes—vuestros TIMOS están repartidos en dos semanas consecutivas. Haréis los exámenes teóricos por la mañana y los prácticos por la tarde. El examen práctico de Astronomía lo haréis por la noche, como es lógico. Debo advertiros que hemos aplicado los más estrictos encantamientos antitrampa a las hojas de examen. Las plumas autorrespuesta están prohibidas en la sala de exámenes, igual que las recordadoras, los puños para copiar de quita y pon y la tinta autocorrectora. Lamento tener que decir que cada año hay al menos un alumno que cree que puede burlar las normas impuestas por el Tribunal de Exámenes Mágicos. Espero que este año no sea nadie de Gryffindor. Nuestra nueva… Inquisidora… —al pronunciar esa palabra, la profesora McGonagall puso la misma cara que ponía la madre de Sirius cuando contemplaba una mancha particularmente tenaz —ha pedido a los jefes de las casas que adviertan a sus alumnos que si hacen trampas serán severamente castigados porque, como es lógico, los resultados de vuestros exámenes dirán mucho de la eficacia del nuevo régimen que la directora ha impuesto en el colegio… —La profesora McGonagall soltó un pequeño suspiro y Harry vio cómo se le inflaban las aletas de la afilada nariz—. Aun así, ése no es motivo para que no lo hagáis lo mejor que podáis. Tienen que pensar en vuestro futuro.
Minerva frunció el ceño, cuando escuchó a Potter. —Ni siquiera sé en qué quiero trabajar.
—Por favor, profesora —dijo Hermione, que había levantado la mano—, ¿Cuándo sabremos los resultados?
—Les enviarán una lechuza en el mes de julio —contestó la profesora McGonagall.
Su primer examen, Teoría de Encantamientos, estaba programado para el lunes por la mañana. El domingo después de comer, Beatrice accedió a preguntarle la lección a Hermione, pero enseguida lo lamentó: su novia estaba muy nerviosa y no paraba de quitarle el libro de las manos para comprobar si había contestado correctamente a la pregunta, y al final le dio un fuerte golpe en la nariz con el afilado borde de Últimos avances en encantamientos. — ¿Por qué no estudias tú sola? —le propuso Beatrice con firmeza, y le devolvió el libro, además de robarle un beso, que la dejó atontada.
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Durante el desayuno, a Hermione se le resbaló de los temblorosos dedos el tenedor, que fue a parar sobre el plato y produjo un fuerte tintineo. —¡Ay, madre! —exclamó ella por lo bajo mirando hacia el vestíbulo—. ¿Son ellos? ¿Son los examinadores? Harry y Ron se dieron rápidamente la vuelta en el banco. Más allá de las puertas abiertas del Gran Comedor vieron a la profesora Umbridge de pie con un pequeño grupo de brujas y magos que parecían muy ancianos.
Fue una noche incómoda. Todo el mundo intentaba repasar un poco más en el último momento, aunque no parecía que nadie avanzara mucho.
Cuando terminó el desayuno, los alumnos de quinto y de séptimo se congregaron en el vestíbulo mientras los demás estudiantes subían a sus aulas; entonces, a las nueve y media, los llamaron clase por clase para que entraran de nuevo en el Gran Comedor, que entonces ofrecía el mismo aspecto que Beatrice recordaba de su vida pasada y el mismo que (también recordaba) había visto en el Pensadero de Snape, cuando su padre, Sirius y Snape hacían sus T.I.M.O.S; habían retirado las cuatro mesas de las casas y en su lugar habían puesto muchas mesas individuales, encaradas hacia la de los profesores, desde donde los miraba la profesora McGonagall, que permanecía de pie. Cuando todos se hubieron sentado y se hubieron callado, la profesora McGonagall dijo: —Ya podéis empezar. —Y dio la vuelta a un enorme reloj de arena que había sobre la mesa que tenía a su lado, en la que también había plumas, tinteros y rollos de pergamino de repuesto. Beatrice, a quien el corazón le latía muy deprisa, le dio la vuelta a su hoja (tres filas hacia la derecha y cuatro asientos hacia delante, Hermione ya había empezado a escribir) y leyó la primera pregunta: a) Nombre el conjuro para hacer volar un objeto, b) Describa el movimiento de varita que se requiere. Beatrice recordó fugazmente cómo un garrote se elevaba y caía produciendo un fuerte ruido sobre la dura cabeza de un trol… Sonriendo, se inclinó sobre el papel y empezó a escribir.
—Bueno, no ha estado del todo mal, ¿verdad? —comentó Hermione en el vestíbulo, nerviosa, dos horas más tarde. Todavía llevaba en la mano la hoja con las preguntas del examen—. Aunque no creo que me haya hecho justicia en encantamientos regocijantes, no tuve suficiente tiempo.
—Hermione, ¿Sabes que en las Tesis de grado en los colegios Muggles y las universidades (también Muggles) se pide que la información sea concisa, antes que excesiva? —Preguntó la pelinegra.
Ella pareció pensarlo por un momento. —Supongo que tienes razón, Beatrice.
Los alumnos de quinto comieron con el resto de los estudiantes (las cuatro mesas de las casas habían vuelto a aparecer a la hora de la comida) y luego entraron en masa en la pequeña cámara que había junto al Gran Comedor, donde tenían que esperar a que los avisaran para hacer el examen práctico. Los llamaban en reducidos grupos y por orden alfabético; los que se quedaban atrás murmuraban conjuros y practicaban movimientos de varita, metiéndosela de vez en cuando los unos a los otros en un ojo o dándose con ella golpes en la espalda sin querer. Por fin llamaron a Hermione, quien, temblorosa, salió de la cámara con Anthony Goldstein, Gregory Goyle y Daphne Greengrass.
Los alumnos que ya se habían examinado no regresaban a esa sala, así que Beatrice, Neville... y Ron no supieron cómo le había ido a su amiga. —Seguro que lo hace bien. ¿Te acuerdas de cuando sacó un ciento doce por ciento en un examen de Encantamientos? —dijo Ron. Beatrice asintió.
Diez minutos más tarde, el profesor Flitwick llamó a: «Parkinson, Pansy; Patil, Padma; Patil, Parvati; Potter, Beatrice.»
Beatrice entró en el Gran Comedor asiendo tan fuerte su varita que le temblaba la mano. —El profesor Tofty está libre, Potter —le indicó con su voz chillona el profesor Flitwick, que se hallaba de pie junto a la puerta. Y señaló al examinador más anciano y más calvo, que estaba sentado detrás de una mesita, en un rincón alejado, a escasa distancia de la profesora Marchbanks, quien por su parte examinaba a Draco Malfoy.
—Potter, ¿verdad? —preguntó el profesor Tofty consultando sus notas, y miró a Beatrice por encima de sus quevedos al verlo acercarse—. ¿La famosa Lady Potter? Bueno, me gustaría que cogieras esta huevera y le hicieras dar unas cuantas volteretas.
Beatrice miró la huevera, mientras se rebanaba los sesos, tratando de recordar el hechizo correcto. — ¡Pluries Nent! —la huevera se puso en vertical, luego el diagonal y comenzó a girar. Luego, usó el hechizo correcto, para que una rata se volviera amarillo pollito y su nariz se volvió azul, consiguiendo 10 puntos extra, por el color de la nariz.
Aquella noche no tuvieron tiempo para relajarse; después de cenar, subieron directamente a la sala común y se pusieron a repasar para el examen de Transformaciones que tenían al día siguiente. Beatrice fue a acostarse con la cabeza llena de complicados ejemplos y teorías de hechizos.
Por la mañana, Beatrice olvidó la definición de hechizo Permutador en su examen escrito, pero logró recordarlo en los últimos cinco minutos y lo corrigió. Le pareció que el examen práctico le fue muchísimo mejor.
Consiguió hacer desaparecer por completo su iguana mediante un hechizo desvanecedor, en tanto que la pobre Hannah Abbott, que se examinaba en la mesa de al lado, perdía el control y convertía su hurón en una bandada de flamencos. Tuvieron que interrumpir los exámenes durante diez minutos hasta que capturaron a todas las aves y las desalojaron del comedor.
Y luego, el jueves, Defensa Contra las Artes Oscuras. Aquel día Beatrice se convenció por primera vez de que había aprobado. No tuvo ninguna dificultad con las preguntas escritas, y durante el examen práctico disfrutó especialmente realizando los Contraembrujos y los hechizos Defensivos delante de la profesora Umbridge, que lo miraba con frialdad y una mueca avinagrada desde cerca de las puertas que daban al vestíbulo. — ¡Bravo! —exclamó el profesor Tofty, que volvía a examinar a Beatrice, cuando éste realizó a la perfección un hechizo repulsor de boggarts—. ¡Excelente! Bueno, creo que eso es todo, Potter… A menos que… —El hombre se inclinó un poco hacia delante—. Mi buen amigo Tiberius Ogden me ha dicho que sabes hacer un patronus. Si quieres subir la nota… —Beatrice alzó su varita, miró directamente a la profesora Umbridge y se imaginó que la echaban del colegio. Sin siquiera pronunciarlo... espera: Ese no era un Ciervo, ¿Por qué no era un Ciervo como el de su padre? ¿O una Cierva como su madre y Snape? Una risa se le escapó de entre los labios: Era un reno.
Al pasar junto a la profesora Umbridge, Beatrice y ella se miraron. Una desagradable sonrisa se insinuaba en las comisuras de la ancha y flácida boca de la profesora, pero Beatrice le correspondió con una sonrisa tan ancha, que parecía le iba a partir la cara, cosa que la hizo retroceder asustada. A menos que se equivocara mucho (y por si así era, no pensaba decírselo a nadie), acababa de conseguir un «Extraordinario» en el T.I.M.O de Defensa Contra las Artes Oscuras.
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El viernes, Beatrice y Hermione se presentaron al de Runas Antiguas; al volver, ambas chicas se veían despeinadas y tenían miradas asesinas sobre Neville Longbottom y Dean Thomas, quienes se burlaron de ambas, por sus aspectos.
Pociones para el examen del lunes; era la prueba que todos temían. (excepto los Slytherin) Como era de esperar, encontraron difícil el examen escrito, aunque Hermione, Ron y Beatrice creían que habían contestado correctamente a la pregunta sobre la poción Multijugos y habían sabido describir con precisión sus efectos, pues la había tomado ilegalmente en su segundo año en Hogwarts. El examen práctico de la tarde no resultó tan espantoso como Beatrice había imaginado. Snape no estuvo presente, y Beatrice se sintió mucho más relajada que cuando preparaba sus pociones.
Neville, que estaba sentado muy cerca de Beatrice, también parecía más tranquilo de lo que este lo había visto jamás durante las clases de Pociones. Cuando la profesora Marchbanks dijo: «Separaos de vuestros calderos, por favor. El examen ha terminado», Beatrice tapó su botella de muestra con la sensación de que quizá no sacase muy buena nota, pero al menos, con un poco de suerte, evitarían ser suspendidos o una nota T de Troll.
Beatrice se había propuesto esmerarse al máximo en el examen de Cuidado de Criaturas Mágicas del martes para no hacer quedar mal a Hagrid. El examen práctico tuvo lugar por la tarde en la extensión de césped que había junto a la linde del Bosque Prohibido, donde los estudiantes tuvieron que identificar correctamente al knarl escondido entre una docena de erizos (el truco consistía en ofrecer leche a todos por turnos; los knarls, que son unas criaturas muy desconfiadas cuyas púas tienen propiedades mágicas, se ponían furiosos ante lo que interpretaban como un intento de envenenarlos).
Después tuvieron que demostrar que sabían manejar correctamente un Bowtruckle, dar de comer y limpiar a un Cangrejo de Fuego sin sufrir quemaduras de consideración, y elegir, de entre una amplia variedad de alimentos, la dieta que pondrían a un unicornio enfermo. Beatrice veía que Hagrid miraba, nervioso, por la ventana de su cabaña. Cuando la examinadora de Beatrice, que esta vez era una bruja bajita y regordeta, le sonrió y le dijo que ya podía irse, Beatrice le hizo a su amigo una breve seña de aprobación con los pulgares antes de volver al castillo.
Cuando volvió al castillo, mandó una carta a Dumbledore, para que fuera a ayudar a Hagrid, durante las horas en las que se realizaría el examen práctico de Astronomía.
El examen teórico de Astronomía del miércoles por la mañana le salió bastante bien. Beatrice no estaba seguro de haber recordado correctamente los nombres de todas las lunas de Júpiter, pero al menos sabía que ninguna estaba cubierta de pelo. Como para hacer la prueba práctica de Astronomía tenían que esperar a que anocheciera, dedicaron la tarde a otros temas.
A las once, cuando llegaron a la torre de Astronomía, comprobaron que hacía una noche tranquila y despejada, perfecta para la observación de los astros. La plateada luz de la luna bañaba los jardines y soplaba una fresca brisa. Cada alumno montó su telescopio, y cuando la profesora Marchbanks dio la orden, empezaron a rellenar el mapa celeste en blanco que les habían repartido. El profesor Tofty y la profesora Marchbanks se paseaban entre los alumnos, vigilando mientras éstos anotaban la posición exacta de las estrellas y de los planetas que observaban. Sólo se oía el susurro del pergamino al cambiarlo de posición, el ocasional chirrido de un telescopio al ajustarlo sobre su trípode, y el rasgueo de las plumas. Al cabo de una hora y media, los rectángulos de luz dorada que se proyectaban sobre los jardines fueron desapareciendo conforme se apagaban las luces en el castillo. Pero cuando Beatrice estaba completando la constelación de Orión en su mapa celeste, las puertas del castillo se abrieron, justo debajo del parapeto donde se encontraba él, y la luz se esparció por los escalones de piedra hasta alcanzar el césped. Beatrice miró hacia abajo, fingiendo que ajustaba un poco la posición de su telescopio, y vio unas cinco o seis alargadas siluetas que avanzaban por la hierba iluminada; entonces se cerraron las puertas y el césped se convirtió de nuevo en un mar de oscuridad. Beatrice volvió a pegar el ojo al telescopio y lo enfocó para examinar Venus. Luego dirigió la vista hacia su mapa para anotar la posición del planeta, pero algo lo distrajo; se quedó quieto, con la pluma suspendida sobre la hoja de pergamino, miró hacia los oscuros jardines entrecerrando los ojos, y vio a media docena de personas que caminaban por ellos. Si aquellas figuras no hubieran estado en movimiento, y si la luz de la luna no hubiera hecho que les brillara la coronilla, Beatrice no habría podido distinguirlas del oscuro suelo por el que andaban. Incluso desde aquella distancia, a la chica le pareció reconocer los andares de la figura más baja, que al parecer era la que guiaba al grupo. No se le ocurría ninguna razón por la que la profesora Umbridge hubiera salido a pasear por los jardines pasada la medianoche, y menos aún acompañada de otras cinco personas. Beatrice negó varias veces con la cabeza y volvió a centrarse en los cielos y en anotar los planetas... y lo que significaban. La pelinegra de ojos verdes, frunció el ceño: Esto no era adivinación astronómica, solo era el T.I.M.O de Astronomía, — "Concéntrate Potter. Concéntrate." —Pegó el ojo al telescopio, encontró de nuevo a Marte y lo anotó en su mapa. Contó los planetas en su mapa, revisó todo y buscó a Mercurio.
Entonces, todos escucharon un rugido procedente de la lejana cabaña que resonó en la oscuridad y llegó hasta lo alto de la torre de Astronomía. Varios alumnos que Beatrice tenía cerca se separaron de sus telescopios y miraron hacia la cabaña de Hagrid. El profesor Tofty volvió a toser. —Chicos, chicas, intentad concentraros —dijo en voz baja. Casi todos los alumnos siguieron escudriñando el cielo con sus telescopios. Harry echó un vistazo a la izquierda. Hermione miraba, petrificada, hacia la cabaña de Hagrid —. Ejem…, veinte minutos… —anunció el profesor Tofty. Hermione pegó un brinco y volvió a concentrarse de inmediato en su mapa celeste; Beatrice dirigió la mirada hacia el suyo y vio que ya lo había completado, firmó con su nombre y su Casa, para luego entregarlo al profesor Tofty. —creo que tiene aquí, usted un trabajo excepcional, Potter. Excepcional.
Entonces se oyó un fuerte ¡PUM! que procedía de los jardines y varios estudiantes exclamaron «¡Ay!» al golpearse la cara con el extremo de la mira de sus telescopios cuando se apresuraron a observar lo que estaba pasando abajo. La puerta de la cabaña de Hagrid se había abierto, y la luz que salía de dentro les permitió verlo con bastante claridad: una figura de gran tamaño rugía y enarbolaba los puños, rodeada de seis personas, las cuales intentaban aturdirlo a juzgar por los finos rayos de luz roja que proyectaban hacia él.
— ¡NO! —gritó Hermione.
— ¡Señorita! —exclamó escandalizado el profesor Tofty—. ¡Esto es un examen!
Pero ya nadie prestaba atención a los mapas celestes. Todavía se veían haces de luz roja junto a la cabaña de Hagrid, aunque parecían rebotar en él; el guardabosques aún estaba en pie y a Beatrice le pareció que no había dejado de defenderse. Por los jardines resonaban gritos y un hombre bramó: «¡Sé razonable, Hagrid!»
— ¡¿RAZONABLE?! —rugió él—. ¡MALDITA SEA, DAWLISH, NO ME LLEVARÁN ASÍ! —Y Hagrid derribó a los Aurores y al Escuadrón Inquisitorial, mientras que Umbridge chillaba de horror.
Beatrice vio la silueta de Fang, que intentaba defender a su amo y saltaba repetidamente sobre los magos que rodeaban a Hagrid, hasta que el rayo de un hechizo aturdidor alcanzó al animal, que cayó al suelo. Mientras que Hagrid derribó a sus otros atacantes y Umbridge pareció caer al suelo, pero horrorizada, no lastimada.
Las puertas del castillo, que habían vuelto a abrirse; la luz iluminaba de nuevo el oscuro jardín, y una silueta cruzaba la extensión de césped; Beatrice se rodeó de fuego y saltó por la ventana, saliendo en una estela de fuego violeta y aterrizando justo en donde McGonagall se paró. —¿¡Cómo se atreven!? —gritaba la solitaria figura mientras corría—. ¿¡Cómo se atreven!? ¡DÉJENLO EN PAZ! ¡He dicho que lo dejen en paz! —repetía la profesora McGonagall en la oscuridad—. ¡¿CON QUÉ DERECHO LO ATACAN?! ¡ÉL NO HA HECHO NADA, nada que JUSTIFIQUE ESTE…! —Los cuatro rayos aturdidores volaron hacia McGonagall, pero Beatrice levantó un muro de fuego violeta, que luego mandó contra el Escuadrón Inquisitorial y la propia Umbridge, quien chillaba como posesa y no sabía qué hacer. —Gracias Potter —Umbridge miró aturdida a la figura junto a McGonagall; pero la maestra de Transformaciones fue más rápida —Desmaius. —Y Umbridge cayó al suelo, desmayada —Ahora: Me encargaré de los recuerdos de todos ellos —y luces blancas con auras azules, golpearon las cabezas de los miembros del Escuadrón Inquisitorial y de la propia Umbridge.
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Los alumnos de quinto curso entraron en el Gran Comedor a las dos en punto y se sentaron frente a las hojas de examen. Beatrice estaba agotada. Sólo deseaba una cosa: que terminara aquel examen, porque así podría irse a dormir. Pasados unos segundos, cayó en la cuenta de que no había entendido ni una palabra; había una avispa zumbando distraída contra una de las altas ventanas. Lenta, tortuosamente, Beatrice empezó por fin a escribir la respuesta. Le costaba mucho recordar los nombres y confundía con frecuencia las fechas. Decidió saltarse la pregunta número cuatro («En su opinión, ¿qué hizo la legislación sobre varitas en el siglo XVIII: contribuyó a un mejor control de las revueltas de duendes o las permitió?»), y contestarla si tenía tiempo cuando hubiera terminado de responder las demás. Probó con la pregunta número cinco («¿Cómo se infringió el Estatuto del Secreto en 1749 y qué medidas se tomaron para impedir que volviera a ocurrir?»), pero sospechaba que se había dejado varios puntos importantes: le parecía recordar que los vampiros participaban en algún momento de la historia. Siguió buscando una pregunta que pudiera contestar sin vacilar y sus ojos se detuvieron en la número diez: «Describa las circunstancias que condujeron a la formación de la Confederación Internacional de Magos y explique por qué los magos de Liechtenstein se negaron a formar parte de ella.» —Esto lo sé —se dijo Beatrice, aunque notaba que tenía el cerebro aletargado y torpe. Empezó a escribir, levantando de vez en cuando la vista para mirar el reloj de arena que la profesora Marchbanks tenía encima de su mesa. Beatrice estaba sentado justo detrás de Parvati Patil, cuyo largo pelo castaño caía por detrás del respaldo de su silla. En un par de ocasiones, Beatrice se encontró mirando con fijeza las diminutas luces doradas que brillaban en la melena de Parvati cada vez que ella movía ligeramente la cabeza, y tuvo que cambiar un poco de posición la suya para salir del ensimismamiento. — (…) el Jefe Supremo de la Confederación Internacional de Magos fue Pierre Bonaccord, pero la comunidad mágica de Liechtenstein protestó contra su nombramiento porque… —Alrededor de Beatrice las plumas rasgueaban el pergamino como ratas que corretean y escarban en sus madrigueras. Notaba el calor del sol en la nuca. ¿Qué había hecho Bonaccord para ofender a los magos de Liechtenstein? Beatrice creía recordar que tenía algo que ver con los trols… La Confederación se había reunido por primera vez en Francia, sí, eso ya lo había escrito… Los duendes querían asistir, pero no se lo habían permitido… Eso también lo había puesto… Y ningún representante de Liechtenstein quiso tomar parte en la reunión… finalmente, descubrió lo que le pasaba, envió a su cabeza, tanta magia como pudo y luego empujó contra el intruso.
A miles de millones de kilómetros de allí, Voldemort se dobló de dolor, mientras gritaba y caía al suelo, sobre sus rodillas, sentía como sus escudos de Oclumancia eran destrozados y luego escuchaba una voz femenina e indignada. «¡RYDDLE, ESTOY EN MEDIO DE UN PUTO EXAMEN DE TIMO DE HISTORIA DE LA MAGIA, YA ES DIFÍCIL RECORDAR DATOS, CUANDO TE QUEDAS DORMIDO EN PLENA CLASE: ANDA A TOCARLE LOS OVARIOS A ALGUIEN MÁS, PEDAZO DE ESCORIA MESTIZA!»
Beatrice usó su ventaja actual y le sacó de la mente herida a Ryddle, todas las respuestas del Examen. Al terminar, entrego el mismo. —No… no me siento muy bien, ¿Puedo ir a la enfermería?
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Beatrice realmente fue a la enfermería y recibió una poción calmante y una poción para la jaqueca. Al recibir ambos (especialmente la primera), fue a la Sala Común de Gryffindor y voló a su habitación, agarrando el Espejo para llamar a Sirius, tomándolo por su parte plateada. — ¡SIRIUS BLACK! —Chilló y luego de intentarlo por segunda ocasión, su padrino contestó.
Cabello negro en rizos, ojos negros, con sus ropas de Auror. —Buenas noches, Cachorra, ¿No deberías de estar en tus T.I.M.O.S?
—Ya completé el examen de Historia de la Magia —dijo la pelinegra —Ryddle ha intentado mandarme una visión por Legeremancia y yo se la he devuelto.
Sirius tenía una mirada de asombro e incredulidad. — ¿Tom Sorvolo Ryddle Gaunt, se ha metido a tu mente y tú también lo has hecho?
—El pedazo de escoria se lo ha merecido. Y me ha sido útil para contestar a las preguntas de Historia de la Magia, que no eran sobre Rebeliones de Duendes —dijo Beatrice sonriente.
—De acuerdo cachorra. —dijo Sirius, todavía sorprendido de que su ahijada pudiera bloquear Oclumánticamente a Ryddle y a parte, pagarle con la misma moneda —Avisaré a la Orden del Fénix y estaremos en el Departamento de Misterios, en la Sala de las Profecías, enfrentando Mortífagos.
Ella asintió apenas. —Ten cuidado con la Sala de la Muerte y el Velo también. —Sirius asintió, antes de que el espejo se volviera solo eso.
