OBLIGACIONES DE PRINCESA

De Siddharta Creed

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Capítulo 8

La charla que tuvo el príncipe con su padre resultó mejor de lo que imaginó, encontrando en sus palabras sabios consejos bien intencionados, que distaban de reproches o señalamientos.

Al dirigirse hacia la oficina personal del rey, se encontraba sumamente inquieto, temeroso de quedar como un idiota sin honor, por haber tenido que recurrir a un acto tan primitivo, debido a que su mujer se negaba a cumplir con sus obligaciones. Se avergonzaba de no lograr imponer su autoridad, ante una chiquilla obstinada.

Para su ventura, el rey le comprendió y escuchó sin juzgarlo, aconsejándolo después con una frase que venía repitiéndole desde que la encontró en aquel empobrecido planeta: «No esperes a que se comporte como saiyajin de un día para otro. Debes tener paciencia, ella ha sido criada como terrícola».

Una frase ya memorizada, pero poco puesta en ejecución, debido a su impaciencia y falta de experiencia en ese tipo de cuestiones, especialmente, cuando estaba acostumbrado a recibir halagos e insinuaciones por parte del sexo femenino, no a buscar sus atenciones.

«La ley es muy clara, toda saiyajin en unión con un macho, debe usar su fuerza para poner sus límites. Si llega a perder, debe esforzarse para superare. Solo aquellas que no pertenecen a la raza guerrera, pueden ser protegidas por otras instancias». Manifestó su padre.

«Tu madre no sabrá de esta conversación».

Le tranquilizaba saber que su padre reconocía su derecho a velar por su honor, que no lo juzgaba en base a sus inseguridades, a pesar de tener pleno conocimiento de ellas.

Años atrás, el rey Vegeta IV fue testigo de lo endeble que podía llegar a ser la autoestima de su heredero. Solo bastó que lo soltara al mundo por unos pocos años, para que uno de sus antiguos enemigos lograra envenenarle la mente por un tiempo que, aunque fue corto, dejó profundas cicatrices en el joven príncipe.

King Cold temía al super saiyajin, tanto como Freezer, con la diferencia de que Cold tenía la cabeza más fría que su hijo prodigio, logrando evitar una muerte segura por años, ocultándose en las sombras de planetas cobijados por la gracia del imperio saiyajin, haciéndose pasar por un viejo mercader, que ocultaba su aspecto físico detrás de un juego de mantas y un estrafalario turbante que coronaba su cabeza, mostrando apenas los ojos, que se ensombrecían entre su disfraz.

Para el astuto viejo, fue muy sencillo tener acceso al joven saiyajin, solo tuvo que esperar, hasta que se enteró que el heredero a la corona, tomaría estudios fuera de su planeta de nacimiento, mudándose a Yazzre, cuna del conocimiento intergaláctico y sede de los mejores centros de estudios del cuadrante entero.

«Los tiempos han cambiado, debemos evolucionar», fue lo que el príncipe dijo a sus padres, el día que les expresó su deseo de cultivarse en diversas ciencias que le ayudarían a su formación como futuro líder.

Cumplidos los dieciocho años, se instaló en una de las habitaciones para estudiantes de prestigio de la academia. Teniendo breves escapadas de vez en cuando, para entrenar en espacios inhabitados o merodear por el planeta, bajo un sutil disfraz que consistía en una capa de color marrón o verde, que cubría especialmente su distintivo cabello lila.

En una de esas escapadas, fue que Cold logró abordarlo, llamando su atención sin mucho esfuerzo, gracias a su experimentada labia, ganándose su confianza en menos tiempo de lo estimado, sembrándole poco a poco, dudas sobre su legitimización, sobre la lealtad del pueblo hacia un híbrido, y sobre lo que decían a sus espaldas.

«¿Qué pasaría si el rey hubiese tenido otro hijo varón, de cabello negro?» Le preguntó en una ocasión, fingiendo inocente curiosidad.

«En el planeta de Astafar, llamaban sucio al rey cuya madre no era de noble cuna, obviamente a sus espaldas».

Con frecuencia le expresaba un respeto y preocupación fingidos, alegando que en sus décadas que tenía de vida, había sido testigo de múltiples sucesos políticos, atrapando la atención del joven híbrido, con historias reales de las que Trunks tenía conocimiento, gracias a los libros que solía leer para documentarse.

Poco a poco, gracias a esas charlas comenzó a quebrarse la sólida relación que tenía el príncipe heredero con su padre, ocasionando que Trunks llegase a plantearse la posibilidad de abdicar al trono, dudando de sus propias capacidades como líder, por mucho que pudiese acceder a la legendaria transformación.

Cold no podía derrotarlos, a diferencia de su hijo Freezer, el poder del mayor se encontraba estancado y sabía que no daría más, ni siquiera podía llegar a su siguiente transformación y ya estaba cansado de intentarlo. Sus finanzas tampoco iban bien, pues la mayoría de sus bienes habían sido tomados por el nuevo imperio y quienes lo traicionaron después, quedándole solo una pequeña fortuna que poco a poco se esfumaba de sus manos, principalmente en sobornos y chantajes, con los que controlaba a los pocos aliados que le quedaban.

Pudo haber huido a otro cuadrante, incluso a otra galaxia, pero estaba determinado a vengarse, aun con la enorme posibilidad de morir en el intento. Y no se iría sin sembrar la discordia en el hijo del hombre que tanto odiaba.

La inocencia del joven y sus inseguridades le hicieron una mala jugada, al caer completamente en el juego del anciano, creándole insomnio y paranoia a tal grado, que sospechaba de todos aquellos que lo rodeaban, trayéndole a la memoria, amargos recuerdos de su niñez, cuando veía cuchichear a miembros de la corte, después de saludarlo con una reverencia. En aquella época sabía que a Gohan y a Goten los llamaban sangre impura, era lógico que también lo despreciaran a él, aunque nunca nadie se atrevió a faltarle el respeto de frente.

El mismo veneno que Cold le implantó al híbrido, terminó alcanzándolo a él. El anciano estaba tan confiado en su experiencia y desesperado por lograr su objetivo, que despertó sospechas en el joven, siendo descubierto de una manera tan estúpidamente predecible, que no pudo evitar maldecir su ingenuidad. Nunca sospechó que esa tarde en particular, el príncipe regresaría a su tienda, entrando directamente a la cueva que utilizaba como refugio, viéndolo conversar con uno de sus espías, libre del turbante y las mantas que solían cubrir su anatomía.

Para el príncipe fue una gran decepción, ya que consideraba al mercader casi como una especie de sabio, a quien podía acudir de necesitar un consejo.

«¡TODO FUE UNA MENTIRA!» Le reclamó transformando sus cabellos lilas a dorados.

«Sabes bien que no, mestizo. Todos le temen al legendario fenómeno, pero se burlan de la impureza de su sangre. Siempre será así y lo sabes, nadie te respetará por lo que eres, sino por ser el hijo de tu padre. Tú no eres nadie por ti mismo».

«Freezer era temido, no amado por su pueblo. El respeto que le mostraban, era gracias al terror que lograba despertar».

«¿En verdad crees que un pueblo tan orgulloso te respetará por tus logros? Olvídate de eso. El color de tus ojos y cabello no cambiará con eso».

Nunca se lo dijo a nadie, pero las palabras del viejo Cold se tatuaron en su memoria, como una dolorosa cicatriz que aun dolía. Ni siquiera la satisfacción de haberle arrancado la cabeza lograba disminuir su efecto.

Afortunadamente los lazos con su padre lograron restaurarse poco a poco. No obstante, el príncipe se reservó algunos sentires para sí mismo, en especial, los que tenían que ver con su inconformidad por sus colores tan diferentes. Era algo con lo que tendría que lidiar el resto de su vida, se avergonzaba profundamente de estar insatisfecho con su aspecto físico.

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Pan se vio al espejo con desagrado, no le gustaba en absoluto cómo le quedaba el vestido, no le gustaba la realidad que estaba viviendo, que hasta entonces, la percibía como una especie de sueño surreal del que podía despertar en cualquier momento. Pero no, estaba despierta y apunto de jurarle lealtad y fidelidad a quien deseaba lejos de ella.

Asistir a esa ceremonia significaba oficializar ante la sociedad la unión que hasta entonces le parecía inválida. No deseaba hacerlo, ni siquiera quería intentarlo. Si continuaba, sería por sus padres, que hasta ahora continuaban recluidos en el planeta Onux, a pesar de que Gohan insistía en regresar a la Tierra, pero el rey se negaba a facilitarle una nave de largo alcance. Evitando así, que cambiaran su rumbo al planeta Vejita, terminando en un enfrentamiento contra el príncipe, donde seguro Gohan terminaría perdiendo.

Temía que el resto de su vida se limitara a eso; obedecer para mantener la integridad de sus padres. No creía poder soportarlo, lo mejor sería, que el príncipe terminara ejecutándola solo a ella.

—No puedo presentarme así, como si fuese su juguete —murmuró con asco. Odiaba el largo escote en V que mostraba gran parte de sus montes en crecimiento. No tenía manera de poderlo cerrar, tampoco las largas aberturas a los lados de sus piernas.

«No puede llevar nada debajo, sería de mal gusto», le había indicado la institutriz, que a pesar de haberse comportando con extrema amabilidad, no dejó de recordarle a cada rato, las nuevas reglas que debía seguir.

Podía ver la línea entre sus glúteos, apenas cubiertos por la fina tela tejida a mano. No muy visible, pero sin duda se podía ver.

—Y dice que sería vulgar usar ropa interior. Parezco un filete listo para ser devorado —se despojó del vestido sin dudarlo un segundo más—. Si tengo que ir a la estúpida ceremonia, no será vestida de esa manera —gruñó buscando en su vestidor.

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Acomodó sus guantes por cuarta ocasión, estaba más ansioso de lo que aparentaba.

—Ya solo faltaban unos detalles. No tarda en venir —avisó la moza con miedo reflejado en sus ojos color gris claro.

—Debió estar aquí hace más de media hora. ¿Acaso no se les advirtió? —ladró el príncipe, meneando la cola que regularmente anudaba en su cintura.

La moza agachó la cabeza, no tenía argumentos para refutar a su favor, a pesar de que la culpa recaía completamente en la princesa. Fue ella quien tardó más tiempo en el baño de esencias que le habían preparado, fue la princesa quien las retrasó al cambiar su vestido por uno que rompía completamente con el protocolo de la ceremonia, ordenando no soltar una sola palabra al respecto.

Las pobres mujeres a su servicio se sentían entre la espada y la pared, pues tenían órdenes de servir a la joven, por lo que temían contrariarla, o hacer cualquier comentario que pudiese ser mal interpretado.

Inquieto, el príncipe estaba por salir volando hacia su alcoba, cuando percibió su ki en camino, eso lo calmó, dio media vuelta y se dirigió hacia la ventana, observando la plaza llena. Sabía que una vez que se llevara a cabo la ceremonia, no había marcha atrás. Aunque en realidad si la había, pero a un doloroso costo que no estaba dispuesto a pagar.

«¿Cómo fue que llegué aquí?», se cuestionó resignado, dudando de sus decisiones.

Todo había comenzado por mero capricho, en especial, después de enterarse que los soldados de mayor rango pretendían realizar un combate para demostrar su poder de pelea, todo con el fin de impresionar a la joven que podía transformarse en súper saiyajin, transformación que ni siquiera dominaba del todo.

«Alteza, será un honor que usted mismo la ayude a encontrar a la guerrera que lleva dentro», le había agradecido Bardok cuando aceptó entrenarla, más que nada por curiosidad, porque para él, Pan no significaba más que un par de puños extra en su ejército.

Nunca pensó que la niña escuálida pudiese formar parte de su imperio, ni siquiera recordaba su existencia, salvo en las ocasiones que Gohan la llegó a mencionar.

«Pan, saluda. Es el futuro rey, gracias a su generosidad pude viajar a la Tierra para realizar mi sueño profesional, y gracias a ello, conocí a tu madre». Le dijo Gohan a su hija de cinco años, cuando la llevó consigo al palacio de visita.

La reina Bulma estaba encantada con la pequeña, quien curiosa no dejaba de preguntar por los materiales y herramientas que la monarca tenía en su laboratorio. Esa fue la primera vez que la vio, pareciéndole una cría impertinente por interrumpir la plática de los adultos, con sus infantiles preguntas.

Años después, él mismo la buscó en la llanura donde Bardok y Kakaroto le estaban ayudando a comenzar con su entrenamiento. Se había corrido la voz de que la joven podía transformarse y quería verla con sus propios ojos.

En un inicio, le molestó saber qué alguien ajeno a su familia podía acceder a una transformación que se suponía exclusiva de individuos específicos, con características especiales, las cuales parecía carecer Pan.

Vio pertinente vigilarla, conocerla para descifrar sus intenciones, ya que estaba la posibilidad, de que pudiese usar sus nuevos poderes en contra de la corona. Por lo que se ofreció a entrenarla personalmente, después de todo, él dominaba a la perfección la transformación desde hacía varios años.

Para el príncipe fue una revelación descubrir que Pan no estaba interesada en reinar, ni siquiera en ser parte de su reino, de lo contrario, hubiese aceptado de inmediato cuando le propuso que fuese su prometida.

«La nieta de Kakaroto tiene pésima técnica a pesar de su don. Pero eso no importa, bien podría darme más descendencia, en vista de que mi mujer murió en batalla», le había comentado Nappa al heredero, comentario del que se burló por la diferencia de edades entre la joven y el experimentado guardia real de su padre.

«Sería interesante ver el poder de pelea de los críos que pueda parir», mencionó otro guerrero más joven.

«No creo que sea difícil vencerla, dicen que no domina su transformación», escuchó de la boca de otro guerrero.

«Es una joya rara», se decía con entusiasmo entre los guerreros del palacio.

Estaba enterado de que algunos ya le habían confesado sus intenciones de unirse a ella, incluso un par se ofrecieron a ser sus primeras experiencias, ofrecimiento que se acostumbraba entre los saiyajines, cuando alcanzaban la edad esperada para dichos actos, y Pan ya tenía los catorce años del calendario saiyajin.

Al principio, Trunks no entendía qué veían en la cría escuálida que ni siquiera podía asestarle un solo golpe, comprendía la cuestión de la descendencia, pero, aun así, consideraba exageradas todas las expectativas a su alrededor. Hasta que una idea lo golpeó de pronto.

«Podrían utilizarla para derrocarnos».

La idea le pareció viable, especialmente conociendo la ambición de la raza guerrera. Sabía que una buena parte de la corte envidiaba su poder de pelea, razón por la que Pan podría representar la fórmula para alcanzarlo, aunque fuese por medio de un hijo.

«Debo tenerla antes de que otro la tome. Esa joya rara debe pertenecer a nuestro reino».

En ese instante tomó la decisión de comprometerse con Pan, para unirse con ella en un futuro, creyendo que no le costaría trabajo ser aceptado. No tenía idea de lo equivocado que estaba.

Dos veces fue rechazado de manera grosera, lo que sin duda, lo ponía al nivel del resto de pretendientes, que lejos de desalentarlo, lo tomó como un reto más. Continuando con sus lecciones sobre el control del ki durante la transformación, lecciones que Pan ya no recibía con el mismo entusiasmo, debido a que le incomodaba tratar con él después de haberlo rechazado.

El príncipe no sabía mucho de ella, solo lo necesario para crear una alianza. Conocía a su familia desde siempre, había crecido tratando a los abuelos paternos de la joven, los consideraba guerreros confiables, pero no podía darse el lujo de poner las manos al fuego por ellos, ya que hasta ahora, nunca antes tuvieron la oportunidad de aspirar al trono, ni siquiera a formar parte de la corte

Tal vez se estaba volviendo paranoico, pero no era el único. Su tío y su padre también desconfiaban de aquellos que deseaban tomar a la híbrida, por lo que apoyaban su decisión de romper el compromiso con Yassai, para unirse a Pan.

Casi ni pensó en el hecho de que la joven apenas pasaba de la edad apropiada para intimar y unirse, lo único que ocupaba su mente, era la posible desestabilidad que traería a su reino, si llegase a nacer otro varón que pudiese transformarse, otro, con ojos y cabellos negros en su estado base, como se suponía debía ser.

Sintió que peligraba su posición, que le arrebatarían lo único que lo definía como saiyajin, ya no sería especial. De nuevo era el niño raro al que debían reverenciar por obligación, el niño que caminaba bajo las sombras del miedo a ser desterrado por la impureza de su sangre, el niño que se avergonzaba de su aspecto físico.

No podía esperar, debía hacer realidad su alianza con la híbrida, porque estaba seguro de que pronto la tomaría otro.

Supuso que el rechazo de la joven se debía a que no deseaba elegir a la primera. Y qué mejor que un duelo de unión para demostrar su fuerza y habilidades como guerrero. Si aceptaba, significaba que ella también buscaba un reto.

«¡Acepto!», respondió con la barbilla en alto, sin tener idea lo que eso significaba.

Ambos se transformaron desde principio, pero poco después, el príncipe regresó a su estado base para darle ventaja. La joven había aprendido un poco en las casi cuatro semanas de entrenamiento con el heredero. Apenas podía mantener el ritmo del príncipe, le mareaba esquivar sus ataques y mantener su energía al tope. Entonces, el príncipe se aburrió y atacó en serio, comenzando a someterla.

Pan continuaba sin comprender lo que el príncipe buscaba al colocase detrás de ella y aprisionarla con los brazos sujetos detrás de su espalda.

«Perdiste», le susurró haciéndola caer de rodillas.

«Eso cree, su alteza», respondió Pan, aun creyendo ingenuamente que se trataba de un combate más, logrando liberarse para continuar luchando.

A los pocos minutos, la energía de la joven comenzó a fluctuar de manera inestable. El momento propicio para atacar.

«Quiero mi premio, he ganado». La apretó, frotando su pelvis contra la espalda baja de la joven; una clara advertencia de sus intenciones.

La sintió tensarse por unos segundos, para después luchar con mayor ahínco. Lo que de nada le sirvió, pues en poco tiempo la tenía totalmente sometida contra las piedras, con su transformación esfumándose por el agotamiento.

«¡SUELTEME, NO!», gritó desesperada al ser despojada de su pantaloncillo deportivo.

Era bien sabido que las hembras se defendían con fiereza durante el encuentro, dejándolo difícil para el contrincante, después de todo, era una prueba de fuerza. Extrañamente para el príncipe, Pan se retorcía y gemía con suma exageración.

Se encontraban en la llanura de los lamentos, lugar donde muchas décadas atrás, se había llevado a cabo una de las batallas más sangrientas que se dieron contra el ejército Tsufuru. El lugar idóneo para el duelo que definiría el futuro de su linaje.

Logró retenerle las manos detrás de la espalda, empujándola contra la superficie seca de lo que alguna vez fue un río.

«Deja de poner resistencia. Disfrútalo, tú lo elegiste». Le aconsejó luego de que la joven despertó su transformación por unos pocos segundos, ya no tenía energías.

En todo momento, el príncipe creyó que Pan se resistía por orgullo, más que nada para ponerlo a prueba. Después de todo, tuvo la libertad de aceptar voluntariamente el duelo. Y fue precisamente la perseverancia de Pan, lo que terminó pareciéndole excitante al príncipe, pues no se encontraba atraído hacia una hembra tan joven e inexperta, pero el juego de la presa y el cazador terminó por entusiasmarlo. Él también se tomaría su papel en serio.

Rompió las prendas de la joven sin mayor problema, iría al grano sin más contratiempos, demostrando que era el apropiado para engendrar su descendencia.

No alcanzó a ver mucho del cuerpo de la joven, debía concentrarse en consumir la unión antes de que alguien ajeno lograse acercarse, apenas la palpó un poco, decepcionado de encontrar curvas insípidas para su gusto, lo que posiblemente se arreglaría en unos años más de desarrollo. De cualquier manera la estaba eligiendo por su don, siempre tuvo en mente que se uniría en una alianza para beneficio de su linaje, sin importar qué tanto le atrajera su pareja.

Atribuyó los sollozos y maldiciones al orgullo característico de los guerreros que se negaban a perder, lo que incrementó su libido. Bajó su pantalón apenas lo suficiente para descubrir su miembro viril, hundiéndose dentro de ella de una sola estocada, en la que tuvo que menearse de manera brusca para lograr profanarla. Tres embestidas necesitó para colarse hasta el fondo, descubriendo que en efecto, la joven continuaba intacta, como se rumoreaba entre los guerreros que la codiciaban.

Tenía años sin tomar la inocencia de alguna joven, a pesar de que aún le llegaban ofrecimientos por parte de adolescentes que recién cumplían la edad esperada para fornicar, ofrecimientos que rechazaba sin siquiera averiguar el aspecto físico de las jóvenes guerreras; simplemente no le interesaban inexpertas, le aburrían.

Sin embargo, con Pan era diferente, Pan estaba destinada a ser su pareja. Se le había metido esa idea en la cabeza desde que lo rechazó la primera vez.

«Deja de moverte. Dolerá más si continúas luchando».

De todas las hembras con las que había yacido, Pan era la primera que ponía resistencia. Lo cual no le pareció tan extraño, después de todo, de eso se trataba el duelo de unión; probar la fuerza del otro, aunque se suponía que una vez reclamado el premio, el vencido se dejaba tomar, lo que no sucedía siempre de la misma manera, dependiendo de la emoción en el combate.

A diferencia de otros encuentros, en ese no podía darse el lujo de juguetear, de complacerse mutuamente, debía ser mecánico e imponerse, marcar y dejarse marcar de manera primitiva, como solían hacerlo sus antepasados.

Se aferró del cuerpo de la híbrida, percibiendo que temblaba cada vez que la pelvis del príncipe chocaba contra los glúteos de la adolescente. No era tan ingenuo como para ignorar que ella lo pasaba realmente mal, posiblemente, debido a su falta de experiencia, por lo que apuró el contoneo de sus caderas para liberarla pronto del dolor.

El cazador disfrutaba de su presa, preparándose para dejarle la huella que los uniría de ahora en adelante. Después de eso, nadie más podría acecharla, le pertenecería para el bien de su estirpe.

Pronto llegó el tan esperado orgasmo, solo debía poner su marca, algo en lo que fantaseó en muchas ocasiones, sin tener en mente alguna hembra en particular. Siempre le intrigó esa manera tan salvajemente seductora que se representaba en los antiguos libros, donde dos guerreros se herían y lamian sus heridas, asegurando la continuidad de su sangre. Método salvaje para otras culturas, pero sagrado para los guerreros saiyajines.

De un ágil movimiento le arrancó lo que quedaba de la camisa de Pan, dejando al descubierto sus blancos hombros, mordiendo uno de ellos con la fuerza suficiente para hacerla sangrar, para luego lamer la herida, acción que disfrutó más de lo que había imaginado. Luego, simplemente no supo cómo actuar, se quedó quieto por unos segundos en los que le soltó las manos.

Pan ya no se movía, había dejado de luchar poco antes de que el príncipe se derramara en su interior. Tampoco ella sabía qué hacer, en el fondo esperaba despertar, deseaba que solo fuese una pesadilla.

Sin decir nada, el heredero decidió darle más espacio, acomodando su miembro de nuevo dentro de su pantalón. Por alguna razón que no supo descifrar, el ambiente se volvió incómodo. Esperaba que ella le correspondiera, dejándole la herida de sus dientes en la piel, como dictaba la regla. Pero en lugar de eso, Pan se acurrucó sobre la tierra en posición fetal, llorando silenciosamente mientras intentaba cubrirse con los pedazos rotos de su atuendo.

Desató los broches de su capa sin pensarlo, cubriéndola con ella en una acción que de haberse dado en otras circunstancias, la muchacha se lo hubiese agradecido. En lugar de eso, se sobresaltó retrocediendo.

«¿Qué sucede?»

«Terminaste hecha un desastre», dijo al ver sus mejillas enrojecidas, sucias de lodo y lágrimas.

No entendía por qué había llorado. Imaginó que por la frustración de haber tenido un pésimo desempeño en la pelea. Porque no encontraba otra razón para el comportamiento de su ahora mujer.

Si hubiese sabido desde un principio que ella ignoraba lo que sucedía cuando la retó, posiblemente no estuviese a punto de jurarle lealtad y protección. Tenía el presentimiento de que se había equivocado al elegirla de manera tan precipitada.

«No tengo otra opción. Si retrocedo, seré la burla de todo el reino».

Los pasos detrás de él lo regresaron al presente. Aspiró hondo con intención de no reprenderla, quería llevar la fiesta en paz, pasarla bien en su compañía durante el festejo y después del mismo.

—¿Qué significa esto? —siseó apenas la vio—. Ese no es el vestido que elegiste.

—No me gustó, tampoco el color es el adecuado.

El príncipe caminó hacia ella con un gesto de desaprobación.

—El blanco es el color que el protocolo indica, lo sabías a la perfección —espetó agitándola por los hombros, mandando a la mierda sus planes amigables con la joven mujer.

Las mozas se pegaron contra la pared, deseaban correr, pero llamarían más la atención. Por fortuna para ellas, el príncipe les ordenó que se marcharan del lugar, quedando a solas con Pan.

—El blanco es el color para una boda, y yo voy a mi funeral —espetó Pan, levantando la barbilla a modo de reto.

—En este preciso momento regresamos a que…

—Trunks, comienzan a impacientarse —escuchó a su padre a través de su comunicador.

Soltó a Pan, alejándose un par de pasos hacia atrás. No había tiempo para regresar a su alcoba que se encontraba hasta el otro lado del palacio.

Entrecerró la mirada, optando por presentarse al evento con Pan vestida enteramente de negro, con un atuendo que le cubría todo el cuerpo, junto con la marca de sus dientes que todos deberían apreciar.

—Bien —aspiró de nuevo, luego exhaló buscando motivos para no eliminarla en ese preciso instante—. Te presentaras así—le tomó una mano, tirando de ella por el pasillo, para luego agregar con voz grave: —Si llegas a ponerme en ridículo, soy capaz de arrancarte la cabeza.

El resto de la familia real se encontraban en el sitio, incluyendo a la princesa Bra, quien había llegado a tiempo para acompañar a los reyes y el heredero.

Pronto hicieron su aparición los futuros reyes. El príncipe fingiendo seguridad y orgullo por su nuevo trofeo, mientras que Pan no se esforzaba mucho en actuar.

El rey arrugó el ceño cuando Bulma le susurró: «Esto no es buen augurio». El color del vestido los había tomado por sorpresa, especialmente a la clase élite presente, los más conservadores en cuanto a las tradiciones. Vegeta trató de ignorar el hecho, dando unos pasos hacia enfrente y saludando a los invitados con voz firme, pronunciando su discurso con la misma elocuencia de siempre.

Presentó a Pan como una hija más, cobijada de ahora en adelante por el manto de la familia real, a lo que Pan no supo cómo responder, solo atinando a bajar la mirada. El rey le causaba un temor diferente que no lograba comprender.

Luego llegó el turno del príncipe heredero, quien aseguró que los hijos nacidos de esa unión, continuarían con la tradición de usar su poder para proteger al pueblo, asegurando la prosperidad y libertad en cada rincón del planeta.

—Ven —dijo a Pan estirando la mano.

En lugar de regresarle el gesto tomando su mano, como dictaba el protocolo, donde debían levantarlas entrelazadas como un simbolismo de unidad y compromiso entre ambas partes. Pan le dio un manotazo, blanqueando los ojos cuando el príncipe le atrapó la mano, para continuar con el ritual tal cual se había ensayado con la institutriz.

El juramento de lealtad no pudo ser peor, provocando cuchicheos en toda la plaza, lo que no pasó desapercibido del heredero, quien en todo momento mantuvo una postura neutral, indescifrable, haciendo uso de todo el poder de autocontrol que le quedaba.

No bastaba que gran parte del reino estuviese enterado de la huida de Pan, ahora también les tocaba ser testigos del rechazo que la joven le profesaba. Del poco respeto que le tenía, hasta el punto de tomarse la libertad de romper las reglas establecidas por sus antepasados, siendo sutilmente criticada por el anciano que lideraba la ceremonia, llamándole la atención por su comportamiento y falta de atención en al menos tres ocasiones, cosa que nunca antes había sucedido.

Avergonzado, Trunks evitó girar el rostro hacia su familia, eludiendo cualquier mirada recriminatoria que pudiesen dedicarle, especialmente de su madre. Ahora comprendía que siempre estuvo equivocado respecto al evento, se arrepentía de no haber seguido los consejos de su padre y su tío. Retrasarlo, o inclusive cancelar en el peor de los casos, no le parecía tan descabellado después de todo.

Maldijo su tozudez cada que Pan hizo algún desplante durante la ceremonia, la mayoría gestos de asco o desagrado bastante claros. Deseaba eliminarla en ese preciso instante, cumplir la amenaza que dijo de los dientes para afuera, de arrancarle la cabeza si lo dejaba en ridículo. Temía quedar en evidencia si perdía la cordura frente a su pueblo, por lo que optó por permanecer estoico. No obstante, estaba decidido a cobrarse la ofensa, de manera muy dolorosa. No quedaría satisfecho hasta verla rogar de rodillas.

Una vez finalizados los formalismos, fueron conducidos hacia el gran salón donde se serviría el banquete, siendo reverenciados al pasar. Trunks se cuestionó si el respeto que los guerreros mostraban era genuino, o si acaso estarían mofándose por dentro, tomándolo como un payaso.

En el camino se encontró con Bardok y su familia, felicitando a la futura reina, incluso Milk lloraba de la emoción, pero el príncipe sólo puso atención al gesto serio del patriarca, se notaba que estaba molesto.

—Pan —le habló Bardok con seriedad—, el juramento de lealtad es sagrado. No lo olvides.

Se hizo a un lado para dejarlos pasar. En su cultura no se acostumbraban los abrazos ni demostraciones de afecto en público, no al menos en la clase guerrera, mucho menos en la corte, donde imperaba una férrea lucha por demostrar una fortaleza inquebrantable.

Uno a uno, los invitados y anfitriones tomaron su lugar en las largas mesas dispuestas para la ocasión, esa fue la primera vez que Pan vio a la princesa Bra, asqueada al encontrarla casi de su edad. Se preguntó si también a ella la obligarían a unirse a un viejo por conveniencia, lo que no le parecería extraño. De cualquier manera, no era su problema.

No tuvo ánimo para conversar con nadie y no le importaba que todos notaran su cara de molestia. Si moriría esa noche, lo haría con la frente en alto.

—No amenazo en vano. Cambia tu actitud —murmuró el príncipe.

—Se ha tardado en arrancarme la cabeza —respondió Pan mordaz, con una sonrisa retadora.

El príncipe apretó la mandíbula fingiendo tranquilidad, a pesar de haber doblado el tenedor en su mano. Aspiró de nuevo, procesando las palabras de la joven.

Bebió de su copa analizando a los invitados, terminando hacia donde su familia parecía tener una charla trivial, no obstante, los reyes los observaban discretamente, posiblemente se encontraban tan incómodos como él.

—He cambiado de opinión —dijo entre dientes mientras se llevaba de nuevo la copa hacia los labios—. Conservarás tu cabeza. No pienso darte el gusto —le sonrió fingiendo amabilidad.

Serio como se le caracterizaba, el rey devoraba platillos, analizando el lenguaje corporal de su hijo y la princesa. Aparentemente se encontraba calmado, de lo cual no podía estar tan seguro y lo entendía, la actitud de la joven esa noche se prestaba para un baño de sangre, lo que significaba que su hijo tenía un temple de acero. Inclusive Bulma llegó a hacerle un par de comentarios respecto a la calma de su hijo.

La comida le resultó en cierta medida agradable, debido a que Pan se limitó a comer poco y guardar silencio. En el fondo, el príncipe agradeció que nadie buscara hacerle plática a su princesa, tal vez porque temían otra escena comprometedora.

Fastidiado de estar bajo tantas miradas, terminó su quinta copa de un largo trago.

—Nos retiramos —anunció a su familia, luego se giró hacia Pan—. ¿Terminaste? —a lo que ella respondió asintiendo levemente. También se encontraba cansada de ser observada por extraños. Para este punto, prefería estar a solas con el horrible príncipe.

—¿No piensas quedarte al torneo de los guerreros? —preguntó Tarble evitando ser escuchado por ajenos a la familia, retractándose luego de su imprudencia al sentir las miradas de su hermano, la reina, su hija mayor y hasta su mujer.

—Nos vemos mañana en el comedor —dijo el rey, dando por terminada la participación de los príncipes.

Se esperaba que los festejados acudieran a los eventos ofrecidos en su honor, sin embargo, debido a las circunstancias, el rey prefirió no continuar con el circo. Ya hablaría después con su primogénito, por el momento prefería evitar más habladurías.

El resto de presentes se levantó en silencio para reverenciar a los futuros reyes, quienes se retiraron en silencio, sin mostrar ninguna emoción.

—Alteza —lo saludó Nappa al verlo pasar.

—¿Por qué no estas en el banquete? —preguntó el príncipe, extrañado de que el comandante de la guardia real no estuviese junto con los demás soldados de confianza.

—Vengo de la arena. Los guerreros esperan complacer a la princesa con el baño de sangre en su honor —torció los labios con una sonrisa que le causó nauseas a Pan.

El príncipe dejó escapar una breve carcajada. —¡¿Cuál baño de sangre?! Los torneos dejaron de ser tan emocionantes cuando se prohibieron los desmembramientos.

—Por culpa de los mojigatos de la organización interplanetaria, mi señor. Aun así, esta noche habrá sangre. Es una lástima que no se podrá apreciar en el vestido de la festejada —reverenció a Pan de nuevo, evitando mostrar el deseo que le tenía desde que supo que podía transformarse. De hecho, antes del príncipe, el viejo comandante ya la había retado al duelo de unión, solo que ella no aceptó, debido a que ya la tenía cansada con sus cortejos e insinuaciones lascivas, por lo que no le interesaba ningún tipo de interacción con el hombre calvo, le causaba repulsión.

—Es una lástima —respondió el príncipe con falsa cortesía—. De cualquier manera, ese vestido quedará inservible esta noche. Espero no decepcionar a los guerreros con nuestra ausencia. Nos retiramos a nuestra alcoba —Tomó de la mano a Pan, guiándola prácticamente a rastras hacia sus aposentos.

—¡Ya suélteme! —gimió la princesa jaloneando de su brazo.

—No esperes amabilidad de mi parte, has perdido ese derecho.

—No espero absolutamente nada de alguien como usted, que no es capaz de cumplir con una amenaza —escupió mordaz, adelantándose a entrar al recibidor azotando la puerta principal.

El príncipe la siguió de cerca, casi pisándole los talones. —Pienso cobrarme tu actitud de esta noche. Pero he decidido preservar tu patética vida —sacó los broches de su capa y la dejó caer con descuido, al igual que lo hizo con los guantes que arrojó mientras la seguía subiendo las escaleras que conducían al lecho.

Por su parte, Pan sospechaba la manera en que el príncipe pensaba cobrarse sus ofensas, lo presintió desde que lo escuchó mencionar que su vestido quedaría inútil. Y el sonido de las prendas del heredero cayendo se lo confirmaban. Se rehusaba a vivir eso por el resto de su vida, aun a pesar de haber hecho oficial su unión. Solo quedaba una salida; hacerlo perder el control.

—Escúcheme bien, si es que un simio ignorante como usted puede…

La mano derecha del príncipe le impidió continuar su oración, apretándole el cuello con dolorosa rudeza. En menos de un segundo ya la tenía arrinconada contra la pared, aprisionándola con tal fuerza, que provocó fisuras sobre la superficie que llegaron hasta el marco de la puerta.

—¡Escúchame tú! —gruñó acercándose hasta golpearla con su aliento a vino—. He tolerado mucho más de lo que crees. Esta vez no te daré motivos para dudar de mi palabra. Aprenderás a respetarme, por las malas.

Se alejó medio paso para activar con su voz el comunicador de pulsera que portaba en su muñeca izquierda, dando lo que parecían unas órdenes en su idioma paterno.

—Debí hacer esto antes —la estrujó un par de veces, burlándose al verla intentar liberarse de su agarre—. ¿Qué acaso no deseabas morir?

La soltó solo para tomarla del cabello y conducirla con jaloneos bruscos hacia el interior de la alcoba.

—¿Qué… qué fue eso? —inquirió Pan con dificultad, refiriéndose a lo que el príncipe había ordenado por su comunicador. Su manejo de la lengua saiyajin era muy mala, pero lograba captar algunas palabras o frases completas.

El príncipe sonrió mostrando los colmillos, estaba disfrutando verla realmente atemorizada.

—El intento de planeta donde se encuentran tus padres —dijo mientras rasgaba el vestido que había comenzado con la serie de humillaciones que tuvo que soportar frente a su pueblo—. ¿Cuánto tiempo crees que tarde en pulverizarse? Podemos apostar.

—No meta a mis padres en esto —espetó arrebatándole el pedazo de tela de las manos.

Intentó en vano darle una bofetada, apenas alcanzando a rozarle una mejilla con las uñas, dejándole un par de arañazos casi imperceptibles. Siempre sucedía igual, él estaba en otro nivel, a pesar de que ella poseía uno que muchos codiciaban, lo que no servía de nada para enfrentarlo.

La tela del vestido cayó casi en su totalidad, revelando el exquisito conjunto en color guinda que cubría las partes íntimas de la adolescente. Trunks arrancó el resto de tela negra, agradeciendo en silencio a la abuela de la joven por su atrevimiento. Le serviría como inspiración para atormentarla, con semejante vista cualquiera podría tener una erección, aun a pesar de las circunstancias.

—Lamentarás tu comportamiento de esta noche —sacó la parte superior de su traje, disfrutando del miedo que reflejaban los ojos negros de Pan, quien retrocedió tropezando con la escalinata del nivel donde se encontraba la cama.

—¿Qué planea hacer con el planeta Onux?

El príncipe negó con la cabeza sin dejar de sonreír cínicamente. Ignoró las palabras de la joven y se dedicó a desabrochar el faldón que rodeaba su cintura en los eventos formales. Una vez liberado de esa prenda, la giró con brusquedad, palpándola sin ninguna consideración.

—Respóndame —insistió Pan, dando de manotazos para intentar detener su asalto.

—Lo sabrías, si hubieses aprendido el idioma de tus abuelos —pasó ambas manos sobre los senos enfundados en encaje de seda, pareciéndoles demasiado agradables al tacto con la fina tela. Masajeo con sus pulgares sobre la superficie, buscando erízale los botones que ansiaba morder y succionar hasta saciarse.

—¿Y mis padres? —preguntó de nuevo, volviéndose escurridiza entre sus manos—. No permitiré que me toque hasta saber…

—¡Tú no tienes derecho a reclamar nada! —levantó un puño que desvió al piso, donde dejó una grieta. La jaló del cabello hacia la cama, sin darle tiempo a protestar—. Serán destruidos junto con esa roca inmunda, mientras hago uso de mis derechos sobre ti. ¿Satisfecha?

—Ellos no, soy yo quien debe morir —se transformó en súper saiyajin, golpeándole la nariz con su frente, logrando librarse de su agarre, para después derrumbarse sobre sus rodillas. No poseía la fuerza suficiente para detenerlo, de cualquier manera, ya no se trataba solo de ella.

Regresó a su estado base, arrepentida de haber tenido un comportamiento tan egoísta en los últimos días, en los que se dedicó a quejarse de su mala suerte, sin pensar en las consecuencias que traería para terceros. Ingenuamente pensó que tal vez podría solucionarlo.

—Lo siento —musitó—. Castígueme a mí —rogó cabizbaja, sin molestarse en ocultar las lágrimas que comenzaron a brotar de sus ojos.

—Eso debiste pensar antes de faltarme al respeto en público —titubeó un par de segundos. No podía darse el lujo de claudicar en algo tan serio, debía continuar con su plan y terminar de dominarla, o arriesgarse a ser la comidilla del palacio, del planeta entero.

Tragó saliva con incomodidad, la sangre le hervía, exigiéndole una gratificación al nivel de las ofensas recibidas.

—Cancele la orden y accedo a lo que guste —limpió sus lágrimas con manos temblorosas, reviviendo aquel terror que vivió en la vieja cabaña del planeta Onux—. Por favor —susurró avergonzada, odiaba tener que rogarle.

Lo vio arrugar el ceño, con los ojos clavados en ella, analizando. La mandíbula del príncipe lucía tensa, con los labios apretados y las fosas nasales dilatadas, aspirando con profundidad. En ese instante no lo reconoció, no parecía él, sino una bestia hambrienta a punto de atacar, un monstruo parecido al de los cuentos que le asustaban de niña.

Todo a su alrededor vibró, seguido de un halo de luz dorada que la cegó por unos segundos. Lo había visto convertirse en los entrenamientos, pero nunca con esa energía tan abrumadora que la envolvía por completo.

—Tendrás que cargar con la culpa de su muerte de ahora en adelante —le dijo en un profundo gruñido, meneando su cola dorada en azotes.

De pronto se sintió pequeña a su lado, pareciéndole que los músculos del heredero estaban más anchos de lo normal, incluso lo vio más alto e imponente. Definitivamente no era el mismo.

—Eres un monstruo —lo tuteó, llegando a la conclusión de que no lograría llegar a un acuerdo con él, tampoco sería ejecutada. La última opción que le quedaba, era eliminarlo, al menos vengaría a los suyos.

Con energías renovadas se transformó de nuevo, decidida a salvaguardar lo poco que le quedaba de honor.

Lanzó un golpe, luego otro, una patada, un ataque de ki, un puñetazo, olvidando por la rabia todo lo aprendido en los entrenamientos anteriores.

—Yo que tú, guardaría energías para lo que sigue —le aconsejó burlón, arrancándole el sujetador de un solo tirón, luego, bajó su propio pantalón, solo lo necesario—. Te advierto que esta vez no intentaré hacer que te guste.

—¡Primero quiero pruebas de que la gente del planeta Onux estará bien!

—No estás en posición de negociar —la tomó con brusquedad del cuello nuevamente—, tuviste muchas oportunidades hasta colmar mi paciencia —le escupió elevando su ki.

Ninguno de los trucos de Pan sirvieron para detenerlo, al igual que sucedió cuando la retó al duelo de unión, o en cualquiera de las veces anteriores que la tomó. Terminó nuevamente con el príncipe entre sus piernas, hundiéndose con la libertad de quien no teme a las consecuencias, porque para él no había consecuencias en el planeta que prácticamente le pertenecía. Ni siquiera se había dado cuenta del instante en el que perdió la última pieza de su ropa interior.

La presión que ejercía el cuerpo masculino, más la furia de sus embistes, fueron suficientes para hacerla perder la transformación definitivamente esa noche.

Lo sintió más ancho y agresivo, profundo y doloroso que las veces anteriores. Él no perdió la transformación en ningún momento, al contrario, la pudo dominar conteniendo la energía alrededor de su cuerpo, produciéndole incómodas descargas eléctricas, especialmente en su intimidad, al tiempo que vibraban y flotaban partículas desprendidas de los muebles y azulejos que se rompieron durante el corto tiempo que duró la pelea.

Para el príncipe, eso no cubría la cuota que la joven le debía. Nada de lo que pudiese hacerle esa noche lo pagaría.

Jaló del cabello de Pan hasta hacerla curvar su torso, dejando a su alcance los montes redondeados que atacó sin miramientos, mordiendo y succionando sin medir sus impulsos, hasta dejarle los botones sensibles y rojizos.

Tenía sentimientos encontrados con su mujer; había descubierto que le atraía, y al mismo tiempo la detestaba hasta el punto de desear su muerte.

Unos minutos más y la cambió de posición, girándola sin darle tiempo de huir. Disfrutando del dulce sonido que emitió al quejarse de su brusca intromisión, clavándose más y más profundo, imprimiendo fuerza en cada estocada.

Profanó el cuerpo de su mujer con furia desmedida por varios minutos, enviándole un mensaje bastante claro; la desobediencia se pagaba caro.

Realmente estaba disfrutando del placer que le causaba soltarse transformado, algo que nunca antes se atrevió a hacer, por miedo de terminar con la vida de la mujer en turno. Algo que no podía suceder con una igual a él, aun así, tendría la precaución de no darle ese gusto.

Su ego se hinchó al escucharla quejarse ruidosamente, algo lógico, debido a que la poseía por primera vez como el legendario guerrero, que aunque pareciese un acto egoísta, para el príncipe significaba la dignificación de su nombre y el de sus ancestros.

Aprovechó que Pan no forcejaba más, para guardar en su memoria el recuerdo de su venganza, advirtiendo que su erección se apreciaba más ancha, al igual que el resto de su musculatura, lo que definitivamente estaba causándole más que una simple incomodidad a su terca mujer.

Fantaseó con alargar su agonía, qué más daba si ella no pudiese caminar al día siguiente. Quebraría su cuerpo y su espíritu esa noche. Haría que Pan se arrepintiera de su comportamiento.

—No debe tardar el ataque. ¿Cuántas vidas crees que se pierdan mientras te fornico? —preguntó soltándole el cabello, llevando sus manos libres a los glúteos redondeados de la joven, pasando su dedo pulgar en medio de estos, viendo apropiado profanar el único lugar que le faltaba por gozar, y qué mejor que hacerlo transformado, iracundo y con sed de venganza.

Comenzó a presionar su dedo pulgar hacia el interior del angosto orificio, saboreándose la dulce sensación que le producía la certeza de jugar con su nuevo juguete, sin la intención de perder tiempo en dilatarlo de manera amable. Simplemente pensaba abrirse camino en su interior, tomando posesión de cada rincón que consideraba suyo por derecho.

Tuvo que dejar sus macabras fantasías de lado, al ver que Pan se llevó ambas manos sobre el vientre, quejándose con gemidos suaves que acompañaba con respiraciones entrecortadas.

Salió de ella para revisarla, llamándole la atención que en vez de protestar y gritarle alguna ofensa, continuaba en posición fetal, apretando los parpados en un gesto de dolor.

—¿Qué sucede? —preguntó sin un ápice de amabilidad.

Pan no respondió, continuó quejándose en silencio, llorando como la primera vez que intimaron dos años atrás.

Maldijo internamente su falta de control, mientras que con fastidio tecleaba en su comunicador. Estaba seguro de que probablemente tenía algún daño interno.

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Las llamadas de urgencia sucedían en escasas ocasiones entre los miembros de la familia real, principalmente al regresar de alguna batalla o entrenamiento exhaustivo, nunca durante un festejo.

Isha revisó una última vez las cápsulas antes de salir del área médica. No tenía idea del por qué necesitaba llevar consigo la máquina de revisión interna, pero si el príncipe la solicitaba, debía acudir sin cuestionar.

Entró a la alcoba principal del heredero, encontrándose con un campo de batalla por casi todo el lugar. La mayoría de los muebles se encontraban destruidos, al igual que pisos y acabados de las paredes, pero la destrucción mayor se encontraba alrededor de la cama.

—Revisa a Pan.

Se sobresaltó al escuchar la voz grave que salía de un rincón, donde lo vio sentado sobre un sofá, que al parecer continuaba en una sola pieza. Hizo una reverencia y luego buscó con sus ojos entre el desorden, encontrándola entre las cobijas.


Fin del capítulo 8

Mil disculpas por tardar tanto, aunque no creo que fuese mucho un mes, aunque podemos tomar en cuenta que no actualizaba desde el año pasado :D

Este capítulo en particular me costó mucho trabajo, principalmente por la violencia ejercida por parte del príncipe, pero como dije, quería sacudirme un poco del tipo gentil que he venido escribiendo en mis pasadas historias.

Entiendo si lo odian, y les aviso que a partir del próximo capítulo entramos a la segunda etapa de la historia, será un capítulo de transición, donde ambos personajes meditarán mucho sobre lo sucedido, y como en cualquier circunstancia, el príncipe cambiará de postura de manera que tal vez parezca drástica, pero me baso en experiencias propias, donde estando enojada pienso cosas, luego, ya con la cabeza fría pienso otras, y luego de que ha pasado tiempo, pienso algo muy diferente. Algo así sucederá, y espero no tardar mucho en subirlo.

Y bien, ya al fin subí lo que sucedió en el duelo de unión, espero no haber causado muchas sensaciones negativas, les aseguro que estos sucesos harán estragos más adelante.

Sin más por el momento, me despido, deseándoles un excelente año nuevo y, nos leemos después.