Saludos queridos lectores, al igual que ustedes yo también me impacienté por el parto de Shizuru, así que me apresuré a tenerlo listo para compartirlo con ustedes. Les mando un abrazo y espero que me compartan sus opiniones, que me han animado mucho estos días, además de Chris... obvio.
Sin más, aquí el cap.
Capítulo 65 ― Balanza II
El primer pilar del inframundo había dejado fluir su divinidad, hora tras hora, día tras día, concentrando sus pensamientos en nada más que culminar su obra y establecer las barreras definitivas. Si acaso se permitía pensar en algo más, las odiosas imágenes de los acontecimientos de su vida humana venían para atormentarla una y otra vez. Tuvo que detenerse después de horas, solo porque la sangre se volvió fluida por su nariz, el líquido que parecía oro líquido, se miraba extraño ante sus ojos. La sangre, tal como la recordaba, solía ser roja… cosas que eran naturales, ya no lo eran. Supuso que al final de las cosas había enloquecido. Tal vez, esta era solo su conciencia existiendo mientras su cuerpo petrificado de obsidiana está en alguna parte.
¿Era una diosa? Si pensaba en ello, lo era, pues hacía cosas que eran imposibles a una escala aún más inverosímil. Siempre pude hacer cristales, pero lo que estaba haciendo ahora tenía una complejidad realmente diferente y eso le había permitido centrar su mente en una sola cosa. Quería continuar, antes de que volviera a pensar en…
—Derha… ¡Derha!— Oyó una voz decir en repetidas ocasiones, era un llamado, pero… no se sentía aludida. La mujer a su espalda se rindió y decidió intentar otra cosa. —Natsuki…— La llamó nuevamente.
Se volvió a mirarla, era una mujer de figura prodigiosa, tenía largos cabellos rojos, su rostro también era realmente hermoso y sus ojos, eran de un profundo azul, como aquel tono del mar, cuando es turquesa. Era un hermoso color, ella le había salvado la vida o en su defecto, transferido su vida al cuerpo de un dios. —Ce… ceret.— Dijo su nombre desviando la mirada cuando las pulsaciones se aceleraron y comenzó a sudar.
Se sentía tan avergonzada de verla, ¿era su esposa? No… ella solo tenía una esposa, su Shizuru. Pero… también había desposado a Ceret bajo la vista de un millón de seres sobrenaturales. Incluso hicieron las cosas que los amantes hacen, se sujetó el rostro con fuerza, deseando la presencia de la máscara de lobo que nos usó toda su vida. O tal vez no toda su vida…
—Cariño… ¿Puedes venir a almorzar? ¿Por favor?— Cuando la deidad vio la sangre en su nariz, extrajo un pañuelo para facilitarlo.
Ceret notó la duda en las preciosas esmeraldas de su amada y mantuvo la calma. Levantó la mano y aguardó pacientemente a que la joven pelinegra se acercara para tomar la prenda… incluso se aseguró de sujetar la tela tan sólo por la punta, proveyendo el mayor espacio de agarre a su esposa, de modo que no fuera necesario algún contacto entre las dos.
La pelinegra tomó la tela y la sostuvo en su nariz, limpiando la sangre. —Gracias, su excelencia— Dijo, tan automáticamente, que se sintió tonta. —Digo… gracias, es… esposa— susurró con dificultad, por no mencionar, culpa.
Había conmiseración en la mirada de Ceret, quien le escuchó con cariño y le señaló el camino. Las dos caminaron hasta la mesa que estaba finalmente servida, llena de manjares y las nilas que las atendían con el más mínimo además de atentas a cualquier otra solicitud.
Las mujeres miraban desde las esquinas del gran salón de banquete, incluso Zero, el mensajero divino, estaba presente vigilando cada acción. Había sido frecuente requerir el apoyo de Amaterasu y Tsukuyomi las veces que el primer pilar volvió a colapsar, por lo que se ordenó traerlos tan pronto fuera necesario.
Ceret se había prometido ser firme, no hacer nada si su esposa bebía de aquel vial por elección propia, y aunque sabía de su promesa para tomarlo, conocía su reticencia, pero las inesperadas acciones de Susano-o habían distorsionado completamente la asimilación de recuerdos, Tenía la teoría de que él había contaminado su vial. Casi no podía soportar verla en este estado, un poco perdida. Sentir su distancia, la total ausencia de su afecto y su repulsión, eso había dolido más que nada.
Tomó el líquido rojizo de su copa, y pensó en el momento exacto en el que esta pesadilla había comenzado. Derha se había desmayado después de la explosión y se mantuvo inconsciente durante 5 días con sus noches. Para cuando despertó e intentó abrazarla, fue apartada bruscamente de su lado de un empujón y se hizo daño contra el suelo. Pero nada de eso sería comparable a la expresión de fastidio y desagrado, además del odio en sus ojos, que la tomó por sorpresa. Claro que dolió mucho más cuando dijo el nombre de esa chica, Nao … todo su mundo se desmoronó después de eso.
—Natsuki, ¿quieres olvidar?— Ceret no podía ni tocar su plato de lo inapetente que se sentía, deseaba odiar a las fortunas ya cualquier dios que le hubiera hecho daño a su querido cristal nocturno; Especialmente Zarabin, no le caía en gracia en ese momento. —Me refiero a que puedes olvidar los instantes que traen pesadillas a tus sueños. Pero no temas, no tocaré todo aquello que pertenece a Shizuru.
—Con eso… ¿Podría por fin ir a ver a Shizuru? ¿Podría estar a su lado otra vez?— Preguntó con credulidad y esperanza, por cuanto parecía aquel lugar como una prisión, pues no era libre de decir por sí misma.
—No sentirías dolor y si… si mantienes la calma, podrías verla. Creo que así los gobernantes no estarían tan preocupados.— Ceret la miró con ternura, incluso si su corazón se rompía al ver sus genuinas ilusiones. Había esperado siglos, ¿que sería guardar la extensión de la vida de un mortal, para tenerla de vuelta? —Yo lo haría por ti, solo si es lo que quieres.
—Pero, ¿te olvidaría a ti?— Preguntó con preocupación y una timidez realmente encantadora en su faz. Pues en los momentos de lucidez tenía la certeza de que esta persona no era mala.
—No, aunque a veces me confundes con ella, te aseguro que no he sido yo quien te lastimó… porque yo te…— Ceret retuvo sus palabras de amor, pues no era el momento y no quería seguir siendo asociada a esa mujer, pero la mente de su esposa no estaba en condiciones. —Fue Nao Yuuki… la mujer que te hizo daño. Olvidarás a esa mujer, pero yo seguiré aquí… en nuestros hermosos recuerdos.
—Ceret… ¿Realmente buscas ser castigada?— intervino Zero con una expresión alarmada. —Ella es muy peligrosa— advirtió con la intención de ser cauteloso. —No sabes cómo alterará su personalidad, podría convertirse en una psicópata narcisista.
—Y tú me dirás cómo usar mi divinidad?— Ceret lo fulminó con la mirada. —Podría sanar su mente. Es injusto que las manipulaciones de Zek y Kiyoku, la arruinen… que el animus negro de Susano-o le esté haciendo daño.
—Podrías crear un monstruo…— Refutó el muchacho albino, intentando convencerla. —Si no te comportas, se lo diré a tus madres.
—Eres un… imbécil.— Ceret se quejó. —Me importa un rábano lo que hagas, es Natsuki quien decide.— La dama se cruzó de brazos y observó a su pensativa esposa.
—Nada deshará lo que pasó,— Concluyó finalmente, pues algo de razón tenía Zero. ¿Qué clase de persona sería si alguien eliminara cada cosa mala que pasó en su vida? Temía que alguien sin sentimientos, cruel o indiferente. —Viviré con ello. Solo sé que estará mucho mejor, en cuanto vea a Shizuru.
—Hablaré con nuestra madre, creo que los últimos días han mostrado grandes avances.— Sonrió intentando animarla, pero cuando quiso tomar su mano, vio como Natsuki escondía las suyas bajo la mesa. Suspiré y se dijo que ya era bastante mejora, el hecho de poder estar a unos metros de ella.
—Te lo agradezco… sé que estás preocupada y no quiero agraviar. Pero no desearía correr más riesgos.
Ante tales palabras y esas expresiones tan transparentes, la pelirroja no pudo más que asentir conteniendo cada suspiro dentro de sí. Era increíble como sus sentimientos no habían parado de crecer desde el momento en el que volvió a verla, incluso en su forma mortal no pudo evitar admirar su valor, ahora que tenía todos los recuerdos y pese a las dificultades, vio crecer un poco más su. fascinación.
El dios albino miró a Ceret con molestia, ¿intentaba ser imparcial? Eso era imposible. Era obvio cuanto amaba a su querido Monarca y haría cualquier cosa por ella, ciertamente la primera vez que Ceret fue castigada hizo lo que hizo para salvar a la joven luminiscente y no parecía haber escarmentado; Después de todo estaba dispuesta a ir en contra de la voluntad de los gobernantes buscando el beneficio de su esposa nuevamente. No es que fuera un intransigente, la entendía y empatizaba. Pero… ¿Realmente sería una elección acertada? La posibilidad de que Belor emergiera o que la diosa perdiera la calidez en su persona, seguía siendo tangible. Agradeció a los dioses originales, que al menos Derha fue más prudente sobre ello, pese a su sufrimiento actual.
Zero, quería comer y sentarse a la mesa como un igual, bufó antes de volver a su lugar. Estaba molesto y ahora realmente entendía mejor a los guardias de los palacios, ¿cómo era posible? Que él, la saeta de las dimensiones, tuviera que permanecer en el mismo lugar por días, ¿qué clase de castigo era este?
El dios interdimensional no había terminado de volver a su posición de escolta, cuando escuchó gemidos a su espalda. Se dio la vuelta y notó los ojos de Derha brillar llenos de llamas argentas, así como hilos dorados, nacer de su vientre y desvanecerse como si alguien o algo se alimenta de su poder.
—¡Ve por ellos! El nacimiento está teniendo lugar.—Ordenó Ceret al mensajero divino, mientras ayudaba a Natsuki a ponerse de pie.
Era más que evidente que su aversión de Natsuki al contacto, estaba relacionada con el trauma de su violación. Ella misma había vivido una cosa así, por engaño… pero eso lo hacía muy diferente, siendo una fantasía, y aun así, se sintió sucia algunas veces. Pero su esposa había sido drogada, atada y sometida a vejámenes innombrables. La pelirroja pensó que esta era la primera vez que ella le permitía cualquier clase de contacto físico desde el incidente, ya fuera por el dolor intenso, la extracción de animus, o su angustia por cierta castaña de Tsu.
Miró con detenimiento los hilos de poder puro y lo entendió todo. —Así que hiciste un vínculo artificial con ella, me preguntaba como podría una mujer con cuerpo mortal dar a luz diosas, sin morir en el proceso. Hacer tal cosa sin una marca de la unión con Shizuru fue muy arriesgado.— Sabía que la castaña se había negado a los encantos de Derha, quien intentaba formalizar su relación con una marca de la unión, pero no imaginó que ante una negativa, esta Por último, eligiese crear un vínculo unilateral para alimentar correctamente a sus hijas. El rechazo de su esposa no restringía su vínculo como madre de las niñas, pero eso la convertía en el sustento de animus de sus hijas, era como desangrarse lentamente.
—Necesito verla… tengo que… estar ahí— se quejó con voz dolorosa, mientras los bordes de los hilos dorados, se tornaban rojizos. —Argg… me… duele— Susurró con el sudor llenando su rostro, ahora comprimido de dolor, el sangrado de su nariz volvió y Ceret se asustó.
—Iremos, no temas…— Murmuró, levantando a la joven en sus brazos y viajando a través de la luz, esperando poder usar el portal a la tierra.
Una vez arribó a la dimensión de la Luna, se apresuró a llegar al palacio del portal y allí emergieron también dos estelas de luz, una plateada y otra dorada, Tsukuyomi y Amaterasu hicieron acto de presencia. El hermoso hombre fue el más rápido al acercarse. —No te preocupes, mi niña… Shura está cuidando de ella. Todo va bien, las niñas están en buena posición.— Tales palabras vinieron de Tsukuyomi, quien agradecía en su corazón las acciones de Ceret. Pero sabiendo a dónde iban, tomó su lugar sosteniendo a su hija.
Natsuki ascendió sin poder encontrar su voz mientras sentía como se renaba su energía. Aun así era extraño, amaba a este hombre que la sostenía como se amaría a un padre, así que fue feliz por escucharlo decir todo aquello con tal dulzura. Pero ver a la dama de cabellos negros y ojos dorados mirándole con cierto anhelo, la inundaba de una tristeza profunda y un inmenso abandono. Esta vez tensa por la dama de iris dorados, Derha tosió sangre… y la angustia llenó los rostros de los presentes, pues nadie podía tomar acciones sin el riesgo de romper el sello que la deidad creadora desarrolló con sus hijas y Shizuru. Sin perder más tiempo, entraron en el palacio y cruzaron el portal.
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Lurha lo había preparado todo, siguiendo la voluntad de su ama; Todas estaban en una habitación especialmente creada por Derha para Shizuru con una inmensa tina especializada. Usarían el método de parto de inmersión en el agua para ayudar a la joven a primerizar a dilatar mejor y amortiguar la presión en el alumbramiento. Con la presencia de la deidad del agua asistiendo no habría complicaciones. La castaña había sido vestida con una bata para cubrir su cuerpo, pero la misma podría ser desprendida en cualquier momento si la situación lo requiriera.
Shura la había sumergido en el agua purificada, cuya tibieza respetaba la temperatura corporal de la joven madre, quien sintió alivio pese a las oleadas dolorosas de las contracciones. Lurha estaba posicionada y las nilas que servían a su lado, estaban preparadas con todos los elementos necesarios para los bebés y la joven madre. Con un tacto y la frecuencia de las contracciones, la experimentada nana dedicó una mirada amable a Shizuru y Shura, quien estaba a su lado de rodillas y sosteniendo su mano.
—Mi señora, ya pronto iniciará. ¿Quieres que empecemos? ¿Podemos hacer algo más para su comodidad?— Lurha conocía el flujo de la naturaleza y la leía mejor que cualquier ser sobrenatural.
—¡Quiero a mi Natsuki aquí!— gimió en medio de otra contracción. —Necesito… a mi esposa junto a mí.— presiono con fuerza la mano de Shura para aguantar.
Era la misma petición cada vez, pero ninguna de las presentes podía cumplir el deseo de su majestad. O al menos eso pensaron… hasta que la magnífica energía del monarca cristalino se manifestó con más intensidad y los hilos dorados que nacían espectralmente y envolvían a la castaña, encontraron finalmente su origen.
—Lamento la tardanza, Zuru…— Natsuki se sostenía de pie con la fuerza de su padre. —Ya estoy aquí…
Amaterasu había limpiado el rostro de su hija, y con la ayuda del señor de los sueños, retiraron los atuendos exteriores, dejando a Natsuki con un top y falda de lino blanco. Con la proximidad de Shizuru y sus hijas, la extracción de vitalidad se estabilizó considerablemente, permitiendo a la mujer sostenerse por su propio pie.
Los ojos llorosos de Shizuru brillaron con una intensidad asombrosa y sobrenatural que manifestaba la chispa de la deidad del renacimiento. Había reconocimiento en los ojos de las dos, su amor latiendo al contemplarse y así Natsuki se sumergió en el agua. Se posó a su lado, luego sus brazos sostuvieron a la castaña desde la espalda y la acomodaron contra su pecho. Pronto sus ojos volvieron a brillar, al igual que las hebras luminiscentes de su cabello se tornaron ingrávidas.
Natsuki era su soporte y le bastó una mirada para reconocerla, con ella sosteniendo todo su cuerpo, sus manos unidas, al fin estaba a salvo. Lurha vio con alegría a la pareja y el alumbramiento inició, siguieron cada indicación mientras los demás contenían su aliento. Shizuru se esforzó mientras su Natsuki le susurraba palabras de aliento al oído, siendo ella misma un sustento invaluable para sus bebés con su poder fluyendo hacia ellas.
Aunque no había conocido un esfuerzo como aquel, Shizuru lloro de felicidad y dolor, cuando una niña de cabellos negros emergió de sus entrañas. El cordón fue cortado y el llanto de Tsukira se escuchó por vez primera en el mundo de los mortales. Aunque todo lo que Shizuru deseaba era sostener a su bebé, sabía que aún debía realizar un esfuerzo más para que su hija tuviera a su hermana junto a ella. Después de otros largos 20 minutos, en los que Shura creyó que su querida amiga le rompería la mano, otra pequeña niña, pero de melena castaña, llegó al mundo para alegrar los corazones de todos. Lurha limpió a las bebés, las envolvió en paños de seda exquisita que Amaterasu había preparado, justamente la solaris era conocida por ser tremendamente hábil en la creación de telas y claro que había hecho su mejor esfuerzo para congraciarse con sus nietas. Tsukuyomi fue el primero en derramar su bendición sobre ellas, marcando símbolos de plata en sus pequeñas frentes, con el suave tacto de su mano, susurró sellos arcanos, así los dominios que les había heredado brillaron por segundos sobre sus melenitas. Sonrió con los ojos cristalinos, pues al fin era un abuelo reconocido y estas niñas, serían resguardadas por la luna, los sueños y los reflejos, eso corría de su cuenta.
Natsuki quien había dado el impulso adecuado para que sus hijas no carecieran del animus suficiente para su sustento, casi estaba al borde del desmayo. Por lo que esta vez fue Amaterasu quien entró en la tina para socorrerla, no sin dar las órdenes necesarias. —Lurha, inicia el curetaje… y Shura, ¿podrías regenerar correctamente el cuerpo de Shizuru?
—Claro madre, ni siquiera tienes que decirlo— afirmó sonriente la de mirar magma, lista para usar la regeneración de agua en Shizuru. La nana se apresuró a volver con la castaña para extraer los restos de la bolsa de líquido amniótico y depurar cualquier impureza.
Entonces Amatera tomó en sus brazos a su hija, omitió lo mejor que pudo el sangrado recurrente y lo arriesgado que fue todo eso. La miró con el corazón apretado que vez que la mirada esmeralda le fue dirigida con sopor y tal vez ¿agradecimiento? Se las arreglaron para salir de ahí con la dignidad suficiente.
Shizuru que veía a sus hijas en brazos de su abuelo divino, quien no se cambiaba por nadie en ese momento. —¿A dónde… la lleva?— Pero el miedo de que sus peores pesadillas ocurrieran a partir de aquí, se transmitió a través de su mirada temerosa.
La solaris entendió que si salía del cuarto con Derha en brazos, Shizuru correría tras ellas sin siquiera completar sus procedimientos posparto y eso sería horroroso. —No vamos a ninguna parte, querida…— Amaterasu miró a los sirvientes y especialmente a Ceret, esperando que comandara al grupo. —Cariño, puedes hacer que traigan otra cama para poner allí a Derha, su padre y yo tenemos que tratarla.
—Como digas, madre…— Ceret se apresuró a buscar la ayuda necesaria y en unos momentos la cama fue depositada en la habitación.
Todo pasaba bajo la atenta supervisión de Shizuru a quien Shura trataba con su poder curativo en la tina. Aunque sintiera dolor, los nervios de la joven madre estaban puestos sobre su esposa y sus hijas, incluso si Nina le hubiera jurado que lo peor no pasaría, una parte de su ser desconfiaba, porque sabía que los seres insignificantes que ellos eran bajo las pisadas de estos colosos,
—¿Llego tarde?— Elfir hacía acto de presencia emergiendo de una estela de luz dorada, buscando a su familia con la mirada.
—Llegas en el mejor momento, puedes… sostener a tu sobrina— Tsukuyomi le entregó a Tsukira, acudiendo para ayudar a Amaterasu con el tratamiento de su hija y Lurha los asistió sosteniendo a Erin.
—Dioses, mira estas preciosuras… ah vamos a ver muchos corazones rotos en el futuro, van a enamorar a todos los seres— Apostaba con toda seguridad Elfir, acariciando la mejilla de la bebé cuyos iris de rubí líquido asomaban de poco en poco bajo los parpados blancos y a ratos entre bostezos. —Tranquila… yo espantaré a los pretendientes indeseados. Con todas las tías que te aman ningún ser insulso se acercará. ¿Verdad Shura?
—¿Acercarse? Ja… tendrán que superar las 7 pruebas, eso ya te lo digo.— Respondió la aludida, finalizando la regeneración del cuerpo de la castaña, de quien recompuso todos los tejidos, reacomodó los huesos, sanó la piel de todo su cuerpo y restituyó el balance corporal perfectamente.
—Estamos radicales— Sonrió la castaña de ojos azules en respuesta a las ideas de su hermana, acariciando el ceño de la bebé que se frunció un poco. —Entonces serás una chica libre, como tu tía… Elfir.
Shizuru quien fue restablecida completamente, fue atendida por las nilas, quienes le pusieron una batola beige cintas doradas que podrían liberarse para los momentos de alimentar a las bebés. La castaña se puso de pie, sorprendida por la habilidad de Nina en términos de curación, o el hecho de poder caminar después de dar a luz a dos preciosas niñas, incluso su vientre estaba perfectamente plano. De no ser por la ligera amplitud de sus caderas y el pecho crecido, pasaría por alto el haber estado embarazada alguna vez. Pero todo eso pasó a segundo plano, cuando Lurha y Elfir se acercaron para que pudiera sujetar a sus hijas, las sostuvo a las dos, una en cada brazo y la completitud que sintió, era incomparable. El amor, como lo conocía, tenía nuevos matices y dimensiones, lo llenaba todo, era abrumador e incluso difícil de retener en su cuerpo. Bastaba ver los ojos de sus hijas que bostezaban y se removían suavemente para saber que sus sentimientos, hasta ahora, habían sido contenidos por una presa, que se rompió en cuando ellas salieron de sus entrañas.
—Hace tiempo, creí que… no viviría este momento y aunque triste, lo había aceptado. Qué inocente era, no sabía cuanto lo deseaba, si tenerlas conmigo ahora es el regalo más precioso que se me ha dado.— Le susurró a sus hijas, recordando aquella época en la que la idea de embarazarse era imposible, en vista de que ella y Natsuki son mujeres.
Lurha quien sabía más de natalidad que muchas, se aproximó a Shizuru —Mi señora, haría bien en alimentar a las niñas, antes de que las dos tengan hambre, ya que sería difícil hacerlo simultáneamente.
Consciente de que la nana tenía razón, la castaña caminó hasta la cama en la que Natsuki era tratada por sus madres. Observó los intrincados sellos que ajustaban sobre el cuerpo portentoso de su amada, cuyo atuendo realmente dejaba poco a la imaginación, y miró retadoramente a Ceret, quien no se apartaba del lecho en el que la pelinegra se mantenía recibiendo curaciones apropiadas, además de la restauración de su flujo de animus, que era la cosa más parecida a una transfusión de sangre entre dioses. Veía los hilos plateados de Tsukuyomi fluir desde su pecho a través de la seda, y los otros destellos de filamentos dorados viniendo el sol. En cuanto concluyeron esa parte, un ademán de Amaterasu fue suficiente para que Zero apareciera con una caja en sus manos.
—¿Los terminaste?— Cuestionó el señor de la Luna, con sus ojos puestos en la caja, que una vez abierta reveló un set completo de joyas encantadas. Él había provisto las gemas primigenias de las profundidades del caos.
—Tenía que hacerlo…— Afirmó la de ojos dorados. —Nuestra hija, lo requiere.— Ella había purificado los metales con el fuego de mil soles.
Las nilas tomaron los elementos y los pusieron en la adormilada deidad de la creación, brazaletes en las muñecas, bíceps, y tobillos, un collar y un cinturón, encima de un juego de ropa de seda azul. Instantáneamente, el brillo de su cabello se desvaneció, al igual que las flamas argentas que habían empezado impregnar su cuerpo desaparecieron. La tez de Natsuki se tornó rozagante y poco después abrió sus ojos esmeraldas, para alegría de sus esposas.
Shizuru quien no entendía nada, cuestionó. —¿Cuál es el propósito de esas piezas?
—Contenerla y protegerla…— Musitó pesaroso Tsukuyomi. —Con esto la mayor parte de su poder estará sellado y podrá vivir en esta tierra sin causar daños, diseñamos las piezas para evitar radiaciones a su alrededor, todo fluirá correctamente.
—Gracias, padre…— Dijo la pelinegra, volviendo la vista sobre la castaña y levantado su torso hasta yacer sentada en la cama. —Zuru, mi amada, mira las preciosas hijas que me has dado… mi corazón no ha conocido tanta dicha.— susurró al ver a sus hijas en brazos de la castaña. —Cuando creo que moriré de amor, cuando creo que no puedo amarte más. Entonces superas cada cosa en mi mente o en mi alma.
—Deberíamos darles un poco de privacidad.— Musitó Amaterasu al ver la proximidad de las nuevas madres y la forma en la que Ceret desviaba la mirada en otra dirección. Las deidades salieron de la habitación, para dar un aviso de tranquilidad a las personas que aguardaban fuera en espera de noticias.
Shizuru supo que realmente estaba en presencia de Natsuki, por cada mínima cosa que sus ojos veían, la tonalidad de su voz, la mirada que se entregaba sin reservas, incluso la postura de su cuerpo. Entonces le permitió sostener a la damita pelinegra y la sonrisa temblorosa en su rostro creció. —Te presento a Tsukira, ella decidió que quería conocerte primero, porque realmente se las arregló para nacer rápidamente.— No pudo evitar reír, como si hace unas horas no estuviera intentando retrasar el parto lo más posible.— Luego de acomodar a su primogénita, se sentó en la cama con Erin en sus brazos.
—Hola Tsukira, mi hermosa luna menguante… preciosa luz de las noches que amo tanto— Le susurró Natsuki besando su frente, ya sin poder contener el llanto, porque incluso las cosas terribles que había soportado, estaban siendo recompensadas con este momento. —También te saludo, mi Erin… mi adorado tesoro de los cielos, que has venido a completar mi alegría.— Sintiendo la tibieza de estas nuevas vidas en sus manos, la pelinegra no pudo evitar llorar, esta vez de dicha. —No sabía lo que amar es, hasta este momento.
Shizuru acarició la mejilla de su esposa y la sintió temblar. —Hola… Tsuki. Te extrañé… muchísimo, ni siquiera te haces una idea.
—Hola Zuru…— La miró con esas esmeraldas cautivadas que atravesaban el alma, sujetó y besó la mano que había tocado su rostro. —He estado perdida un tiempo. Gracias por esperar.— Tragó saliva. —Por… por abrir los ojos cada mañana… por existir para mí.— Un casto beso ocurrió con el roce de los labios de las dos y Shizuru se perdió por momentos en aquel contacto que le estaba dando aire a sus respiros.
Los sonidos de las niñas las trajeron de vuelta a la realidad, pues Erin ya buscaba el pecho de su madre exigiendo alimento y Tsukira fruncía el ceño nuevamente, como si sintiese el agravio de su hermana. Con tales caritas, las madres no hicieron más que atender las necesidades de sus hijas. La Kruger pudo sostener y mecer a su pequeña luna cuando intentaba ponerse inquieta, cantando la tonada que las dos conocían, mientras Shizuru sostenía a Erin dándole el pecho que encontró después de unos pocos traspiés, logrando alimentarse finalmente. Era un poco doloroso, pensó la castaña, quien se sorprendió de notar la fuerza de su niña en cada parte de este nuevo contacto. Pero dejó a un lado eso, sintiendo un vínculo tan íntimo que nadie que no fuera madre, entendería alguna vez, porque en ese momento desborda su amor por la castañita frágil en sus brazos.
Mientras acariciaba la cabeza de Erin, Shizuru levantó la vista para ver a las pelinegras que adoraba, notando el iris cristalino de Natsuki, quien sobaba la espalda de Tsukira y la miraba cautivada por un cuadro tan bello. La sonrisa apenada que nació en la boca de la castaña, avergonzó incluso más a la imperatoria, quien fue descubierta en su apreciación de la escena. Cuando Erin quedó satisfecha, Shizuru la puso brevemente en la cama y tomó a Tsukira de los brazos de su madre, a fin de alimentarla también.
—Levanta a Erin, cariño— Ordenó con gentileza, como quien le enseña cosas al alguien inexperto, pues Natsuki no había participado de las instrucciones prenatales a causa de su estado mental el último mes, por lo que se perdió los trucos del pañal y los gases. —Mécela un poco y soba su espalda, así saldrán las cosas innecesarias…— Le indicó Shizuru, repitiendo los consejos que tanto su madre como Kaede le habían pronunciado en los recientes días.
Obedientemente, la pelinegra sujetó a Erin y con la misma diligencia, la posó en su hombro y comenzó a sobar su espada. En su mente pensó… —"A ti ya te conozco, pronto traeré un conejo para ti"
Algunos momentos más tarde, la alimentación y la limpieza de las niñas concluyó, Shizuru usó una segunda bata exterior y con la ayuda de Lurha, los tiernos mamelucos que la abuela Sanae había preparado, fueron puestos, causando que otro tenue temblor naciera en el pecho de Natsuki. —Los trajiste contigo— murmuró. —Supe que fue un regalo de bodas, de mi abuela.
—Ella fue la primera en acertar y creer en… lo imposible. Luego, tú creíste en la magia de las estrellas y miranos ahora mismo.
—Soy afortunada, sin duda
—Yo lo soy, mucho más.— Refutó Shizuru, considerando el hecho de que demasiadas cosas pasaron para llegar al instante que compartía con la persona que amaba. Sus dedos se rozaron mientras se miraban una a la otra frente a la cuna grande que habían preparado para poner a las pequeñas. —Ya es hora de presentarlas, mi madre debe estar enloqueciendo ahora mismo, por no decir Mai o Takumi.
—Seguramente.— Se rio un poco de esa perspectiva. —Nuestras hijas son amadas, no sé de un mejor regalo que ese.
Shizuru levantó a Tsukira en sus brazos, cuando notó que no había amarrado la bata y su pecho, ahora más evidente, revelaba un poco de su pezón. —¿Natsuki?— Pregunto suavemente, —¿Podrías ayudarme con las cintas?— Con las manos ocupadas, era obvio que no podría hacerlo por sí misma.
La joven, que había superado con gracia el contacto de un beso sin intenciones pasionales, miró los abundantes pechos de su esposa y aunque maravillada por la belleza de los mismos, sintió frío en el cuello, sopesó como ataría las cintas sin tocarla en un lugar tan privado. Concentrando toda su atención en la seda dorada, tomó cada cordel para realizar las ataduras con la mayor celeridad posible, pues Erin no disfrutaba su amplia soledad en la cuna y comenzaba a gimotear.
Aunque Shizuru disfrutó de los tiernos nervios de su esposa en presencia suya, alguna parte recóndita de su mente, consideró extraña la conducta. En cuando Natsuki concluyó, se dio la vuelta rápidamente y tomó en brazos a Erin. —Ya… ya mi amor, solo ayudaba a mami. ¿Compartirás mi amor con mamá?
Ante unas palabras tan bellas, Shizuru dejó de lado el asunto y las dos se encaminaron fuera de la habitación, para que por fin las personas que aguardaban ansiosamente verlas, pudieran hacerlo. Claramente y tras su aparición, Elfir hizo que sonidos celestiales se escucharan en los cielos de los imperios, en celebración de las nuevas princesas, y Shura quien no admitiría la derrota, creó cientos de arcoíris con vapor de agua.
Todos los miembros de la familia de Shizuru corrieron a verla, preguntando por su estado. Mizue casi se desmaya al verla de pie y Amaterasu se tomó el tiempo de explicarle que como dioses, la sanación era un poder al alcance de la línea de sangre principal, señalando a la pelinegra de ojos magma como la artífice de la curación de agua. Takumi se derritió por las niñas junto a Mai, quien miraba lo extremadamente bella que se veía su hermana pese a no haber transcurrido más que unas horas desde su alumbramiento.
Ceret quien contemplaba la escena en la distancia, sonrió suavemente al ver a las niñas, casi recordaba el enfado que sintió al saber sobre ellas como una cosa del siglo pasado, porque al mirar estos seres tanto hermosos como indefensos; no podría más que derramar bendiciones sobre ellas y se aseguró de que esta nueva vida, iniciara desde cero, pues esta vez tendrían a sus dos mamás para cuidar de ellas. Del mismo modo, la dama de la memoria, no se negaría a sí misma el sentimiento de envidia que amenazaba con presionar en su pecho, pero al mismo tiempo se consolaba a sí misma con el hecho de que la promesa de su esposa sé había materializado, por lo que su soledad no sería perenne. Consciente de que su presencia era innecesaria, observó la escena con la esperanza de que estos momentos fueran un bálsamo para las heridas mentales de Natsuki Kruger, que ella y Derha pudiera estabilizarse con el paso del tiempo.
Sabía que su ayuda sería necesaria para limpiar el animus oscuro que Susano-o le inyectó, pues al final de las cosas las dos serían un solo ser y todo iría mejor. Alegre Ceret se despidió silenciosamente de Natsuki, quien le devolvió la mirada con extrañeza y así cuando quiso partir al inframundo, el tenue agarre de la capa de su atuendo la tomó por sorpresa.
—¿Te marcharás?— La voz que conocía se escuchó a su espalda y con ello la tela fue liberada.
Se dio la vuelta para ver a Natsuki y miró sobre su hombro a Shizuru quien no les quitaba la vista de encima, pese a la compañía de sus familiares, entre ellas las dichosas abuelas que habían sido cautivadas por las preciosas nenitas. —Así es.— Suspiró.
—Me salvaste la vida, por… segunda.. ter… cuarta vez— Contó en sus dedos los momentos, incluyendo aquellas ocasiones relacionadas con Derha, volvió a mirar sus dedos y trató de calcular el número correcto. —Cuarta vez… estoy segura— mencionó alegremente.
Ceret se sonrojó y no pudo evitar reír abiertamente, pues no se esperaba algo como eso. —No sabía que llevabas un registro— murmuró intentando esconder su risa con el gesto delicado de su mano. —"Cada matiz es muy lindo."— No pudo evitar pensarlo, mirando esos ojos esmeralda tan tiernos.
—Gracias… yo realmente quiero agradecerte. Vivo, gracias a ti y para mí, eso no es poco.— Hizo una reverencia cortés, aun manteniendo lo mejor posible las distancias físicas. —Tampoco habría llegado a tiempo, de no ser por ti.— Añadió pensando en la magnitud del presente que debería darle, como muestra de su gratitud.
La dama de iris marino sonrió. —Me honra, las niñas son… preciosas. Se parecen mucho a ti…— No evitó mirar a Tsukira a quien la abuela Kaede mecía felizmente en sus brazos, pues Shizuru estaba amamantando a Erin. Pensó en que esa niña de melena cobaltina era realmente parecida a Derha, salvo por sus preciosos ojos de rubí. No podría decidirse, las bellas esmeraldas de los ojitos de Erin realmente eran adorables. —Y eso es suficiente para robar mi corazón.— Confesó sinceramente. —Pero, hay cosas que aún debes aprender Natsuki. Yo no soy del agrado de Shizuru y no pretendo ser su mejor amiga; considero que para llevarnos bien debo conocer las líneas del respeto y los momentos. Este es su momento… Espero que cuando esto se repita conmigo y un bebé de ti y de mí nazca, tu atención sea solo mía, querida esposa.— Murmuró divertidamente mientras Natsuki se tensaba en su lugar, asustada por la idea de tener que cumplir con sus deberes matrimoniales con Ceret. —En vista de esas ambiciones, seré coherente… las dejo a solas para compartir este momento privado.
—Una vez más, agradezco tus consideraciones.
Ceret asintió. —Vendré en el futuro para continuar con la purificación tu red de recuerdos, así como los ejercicios de contacto. Por lo que sé, aunque mis características físicas son un detonante para ti, tu aversión a la proximidad podría no ser exclusiva de mí.— La pelirroja suspiró. —Natsuki, deberías plantearte confesarle la verdad a Shizuru para que ella pueda entenderte y brindarte su apoyo como esposa.
—Ella, no… va a creerme— La pelinegra bajó la mirada y Ceret notó el casi imperceptible temblor en su cuerpo. —Ella cree que soy esa clase de persona, su padre lo hizo parecer de ese modo.— Tensó la barbilla y su boca tembló. —Yo misma, no sé…
—No tienes que ser compasiva con esa persona. Tú sabes lo que te hizo, ese es su pecado, no el tuyo.— Aclaró con firmeza. La mirada rojiza la escaneaba de pies a cabeza desde la distancia, estaba resultando incómoda, por lo que reverenció a Natsuki con el mismo afecto que ocuparía si pudiera darle un beso o un abrazo, esperaba que sintiera su apoyo. —Cuídate— Dijo antes de mover su mano con un ademán de despedida, dedicar una mirada a Amaterasu y finalmente viajar a través de la luz hacia el inframundo.
—También… cuídate.— susurró a la nada porque Ceret se había ido.
Pensando en lo amable que había sido la dama de la memoria, se sentía realmente mal por el hecho de que no podía corresponder sus sentimientos, porque solo podía verla como una amiga y amaba a Shizuru, que ella fuera esposa de Derha, no significaba que fuera suya. Se dio la vuelta y volvió a la fiesta en la que Terim recién llegaba para felicitarla, claro que apenas vio a las niñas, se olvidó de ella, lo cual alivió a Natsuki, porque no estaba bien que fingiera ser la monarca cristalina, cuando no se sentía como ella. Se aproximó al grupo cuando
La presencia de una persona en cuyos brazos también tenía una bebé, atrajo la atención, pues Rena lucía preciosa junto a la duquesa, El Cisne de plata. —Saludos, gloriosas imperatorias…— Inclinó la cabeza suavemente como dictaban los protocolos, apenas lo suficiente para no incomodar a su bebé. Shinzo se aproximó con una bandeja llena de obsequios en atención a las pequeñas hijas recién nacidas de la emperatriz. —Alabado sea este jubiloso día.— murmuró con alegría, pensando que ahora la línea principal de la familia Kruger se restablecería y sería bendecida con muchos descendientes, contenta de que nadie tuviera que llevar tal carga en sus hombros nunca más. —Lamento mi tardanza, pero estaba en la casa de los Lombard, por lo que me he enterado hace poco del alumbramiento de su majestad.— Se excusó un tanto apenada.
Elfir se había desvanecido de la vista de todos, tomando su forma de viento poco antes de que la joven entrara, pues sus hadas le susurraban de su llegada. Siendo invisible, la castaña pasó junto a Mashiro y se detuvo a su lado, observando cómo ponía a Rena en la enorme cuna de las princesas imperiales. Con sus inmateriales dedos rozó su mejilla, pero para la albina, aquello fue apenas una gentil brisa, toda su atención estaba puesta en la proximidad de las bebitas, cuyos sonidos embobaron a todas las mujeres reunidas.
—Mashiro, ven pronto a conocer a tus sobrinas. Ya quiero que Rena y mis hijas sean amigas…— Murmuró Shizuru para conceder a la joven albina la tranquilidad de actuar con normalidad, pues no era un banquete ni una ceremonia con emisarios internacionales, solo era la familia cercana conociendo a sus pequeñas estrellas.
Ante tan cálida bienvenida, la joven aguamarina se apresuró a llegar junto a la agasajada, contemplando a las pequeñas con una inmensa alegría. —Son preciosas, Shizuru… simplemente un regalo de los cielos— Musitó con escozor en sus ojos. Ambas mujeres se miraron conscientes de las inmensas dificultades que habían pasado juntas.
La deidad, quien miró con tristeza a la joven y suspiró extrañando a Rena, se resistía a irse. ¿Tal vez debía hablar con ella? Negó sintiendo que aún estaba demasiado débil como para enfrentarse a una verdad que tal vez no soportaría escuchar. Dejó de lado sus dudas y se aproximó a Rena en su aspecto invisible, depositando un cariñoso beso en la frente de su hija y obteniendo preciosos gorgoteos de su sonriente carita. Jugó por algunos momentos más, rozándola con un viento tibio en la pancita y después de otra larga contemplación se apresuró a salir del lugar. Una vez afuera, la deidad, recordó lo que pasó hace dos semanas cuando volvió a Windbloom…
Llegó de Remus con el corazón en la mano, pues temía que Lakshmi hubiera hecho algo a su pequeña familia y si fuera el caso lo asesinaría de la forma más horrible que pudiera idear; pero por suerte se encontró con Mashiro y Rena dormidas apaciblemente en el lecho y por ello volvió a respirar. Se acostó en la misma cama, casi en el borde para no despertarlas, miró a su adorada nenita, cuyo pequeño rostro y cabellos eran tan preciosos como semejantes a los de su madre, y la felicidad puede ser así de simple, como ver a quien amas dormir tan tranquilamente. Pero todo se derrumbó en cuanto escuchó a Mashiro suspirar el nombre de Arika en medio de sus sueños. Entonces sintió su corazón romperse, ¿Realmente Zire tenía razón? ¿No había espacio para ella en el corazón de Mashiro? ¿Solo era un reemplazo de aquella que murió? Entonces supo que las palabras de amor y la entrega sublime, fueron dadas en memoria de alguien más.
El dolor de esta horrible verdad la ha acompañado desde entonces y no encuentra razones para sonreír, a veces se asegura de verlas a la distancia cuando la debilidad vence su fuerza de voluntad. Pero ha trabajado incansablemente cada día, con la esperanza de acostumbrarse a este sentimiento hasta poder olvidarla. Ja, como si fuera algo posible. Recuperó su forma material, volvió la vista hacia atrás en la puerta por la que había salido, reteniendo el anhelo de ir a buscarla. —¿Acaso estoy amando en soledad?— preguntó a la nada, y las hadas que siempre iban y venían a su alrededor, revoloteaban nuevamente.
Segundos después, la presencia de Silvy se manifestó. —No, su majestad… apostaría mi vida, para asegurar que la Duquesa vive y suspira por usted.
—Vive y suspira, por… Arika Sayers.— Aclaró Elfir con la barbilla tensa. —¿Ha dicho mi nombre en sus sueños?
Silvy negó con la cabeza. —Pero su nombre es todo lo que murmura cuando está despierta. Ella sufre por su ausencia mi señora.
—Le diría que busque consuelo en esa mujer, pero… ya que ha muerto, sería una expresión muy cruel.— Refunfuñó cruzándose de brazos y pronto se arrepintió de haber murmurado algo como eso, tampoco quería herir a Mashiro por su rabieta. —Silvy, aún estoy enfadada… puedo tolerar que no sea la primera en su haber y amo a Rena más allá de mi imaginación, será mi hija en mis ojos mientras tenga vida… y entiendo que Mashiro pueda amar a otra persona, porque yo misma estoy enamorada de Zire. Pero la idea de ser usada para cubrir la ausencia de esa persona, destroza mi mente y me llena de rabia. Me siento usada…
—Si usted ocupara algo de su tiempo para hablar con el cisne, podría resolver la situación.
—Lo sé, pero estoy tan herida que temo decir algo de lo que podría arrepentirme… y no podría deshacerlo. Necesito serenarme y prepararme… por si acaso su respuesta dista de tus amables apreciaciones.— Tragó saliva, aún tenía otro asunto problemático que tolerar. —Mañana es la fiesta de compromiso de Zire, debo asegurarme de limpiar la zona para evitar incidentes desagradables. Cuida de ella como si fuera yo misma la que se quedara.— Teniendo eso en mente… se marchó del lugar casi como un fantasma. Silvy la reverenció y aceptó su mandato silenciosamente.
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La celebración fue larga y los regalos que las niñas recibieron abundantes, las mujeres también le dieron presentes a Shizuru, para que retomara su matrimonio, entre sales de baño, perfumes y atuendos sugestivos. La castaña pensó en lo que dijo su abuela Kaede quien, curiosamente, obtuvo el apoyo de Mizue… ambas coinciden en que cuanto más pronto la pareja volviera a disfrutar de la intimidad, mejor. Aparentemente, los niños absorben la atención y el tiempo de los padres, reemplazando la pasión de algunas parejas. En los pensamientos de Shizuru, la sola idea de Tsukira y Erin robarán el amor de su esposa y eliminarán su pasión, es absurda. Entonces miró a Natsuki de pie, junto a la cuna, contemplando a las bebés dormidas con esa expresión de profundo amor y cariño. Estaban a solas, pues Lurha, la nana, aguardaba en la habitación de cuidadora y acudiría tan pronto fuera necesario.
—¿Tsuki, podemos hablar un momento?— Le tendió la mano para que caminaran un poco más lejos de la cuna.
—Claro, te escucho— Dijo con una voz amable y una mirada atenta, enredando sus dedos con los de Shizuru.
Las dos salieron al balcón con la brisa de la noche meciendo sus cabellos. —Supe que tuviste dificultades y que no se te permitía venir. ¿Hay alguna razón en particular para que eso ocurriera?
—Soy inestable.— Asintió tragando saliva. —Mi mente es caótica.
—¿Te duele? ¿Que piensas o sientes?
—No es un dolor físico realmente, porque mi cuerpo está sano y no tiene ninguna huella de las heridas que recibí. Pero a veces me pierdo al recordar lo que pasó en el castillo Barbarak.— Su voz tembló un poco. —Mi mano está perfectamente, pero a veces siento la vieja herida que Darsiv me hizo— Natsuki no se atrevió a murmurar que su primo literalmente le había atravesado la mano con una flecha o que Zade estaba obligada a tenerla atada a una cama mientras recibía tratamiento. —Me pasa igual con otras cosas. El látigo de Hideki… las palizas de Gon Hiu…— Quiso decir de las insidias de Satoru y lo que Nao le hizo, pero la voz se ahogó en su garganta, pues no quería pelear con Shizuru por ellos.
Shizuru la abrazó y la pelinegra se permitió permanecer así por un rato, mientras la palma de la castaña acariciaba la espalda. —Mi amor, mi Natsuki… ahora ya nadie puede herirte, te juro que si alguno de esos hombres sigue vivo, yo misma los cazaré y se los daré de comer a mi Kiyohime…
Sonrió por una promesa tan tierna y miró el brazalete en la mueca de la dama, en la que el espíritu de Kiyohime aguardaba. Sería bueno enseñarle a Shizuru como fusionarse con la bestia sagrada, si es que ella deseara aprenderlo, eso la haría muy fuerte. —Hideki y Gon Hiu, están muertos, destruimos a sus Slave para escapar… y a Darsiv, lo he perdonado. Fue esclavizado desde la infancia y es algo así como un primo lejano, igual que Sherezade, no podría asesinar a mi propia familia cuando fueron victimas de mi enemigo.
La mirada rubí se cristalizó un poco al recordar a esas personas y todas las situaciones alrededor de esos días difíciles, incluso aquel asunto con esa mujer de cascos ligeros. Contempló el hecho de que tenía a su mujer a su lado, a su querida Natsuki por la que había rogado a los dioses, así que tenía que devolver, su gratitud. Porque había vivido varios milagros imposibles para cualquier persona, así que suspiró largamente, soltó la ira y los celos que se habían arraigado para intentar darle al fin un perdón verdadero. Sintiendo un peso menos en el pecho y su amor crecer un poco más al mirar a la pelinegra con la compasión que obliga conocer tales martirios, Shizuru besó sus labios suavemente. —¿Dónde estuviste todo este tiempo?
—No lo sé, simplemente desperté en un lugar al que llaman, el palacio del inframundo… pero mi cuerpo, no era el mismo que solía tener y no solo eso.— Levantó su mano y se concentró un poco, así las flamas azules volvieron a emerger hasta su antebrazo, como resultado, la manga de la simple camisa de algodón que usaba se desvaneció de la existencia. —Ya no era humana siquiera.— El fulgor se extinguió de su mano, dejándola libre incluso de cualquier suciedad, salvo por el lustroso brazalete que los gobernantes le obsequiaron. —Mis emociones, por mínimas que fueran, tenían un efecto directo en esto que soy ahora. Ellos me dijeron que soy peligrosa, para ti… así que acepté permanecer allí.
—¿Entonces te irás otra, ves?— La voz de Shizuru se hizo un poco más aguda, delatando su desilusión.
Natsuki negó con la cabeza, tomó su mano y beso el envés con ternura. —El hombre de la luna dijo que con el set de joyas encantadas, puedo estar aquí sin herirte. Les costó fabricar algo lo suficientemente fuerte para soportar mi poder… mi… ¿Maldición?— ¿Cómo más llamaría a eso? Sonrió amargamente. —Nacer con una de esas, romperla… solo para obtener otra diferente.— Negó con la cabeza molesta, era irónico. —No le caigo en gracia a ese tal Susano-o y puede que me odie ahora, al parecer le destrocé la cara. Dicen que él maldijo mis recuerdos llenándolos de una cosa llamada animus oscuro, que no estoy en balance porque arrojé una parte de mí al fondo de un abismo. Pero no sé de qué hablan…
—¿No lo recuerdas?— Shizuru palideció.
—Lo recuerdo, recuerdo… más que solo mi propia vida. La razón por la que cree esa flama tan confiadamente, es porque sé con toda precisión lo que puede hacer mi cuerpo y este poder se siente tan natural como respirar. De hecho, pasé el último mes creando e inventando cosas para mantener mi mente en calma y para realizar todo el trabajo pendiente, queriendo no tener que volver allí cuando al fin pudiera verte.— Era la mirada de un cachorro, la que trajo comprensión al rostro de la castaña, quien dio gracias por tenerla. Entonces, Natsuki se mordió la boca un poco preocupada y tragó saliva antes de pronunciar algo que no se había atrevido a decirle a nadie. —Pero sé con certeza que no fui yo quien golpeó a ese hombre, fue alguien más que estaba tan enfadada con él como para atacarlo a mansalva— Explicó. —Yo creo que he muerto y robado el cuerpo de otra persona. No por mi voluntad… claro.
Un vacío extraño se sintió subir desde el estómago de Shizuru hasta su pecho. Con las palabras de su Natsuki comprendió que a diferencia de Shura, quien asimiló su vida humana y divina con naturalidad, su esposa creía que había usurpado a alguien más. No podía dejarla pensar algo tan malo. —Mi amor, tú no has robado nada.
—¿No he robado nada? ¿Cómo explicaría el hecho de que tal vez tengo miles de años de vida?… y además de… de una esposa.— Dijo las últimas palabras con notas de miedo. —Pero te juro que yo no la he tocado— Aclaró, tratando de evitar que Shizuru le diera una bofetada o algo mucho peor, se enojara tanto que la mandara al cuarto de huéspedes.
Shizuru guardó silencio, pensando que… ¿Derha había desaparecido? Una profunda culpa la llenó por dentro, si bien recordaba las palabras que ella le dijo. —Ceret es su primera esposa.— Dijo aquello con sorprendente tranquilidad.
—Tú… tú lo sabes. Claro… está… esta persona vino aquí y— Sus ojos se abrieron bruscamente, porque las mañana que Shizuru y Derha compartieron, parecían algo que pasó años atrás, pero fueron muy cercanas apenas hace un mes. Natsuki pensó en las cosas que ocurrieron, las tinas, los masajes, sus besos y caricias. Sintió un ardor en el pecho, pero cerró los puños y enterró las uñas en sus palmas para sentir algo diferente de la ira, a la que le tenía pavor, porque era cuando peor se ponían las cosas. Cerró los parpados cuando notó qué los claros de sus ojos irradiaban luz y se arrodilló en el suelo tratando de hacerse un ovillo para mantener la energía dentro. Entonces el Set de las gemas que los gobernantes le dieron, desprendieron sellos que absorbieron el exceso de animus que su cuerpo emanaba, apagando las flamas y volviendo a la pelinegra a su estado normal.
Shizuru observó toda la circunstancia con impotencia y agradeció a los dioses que idearon el modo para que su esposa no le hiciera daño a ella, ni a sus hijas. Se arrodilló a su lado y la abrazó, se quedaron así durante algunos minutos hasta que la respiración de Natsuki se tranquilizó.
—¿Qué paso? ¿Quieres compartirlo?— La castaña acarició la espalda de su esposa con suavidad y respiró profundamente, con la esperanza de que ella confiara en contarle lo que le ocurría.
Escondió su cara en el cuello de Shizuru, abrazándola un poco más fuerte. Dudó en decirlo, pero al final lo dejó salir. —Sentí celos y no supe como manejarlo… mis emociones hacen cosas raras conmigo, con mi cuerpo— Su rostro ardió, pensando que no de no ser por los consejos de Ceret, ella misma no admitiría estas cosas en voz alta, mucho menos se las confesaría a Shizuru. Pero amar significaba dar un salto de fe, ¿verdad? —Sé que no tiene sentido, pero aunque todos dicen que somos un solo ser, para mí… Derha es una extraña. Una extraña que cuidó de mi esposa y estoy agradecida por eso, pero odio lo mucho que intentó hacerte suya.
La joven de Tsu fue dichosa por la sinceridad de su amada, era halagador que sintiera celos y bastante bueno que no hubiera reproche en su voz, ya no digamos el hecho de que no le hubiera tocado un solo cabello a Ceret. —¿No sabes que yo solo te pertenezco a ti?— Le dijo al oído con un tono de voz que realmente estremeció a la pelinegra. Con la certeza de estar junto a su Natsuki, Shizuru consideró dar muchos regalos a Shura por hacer que su cuerpo estuviera en condiciones tras el parto, porque de otro modo no podría hacer lo que quería hacer con su esposa.
Los labios carnosos se posaron en el cuello níveo de la Kruger, primero suavemente y después con algo más de fuerza, hasta que al final rozó la piel de su amada con la punta de sus dientes. La sintió estremecerse y suspirar, por lo que desabrochó los botones de la camisa, revelando las clavículas y el bello nacimiento de sus pechos. Deslizó su lengua por la clavícula y soltó su aliento en ella, mientras tomaba asiento en el regazo de su amante, con cada rodilla apoyada en el suelo a cada lado de su cadera. —¿Podríamos… ir a la cama?— Le susurró con tono suplicante.
Natsuki estaba estática con su esposa sobre ella, podría arder en su piel lo que su mujer le hacía y se sintió bien… demasiado bien. Gimió de placer cuando el aire tibio de la boca de Shizuru la estremeció y cuando la vio a los ojos con su deseo expuesto, el corazón comenzó a latir realmente rápido. Hizo que sus brazos le rodearan por el cuello y sostuvo a Shizuru por la cadera para cumplir su deseo. Caminó con su amada entre sus brazos y le llevó a la cama, en la que la depositó con cuidado… fue el momento en el que sus caderas se unieron, aun con la tela en medio, que el sonido jadeante de la urgencia en la voz de Shizuru le llegó al oído. Pero el eco de un sonido vino a su mente y con ella los escalofríos en su cuello bajaron por toda su espalda. "No podrás sentir con ella, lo que yo te he hecho sentir…" La voz de Nao, fue lo que le pareció escuchar y como si una cuerda se ciñera a su cuello, respirar se hizo tanto más difícil.
Con los labios de su esposa en los suyos y su beso apasionado, le pareció que su boca se tornaba ácida, por lo que retiró su rostro con rapidez, respirando agitadamente. Por un momento, Shizuru creyó ver notas de miedo en el rostro de Natsuki, pero un pestañeo más tarde, tan solo vio las pupilas dilatadas hasta casi ocultar su iris esmeralda y los jadeos en busca de aire, debido a su desaforado beso. La castaña la tomó del hombro y con un hábil movimiento la puso debajo de su cuerpo, volviendo a sentarse sobre su cadera, asegurándose de tener la atención de su mujer, tomó el cordel de su bata y deshizo el nudo de un tirón, dejando a la vista la redondez de su exuberante pecho.
—¿Ara, mi Natsuki se siente un poco tímida esta noche?— Con una sonrisa ladina en su faz, tomó la mano nívea de la hija de la luna, posándola sobre la corona rosácea de su seno. —No sabes lo mucho que he extrañado tu toque, mi amor.— Presionó un poco más con sus dedos la mano sobre su pecho, como siquiera que Natsuki pudiera sentir con la palma los latidos presurosos de su corazón.
Había tocado a su esposa con sus inmundas manos, fue el pensamiento de infinito autodesprecio que pasó por la mente de la Kruger, mientras las arcadas subían por su estómago, como si la suciedad impregnara todo su cuerpo. No era digna de ella, no podía manchar lo que más amaba con su despreciable ser…
El repentino llanto de Tsukira se escuchó en la habitación contigua, rompió la atmósfera y con el respingo de las dos, Natsuki pudo retirar su mano tan rápido como si hubiera tocado un tizón caliente. Las madres se miraron mutuamente asimilando lo que pasaba, cuando los gimoteos de Erin dieron a saber que pronto sería el llanto a dúo de sus hijas. Shizuru fue la primera en levantarse, tragándose las ganas de hacer suya a su esposa con una alerta instintiva que solo una madre que ha gestado a sus retoños durante meses, es capaz de sentir. —Ara, tal parece que nuestras hijas se mueren de hambre.
—Puedo, entender el sentimiento— Miró de soslayo los hermosos senos de su mujer, sabiendo que era demasiado buena para ella. —Eres realmente hermosa, mi Zuru.— Halagó antes de darle la espalda para salir de la cama por el lado opuesto.
Shizuru se sonrojó, por lo que caminó hacia la puerta que conectaba su cuarto con el de sus hijas, sin poder ver como la pelinegra se limpiaba las manos con la tela del pijama de sus pantalones, sin encontrar sosiego. Natsuki fue al cuarto de baño con urgencia, preocupándose de lavar sus manos con agua y jabón, frotando las suficientes veces, hasta que dejó de ver alguna clase de suciedad inexistente en ellas. Se miró al espejo y notó la palidez que llenaba su rostro y su mirada perdida; secó el sudor frío de su frente y cuello, mirando la camisa desabrochada, sus pechos expuestos, su costado y abdomen con cada músculo delineado. Bajó la vista un poco más y contempló la marca de la unión que tenía con Ceret en la cara derecha de su pelvis, era una enredadera de lilis de fuego, rojizas como el cabello de la dama, con antenas de puntas azules, como sus ojos.
En su atormentada mente, el recuerdo de la joven diosa se distorsionó y aquellos iris gentiles se tornaron verdes, su sonrisa serena pasó a ser maliciosa… Ceret se transformó en Nao y a Natsuki le pareció sentir un espectro de ella en su espalda. Al mirarse en el espejo ya no estaba sola, Nao la abrazaba tan bífidamente como una serpiente… una de sus manos se movía por su vientre invadiendo la pretina de su pantalón camino de su entrepierna, mientras que la otra mano, estrechaba su pecho y ascendía hasta sostener su barbilla con dureza, forzándola a verse en tan desagradable estado. Allí, donde su piel hubiera entrado en contacto con aquella mujer, la mancha de una brea espesa y oscura quedaba. Realmente se sentía sucia y el agua era incapaz de limpiarlo…
Las flamas azules cubrieron su cuerpo por entero, eliminando cada fragmento del algodón de su pijama y purificando cualquier espacio sobre su piel, al final Natsuki estuvo completamente desnuda apenas cubierta por los regalos de sus madres divinas. Las gemas absorbieron el fuego azul restante, entonces evitó mirarse sintiendo vergüenza de sí misma. Usó la creación para cubrirse con un pijama incluso más conservador que el anterior, hecho de una seda más densa y una serie de amarras de hilos de oro bastante difíciles de retirar. Segura de haber recuperado el temple, se apresuró a ayudar con el cuidado de sus hijas, cuyo llanto ya no se escuchaba.
Entró en el cuarto donde Shizuru tenía en brazos a Tsukira quien ya recibía el alimento por el que había llorado minutos atrás. Mientras que Erin estaba acostada sobre una mesita acolchada, moviendo sus piernitas junto a una tibia esfera de sol que Amaterasu le había dado como regalo, después de todo no quería que sus nietas pasaran frío durante los cambios de ropa. La nana estaba poniendo las lociones, ungüentos y telas a su lado, preparándose para cambiar su pañal, pero Natsuki pozo su mano en el hombro de la mujer. —Deja que te ayude, por favor.
—Pero su gracia, la razón de tener una niñera es que sus majestades no tienen que realizar estas labores.— La nana consideraba que sería difícil para Shizuru siendo una madre primeriza, acarrear con todos los esfuerzos necesarios para el cuidado de las pequeñas
—No quiero tener una relación tan distante con mis hijas.— murmuró, retirando el mameluco de Erin con sumo cuidado, bajo la atenta mirada rojiza de Shizuru quien se sorprendió de las cosas, dado que los nobles de tan alto rango, rara vez realizaban acciones tan mundanas, pero quedó incluso más sorprendida con las siguientes palabras de la pelinegra. —También quiero pasar algunos momentos a solas con mi esposa e hijas en el futuro, por lo que espero ser capaz de ayudar a Shizuru con los detalles del cuidado de nuestras estrellas.— Miró significativamente a la castaña, quien no evitó sonreír brillantemente, tal vez un poco más enamorada de su mujer. Natsuki miró a Erin y le habló con ternura. —¿Verdad tesoro? Quieres que mamá te cambie el pañal para que te sientas más cómoda y confortable.
La castañita respondió con sonidos inteligibles como si entendiera a su madre, por lo que Natsuki no tardó en ponerse manos a la obra. Retiró la tela sucia, limpió con cuidado las pompis y la entrepierna de la bebé bajo las órdenes y supervisión de Lurha, quien consideró que si su primer príncipe quería ser un gran padre, entonces le apoyaría sin dudar. Aplicó ungüentos que mantuvieran fresca la piel y perfumes maravillosos asociados a los bebes permanecieron en el ambiente. Pozo la suave tela debajo de su hija y con los movimientos guiados de la mano de la nana, finalmente la acomodó correctamente y realizó un nudo especial que Lurha había usado durante sus largos años como niñera. Le pusieron otro juego de ropa limpia y un pequeño mandil, con la esperanza de que no se manchara en cuanto su madre la amamantara. Unos minutos más tarde intercambiaron lugares con Tsukira a quien le extrajeron los gases y la pusieron presentable con incluso más habilidad, pues ya era la segunda práctica de la Kruger.
Mientras mecían a las bebés para que volvieran a dormir, Natsuki tomó asiento en la cama matrimonial, con Tsukira mostrando su pequeño rostro somnoliento, fruncía un poco el ceño cada vez que intentaba ponerla en la cuna, por lo que concluyó que dada su imposibilidad para dormir, podría cuidar de ella teniéndola sobre su pecho. La castaña que estaba realmente fatigada, miró a su amante acostada con la pequeña y adorable figura de su bebé, una vez más sintió algo maravilloso en su corazón.
Hasta que notó los bordados de oro en la seda blanca, ¿no era algodón? —Cariño, podría no recordar las cosas bien… pero, ¿es esa pijama diferente a la que tenías hace una hora?— literalmente cubría hasta su cuello.
—Eche a perder la anterior— Confesó apenada, abriendo los ojos para verse reflejada en los iris rojizos. —Cree una nueva, no queriendo importunar a nadie.
Shizuru se sonrojó, pensando que debido a sus acciones, su pobre esposa había manchado la tela. —Po… podrías usar batolas— imaginar a su mujer en algo como eso, realmente era tentador.
—Me sentiría desnuda, no sé como es que tú puedes usarlas… ¿No te da frío?
—No, yo ya me he acostumbrado.— Era interesante que hablaran sobre sus intereses en ropa de dormir. —No llamaste a ningún sirviente.— Tanteó con su frase, pues Derha realmente tenía muy interiorizado el uso de sirvientes.
—No me gusta que las damas de compañía me toquen, no encuentro divertido que alguien me vista cuando yo misma puedo hacerlo.— Respondió. —Me gustaría que a cierta edad nuestras hijas aprendan a vestirse por sí mismas, para que su elección de guardarropas sea acorde a sus gustos. ¿Estarías de acuerdo?
Sonrió ante la perspectiva, si había sentido algo como celos cuando aquella muchacha le había abotonado la camisa, no sabía que sentiría si alguna de esas doncellas tocara a su Natsuki. —Sí, me encantaría que aun siendo princesas. Sean personas humildes que valoren a sus súbditos.
—Serás una emperatriz, envidiable…— Sonrió, acariciando a su ya dormida hija, mirando a Shizuru con una sonrisa. Las bebés no podían oír su charla, porque había puesto vacío a su alrededor con el fin de no interrumpir su sueño. —¿Esto es lo que realmente quieres para nosotras? Sé que esa persona te lo preguntó, pero quiero que sepas que yo renunciaría a todo esto sin dudarlo, en el caso de que todo lo que quieras sea una vida tranquila en Tsu, en el viñedo de tu familia. La felicidad de mi esposa y mis hijas es todo lo que me importa en realidad.
El corazón de Shizuru dio un brinco en su pecho, quiso llorar de alegría, porque esta era la mujer que adoraba, la chica amable que pensaba en su familia primero; esa joven envuelta por vendas en los parajes inolvidables de su hogar… alguien cuya gentileza la había llevado a trabajar como un sirviente más en su casa, solo por encontrar el espacio para conocerse. —Tus palabras significan todo para mí, pero realmente sabemos que no hay quien pueda reemplazarte. Mashiro cedió su trono para subsanar una injusticia, pero ella ha considerado cuidar de Rena por sí misma, sin un esposo a su lado.
—Zuru, ella tiene a Elfir…— La miró con ternura.
—Esperemos que tengas razón…— Frunció el ceño, recordando la evasiva de la diosa, que literalmente se evaporó en el aire, apenas Mashiro entró a la sala. ¿Estaban peleadas? La albina no le había informado de nada en la última reunión que tuvieron, no es que solo hablaran de trabajo.
—Lo arreglarán, han tenido peores situaciones, te lo aseguro.— Dijo Natsuki confiadamente. —Y siempre queda Shura, técnicamente es la Duquesa de Sirene.
—No quiere ser asociada con Nina Kruger, su honor está por los suelos.— Refutó Shizuru con un poco de vergüenza ajena, realmente la entendía y lamentaba enormemente que su memoria fue manchada de esa manera; no imaginaba que podría hacer Erstin Ho para redimirse.
—Pero no es un impedimento.— La pelinegra levantó los hombros con una suave sonrisa, hasta que pensó más a fondo en ello. —Espera, ¿por qué?— Abrió los ojos bastante sorprendida, por lo que la castaña le relató acerca de los rumores que circulaban en el castillo y que lamentablemente eran ciertos. —Mi querida hermana, está destrozada…— Se condolió. —Hablaré con ella, tal vez un par de copas y algo de distensión puedan ayudar.
—Coincido, solo que no vayan a una casa de citas…— Arguyó con un ligero tono de advertencia.
—Para alguien que está en el proceso de selección de esposa, eso… no es siquiera una opción.— En su mente, Natsuki pensó que no iría a tal lugar ni porque la ataran y la llevaran a la fuerza.
—Entonces dijo seriamente que se comprometería con alguien más, ¿una diosa tal vez?— Levantó su ceja castaña con interés y curiosidad en partes iguales.
—Si te soy honesta, creo que Ixel es la candidata más fuerte.— Musitó con un poco de desinterés. —La deidad de la vegetación y la naturaleza, siempre ha sido muy cercana a Shura, dado que sus divinidades se atraen mutuamente. Ellas habían iniciado una relación, pero entonces pasó el incidente de Kiyoku y las cosas no pudieron avanzar, no digo que hubiera amor, pero era un pacto conveniente— Explicó a partir de los datos que conocía de la vida de Derha.
—Espero que sea una buena persona, Shura merece alguien especial en su vida… me rompe el corazón verla tan mal.
Natsuki asintió y las dos se acomodaron, dejando a las bebitas en medio de las dos, sus pequeños rostros adormilados eran algo hermoso de contemplar. —La ayudaremos, ya verás que todo mejorará.
Shizuru asintió, estaba cansada y tenía sueño, así que decidió zanjar el asunto. —Como dije… aprecio tus esfuerzos, pero también me honra saber que puedo hacer grandes cosas por las personas de nuestro imperio. Nuestra familia es lo más valioso para mí, en tanto estemos unidas, yo me daré por bien servida.
—Así será, amor mío…— usó la voz de un arrullo y acarició la cabeza de su esposa hasta que la joven durmió al igual que sus pequeñas. Este era el mundo entero para ella y haría cualquier cosa por mantener el bienestar de su familia.
Con ello en mente, tenía que pensar en el modo de resolver su aversión a la intimidad, si es que quería que su matrimonio no fracasara, pues era evidente que Shizuru había cambiado su mentalidad. Se negó por completo a los avances de Derha, lo cual agradecía en su corazón, pero ahora que la había reconocido a ella, los largos meses de espera y la tensión acumulada, casi querían estallar. Y vaya que la entendía, ella misma se sentía como un volcán a punto de erupcionar, pero pasar del deseo y la atracción ardiente a las arcadas y el pánico, era una cosa que no le deseaba a nadie. Tenía que buscar ayuda inmediatamente, aunque esperaba que pudiera ser discreta al respecto, si alguien supiera que es impotente en la actualidad, tendría que cuidar con más recelo a Shizuru.
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Mansión Gálad
Esa y las siguientes noches fueron las peores para Akira, el dolor de los fantasmas que le agobiaban, alteraban su percepción de la realidad y aunque dormía profundamente, cada vez tenía pesadillas que no entendía del todo. La peor parte del hecho, era que se veía a sí mismo entre las sombras de su habitación o en las afueras del bosque, cazaba animales y tomaba de ellos el sustento para existir. En sus sueños, vio su reflejo en uno de los espejos de la mansión y observó que algunas partes de su anatomía eran más oscuras que la misma noche; se había convertido finalmente en un hombre, aunque era tan aterrador como un demonio, tenía la piel ceniza, lucía garras negras, cuernos grisáceos y alas marrones; estas tenían una forma delgada y puntiaguda, como las de las aves más veloces que hubiera visto, aves de caza. Una vez más, la única cosa que realmente reconoció de sí mismo, tan solo fueron sus ojos amatistas. Trató de emitir un sonido, pero apenas pudo sacar un gruñido que realmente no sonaba como algo humano.
A la mañana siguiente, Marcel llegó raudo solicitando la asistencia del marqués, de quien se sabía, era hábil con la espada y tenía experiencia en combate con las criaturas conocidas como orphans. Recibió su ayuda sin dudarlo, ese día fueron testigos del destrozo que dejaron a su paso en los linderos de la propiedad de los Gálad y los Harman. Mientras cabalgaban, Akira reconoció la zona, que resultó ser demasiado familiar, idéntica a la que vio en sus sueños. Preocupado por la casualidad, decidió guardarse este detalle y destruir a la amenaza que se cernía sobre las tierras de Thália, casi era una suerte tener la armadura de cuero que la joven preparó por si la situación lo requería.
Luchó con una habilidad tal, que el mayordomo dudó por un momento de la edad del muchacho, quien realmente parecía una máquina diseñada para matar a esos monstruos, era simplemente un caballero excelso. Casi se lamentaba de traer aquel grupo de mercenarios, quienes solo vinieron a pasear al bosque, pues el joven invitado de su ama, realmente se daba abasto por sí mismo. Akira sintió que había algo natural en el hecho, que su cuerpo recordaba mejor que su mente, el propósito vital que resultara de acabar con aquellas criaturas y por fin una pieza importante encajó en su interior; trayendo a sus memorias las innumerables batallas que tuvieron lugar en los bosques de Fukka no hace tanto tiempo, incluso pudo recordar los instantes en los que conoció a Thália y como eligió morir con tal de llevarse a las criaturas al infierno.
Marcel y el marqués se unieron a la fiesta después acudir a su lugar de hospedaje poco después de la cacería, para asearse y usar indumentarias adecuadas para la velada, por lo que muy a su pesar, Akira no pudo escoltar a la señorita Gálad desde su casa. Al entrar en el salón la buscó con la mirada y suspiró, que precioso regalo celestino era ella… salvo por la compañía del señor Laster. Verla con él, incluso a unas horas de su encuentro para recibir la respuesta a su propuesta, era una cosa intolerable. Mientras Thália no rompiese aquel turbio acuerdo, tenía la sensación de que su respuesta sería negativa y entonces los demonios en su mente comenzaron a atacar donde sus falencias e inseguridades se hacían más fuertes. Tomó un par de copas para aquietar el desasosiego y agradeció la compañía de Marcel, ya que Liana y Kreig estaban embelesados el uno con el otro.
Akira lucia por vez primera las ropas propias de su jerarquía, por ello era el noble con el rango más alto en las cercanías y el señor Harman se desvivió en atenciones, apenas lo avistó en la fiesta. El rumor de su título se extendió por boca de su nana, la señora Liana, y fue confirmado por el escriba, el señor Kreig; así que nadie dudaba acerca de la procedencia del joven noble, y eso preocupaba enormemente al señor Laster, que no daba ni la más mínima oportunidad a la señorita de acercarse al gallardo marqués. La nana sabía que esto justificaría la decisión de la señorita, incluso si fuera juzgada como una oportunista, la mayoría ya la veían con malos ojos por el arreglo con el señor Laster. Era mejor ser juzgada así, ya que sería la envidia de todas las mujeres de la zona y ahora ocurriría con un mejor partido.
Sin siquiera adivinar las intenciones de las mujeres que deseaban hacerse con una mejor posición, desposando a hombres más acaudalados, el joven marqués fue rodeado por un sin fin de doncellas y otros herederos de una edad cercana; Ellos fueron enviados por los mayores para forjar alguna clase de lazo con el acaudalado joven Okuzaki, para tener prósperos negocios en el futuro y porque no, unir por sangre territorios. Esta posición no era poca cosa, tanto así, que no tardaron en hacer toda clase de preguntas, las cuales Akira respondió con gracia y elocuencia. Hasta que una dama, en el grupo, quiso ser incluso más audaz.
—¿Tiene planes de visitar la capital, marqués?
—Sin duda iré a la ceremonia del nombre de las preciosas princesas.— Tal cosa impresionó aún más a los espectadores, aquellas invitaciones eran realmente codiciadas, ya que acercarse a la monarquía en un momento tan especial para la familia real, sería la mejor forma de allanar el camino hacia el futuro.
—Oh, dioses. Podrá ver a las preciosas estrellas de sus majestades, los rumores dicen que no hay padres o madres más devotas que las imperatorias, ni luceros más hermosos que las pequeñas princesas imperiales.
—No lo dudo, su majestad ha sido alguien realmente maravillosa desde la infancia.— y las palabras, así como la proximidad que esto delataba, casi hizo brillar los ojos codiciosos de muchos.
Akira no era idiota para saber que muchas personas conocían su pérdida de memoria, pero intentarían mostrar las mejores caras solo por saber que era alguien cercano a la realeza. Después de todo los puestos de los marqueses se establecen por mérito dentro de la aristocracia, ya que son miembros que participan activamente de funciones públicas; algunos tienen ministerios completos como su padre, Hanzo Okuzaki… además de poseer territorios productivos; y si se tomaba la molestia de hacer esta clase de conversación, era para mermar a los aliados del señor Laster, a quien investigó en los recientes días y era todo menos conveniente para cualquier mujer.
—Marqués, ¿desearía bailar una pieza?— Se aventuró una de las mujeres a su alrededor, llevándose un par de miradas envidiosas, por ser la más atrevida, pero sus ojos verdes delataban otras intenciones.
—Podría no ser adecuado para la tarea, como sabe, dama Millard, tuve serias lesiones que han comprometido algunas de mis habilidades, sería odioso darle un pisotón por la inelasticidad de mis músculos y el olvido de mi cuerpo rígido.
—Soportaré en silencio, no puede ser tan malo, su gracia.
Akira se mordió la parte interna de la mejilla pensativamente, no sería bueno desairar a la dama, cuando estaba siendo vista por su familia, también sabía lo terrible que era la presión de las expectativas, pero tampoco quería darle alas, aun así, un baile era solo eso, un baile con la mejor amiga de su interés amoroso. —Espero no ser desastroso, señorita Millard.— Sonrió amablemente, entregó la copa a un sirviente y luego tendió su brazo para acompañar a la joven al centro de la pista, a fin de aproximarse a Thália con una mejor excusa.
Los movimientos gráciles sorprendieron a la dama Millard, a fin de que el marqués era especialmente bueno en la danza, Mila, realmente pudo esperar uno o dos pisotones; sin embargo, hacía un tiempo que no tenía un compañero de danza tan diestro. —Me parece que ha mentido, su gracia. Se mueve usted con la elegancia de un cisne…
—Lo mismo puedo decir de usted, dama Millard— Dieron un giro suave y la guía de Akira los aproximó al lugar donde Laster estaba 'teniendo una plática' con su aún prometida.
Los ojos amatistas de Okuzaki se centraron en la expresión fría de la doncella rubia, mientras decía palabras inaudibles, con un rostro precioso y su barbilla recta, al viejo Laster, quien parecía rabiar por lo que escuchaba. Alan quiso sostener de forma indebida la muñeca de la joven, pero la mirada de Okuzaki pudo fulminarlo un par de veces para disuadirlo, así como unas suaves amenazas de sus labios silenciosos, fueron suficientes para que el hombre se mantuviera a raya y prefiriese mantener la conversación en privado; Laster había conocido por sus colaboradores de la peligrosa habilidad de Okuzaki con la espada y las pistolas. En cuanto Mila miró en la misma dirección, vio que era Thália quien le devolvía una hermosa sonrisa a Akira, quien ciertamente le correspondía. Mila, quien como amiga de Thália desde la infancia, no permitiría que este hombre, por muy hermoso que fuera, actuara como un cobarde por más tiempo, no tardó en decir. —Entonces, ¿solo pretendes jugar con mi querida Thália?
Las palabras golpearon como un balde de agua fría y por un instante, la coordinación de los pies de Akira falló, obligándole a superar el traspié rápidamente. No sin un poco de la risa de Mila, quien disfrutó bastante el poner nervioso al muchacho y atraer la mirada acero de cierta chica… si había actuado antes que las demás, fue tan solo para cubrir la espalda de su amiga, no sería bueno que otras mujeres se adelantaran. —No eres alguien experimentado.
—Afirmar o negar una cosa sujeta a la memoria que no tengo, sería de tontos señorita.
—Entonces no es alguien que dice las cosas solo porque sí, ¿será acaso que ahora son las palabras que no dice las que más hablan por usted?
—¿Qué puedo decir sobre algo que no ha sido preguntado?
—Entonces seré directa, su gracia. Puedo pensar que solo está disfrutando de la atención de Thália sin tener ningún interés real en ella. Pero si no es el caso, ¿por qué no se ha propuesto todavía?
—Estoy firmemente interesado, soy yo quien espera.— Murmuró Akira y la de ojos verdes realmente pareció sorprendida, porque su amiga no había corrido a informarle del hecho. —En otras palabras, yo le he solicitado a Thália que se case conmigo. Lamento si le hice pensar que era un casanova, pero debía dar tiempo a una decisión tan importante en las manos de una mujer, que ya se encuentra comprometida. Lo cual es problemático, seguramente.
—Y no te importa, ¿lo mucho que podrán decir sobre esto? Tú… tu reputación puede verse seriamente afectada.
—Dama Millard, no daría un paso al costado por algo tan trivial como los rumores. Permitir que Thália, quien ha sido mi benefactora durante todo este tiempo, termine relacionándose con un hombre que bien podría ser su padre, o su abuelo… sería una ignominia. Incluso si ella no siente lo mismo por mí, yo puedo respetarla y darle su espacio, con nuestro lazo podrá conducir la herencia de su familia libremente.
—¿Por qué serías tan generoso? ¿Acaso no conoces tu posición?
—La conozco y sé perfectamente de cosas como el estatus.— La sonrisa del moreno, sumado a la mirada misteriosa de sus ojos amatistas, sorprendió a Mila. —Pero mi afecto y devoción por ella, no nacen solamente de la gratitud.— Reverenció a la dama como dictaba el protocolo y añadió. —Iré al sitio pactado en espera de la respuesta de la dama que ansío, soñando con la idea de su afirmación.
Akira quien se sabía perseguido tanto por hombres como mujeres cuyas intenciones estaban encaminadas a robar su tiempo e interés, se aseguró de perder a cualquier perseguidor en su andar por los lugares de la mansión y solo cuando tuvo la certeza de estar a solas, se encaminó hacia el centro del jardín junto a la fuente principal. Contempló la luna y las preciosas estrellas de la noche, querían un gran recuerdo en su memoria ante la posible respuesta de Thália, así que celebró los esfuerzos del jardinero cuyas flores engalanaban aquella primavera perfecta. Buscó en su bolsillo y palpó la caja que había previsto obsequiar en caso de que recibiera una respuesta, afirmativa creía que la dama apreciaría el gesto, ya que en el fondo, era una chica romántica que deseaba ser cortejada galantemente.
Pero pasaron los minutos y luego las horas, incluso el cielo se nubló hasta que las nubes derramaron lágrimas en silencio, pues, la señorita Gálad no se presentó. Transcurrió la medianoche y un Akira abatido estuvo empapado hasta los huesos, sentado en el muro de la fuente principal con la caja de la propuesta en las manos, y sus dedos goteando hasta el suelo. Enfermarse era la última de sus preocupaciones, nada de aquello importaba porque la ausencia de Thália solo podía significar su inclemente negativa. ¡Debió saber que no era adecuado! Ni siquiera era un varón en toda la extensión de la palabra y aunque tuviera un título, no era suficiente.
El pelinegro se levantó del lugar cerca de la una de la madrugada, observando como alguna de las luces de la mansión se apagaban y otras, las del salón principal, brillaban intensamente con el eco de la música. Tal vez la velada podría durar hasta el alba del día siguiente, pero para él, la fiesta acabó hace tiempo… se apresuró a salir del jardín para ir a la entrada y contratar un cochero cuando fue interrumpido por la voz de una mujer.
—¡Akira!— No era otra que Mila. —Por los dioses, estás hecho una pena…
—La… la lluvia me tomó por sorpresa.— defendió su honor, aunque pobremente, entonces peinó sus cabellos con su mano y corrigió su postura. Con tal movimiento la tela húmeda se adhirió un poco más a los músculos marcados del marqués y la doncella que servía a Mila, ciertamente tuvo que retener un suspiro.
—¿Hablas de la lluvia que cesó hace media hora y que inició como un sirimiri?— La mujer levantó una ceja con divertido interés, casi olvidando su intención. —Disculpe mi despiste, quería informarle que Thália se ha marchado en el carruaje con el mayordomo, el señor Marcel. Por lo que si gusta yo puedo proveerle transporte.
Akira tensó la mandíbula, no solo no se presentó para rechazarlo con decoro, se fue simplemente. —Comprendo, pero en mi actual estado, arruinaré el carruaje… hablaré con el señor Harman y esto se resolverá con prontitud.— La reverenció con amabilidad y se dispuso a volver a la mansión, donde los señores seguramente estarían disfrutando de la bebida.
Se apresuró a detenerlo la señorita Millard, comprendiendo que como Akira no estaba presente en la fiesta y esperaba en el lugar de encuentro a su amiga, seguramente estaría suponiendo que fue rechazado. Pensó que los hombres eran algo tontos por naturaleza... —Ella rompió el compromiso, tuvo una discusión y el señor Laster no se lo tomó bien… abofeteó a Thália. El señor Harman detuvo cualquier otra alevosía y expulsó al hombre, pero ya se había arruinado el momento, es por eso que se fue. Ninguna mujer querría permanecer en una fiesta con la cara hinchada.
—¿Él se atrevió a tocar a mi Thália?— Akira pensó que tal vez no escuchó bien, pero el asentimiento silencioso de Mila, lo aclaró todo. —¡Lo voy a matar!— Tensó el puño, incluso si tenía que ir corriendo a su finca, le haría vivir un infierno. Las manos bajo los guantes se tornaron del color del carbón, sus músculos se ampliaron un poco y ganó centímetros de altura imperceptiblemente para Mila, quien tenía otras cosas en mente.
—Eso no es importante, ¿no sería más sabio ir a verla para cuidar de ella?— volvió a decir, para apagar la ira del hombre y que se preocupara de lo realmente crucial. —En ese caso, olvidemos la preocupación sobre mi carruaje y sube en el mío, me parece que la paciencia se te ha agotado esta noche, señor Okuzaki.
—Te tomaré la palabra, no tendré paz hasta no verla.— Se inclinó con gracia, retiró su guante y ofreció su mano a Mila para que subiera al carruaje. Repitió la acción con la criada de la doncella y luego subió, tomó asiento y se alegró del tibio espacio, aunque la ira que sentía no se había desvanecido y esta misma hacía arder su piel.
—¿Creíste que ella te había rechazado?— Dijo Mila repentinamente.
—Así fue— confesó Akira presionando sus guantes entre sus dedos. —Sé que la señorita Gálad podría desistir de la idea.— y eso asustaba mucho a Akira, sabía que se deseaban porque no era tan idiota como para no sentir la atracción en su piel con el más mínimo roce o la forma en la que sus miradas se ansiaban. Pero la sed, ¿sería suficiente? Si algo sabía de las damas nobles, es que sabían silenciar por completo sus emociones para poder jugar correctamente el juego de la aristocracia.
—Querido, la mayoría de las mujeres de ese salón querían enredarte en algún compromiso posterior para buscar que quisieses su mano, ¿por qué crees que Thália sería diferente?
—Porque ella es… honesta conmigo.— Sonrió suavemente con un brillo gentil. —Le di mi sello y en vez de guardarlo para ella misma o tener intenciones ocultas, me advirtió de inmediato los riesgos que corría. Antes que cualquier cosa, ella es la amiga en la que yo confío y por la que desenvainaría mi espada sin dudarlo.— Presionó sus labios conteniendo su deseo de venganza. —Laster no saldrá indemne, pero el bienestar de Thália es mi prioridad.
—Vaya… entonces Thália es realmente afortunada— Mila sintió un poco de envidia, ya que este hombre no era solo guapo, estaba como para comérselo por completo, pues la camisa blanca debajo de la chaqueta simplemente se había transparentado por el agua y casi lamentó que las vendas cubrieran su pecho.
En su mente, la dama noble, pensaba que no encontraría ese físico en su prometido, ni su gentileza o su astucia en los negocios. Por lo que solo podría admirar el lujoso bocado que su amiga se llevaría consigo. Avergonzada por sus pensamientos, Mila decidió no entablar más conversación, pues sería odioso que este marqués fuese más encantador y nunca era bueno codiciar lo ajeno. No sería una digna amiga si así fuera, mucho menos sabiendo que Thália había perdido demasiado durante la noche escarlata.
Así que cuando el carruaje arribó al destino deseado, la despedida ocurrió y con la puerta abriéndose, la voz del marqués se dejó escuchar cuando ya tenía medio cuerpo afuera. —Estoy muy agradecido— Akira reverenció a Mila elegantemente. —Conocerá la magnitud de mi gratitud, Dama Millard, no le quepa la menor duda que en mí siempre encontrará un amigo y a un colaborador adecuado.
—Yo seré la madrina del primero de sus hijos, marqués… separen ese lugar para mí y esta deuda, estará zanjada.— Sonrió Mila dejando sin palabras a Akira con la cara roja hasta las orejas, quien salvó un mal paso al bajar del carruaje, por la fuerza de la costumbre y sus impresionantes reflejos. La risa de la dama fue lo último que escuchó mientras el carruaje se alejaba.
La joven, sin quererlo, había tocado una fibra sensible en el corazón del moreno, que recomponiéndose y poniendo el bienestar de Thália por encima de pensamientos tan lúgubres, se apresuró a entrar en la mansión de la vizcondesa. Marcel, quien había cuidado a los jóvenes amos desde antes del nacimiento, se apresuró a impedirle el paso al joven marqués que llegaba en tan lamentables fachas. —No es adecuado, señor… y mírese, va a enfermar si no se cambia de inmediato.
—Marcel, por favor… necesito verla. Me ha dicho la señorita Millard que… ella podría tener el rostro inflamado.— Le murmuró con indignación y angustia al mayordomo. —De… debido al golpe.
—Me parece que la señorita exageró en un afán por hacer que usted muestre su afecto por su mejor amiga. Ni su rostro se ha hinchado y Liana se ocupó personalmente. Según me dijo con los paños fríos, fue más que suficiente.— Marcel tomó de los hombros a Akira, consciente de que si este formidable guerrero quisiese pasar sobre él, lo haría sin dificultad. —Recuerde, el honor de la joven dama.
—Lo entiendo, yo he sido… impetuoso— Musitó Akira subiendo por las escaleras que daban a sus habitaciones mientras le informaba su futuro proceder al mayordomo. —Hablaré con ella en la mañana, durante el desayuno.
—Agradezco su gentileza y aún más su preocupación— Marcel, quien tenían suficientes canas en su cabeza, reverenció al que comprendía, pronto sería su futuro señor. —Ella también lo apreciará.
Pero decir aquello y cumplirlo estaba fuera de cualquier pensamiento, fue a su cuarto, se quitó la chaqueta y aun con pasos inquietos, supo que simplemente no podría dormir, tampoco es que quisiese tener las horrendas pesadillas, en las que era un monstruo. Aun así, quedarse allí solo haría de esa noche algo insoportable, si Marcel cuidaba la entrada de la habitación de Thália eso solo significaba que no velaba el exterior. Salió raudamente al balcón y evaluó la distancia entre las dos habitaciones, era imposible saltar, pero las formas en los muros le permitirían escalar.
Mientras Akira se las arreglaba para llegar al cuarto de la joven, la propia Thália estaba en su cama inquieta e incapaz de dormir. Su mente se había convertido en su peor enemiga, pues no dejaba de pensar que había plantado al pelinegro y no porque quisiera. Una dama no puede iniciar un compromiso con otro hombre sin antes finalizar los diálogos previos y aunque la situación de por sí, era escandalosa, estaba dispuesta a ser entredicha, en tanto pudiera comprometerse con su querido Akira.
Ahora la idea de que él aguardó solitariamente en el jardín sin verla llegar, angustiaba a su corazón y la hacía imaginar escenarios más lóbregos. El moreno había sido esquivo cuando consideró que era inoportuno para ella, ahora que podría creerse rechazado, ¿se iría sin siquiera despedirse? ¿Herido su corazón, acudiría a los perversos juegos con las mujeres que contrataban los señores? Las cosas que los hombres hacen cuando sienten desamor, suelen ser… terribles. Imaginar que saciara sus pasiones en otra parte era doloroso, pero que tomara la mano de otra mujer en medio de esta situación llena de malinterpretaciones, eso sí que sería como morir.
El sonido de alguien golpeando cuidadosamente en el vidrio de su ventana interrumpió sus pensamientos. Se asustó, en principio, pero cuando notó la presencia de aquel por el que había devanado sus sesos durante horas, cualquier ápice de celos, ira, angustia y estrés desaparecieron. Se apresuró a abrir los ventanales para hacerlo pasar y el moreno entró junto a una corriente de aire realmente fría.
—Akira…— Suspiró su nombre feliz de no perderlo en silencio; sin embargo, la ropa húmeda y adherida al cuerpo delgado, pero musculoso de su amado, realmente fue un espectáculo para el que no estaba preparada, —Estás empapado— el pobre estaba realmente congelado en ese momento.
Sin una palabra y con su mano helada, Akira acarició la mejilla cuidadosamente enrojecida de la señorita Gálad. —Perdoname, me faltó diligencia… si no venías yo debería haberte buscado. Debí… asegurarme de ese imbécil y protegerte.— Tensó la mandíbula, lleno de ira y arrepentimiento.
Para Thália, estar así lo era todo. Se enternecía por la evidente preocupación en esos ojos amatistas, tan hermosos y profundos. —Yo fui ingenua en pensar que él lo tomaría con el decoro de un señor.— Explicó su falta de astucia. —Pero ven, toma una ducha caliente y quitate esa ropa mojada, vas a enfermar.— Trató de guiarla al cuarto de baño.
—Todo lo demás puede esperar. Thália, casi muero de pena cuando no te vi. ¿Si has roto con él, significa que has pensado en mí propuestas? Sé que soy un tonto por venir aquí en medio de la noche y que seguramente estás indignada, pero iba a enloquecer sin verte.
La rubia, cuyos ojos azules se llenaron de cristalinos dichosos, suspiró ante tales palabras, porque ambos estaban sintiendo exactamente la misma ansiedad. Pero ella era mucho más centrada y como mujer, había aprendido desde la más tierna edad a controlar el ímpetu y filtrarlo a través de la razón. —He pensado largamente en tu propuesta, creo que podemos beneficiarnos mutuamente. Hablé con el señor Kreig y realizó un contrato nupcial con mis consideraciones. Desearía que lo leyeras mañana y que…
Pero Akira ya caminaba hacia la bandeja en la que reposaban los documentos, leyó tan rápido y concienzudamente como pudo. Después de largos minutos de silencio entre los dos, tomó una pluma con tinta para escribir algo. —Lo he firmado.— Musitó el pelinegro antes de mover la bandeja con los documentos de vuelta a su lugar. —No me siento cómodo con la parte que insinúa una separación en caso de diferencias irreconciliables, también añadí la posibilidad de usar el canal de Dion, a fin de que podamos formar una familia. Yo jamás te privaría de la posibilidad de tener hijos, en vista de que yo no puedo dártelos.
Thália se sorprendió de que Akira pensara en esas cosas y sintió tristeza por el hecho de que considerara aquello incluso al principio de su unión. Tal sacrificio la hizo amarlo incluso más, y no pudo más que sonreír.
—Pero… ¿Podrías darme un ejemplo de aquello que se considera una diferencia irreconciliable?
—Lo sabes, Akira. Yo no tengo previsto encerrarte en un matrimonio, si tu corazón cambia de parecer en el futuro cuando recuerdes tu vida.
—¿El tuyo podría cambiar?— Okuzaki no era de los que se permiten privilegios unilaterales.
—Lo dudo, pero tus circunstancias son especiales.—
—¿Crees que siento tan poco por ti?— Sonrió con un dejo de tristeza, pero se olvidó de las cosas al mirar a Thália desde su altura, quien negó silenciosamente con las manos puestas sobre su pecho. —En ese caso, honorable Thália Gálad, ¿aceptas ser mi esposa?— Akira se arrodilló y sacó la caja húmeda del bolsillo de su pantalón.
Desveló en el centro de terciopelo de la caja, un anillo plateado que era coronado por un diamante azul de la misma tonalidad que los ojos de la bella mujer cuyo corazón se había robado. La afirmación chillona no se tardó en llenar la habitación mientras la joven vizcondesa permitía a su prometido, ponerle el anillo. El marqués Okuzaki no era tan tonto para caer en el mismo error que Laster y el contrato decía textualmente que podía consumar su compromiso a partir del momento de la firma.
Por lo que, temeroso de un cambio de parecer, sostuvo los hombros de Thália y con ardiente pasión le plantó un beso en los labios, la estrechó más cerca de sí, deslizando las manos hasta sostener sus mejillas y tomando la oportunidad en cuanto los labios de la otra se abrieron apenas un poco. El pelinegro acarició con su lengua la de la vizcondesa, quien no rechazó las acciones lujuriosas de su prometido y se pegó más a él, cansada de retener sus propios deseos por él.
Akira sonrió sintiendo una punzada en su entrepierna. —¿Puedo proceder?— Consultó tragando saliva, esta sería la única cosa en su vida que no daría por sentada. Pues la silenciosa sed que la había asolado a lo largo de los días, desbordó con los anhelos que callaba su afecto. —Por piedad detenme ahora, si no es lo que tú deseas.— Tomó la mano que se adornaba con el anillo y la poso en su pecho, para que Thália pudiera conocer las rápidas pulsaciones en su pecho, aunque las vendas no lo permitían.
La rubia se mordió la boca, debería decir que no y esperar a la boda, pero… ella lo quería tanto como él y era mejor tomar lo que podía mientras fuera suyo, que lamentarse cuando finalmente Akira volviese a ser el caballero en la montaña, quizás con otro amor en su haber. —Procede… por favor.
Ya no escondió la pasión con la que su boca besó la barbilla y luego el cuello de Thália. Ella era todo lo que quería devorar, cómo lo haría un depredador sobre un indefenso siervo. La succión que empleó esperando marcarla fue la callada réplica por las confesiones que no pudo realizar durante esos tres días y Thália gimió de placer cada vez. La mordida en la base del cuello fue el pequeño reproche por los celos que sintió por aquel viejo infame y aun al final con algún dejo de culpa, besó allí donde sus dientes dejaron una pequeña huella, la marcó porque ahora era suya y se aseguraría de que jamás dejara de serlo. Con su mano derecha deslizó la bata de noche, del que un desgarro fue ignorado con alevosía.
La señorita Gálad no aguardó paciente o más tranquila, la misma ansiedad y deseo se confabulaban en su contra, y fueron sus manos capaces de tirar en un jalón, los botones de la camisa del marqués exponiendo las vendas cuyo costado y parte del pecho cubrían. Desencantada inicialmente por la desafortunada coincidencia, se sorprendió de la fuerza que empleó Akira para levantarla y llevarla hasta el lecho en el que fue posada con tanta delicadeza.
—Thália, ¿apreciabas mucho esta bata?— Cuestionó Akira con una expresión de súplica, ya incapaz de contenerse frente a ella y notando la que la humedad le dificultaba quitárselo, pues claro que la había mojado con su abrazo.
—No demasiado…— Era la última cosa en la que estaba pensando en ese momento, al ver a su amado húmedo por la lluvia y su anhelante mirada. —Necesito que lo quites, ¡pronto!
Akira se aproximó a la cama y subió sobre su regazo a horcajadas, tomando de la espalda baja en su cinto, una daga, el último recurso para la seguridad de un noble y el perfecto complemento del sable en batalla. El brillo del metal espantó al menos por un instante a la agitada dama rubia, pero Akira era diestro con las armas, por lo que maniobró el filo tan rápido y precisamente en la tela mojada. La daga fue dejada de lado, y reemplazada por los dedos que se abrían paso hasta la piel desnuda, como si se abriera un cofre con un tesoro incalculable.
Los iris amatistas temblaron en la cuna de sus ojos, pues en su empeño tanto la bata como los paños menores fueron retirados de un tirón, dejando a la vista el blanco y delicado abdomen de la señorita Gálad. También se maravilló con las redondas y apetecibles formas de su pecho, cuyos pezones, ya erguidos, delataban para vergüenza de Thália la ineludible excitación que abrumaba sus sentidos. El rojo de las mejillas en el rostro abochornado complació en sobremanera al marqués, quien no tardó en caer sobre los senos, sujetándolos con ambas manos, las cuales no cubrían por completo la redondez de aquella piel. Thália detestó la traición de la que fue objeto por su cuerpo y se estremeció ante el roce de los dedos de Akira en sus sensibles coronas. Un gemido más hondo y largo escapó de su garganta ante el empujón que ocupó su cadera sobre su regazo.
Indignada por la desigualdad, Thália tomó el cuchillo aparentemente sin uso y con él amenazó durante un instante a la pelinegra, quien la miró confundida. ―¿Te disgustó?― Levantó las manos en son de paz. ¿La había malinterpretado acaso?
Pero nada más alejado de la realidad, la sonrisa de la joven de ojos cerúleos creció enormemente. ―Akira, qué injusto eres si piensas quedarte con todo lo divertido― Dicho esto, cortó las vendas procurando no herir la piel morena cuya tonalidad era incluso más deseable que el chocolate. ―Ahora desnúdate, quiero ver que tan entretenido lo puedes hacer.
El joven Okuzaki se mordió, el labio inferior, apenado por su descuido, respiró hondamente antes de tirar con ambas manos de la camisa hacia arriba. Estando de rodillas en la cama y pasando las prendas sobre su cabeza, dio un gran espectáculo del movimiento de sus perfectos abdominales a la lúbrica mirada de cierta jovencita, quien se mordió el labio brevemente, al menos, para mantener el orgullo intacto. ―Presumido― Murmuró ante la vista de la preciosa cascada azabache que conformaba el cabello lacio de Akira y sus más impresionantes ojos violáceos.
La sonrisa complacida en el rostro de la sombra silente, como era conocido Akira en Fukka, retó un poco más a Thália, quien no se daría por vencida con tan poco. ―El pantalón, marqués― ironizó, apuntando con el filo sobre la blanca prenda.
―Supongo que no puedo excusar mi timidez, dado que arruiné tu atuendo…― Se quejó Akira, inclinándose un poco para desabrochar el pantalón, cuyas amarras estaban diseñadas para otras practicidades y por el agua no se desprendía con tanta facilidad.
Para cuando la menor de los Okuzaki se deshizo del pantalón, había sellado ya su destino, pues el tibio aliento de la Thália se deslizó por su nuca, junto con las manos que furtivamente tomaron direcciones opuestas. La zurda que se apropió vorazmente del seno izquierdo y lo estrechó con fuerza suficiente para ser tanto excitante como dominante. La diestra que se hizo un camino sobre el costado, pasando por el ombligo y por los tensos músculos del abdomen; hasta llegar al monte de venus en el cual circundó con lenta tortura para la ansiosa necesidad de Akira, quien gimió… una vez los dientes de la rubia se plantaron sobre su hombro, presionando la piel hasta arrastrar corrientes de placer que bajaron por su espalda.
Akira tembló consciente del roce de los pechos de Thália en su espalda, los cuales presionaban cuanto más se movían los dedos de la doncella sobre la cuna de sus piernas. Incapaz de contener sus deseos, cuando el índice y el pulgar de la poseedora de los ojos cerúleos, se deslizó entre los pliegues de su entrepierna y la tibia humedad de aquel lugar, resbaló un poco más abajo. Consciente del efecto de tal movimiento, los curiosos dedos repitieron el acto una y otra vez, hasta que un gemido ronco no pudo ser contenido por el terco pelinegro, y la complacencia en la sonrisa ladina de la señorita Gálad magulló al menos por un momento su orgullo.
Akira sujetó las manos de su amante, se dio la vuelta, arrancó el faldón translúcido y se acomodó sobre ella, poniendo su pierna derecha entre los tibios muslos de la su adorada para abrirse espacio, y la mantuvo presa por las muñecas, aunque sin llegar a hacerle daño. ―Pareces molesto― Bromeó la rubia con la sensación de la victoria en su voz y sus ojos.
―Serás mía, y no olvidarás esto… nunca, Thália― Cubrió sus labios con los suyos, cansada de debatir y ansiosa por unir su palpitante sexo, con el respingado botón de la otra.
Akira hizo algo más que solo empujar hacia adelante, pues le imprimió a tal movimiento una curvatura, que estremeció de los pies a la cabeza a la su amada, cuyo ronroneo complacido se ahogó en los labios que la besaban con hambruna. Con cada envite, unos al principio inexpertos, pero perceptivos, el moreno ajustó las pulsiones de su apasionado roce a través de los gemidos y temblores de su amante, así como los empujes que le fueron devueltos por Thália unos segundos después, logrando acoplar sus ritmos e ímpetus.
Las manos de la rubia se aferraron a la espalda morena, queriendo fundirse con la otra cuya fricción le estaba haciendo perder el juicio; así cuando sintió la intromisión de los delgados dedos de Akira, tomando para sí, la virtud reservada al esposo que debía ser. Sintió una calidez extraña en el pecho y una tenue incomodidad en su interior, que fue reemplazada por el creciente anhelo de la misma consumación para su amado, a quien quería tomar de igual forma.
Y no tardó en hacerlo, salvo que sus ojos se prendaron de las amatistas que no le negaron nada, más oscuros y provistos de una intensa lujuria. Repitió con los mismos cuidados, las caricias en los pliegues, su pulgar en el cúmulo de nervios ansiosos y su índice, se introdujo ocasionando el mismo estremecimiento, sumado a un intenso gemido de placer que no olvidaría en mil años, así sintió a Akira pegarse más y penetrarla de vuelta con más ímpetu.
Ambos cuerpos se sumergieron en el éxtasis creciente que sus envites, aunque inexpertos tocaban la sensibilidad de sus puntos más secretos, hasta que el temblor y el fuego deslizándose por sus venas nublaron los sentidos.
Entonces, Thália sintió miedo… por un instante efímero, temerosa de entregarlo todo cuando ya había sido dado, pues era el corazón el que se escapaba de entre sus labios. Así que tomó la mano que la penetraba con la que antes había desflorado la virtud de Akira, enlazándolas, cambiándolas por sus propios sexos anhelantes, entrecruzando sus piernas con las del precioso moreno que lo daba todo sobre su regazo y mezclándose sus humedades en el roce sublime.
Akira cuyas caderas dolían ante el movimiento inusual de penetrar a una doncella, apoyó la mano de Thália a un lado de su almohada, notando las pintas rojas en la blanca tela y sin tener la certeza de cuál de los dos provenía. Se perdió en los ojos azules, cuyo ardoroso deseo y gemidos exponían una pasión inexpugnable, que deseaba fuera más que solo una obligación. Pues no entendía, porque el contrato, en sus últimas cláusulas, abría la puerta a la disolución si alguno de los dos lo solicitaba en el futuro. Dolido por el pensamiento y abrumado por el placer, amando y odiando lo agridulce del instante, Akira sostuvo su peso con la otra mano, sintiendo el sudor en su espalda, su barbilla, la dulce sincronía de sus cuerpos, moviéndose con circulares curvaturas en cada empuje…
Thália Gálad podía sentirla incluso en su interior sensible, a pesar de la ausencia evidente de sus dedos o de un miembro viril, que ninguna falta hacía, los esmeros inagotables de Akira eran la cosa más deliciosa que hubiera sentido nunca, se acumulaban y tensaban en la cuna de sus piernas, cada vez más ansiosa, desesperada y delirante. Hasta que sintió el universo mismo, explotando en sus entrañas y desperdigándose en todas las direcciones de su tembloroso cuerpo a través de las venas y sobre todo por su columna, como una hondonada de éxtasis que no imaginó sentir jamás y robó un gemido extraordinario de su garganta. Thália clavó sus uñas en la espalda morena, mientras las punzadas de los envites de Akira prolongaban su placer, formándose una temblorosa réplica que la atacó de inmediato y se aunó al gemido más grave e intenso que salió de los labios de su amante, con una palabra que creyó imaginar era el susurro de su nombre.
El moreno de melena azabache, cuyos ojos cerrados y un cuerpo formidable se estremecía, arqueando la espalda como si pensara posible volar más allá de los cielos, apenas se sostenía temblando de placer. Thalía lo miró desde su posición, debajo, quedando prendada irremediablemente… pero no se lo dijo a nadie más que su consciencia, a la cual el sopor derrotaba.
A la mañana siguiente, mientras la señorita dormía, la criada entró en la habitación dispuesta a asear el lugar y levantarla para desayunar, a fin de dar el cumplimiento de su agenda en la mañana. Fue cuando notó la ropa desgarrada en el piso, junto a los pantalones de algún varón, que la mujer se asustó brevemente, vio en la cama a Thália y no precisamente sola. Por el color de la piel morena y los cabellos negros, se dio cuenta de inmediato de quién se trataba, no era otro que… ¡El marqués!
Rakia se apresuró a salir del lugar para no importunar, pero de camino a la salida vio la bandeja del contrato nupcial, notando los documentos firmados y así entendió las circunstancias. ¡Qué afortunada es la señorita! Pensó la muchacha, pues no había ninguna mujer en la casa que no tuviera tal vez un pequeño enamoramiento por el joven noble. Y todo pudo ser felicidad en ese momento, hasta que la joven miró al marqués y noto un par de cosas abultadas en su pecho, que no eran exactamente pectorales. El horror y la incomprensión de la mujer, a quien se le había enseñado lo antinatural que era aquello que veía en ese momento, abrumó por completo sus sentidos.
La muchacha salió corriendo de la habitación, espantada por la idea de que su joven patrona fuera esa clase de mujer, y se espantó al pensar todas las veces que Thália le pidió ayudarla en la ducha, desde lavar su cuerpo hasta vestirla, tal vez aprovechándose de su inocencia. Asqueada, Rakia pensó que esto debía corregirse y aunque no hubiera nada que pudiera usar contra Akira Okuzaki haciéndose pasar por un varón, debido a su poder político y cercanía con la familia Imperial, siempre podía asegurarse de que Thália Gálad pagara por sus oscuras perversiones. ¡Tenía que decírselo al señor Laster! Tal vez él podría componer aquello que estuviera mal en su patrona.
