Cap 63: Yomotsu Hiragisaka

Hermes sabía que estaba metiéndose en terreno peligroso al ayudar a recuperar el alma de Sísifo, pero ya lo había prometido. Ahora era tarde para arrepentirse de su decisión impulsiva. Soltó un largo suspiro sin entender cómo es que sus familiares terminaron tan obsesionados con él. Ni siquiera el mismísimo rey de los dioses era ajeno a su situación y era uno de los más pendientes junto con Hades. Aunque por motivos totalmente opuestos a los de la diosa de la guerra. Siendo que su alma ya casi estaba en posesión del rey del inframundo, deducía que el motivo por el cual su padre lo estaba llamando al monte Olimpo era para ordenar que no hiciera el favor solicitado por Atena.

No estaba seguro de qué hacer si se le llegara a imponer un castigo por haber ofrecido ir en su busca. Sin embargo, no había hecho nada aún. Al menos nada que valiera un castigo. Si su padre le ordenaba que no guiará a los santos de Atena eso es lo que haría. Por mucho que le atrajera Pólux sexualmente, una noche de pasión, no valía enemistarse con su padre. No era tan apasionado y osado como Atena y el semidiós por sagitario. Menos aun sabiéndose parte de los hijos no tan favorecidos. El amor paternal de Zeus, así como su orgullo y favoritismo estaba destinado a Hércules, los gemelos Apolo y Artemisa, Pólux y Atena. Ellos eran los más amados y a quienes se les perdonaba incluso lo impensable.

—Hermes —habló Zeus sentado en su trono sacándolo de sus pensamientos. Prácticamente había olvidado que ya estaba delante de su padre—. ¿Sabes por qué te llamé? —interrogó el rey de los dioses con voz profunda y seria.

—No, no sé el motivo —respondió el Dios mensajero haciéndose el tonto.

—Con tu astucia divina esperaba que ya lo hubieras adivinado —expresó el rey del Olimpo viéndolo fijamente.

—Tengo una idea al respecto de cuales podrían ser tus intenciones, pero no tengo confianza en estar en lo correcto —admitió humildemente Hermes.

—Oí que Atena te pidió que guíes a mi hijo Pólux, a la ramera de Afrodita y a un mortal a los dominios de Hades —mencionó sólo para hacerle saber qué tan informado estaba de la situación actual—. ¿Estoy en lo correcto? —preguntó haciendo sentir la presión a su hijo para que no intentara alguna gracia como mentirle a la cara.

Zeus ya lo sabía todo. Esto podría tratarse de una prueba para él. Una forma de medir su lealtad y si era lo suficientemente rebelde como para ir contra sus designios como sus hijos favoritos. Él no entraba en esa categoría. Era útil. Un heraldo que cumplía con llevar recados y un embajador que mediaba en los conflictos cuando se le ordenaba. Empero, no era de los más amados de Zeus y eso lo tenía claro. Así como sabía que incluso sus niños más mimados podían perder su favor si cruzaban ciertos límites. Así que, ¿qué sería de él si se volvía desobediente?

—Así es, padre —confirmó Hermes—. ¿Me llamó para indicarme que no debo hacer de guía para ellos? —interrogó sintiéndose un poco mal por romper su promesa, pero su supervivencia iba primero.

—Oh no, nada de eso —dijo Zeus riendo a carcajadas al ver el rostro confundido de su hijo—. Puedes guiarlos. No tengo problemas con ello —dijo de manera relajada.

—¿De verdad? —preguntó el dios de los ladrones aún en estado de estupefacción—. Estamos hablando de rescatar al estafador de dioses —mencionó como si el dios del rayo hubiera olvidado su odio—. Pensé que querrías mantenerlo encerrado en el inframundo.

—Tú tarea sólo es guiarlos hasta el Yomotsu, ¿correcto? —interrogó Zeus recibiendo un asentimiento de parte de su hijo—. Pues hazlo. Llévalos allí y que comprueben por sí mismos que ya no hay esperanzas para el estafador. Al fin y al cabo, hay lecciones que no se aprenden con palabras sino con acciones —habló el dios del rayo con tono paternal—. Aunque les diga que nada se puede hacer no lo creerán hasta que lo experimenten. Cuando eso suceda le conseguiré a Atena otra mascota acorde a sus gustos —resolvió con sencillez.

—Sólo para estar seguros —habló Hermes queriendo una confirmación—. ¿No estaré en problemas si cumplo mi promesa de llevarlos al Yomotsu? —preguntó tanteando terreno.

—No conmigo al menos —advirtió Zeus con desinterés—. Si haces algo para molestar a tu tío no podré hacer nada. Y eso va para los tres. Aunque sean mis hijos si invaden territorio de mi hermano lo que les haga estando allí será permitido. Si salen con vida o terminan castigados por toda la eternidad como Sísifo o tu nieta, dependerá de su actuar —explicó con una calma demasiado sospechosa.

—Entonces con su permiso. Me retiro, padre —se despidió Hermes queriendo salir de allí lo más pronto posible.

Su rey había mencionado a su nieta con toda la intención de molestarlo. Y pese a saber sus intenciones no podía evitar sentirse frustrado. Su querida Anticlea estaba en el inframundo y no podía sacarla de allí. Con toda su diplomacia apenas si consiguió liberarla de cualquier tortura, pero seguía atrapada. Y él nada podía hacer. Por otra parte, ahora hasta su padre le permitió prestar ayuda para rescatar a Sísifo. ¡A Sísifo! El estafador que tanto odiaba. ¿Cómo Zeus podía estar bien con que salvarán al hijo de su enemigo jurado, pero no movió ni un dedo por su propia bisnieta? Algo no estaba bien, pero no conseguía precisar qué exactamente. Permitirle guiarlos ya era demasiada ayuda.

—No van a conseguir recuperar su alma ya me he asegurado —pronunció Zeus sonriente en su trono recordando los arreglos que había realizado.

Con su omnipresencia el rey del Olimpo supo casi de inmediato acerca del plan de su hija Atena. Además, la pelea entre sus hijas favoritas era algo que no podía ignorarse fácilmente con semejante despliegue de poder. No había forma en que él no se diera cuenta del llamado a Hermes su leal mensajero. En aquel momento su primer impulso fue detenerlo. Amenazarlo y ordenarle no prestar su ayuda, pero la reina del Olimpo tuvo algo que decir antes de que logrará concretar sus intenciones de intervenir directamente para poner fin a los debates entre su descendencia.

¿En verdad vas a intervenir en esto? —cuestionó la diosa Hera con una mirada extrañada.

¡Por supuesto! —exclamó el rey del Olimpo frunciendo el ceño—. No puedo permitir que recuperen al estafador —aseguró con odio en cada palabra.

¿No te preocupa la imagen que estás dando? —interrogó la diosa Hera con una mirada condescendiente.

¿Mi imagen? ¿Qué tendría de malo mi imagen? —demandó saber sin entender qué intentaba decirle su esposa.

Los dioses somos seres infinitamente poderosos de vida inmortal, incapaces de morir. Qué tú, el rey de los dioses, debas intervenir personalmente para evitar que rescaten a un simple mortal lo hace ver demasiado peligroso —expresó la diosa Hera enfatizando sus palabras.

¡¿Cómo?! —exclamó Zeus tan confuso como indignado.

Imagina como lo verían los demás dioses y hasta los mortales —pidió la reina del Olimpo con exagerado dramatismo—. "El estafador de dioses es tan poderoso que incluso el Dios del rayo teme su regreso"

Eso es imposible —murmuró ofendido de sólo imaginarlo.

No del todo —mencionó la diosa pavo real—. Mira lo que le sucedió a Afrodita cuando intentó que se le castigará —le recordó de manera maliciosa.

Ante ese recordatorio, Zeus frunció el ceño. La diosa del amor había sido realmente estúpida cuando en su cólera contra el hijo de Prometeo terminó haciendo crecer su fama como alguien tan poderoso que era capaz de herir tan gravemente a un dios que podía dejarlo meses malherido. Él, que la había criticado duramente, estaba a punto de cometer un error similar. Sino fuera por su reina, habría intervenido directamente y puesto su autoridad y poder en duda. Si bien lograría que se le obedeciera también proyectaría la imagen de un dios temeroso de un mortal, pues le estaría dando el mismo trato que los titanes del tártaro.

Tienes razón, mi reina —concordó Zeus agradecido por su sabio consejo—. No necesito ensuciarme las manos, él es un mortal. Incluso si lo salvarán su vida es efímera para nosotros.

Siempre tan sabio, querido —halago la diosa Hera—. Además, su sangre aún debería ser investigada —añadió otro motivo para mantener vivo al estafador—. Quién sabe cuántos secretos nos ocultó astutamente Prometeo.

Ese bastardo insolente ocultó el secreto de su sangre —insultó el dios del trueno con odio por aquel titan—. Su prole era abundante, pero actualmente su único descendiente directo es el estafador.

Sí muere perderemos la oportunidad de averiguar más de la sangre de los titanes —dijo Hera lamentando el desperdicio.

No necesariamente —habló Zeus de manera pensativa—. Si su alma permanece en el inframundo podremos obtener su cuerpo y por ende su sangre.

Su cuerpo mortal se pudrirá al morir —le recordó la reina.

No necesariamente —pensó en voz alta Zeus—. Podría usar ambrosía y mi propio cosmos para conservar su cuerpo como si estuviera vivo y Hades guardaría su alma. Así no tendría que perder nada.

No creo que Atena te dé de buena gana el cuerpo de su mascota favorita —opinó Hera algo insegura de aquel plan.

Apolo puede conseguir su cuerpo para mí —dijo con sencillez el rey del Olimpo—. Él entra y sale del santuario. Sólo debería decir que se lo lleva con fines médicos y traerlo ante mí —explicó sabiendo que fácilmente se saldría con la suya.

Cómo Prometeo se entere... —advirtió la reina.

Sí no hizo nada cuando condené a su hijo a toda una eternidad en el Tártaro menos aún lo hará ahora, pero si decidiera presentarse ante mí me haría un gran favor —aseguró Zeus sonriendo maliciosamente. Casi rezando porque eso sucediera—. Podríamos negociar el cuerpo de su hijo a cambio de los secretos que seguro sigue guardando.

Con tu fama seguramente se extenderá el rumor de que ultrajaste el cuerpo de su hijo —espetó Hera sin poder reprimir su disgusto por las múltiples aventuras de su esposo y la mala fama creada a raíz de estas.

¡Mayor razón para apresurarse a dar la cara! —celebró el dios del rayo con anticipación—. Lleva siglos escondido y ninguno de nosotros tiene idea de su paradero actual —agregó con disgusto.

Es un excelente plan, digno de un rey como tú —alabó Hera sonriendo satisfecha por la resolución de su esposo.

Ahora iré a advertirle a Hades que no les permita llevarse el alma de Sísifo cueste lo que cueste —avisó Zeus antes de descender al inframundo.

La reina del Olimpo se sintió satisfecha con su intervención. Estuvieron demasiado cerca de que Zeus prohibiera el rescate del estafador y eso era algo que ella no deseaba permitir. Si había algo que Hera odiaba era a los bastardos nacidos de las aventuras de su esposo. A la única que le tenía un poco más de consideración era a Atena y eso se debía a que conspiraba activamente a su lado para quitarle el trono a Zeus. Y en el extremo opuesto estaba Hércules a quien venía intentando asesinar desde la cuna. Para colmo los doce trabajos donde quería hacerlo morir resultaron en victorias que le otorgaron fama y fortuna. Hasta que se topó con Sísifo. Él había conseguido hacer que fuera humillado y echado a la calle como un simple vagabundo. Además, era el estafador el que más activamente pretendía mantener a la ramera de las copas lejos de su marido. Sería un desperdicio dejarlo morir cuando todavía podía ser de mucha utilidad.

Cuando faltaba poco para el amanecer los elegidos para la nueva misión estaban dirigiéndose a la enfermería. El cielo aún continuaba oscuro con apenas los primeros rayos del sol asomándose. La mayoría del santuario continuaba dormido, pero aquellos que sabían los detalles de la nueva misión estaban casi en su totalidad despiertos y ansiosos. Adonis descendió a través de las casas y cuando ya pudo visualizar la entrada de la enfermería notó a alguien esperándolo. Allí estaba el santo de tauro cruzado de brazos como si montara guardia.

—Buenos días, Adonis —saludó el guardián de la segunda casa mirándolo fijamente.

—Buenos días, Talos —correspondió piscis al saludo viéndolo extrañado—. ¿A quién esperas? —interrogó curioso.

—A ti —respondió sin titubeos.

—¿Por qué motivo? —demandó saber con seriedad.

—Necesito pedirte que cuides de Argus —respondió Talos con una expresión de preocupación visible en su rostro—. Sé que no confías en mí, pero yo sí lo hago en ti —agregó con voz doliente.

El guardián de la segunda casa no era ingenuo. Al menos no lo suficiente como para no ver al chico con problemas de confianza oculto tras aquella armadura dorada. Al principio creyó que se debía a poseer una personalidad reservada como Ganimedes, pero incluso el santo de acuario era más accesible y no tenía nada que ver con el veneno. Mientras leo, sagitario y acuario daban la sensación de tener la guardia baja todo el tiempo como si no fueran siquiera amenazas para guerreros poderosos como ellos, piscis se veía cauteloso y lleno de miedo de herir y ser herido.

–No es nada personal en contra se ti —mencionó Adonis sin confirmarlo, pero tampoco lo negó lo dicho.

—Imagino que tiene que ver con Hércules —expresó Talos sin evitar denotar rencor contra el semidiós.

—¿Cómo...? —interrogó el santo venenoso sorprendido y confundido.

—He cuidado de demasiados niños víctimas de personas como él —expresó sin una pizca de orgullo por dicho conocimiento.

Talos imaginó que el santo de piscis tuvo algún encuentro con el héroe en el pasado por la forma en que lo miraba y la reacción del rubio. Siendo que el semidiós casi violo a Argus y Miles prácticamente delante suyo, no era de extrañar que existieran diversas víctimas ocultando serlo. Probablemente Adonis fue uno de esos desafortunados que sufrió en silencio. Cuando pensó en esa posibilidad varias cosas cobraron sentido. El guardián de la segunda casa había notado que Adonis, aparte de su veneno, lo evitaba lo más posible. Al principio no entendía del todo por qué podía ser. Luego se dio cuenta de su mirada vigilante hacia los hombres más grandes y fornidos, especialmente aquellos que estaban en contacto directo con niños. Con la pieza de información nueva todo encajó.

Adonis tenía secuelas de los abusos de Hércules y los proyectaba en desconfianza hacia todos los hombres fornidos a su alrededor. Su caso era similar al de Miles. Por lo cual no fue difícil deducir sus pensamientos más generales. León era la excepción a esa regla, pero imaginaba que se debía a una larga lucha por parte del ex almirante para ganarse su confianza. Y otra parte de esa confianza seguramente la había cimentado la aprobación de Sísifo, quién siempre estaba allí para cubrir a Adonis cuando Hércules lo molestaba. Detalle que sólo notó meditando las acciones del semidiós hacia los dorados cuando repasó sus actitudes sospechosas tras descubrir su verdadera naturaleza.

—Conmigo en el grupo es seguro que nadie saldrá muerto —presumió Pólux uniéndose a la conversación mientras llegaba caminando con la frente en alto y su hermano a su lado.

—Mira como quedó Miles —señaló el toro mirándolo con el ceño fruncido por tal afirmación.

—Sobrevivió ¿no? —preguntó el semidiós encogiéndose de hombros.

Castor negó con la cabeza por la actitud de su hermano. Aunque si lo comparaba con el pasado ahora era más tolerable. Siempre le había hecho sentir mal la forma en que ambos terminaban aislados convirtiéndose en enemigos de todos. Ahora al menos había personas que les cubrían las espaldas cuando era necesario y a ellos mismos les nacía la necesidad de cuidar de otros también. Aun si el gemelo mayor lo negaba con todas sus fuerzas.

—¿Ya saben cómo volver? —preguntó el santo de tauro queriendo olvidar el enojo anterior por su comentario. No quería iniciar otra pelea difícil como la que tuvo con León, menos aun cuando estaba a punto de ir a una misión difícil—. Es decir, Hermes los llevará hacia el inframundo, pero ¿los guiará de regreso? Él no suele guiar a las almas hacia el mundo de los vivos por lo que tengo entendido —expresó viendo tanto a Adonis como al semidiós.

—Volveremos gracias al favor de Atena —respondió el aspirante de géminis totalmente despreocupado—. Ella usará su cosmos con nosotros.

—Sé que estás preocupado —consoló Adonis al adulto—, pero traeré a Argus sano y salvo. Lo juro —prometió piscis con total seriedad.

—No —negó Talos moviendo la cabeza—. Todos deben volver sanos y salvos. Ni Sísifo ni yo ni nadie querría que haya más víctimas —expresó viendo preocupado a Adonis—. Eso va también para ti, Pólux —comentó viendo como el semidiós le había dado la espalda con intención de ingresar a la enfermería.

Pólux lo miró de reojo y dio un asentimiento muy leve. Podía ver el temor del santo de la segunda casa por la misión. No hacia el Dios Hades sino por la seguridad de todos ellos. Era raro que alguien que no fuera Castor o Sísifo le tuviera en cuenta, pero no era del todo desagradable. Aunque no necesitaba que un simple mortal estuviera temeroso por su bienestar. Volvería con el alma de Sísifo a como diera lugar y ni su tío se lo iba a impedir. De eso estaba totalmente seguro. No por nada era el hijo del rey del Olimpo. Era completamente poderoso y único. Inigualable como ninguno. Estaba en medio de sus pensamientos llenos de amor propio cuando una bola de pelo dorado se acercó a él a toda velocidad.

—¡Pólux! —llamó Giles embistiéndolo con todo su cuerpo al no haber podido detenerse tras correr con todas sus fuerzas hacia él.

—¡Giles! —llamó Talos con tono serio—. Deberías estar durmiendo —regañó frunciendo el ceño.

—No podía hacerlo cuando ya casi se van a la misión —respondió el menor mirando al adulto.

—¿Qué quieres, niño oveja? —interrumpió Pólux separándolo de su cuerpo.

—Sólo desearte suerte —contestó el muviano con una gran sonrisa.

—No necesito suerte, tengo habilidades —expresó el semidiós con mucho orgullo.

Talos sabía que luego tendría que regañar a Giles por no estar durmiendo donde lo había dejado, pero por ahora ya era tarde. Primero lo dejaría despedirse correctamente de aquellos que iban de misión y luego ya vería cuando volvieran a la casa de tauro. Aún tenía unas cuantas charlas pendientes con Giles y dos dorados que se encontraban en sus respectivos templos más arriba del suyo. Por su parte, el pequeño muviano no tenía intenciones de irse de inmediato, menos aun conociendo la charla que le esperaría apenas Talos tuviera un momento a solas con él.

—No te confíes en exceso y recuerda que debes vivir a como dé lugar —aconsejó Giles al semidiós tras su arrogante afirmación—. Si vuelves sano y salvo serás todo un héroe ante los ojos de Sísifo —incentivó con una sonrisa pícara.

—No me interesa cómo me vea —espetó Pólux girando el rostro.

—Sí te portas bien te prometo contarle a Sísifo todo lo que has hecho por él mientras dormía —juró el muviano ignorando la frase anterior—. Seguro te amará cuando lo haga.

—No me chantajees —exclamó el gemelo mayor molesto por sus intentos de manipulación—. Y no necesito que le cuentes nada. Es más, prefiero que mantengan en secreto mi participación

—Aww qué amor más desinteresado —comentó el menor viéndolo con una sonrisita.

—No estoy enamorado —declaró el rubio inmortal—. Lo hago para que no se enamore aún más de mí. El pobre debe tener muchas ilusiones sobre un futuro de nosotros juntos como pareja, algún día casándonos, gobernando el santuario juntos como los santos dorados más poderosos sobre la tierra, pero tendré que romperle el corazón —afirmó Pólux de manera dramática.

—Ni las ilusiones de Prana son tan poderosas como las que te haces a ti mismo —comentó Giles viéndolo con pena ajena.

—¿Ya extrañas a tu novia? —interrogó el aspirante de géminis con intención de hacer enojar al menor.

—¡No me interesa Raga! —exclamó el muviano enojado de que aun siguiera con eso.

—Aún —agregó Pólux sintiendo satisfecho de haber logrado su objetivo—. Cuando te llegue la primavera no dirás lo mismo —afirmó con seguridad.

—Espera, Giles —pidió Talos al verlo caminando junto al semidiós—. ¿A dónde vas?

—A la enfermería —respondió el rubio con firmeza—. Estaré aquí cuando Sísifo despierte.

El santo de la segunda casa sostuvo un duelo de miradas con el muviano. El niño estaba decidido a quedarse allí y recibir a los valientes que irían a realizar el rescate. Talos soltó un suspiro resignado. Ante esa actitud supo que de intentar llevárselo por la fuerza tendría un largo berrinche. Aun así, continuaba preocupado por lo que podría hacer León dependiendo de los resultados obtenidos. Y no le gustaría que su pequeño estuviera cerca suyo si sucediera lo peor. Su único consuelo era la presencia de la diosa Atena para contener cualquier arranque de ira.

Otra persona llegó a unirse a ellos sin resultar en una sorpresa. El príncipe de Siracusa caminó a paso firme y elegante digno de su linaje hacia donde estaba Pólux y le colocó una mano en el hombro en un mudo gesto de apoyo. El semidiós lo miró con desagrado y frunció el ceño pensando en que se estaba tomando demasiadas confianzas hacia su persona. Quería decirle un par de cosas, pero desistió al ver el gesto amenazante de su hermano gemelo. Era el amigo de Castor deseándole un buen viaje a su manera, así que eligió dejarlo pasar por esta ocasión al menos.

—Aunque no los acompañe al inframundo estaré aquí orando porque regresen todos con bien —expresó Tibalt con un gesto serio, pero sincero.

—No tardaremos en volver —aseguró Pólux retirando la mano del otro.

—Por favor, hermano no olvides de las enseñanzas de Sísifo —pidió Castor viéndolo con suplica—. Recuérdalas cuando quieras hacer tonterías.

—¿Yo que? —preguntó ofendido el semidiós.

Al ingresar como era de esperarse estaba León junto a la cama de Sísifo. No tenía buen aspecto. Estaba pálido y con marcadas ojeras bajo sus ojos. Probablemente estuvo otra noche en vela junto al cuerpo de su hijo. Sin embargo, Adonis tenía la ligera sospecha de que estuvo reflexionando acerca de sus errores. Confiaba en que un buen hombre como él no iba a perder su rumbo sólo por esta adversidad. Se levantó al verlos llegar y debido a las experiencias anteriores todos estaban preparados para luchar contra él para contenerlo si era necesario.

—Yo... —habló León sintiéndose mal por las reacciones que tuvieron hacia él, pese a no culparlos debido a sus propis actitudes—. Regresen sanos y salvos por favor.

—No debes preocuparte —aseguró el semidiós con confianza.

—Aunque no consigan rescatar a mi niño agradezco su esfuerzo y buena voluntad de hacer tanto por él —comentó el ex almirante para sorpresa de la mayoría.

El guardián de la última casa había pasado toda la noche mentalizándose para superar el miedo que le daba ir al inframundo. Ese lugar era el dominio de la reina del inframundo Perséfone, quien fue no sólo su madre y amante sino también la autora intelectual de su asesinato. La diosa del amor y la de la primavera nunca escatimaron en detalles cuando se trataba de decirles acerca de las malas acciones de la otra. A ninguna le importaban sus sentimientos, sólo ponerlo en contra de la otra para aumentar su tiempo a su lado.

A eso debía sumarle el rencor de Hades por provocar su divorcio y el desprecio siempre existente por parte de los dioses gemelos del inframundo. Ese lugar estaba lleno de odio dirigido directamente hacia él. No podía negar que tenía miedo. Tanto por los malos recuerdos como por los escenarios imaginarios en su cabeza de posibles futuros cuando llegarán allí. Y como si no fuera suficiente debía velar también por la seguridad de Argus. Él era quien más lo preocupaba y por quienes todos le pedían protección. Si no fuera porque él era el médium habría pedido que no se le incluyera en esta travesía. Sin embargo, no iba a dar marcha atrás a estas alturas.

—Es mi primer amigo, no hay nada que no sea capaz de hacer por él le debo demasiado —expresó Adonis determinado a salvarlo.

—¿Tú también le debes? —interrogó curioso Tibalt.

—Mi vida no tenía sentido y era muy solitario antes de elegir seguirlo y venir al santuario —respondió brevemente piscis—. Algún día te contaré más al respecto. Es una larga historia —agregó con una sonrisa.

—Me encantaría oírla —respondió el espadachín.

Mientras todos hablaban entre ellos, Argus ingresó a la enfermería. Sin hacer una entrada espectacular o escandalosa como los demás. Se limitó a aparecerse cómo si de un fantasma se tratara. Talos se acercó a él con intención de preguntarle si estaba seguro de ir. Pese a haber dicho que aceptaba que fuera al inframundo sin importar sus palabras, no podía evitar que su instinto paternal le impulsara a querer sugerirle que se retirara mientras aún había tiempo. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, el propio Argus sujetó su mano entre la suya.

—Yo siempre estaré a tu lado aun si no me puedes ver —dijo el menor sonriéndole—. Me gustaría cuidar de mis seres queridos.

—Quédate cerca de Adonis y haz caso a todo lo que te diga, ¿entendido? —interrogó Talos acariciando su cabeza.

—Sí algo sale mal él puede traer mi alma en su interior —comentó Argus—. Así que volveré a como dé lugar.

—Por favor intenta volver vivo y en una pieza —pidió el santo de tauro.

—Pero lo harías, ¿verdad Adonis? —preguntó Argus observando al santo venenoso—. Prométeme que si muero traerás mi alma y la de Sísifo de regreso al santuario. No quiero quedarme atrapado en el inframundo y él tampoco —pidió preocupado.

—Volverás con vida —prometió el guardián de la última casa—. Aún si me cuesta la mía —agregó en un susurro.

Mientras tanto el guardián de la quinta casa observaba a consciencia a todos los presentes sintiéndose aún más culpable. Argus era demasiado joven para morir. Sin embargo, estaba dispuesto a aceptar siempre funesto destino con la misma entereza que su niño. Con la única petición de que no dejaran su alma en manos del Dios Hades. Su mirada pronto se posó en el muviano. Él también podría haber perecido y aún no le había dedicado palabra alguna. Tuvo mucha suerte antes. Y para colmo no conocía el miedo pues claramente votó por ir a salvar a Sísifo y de habérselo permitido la diosa Atena, estaría incluido en la misión actual.

—Giles —llamó León con suavidad—. ¿Cómo sigue tu salud? —preguntó con los ojos fijos en el menor.

—¿Ahora sí te importamos? —interrogó Giles sonando agresivo.

—No me comporté muy bien contigo ni con los demás —mencionó León arrepentido.

—Me encuentro bien —respondió el rubio notando el sincero arrepentimiento del mayor—. Lo mío no fue tan grave —tranquilizó con una sonrisa.

—Me alegro escucharlo —comentó el mayor con una sonrisa de alivio.

—Giles deberíamos irnos ahora para no importunar —dijo Talos queriendo alejarlo del ex almirante.

—¡No! —negó el blondo de manera decidida—. Esta vez Sísifo despertará estoy seguro. Me quedo aquí para su regreso.

—Te ves muy confiado —susurró León temiendo ilusionarse demasiado.

—Sí hay alguien que no sabe el significado de rendirse es Sísifo —expresó el muviano con gran entusiasmo y admiración por sagitario—. Sólo necesita un empujón para volver con nosotros.

—Me alegra ver que mi niño tiene un amigo tan confiable —agradeció León sintiendo que el pequeño muviano era tan optimista como su niño—. Tu padre te ha criado para ser una muy buena persona.

—Sí, Talos es el mejor —afirmó Giles con gran orgullo—. Por eso no debes preocuparte por su pelea anterior, seguro podrán volver a ser amigos pronto —aseguró de manera confiada.

Talos eligió retirarse de allí. Aunque deseaba lo mejor para sagitario y rogaba que esta vez tuvieran éxito, había mucho que hacer. Los aspirantes no podían quedar tan descuidados. Y en estos momentos tanto la diosa como todos los dorados estaban ocupados. Los demás se quedaron en la enfermería donde se manifestó la diosa Atena lista para recibir a su medio hermano. Los demás dorados estaban en sus propios asuntos. Ganimedes y Miles continuaban dormidos demasiado cansados por la larga noche. Shanti continuó meditando en su propio templo a la espera del amanecer para ir donde su alumno y continuar con su entrenamiento. Y el aspirante Nikolas se quedó dormido a la sombra de un árbol tras una larga noche reflexionando acerca de las palabras de Argus.

Cuando salió el sol, —tal y cómo fue acordado previamente—, Hermes se presentó. León retornó al lado de la cama donde yacía Sísifo aún dormido. El dios mensajero observó con cuidado a todos los presentes dándose cuenta de un detalle importante al mirar a Argus. La gran cantidad de almas dentro de su cuerpo y alrededor del mismo eran más de las que un humano normal poseería. No cabía dudas de que ese chico probablemente era un médium. Algo muy útil en esta clase de misión, pero a la vez muy peligroso por su facilidad para atraer a las almas de los difuntos.

—Debes dejar a los fantasmas que te acompañan aquí —explicó Hermes mirando al menor fijamente.

—¿Por qué? —preguntó Argus sorprendido y sin entender—. Ellos son mis amigos —afirmó inquieto.

—Si los llevas contigo hay una probabilidad que se despeguen de tu cuerpo y se formen en la fila del Yomotsu —explicó el Dios mensajero.

—No quiero ponerlos en riesgo —meditó el aspirante viendo las almas que siempre lo guiaban.

—Entonces es mejor que ellos permanezcan aquí protegidos por la barrera de Atena —aconsejó Hermes con sinceridad respecto a lo que podría ocurrirles en caso de ir.

—Pero si voy sin ellos estaré perdido —murmuró con ansiedad Argus quien nunca había estado lejos de todos sus amigos—. Mi cosmos no es muy poderoso por sí solo, siempre ha sido con ayuda de mis amigos por lo cual se veía grande —explicó sabiendo que su poder propio no era tan magnífico sin la ayuda extra.

—En eso tienes razón. Sin ellos estarás en problemas —meditó Hermes—. Y quizás no seas el único —mencionó mirando a Adonis y Pólux antes de dirigir su mirada hacia su media hermana—. Dales algo que los proteja en el yomotsu ese es territorio inestable —advirtió Hermes a la diosa Atena.

—Entonces ¿para qué te hablé? —preguntó Atena claramente disgustada de que su hermano no sirviera también de escudo.

—Para guiarlos —le recordó el mensajero sin titubear—. Puedes darles cualquier cosa.

—¿Los golpeó con Nike? —preguntó balanceando su báculo gustosa de usarlo.

Podría funcionar como bendición ser golpeados por la diosa de la victoria. Atena pensaba que podría ser un buen medio para meterles cosmos divino. A diferencia de los mencionados que la veían con terror esperando que no cumpliera con usar aquel pesado báculo contra ellos. A Sísifo lo golpeó múltiples veces con su báculo y siempre salía victorioso de cualquier batalla. Seguramente un efecto secundario e inesperado de su constante contacto con Nike.

—No, alguna prenda o posesión tuya —sugirió Hermes viendo la sonrisa sádica de la diosa—. Lo importante es que sea algo de tu propiedad para que contenga tu cosmos divino. De esa manera todos ellos tendrán una conexión directa contigo para regresar luego de encontrar a Sísifo —explicó con calma mientras entrecerraba los ojos viéndola acusatoriamente—. No arruines la linda carita de Pólux.

—No necesito que me defiendas —protestó el gemelo mayor.

—¿Basta con un pedazo de mi ropa? —cuestionó Atena haciendo aparecer en el suelo la ropa manchada de sangre y polvo—. Tengo los harapos que quedaron tras luchar con Artemisa.

—Envuelve sus muñecas con ellos —instruyó Hermes.

—Qué asco —se quejó Pólux al verla cortar los pedazos de tela para luego anudarlos en las muñecas de los otros dos—. No lo necesito —protestó cuando vio a su media hermana acercarse con un pedazo mugroso.

—Te aguantas, eres parte de mi ejército y haces lo que digo —ordenó Atena antes de atárselo a la fuerza.

—Momento —dijo repentinamente el semidiós—. ¿Las ropas rotas de los dioses tienen poderes? —preguntó antes de mirar en dirección a sagitario—. Porque Sísifo siempre lleva puesta la dichosa cinta roja de los gemelos y ni estando en coma se la quitaron —dijo haciendo que León también la observará atentamente.

—Sólo es una tela supongo —opinó León tras tocarla—. Aunque que siento sutilmente el cosmos de los dioses gemelos —comentó pues no era mucho, pero existía.

—Cómo tenga fluidos suyos me van a escuchar —se quejó el aspirante de géminis de sólo pensar en la clase de líquidos divinos qué podrían estar en esa cinta.

—Eso quiere decir... —murmuró Hermes pensativo.

—¿Qué? ¿Qué quiere decir? —interrogó León ansioso de saber si era o no algo peligroso para la vida de su hijo.

—Sólo es una especulación mía, pero por si acaso pase lo que pase no le quites esa cinta —aconsejó el dios mensajero con gran seriedad—. Una vez que estemos en el inframundo podré confirmar si es verdad.

—Si es verdad ¿qué? —interrogó curioso Pólux.

—Sí es verdad que Sísifo es el discípulo favorito de los gemelos —respondió Hermes—. Ahora para reducir el rango de búsqueda necesito que intente contactar con el alma de Sísifo como hicieron antes.

—¿Cómo es que tú…? —preguntó el aspirante de géminis.

—No tengo astucia divina por nada, hermanito —presumió el dios mensajero.

Argus hizo lo pedido por Hermes y se acercó hasta Sísifo. Se sintió un poco desnudo y vulnerable al haberse desprendido de sus amigos, pero era lo mejor para no arriesgar su seguridad en esta misión. La diosa de la guerra se acercó al menor y colocó una mano en medio de su espalda para transmitir su cosmos divino mientras Argus sujetaba la mano de sagitario y se concentraba en buscarlo. Lo habían hecho antes y en esta ocasión no buscaban obtener una respuesta concreta de su parte sino simplemente reducir el área de búsqueda lo más posible.

—¡Lo encontré! —expresó Argus cuando ya tenía prevista donde se encontraba.

—Me es imposible llevarlos directamente frente a él —avisó Hermes mientras miraba a los tres que irían con él—. Aún con esto será una búsqueda complicada. Ténganlo en cuenta —advirtió—. Si quieren renunciar este es su momento para hacerlo —dijo observándolos fijamente.

—Si el idiota de Hércules pudo ir y venir yo igual —dijo Pólux dando un paso al frente.

—No me causa temor el inframundo —mencionó Adonis siendo un terreno que bien conocía.

—Yo estoy en contacto con la muerte desde que tengo uso de razón —habló Argus con una sonrisa despreocupada—. No me preocupa morir —expresó con sinceridad.

Una vez que todo estuvo listo, el Dios de los ladrones utilizó su cosmos para crear una especie de anillos gigantes de color verdoso. Un color similar al del moho que se encontraba a menudo en las tumbas con mucho tiempo de abandono. Con eso envolviendo sus cuerpos fueron transportados hasta el Yomotsu Hiragisaka. Dado que el tiempo en el inframundo se sentía como si transcurriera de manera diferente, no establecieron límites para ser sacados de allí. Cuando hallaran al arquero contactarían a Atena a través de su cosmos. Probablemente el problema de medir el tiempo se debía a que en ese lugar era imposible que se filtrara hasta el más pequeño rayo de sol haciendo imposible precisar cuando era de día y cuando de noche para los mortales.

Y como si no tuvieran suficientes problemas con eso también estaba la enorme extensión de filas y filas de difuntos marchando hacia el pozo. Todos parecían estar ausentes; miradas perdidas, expresión vacía y sólo marchaban hacia adelante. Se les veía con ropas rotas y harapientas a aquellos con claros signos de desnutrición, con pijamas lujosos a aquellos que podrían identificar como nobles y varios que llevaban ropa de guerreros poseían heridas notorias causadas por armas. Sin dudas sus almas reflejaban sus últimos momentos antes de dar el último suspiro.

—Hay demasiados —susurró el semidiós con disgusto—. Y como no tenemos mucho tiempo será mejor preguntarle a alguno si ha visto a Sísifo.

—No vas a poder —advirtió Adonis—. Todos están sin sus sentidos. No podrás comunicarte con ellos.

—¡Tonterías! —exclamó presumidamente—. Si el loquito puede hablar con ellos, ¿cómo no podré hacerlo yo? —preguntó Pólux e intentó hablar con uno de ellos sujetando su hombro—. ¡Hey, tú! Te estoy hablando. —Pero su cosmos divino fue demasiado para aquella frágil alma, por lo cual pese a que el toque fue suave lo hizo caer al suelo—. ¡No te hice nada! ¡No finjas que te arrojé al suelo! —advirtió el semidiós.

Enseguida esa alma se levantó y retomó la marcha sin reacción alguna. Ni siquiera respondió a los reclamos. No parecía percatarse en absoluto de la presencia de los intrusos molestando su marcha.

—Te lo dije —afirmó el santo de piscis cruzados de brazos—. Ellos no saben ni que están muertos. Menos sabrán guiarnos hasta Sísifo.

De repente, oyeron algunos gritos de dolor a la distancia. Algunas cuantas súplicas y ruegos por piedad. También pedidos de auxilio queriendo escapar de algo que ellos no podían ver en su ubicación actual.

—¿Y cómo explicas eso? —interrogó Pólux observando al guardián de la última casa.

El mencionado desvío su mirada a Argus quien parecía estar también sin comprender. Así que movió su cabeza en dirección a la deidad que les acompañaba. Cuando miraron a Hermes en busca de respuestas, éste supo que querían una explicación de su parte.

—Las almas recién fallecidas o quiénes están al borde de la muerte en ocasiones despiertan el octavo sentido e intentan volver al mundo de los vivos —aclaró el Dios soltando un suspiro al ver sus caras ilusionadas—. Y antes de que pregunten, no, no podemos preguntarles por la ubicación de Sísifo —dijo matando rápidamente sus ilusiones.

—¿Por qué no? —demandó saber el aspirante de géminis.

—Porque nos van a mentir para retrasarnos a propósito —dijo Hermes con cierto fastidio—. Cuando logran convertirse en fuegos fautos gustan de dar indicaciones equivocadas o provocar que los viajeros desaventurados los sigan y se pierdan —explicó frunciendo un poco el ceño—. Hacen mi trabajo de guía más complicado porque tengo que ir en busca de las ovejas descarriadas por culpa de sus malas indicaciones.

—Entonces, ¿cómo encontraremos a Sísifo? —preguntó Argus queriendo saber si había alguna manera de ayudar.

—Nos separaremos en dos grupos y quién lo encuentre elevará su cosmos para indicarnos donde ir —instruyó Hermes mientras dibujaba una línea imaginaria dejando a Adonis y Argus de un lado y a él hubo al semidiós del otro.

A razón de ello, con el objetivo de cubrir mayor terreno se separaron como se acordó. Pólux y Hermes comenzaron a buscar a Sísifo por su lado y Adonis junto a Argus por otro. Claro que de parte de la deidad no faltaron los coquetos y propuestas indecentes mientras avanzaban. Sin embargo, pese a su gran cautela, el Dios del inframundo notó el cosmos de intrusos llegando sin invitación.

CONTINUARÁ…