—Fuiste muy valiente —susurró Rebecca recargada en los pectorales del hombre, quien solamente la abrazaba contra él y le revolvía los cabellos de la cabeza —pero pudo salir mal.
—No iban a hacer nada, perros que ladran no muerden —dijo Billy mientras le daba otro beso en la frente —no iba a permitir que tu seguridad se viera afectada por unos perros callejeros como esos.
—También me defiendo y lo sabes —contestó mientras se volvía a colocar las sábanas encima de su cuerpo —¿cómo conseguiste este lugar sin que te pidieran tanta documentación? —preguntó ella curiosa, ahora el exteniente tenía un departamento, pequeño, pero cómodo para esconderse.
—Edward me ayudó a que no me pidieran tantos datos y mientras esté pagando, no les interesa —respondió —lo importante es que ya tengo donde estar y que te puedo ver más seguido sin tanto problema.
—¿Y si vamos a una cafetería o a un bar? —preguntó Rebecca.
—No sabía que te gustara tanto esa clase de planes —dijo impresionado, pero cuando le vio la mirada, sabía que ella estaba maquinando algo.
—No. Me refiero a que a veces el mejor lugar para esconderse es cuando estás rodeado de gente —contestó —si vamos a un lugar así y alguien te ve invitándome algo, no va a pasar gran cosa, y como ya se probó mi inocencia, no creo que haya sospecha alguna hacia ninguno de los dos.
Billy comenzó a pensar en la situación, lo que le llamó la atención, y accedió rápidamente.
Se levantó de la cama, se vistió y antes de tomarle la palabra, decidió darle algo de comer a su invitada. Sí, su invitada, porque aún era eso, no era una esposa como para mantenerla toda la vida.
Idea que tampoco le desagradaba, es más le hacía sonreír la posibilidad de poder protegerla de todas las maneras que fueran posibles.
La mujer se levantó para ver a Billy en la cocina. Su casa destacaba por ser un departamento al estilo francés, amplio, pero sin paredes que dividieran la sala o el comedor o la cocina, el único sitio con muros era el baño. Le sorprendió ver al hombre cocinando, cómo sacaba una pasta del refrigerador, la aplanaba, ponía a secar y finalmente, la usaba para cocinar spaghetti italiano, el que para sorpresa de Rebecca, le salió muy bien.
Aparentemente, el exmilitar también podía ser cocinero. Tenía demasiados talentos como para ser algo real, además de que verlo cocinar le parecía algo ciertamente excitante.
—Primero el piano, los dibujos que haces en el café, cantar y ahora cocinas ¿hay algo que no hagas bien? —preguntó Rebecca quien vestida únicamente con una bata, le miraba desde la barra de la cocina y con una sonrisa mientras bebía un café americano que también estaba delicioso.
—En casa no había mucho dinero cuando yo era niño, por eso fue que empecé en la Marina —comenzó a explicar —pero antes de eso, mi papá creía que yo era un niño raro porque era bastante hábil para pintar, la música, y todo eso. Mi mamá quería que yo fuera a Juilliard y muchos en el pueblo me veían potencial, pero esa idea no me entusiasmaba. Sobre la cocina, mi mamá me enseñó antes de que yo decidiera irme al Ejército para que supiera como hacer comida desde cero. No hago alta gastronomía francesa, pero sé cómo comer sin sentir asco.
—¿Tú crees que si hubieras elegido Juilliard hubieras tenido éxito? —preguntó Rebecca curiosa.
—La verdad no lo creo —explicó Billy —me gusta el arte, el piano, pero me hubiera aburrido rápido de seguir el modelo tradicional de clases, por eso fue que me fui a la Marina, porque ofrecían entrenamiento y universidad, prácticamente dos en uno mientras me pagaban una beca. Pero tú sabes de que hablo, con eso de que fuiste una niña prodigio.
—Sí, esa parte —dijo Rebecca con timidez —iniciar la universidad a los 10 o 12 años no es realmente muy cómodo. Mientras mis amigas de la cuadra jugaban con muñecas y a saltar la cuerda, yo estaba leyendo complejos libros de anatomía.
—¿Cómo se dieron cuenta de que eres una genio? —preguntó Billy interesado en la vida de su pareja —digo, como dices, a esas edades los niños muestran otros intereses.
—Desde más pequeña mostré una inteligencia que consideraban peligrosa, le contestaba a los maestros en la educación básica, y hacía cálculos enormes sin tener más nociones para eso que lo visto en clase. Los profesores se enojaba conmigo porque era 'altanera' al contestarles y decirles que algunas cosas no iban con lo que la ciencia de los libros indicaban, y se llenaron de curiosidad al ver que yo siempre tenía la razón contra los maestros —Billy arqueaba las cejas y abría los ojos con curiosidad —después de varios meses, me llevaron a un psicoterapeuta infantil que determinó que yo era una niña de Altas Capacidades Intelectuales , así que me metieron a un programa especial de estudios y terminé la educación obligatoria a los 11 años, después comencé a estudiar medicina, terminé antes de cumplir 18 e inicié en S.T.A.R.S. poco después de titularme por tesis.
—¿Te titulaste con tesis? —preguntó con evidente sorpresa —¿y de qué fue?
—Fue sobre las maneras correctas de manejar las crisis en campo militar y alternativas naturales para la atención médica profesional, pero como verás, me desvié de mi campo de estudio inicial.
—Pudo haber sido una gran aportación —dijo Billy —en campo hacen falta más médicos capaces de manejar el entorno.
—Tampoco me arrepiento del cambio, pero nunca es tarde para investigar o aprender cosas nuevas —señaló la joven mientras él le servía un plato de spaguetti blanco con albóndigas que evocaban al sueño culinario italiano —así fue como aprendí a tocar el piano.
—Me acuerdo —contestó entre risas —en esa ocasión aún te faltaba afinar el oído.
Rebecca de manera juguetona le lanzó salsa de albóndiga a la cara, a lo que él contestó lamiéndose la mejilla donde le había caído y con una sonrisa cínica, después, con el dedo, se quitó lo sobrante y le tocó la punta de la nariz, ensuciándola para después besarla con delicadeza.
—He mejorado —contestó con un rubor en las mejillas —pero nunca a tu nivel. Las artes y las ciencias sociales nunca fueron mi principal interés.
—Es una pena, porque practicando lograrías mucho. Pero mi nivel se logra cuando desde los seis años te ponen a leer partituras y a tocar el piano en las clases de la educación primaria básica, cuando los profesores le dicen a tu mamá que eres bueno y ella no te deja salirte.
—¿Entonces no te gusta el piano? —preguntó Rebecca impresionada.
—Sí, pero no es mi favorito, prefería el violín, pero cuando lo dominé perdió el encanto, después me fui por la guitarra y pasó lo mismo y con la batería, el violonchelo y el bajo fue igual —contó dando a entender que era un artista multiinstrumental —finalmente aprendí a cantar porque me aburrían rápido los instrumentos, por eso le dije a mi mamá que no aplicaría en Juilliard, y casi se muere al enterarse que elegí irme al Ejército.
—¿Lo elegiste por el dinero? —preguntó Rebecca curiosa, pero con naturalidad —porque podrías haber hecho una ingeniería o algo así si era por eso, tienes versatilidad.
—Por un lado sí. Mi papá no quería que mi madre trabajara, pero tampoco quería buscar otro trabajo más remunerado, y por el otro lado, ya estaba fastidiado de sus quejas diciendo que yo como el hombrecito de la casa debía trabajar mientras que mi mamá decía que debía estudiar —comenzó a recordar, colocando su mirada en la mesa, como si viera algo que no estaba ahí —, mi papá odiaba que yo estuviera en artes, mi mamá quería que yo me desarrollara en eso, pero yo solo no tomaba en cuenta mi talento como algo importante, pensaba que hacían mucho escándalo, y cuando le dije a mi papá que me interesaba ir al Ejército por la beca, el entrenamiento y los estudios superiores, fue la única ocasión en la que estuvimos de acuerdo en algo, además dijo que el entrenamiento tal vez capture mi atención.
—¿No te interesan las cosas a corto plazo? —preguntó Rebecca.
—Sobre estudios no, tengo que estar en movimiento constante, hacerlo todo novedoso, supongo que eso me llevó a elegir la milicia —reveló, entonces Rebecca hundió la mirada en la comida, lo que Billy entendió de inmediato —solo pasa con las actividades, tú jamás dejarás de ser novedosa en mi vida —remarcó con un beso en los labios. Te amo, Rebecca.
Confortada por la honestidad de sus palabras, Rebecca le devolvió el beso.
—Y yo a ti —enterneció la mirada, le brillaban más los ojos, y con una leve sonrisa, se convirtió de nuevo en esa pequeña mujer de 18 años a la que había salvado de aquel agujero. Aquella que lloró copiosa en ese momento, pero que ahora mostraba más control, más resistencia.
Rebecca y Billy salieron del departamento, cada uno a sus destinos. Rebecca a su propio hogar, mientras que él se fue a la cafetería donde trabajaba y encontraba un poco de paz.
Aparentemente, también en el trabajo podía sentirse abrumado por la imposición de la rutina, pero superaba esa sensación de inmediato al recordar que podría vivir otra clase de masacres si siguiera en activo, o peor, que podría haber pasado al paredón de fusilamiento hace veinte años.
El arte en café era lo que le relajaba, y solamente así, en la pequeña catarsis que la música y las pinturas permiten, podía darse el lujo de buscar una vida dentro de la vida.
Tras terminar un mandala en una taza, el hombre le hizo la entrega de su pedido a una chica joven, rubia y de cabellos largos y ojos claros como el cielo.
—Aquí tiene su pedido —dijo Billy, ignorando a su clienta, aunque sí notó que era bonita. Pero nada comparada con Rebecca.
—Gracias —contestó con una voz campaneante mientras recibía el dinero restante —¿quieres un día salir conmigo?
—No, gracias, tengo novia —contestó Billy sin dudar un solo segundo, así que la chica solamente tomó su pedido y se fue de la barra.
Era atractivo, a pesar de la edad, unos 46 años y algunas arrugas, seguía manteniendo el porte y una casi juventud prácticamente envidiable.
—Veo que tienes tu atractivo con el sexo opuesto, Steve —dijo el dueño mientras se dirigía a Billy —¿tantas chicas rechazaste en tu vida?
—No —contestó Billy sin dejar de mirar a la caja –, durante mi vida he tenido pocas relaciones. Lo que pasa es que soy algo reservado.
—De eso me di cuenta la primera vez que te vi —confesó el dueño —pero no me equivoco con las personas que contrato, eres discreto y eso me agrada.
—Gracias, supongo.
—No creas que no vi que miraste a la chica de cabello corto que vino la vez del asalto —contó —es obvio que te gustan así, pequeñas, menuditas, ligeramente débiles, perfectas para proteger, con eso de que eres un 'tanque militar'.
Las palabras hicieron que Billy abriera los ojos de par en par. Dejó la taza de café de lado y buscó ignorar las palabras.
—No me puedes mentir, teniente William Coen —exclamó, Billy solamente pudo voltear a verlo sorprendido —ni pongas esa cara. Sé perfectamente quién eres.
—¿Usted cómo sabe mi nombre? —preguntó impávido, con la palidez en el rostro.
—No te alteres, si te acepté para trabajar es porque sé perfectamente que fuiste el único que no presionó el gatillo en esa aldea —algo adentro del exteniente se tranquilizó, y pudo notar de nuevo aquello que había visto en los ojos del dueño la primera vez que se vieron: honestidad y confianza —sé que el general Walker es un desgraciado y que te adjudicó todo ese desastre. En mí tienes un aliado.
—¿Cómo supo que era yo? —preguntó ligeramente molesto —¿por qué no me dijo nada antes?
—Porque no valía la pena, te ibas a poner a la defensiva como ahora —explicó —por ahora, serás Steve para todos, pero sé que eres el teniente William 'Billy' Coen y porque tengo ojos, eras el único en servicio con un tatuaje de Mother Love en el brazo. Ese tatuaje es indiscutible.
—Supongo que debí taparlo —dijo Billy viéndose la gran marca en forma tribal.
—Para la siguiente procura usar manga larga, muchacho —indicó —por cierto, te reconocí también porque fuiste el mejor alumno en defensa personal, yo era el instructor.
—¿Instructor Davidson? —preguntó, ahora suavizando sus facciones. Recordó todo su trayecto, y supo que aquel hombre fue el mismo que durante mucho tiempo, por su desempeño físico, le dio apoyo para poder continuar con sus estudios, porque el dinero no era suficiente.
—Sí, ahora vuelva a sus labores, soldado —dijo con una sonrisa en el rostro.
—Señor, sí señor —contestó Billy con una risa, ahora sintiendo cómo el pánico porque supieran su identidad se disipaba rápidamente de su cuerpo.
Cada día acumulaba aliados a su favor.
Tras una semana del asalto, Chris Redfield volvió a la cafetería, ahora a solas, esperando poder hablar con Billy, esperando poder tener un momento para poder intercambiar información, poder darle algún ánimo, pensando que la situación que posiblemente había pasado.
Recordó todo lo que en momentos había podido hablar con Rebecca, especialmente de cómo él la rescató de dos mutaciones y de una caída al vacío, cómo demostró habilidad, cómo había mostrado su capacidad para cooperar en equipo y también de la resistencia física que demostró en esas situaciones.
Las características de un soldado comprometido con su trabajo. Todas las tenía él, aunque le faltaba hacer más evaluaciones para saber si era material más adecuado, y sobretodo comprobar su inocencia.
El soldado iba decidido a tener la charla con el exmarine, pero no supo cómo iniciar una conversación sin que sonara mal por todas partes.
—¿Desea algo? —preguntó Billy con voz cortante al soldado, quien lo vio directo al rostro. Aún era esa la cara filosa que se veían en las imágenes de las órdenes que se dieron para su fusilamiento —¿señor?
—Sí. Un americano, sin azúcar —dijo mientras agarraba una servilleta y escribía.
—Claro —contestó Billy mientras servía la bebida y le dejaba la taza —aquí tiene.
—Gracias —se llevó un sorbo a la boca —debe ser muy relajante servir bebidas todo el día, un trabajo sin adrenalina.
—Ideal para alguien que no necesita tanta adrenalina —respondió Billy, quien no paraba de ver como Redfield parecía garabatear en una servilleta —y ahora no necesito emociones fuertes.
—Parece que la vida tranquila es la solución para muchos, pero no para todos —volvió a verlo directo a los ojos —algunos necesitamos canalizar en medio de la lucha.
—Y algunos ya nos hartamos de buscar formas de canalizar —expresó Coen con una taza de café entre las manos —la estabilidad de una taza de café es atrapante.
—Ya me harté de analogías… —expresó Chris dejando de lado su taza y mostrando su impaciencia rápidamente —eres bueno, Coen, y tu historial salvo por ese incidente en África es impecable.
Billy dirigió su atención a Chris de manera directa, se levantó extendiendo los brazos sobre la barra y con la mirada más fría que tenía, le dirigió la palabra.
—Olvídalo, Redfield —dijo en voz baja —sé lo que quieres, y no va a pasar.
—Ni siquiera me has escuchado —respondió levantando más la voz.
—Quieres que sirva contigo en la B.S.A.A. o no sé en donde —completó —y no tengo que repetirte que eso no va a pasar.
—¿Por qué no? —dijo Chris con un poco de prepotencia —te entrenaste, estudiaste, dedicaste tu vida para eso ¿y quieres echar por la borda tu vida y tu futuro?
—¡Así pensaba hace veinte años y mi futuro fue ser asesinado en un paredón! —gritó Coen, y por suerte no había ningún comensal —ahora estoy rehaciendo mi vida, y cuando mi juicio limpie mi nombre, voy a reiniciar y eso involucra dejar todo ese desastre atrás.
—¿Conocer a Rebecca fue parte de ese desastre? —preguntó Chris extrañado —porque la veo muy radiante en estos días.
—Rebecca es parte de cómo quiero seguir adelante, y no tiene nada que ver en esta conversación —limitó Billy mientras sentía el calor correr por sus venas —estoy esforzándome mucho para tener un nuevo comienzo y la vida militar no forma parte de él.
—¡Maldita sea, Billy! —gritó Chris mientras sentía el enojo de nuevo correrle por la sangre.
—¿Y qué vas a hacer al respecto, Redfield? —preguntó, sabiendo que con el poder y la posición del militar y uno de los fundadores de la B.S.A.A., estaría metiéndose en un problema. Sin embargo, Redfield era conocido por su moral y por su oposición al chantaje.
Tras un breve silencio, prosiguió:
—Nada —dijo resignado —solo esperar a que las cosas salgan a tu favor y al de Rebecca —continuó —pero si eso no llega a ser así y te dan la peor de las condenas, ten por seguro que voy a encontrar como respaldarte, así eso te lleve a tomar decisiones difíciles.
—¿Cómo cuál? ¿Unirme a la B.S.A.A? —preguntó inquisitivo el barista mientras volvía a servirle un café cargado, tanto para él como para sí mismo. Quería fingir amabilidad bajo el momento de estrés.
—¿Quién habló de la B.S.A.A? —cerró Redfield, terminando su taza de café y saliendo por la puerta.
Coen quedó en silencio, sorprendido por esa última frase. ¿Quién habló de la B.S.A.A.? él ¿no? Ya no sabía lo que estaba pasando.
Agarró un vaso de vidrio. Tras un agarre fuerte con la mano izquierda, logró romper en pedazos el vidrio del vaso, dejando el líquido escarlata correr entre sus dedos.
