Harry Potter pertenece a JK Rowling

Bruja Llameante

Capítulo 26: El Vuelo de los Weasley.

Albus Dumbledore estaba en su oficina, esperando a que el miembro más confiable de la Orden del Fénix, ingresara en ella. Ya fuera por la puerta o por la Red Flú, igualmente abierta y a la espera. Los minutos pasaron, pero Dumbledore no se inmutó. Los minutos se volvieron horas y finalmente, Snape llegó, bebiendo de una poción rosada y brillante, que despedía un fuerte olor a césped recién cortado. —Severus —Dumbledore adoptó un tono de mando y oscuro — ¿Qué está planeando El Señor Oscuro?

—El Señor Tenebroso... se está esforzando por ingresar en la mente de Potter. —dijo Snape, eligiendo contarlo todo, luego de una pausa —No desea presentarse personalmente en la Sala de la Profecía. En cambio: Quiere llevar a Potter a una trampa y que sea ella, quien tome la Profecía del estante protegido por las Salvaguardas Mágicas y luego, los Mortífagos van a herirla de gravedad y a llevarla ante él. —Dumbledore asintió, eso ya se lo esperaba y aun así, estaba sinceramente, horrorizado —Pero el Señor Tenebroso asegura, que Potter es una auténtica maestra de la Oclumancia y presenta heridas de quemaduras de rang en manos, antebrazos y pies. Asegura que la protección Oclumántica de Potter es un muro de llamas violetas y que sus heridas físicas, son a causa de sus intentos por enviar visiones a Potter, sobre la Sala de las Profecías.

Dumbledore asintió. Él había estado esperando dos cosas de parte de Tom: 1. Que fuera en busca de Ollivander, con tal de saber más, respecto al Priori Incantatem y 2. Que hiciera esto mismo, precisamente: Atacar la mente de Beatrice y que justamente, le hiciera soñar con esa puerta, hasta que le revelara lo que allí se encontraba. Hasta que la curiosidad le ganara a Beatrice y encontrara formas de escabullirse a la Sala de las Profecías. Pero pronto, recordó lo más importante: Oclumancia de muro de fuego y eso, claramente era peligroso para sus planes, miró a Snape con cierta decepción —Entonces, Severus muchacho: ¿Le has estado enseñando a Beatrice, Oclumancia? Eso es peligroso. —y negó varias veces con la cabeza. Beatrice no podía permitirse saber Oclumancia, Beatrice no podía tener secretos con él... al menos, no más secretos de los que ya tenía. Esos secretos eran cosas que Dumbledore había mantenido por muchas décadas cerca de su corazón, pero ahora, Beatrice los conocía y los revelaba delante de toda la Orden del Fénix. Eso era peligroso para sus propios planes, a la hora de luchar contra Voldemort. —Peligroso para Beatrice. Si ella comienza a guardarme secretos, entonces posiblemente, yo no podría guiarla en la ayuda que va a necesitar, para así poder destruir a la Oscuridad para siempre. —le reprochó cariñosamente a Snape, pero le dirigió una mirada de "Vas a arrepentirte. Tú estás profundamente equivocado, mientras que yo, estoy en lo cierto" —Ella me necesita, muchacho. Lo sab…

—Nunca le he enseñado Oclumancia a Potter, Albus. —dijo Snape con calma, interrumpiendo al Albus; causando que los ojos del Director se abrieran con sorpresa. Él había estado tan seguro de que finalmente Snape, había superado sus problemas y complejos. —Esta defensa... este muro de llamas violetas, aparecieron en su mente, una vez que ella... una vez que Lily... —se corrigió Snape, Dumbledore se preocupó, por el tono que acababa de usar Snape ante el nombre de la esposa de James Potter. Pero igualmente lo entendió y su preocupación solo creció. Lily nunca compartió la idea del pensamiento de ovejita mansa del resto de la Orden, siempre fue bastante independiente ¿Y si desde el cielo, Lily y James se enteraron de todos esos secretos, causando que ahora se los estuvieran entregando a su hija? Entonces todo empeoraba aún más —se reveló ante nosotros, como una Gyuvurath. Si el Señor Oscuro es incapaz de enviar a la mente de Beatrice, las imágenes de la Sala de las Profecías y del Departamento de Misterios, entonces quizás él deje de preocuparse por eso y mandará otro tipo de ataque, contra el país, cuando decida que no vale la pena, buscar la Profecía.

Dumbledore apretó las manos, solo por un instante, mientras que igualmente, endurecía sus ojos. No. Él no podía permitirse que Tom, cambiara su obsesión por obtener la Profecía, él NECESITABA que Tom fuera al Ministerio, que intentara obtener la Profecía, debía de ser enseñado a Fudge cuan estúpido era, por no escucharlo antes. Fudge debía de entender que ÉĹ ERA ALBUS DUMBLEDORE Y SU PALABRA ERA VERDAD Y LEY. —Y Beatrice ya conoce el contenido de la Profecía —lamentó Dumbledore, con una voz entristecida y llorosa. Reforzó su propia Oclumancia, para que Snape no lo viera llorar desconsolado o incluso, para que no lo viera entristecer, a pesar de sus palabras. Que sus planes dependieran de un Harry (o Beatrice) con conocimientos censurados y emocionalmente distante, fue un plan que él pudo saborear por cuatro años. Pero actualmente: Beatrice era demasiado independiente, para seguir guiándola de acuerdo a aquellos planes que tardaron una década en estar listos y con lo torpe mágicamente que eran personas como Neville Longbottom o Ronald Weasley, entonces entrenar a cualquiera de ellos dos, era ilógico.

La independencia de Beatrice era un problema.

Que Sirius descubriera al malherido Crouch Sr. y lo salvara, era un problema. Que Amelia Bones (Black, actualmente) hubiera escuchado a Sirius, se hubiera permitido ser manipulada por Black y hubieran espantado a los Mortífagos sobrevivientes en el Cementerio (además de capturar a Crouch Jr. y a Pettigrew), entonces eran más fichas, fuera del tablero, que Dumbledore ya no podía usar.

Dumbledore estaba delante de un castillo de naipes de Snap explosivo con más de Siete Novenas partes de ese castillo, en llamas…

No tenía idea de cómo reorganizar las cosas, para que fueran de acuerdo a sus planes y ahora, tendría que improvisar. Y Dumbledore ODIABA improvisar.

Los ojos de Snape se abrieron, con incredulidad, mirando la figura de cabeza gacha, sentada ante él. — ¿Qué has dicho?

—Lo que acabas de escuchar, Severus. —fue todo lo que murmuró Dumbledore. Se notaba derrotado, como si todos sus planes, acabaran de volverse ceniza. Y la oficina se sumió en un silencio aterrador. Snape se retiró, mientras que Dumbledore manipulaba las Salas, para que nadie pudiera traicionar al grupo de alumnos o que nadie pudiera descubrirlos.

Y Dumbledore hizo su elección justo a tiempo, pues al día siguiente, Draco Malfoy, Pansy Parkinson, Gregory Goyle y Vincent Crabbe, aparecieron pavoneándose por el colegio, como parte de la Brigada Inquisitorial, que respondía ante Dolores Umbitch…

.-.-.-.-

.-.-.-.-

.-.-.-.-

Eso le valió a Umbitch y a su B.I que muchos miembros del ADCAO, fueran maldecidos con Zancadillas, Cosquillas fantasmales o Pellizcos fantasmales por todo el cuerpo.

.-.-.-.-

.-.-.-.-

.-.-.-.-

Se oían gritos y jaleo provenientes del vestíbulo. Beatrice no comprendía nada. Ni ella, ni ningún miembro femenino de quinto año de Gryffindor, quienes bajaron a toda velocidad la escalera de cuarto año, tercer año, segundo, primero, ingresaron en la Sala Común de Gryffindor, salieron y siguieron los gritos, risas y tumulto, hasta el patio central y encontraron al colegio en pleno reunido allí. Los estudiantes estaban de pie formando un gran corro a lo largo de las paredes (Beatrice se fijó en que algunos estaban cubiertos de una sustancia que parecía jugo fétido); además de alumnos, también había profesores y fantasmas. Entre los curiosos destacaban los miembros de la Brigada Inquisitorial (Alias: Mortífagos Jr.), que parecían muy satisfechos de sí mismos, y Peeves, que cabeceaba suspendido en el aire, desde donde contemplaba a Fred y George, que estaban sentados en el suelo en medio del vestíbulo. Era evidente que acababan de atraparlos.

— ¡Muy bien! —gritó triunfante la profesora Umbridge, que sólo estaba unos cuantos escalones más abajo que Beatrice y contemplaba a sus presas desde arriba—. ¿Les parece muy gracioso convertir un pasillo del colegio en un pantano?

—Pues sí, la verdad —contestó Fred, que miraba a la profesora sin dar señal alguna de temor.

Filch, que casi lloraba de felicidad, se abrió paso a empujones hasta la profesora Umbridge. —Ya tengo el permiso, señora —anunció con voz ronca mientras agitaba el trozo de pergamino que Beatrice le había visto sacar de la mesa de la profesora Umbridge—. Tengo el permiso y tengo las fustas preparadas. Déjeme hacerlo ahora, por favor…

—Muy bien, Argus —repuso ella—. Vosotros dos —prosiguió sin dejar de mirar a los gemelos— vais a saber lo que les pasa a los alborotadores en mi colegio.

— ¿Sabe qué le digo? —replicó Fred—. Me parece que no. —Miró a su hermano y añadió—: Creo que ya somos mayorcitos para estar internos en un colegio, George.

—Sí, yo también tengo esa impresión —coincidió George con calma.

—Ya va siendo hora de que pongamos a prueba nuestro talento en el mundo real, ¿no? —le preguntó Fred.

—Desde luego —contestó George. Y antes de que la profesora Umbridge pudiera decir ni una palabra, los gemelos Weasley levantaron sus varitas y gritaron juntos: — ¡Accio escobas! —Beatrice y todos los demás, escucharon un fuerte estrépito a lo lejos, miró hacia la izquierda y se agacharon justo a tiempo. Las escobas de Fred y George, una de las cuales arrastraba todavía la pesada cadena y la barra de hierro con que la profesora Umbridge las había atado a la pared, volaban a toda pastilla por el pasillo hacia sus propietarios; torcieron hacia la izquierda, bajaron la escalera como una exhalación y se pararon en seco delante de los gemelos. El ruido que hizo la cadena al chocar contra las losas de piedra del suelo resonó por el vestíbulo.

—Hasta nunca —le dijo Fred a la profesora Umbridge, y pasó una pierna por encima de la escoba.

—Sí, no se moleste en enviarnos ninguna postal —añadió George, y también montó en su escoba. Fred miró a los estudiantes que se habían congregado en el vestíbulo, que los observaban atentos y en silencio.

—Si a alguien le interesa comprar un pantano portátil como el que habéis visto arriba, nos encontrará en Sortilegios Weasley, en el número noventa y tres del callejón Diagon —dijo en voz alta.

—Hacemos descuentos especiales a los estudiantes de Hogwarts que se comprometan a utilizar nuestros productos para deshacerse de esa vieja bruja —añadió George señalando a la profesora Umbridge.

— ¡DETENGANLOS! —chilló la mujer, pero ya era demasiado tarde. Cuando la Brigada Inquisitorial empezó a cercarlos, Fred y George dieron un pisotón en el suelo y se elevaron a más de cuatro metros, mientras la barra de hierro oscilaba peligrosamente un poco más abajo. Fred miró hacia el otro extremo del vestíbulo, donde estaba suspendido el poltergeist, que cabeceaba a la misma altura que ellos, por encima de la multitud, mientras que los gemelos, arrojaban muchos de sus artículos de bromas, causando que a una gelatina negra se pegara al cabello de Draco Malfoy y luego le arrancara el cabello, haciéndolo gritar.

Tres bocas con dientes afilados, comenzaron a perseguir a Pansy Parkinson y al alcanzarla, empezaban a arrancar y masticar, pequeñas piezas de su uniforme, hasta dejarla en jirones.

Un dragón de fuego artificial, explotó en los rostros de Crabbe y Goyle; mientras que los gemelos se alejaban, hacia el atardecer.

.-.-.-.-

.-.-.-.-

.-.-.-.-

La historia del vuelo hacia la libertad de Fred y George se contó tantas veces en los días siguientes que Beatrice comprendió que pronto se convertiría en una de las leyendas de Hogwarts.

Al cabo de una semana, los que lo habían presenciado estaban casi convencidos de que habían visto a los gemelos lanzar bombas fétidas desde sus escobas a la profesora Umbridge antes de salir disparados hacia los jardines.

Inmediatamente después de su partida, muchos alumnos se plantearon seguir los pasos de los gemelos Weasley. Beatrice oyó a varios hacer comentarios como: «Te aseguro que hay días en que me montaría en mi escoba y me largaría de aquí» o «Una clase más como ésta y creo que me marco un Weasley». Al escuchar tales cosas, Umbridge daba respingos, nerviosa y Beatrice creyó comprender el porqué: Seguramente Fudge había evitar que más alumnos desertaran académicamente de Hogwarts… pero no podía enviarlos a Azkaban, por eso.

Hogwarts era una escuela, no una prisión, no podían evitar que los alumnos abandonaran la escuela, si es que decidían hacerlo; y por eso, Fudge y Umbridge, no eran los únicos preocupados, sino también Dumbledore y todos los demás maestros del colegio.

Fred y George se habían asegurado de que nadie se olvidara de ellos demasiado deprisa. Para empezar, no habían dejado instrucciones para lograr que el pantano, que todavía inundaba el pasillo del quinto piso del ala este, desapareciera. La profesora Umbridge y Filch habían intentado retirarlo de allí por diversos medios, pero ninguno había dado resultado.

Finalmente acordonaron la zona, y Filch, aunque rechinaba los dientes muerto de rabia, tenía que encargarse de llevar a los alumnos en un bote hasta las aulas.

Beatrice, Hermione y Neville no tenían ninguna duda de que profesores competentes como Flitwick o McGonagall, incluso Trelawney o hasta Binns habrían hecho desaparecer el pantano en un abrir y cerrar de ojos, pero, como había ocurrido en el caso de los Magifuegos Salvajes Weasley, al parecer preferían que la profesora Umbridge pasara apuros.

Por otra parte, no había que olvidar los dos enormes agujeros con forma de escoba que habían hecho las Barredoras de Fred y George en la puerta del despacho de la profesora Umbridge al ir a reunirse con sus dueños.
Filch puso una puerta nueva y se rumoreaba que la profesora Umbridge había puesto un Trol de Seguridad.

Sin embargo, los problemas de Dolores Umbridge no acababan ahí. Inspirados por el ejemplo de los gemelos Weasley, un gran número de estudiantes aspiraban a ocupar el cargo vacante de alborotador en jefe.

.-.-.-.-

.-.-.-.-

.-.-.-.-

Pese a la nueva puerta del despacho de la profesora Umbridge, alguien consiguió deslizar en la estancia un escarbato de hocico peludo que no tardó en destrozar el lugar en su búsqueda de objetos relucientes, saltó sobre la profesora cuando ésta entró en la habitación e intentó roer los anillos que llevaba en los regordetes dedos. Y por si fuera poco, también una Tentacula Venenosa y una Enredadera de Verano, que cubrió toda la oficina y a la cual le nacían cientos de púas que exudaban un líquido goteante y maloliente de color gris y que liberaba nubes de vapor negro; además, alguien consiguió deslizar en la estancia un escarbato de hocico peludo que no tardó en destrozar el lugar en su búsqueda de objetos relucientes, saltó sobre la profesora cuando ésta entró en la habitación e intentó roer los anillos que llevaba en los regordetes dedos.

Por los pasillos se tiraban tantas bombas fétidas que los alumnos adoptaron la nueva moda de hacerse encantamientos casco-burbuja antes de salir de las aulas, porque así podían respirar aire no contaminado, aunque eso les diera un aspecto muy peculiar: parecía que llevaban la cabeza metida en una pecera.

Filch rondaba por los pasillos con un látigo en la mano, ansioso por atrapar granujas, pero el problema era que había tantos que el conserje no sabía adónde mirar. La Brigada Inquisitorial hacía todo lo posible por ayudarlo, pero a sus miembros les ocurrían cosas extrañas sin parar. Warrington, del equipo de quidditch de Slytherin, se presentó en la enfermería con una afección de la piel tan espantosa que parecía que lo habían recubierto de copos de maíz; Pansy Parkinson, para gran alegría de Hermione, se perdió todas las clases del día siguiente porque le habían salido cuernos. Draco Malfoy despertó calvo y cuando Snape intentó devolverle su cabellera, ahora su cabello era azul brillante y por eso, andaba con un sombrero.

Entre tanto, se hizo patente la cantidad de Surtidos Saltaclases que Fred y George habían conseguido vender antes de marcharse de Hogwarts. En cuanto la profesora Umbridge entraba en el aula, los alumnos que había allí reunidos se desmayaban, vomitaban, tenían fiebre altísima o empezaban a sangrar por ambos orificios nasales. La profesora, que chillaba de rabia y frustración, intentó detectar el origen de aquellos síntomas, pero los alumnos, testarudos, insistían en que padecían «umbridgitis». Tras castigar a cuatro clases sucesivas y no conseguir desvelar su secreto, la profesora no tuvo más remedio que abandonar y dejar que los alumnos, entre desmayos, sudores, vómitos y hemorragias, salieran a montones de la clase.

Pero ni siquiera los consumidores de Surtidos Saltaclases podían competir con el gran maestro del descalabro, Peeves, quien parecía haberse tomado muy en serio las palabras de despedida de Fred. Volaba por el colegio riendo desenfrenadamente, tumbaba mesas, atravesaba pizarras, volcaba estatuas y jarrones… En dos ocasiones encerró a la Señora Norris en una armadura, de donde fue rescatada, mientras maullaba como una histérica, por el enfurecido conserje.

Peeves rompía faroles y apagaba velas, hacía malabarismos con antorchas encendidas sobre las cabezas de los alarmados estudiantes, lograba que ordenados montones de hojas de pergamino cayeran en las chimeneas o salieran volando por las ventanas; inundó el segundo piso al arrancar todos los grifos de los lavabos, tiró una bolsa de tarántulas en medio del Gran Comedor a la hora del desayuno y, cuando le apetecía descansar un poco, pasaba horas flotando detrás de la profesora Umbridge y haciendo fuertes pedorretas cada vez que ella abría la boca para decir algo y mojaba las notas que Umbridge intentaba dar en clases o intercambiaba las tizas que Umbridge usaba y cuando las usabas en el tablero, se escuchaban alaridos de Banshee y las palabras se borraban a los pocos segundos.

Ningún miembro del profesorado parecía dispuesto a ayudar a su nueva colega. Es más: una semana después de la partida de Fred y George, Beatrice vio que la profesora McGonagall pasaba junto a Peeves, que estaba muy entretenido aflojando una lámpara de araña, y habría jurado que oyó que le decía al poltergeist sin apenas mover los labios: «Se desenrosca hacia el otro lado.»

Pero la vida seguía y las clases también. Ahora mismo, los alumnos de quinto, estaban en clase de Encantamientos con Flitwick.

Ron y Beatrice dieron unos golpecitos a las tazas de té que intentaban encantar con sus varitas mágicas. A la de Beatrice le salieron cuatro patas muy cortas que no llegaban a la mesa y que se retorcían en vano en el aire. A la de Ron le salieron cuatro patas delgadísimas que mantuvieron la taza apoyada en la mesa con mucha dificultad, temblaron unos segundos y entonces se doblaron, con lo que la taza cayó y se partió por la mitad.

¡Reparo! —exclamó Hermione rápidamente, y arregló la taza de Ron con una sacudida de su varita.

Neville vio maravillado, como su taza volvía a incorporarse sobre las delgadas patas, temblando y tambaleándose.

— ¡Sí, muy bien! —celebró Susan Bones, mientras que cuatro patas muy robustas, le salían a su taza y echaba a correr.

Beatrice se relajó y lanzó el hechizo, sus ojos se abrieron, ante las largas y poderosas patas anaranjadas que le salieron a su taza y comenzó a reírse descontroladamente, mientras su taza daba grandes saltos gimnasticos con patas de canguro.

Por si fuera poco, Montague todavía no se había recuperado de su estancia en el servicio; seguía desorientado y aturdido, y un martes por la mañana vieron a sus padres subiendo por el camino muy enfadados. —¿No deberíamos decir algo? —propuso Hermione con preocupación mientras pegaba la mejilla a la ventana del aula de Encantamientos para ver cómo el señor y la señora Montague entraban en el castillo—. Sobre lo que le pasó. Por si eso ayuda a la señora Pomfrey a curarlo.

—Claro que no. Ya se recuperará —dijo Ron con indiferencia.

—Ron tiene razón y... —miró detrás suyo y lanzó un hechizo de Homo Revelio perfecto, luego suspiró calmado, escribió en un pergamino: «Tenemos clases ADCAO ahora mismo» todos asintieron y se dirigieron a la Sala elegida por Beatrice, para aquellas clases.

—Bienvenidos a la Sala de Menesteres —dijo Beatrice sonriente —Muy bien: Es hora de comenzar... —la pelinegra frunció el ceño, al ver a su novia, haciéndole algo a la puerta —Hermione, ¿Qué haces?

Luna Lovegood se acercó y observó maravillada las Runas, mientras le daba a Beatrice, la respuesta que ella quería escuchar. — ¡Estás encadenando Runas y haciendo este lugar indetectable mágicamente!

—Exactamente, Srta. Lovegood. —dijo Hermione, mientras se giraba y dirigió su mirada a su novia —Creo que es momento de comenzar, Profesora Potter.

Beatrice asintió y dio paso al siguiente hechizo que podría aparecer en los TIMOS de DCAO.

Todos los alumnos, estaban maravillados y Hermione tomó una valiente decisión y cuando supo que la clase estaba acabando, se acercó y besó en los labios a Beatrice a quien los ojos jade se le abrieron. Sus alumnos comenzaron a aplaudir, mientras que ellas se besaban, pronto, todos se estaban confesando — ¡Eso es! ¡ESCUCHEN TODOS! —todos sus alumnos la miraron, mientras una salvaje idea apareció en su cabeza, como si una Bludger de Dobby la golpeara. —Creo que sé, como librarnos de Umbridge y los Decretos Educacionales, nos han dado todas las pruebas que necesitamos. —todos la miraron con extrañeza y expectativa.

.-.- .-.-

.-.- .-.-

.-.- .-.-

.-.- .-.-

27: Libertad (de expresión)