CAPÍTULO 3

—¿Qué harás hoy? —preguntó curioso, Gojo.

Utahime lo miró por el rabillo del ojo. Estaba, otra vez, más cerca de lo normal, si ella fuera a girar su cabeza para responderle lo tendría a escasos centímetros de su rostro. Respiró profundo, tragándose las ganas de llevar la conversación a una discusión, siguió hojeando los papeles que llevaba en mano con la vista al frente.

—Nada que sea de tu interés —respondió cortante. Gojo no había hecho otra cosa que molestarla desde que llegó a Kioto.

—Ya que me quedaré aquí un día más, me pareció buena idea que fueras una anfitriona responsable.

Aprovechando que Gojo se encontraba en Kioto, Gakuganji le había pedido de favor que se quedara para revisar algunas nuevas reformas en las cuales estaba trabajando para modificar con mayor eficiencia los reglamentos de la hechicería. Poco a poco, los ideales de Satoru se volvían más palpables y eso le hacía feliz. Nunca se hubiera imaginado que estaría codo a codo junto al viejo dándole un aire nuevo a su mundo.

Ahora que Oki y Umeko se habían retirado también a sus tierras del norte, sentía que había quitado un peso de su espalda, al menos por lo pronto, puesto que amenazaron con volver.

Luego de terminar sus asuntos laborales, decidió moverse al terreno personal.

Satoru seguía ahí, a un lado, invadiendo el espacio que le correspondía a ella. Iori imaginaba que estaba tratando de leer los reportes del evento de intercambio que recién le acababan de entregar, así que se los puso en la cara. Gojo los tomó y Utahime dio tres pasos lejos de él. El peliblanco sacudió al aire los documentos, no prestándoles nada de atención. Utahime refunfuñó pensando en que hacía eso solo para molestarla. Él sabía que no era correcto estar tan cerca, aunque al parecer lo había olvidado por completo.

—No es la primera vez que vienes a Kioto. Ya sabes dónde están los lugares para divertirte.

—Pero quiero algo diferente, no sé —alzó los hombros.

Gojo siguió ondeando los papeles en su mano, arrugándolos cada vez más. Utahime seguía las hojas con la mirada, con unas tremendas ganas de arrebatárselas.

—Puedo darte el nombre de algunos lugares a los cuales ir.

—No quiero ir solo —se quejó cual niño pequeño.

—Entonces vete a dormir.

—Que aburrido.

Satoru hizo rollo los papeles y comenzó a golpearse en el hombro, estaba pensando en qué artimañas podría utilizar para convencer a Utahime de que lo llevara con ella. Por otra parte, la pelinegra estaba rabiando al ver la forma tan descuidada que los documentos eran tratados.

—Dame eso.

Utahime estiró la mano para quitarle las hojas a Gojo, pero en un swing había esquivado la mano intrusa de ella, sólo hasta entonces pareció notar que había tomado algo. Gojo miró un segundo los papeles y luego a Utahime quien parecía sumamente molesta.

—Si no vas a leerlo entonces regrésamelo.

¿Por qué tenía que ser tan absurdamente alto? ¿Por qué le encantaba molestarla? ¿Para qué se le había acercado tanto si no quería leer el reporte? Se había estado comportando así desde la noche anterior cuando estuvo con Oki.

Era inútil intentar quitarle lo que estaba en su posesión, aun si estaba de puntas sobre sus botas, la mano sobre su cabeza era por mucho más alta. Gojo parecía divertirse, mostrándolo en su impecable sonrisa.

—¡Ya sé! —exclamó ante su revelación—, decidamos en un: piedra, papel o tijera.

—¿Qué quieres decidir?

—Si yo gano me llevas contigo, no te preocupes yo pago todo —había que incentivar de alguna manera para convencerla.

El "yo pago todo" hizo eco en la cabeza de Utahime. Esa noche iría a su bar favorito, no era un simple izayaka casual para ir a tomar o comer, el sitio era super especial para ella, dónde iban sus amigos no hechiceros, dónde pasaba noches divertidas cantando en el karaoke o viendo partidos de béisbol, embriagándose hasta casi vomitar. Pensó en todo el dinero que podría sacarle a Gojo esa noche como venganza, pero desgraciadamente eso significaba llevar a Gojo con ella y la idea no le gustaba tanto.

—No —respondió tajante. Volvió a estirar su mano para quitarle los papeles, Gojo simplemente los movió a un lado.

—No seas cobarde —la provocó astutamente— ¿O es que tienes miedo de perder otra vez?

Eso la hizo enojar. Tiró un pisotón a Gojo, sin embargo, también lo esquivó satisfactoriamente. Utahime refunfuñó de nuevo.

—¿Qué hay si yo gano?

—Me quedo aquí como niño bueno en la cama —lo cual era una mentira, si perdía lo más seguro era que se fuera de fiesta por su cuenta.

—No es suficiente incentivo.

—No hay límite de gasto.

—No.

—Si tú ganas terminaré el reporte del evento de intercambio.

—Eso es algo que obligatoriamente tienes que hacer…

—Espera… ¿Acaso vas a tener una cita?

Eso casi, casi sonó a un reclamo. La pelinegra dudó un momento de las intenciones de esa pregunta, pero con Gojo nada debía tomarse en serio, al menos en cuanto a ellos se trataba.

—¿Qué? —respondió torciendo el gesto.

—Es por eso que no quieres llevarme.

—¿Qué te importa si tengo o no tengo una cita?

—¿Y si me importara?

Lo decía en serio, aun si pretendía usar ese tono burlón para esconder el auténtico propósito de aquel cuestionamiento. Obvio no era Oki si es que se vería con alguien, pero tenía la imagen de ellos juntos muy presente en la mente. Utahime apretó los labios, indecisa en escoger cual sería la mejor respuesta.

Hablando de parejas, ambos habían tenido las suyas, antes y después de aquello que había sucedido muchos años atrás. Incluso en la actualidad, Utahime, hacía poco menos de un año había terminado una relación que no había durado tanto. Por otra parte, Gojo no se había hecho de una novia en forma desde los veintiuno.

La primera novia de Gojo fue una hechicera un año menor que él, asistía también a la escuela de hechicería de Tokio, solo que pertenecía al departamento de directores asistentes; una chica bella y talentosa para su trabajo, ella fue la que se le declaró, sin embargo, el 2007 no había sido un año fácil para Satoru, la realidad era que Gojo estaba hasta el cuello de misiones y además prefería pasar el tiempo perfeccionando su técnica ritual. El desenlace de esa relación fue de acuerdo a los hechos, sólo habían durado dos meses.

La segunda novia formal del peliblanco llegó en el verano del 2009, una hechicera un año mayor y que también había conocido vagamente dentro de la escuela. Una vez graduado de la preparatoria y habiendo procesado mejor todo lo ocurrido con Geto, creyó que sería buena idea ver que podía pasar. A diferencia de la anterior, pasaron cinco meses juntos, al final él la había terminado porque, aunque no se llevaban particularmente mal, en algún punto de su relación, ella se había vuelto sumamente celosa, algo que por supuesto no fue del agrado de Satoru.

A los veintiuno se animó por una última vez, luego de pensarlo mucho estuvo con una humana normal, tenían la misma edad, se llevaban de maravilla y el sexo era genial, no obstante, al pasar el tiempo el nivel de compromiso sentimental y emocional que su pareja deseaba era uno que él se negaba rotundamente a entregar. Luego de seis meses, lo mejor fue finiquitar esa relación.

Solo hasta entonces se dio cuenta que no se veía a sí mismo compartiendo todo de sí con otra persona. Prefirió experimentar y explorar el atractivo del deseo sin la obligación de abrirse a alguien, no lo hacía con nadie y mucho menos después de lo de Geto. Así que cínica y descaradamente siguió de flor en flor disfrutando de la vida y sus placeres. Utahime había conocido a algunos de los amoríos de Gojo, era inevitable no escuchar los rumores o haberlo visto por algún pasillo de la escuela echarle el brazo encima a una chica e inclusive verlo besándose con otras, eso nunca la incomodó ni hizo el intento por dilucidar con qué tipo de mujer salía. Prefería mantener su distancia y secretamente pedía que alguien pudiera encarrilar a Gojo. Cosa que evidentemente nunca sucedió.

Por parte de Utahime, las cosas eran muy similares a la vida amorosa de alguien promedio. Conoce a alguien, se gustan, salen, son novios, terminan. Desde que Gojo la encontró en la prepa, cuando ella tenía diecinueve años, el primer novio que le conoció fue a los veinte. Aún recordaba a ese chico: era de la misma edad que ella, pero se trataba de un no hechicero, el sujeto era simpático, un poco delgado y tan alto como él. Habían durado un año saliendo hasta que las prioridades de ambos tomaron rumbos diferentes.

Después de eso Utahime salió con otro hombre más hasta encontrar a un segundo que se convirtió en su novio. Ese chico había venido después de lo ocurrido entre ellos, y al tratarse de un hechicero podía verlos rondar juntos. Probablemente fue el único con el que experimentó algo parecido a los celos. Gojo había tenido en sus manos y probado la exquisitez del cuerpo de Utahime y ver a otro muy seguramente agasajándose de lo que a él se le había negado le irritaba. Cada qué podía, lo cual no era seguido, interrumpía sus demostraciones de amor, lo recordaba bien porque el chico era muy platicador y le seguía la corriente de inmediato. Utahime rabiaba cada que él hacía eso, pese a que trataba de guardar la compostura frente a su novio, ya que cuando Gojo estaba con los dos parecía ella el mal tercio. Utahime solía tener relaciones más estables a diferencia de Gojo, ellos habían durado juntos año y medio, parecían tan enamorados que a todos tomó por sorpresa, incluido a Gojo, cuando se supo que no estaban ya juntos.

Para cuando Utahime cumplió los veintiséis había comenzado a salir con un hombre dos años mayor que ella, no hechicero de oficio, pero con la capacidad de ver maldiciones, fue su relación más larga y la que más cerca estuvo de llegar a ser un felices por siempre. Incluso luego de tener un año de novios habían decidido vivir juntos. Utahime estaba feliz y muy enamorada, todos podían verlo. Para ese entonces Gojo ya había superado su faceta de celos y a decir verdad se sentía complacido que a Utahime le estuviera yendo bien. En algún punto fue inevitable para Satoru el cruzar palabras con él: era agradable, como la gran mayoría de los hombres con los que salía, parecía buen sujeto, bien parecido y era además demasiado listo. Pasaron juntos tres años, pero fue cuando estaban decidiendo dar el siguiente pasó que la situación se fracturó irremediablemente. Él le había pedido que dejara su trabajo como hechicera, puesto que él podría mantenerla cómodamente y además no le gustaría que sus futuros hijos se vieran envueltos en la problemática vida del mundo de la hechicería. Para Utahime su misión como hechicera no estaba en discusión y no se permitiría desertar de su trabajo, aun si fuera peligroso y casi mortal, era parte de su ser y amaba lo que hacía: tanto educar como proteger, además, estando de por medio su promesa con Gojo. Al no llegar a un consenso entre las dos opiniones ambos acordaron separarse, era lo mejor, puesto que ninguno ni otro quería dejar sus convicciones.

Luego de eso, Utahime se tomó un tiempo para recuperarse, la separación le había dolido, pero siendo de voluntad fuerte no se dejó caer más tiempo del requerido para sanar. Año y medio después volvió a salir con uno que otro, aunque nada satisfacía su gusto, podía pasar una noche con alguno, mas entregarse nuevamente sin estar segura era un riesgo que no quería cometer. Hasta hace un año había comenzado a salir con un hombre de su edad, lo había conocido en un partido de fútbol y se llevaron bien de inmediato, tras varias citas pensó que sería buena idea darle una oportunidad, entonces nada fue como lo planeó, luego de tres meses el trabajo lo había obligado a mudarse de país y por supuesto que Utahime no lo pensaba acompañar.

El trágico mundo del amor. Ella había tenido suerte, pero no la suficiente como para encontrar al hombre con el que quisiera pasar el resto de sus días. Para Gojo la cosa era más relajada, mientras hubiera una chica dispuesta a tener algo casual, él no necesitaba —ni quería— nada más.

—No voy a una cita…

—Si, me lo imaginaba.

—Idiota…

—Entonces ¿vas a llevarme contigo?

—Para empezar, iré a un bar, tú ni siquiera bebes algo de alcohol ¿para qué quieres ir conmigo?

—¿No puedo? ¿Qué acaso es requisito? ¿No tienen bebidas sin alcohol? ¿Podría demandar al bar por discriminación? —dramatizó en un santiamén, su elocuencia para alguien con su actitud resultaba mortal.

—No te soporto, en serio.

Estaba de sobra recordarse que Gojo Satoru era un hombre curioso. Iori sabía, porque la misma Shoko se lo había dicho, que de tanto en tanto solía invitar a Gojo a beber, claro que era un beber entre comillas porque él se pasaba el rato entre refrescos, tés y botanas mientras que su amiga tomaba como cosaco. Entre las conversaciones de sus borracheras, más de una vez Satoru le había hecho notar que lo trataba como un niño y Shoko no desmentía sus palabras: "eres un niño grande" le recordaba tanto como podía. Así que si, solía ir a los izayaka a pasar el rato, en compañía de Ieiri, en ocasiones sumados Ijichi y Kusakabe o en su momento Nanami, si los tiempos coincidían a veces hasta Utahime le tocaba ser parte del grupo.

—Tienes miedo de perder contra mí… Otra vez.

—Claro que no.

—Piedra…

—No voy a jugar…

—Papel…

—No voy a ju…

—Tijera…

Gojo golpeó el puño que Utahime había puesto delante de él con los papeles que traía en la mano.

—Gané —dijo felizmente.

—¡Eso es trampa!

—Pero yo puse papel y tú piedra.

—El juego no es así…

—Son las 6… —miró el reloj empotrado en alto— ¿Paso por ti a las 9? ¿Estarás aquí o en tu departamento?

—No lo puedo creer —dijo exasperada.

—Creo que iré a tomar un baño —estiró su cuerpo para relajarse, sus métodos de persuasión habían dado resultado—. Te regreso tus papeles.

—Hoy voy a beber hasta desfallecer —dijo mientras le arrebataba de las manos los documentos.

Claro que Utahime no le permitió a Gojo pasar por ella, así que acordaron verse fuera del bar. Antes de entrar, Utahime debía darle algunas indicaciones a Gojo y después rezar porque todo saliera bien. Conocía a su gente y podía hilar como avanzaría la noche.

Ella llegó primero, como era de esperarse, miró su reloj y se prometió a sí misma que sólo esperaría cinco o diez minutos máximo a que el idiota llegara. El bar estaba situado en una callecita lejos de la avenida principal, no era un bar de mala muerte, pero tampoco nada lujoso. Había dado con el lugar casi por error, sin embargo, le había encantado el ambiente, poco a poco se fue enamorando del establecimiento y la gente que lo frecuentaba y así terminó yendo ahí de tanto en tanto para alegrar o amargar, dependiendo del caso, sus días o noches.

Utahime miró el reloj en su muñeca, habían pasado siete minutos y la impaciencia resonaba en el golpeteo de sus botas de tacón sobre el asfalto. Justo antes de que hiciera un socavón, su compañero de esa noche hizo acto de aparición. Llegó campante, como si no fuera tarde, aunque para él llegar nueve minutos después era prácticamente llegar con diez minutos de antelación.

—Llegas tarde —retrucó Utahime de inmediato.

—Ni tanto…

Llevaba puestas sus gafas oscuras, aunque fuera de noche, eso sin duda llamaría la atención de los de allá adentro, sabía que las usaría así que ya tenía una excusa para ello. Reparó un momento en su bien vestir: pantalón negro, zapatos impecables a juego, cinturón de marca lujosa y una camisa pulcramente alineada en color gris oscuro, la cual dejaba ver sus clavículas; el cabello enmarañado, que a decir verdad no había notado que era más largo de lo habitual. Para ser una cita totalmente informal, Gojo se había esforzado más de lo necesario en lucir presentable.

—Parece un lugar de esos dónde secuestran gente y venden sus órganos —dijo risueñamente Gojo. El sitio no parecía tan malo, pero quería molestarla.

—Es un sitio decente con gente decente.

—Shoko me ha llevado a sitios de más dudosa procedencia. ¿Entramos?

—Antes de eso —Utahime suspiró—, por favor no llames demasiado la atención. Son buenas personas y no quiero que las molestes.

—¿Molestar a alguien? —dijo ofendido, señalando su pecho con la mano— ¿Cuándo he hecho algo como eso?

—Siempre —afirmó. Gojo frunció el entrecejo—. Además, si alguien pregunta eres un colega de la escuela. Ellos saben que soy profesora… aunque no de una escuela de hechicería.

—¿No es mucha molestia tener que estar mintiendo?

—Tal vez, pero las personas normales siguen temerosas de los hechiceros a raíz de lo ocurrido en Tokio. Así que es mejor no decir nada.

—Bien. Soy Gojo Satoru profesor de una preparatoria muy normal en el área metropolitana de Tokio —recitó con absoluta monotonía.

—Vamos —concluyó resignada.

—Adelante —ofreció cortésmente el paso, Satoru.

Dios, las manos que habían hecho aquella minifalda merecían ser canonizadas, eso fue lo que pensó Gojo al ver como aquella minifalda de cuero negro se ceñía perfectamente al trasero de Utahime. Hacía muchísimo tiempo que no la había visto usar algo así, no pudo evitar preguntarse si había elegido aquella prenda porque iría él –quería pensar que sí–, que deseaba ser vista por lo cual descaradamente pavoneaba sus caderas haciendo alarde de su bella figura. Si hubiera podido leer la mente de su compañera habría sabido que no la había elegido por él y de hecho, estuvo a punto de no usarla precisamente porque él iba a ir. No era tan corta como le hubiera gustado a Gojo, pero era mortal, resaltaba sus curvas y les daba una forma que le invitaba a tener pensamientos prohibidos. Más arriba de sus caderas, haciendo juego al atuendo llevaba una blusa de mezclilla azul claro. Se permitió ver su trasero un momento más antes de cruzar la puerta.

—Señorita, Iori.

Inmediatamente al ser vista un hombre de mediana edad la saludó alegremente, a juzgar por las ropas se trataba del hostess del lugar.

—Caballero —saludó formalmente a Gojo, inclinando la cabeza. Satoru le devolvió el gesto—. ¿Busca mesa para dos? —preguntó algo confundido.

—Oh, no. He quedado con todos esta noche.

El "todos" llamó la atención de Satoru, pero no dijo nada. El hostess hizo un ademán con la mano y atravesaron el pequeño corredor que dividía la recepción con el lugar en sí. El bar tenía más un estilo occidental.

A su derecha se encontraba la barra, más o menos para unas diez personas, el bartender que era un señor de probablemente unos cincuenta años miró a la pareja con reserva, al encontrar la mirada de Utahime le sonrió simpáticamente, quien a su vez agitó su mano para saludarlo. Frente a la barra había unas seis mesas cuadradas, una ocupada por un grupo de tres personas y otra por un grupo de dos. Siguiendo su vista al frente, al lado de la pared había tres mesas más grandes, para unas seis u ocho personas tal vez, dos de las tres estaban ocupadas por un grupo de personas respectivamente. En la esquina una máquina de karaoke algo vieja. En la pared frente a la barra había una tv grande, una más pequeña se encontraba colgada del techo entre las botellas de licor de la estantería. El lugar era un poco rústico, pero el ambiente parecía agradable.

—¡Iori–san!

Una chica se abalanzó sobre Utahime, Gojo la esquivó audazmente pues había salido detrás de ellos sorpresivamente. En cuanto pudo abrazó fuertemente a la pelinegra. Parecía mucho más joven que Satoru, a lo mucho unos veintitrés años.

—¡Utahime, llegaste!

Alguien más, del grupo numeroso del fondo, había levantado la mano para llamar la atención de ella. Era otro muchacho, joven también, pero no tanto como la primera. A su lado estaban dos hombres de mayor edad: unos cuarenta y algo; además de otras dos mujeres más o menos de la edad de Gojo.

—Te ves hermosa. Usaste la falda que te dije que compraras —dijo felizmente la muchacha, mientras hacía dar vuelta a Utahime para verla por delante y detrás.

—La compré después de que me enviaste la dirección. Quería que la vieras.

—Tengo buen ojo, supe que era para ti en cuanto la vi.

—Las botas también son nuevas, pensé que le quedarían.

—Por supuesto —volvió a mirarla de pies a cabeza—. Vamos con los demás, hace mucho que no te vemos.

Dicho esto, jaló a Utahime del brazo para llevársela a la mesa, ella solo miró de reojo a Satoru y se dejó llevar sin poder explicar que no venía sola. Él había estado parado al lado de las dos viendo el efusivo saludo. Cuando llegaron a la mesa todos parecieron contentos e intercambiaron saludos, era un bullicio.

—¿Tienes té gyokuro? —preguntó Gojo al bartender.

—Por su puesto.

—Parece que Utahime es bastante popular aquí —comentó Gojo mientras veía que la otra chica la abrazaba alegremente.

—Claro, la señorita Iori es apreciada por muchos clientes frecuentes del bar.

—¿De verdad? —dijo incrédulo. El bartender le acercó el vaso con su bebida, Gojo dio un sorbo, el té estaba dulce y bueno.

—¿Le sorprende?

—Solo un poco.

Gojo volvió a mirarla, ya estaba sentada al lado del hombre más joven, el cual parecía tener frente a sus ojos una diosa a la cual veneraba. Utahime sonreía tranquilamente, tan cautivadora que le hizo preguntarse a Gojo cuándo fue la última vez que había visto esa faceta suya. A su alrededor siempre parecía molesta, de vez en cuando se cuestionaba si había hecho algo malo, aparte de burlarse de ella constantemente. No creía que estuvieran en malos términos, después de todo ella siempre acudía a sus llamados cuando necesitaba su apoyo. Decir que eran solamente colegas sería mentir, así mismo dejar entrever que tenían algo era igual de falso. Tal vez, solo eran simplemente dos adultos demasiado imbéciles y orgullosos para aceptar plenamente sus sentimientos.

Si lo pensaba bien, de hecho, esa era la tercera vez en unos ocho años que salían sólo los dos, la vez anterior a esta había sido el año que Utahime rompió con su prometido. Desde entonces, fuera del trabajo solo se veían en reuniones dónde estuvieran implicadas más personas. Hasta cierto punto, todo el montaje ya le parecía absurdo, ahora bien, si aún era incapaz de estar a solas con él era porque "algo" seguía existiendo dentro de ella. No era simple amor, evidentemente, pero al menos si atracción. Él jamás había dejado de desearla, solo había aprendido a controlar sus acciones delante de ella, claro que muy de vez en cuando se permitía algún desliz que le hiciera saber que aún estaba dispuesto a romper aquel voto si estaba dispuesta, aunque Utahime siempre se hacía de la vista gorda. Era más fácil para ella fingir que no se daba cuenta o que solo era el típico Gojo haciéndola enojar, que darle vueltas a la cabeza y razonar que si bajaba la guardia terminaría enredándose con Gojo.

Utahime cruzó las piernas y la maldita falda subió dejando ver más de lo normal de sus hermosas piernas, sus muslos lucían fuertes y bien trabajados. No era de extrañarse porque entrenaba duro con sus alumnos y por supuesto que también por cuenta propia. Gojo se acomodó de espaldas a la barra y con el té en la mano siguió viendo hacia la mesa. Utahime se pasó el cabello suelto por detrás de la oreja, dejando a la vista su cuello; eso le trajo recuerdos de sus descuidados besos, una memoria de haber dejado marcas rojizas con su boca producto del frenesí de aquella noche de invierno. Degustó tranquilamente el té, que tenía en ese instante sabor a la piel de Utahime.

Mientras la veía, meditó que probablemente era la incómoda conversación que había tenido con Hijikata semanas atrás, que hacía que se cuestionara todas sus actitudes hacia ella a lo largo de los años.

—Oye, Iori–san, desde hace un rato he notado que el chico de la barra ha estado mirándote. Da un poco de miedo —dijo la chica que la había saludado a la entrada.

—¿Un chico? —había preguntado, pero se resistió en voltear a ver de quién hablaba.

—Si, el que está usando gafas oscuras.

—Ah, Gojo—dijo con decepción. Con tanta trifulca se había olvidado de que lo había traído consigo.

—¿Lo conoces? —preguntó uno de los hombres mayores.

—Si… —respondió temerosa— es un colega del trabajo.

—Espera, espera, espera —dijo otra de las chicas—, ¿viniste acompañada de alguien? —se llevó las manos a la boca como señal de asombro.

—¡Uta! Tú nunca has traído a nadie aquí —dijo la otra mujer.

—Si, si, lo sé —se apresuró a contestar antes de que empezarán a hacer castillos en las nubes—. Fue un caso especial, es de Tokio y quería conocer la ciudad.

—Haruhi ya fue a hablar con él…