CAPÍTULO 7
La cabeza le dolía a más no poder, su boca se sentía tan seca como el desierto mismo, inclusive la poca luz que se colaba por las cortinas le parecía insoportable, estaba teniendo una de las peores resacas que había experimentado en su vida. Ya no era la veinteañera que aguantaba frescamente una noche de bebidas y desvelo.
"Dios, que mal me siento", se dijo a sí misma mientras sostenía su cabeza. Lo primero era saciar su sed, así que fue a la cocina por agua. Arrastró los pies pesadamente sin verdaderas ganas de levantarse de la cama, pero a saber la hora que era y debía volver a la escuela de hechicería para seguir con su trabajo.
Cuando llegó a la cocina, un objeto en particular llamó su atención. Aquellos lentes negros estaban sobre la barra y a juzgar por como estaban precia qué solo los habían arrojado ahí sin más, sabía obviamente a quien le pertenecían. Los tomó en sus manos y cerró los ojos con mucha resignación.
"Que esto esté aquí significa que Gojo estuvo conmigo".
No recordaba nada luego de salir del establecimiento, vagamente tenía la impresión de que estuvo con Kaito, pero eso fue lo último que supo. Qué los lentes de Satoru estuvieran en su casa era la inequívoca señal que él la había acompañado.
Alarmada volteó a verse, suspiró aliviada al notar que llevaba exactamente la misma ropa que traía la noche anterior, eso significaba que al menos no habían pasado la noche juntos.
"Tendré que devolverlos…".
Después de tomar suficiente líquido, lo siguiente era tomar un baño. Olía a alcohol y sudor, lo cual no era muy placentero.
El agua que corría por su cuerpo se sentía de maravilla, había optado por usar agua un poco más fría de lo usual. Por un momento tuvo un corto recuerdo de haber estado en el baño con Gojo, aunque no lograba atar gran detalle. Mientras enjabonada su cuerpo, un dolor en la pierna llamó su atención, quitó la espuma de su muslo y vio el moretón que estaba ahí, al verlo más de cerca pudo cerciorarse que la marca tenía una evidente forma de una mordida.
"Serás idiota…".
¿Qué había pasado? ¿Lo había hecho a propósito para que ella se diera cuenta después? Se conocía bien y lo conocía a él, esa marca no hubiera sido hecha de no haberlo permitido ella. Sin embargo, tenía curiosidad por saber que había pasado, aunque no le preguntaría por nada del mundo. Eso iba a quedar como otro momento de fugaz desliz entre ambos.
……
Shoko recorría los pasillos del edificio principal donde se impartían las clases a los alumnos, cargaba una caja cuadrada la cual no decía nada. A juzgar por su semblante no parecía muy contenta en cumplir el favor que le habían pedido. Iba en camino a las aulas de primero, sabía que Gojo estaba en alguno de los salones. Seguía siendo el encargado de los de primero, aunque de vez en cuando daba lecciones a otros grados.
—¿Estás ocupado? —preguntó Shoko en cuanto abrió la puerta del salón. Por mero protocolo, porque era obvio que lo estaba, pero eso no le importó en lo más mínimo.
—¿Pasó algo?
—Directora —saludaron los cuatro alumnos de primer año, ella solo inclinó su cabeza.
—Me llegó esto para ti —dejó con cuidado el paquete sobre el escritorio.
—No pedí nada, además … ¿Si es para mí por qué lo tienes tú? —curioso inspeccionó la caja.
—Porque es una tsundere, supongo —alzó los hombros como resignada. Dio una calada larga a su cigarrillo.
—Oh, entiendo… —sonrió Satoru, no faltaba decir nada más para saber de dónde venía aquel detalle.
—Profe —alzó la mano uno de los chicos—, ¿se lo envió alguna novia?
—¿Cómo que alguna? —dijo una de las chicas.
—¿No es obvio que este Don Juan tiene varias? —señaló a Gojo.
Shoko miró a Gojo y le tiró el humo de su cigarrillo prácticamente en la cara. El peliblanco tosió en respuesta.
—¡Yo no dije nada! —se defendió presuroso.
—Me pregunto por qué dirán eso…
—No es mi culpa ser popular —respondió mientras abría la caja. No sabía el motivo de que Utahime le enviara algo.
—Que descarado —se quejó otra chica.
Gojo sacó del paquete una primera caja pequeña, al abrirla sonrió con sorna: "Utahime, tú no entiendes indirectas" se dijo a sí mismo al ver que le había enviado las gafas que dejó en su casa. No las había olvidado, las había dejado deliberadamente ahí para tener una excusa de volver, era obvio. ¿Qué se las enviara de regreso significaba que no quería volver a tenerlo ahí luego de lo que pasó? Y él que pensaba que las cosas habían avanzado por haberle permitido ir más allá de lo usual.
La otra caja, un poco más grande, le hizo sonreír de una forma más genuina. Era un jubako con adornos dorados, no necesitaba abrirla para saber que contenía. Algunas cosas nunca cambiarían por más tiempo que pasara.
—¿Y qué hay en el paquete, profe?
—Lealtad —respondió él enseguida.
—¿Lealtad?
—Avísale que te lo entregué —dijo Shoko antes de irse.
—Eres mi celestina favorita… —canturreó feliz.
—No creo que tengas otra.
—¿Cómo qué celestina? ¿No dijo que era popular? —volvió a hablar uno de los alumnos.
—Es un amor imposible —dramatizó Gojo. Los alumnos se rieron porque pensaron que era una broma.
—Profe, ¿qué tal si nos habla de sus experiencias amorosas en lugar de tener clase?
—Tentador… —se tocó la barbilla, se lo estaba pensando—, pero mejor volvamos a lo que estábamos.
—Al menos díganos que tiene la caja.
……
Primavera del 2008, Marzo.
En ese entonces Utahime se había graduado hacía dos años de la escuela de hechicería. A medida que pasaba el tiempo sus misiones eran cada vez más complejas, nunca se quejaba, le gustaba su trabajo y siempre se creyó capaz de cualquier cosa que le fuera asignada. Dado su ritual, lo más común era que acompañara a otros hechiceros a cumplir misiones. Al igual que Shoko, los rituales que servían en su mayoría como support no eran dejados libremente o expuestos directamente al frente de batalla.
Ese día las cosas no resultaron como ella hubiera deseado, todo había sido un desastre. Logró exorcizar a esa maldición, pero a costa de la vida de una decena de personas, incluidos muchos niños de por medio. La escena del crimen era aterradora, todo el lugar era un vestigio de la dura pelea y las graves consecuencias que ello había traído.
La cortina seguía puesta, no estaba en discusión el que se revelara tal desastre sin primero haber al menos retirado aquellos cuerpos que yacían destrozados por el lugar. Utahime estaba recargada sobre el automóvil de una de las Ventanas, quien más cerca de la escena, relataba por teléfono lo que había pasado y solicitaba más ayuda para limpiar el terrible panorama.
Gojo había llegado recién y no le tomó nada formarse una idea de lo que había sucedido, le habían llamado a él como respaldo luego de perder comunicación con Utahime tras un tiempo considerable, pero su llegada fue después que la misma hubiera terminado la misión.
Utahime sostenía con fuerza su mano izquierda envuelta con un trozo de tela de su hakama. Lloraba, lloraba sin vergüenza ni reparo, lo que había sucedido ahí era su culpa, se suponía que debía evitar esas muertes o al menos haberlas minimizado y todo se salió de control; aquella maldición resultó ser más poderosa de lo que podía contener por sí misma. Dada la urgencia y siendo la única que estaba en ese momento cerca del lugar de los hechos, los altos mandos le pidieron acudir ahí para exorcizar aquella maldición que se suponía no sería un gran problema. No sabía de dónde había sacado fuerzas al final para terminar la misión, a pesar de todo lo había hecho… Con grandes consecuencias de por medio.
La mano le dolía muchísimo, había recibido un gran corte desde la muñeca hasta atravesar sus dedos entre el anular y medio, sentía que si no seguía sosteniendo su mano se le partiría en dos. Más allá del dolor físico, la culpa la estaba matando, se sentía una completa inútil, aún era joven y le faltaba todavía experiencia, probablemente la conclusión de esa misión era reflejo de eso. Su pecho ardía de rabia y tristeza. No podía dejar de llorar y llorar, solo pensando en el dolor de las familias de aquellos que habían perdido un ser querido o el sufrimiento de aquellas almas dispuestas a la merced de tan terrible maldición.
—Utahime…
Era la primera vez en muchos años que su nombre era pronunciado con tal calidez, la comparecencia de su colega le hizo sentir aún más desasosiego. Gimoteó fuerte y agachó la mirada ahogándose en su pena. La sangre goteaba pesadamente, salpicando sus zapatos.
—Deja de llorar.
A diferencia de su primer llamado tan cauteloso, esta orden era tajante. Sin embargo, Utahime no podía, aún si le faltaba el aire, ella simplemente no podía hacerlo. Gojo le tomó la mano herida y entrelazó sus dedos con los de ella. Su mano se empapó de sangre, mas el resplandor de su ritual inverso opacó el carmín que escurría entre sus dedos. Utahime apretó con fuerza la mano de Gojo cuando el dolor se disipó, se había recargado al lado de ella junto al auto. Las heridas de Iori se curaron en un par de minutos, aunque ninguno de los dos hizo lo posible por soltar la mano que los tenía unidos. Utahime seguía llorando, Gojo estaba hombro a hombro con ella, solamente acompañándola en su dolor. Satoru vio de nuevo la escena y sintió asco. Entendía el sentir de su compañera, pero esas cosas a veces eran inevitables en una profesión como la suya, Utahime tendría que acostumbrarse a la derrota y la muerte si quería seguir adelante. Él sabía, que Utahime era sensible, educada y amable, tal vez no mostraba su mejor cara cuando se trataba de él, no obstante, Gojo la conocía y sabía muy bien que su corazón era noble, tanto como para llorar en una situación así.
—Deja de…
—E-esto… Es mi culpa —dijo con frustración entre su llanto.
—No es verdad. Este tipo de cosas pasan todo el tiempo.
—¿Te hubiera sucedido a ti?
Estaba recriminándose hasta ese punto. Sabía que de ser Gojo las cosas no habrían acabado tan mal, pero el muchacho no podía tomar a todo el mundo en sus manos, incluso el más fuerte no era capaz de salvar a todos todo el tiempo. Utahime lo sabía, solo trataba desesperadamente de echar la culpa sobre ella a toda costa. No estaba pensando en la debilidad que le mostraba a Gojo o si se burlaría de ella después, estaba decepcionada de sí misma, el salvar a unos cuantos a costa de otros no era una sensación de haber ganado. Tan solo quería sacar de su pecho el dolor punzante que le atravesaba.
Shoko había llegado también al lugar, no pudo ser tan veloz como Gojo. Dado los heridos sus servicios habían sido solicitados. Cuando bajó del auto y vio todo, lo primero que hizo fue buscar a su amiga. Grande fue su sorpresa al verla junto a Gojo, más aún que este estuviera rodeándola con sus brazos y más extraño aún que Utahime le estuviera devolviendo aquel abrazo. Se quedó un rato viéndolos, y a juzgar por la forma en que los hombros de Utahime subían y bajaban imaginaba que estaba llorando.
Shoko se movió hasta poder entrar en el rango de visión de Satoru, cuando se percató que él había notado su presencia le sonrió secamente y alzó su pulgar en señal de aprobación. Gojo levantó un poco las comisuras de sus labios.
—Utahime —la llamó Gojo mientras ponía una de sus manos sobre la cabeza de su superior.
Nada. Utahime sí había dejado de llorar, al menos audiblemente, pero seguía sollozando con la cabeza metida en el pecho del peliblanco.
—Utahime…
Nada.
—En serio, ya basta.
Nada.
—No me hagas usar mi último recurso.
Nada.
—¡Deja de ser una tonta llorona!
Gojo alzó la voz. Ser llamada así no era algo que le agradara, después de todo ella era su superior y le gustaba que le hablara con respeto. Utahime alzó la vista, con la intención de reprenderlo aun en su desasosiego, inclusive si sus ojos estuvieran hinchados y los mocos le escurrieran por su nariz. Por el contrario, lo que Gojo hizo la dejó incapaz de decir palabra alguna. Realmente, al que no le había importado el aspecto de su compañera era a él.
Había cierto sabor salado, el sabor de las lágrimas de culpa, de dolor, miseria y tristeza. Algunos se desquiciaban ante la desesperación, como era el caso de Gojo; otros se quebraban como ella. El fracaso no era un desconocido para él, había estado en su presencia en más de una ocasión. Había sido incapaz de proteger a Riko, había permitido que su mejor amigo se fuera de su lado para convertirse en un usuario maldito. Sabía y conocía todos esos sentimientos, aunque nadie se le ocurriera pensar que Gojo Satoru también experimentaba tristeza. No quería verse reflejado en ella, no quería tampoco que las contadas personas que significaban algo para él se sumieran en miseria. Utahime no se merecía el sentirse culpable. Él podría jugar y burlarse, pero había un límite.
Con lentitud rompió el sello que sus labios habían formado. Satoru limpió las lágrimas de Utahime con su pulgar y luego le sonrió con desfachatez, como solía hacerlo. Utahime estaba fatal, miraba atónita a quien segundos atrás había robado sus labios. No estaba enojada, más bien confundida ante las acciones de quien siempre solía molestarla. La había besado con tanta dulzura y mucho cuidado, cómo si sus labios fueran algodón de azúcar: un poco efímeros y pese a eso podías sentir el sabor en la boca que indicaba, indudablemente, el haber probado un pedacito de cielo.
Por supuesto que Utahime no sabía que ese no era el primer beso que Gojo robaba de sus labios.
—¿Q–qué crees que estás haciendo?
—Mi último recurso. Te lo dije —respondió de lo más normal a diferencia de lo ofuscada que Utahime se encontraba.
—No juegues conmigo —lo regañó.
—Hoy no —Gojo bajó la banda que cubría sus ojos y miró a Utahime.
El azul celeste de esos ojos manifestó los pensamientos de su dueño: había compasión y solidaridad. Sabía que Gojo no la culpaba en lo más mínimo por lo ocurrido sino todo lo contrario, que no estaría ahí si no creyera en ella.
Gojo revoloteó suavemente la cabeza de Utahime con su mano.
—Dejaste de llorar —sonrió divertido.
Utahime limpió los últimos vestigios de su llanto. Miró su mano que ya estaba como nueva desde hace buen rato, luego volvió a mirar toda la desastrosa escena.
—Terminemos esto y volvamos a casa —dijo con más tranquilidad.
……
Cuando Kusakabe entró a la habitación notó de inmediato a su colega centrado al cien por ciento en su tarea. La humeante tetera a su lado sobre el quemador eléctrico recién había sido apagada y sentía un poco el calor que irradiaba. Curioso se acercó hasta la mesa que usualmente usaban para preparar algunos alimentos menos elaborados. El jubako de madera con adornos dorados estaba al lado de un bote con té matcha, reconocía la caja porque, aunque los dulces no fueran lo suyo, era imposible no saber de los kyogashis de Yukari Zen. Kusakabe miró nuevamente a Gojo, extrañado que eligiera un sabor tan amargo —a sí le gustara el té— sabía que no era partidario de aquellos sabores. No preguntó nada, pero se quedó a ver que hacía.
Con cuidado vació el agua a la taza y después una medida muy precisa del matcha. De alguna parte del lugar sacó un chasen, que hasta ahora Kusakabe se enteraba que tenían uno. Con cuidado y a una velocidad constante, comenzó a batir la mezcla. Estuvo así unos minutos hasta que la espuma subió lo suficiente como para que estuviera satisfecho. Kusakabe lo vio sonriente durante todo el proceso, hasta que decidió probar su té y poner cara de asco seguido de un "puagh".
—¿Para qué haces usucha si no te gusta? —se quejó Kusakabe como si estuviera regañando al hijo que no tenía.
—Nada que el azúcar no pueda arreglar —alegó. Del sitio dónde guardaban las cosas para el café sacó un contenedor con cubos de azúcar.
—No creo que ese sea el punto.
—Ah, tengo que tomar una foto antes de poner esto.
Gojo abrió el jubako y Kusakabe asomó la cabeza para ver el contenido, había cinco kyogashis hermosamente detallados entre flores y hojas de colores vibrantes, eran tan bonitos que hasta sentía lástima porque los comieran.
—Recuerdos de Kioto —dijo mientras veía a Gojo acomodar en perfecto ángulo la caja de kyogashis y el té para su fotografía—. ¿Cómo los conseguiste tan rápido? ¿No tienes que pedirlos con una vida de antelación?
—Son un regalo…
Gojo tomó la foto, apretó unas cuantas veces la pantalla de su celular y guardó el aparato. A la taza fueron a dar 3 cubos de azúcar. Tomó asiento frente a su compañero y analizó con cuidado cual dulce comer primero.
—Este juego de kyogashis de Yukari Zen es incluso especial, no son wagashis normales incluso entre los ya exclusivos. Están basados en los dulces creados para los antiguos nobles de la corte imperial —explicó Satoru. Había escogido una flor de color naranja con motes dorados hechos con hojas de oro—. Deben comerse originalmente acompañados en una ceremonia de té.
—Sabes mucho para ser solo dulces.
—El espantoso té debería realzar el sabor dulce del mochi y el anko —agregó para después comer de un bocado el kyogashi. Sorbió un poco del té para pasarlo.
—Así que alguien te cree tan especial como para regalarte dulces de nobles.
—No lo creo. Los kyogashi no significan eso para nosotros…
—¿Nosotros?
—Ya que estás aquí te daré uno —Gojo sacó un dulce en forma de hoja—, pero solo uno.
NOTAS
Muy feliz año queridos lectores.
Aquí tienen algunas respuestas a varios conceptos que se usaron en este capítulo.
Jubako es una caja para guardar alimentos.
Kyogashis son dulces tipo mochi, pero muchísimo más bonitos y elegantes. Son el dulce tradicional de Kioto.
Usucha es té matcha, pero más ligero.
Chasen es un batidor de bambú qué se usa para preparar té matcha de manera tradicional.
Además una pequeña aclaración respecto a una corrección en la línea temporal.
En el capítulo 4, Gojo habla sobre "la Golden Week de su primer año de prepa", sin embargo, como la GW es en mayo, para la trama de este fic no tendría sentido que Gojo y Utahime fueran cercanos tan pronto, recordemos que en Japón las clases comienzan en abril (aunque realmente no sé si esto aplica para la escuela jujutsu... Supongamos que sí). Si bien es un detalle insignificante, podría causar ruido cuando los flashback del 2005 sean publicados ya que la dinámica de Gojo y Utahime en ese tiempo era diferente, así que este evento de la GW fue en el 2006 y no en el 2005. Haré la corrección pertinente en el dicho capítulo.
La actualización del día de hoy es la correspondiente al día 10 de Enero, la adelanté un poco por lo haber publicado el día 30.
