Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "The Pucking Wrong Number" de C.R Jane, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.
Capítulo Treinta y seis
Edward
Las cosas iban... bien.
Tan bien como podían ir cuando mantenías a tu alma gemela atrapada en tu penthouse.
Pero era el último partido de las Finales de Conferencia.
Y por fin pude sentir cómo se ablandaba.
Su cuerpo había sido fácil de vender. Era adicta a lo que yo podía hacerle, lo sabía. Y aunque no me había dejado follarla, le encantaba nuestra nueva rutina matutina.
Que consistía en mí con la cabeza entre sus piernas.
No me quejaba de eso.
Era mi lugar favorito.
Mi polla no estaba contenta. Pero mi mano le ayudaba a superarlo, al igual que el olor de su coño en toda mi lengua.
—¿Bella también se pierde el partido de esta noche? —preguntó Enzo, frunciendo el ceño al mirar detrás de nosotros su asiento vacío mientras nos acomodábamos en nuestro banco—. No ha venido a ninguno de los partidos de esta serie. ¿Están bien?
—Los finales. La están matando este semestre —solté, sabiendo que Enzo no tendría ni idea de cuál era su horario escolar y de que había terminado la mayor parte de las clases. No podía decirle que Bella estaba encadenada a una cama.
Esa era probablemente la peor parte de nuestra situación actual. Por primera vez desde que Tom había muerto, había tenido a alguien entre la multitud observándome, alguien a quien quería.
El hecho de que no estuviera allí era como un agujero doloroso en mi pecho. El último partido sólo había marcado un gol. Sin su mirada, no era lo mismo. Aunque me había prometido no separarme de ella ni una sola noche, no sabía cómo llevarla a Detroit sin despertar sospechas. Así que me pasé toda la noche hablando con ella a través de las cámaras mientras ella fingía ignorarme.
En mi opinión, es una gran forma de entablar relaciones.
Había puesto la tele para ver los partidos. Pero ella siempre la apagaba y se negaba a ver ninguno.
Esta noche, la había instalado en la sala de estar y arreglado la televisión para que no pudiera apagarla. Sus ojos estarían sobre mí, aunque ella no quisiera.
Mi chica era un encanto. Sabía que acabaría viéndola, aunque no quisiera.
También había cerrado el ascensor y me había asegurado de que todos los cuchillos y aparatos electrónicos estuvieran escondidos.
Era un encanto, pero aún no habíamos llegado a ese punto.
Para olvidarme de Bella y de nuestros problemas actuales, me puse los auriculares y puse a todo volumen Humble de Kendrick Lamar.
Joder, sí.
Al final de la canción, mi adrenalina estaba donde debía estar, bombeando con fuerza por mis venas y lista para salir ahí fuera.
El estadio estaba abarrotado, con todas las entradas vendidas, animando y rugiendo desesperadamente cuando salimos a la pista. Podía sentir su energía mientras patinaba.
El partido empezó duro, ambos equipos empujándose para hacerse con el control. Pero yo estaba preparado. Tenía la mente despejada y el cuerpo preparado para la acción. Y entonces ocurrió: vi un hueco, lo aproveché y metí el disco en la portería.
El público estalló en vítores cuando levanté mi palo de hockey y patiné hacia el cámara más cercano, haciéndole la señal del corazón para que Bella supiera que era para ella.
—¡Así se hace, hombre! —Enzo gritó mientras me daba una palmada en la espalda antes de reagruparnos para la siguiente jugada.
Seguimos luchando, de un lado a otro, pero yo aún no había terminado.
No iba a volver a dejar el partido con un solo gol.
Respiré hondo y observé el hielo, buscando con la mirada cualquier abertura mientras me hacía con el control del disco. Esquivé a un defensa y luego a otro, zigzagueando hacia la portería.
Al acercarme a la red, vi al portero tenso, preparándose para mi disparo. Desplacé rápidamente el disco a mi izquierda y luego a mi derecha, le engañé y le dejé tendido sobre el hielo. Disparé el disco hacia la red, rebotó en la cabeza de uno de los delanteros de Detroit y rebotó en la red.
Bueno... no me lo esperaba.
Levanté el puño en señal de triunfo y sonreí mientras patinaba sobre el hielo, escuchando los gritos de los aficionados y de mis compañeros. Acabé delante de la cámara, haciendo otra señal de corazón con las manos.
El público se volvió aún más salvaje.
Acababa de girarme para patinar hacia el banquillo cuando... me golpearon por detrás. Me golpeé con fuerza contra el hielo y me quedé sin aliento.
Al darme la vuelta, me di cuenta de que había una puta chica desnuda encima de mí. Estaba tratando de envolverse alrededor de mi cuerpo como una maldita anaconda. Intenté apartarla, pero había tetas y culos por todas partes y no sabía qué hacer.
Los de seguridad entraron corriendo y se llevaron a rastras a la chica.
—Te amo, Edward. Te amo. Por favor, cásate conmigo —gritó mientras la sacaban del hielo.
Enzo se acercó patinando, apenas podía mantenerse en pie, se estaba riendo tanto.
—Dios mío. Voy a grabar eso. Eso fue lo mejor de lo mejor. Tu cara cuando te golpeó. —Se dobló sobre sus rodillas, todo su cuerpo temblando mientras aullaba.
—¿Cómo llegó siquiera al hielo? —pregunté, poniéndome en pie.
Joder. Era una locura. En la NHL casi nunca había streakers. El hecho de que ella había sido capaz de llegar hasta aqui de esa manera. Impresionante y un poco aterrador.
Enzo y yo patinamos hasta el banquillo, donde el entrenador estaba alucinando con los árbitros por lo sucedido.
—Cullen, vete al banco. Vas a necesitar un minuto para recuperar la cabeza después de... eso —espetó, sin molestarse siquiera en reprimir su diversión.
Puse los ojos en blanco mientras los chicos se agolpaban en el hielo y Enzo y yo nos acomodábamos en el banquillo. Me pregunté qué le habría parecido aquello a Bella.
El equipo se esforzó hasta que sonó la bocina final... y ganamos.
El ruido en el estadio era ensordecedor y el público prorrumpía en vítores y gritos. Llovían serpentinas y confeti sobre el hielo, creando mi espectáculo favorito. Mis compañeros saltaban y se abrazaban, gritando de emoción. Me uní a ellos, con una sonrisa de oreja a oreja, sintiendo la emoción de la victoria correr por mis venas.
Enzo prácticamente me abordó mientras festejabamos.
Íbamos a la final de la Copa Stanley.
El sueño de todo chico, desde el momento en que pisaba el hielo de niño, era que algún día iba a estar aquí. Antes de Bella, soñar con este momento era lo único que me ayudaba a salir adelante.
Una serie más.
Intenté saborear el momento y empaparme del ambiente. El aire del estadio chisporroteaba de energía, y me sentí orgulloso de formar parte de esta ciudad, de esta organización. Los hinchas coreaban el nombre de nuestro equipo y sentí gratitud por su fidelidad.
Mientras continuaba la celebración, echaba mucho de menos a Bella. Quería que estuviera aquí conmigo, para compartir este momento.
Tenía que acelerar las cosas, devolvernos a donde estábamos antes.
Inmediatamente.
Porque no había forma de que jugara la final sin Bella en esas gradas.
Bella
El ascensor sonó al abrirse y fingí leer el libro que tenía en las manos. Me fastidiaba no poder leer una novela romántica sin pensar en él.
Antes de que Edward se convirtiera en el psicópata del siglo, ninguno de los héroes de estos libros era nada comparado con él.
Ahora también lo comparaba con los villanos... y seguía teniendo el mismo problema.
Siempre me habían gustado los pecadores irredimibles.
Y ahora parecía... que tenía uno propio.
Se materializó en la puerta, su mirada... aliviada, con ese mismo borde hambriento y asombrado que había tenido desde el principio, como si no pudiera creer que yo siguiera allí.
—Hola, chica de mis sueños —murmuró, apoyándose en la pared.
Había hecho todo lo posible por ignorarlo, tratando de congelarlo por así decirlo. La única vez que me falle fue cuando estaba entre mis piernas y no tuve más remedio que gritar su nombre.
Pero... me estaba debilitando. Cansándome de la distancia entre nosotros.
Lo odiaba.
No podía creer que esto fuera un pensamiento en mi cabeza, pero aparte de la cadena alrededor de mi tobillo, había sido perfecto.
Me hacía sentir aún más necesitada. Había empezado a subirme a su regazo cada vez que me traía una bandeja para comer, y a darme de comer con cuchara. Me ponía en su regazo para ver la tele por la noche. Y me abrazaba... constantemente. Hasta que me volví más adicta a sus caricias que antes.
Sabía que esto era una especie de plan ejecutado. Cada movimiento que hacía, cada dulce palabra que murmuraba, era con un objetivo final en mente.
Sólo que iba y venía sobre si odiaba ya tanto la idea del objetivo final.
Tenía pensamientos locos... como preguntarme si lo que había hecho era realmente tan malo...
Porque cuando realmente miré las consecuencias de lo que había hecho, no podía negar que estaba mejor.
¿Dónde había estado antes? Apenas llegaba a fin de mes en un apartamento minúsculo que debería haber sido condenado, trabajando en dos empleos mientras iba a la escuela. Lidiando con el acoso sexual en el trabajo. Pasando hambre muchas noches.
¿Y dónde estaba yo después de sus acciones? Viviendo en un enorme penthouse sacado de un sueño, un armario lleno de ropa de diseño, una barriga llena de comidas gourmet... y sexo más caliente de lo que jamás podría haber soñado o comprendido. No había hecho nada que interfiriera con los estudios, que para mí eran lo más importante de todo... Me había comprado un portátil nuevo y se había asegurado de que ya no tuviera que coger el autobús para volver a casa por la noche después de las clases. Sin tener que preocuparme por el dinero, el próximo semestre podría asistir a clases diurnas si lo deseaba y obtener mi título más rápido.
Y me había hecho sentir tan jodidamente amada. Por primera vez en mi vida.
Eso era lo que decían los locos, me reprendí.
Había mentido. Había hecho daño a la gente.
Me había manipulado.
No podía confiar en él.
Me quedé sin aliento cuando su mirada se clavó en mí. Llevaba ropa de gimnasia, el pants gris de Knights le colgaba de la cintura para que pudiera verle la V. Tenía el cabello húmedo por la ducha que se había dado después del partido, despeinado y pegado a la frente.
Conociéndole, habría corrido a casa en cuanto hubiera podido. Los músculos de sus brazos se abultaron cuando los cruzó sobre su pecho.
Estaba teniendo una reacción visceral con sólo mirarlo. El calor me subía por el cuello, los latidos de mi corazón se aceleraban.
Ugh. Que se joda por ser tan jodidamente caliente.
Tragué saliva, sintiendo un revoloteo en el estómago.
—Hola —respondí por fin después de terminar de comérmelo con los ojos, con la voz apenas por encima de un susurro.
Se apartó de la puerta y se acercó a mí con una sonrisa arrogante. Me dio un vuelco el corazón cuando se acercó y prácticamente se me cayó la baba al verlo.
Contrólate. Actualmente tienes una cadena alrededor del tobillo.
—Estás increíble —me dijo, mientras recorría mi cuerpo con los ojos.
Me miré la camiseta y los leggins que llevaba puestos, la misma ropa que me había puesto cuando él se fue al partido esta tarde. Ya que sólo podía cambiarme cuando él estaba cerca para quitarme el manguito.
Incapaz de contenerme, me sonrojé, con un calor floreciendo en mi pecho.
—Gracias.
Odiaba que fuera tan dulce.
Edward se inclinó hacia mí y sus labios quedaron a escasos centímetros de los míos.
—¿Has visto el partido? —preguntó esperanzado.
Ahora era cuando tenía que mentirle. Decirle que por supuesto no había mirado. Que esperaba que hubiera perdido. Y que se jodiera.
—Sí, lo hice —me encontré diciendo en su lugar, viendo una hermosa sonrisa extenderse por su ya demasiado guapo rostro—. Felicidades.
Grité y aplaudí sus dos goles... y las señales de corazón que hizo para mí. Porque, obviamente, el Síndrome de Estocolmo había calado mucho más rápido de lo que pensaba.
También me había puesto locamente celosa cuando aquella chica desnuda había aparecido de la nada y le había placado.
Su cuerpo era mío.
Nunca, jamás iba a admitirlo, por supuesto.
Seguía mirándome fijamente y en mi cabeza sonaban señales de alarma. Quería estirar la mano y pasar los dedos por su cabello húmedo, sintiendo las suaves hebras contra mi piel.
Aparté la mirada y fingí leer mi libro. Antes de hacer una locura como esa.
Me lo arrancó de las manos y lo lanzó al otro lado de la habitación.
—¡Eh! —grité, cerrando la boca cuando sacó una llave del bolsillo y abrió las esposas que me rodeaban el tobillo.
Me cogió en brazos y salió de la habitación, caminó por el pasillo y entró en su dormitorio.
—Esto está hecho —dijo, tirándome sobre la cama.
—Lo entiendo. Estás enfadada. Estás furiosa. No confías en mí. Pero no me importa una mierda. Porque sé que también estás loca por mí. No tan loca como yo por ti. Pero te conozco. Sé que si te dijera que eres libre, no irías a ninguna parte.
—¿Me estás liberando? —pregunté, confusa.
—Joder, no —espetó, sonando afrentado, como si le hubiera ofendido.
—Entonces, ¿qué estás diciendo? —Mi voz era petulante... malcriada.
—Estoy diciendo que vamos a seguir adelante. Vamos a seguir adelante con nuestra relación contigo sabiendo que haré cualquier cosa para mantenerte. Cualquier cosa para hacerte feliz. Para que me ames. Y voy a seguir haciendo todas esas cosas.
—¿Así que nunca va a importar lo que yo quiera? ¿Simplemente vas a hacer lo que creas que es mejor?
—¡Probablemente! —gritó de repente. Era la primera vez que me levantaba la voz—. O al menos hasta que te des cuenta de que esto entre nosotros desafía toda lógica. Que no va a seguir ninguna regla que el resto del mundo... o tu puta madre haya establecido.
—No sabes nada de mi madre.
Ladeó la cabeza.
—Sé que te arrancó el corazón, igual que perder a mi hermano me lo arrancó al mío. Sé que oyes su voz en tu cabeza, que tu pasado te persigue. Sé que ella te ha aterrorizado para que aceptes lo que yo suplico darte.
—Así no es como se supone que debe ser el amor —grité, apretando los ojos mientras mis lágrimas amenazaban con ahogarme.
Me agarró la barbilla y me obligó a mirarle a los ojos.
—A la mierda el amor, Bella. El amor no es nada. Puedes sentir amor por cualquiera. Lo que siento por ti es dolor. Saber que una parte de mi puta alma vive fuera de mi cuerpo y ahora que la he encontrado, moriré si alguna vez la pierdo. Eso es lo que tenemos. El amor es una imitación ensombrecida para la gente que tiene la mala suerte de no encontrar nunca a su alma gemela. Lo que tenemos es todo.
Sus palabras me hicieron algo, recablearon algo en mi cerebro, como si me hubieran dado permiso para aceptar la locura, aceptar la oscuridad, aceptar que esto iba en contra de lo que la sociedad, y mi madre, me habían advertido.
Aceptar que no podría vivir sin él.
Edward me besó con fuerza. Desesperadamente. Como si ese momento fuera la suma total de nuestra existencia. Los labios entrelazados, nuestros gemidos llenando el aire, me permití tocarle de verdad por primera vez en una semana, recorrer con mis manos aquel hermoso cuerpo. Se estremeció y gimió contra las yemas de mis dedos como si mi contacto le causara dolor.
Gemí cuando se apartó bruscamente. Como poseído, me arrancó la ropa antes de quitarse el pants y los calzoncillos y tirarlos a un lado.
Sus dedos recorrieron mi garganta, rozándome el pulso un instante, antes de empujarme suavemente hacia la espalda. Se soltó y me agarró las piernas, abriéndome y metiendo sus muslos entre los míos, acomodándose en el espacio. Alineó su polla, frotándola a través de mis pliegues antes de introducirla unos centímetros.
—Joder, sí —gruñó con voz ronca—. Estaba desesperado por esto, nena. Desesperado por que tomaras mi polla. Déjame entrar, joder. —Su espalda se arqueó, su barbilla se inclinó hacia el techo, sus músculos tensos se desplegaron como un festín ante mí. Sus abdominales se flexionaban con cada embestida, sus brazos se abultaban mientras me abría los muslos.
Tuve un orgasmo instantáneo, incapaz de contenerme ante la imagen tan erótica que tenía delante. Fui yo quien le hizo esto. Fui yo quien le volvió loco. Tan excitado que no podía pensar.
—Edward —gemí, tratando de tomar toda su brutalmente gruesa polla.
Mi cuerpo se resistió al principio: era tan grande que una semana sin él era mucho tiempo... y gemí en señal de protesta. Me agarró de las caderas, me acercó y me miró fijamente mientras hundía su grueso miembro en mi coño palpitante.
—Casi dentro, nena. Puedes soportarlo. —Su voz era a la vez imperiosa y necesitada mientras se introducía en mi interior, llenándome y estirándome hasta el límite—. Eres una niña muy buena —me elogió con voz grave y ebria de lujuria mientras sus dedos se clavaban en mi carne, sujetándome. Sentí un dolor agudo que se transformó en una sensación palpitante y dilatada que gradualmente se transformó en éxtasis.
Gemí, mi cuerpo respondía instintivamente a sus hábiles caricias.
Sus embestidas eran agresivas, su polla entraba y salía de mí, golpeándome ferozmente, como si estuviera desesperado por que sintiera dónde había estado durante la semana siguiente.
Pero me encantaba. Me encantaba el sonido de sus gruñidos llenando el aire mientras follaba mi sexo hinchado. La sensación era casi insoportable, un placer intenso y desbordante que reverberaba por todo mi cuerpo. Sus potentes embestidas me golpeaban el cuello del útero, acercándome al límite.
Se mantuvo ahí, muy dentro de mí, mientras gemía:
—Joderr.
Mi cuerpo se tensó y empecé a palpitar alrededor de su gruesa polla.
Estaba inundada de un abrasador torrente de placer, con el corazón martilleándome en el pecho y la respiración entrecortada.
Gimió.
—Joder, sí. Estrangula mi polla. Eres tan perfecta.
—Edward, necesito... —gemí, con las caderas meciéndose contra él.
—¿Qué necesitas, cariño? ¿Necesitas que te folle? ¿Qué me ocupe de ese precioso coño? —gruñó.
—¡Sí! Sí... por favor —le supliqué. Me besó con fuerza antes de retirarse y volver a penetrarme de golpe.
De repente, se detuvo por completo. Me miró fijamente, con ojos desorbitados... y decididos.
—Bueno, primero necesito algo de ti, nena —murmuró mientras deslizaba su polla con una lentitud dolorosa... su tronco brillaba por mi humedad.
—Lo que sea —exhalé. Me sujetó las caderas con una mano para que no pudiera moverme ni un centímetro... e inmediatamente sentí un déjà vu de lo que había hecho antes.
Entonces no había conseguido lo que quería.
Pero estaba seguro de que ahora lo conseguiría.
—Sí, puedo verlo en tu cara. Sabes lo que necesito. Lo que tengo que tener. Lo que necesito desesperadamente. Dilo, sweetheart—me suplicó, entrando tan despacio que me ahogué en un grito de frustración.
Apretaba los dientes y sus músculos se flexionaban mientras trataba de controlarse. Se estaba torturando a sí mismo tanto como a mí.
Yo también lo deseaba. No podía seguir negándolo y, sinceramente, estaba cansada de luchar contra ello. También podría darle lo que quería.
—Dímelo. Dame lo que es mío —gruñó mientras mi coño chupaba su longitud.
—Te amo —susurré, con lágrimas calientes inundando mis ojos.
Gimió y se corrió, chorros calientes de semen que me llenaron por completo.
Sabía por experiencia que Edward tenía un control loco. Lo que significaba que se desharía sólo con mis palabras.
Un calor embriagador me recorrió el pecho.
—Estás tan orgulloso de lo que me acabas de hacer, ¿verdad, dulce niña? —sonrió con satisfacción mientras me penetraba con fuerza.
—Edward —grité, con el cuerpo al borde de mi propio orgasmo devastador.
—Sí, mi nena. Me perteneces, ¿verdad? Nunca me vas a dejar, joder. Vas a dejar que te cuide. Vas a dejar que te dé todo. ¿Verdad? —exigió.
—Sí —grité mientras me penetraba.
—Y tú me amas. Sólo a mí. —Su voz era áspera e insistente, acentuada por una profunda estocada que dio en el punto perfecto—. Dilo.
Sin aliento, jadeé:
—Sólo tú, Edward. Te amo. Por favor...
Sus caderas me penetraban sin descanso, acercándome al límite. Mi núcleo se hinchaba alrededor de su polla, succionando y tirando con cada movimiento.
—Soy el único que sabe lo que necesitas, Bella. El único que puede dártelo —gruñó, inclinando las caderas y penetrándome con golpes largos y profundos que me dejaban jadeando.
Me folló rápido y con fuerza, llevándome a un orgasmo de vértigo que me hizo convulsionar de pies a cabeza. Gimió:
—El coñito más dulce del mundo, nena. Me das lo que quiero. Dime cuánto te gusta.
Mis caderas se agitaron sin control mientras me apretaba a su polla, con todo mi cuerpo temblando de placer.
—Te amo. Te amo tanto, Edward —gemí a través del placer.
—Te amo tanto, joder. Te necesito. No puedo sobrevivir sin ti.
Y esa era la verdad. La verdad para los dos. Habíamos llegado tan lejos en este loco viaje, que no había vuelta atrás.
O bien seríamos dichosa y completamente felices con un «para siempre» que eclipsaría todas las historias de amor jamás contadas.
O nos destruiríamos mutuamente.
Y yo estaba más que feliz de correr ese riesgo.
No había otra opción para mí.
Levantó mis caderas, tocando un nuevo punto dentro de mí, y yo estaba al límite una vez más. Metió la mano entre los dos y trabajó mi clítoris, empujando dentro de mí con un ritmo entrecortado que me hizo gritar.
Edward me levantó más, y su mano se deslizó más abajo, los dedos presionando ligeramente mi capullo de rosa mientras martilleaba dentro y fuera de mí.
—Vamos, chica de mis sueños. Dame uno más. Llévame al cielo.
Todo mi cuerpo se estremeció cuando un violento orgasmo me desgarró y apreté su polla palpitante.
—Joder, joder, joder —gruñó, echando la cabeza hacia atrás mientras pulsaba dentro de mí... otra vez. Estaba increíblemente mojada, y nuestros fluidos combinados goteaban por mis nalgas y sobre la cama.
Se retiró, metió las manos entre mis piernas y sus dedos empujaron metódicamente su semen dentro de mí. Cuando recuperó el aliento, murmuró:
—Te amo tanto, joder —y sus labios rozaron mi pulso.
Estaba completamente jodida.
Y también estaba... completamente en paz.
Sí, Edward Cullen podría arruinarme.
Pero menudo viaje sería.
