Por la perspectiva de la historia, hay cositas que quería contar y no entraban, aquí dejo un par de extras para ver un poco más allá de ellos tres.
27 de marzo de 1982
— Feliz cumpleaños, James.
— Feliz cumpleaños, Prongs.
Remus y Sirius chocaron sus vasos en un brindis hacia el cielo y bebieron despacio, ambos con los ojos incómodamente picajosos.
— ¿Cómo va todo? —preguntó por fin Sirius a mitad de vaso, cuando el maldito nudo en la garganta había bajado bastante.
— Bastante bien. Me gusta el trabajo. Tenías razón, Ted es un buen tipo.
Su mejor amigo asintió. Él le había recomendado para trabajar con el marido de su prima, Ted Tonks, que había abierto una librería en el mundo muggle que vendía por correo también a magos.
— Me alegro —le palmeó el hombro.
— ¿Y tú? ¿Mejor con la escuela? ¿Mejor con Snape?
Para su sorpresa, Sirius se sonrojó. En su última reunión, a mitad de febrero, había estado quejándose de que era mucho más fácil lidiar con adolescentes de todos los tamaños, quizá porque él aún lo era un poco, que con el maldito grasiento. Y ahora ahí estaba, callado, mirando a su vaso y rojo como no lo había visto en su vida.
— ¿Qué ocurre? —le interrogó preocupado— ¿Habéis vuelto a discutir? ¿Ha perdido ya McGonagall la paciencia?
— Emmm, no. Encontramos la manera de arreglar nuestras diferencias —respondió, con una pequeña sonrisa tirando de una de las comisuras de su boca.
— ¿En serio? Me alegro, la verdad. —Golpeó sus hombros con camaradería, ese gesto que habían hecho millones de veces porque ninguno de los dos era muy tocón, ese había sido siempre James— ¿Qué hicisteis? ¿Os sentasteis por fin a hablar como dos personas civilizadas?
Sirius negó con la cabeza, la sonrisa de merodeador creciendo un poco más.
— Optamos por la opción cavernícola que implica que no haya sangre ni maldiciones.
— No te sigo.
— Follamos, Remus. Mucho y muy bien.
Su amigo lo miró con los ojos muy abiertos y despacio una sonrisa empezó a salir en su cara hasta que la habitación resonó con sus carcajadas. En respuesta, Sirius se relajó y se repantingó un poco más en la silla con su vaso entre las dos manos.
— Voy a suponer que mucho quiere decir que no ha sido solo una vez.
— No. Cada noche durante tres semanas ya. —Se puso serio a la par que se enderezaba un poco, y miró a su mejor amigo— Creo que me gusta para algo más que follar, Rem.
— Bueno, amigo. —Se levantó para coger la botella de whisky de fuego y rellenar sus vasos— brindemos por los amores inesperados.
Unas semanas después
— Severus.
Snape levantó los ojos de las tareas que corregía y miró a la subdirectora.
— Minerva —saludó con parquedad, sin soltar la pluma.
— ¿Va todo bien?
— Todo lo bien que estos ejercicios desastrosos me permiten. ¿Necesitas algo?
— Solo advertirte. Toma.
Miró ceñudo el pequeño frasco de ungüento que su compañera de claustro acababa de dejarle junto a la pluma y luego a ella. Descubrió que, bajo la estricta máscara de severidad que siempre mostraba, había un brillo travieso en sus ojos.
— ¿Y esto?
— Poppy dice que es el mejor ungüento para los mordiscos de amor. —Señaló con la barbilla hacia el que asomaba ligeramente sobre el cuello de su túnica— Y que le alegra que necesitéis esto en lugar de curas para maldiciones o puñetazos. Yo también me alegro, la verdad.
Severus trató de mantener el rostro impertérrito, pero fue inevitable sonrojarse un poco y esbozar una mínima sonrisa por la señal de aprecio y complicidad.
— Gracias. A las dos.
— Usadlo, por favor. Espero que por mucho tiempo.
— Trataré de no defraudarte.
— Bien. Te dejo con tus terribles correcciones. Hasta la cena.
— Hasta la cena —respondió el, volviendo a sus ejercicios.
Otoño de1998
— Tienes mala cara, amigo.
Remus suspiró y se pasó los dedos entre el cabello que comenzaba a encanecer prematuramente.
— Tengo un problema de trabajo —confirmó finalmente.
— ¿La tienda va mal? —cuestionó Sirius, preocupado.
Desde la repentina muerte el invierno anterior de Ted Tonks, Remus se había hecho cargo él solo de la librería. Hasta donde Sirius sabía, Andrómeda estaba perfectamente bien con eso, porque ya eran muchos años y Remus era parte de la familia.
— No, no —negó despacio con la cabeza.
— ¿Entonces?
— Nymphadora está de baja y se ha empeñado en echarme una mano.
Guardó silencio, como si eso fuera toda la explicación. Sirius frunció el ceño, impaciente, y golpeó ligeramente sus hombros.
— Sigo esperando el problema.
— Ella… creo que le intereso —confesó finalmente, bajando la voz y con la mirada fija en la madera de la vieja mesa de la cocina de su amigo.
Sirius estrechó los ojos.
— ¿Qué?
— Ella es muy amable y me mira y me hace muchas preguntas …
— Te conoce desde que era una niña.
— ¿Crees que no lo sé? —Le miró por fin de frente— Aún la recuerdo tropezando con las estanterías y las mesas cuando estaba empezando a trabajar allí.
— Me refiero a que Dora es muy amable, eres como otro tío para ella.
Esta vez Remus negó con más seguridad.
— Creo que es otra cosa. Oye, no me mires así, aún soy capaz de saber cuando a una mujer le intereso. Y Nym tiene tu sutileza.
O sea, ninguna, quedó en el aire.
— ¿Nym?
— Odia que le llamen Dora.
Su amigo volvió a estrechar los ojos.
— Espera, el problema no es ella, sino el problema es que a ti te gusta también. ¡Es una niña!
— Tiene veintiséis años. Y sinceramente, debería preocuparte más mi condición que mi edad, Sirius.
— ¿Andrómeda lo sabe?
— No lo sé. Te estoy diciendo que es sensación mía, no ha habido ningún gesto ni ninguna conversación. Pero me preocupa y necesito tu apoyo.
— ¿Te preocupa la reacción de Andrómeda? —suavizó el tono Sirius.
— Me preocupa que quiera encadenar su vida a un licántropo.
Como siempre que su amigo hablaba de sí mismo de forma periorativa, serguía siendo incapaz de decir la palabra licántropo sin hacer una mueca de autodesprecio, sirius tuvo la necesidad de agitarlo y hacerle ver la realidad. Lo sujetó del codo con firmeza para conseguir que le mirara a la cara.
— Ella sabe donde se mete. Y si realmente le gustas y te gusta, tienes que coger esa oportunidad de ser feliz y no soltarla. A pesar de que quiera matarte por seducir a mi sobrinita.
— ¡Sirius! —rio.
— Es así, para mí siempre será mi niña y tú el viejales que se aprovechó de ella. Pero oye, me hará feliz si a ti te lo hace —confirmó finalmente, guiñándole el ojo por encima de su taza de té.
30 de agosto de 2000
Minerva levantó la mirada de los papeles que revisaba cuando escuchó el sonido d eunos nudilo es en la puerta de su despacho.
— Buenas tardes, Severus, ¿ocurre algo?
— Quería hablar contigo, ha surgido algo.
— Eso suena a problemas para mí —respondió Minerva, señalándole la silla ante su escritorio.
Severus se sentó, tratando de mantener una calma que realmente no sentía. Si había alguien en su vida cuya opinión valorara por encima de todo, era Minerva. Dumbledore le había dado una oportunidad de redención contratándole, pero sabía que era ella la que estaba detrás porque ella había sido como una segunda madre para él en la escuela. La única persona además de Lily que le reprochó lo que hizo con verdadera preocupación por su futuro, la primera en animarle para que intentara tener una vida con Sirius.
— Necesito cambiar mis horarios y estar en casa por las noches y los fines de semana. Ambos lo necesitamos.
Las cejas de la subdirectora se alzaron hasta rozar la linea del cabello gris.
— Severus… el curso empieza mañana, ¿te das cuenta de lo que me pides? Es un gran trastorno. ¿Estás bien? ¿Tenéis un problema de salud del que no me habéis hablado?
Él cogió aire y entrelazó con fuerza las manos en el regazo, haciendo que sus nudillos se vieran blancos.
— No ocurre nada malo. Nosotros estamos bien, muy bien de hecho.
— ¿Entonces?
— Nosotros… ahora somos uno más.
— No entiendo. ¿Me estás diciendo que vais a adoptar? ¿Después de todo lo que habéis pasado con Harry?
Negó con la cabeza, un poco impaciente.
— Te estoy diciendo que en nuestra relación ahora somos tres. Y no podemos dejar a nuestro tercero todo el curso.
Ella se echó hacia atrás en su asiento, con cara de cómica sorpresa.
— Tú, la persona más responsable que conozco con su trabajo, quieres desbaratar mi elaborada organización para poder dormir con dos personas. —Severus asintió lentamente, con los labios fuertemente apretados—Si no te tuviera sentado enfrente pensaría que esto es alguna travesura absurda de Sirius.
— Debería habértelo dicho antes, pero es algo nuevo y no estaba muy claro hacia dónde iba. Y sabes que no te pediría algo así si no se tratara de algo más que la novedad de ser tres. Es una relación con alguien frágil que no puede sobrellevar otro abandono.
Severus supo que en ese momento Minerva había atado cabos, porque su rostro se llenó de ira y sacó la varita para apuntarle.
— Solo es un crío y vosotros sus tutores.
— Lo sé —contestó él, tratando de mantener la calma.
— ¡Es una barbaridad, Severus! Podría despediros a los dos por abusar de vuestro hijo.
Soltó las manos y se agarró con fuerza a los brazos de la silla mientras se inclinaba inconscientemente hacia delante, más furioso de lo que esperaba sentirse ante semejante acusación.
— En primer lugar, no harías tal cosa. Porque me conoces y conoces a Sirius. No es nuestro hijo y no es menor de edad. Y lo que tenemos los tres ha cambiado a Harry, Minerva. Ha dejado de beber, de drogarse y de buscar pelea. Es feliz y nosotros con él. Si quieres despedirnos, bien, pero no me acuses de abusar de nadie.
Minerva guardó silencio, con los labios fuertemente apretados, pero bajó la varita lentamente hasta dejarla sobre la mesa.
— Esto puede acabar con todo lo que habéis construido, ¿lo sabes verdad? —le dijo por fin, la preocupación maternal saliendo a la luz.
— ¿Crees que lo arriesgaría todo, mi matrimonio y mi carrera, por un capricho?
— No, la verdad es que no lo creo. Pero me cuesta tanto creerlo...
— Ya. —Severus se relajó un poco y volvió a echarse hacia atrás en la silla, las manos de nuevo en su regazo— A mí aún hay días que también —concedió.
La subdirectora respiró y soltó aire por la nariz con fuerza.
— Veamos como podemos arreglar este problema de horarios. Tengo que quitarte la jefatura de Slytherin y perderás esa parte de tu sueldo.
— Lo sé.
— Bien. ¿Cómo crees que está de preparado Draco para hacerse cargo de tu asignatura?
Remus alimentaba a su hijo de dos años, sentado en el regazo de su mejor amigo. El niño era inquieto por naturaleza, todos los Black que había a su alrededor coincidían en que eran sus genes. Y por lo general Sirius era de ayuda porque lo mentenía distraído contándole cuentos mientras comía, eso lo hacía quedarse sentado y más o menos atento a las palabras de su tío, pero ese día Sirius parecía tener la cabeza en otro sitio e incluso Edward parecía resentirlo, porque lo miraba de hito en hito, haciendo que su padre tuviera que llamar su atención cada vez que debía abrir la boca para meterle la cuchara.
— ¿Qué tienes en la cabeza? —le preguntó finalmente cuando Ted había terminado de comer y Sirius lo dejó en el suelo para que fuera a por un juguete que qería mostrarle.
— Creo que vas a matarme cuando te cuente.
— ¿Qué has hecho? —cuestionó mientras servía una copa de vino para cada uno.
— Harry ha vuelto a casa con nosotros.
— ¿Él está bien?
— ¿La verdad? Creo que sí.
De nuevo, como aquella vez años atrás en la que Sirius le estaba contando de su naciente relación con Severus, una comisura se levantó, insinuando una sonrisa entre nerviosa y traviesa.
— Tengo la sensación de estar perdiéndome algo.
Sirius dio un largo sorbo a su copa y se frotó la cara con la mano abierta, haciendo brillasr su anillo de boda.
— Merlín, no sé cómo contártelo —le confesó.
— Usando palabras, Sirius.
— Estamos juntos. Los tres —soltó, tan rápido que otro menos acostumbrado a él que Remus no habría entendido nada.
— ¿Ahora es cuando soy yo el que te digo que es solo un niño? —le respondió con calma, rellenando su copa.
— ¿Por qué no pareces molesto?
— Porque ese chico lo estaba pidiendo a gritos.
— ¿En serio? ¿tú también?
— Vamos, Sirius, Harry ha suspirado por ti desde que te conoció.
— Severus también lo dice. Yo debí de estar en otra realidad estos años.
Su amigo lo analizó unos segundos. A pesar del nerviosismo, Sirius parecía bien, relajado.
— Te conozco, Sirius, —Le recordó, conciliador— eres incapaz de plantearte siquiera tocar a un niño. Imagino que te ha explotado en la cara.
— Totalmente —Admitió, empezando por fin a dejar ver su sonrisa merodeadora—. Severus ha tenido que pilotar este tema por los dos. Aún hay días que lo veo dormido entre nosotros y me pregunto qué cojones estamos haciendo.
Remus se inclinó hacia delante, dejó la copa sonre la mesa y se desabrochó los puños de la camisa para remangarse, fingiendo seriedad.
— Ahora entonces es cuando te doy el discurso que me diste a mí, ¿no? Es muy joven, necesita tener experiencias acorde a su edad, bla bla bla
— Por favor.
— ¿Necesitas también una colleja?
— No, la violencia vamos a reservarla a cuando se entere el resto de la gente menos comprensivo que tú.
— Salvando ese tema, ¿eres feliz?
A Sirius le brillaron los ojos de una manera que hacía que Remus supiera la respuesta sin escucharla, pero aún así su amigo respondió, en un tono confidente y abierto.
— Le quiero. Fue un comienzo muy difícil, pero ahora que nos conocemos como adultos puedo decir que es imposible no enamorarse de él, Remus.
Recibió un pequeño abrazo justo antes de que Ted entrara en la cocina arrastrando lo que parecía ser su saco de los juguetes. Divertido, porque era cierteo que el niño le recordaba a sí mismo y a su madre, sirius se tiró al suelo con él para examinar sus últimas adquisiciones mientras Remus se preparaba para hacer la cena para ellos dos.
