La sala estaba silenciosa, solo se escuchaba el murmullo del oficiante, un anciano poco expresivo que no había tenido ni un comentario acerca de la identidad de los contrayentes. Vestidos con túnicas claras, los tres se cogían de las manos en un pequeño círculo, concentrados en repetir las palabras del anciano.
Los invitados, seis personas nada más, observaban callados a ese extraño trío. A pesar de conocer su relación, ninguno de ellos los había visto interactuando hasta ese momento. Evidentemente, todos habían visto desde distintas perspectivas la terriblemente mala relación entre el adolescente Harry y sus tutores, por lo que no sabían que esperar al llegar ese día a la pequeña casa de Cokeworth.
Les había recibido el jardín decorado para la ocasión y un Harry que nada tenía que ver con el de su adolescencia. Firmemente cogido de la mano de Sirius, porque parecía estar muy nervioso por el enlace, les había saludado con calma, incluso con cariño. Había bromeado con sus dos amigos un poco más relajadamente que con los demás, pero todos podían apreciar el cambio en él. Y en ellos, porque hasta Severus sonreía al mirarlo.
La ceremonia terminó cuando el oficiante trazó con su varita vigorosos hilos mágicos para rodear sus manos unidas. Todos vieron como Harry seguía con la mirada a los hilos dorados que brotaban de la varita del anciano y centelleaban alrededor de sus pieles hasta desaparecer. Y vieron como, todavía con sus manos unidas, una gruesa lágrima le caía por la mejilla. Aún así, alzó la barbilla para mirar a Severus, que le estaba murmurando algo con ojos cariñosos, y sonrió suavemente. A continuación se puso un poco de puntillas y se alzó para besarle con dulzura.
Repitió el gesto con Sirius mientras los asistentes comenzaban a aplaudir y a él se le llenaba el rostro con la sonrisa más luminosa que ninguno de ellos le había visto nunca.
Fue Sirius el que rompió el círculo para sujetarle la cara con las dos manos y susurrar algo sobre sus labios que ellos no pudieron escuchar mientras Severus sacaba una caja alargada del bolsillo de su túnica.
Con cuidado, extrajo de la caja un medallón que colgaba de una delgada tira de cuero y le dio un extremo a Sirius. Despacio, y todavía murmurando cosas que no podían oír, los dos hombres abrocharon el cierre mágico usando sus varitas. Vieron como Harry acariciaba el medallón con la punta de los dedos y volvía a sonreír antes de besarlos de nuevo.
Aquello pareció ser el final de la ceremonia, porque los tres se acercaron a estrechar la mano del oficiante, que enseguida desapareció, y por fin se acercaron a reunirse con sus invitados.
Repartieron abrazos, para sorpresa de todos. Animados y emocionados, los guiaron hasta una pequeña pérgola bajo la que habían dispuesto un almuerzo para todos y se sentaron a la mesa entre conversaciones cruzadas.
Era imposible obviar las miradas que intercambiaban. O los roces sutiles de los dos hombres más mayores a Harry. Sentado junto a Sirius, con sus dos amigos al otro lado, parecía inmerso en una conversación con ellos, pero cerraba los ojos como un minino cuando Sirius le acariciaba la mejilla, sujetaba su mano bajo el mantel o le pasaba los dedos distraídamente entre el cabello mientras hablaba con Remus, sentado frente a él. Por su parte, Severus, actuando como anfitrión, cada vez que se levantaba para traer o llevar cosas a la cocina, aprovechaba para besarle en lo alto de la cabeza o agacharse a decirle algo con una mano puesta en su espalda. Y Harry parecía brillar con ese cariñoso trato.
— ¿Puedo verlo? —preguntó Hermione, señalando el medallón.
Harry asintió y ella lo sujetó entre los dedos. Era una placa redonda dorada en la que sobre esmalte negro destacaba una gran S mayúscula dorada también que ella reconoció como la estilizada caligrafía de Snape por sus años de escuela. Lo giró con cuidado y leyó las palabras en el reverso: cuidado, amado y protegido.
— Es muy bonito. ¿Pero por qué no anillos como los suyos? —inquirió, presa de su insaciable curiosidad.
— Odiaba esos anillos cuando crecía. Esto —Se acarició el medallón y el cordón del que colgaba— es más yo, y más nosotros.
— No imaginaba que Snape fuera capaz de tener otra cara que no fuera la de "te voy a abrir en canal y arrancarte las entrañas si no haces bien la maldita poción" —comentó Ron, haciendo reir a sus dos amigos—. Y tú pareces otro.
— Es verdad, se te ve mucho más feliz. Nosotros —Miró a Ron un momento y él le hizo un gesto para animarla a seguir— nos alegramos mucho por ti y queremos que sepas que, sobre todo yo, no tenemos nada que criticar.
Ron y Harry rieron de nuevo y el pelirrojo le pasó su largo brazo por el hombro para besarla en la mejilla.
— Sí, tío, aunque sea un poco raro verte con ellos, está claro que es lo que necesitabas.
Él los miró un momento por encima de su hombro y sonrió con ternura.
— Lo es. Todo lo que necesitaba.
Y continuaron comiendo y charlando todos hasta que el sol empezó a ponerse.
A solas los tres en su dormitorio, procedieron a quitarle despacio la túnica a Harry entre los dos. En cuanto estuvo desnudo se arrodilló sobre la mullida alfombra, que habían comprado porque a él le gustaba esa postura, le gustaba que antes de irse a la cama los dos lo desnudaran y luego esperarlos en esa postura mientras ellos se ponían los pijamas y preparaban la habitación para la noche.
Solo que aquella noche, cuando se arrodilló, ellos no siguieron con su rutina sino que se quedaron a su lado. Tal y como funcionaba el hechizo que habían creado para el medallón, en el momento que estuvieron las protecciones de la casa instaladas con ellos a solas en el interior, el delgado cordón del que colgaba se había transformado en un grueso y suave collar de cuero con el medallón en el centro. Harry había sentido el cambio pero, tal y como ellos le habían pedido, se había abstenido de tratar de verlo o tocarlo. Hasta que ellos se desnudaron también, se arrodillaron junto a él y Sirius transformó la puerta del armario en un espejo en el que se reflejaban los tres.
Le dejó sin respiración la imagen de sí mismo, de las marcas y mordiscos que nunca les permitía hacer desaparecer, porque le gustaba verlas y evocar esos momentos en los que se sentía particularmente suyo, con solamente el collar adornando su cuerpo como una declaración aún mayor de propiedad.
— Es… —Alzó por fin los dedos para acariciarlo despacio— es increíble, gracias. Por esto, por todo el día de hoy y por los dos últimos años.
Aún mirándose los tres a través del espejo, Severus cogió una de sus manos como había hcho durante su enlace y la sujetó entre las dos suyas más grandes.
— Cuando me acusaste de lanzarte a los brazos de Sirius tenías razón en no entenderlo, yo en realidad solo quería que ocurriera, que se resolviera la tensión entre vosotros aunque supusiera perderlo.
Harry se giró a mirarlo,sorprendido, pero estirando a la vez la otra mano hacia atrás para que Sirius se la cogiera.
— ¿Lo temiste de verdad?
Severus se inclinó un poco y le besó la frente, los labios posados sobre la piel morena más rato de lo necesario.
— Por un momento sí. Pero aquella noche te metiste en la cama entre nosotros y nos pediste, le pediste a él que te abrazara nada más. Y os vi y deseé que funcionara, porque me quitaba el aliento veros juntos, lo sigue haciendo. Los dos sois mi vida.
Sirius se secó los ojos, muy conmovido por la vulnerabilidad tan poco habitual en su marido, y habló a su vez con voz ronca, haciendo que los dos se volvieran hacia él.
— Yo reconozco que luché contra mi mismo mucho en esos primeros días. Pero una noche te subiste a mi regazo con un bol de palomitas y te apoderaste del mando de la tele. Y de repente hizo click, como si todo fuera normal, como si hubieras llegado a ponernos la pieza que faltaba. La ternura y la diversión, las noches desenfrenadas y cocinar juntos por el día. Tenía mucho miedo de que quererte me explotara en la cara de nuevo, Harry, pero no ocurrió porque esta vez te quería de la forma correcta.
El joven los miró a los dos, con los ojos brillantes, y juntó sus manos para que las de sus dos maridos se rozaran.
— Tengo que contenerme muchos días para no ir por la calle gritando lo afortunado que soy porque tengo dos hombres increíbles que me aman y a los que amo. Hoy me han dicho Hermione y Ron que sois lo que necesitaba para ser feliz, pero la verdad es que os necesito incluso para respirar. Y ahora necesito que me abracéis en la cama porque no puedo llorar más en este día. ¿Dónde está mi noche de bodas?
Con una carcajada, Sirius se echó sobre él y lo derrumbó sobre la alfombra, llenándolo de besos.
Unos días después, a la vuelta de su viaje de novios, Harry estaba sentado en la cocina viendo a Severus amasar. Le encantaba ver a su marido cocinando a la manera muggle, le había ayudado a reconciliarse con algo que le generaba ansiedad en el pasado por los recuerdos de su infancia.
Sobre la mesa estaba la alianza de Severus, que solo se la quitaba para amasar. La cogió, atraído por la magia que se depositaba en la pequeña pieza de oro. Igual que su collar, las alianzas eran el símbolo de su enlace y por ello guardaban pequeñas cantidades de sus magias entrelazadas.
Curioso, se la acercó a la nariz, porque nunca había leído las inscripciones internas de las alianzas de sus maridos. Parpadeó sorprendido al descubrir que el grabado rezaba "SiriusHarry, cuidar, amar y proteger"
Con la alianza apretada en su puño, se puso de pie para acercarse y besar su mejilla. Severus lo miró de reojo un segundo, sin dejar de amasar.
— ¿Y esto?
Por respuesta, abrió la mano y le enseñó la alianza.
— Cambiasteis el grabado.
Severus sonrió un poco, moviendo los dedos entre la masa.
— Nosotros también somos tuyos.
Enternecido, Harry le pasó el brazo por la cintura y apoyó la cabeza en su hombro para seguir viéndolo amasar.
