Cap 7: Asperezas

Cuando Sísifo terminó su charla con Atena se dirigió a buscar a los demás. Si todos estaban listos podría comenzar a ayudarlos con sus cajas de pandora. ¡El único problema es que no sabía cómo demonios hacerlo! Él mismo no sabía cómo había logrado abrir la suya. Incluso pensaba que había un error, él pensó en todo tipo de cosas horribles al abrirla, su corazón era oscuro. Deseó poder, muerte y venganza, pero su armadura seguía siendo dorada y brillante, lo cual le ganó el ridículo apodo de "ángel de Atena". Sólo esperaba no fuera usado muy seguido o se volvería loco. No reflejaba nada de él ni quién era, siendo esto último lo que más le molestaba. Analizándolo entre líneas al ser llamado de esa manera se dejaba claro que él era propiedad de la diosa. Ese maldito "de Atena" era sólo otra forma de remarcar que era su mascota, pero de una manera disimulada y que, ―a ojos ignorantes como el de los fieles de la deidad―, era un halago. "Esa pequeña bruja encontró la manera de insultarme sin ser vista como una malvada diosa. Es más, se siente cómo si todos me gritaran esclavo y la maldita lo sabe y disfruta". Pensó con frustración al ser el único que entendía el significado oculto tras aquellas palabras dirigidas hacia su persona.

―¿Y a ustedes qué les pasa? ―interrogó al ver a Ganímedes y Adonis cruzados de brazos con obvios gestos de molestia en su rostro.

―Lo que sucede es que él… ―contestó el rubio señalando al de cabellos oscuros intentando explicar lo sucedido.

―Esta ramera cree que todos somos de su tipo ―respondió el ex copero de los dioses interrumpiendo al otro a propósito.

―¿Es en serio? ¿De nuevo? ―preguntó Adonis con molestia al ver la sonrisa cínica de su "interferencia".

A Ganímedes no le molestaba la presencia del rubio, o al menos no le había molestado hasta que se dio cuenta que se llevaba bien con Sísifo. Cuando se encontraron por primera vez en el templo de la diosa tras la invitación que les había hecho, lo primero que pensó es que realmente era hermoso como se decía. Y se lo hizo saber. Fue un cumplido realizado con una de sus encantadoras sonrisas, a lo cual el blondo le respondió con un saludo cordial, pero frío y distante. No entendía su actitud. Lo dejó pasar debido a lo avisado por Atena. Ella les contó que debían esperarla allí mientras iba a supervisar cómo le iba a Sísifo en su misión. Ganimedes gruñó creyendo erróneamente que la diosa estaba preocupada por aquel estafador. ¿Cómo podía un ser divino proteger a alguien de la calaña de aquel antiguo rey impío? Manchado de pecado, blasfemo y hereje. Un ser cruel, manipulador y codicioso.

Intentó entablar conversación con el rubio para pasar el rato. Sabiendo que el atractivo joven había sido un inmortal expulsado del Olimpo por culpa de Sísifo. Supuso un odio y rencor en su interior similar al propio por la vida lujosa perdida, pero se equivocó. Sucedió lo contrario. Aquel bello chico puso una mueca que sin dudas arruinaba ese rostro mostrándose enojado y hasta ofendido cuando comenzó a quejarse del estafador. No le dijo mayor cosa luego de eso. Sólo unos comentarios desviando el tema hacia el estado del templo de Atena. Debían limpiar un poco. Al menos quitar las malas hierbas creciendo en el interior y acomodar las pocas pertenencias que traían con ellos como ropa y un poco de comida. Y en el caso de Adonis un arco y flecha que usaba cuando iba a cazar. El copero de los dioses sintió que lo estaba evitando por alguna razón que no entendía, pero tras aquella discusión le quedó claro. Todos allí eran un montón de idiotas seguidores de Sísifo.

―Yo no juzgo rameras hasta soy amigo de Adonis y lo trato como una persona normal ―dijo sagitario restándole importancia al asunto.

―Sísifo ―regañó León al oírlo hablar de esa manera―. Eso fue grosero.

―Fue muy cruel de tu parte ―agregó el aludido.

―Pero tengo razón ¿no? ―preguntó el azabache mirándolo fijamente―. Tú mismo dijiste que te usaban para eso en el Olimpo.

―Era vida sexual activa… ―se defendió el ex amante de Afrodita.

―Ramera ―murmuró Ganímedes por lo bajo ganándose un par de malas miradas contra su persona.

―Ya, ya ―intervino el más adulto entre ellos mirándolos con severidad―. Sin importar lo que haya hecho en el Olimpo no tienen ningún derecho a juzgarlo y llamarle así. Ahora ambos discúlpense ―ordenó mirando a los dos de cabellos oscuros.

―Pero… ―intentaron reclamar.

―Sísifo ―habló en un tono más bajo y grave que le hizo saber que no estaba jugando con él―. Ganímedes tú también ―agregó sin perder su postura al respecto.

―Lo siento ―dijo el ex copero de los dioses de mala gana queriendo terminar rápido con el asunto.

―Siento haber sido grosero, pero en verdad no me importa lo que hayas hecho antes con los dioses. Para mí eres simplemente Adonis ―se disculpó sagitario a su muy particular manera y justo cuando el rubio iba a responder a sus palabras volvió tomar la palabra el azabache.

―¿Y ya vamos a abrir nuestras cajas? ―demandó saber Ganímedes mirando fijamente a Sísifo.

Adonis sintió unos fuertes deseos de golpear al copero por seguir siendo una interferencia para conversar. Ni siquiera pudo guardar silencio para oírle si aceptaba o no sus disculpas. ¿Qué tan desesperado estaba por conseguir regresar al Olimpo? Según lo veía eso era un asunto por demás saldado. Zeus jamás conservaba demasiado tiempo a sus amantes. Eran de lo más desechables para aquel mujeriego Dios. Ni siquiera su propia esposa Hera con su gran poder e inmortalidad podía mantenerlo lejos de las presas del rey de los dioses. Ese sujeto era de lo peor, siempre yendo detrás de doncellas y jóvenes hermosos, tomándolos sin su consentimiento. No podía decir con precisión si Ganímedes fue tomado por la fuerza y sometido hasta dejarlo así de sumiso o simplemente se entregó al ver los beneficios ofrecidos, pero por su actitud se inclinaba mucho por lo segundo. Es más, comenzaba a dudar de que existiera dicho secuestro para empezar. Gruñó por lo bajo algunas maldiciones para aquel sujeto por su particular manera de fastidiarle sin haberle provocado de manera alguna.

Eso es lo que más irritaba al de cabellos dorados, el trato tan descortés cuando no había sido grosero con el otro. Cuando Atena los dejó allí esperando, respondió a su saludo de la manera más amable que tenía. Al menos hizo el esfuerzo de no hacerle notar su desagrado por la manera tan descarada en que recorrió su cuerpo con la mirada. Además, aquella sonrisa a su parecer seductora que le dedicó lo puso nervioso. Se veía tan lujurioso y depravado como los dioses y mortales que lo acosaban. Supuso que sin los dioses brindándole esas atenciones en el lecho, el antiguo copero había puesto sus ojos en él para dicha tarea. No obstante, no le interesaba en lo más mínimo. Pese a ser atractivo era muy desagradable. Sus conversaciones fueron de lo más aburridas y sólo giraban en torno a cuan magnifico era Zeus y cómo Sísifo arruinó su amor con el dios del trueno. Le dio la razón mentalmente a Sísifo en desconfiar de él cuando se conocieron, si Ganímedes hablaba así de él.

―Antes que nada, les advertiré una cosa ―habló con firmeza Sísifo llamando la atención de los demás―. Tal vez Atena ya se los dijo, pero por si acaso se los diré yo: tengan cuidado con sus cajas de pandora.

―¿Cajas de pandora? ―preguntó León confundido por dicho nombre.

―Tal y como el mito, si abren estas cajas podrían desatar grandes males a la humanidad, pero si lo hacen con buenas intenciones, no habrá problemas ―explicó brevemente mirando su propia armadura con duda. No había desatado algún mal al mundo ¿o sí?

―¿Eso es todo? ―demandó saber Ganímedes viendo al más pequeño con impaciencia.

―También deben saber que necesitaran su cosmos para poder portarlas o les pesara como si tuvieran un toro encima suyo ―agregó conteniéndose de sus ganas de decirle que cambié esa actitud prepotente―. Todos ustedes saben lo que es el cosmos ¿verdad? ―preguntó viéndolos fijamente, ya que sólo a León le había explicado brevemente lo que era.

―Sí, es el universo que reside dentro de todos los seres vivos ―dijo Adonis con calma―. Es gracias al cosmos que los dioses pueden hacer todo tipo de cosas como maldecir, curar, transformar y demás milagros que los mortales sólo sueñan.

―¡¿Así es cómo lo hacen?! ―exclamó sagitario con sorpresa.

Aunque eso tenía sentido. Ellos usaban aquel "poder misterioso" para lanzarles rayos, mover mares, causar terremotos y demás obras que para ellos podían ser imposibles. "¡Momento! Yo manipulé el viento cuando me enfrenté a los centauros. Lo moví a mi voluntad para redirigir las flechas contra ellos mismos. ¿Sería eso lo que hizo Atena para apagar las llamas que incendiaban la ciudad?". El arconte del centauro meditó las palabras del rubio dándose cuenta de que, en caso de dominar mejor su propio poder, alcanzaría a hacer milagros como los dioses. Ahora entendía por qué deseaban sacarlo del inframundo, sólo querían evitar que siguiera aprendiendo sobre el cosmos. ¡Ese era el poder que separaba a los mortales de las deidades! Era justo como dijo Atena, los demás dioses se debilitaban al perder fieles y si ellos enseñaban el cosmos a más personas, ni el Olimpo podría detenerlos. Aunque hasta ahora sólo lo había usado para luchar, eso de que podía curar era completamente nuevo para él. Tenía mucho que aprender aún, pero estaba emocionado. Había tantos usos que podría darle al cosmos. Se aseguraría de dominarlo tanto que ni Zeus volvería a molestarlo.

―Si no sabías eso, ¿cómo abriste la caja de sagitario? ―interrogó genuinamente curioso el copero.

―Yo… ―comenzó a hablar el azabache llevándose una mano detrás de la cabeza rascándose la nuca con nerviosismo―. Estaba en una situación de peligro. Unos centauros atacaron una ciudad y estaban matando a todos, así que me enojé y llamé a sagitario. Luego todo fue aletear con todas mis fuerzas y pum, pau, pum por aquí y por allá y luego un woooh ―explicó Sísifo moviendo sus brazos de manera exagerada intentando emular sus movimientos al momento de aquel combate.

Los demás lo veían sin entenderle nada de lo que decía. Aquellos sonidos realizados por su boca no eran muy ilustrativos por mucho que moviera los brazos para ayudarse. León guardó silencio sin atreverse a preguntar por no quedar como un ignorante frente a todos. Aunque mantenía una sonrisa de ternura al ver al joven santo tan emocionado relatando cómo combatió con aquella desventaja numérica. Sólo agradecería que explicara con palabras en vez de sonidos. Por su lado, el rubio lo miraba igual de confundido que el castaño. Igualmente le puso toda su atención porque le recordaba a cuando guardó reposo y le relataba sus aventuras. Hasta ahora no habían tenido tiempo de hablar de manera fluida por lo mismo, no le había contado cómo fue su primera misión siendo un santo. Era su oportunidad de saber cómo le fue. El único que se mantenía serio era Ganímedes, quien analizó con cuidado sus palabras. Cada una de ellas por muy tontas o exageradas que fueran. Tras terminar su proceso de pensamiento se acercó a su propia caja y jaló la cadena para abrirla.

―¡Espera! ¿Qué haces? ―gritó sagitario preocupado de lo que fuera a suceder.

Para sorpresa de todos, la caja se abrió y en pocos momentos vieron la armadura desarmándose para acomodarse pieza por pieza en el cuerpo del copero de los dioses. Los presentes no podían creer lo que estaban presenciando. Con una facilidad abrumadora había abierto su caja y para desconcierto de Sísifo, ni siquiera se veía cansado ni terminó en el suelo como había sido su caso la primera vez usando a sagitario. ¿Cómo lo había logrado? Ganímedes sintiendo las miradas de todos sobre él sonrió con arrogancia y caminó elegantemente demostrando que su armadura no le pesaba en lo más mínimo. Según había entendido del atropellado relató del otro azabache, había abierto y usado su armadura tras una poderosa emoción que logró canalizar su cosmos hacia sagitario. Lo que al parecer el otro no entendía es que no se necesitaba de explotar emocionalmente si se podía racionalizar lo suficiente para concentrarlo a placer. Sólo tenía que mantener la mente fría pensando en su meta de dirigir todo su poder hacia un punto determinado. Era sencillo hacer eso cuando literalmente tenía una cadena para abrir su caja. Por lo demás, sólo debía dejar que el cosmos fluyera a través de sus venas como si de sangre se tratase.

―Fue muy sencillo ―declaró el santo de acuario con prepotencia hasta que se dio cuenta de un detalle―. ¿Por qué tú tienes alas?

―Porque la pequeña bruja tiene mal sentido del gusto ―respondió sagitario de mala gana por recordar que esas cosas le gastaban más cosmos del normal.

El antiguo copero de los dioses frunció el ceño por aquella respuesta. Esas alas eran algo que sólo poseían las armaduras divinas. Ese conocimiento lo tenía gracias a las historias que su amante le había contado sobre cómo derrotó a los titanes. En alguna ocasión Zeus le mostró la propia como uno de sus más grandes tesoros, antes de besarlo apasionadamente mientras le decía que él era su más grande tesoro y que superaba con creces el valor de aquella protección divina. Palabras dulces llenas de adulación y amor hacia su persona. Por eso mismo sabía del valor de las alas en las armaduras de oro. Para colmo parecía ser que sería el único portándolas, pues según los comentarios entre Atena y Sísifo, la armadura de Leo no las tendría. La suya no las tenía y la de Adonis probablemente tampoco. Ese maldito estaba acaparando todo lo bueno que ofrecía la diosa de la guerra. Podía jurar que estaba haciéndose el tonto respecto a no saber todo lo que implicaba un obsequio de los dioses.

―¿Cómo lo hiciste? ―interrogó sagitario mientras alzaba vuelo de manera inconsciente y revoloteaba alrededor de acuario―. Anda, dinos.

―¿Por qué habría de hacer eso? ―cuestionó con molestia.

―Para que los demás sepan qué hacer. Mi explicación no parece muy buena que digamos ―admitió el niño mientras seguía dándole vueltas―. Además, seguro podrías impresionar a la diosa Atena si eres tú el que les explica y demuestras ser mejor líder y maestro que yo. Serías visto como superior a mí y por lo tanto podrías reemplazarme fácilmente ―persuadió con una voz inocente en extremo.

Sísifo sabía bien que la caprichosa diosa no lo dejaría ir fácilmente y menos después de haber realizado una tregua, pero sí podía delegarles más responsabilidades a otros. Sí, prometió que los haría fuertes, pero nunca aclaró ningún otro término o condición. Ese pequeño vacío legal sería de gran ayuda para no ser el más cercano a Atena. Mientras fuera el único santo "útil" le tocaría cargar con todos los trabajos, en cambio sí Ganímedes se lucía, él subiría de puesto y sería el santo más importante. El de acuario pensaba en algo similar. Después de todo, su meta era volver al lado de su amante olímpico y para ello requería demostrar cuan valioso era. Si alcanzaba un estatus alto entre las filas de Atena, ―quien, dicho sea de paso, era una de las hijas favoritas del regente divino―, volvería a captar su atención. Si siendo un simple principe mortal capturó la atención y el corazón de Zeus con su belleza, cuando lo viera convertido en un hermoso y además poderoso guerrero jamás volvería a soltarlo.

―De acuerdo ―aceptó acuario para alegría del niño alado quien dejó espacio para que explicara lo que hizo―. La mejor manera de abrir sus cajas es concentrando su poder en la mano. Deben imaginar que no existe nada más que esa cadena e invertir todo su poder en la misma. Eso es todo. Una vez que la vistan sólo deben dejar que su cosmos fluya a través de sus cuerpos. Deben imaginarlo como si fuera su propia sangre, es su vida recuérdenlo ―explicó de manera breve, clara y concisa.

León se acercó a su caja viendo por unos momentos la figura tallada en la caja. Un león. Un símbolo de poder, valor y nobleza al que sin dudas deseaba hacerle justicia. Tomó aire y luego con la mano la cadena antes de jalarla, pero nada sucedió. La caja no se abrió ni un centímetro. Volvió a intentarlo con más fuerza, pero nada ocurría. Luego de varios intentos infructuosos, sagitario se acercó para separar su mano de la cadena negando con la cabeza. Mientras tanto Adonis hacía lo propio con su caja. Detalló los dibujos de los peces recordando brevemente el mito sobre los mismos. Esa constelación representaba a Afrodita y su hijo Eros. ¿Por qué le había tocado justamente esa? Su mano tembló cuando el frío metal de la cadena estuvo en su palma. Concentró su cosmos como le había explicado el copero, pero no se atrevió a hacerlo llegar a la caja, sólo había fluido hasta su brazo antes de retirar su mano como si aquella cadena le estuviera quemando la piel.

―inútiles ―se quejó Ganímedes viendo como ninguno de esos dos pudo con algo tan sencillo―. Así nunca llegaran a ser santos de la diosa Atena ―afirmó de manera despectiva antes de retirarse de allí con su armadura puesta.

―¿A dónde vas? ―cuestionó el rubio viéndolo alejarse tras aquellas palabras.

―A mostrarle a nuestra diosa que hay otro santo dorado más apto y habilidoso para servirle ―respondió con una sonrisa de superioridad.

―No se preocupen ―afirmó Sísifo con una sonrisa calmada una vez que acuario se alejó de ellos―. Ni siquiera a mí me salió bien la primera vez. Atena fue la que me vistió con la armadura y literalmente besé el suelo de lo pesada que estaba ―bromeó recordando con gracia como no podía ni levantarse.

―Oye, ¿no te molesta que Ganímedes hablé con la diosa? ―interrogó Adonis viéndolo con preocupación―. Si ella se entera de la prodigiosa habilidad que tiene corres riesgo de dejar de ser el ángel de Atena.

―Qué algún Dios te oiga ―respondió con despreocupación mientras se encogía de hombros―. Oigan, ya que no pueden abrir sus cajas y en vista de que aún no he comido nada, ¿qué tal si vamos a cazar?

―Pero deberíamos seguir esforzándonos en abrir nuestras cajas ―mencionó el adulto viéndolo con tranquilidad―. Las responsabilidades son primero, los juegos después.

―Yo vine volando directamente luego de mi pelea con los centauros, les ayudé en esto y no he probado bocado ―se quejó el niño con el estómago rugiendo con fuerza―. Además, en mi opinión las cajas de pandora se abrirán cuando llegué el momento indicado.

―¿Qué quieres decir? ―preguntó León.

―No sé cómo explicarlo, pero siento como si mi armadura fuera parte de mí, pero a la vez tuviera vida ―expresó de manera tan confusa que ni él se entendía―. Es que no lo sé, se siente como si hubiera una mente propia en la armadura que dice "sí, ahora eres digno" o algo así, pero no está ahí. No hay palabras, pero se siente como si ganarás una nueva capa de piel. No, eso es asqueroso ―reformuló de manera impaciente consigo mismo por no lograr expresarse correctamente.

El joven de cabellos ébanos estuvo a punto de arrancárselos de la molestia. No tenía idea de cómo poner en palabras su sentir respecto a la armadura y no sabía si lo entenderían después de ponerse las suyas. Aunque por un lado si ellos no lograban abrir esas cajas no serían santos, no tendría que hacerlos fuertes para sobrevivir a los dioses y llevarían vidas tranquilas lejos del peligro. "Bueno, ya hice todo lo que podía por ellos. Hasta dejé que el sabelotodo de Ganímedes les diera una explicación magistral sobre esto y no se pudo. Qué pena, no serán santos y tendrán buenas vidas lejos de la bruja divina". Pensó con ironía, divirtiéndose por la suerte que le había tocado. Por su parte, el adulto seguía decepcionado consigo mismo por no haber logrado una tarea tan sencilla como colocarse una armadura. Mas, entendía que Sísifo tenía ciertas necesidades básicas que atender en esos momentos. Mejor dejarlo ir a alimentarse o tendría malos hábitos como saltarse comidas y eso a la larga podía afectarle a su salud. Era un niño en crecimiento y requería de toda la carne y verdura disponibles para crecer grande y fuerte.

―Ustedes deberían ir a conseguir algo de comer, yo me quedaré aquí e intentaré un poco más abrir mi caja ―sugirió León viendo a los más jóvenes.

―Atraparé una gran presa para ti ―aseguró mientras se retiraba la armadura. Esta volvió a armarse en el suelo con la figura de un centauro con arco y flecha.

―Iré por mi arco y flecha ―avisó Adonis feliz de poder ir a cazar. Esa era una de sus especialidades y algo de lo que disfrutaba mucho.

El rubio se alejó para ir al templo a buscar lo necesario para cazar mientras Sísifo se acercaba a la caja de piscis. Sujetó la cadena con curiosidad y cerró los ojos un momento. Se sentía raro. La palma de su mano hormigueaba de manera agradable. Como si hubiera una energía cálida y pura allí como residuo. Tras meditarlo un poco concluyó que ese era el cosmos de Adonis, tal y como supuso que sería de una persona con ese carácter, pero había algo que no entendía. Si logró transmitir correctamente su poder, ¿por qué no se abrió? Lo había visto usando la fuerza bruta para abrirla y pensó que su problema era similar al de León, en cambio su poder estaba tan concentrado que aún era capaz de sentirlo allí. El castaño puso su atención en la armadura dorada de Sísifo, preguntándose lo mismo que el de acuario, ¿por qué tenía alas? Su constelación era un centauro con arco y flecha, pero tenía ese pequeño extra. Aunque no se quejaba. Miró con ternura como el menor seguía curioseando la caja de piscis y pensó: Me alegra que esté dejando atrás aquellos apodos tan despectivos como "rey impío" y "estafador de dioses". Le queda mucho mejor el nuevo, si es un pequeño angelito.

―Ya estoy listo ―anunció el rubio regresando con dos arcos y varias flechas―. Vamos, Sísifo ―ordenó levantando la mano para señalar el camino―. Señor León, ¿seguro que no quiere venir con nosotros? ―preguntó amablemente.

―No, estoy bien así ―declinó el ofrecimiento con una sonrisa―. Quiero seguir intentando abrir un poco más mi caja. Diviértanse y tengan cuidado ―pidió recibiendo un asentimiento de ambos.

Tal y como dijo el castaño se sentó delante de su caja repasando lo que aprendió del cosmos junto a Sísifo cuando cazaban y lo explicado por Ganímedes. Aunque intentaba concentrar su cosmos, todo lo que conseguía era centrar su fuerza bruta. Por su lado los jóvenes que salieron a cazar se encontraban felices de pasar un rato haciendo algo que ambos disfrutaban. Se adentraron en un bosque cercano de donde Ganímedes y él habían estado obteniendo algunos frutos y cazando lo que hubiese cerca. Al llegar sagitario se subió a unos árboles buscando alguna fruta que comer para paliar el hambre en lo que conseguían algo que lo llenara completamente. El rubio vigilaba lo que el otro agarraba advirtiéndole cuando se acercaba demasiado a las plantas venenosas. De esas también había demasiadas y era peligroso que las mezclara con aquellas que sí eran útiles. Estando allí decidieron aprovechar para juntar hierbas medicinales. Adonis consideraba que eran necesarias para tratar las heridas bastante visibles de sagitario, quien al parecer desconocía o ignoraba su propio estado al estar de aquí allá saltando curioso de lo que había.

―Adonis mira ―llamó emocionado el niño señalando unas flores―. ¡Encontré rosas!

―Esas no son rosas, son "Adonis" ―corrigió el blondo con una sonrisa melancólica al reconocerlas.

―¿Las que nacieron de tu sangre? ―preguntó ladeando la cabeza intentando arrancar una, pero las espinas en el tallo hirieron su mano obligándolo a soltarlas.

―¿No conoces la prudencia? ―preguntó Adonis con diversión mientras cortaba un pedazo de su ropa para atársela en la herida abierta―. Con la mano así ahora no podrás usar el arco y la flecha.

―De todas maneras, no sé usarlo ―respondió Sísifo restándole importancia mientras se encogía de hombros―. Lo que me sorprende es tu florecita ―mencionó volviendo la vista hacia las flores.

―¿Cómo qué no sabes usar el arco y la flecha? ―interrogó sorprendido el bello muchacho con clara incredulidad―. Naciste como un principe y fuiste un rey, ¿no es de educación básica de la realeza aprender el manejo de armas? ―preguntó sin entender cómo se saltó todo eso.

―Lo es, pero odio el arco y la flecha ―contestó de manera caprichosa.

―Literalmente tu armadura y constelación tienen un arco y una flecha ―le recordó el rubio.

―No importa, les gané a esos centauros sin usarlo, es más ellos intentaron usarlas contra mí y no me pudieron hacer nada ―presumió orgullo el de cabellos oscuros.

―¿Y no te sientes incómodo con eso? ―cuestionó Adonis mirándolo fijamente.

―¿Por qué?

―¿No lo entiendes? ―preguntó el ex amante de Afrodita mientras lo veía incrédulo―. Tú dices odiar a los dioses, pero ¿sabes todo el peso qué tiene la armadura de sagitario? ―Tras una negativa de cabeza prosiguió―. La constelación de Sagitario representa al centauro Quirón, hijo de Saturno, mitad hombre y mitad caballo, rey de los centauros. Apolo le protegió, le enseñó el arte y la ciencia y le transmitió toda su sabiduría. Quirón era sabio y benefactor, conocía las virtudes curativas de las plantas y dominaba la cirugía. Llegó a ser un gran maestro y preceptor de grandes héroes como Jasón, Eneas, Aquiles o Esculapio. Finalmente fue herido en batalla por Hércules y tras su muerte Zeus le colocó en el cielo como Sagitario.

―Eso ya lo sabía, ¿qué tiene?

―Considerando lo mal que te llevas con los dioses y ese odio que siempre profesas hacia ellos, pensé que te negarías a llevar puesto el símbolo de alguien que tuvo tan buen trato con ellos; Apolo enseñó a Quirón las artes, Artemisa a cazar usando el arco y flecha, Zeus lo recompensó haciéndole una constelación. Todo por su devoción y entrega a sus enseñanzas. ¿No sientes que al usarla estás diciéndole al mundo "miren soy mascota de los dioses"?

―No había pensado en eso antes y ahora me haces sentir sucio ―respondió con una sonrisa forzada con rabia en su interior al darse cuenta que su constelación protectora era lo opuesto a él. Quirón era amado por los dioses, él en cambio era odiado por ellos―. Aunque Atena dijo que las estrellas son independientes de los dioses ―dijo restándole importancia antes de cruzarse de brazos con los ojos cerrados―. ¿Esto tiene que ver con tu repudio hacia piscis? ―interrogó abriendo uno de sus ojos para ver su reacción.

Adonis se sorprendió por aquellas palabras y su rostro reflejaba dicha sorpresa. Sus mejillas se sonrojaron de la vergüenza mientras desviaba la mirada hacia el suelo evitando aquel ojo azul que lo veía fijamente de manera critica. No es que fuera su intención sentir rechazo por esa armadura, pero los recuerdos de las diosas haciéndolo compartir su lecho volvían a él. ¿Lo que hizo con ellas estuvo bien? ¿Lo quiso realmente? ¿Alguna vez él sintió amor por alguna diosa o ellas por él? Luego de la separación el único recuerdo presente eran sus manos tocando cada parte de su cuerpo repitiendo lo hermoso que era. Él se había dejado usar para hacerlas felices. Era lo correcto, ¿no? Una manera de pagar la amabilidad con la que se hicieron cargo de él. No, desde que fue expulsado del Olimpo y perdió su inmortalidad, se dio cuenta que era poco más que una ramera para ellos. Alguien que sólo era "bonito". Un objeto de placer conveniente que usaban de vez en cuando y consentían para tenerlo dócil y obediente. ¿Y ahora qué tenía? Nada. No servía para nada, nadie requería de él y si muriera nadie lloraría su pérdida. Quizás sólo lamentarían no haberse acostado con él cuando aún estaba su cuerpo caliente.

Para Sísifo no era difícil adivinar que el rubio no quería nada que le recordara ni remotamente a la diosa del amor. Que de amor no tenía nada, puesto que ella era más bien como lujuria. No le extrañaba que los dioses no entendieran el amor y lo confundieran con atracción sexual si la diosa del amor se comportaba de esa manera. Para Adonis seguramente portar un símbolo de la constelación de la diosa que más daño le había hecho a su familia y quien lo había manipulado durante tanto tiempo, debía doler. Y ahora que lo pensaba, él no razonó demasiado acerca de los centauros. Sólo que había historias de centauros que nacieron de la fornicación de un pervertido con una nube y aquellos que nacieron del semen de Zeus en unos arbustos cuando se manoseaba viendo a Afrodita bañándose. Quirón sin dudas era el centauro más decente de todos, porque no imaginaba como se sentiría si su constelación fuera por un centauro producto de depravados. Si lo pensaba así tuvo mucha suerte a diferencia del rubio.

―Yo quiero ser un santo de Atena ―dijo Adonis sujetándose el antebrazo izquierdo con la mano derecha―. Me gustaría tener un lugar donde pertenecer, pero esa armadura…

―Deberías enfocarte en lo que realmente deseas hacer. Algo que a ti te haga feliz, como cazar o no sé ―sugirió Sísifo mirándolo comprensivo―. Si lo que temes es quedarte solo, no te preocupes. Si Atena no te deja vivir en el santuario porque no puedes usar tu armadura, me mudaré contigo y me aseguraré de estar pegado a ti para espantarte a los pervertidos ―ofreció con un puño en alto.

―¿Y cuándo tengas misiones y me quede solo?

―No creo que te quedes del todo solo, al fin y al cabo, creo que León tampoco está pudiendo usar su armadura.

―¿Y no crees que podamos? ―interrogó Adonis un poco indignado al sentir que los estaba tratando como unos débiles mortales o unos inútiles que sólo estorbarían su camino.

―Estoy seguro que tú podrías hacerlo si quisieras ―respondió el azabache con sinceridad mirando su mano lesionada―. Sentí tu cosmos en la cadena de piscis. Tú tienes el poder necesario para abrir esa caja e incluso el control de tu cosmos, pero no deseas usarla. No quieres un símbolo de Afrodita como tu protector. Y si no lo quieres, no tiene sentido obligarte a sufrir de esa manera. ¿Por qué lo harías? ¿Por Atena? ¿Para no estar solo? ―cuestionó con seriedad viéndolo fijamente―. Si tu único deseo es escapar de la soledad, hay otras maneras que no son torturándote a ti mismo. Esa caja no se abrirá hasta que tú realmente desees usarla.

El de cabellos claros guardó silencio ante aquellas palabras, pues tenía razón. Él no quiso que su cosmos llegara esa armadura. Sentía que, si lo hacía, ya no habría vuelta atrás. Volvería a cargar con el estigma de Afrodita. Algo que llevaba marcado en lo profundo de su alma estaría visible para todos cada vez que lo vieran portando su armadura. No tendría razón para enorgullecerse de usarla. Y aún conservaba la esperanza de poder cambiarla. Pese a las palabras de Atena acerca de cómo sólo podían usar las armaduras representativas de sus constelaciones regentes. Según lo explicado, las estrellas que los guiaban no tenían que ver con los designios de los dioses. No obstante, Ganímedes tenía como constelación protectora la propia. Le era imposible imaginar que no fue Zeus quien al revivirlo dejó que esa constelación fuera un medio para bendecir a su amante estando nuevamente como mortal. Si su teoría al respecto de acuario era verdad, eso quería decir que Afrodita pudo echar mano para que fuera su constelación la que lo regía.

―Creo que deberíamos seguir cazando ―dijo Adonis queriendo cambiar de tema rápidamente mientras se mordía los labios sintiéndose humillado e impotente―. Debería abandonar el santuario si no sirvo como guerrero.

―Oye, no te confundas ―llamo Sísifo mientras alzaba ambas manos mientras le miraba fijamente―. Yo no dije que no sirves como guerrero, sólo digo que no pareces querer serlo. Hay una gran diferencia entre querer y poder.

―¡No digas tonterías! ―reclamó viéndolo con ojos humedecidos de lágrimas contenidas de la pura rabia que sentía al sentirse rechazado―. ¿No lo entiendes? Tú no sabes cómo me siento porque no eres hermoso ―señaló con su dedo índice mientras Sísifo hacía un puchero―. Cuando tienes una belleza como la mía, no puedes hacer nada. ¡Todos pueden tocarte y hacer lo que quieran contigo y no hay nada que puedas hacer para evitarlo! ―exclamó poniéndose rojo por la falta de aire.

Sísifo no respondió. Se mantuvo estoico mientras esperaba que el otro terminara de gritar. Adonis por lo general era muy paciente y amable. Si estaba gritándole en esos momentos seguramente era porque el asunto donde se estaba metiendo era un terreno pedregoso en el corazón del rubio. Se preguntó así mismo como se sentiría si no tuviera a León, si Atena lo hubiera echado de su templo al ver que no era capaz de ponerse su armadura. Sin dudas, le dolería. Tendría miedo y se sentiría desamparado como cuando pasó aquella noche en completa soledad. Agradeció a cualquier deidad, que no fuera Atena, el haberle permitido pasar la noche iluminado por la hermosa luna llena. La oscuridad podía ser demasiado aterradora cuando no se tenía nada. Quizás los ex inmortales se sintieron cómo él cuando se los expulsó del Olimpo. Y a juzgar por lo que veía, estaban por su cuenta. "Ahora siento que fui demasiado cruel con Ganímedes". Pensó con algo de culpa por los insultos que profirió contra él. Suspiró y decidió primero terminar su charla con Adonis antes de pensar en el copero. Volvió a sujetar una Adonis sintiendo su herida volviéndose a abrir ante los ojos sorprendidos del de cabellos áureos.

―¡¿Estás loco?! ―gritó con regaño por volver a abrirse la herida que hacía poco le había atendido―. ¡Estás empeorado tu herida, si se tratara de una planta venenosa estarías muerto! ―regañó quitándole las espinas con cuidado

―¡Exacto! ―gritó sagitario emocionado alzando los brazos dificultando que lo curara―. Yo soy un santo de Atena, vencí a centauros, estafé a dioses y a diferencia de esta florecita yo puedo moverme y pensar. ¿No es increíble cómo una planta tan pequeña y bonita puede defenderse de mí?

―En el nombre del Olimpo, ¿de qué estás hablando? ―cuestionó preocupado por si no estaba envenenado por las espinas y comenzaba a delirar.

―Es sólo que estaba pensando en lo que dijiste sobre la belleza, ¿por qué algo o alguien bonito no sería útil? ―interrogó ladeando la cabeza mientras mostraba su mano herida―. Mira bien lo que logró esta pequeña, siendo bonita y con inferioridad de tamaño me hirió y si tuviera veneno como dices yo estaría saludando a Hades en estos momentos.

―¿Quieres dejar de blasfemar? ―interrogó Adonis por sus palabras.

―No, no quiero ―respondió Sísifo con una gran sonrisa―. Pienso que la diferencia entre los dioses y los mortales es similar a la que hay entre yo y esta flor ―señaló mostrando como su sangre seguía fluyendo por el corte a lo cual el otro lo vendó, de nuevo―. Si lo piensas así, tú sólo debes diseñar tu propio "veneno y espinas". Un modo de evitar que te toquen si no lo deseas, una defensa como la que tiene esta pequeña ―aseguró sonriendo―. Si te quedas en el templo y buscas hacerte fuerte te ayudaré, si deseas irte y no luchar, hazlo. Seguiremos siendo amigos sin importar lo que quieras hacer. Sólo asegúrate de buscar aquello que te haga feliz ―pidió cerrando los ojos unos momentos para dejarle la tarea de pensar al otro. Ya no tenía nada más que decirle. A partir de ahora todo estaba en las manos de Adonis.

―Vamos ―ordenó el rubio con voz tranquila cuando terminó de vendarlo―. Me quedaré con ustedes un tiempo más hasta decidir lo que quiero hacer. Puedo enseñarte a usar el arco y flecha, ¿te gustaría? ―preguntó de manera amable.

―La verdad no, pero ya que te ofreces haré el esfuerzo por aprenderlo ―respondió el de ojos azules soltando un suspiro. No lo dejarían tranquilo con respecto a sagitario, ah pero cuando quería cortarse las alas todos hacían la vista gorda sobre el hecho de que su constelación NO las tenía.

―Los ataques a distancia pueden evitar que te lastimen tanto ―explicó Adonis comenzando a caminar para retomar la marcha―. Con tu cuerpo, si te enfrentas a alguien de mayor tamaño te lastimaran al ganarte en fuerza bruta.

―Sí, esos malditos engendros de las nubes me pegaron duro ―se quejó caminando junto al rubio―. ¡Cuando aprenda a usar el arco y la flecha los atravesaré antes de que siquiera puedan verme!

―Gracias, Sísifo ―mencionó el adolescente apoyando una mano en la espalda del menor―. Voy a encontrar mi camino y verás cómo lo sigo hasta el final.

―¡Así se habla! ―alentó conforme por esas palabras―. Además, estés o no en el templo de Atena iría a buscarte donde fuera. Incluso en bosques tenebrosos.

―¿En serio? ―preguntó el rubio―. ¿Tan lejos irías?

―Mi otra opción es convivir con Ganímedes ―bromeó en respuesta mientras siguieron adelante.

Sagitario se sentía realmente feliz de haber conversado con su amigo. Si todo salía bien, conseguiría que Adonis tuviera una vida tranquila lejos de las garras de Atena. Después de todo, él no hizo nada malo. No mentía al decir que la caja de pandora no se abriría sin el deseo de su portador. Así que la diosa no podría reclamarle el no haberlo intentado, porque el deseo de portar una armadura no era algo que se pudiera enseñar o forzar. Sólo le faltaba salvar a León de ese destino.

Continuará….

Notas: La razón por la que Ganimedes abrió su caja sin dificultades es porque hice una distinción entre los signos. Sagitario es un signo fuego mutable, por lo mismo es apasionado, intenso y se adapta a las situaciones. En cambio, Acuario es un signo fijo cuyos ideales y visión difícilmente mutan, por lo mismo Ganimedes tenía claro su corazón al momento de tocar su caja.

Flor adonis: Los nombres populares de ojo de perdiz y gotas de sangre hacen alusión, respectivamente, a la semejanza de la flor con el ojo de esta ave, la que tiene el ojo negro y rojo a su alrededor, asemejándose en cierto modo a esta bella flor, que también recuerda a unas gotas de sangre caídas sobre sus verdes hojas; mientras que el nombre científico del género "Adonis" le viene de la mitología griega, en la que se cuenta que Adonis (joven de singular belleza, hijo del rey de Chipre Ciniras y fruto de su incestuosa unión con su hija Mirra) fue matado por un jabalí en una jornada de caza. Las gotas de sangre que manaban de las heridas de su cuerpo fueron convertidas por Afrodita, diosa del amor, en las flores de esta planta. El nombre específico de la planta "Aestivalis" proviene del latín y significa verano, en alusión a la época de floración de esta planta, la que en realidad comienza antes, en primavera, aun cuando es en verano cuando alcanza su plenitud.

Aun cuando esta planta tiene propiedades medicinales como cardiotónica, vasoconstrictora, sedante y diurética, es altamente tóxica, incluso para muchos animales que la consumen, por lo que hoy en día está rechazado su uso tanto en medicina popular como en la farmacopea tradicional, debiendo usarse en todo caso bajo estricto control médico.

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Según un mito Afrodita, la diosa del amor, la belleza y la fertilidad, se presenta siempre precedida de un aroma a rosas.

En la mitología griega se dice que las rosas eran sus propias lágrimas, que había derramado por el joven Adonis mientras él agonizaba en sus brazos. Sus lágrimas dieron rosas blancas, pero algunas se tiñeron del rojo, el rojo de la sangre de Afrodita, herida en unas zarzas en su desesperación por socorrer a su amante.

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Mito de los centauros nacidos del semen de Zeus: 2015/06/06/columna-del-dia/1845407-iel-mito-de-los-centauros