Cap 9: Padre
Sísifo se adentró al bosque con todos sus sentidos agudizados al máximo para no perder detalle alguno. Gracias a la práctica del manejo de su cosmos había conseguido averiguar cómo sentir algunas presencias. No era perfecto aún, ―pues sólo eran pequeñas afinaciones que realizaba mientras buscaba maneras de enseñarle a Adonis y León a manejar el propio―, pero le había servido para comprobar que podía sentir la presencia de la diosa Atena cuando se encontraba cerca de ellos. Si se concentraba lo suficiente a veces conseguía el mismo resultado con respecto a los demás. Excepto con Ganímedes. Ese maldito conseguía desaparecerse de su radar con suma facilidad. No lograba captarlo ni siquiera usando el cosmos como guía y le molestaba no saber cómo lo conseguía. Al menos tenía el consuelo de que los dioses eran tan poderosos que no ocultaban sus imponentes presencias y los seres que poco y nada podían hacer con su cosmos no eran capaces de ocultarlo tampoco. Si tenía en cuenta eso, los centauros seguramente no lograrían escapar de él.
―¡Por favor devuélvanme a mi mamá! ―gritó aquel niño entre lágrimas rogando hacia el bosque―. ¡Hice lo que me pidieron! ¡Se los ruego! ―suplicó a gritos.
"Pobre pequeño". Pensó sagitario al verlo con detenimiento, ya lo había visto antes cuando fue liberado, pero no dejaba de impactarlo aquella imagen delante suyo. El infante tenía la cara hinchada por los golpes, rastros de sangre en la ropa y varios moretones muy visibles. Sabía que lo interrogaron a golpes, pues se negaba a hablar por miedo a lo que le sucedería a su progenitora. "Aun así debieron tenerle algo de compasión al pequeño. Los centauros y las personas lo han maltratado bastante, espero que su madre siga viva. No me quiero imaginar lo que será de él si no es el caso". Suspiró manteniéndose oculto lo mejor posible entre las ramas altas de unos árboles. Contaba con que las hojas fueran suficiente para disimular su presencia allí. No pasó mucho tiempo antes de oír el característico sonido de los cascos chocando contra la tierra. Sin dudas se trataba de una manada de caballos o al menos, aquellos con la mitad inferior de equinos. No se equivocó, en breve habían llegado varios a rodear al pequeño como si de un remolino se tratara.
―Volviste ―dijo uno de aquellos monstruos viéndolo divertido―. Hiciste un gran trabajo.
―¡¿Dónde está mi mamá?! ―exigió saber el niño con la voz temblorosa llena de desesperación y miedo.
―Verás, hubo un cambio de planes ―habló el líder de aquellos centauros―. Ya no nos sirves para nada ―expresó con una sonrisa maliciosa mientras sus compañeros y él alistaban sus arcos y flechas―. Pero tu madre es una delicia que podemos conservar un poco más hasta que muera al menos ―dijo soltando una risa horrorosa.
Los medio equinos apuntaron al infante quien miraba en todas direcciones buscando una manera de escapar, mas estaba rodeado. Todo lo que veía a su alrededor eran las filosas puntas de las flechas apuntando directamente a su cuerpo. Era su fin. Estaba seguro que moriría y sin poder volver a ver a su querida madre. "Lo siento. Fui demasiado débil y tonto para salvarte". Pensó cerrando los ojos esperando el golpe final temblando completamente aterrado. Sin embargo, cuando el impactó de esas flechas no llegó y en cambio, sintió unos brazos cálidos rodeándolo abrió lentamente uno de sus párpados notando que delante suyo había plumas doradas. Giró un poco la cabeza encontrándose con un niño de cabellos oscuros abrazándolo por la espalda. Viéndolo bien, pronto reconoció que era ese que lo anduvo siguiendo rumbo al bosque y al que había intentado perder para no ser visto como un traidor por los centauros y que su madre pagara las consecuencias.
―¿Estás herido? ―preguntó Sísifo de manera seria oyendo las flechas impactar contra su armadura.
―¿Por qué? ―cuestionó el menor sin responder a su pregunta. Sagitario lo miró notando que de cerca era incluso un poco más alto que él. "Vaya, hasta el mocoso es más alto que yo". Se quejó mentalmente con un puchero.
―Odio ver a esos monstruos abusando de los débiles ―resolvió con sencillez restándole importancia al asunto―. Voy a abrir mis alas así que debes aferrarte a mí con todas tus fuerzas. Si te sueltas no me haré responsable si te mueres ―advirtió con una sonrisa de diversión que asustó al otro.
―Mi mamá… ―intentó hablar obviando aquella advertencia de parte del santo.
―¿Sabes dónde pueda estar ella y las demás secuestradas? ―interrogó con seriedad mientras concentraba su cosmos en su cuerpo.
―Sí, sé dónde están, pero… yo… no pude hacer nada por miedo a los centauros ―confesó apretando los labios y los ojos por la impotencia.
―Eso no es relevante ahora, saldremos de aquí e iremos a buscarlos ―declaró Sísifo con decisión.
El asustado joven frunció un poco el ceño por la interrupción y la manera de ignorar sus palabras advirtiendo el claro peligro que se avecinaba. Mas, su rostro cambió de expresión al ver la mirada de Sísifo. Se veían fijos en sus propias alas, no, en algo que iba mucho más allá de su reducida y opacada visión. Hizo caso a su orden de sujetarse fuerte y con sus brazos se aferró a su cuello. Una vez que lo sintió listo, sagitario usó una de sus manos para rodear el cuerpo contrario y respiró hondo para lo que se venía. Una vez que abriera su pequeño e improvisado refugio quedarían expuestos. Un mal movimiento y el niño podría salir herido, por sí mismo no se preocupaba pues contaba con la armadura dorada. Ni siquiera sintió flechas en su espalda y dudaba poder sentir esos trocitos de madera completamente inútiles frente a una aleación de metales divinos bañado en oro. Con todo resuelto, Sísifo apretó uno de sus puños y concentró su cosmos en él. Abrió sus alas con gran fuerza mandando a volar las flechas que iban en dirección a donde tenía sujeto al niño y con un rápido giro se aseguró de liberar el cosmos de su puño para noquear a los que tenía a sus espaldas.
―Increíble ―susurró el niño al ver el poder del santo.
―Nahh esto no es nada, sólo son centauros. Son muy fáciles de vencer cuando sabes cómo hacerlo ―dijo encogiéndose de hombros al ver a esos monstruos heridos gimoteando por tener sus propias flechas clavadas en sus patas de caballo―. Ahora dime dónde están las mujeres secuestradas ―pidió mientras comenzaba a volar llevándoselo con él.
―Oh sí, es por allá ―respondió el menor señalando hacia el norte―. Cuando nos capturaron fuimos llevados allí y luego de meter a mi madre con las demás, me explicaron su plan ―mencionó algo apenado por su forzada participación.
―¿Las demás? ―interrogó Sísifo.
―Sí, allí tenían cautivas a ninfas y lo que parecían ser aldeanas comunes.
―Así que estaban recolectando todo tipo de mujeres ―murmuró enojado mientras volaba en la dirección indicada.
―Señor ángel… ―llamó temeroso mientras seguían volando por encima de las copas de los árboles―. ¿Cree que Atena me perdone haber quemado su templo? Yo en verdad no deseaba hacerlo, pero me dijeron que era la única manera de que liberaran a mi madre y aun así ellos… ellos… ―sollozó haciéndose consciente de que estuvieron a punto de matarlo sin siquiera salvar a su progenitora.
―No te sucederá nada, yo mismo le diré a Atena que fueron los centauros los responsables. Ellos te dejaron sin opciones ―consoló mientras veía como salía humo de entre los árboles, haciéndole deducir donde estaba su "campamento" improvisado―. Pero déjame darte un consejo: Nunca dejes que sea el miedo el que te impulse a hacer nada. Las elecciones hechas con temor, no son reales, sólo son una manera de hacerte creer que la elección es tuya cuando sólo eres manipulado por alguien más fuerte.
―Pero ¿qué puede hacer alguien débil como yo cuando se le acaban las opciones?
―Crear las propias. Las oportunidades no llegan solas, se crean ―aseguró sagitario―. Si no luchas siempre vivirás sometido a los designios de otros. Siempre tendrás miedo porque ellos siempre tendrán algo con lo cual presionarte.
―Yo seré más valiente ―prometió el rescatado poniendo un rostro más serio con una nueva convicción.
―Ahora mismo necesito que seas valiente ―habló el azabache mientras descendía a la rama de un árbol a una distancia prudente de donde podía observar a las mujeres cautivas. Extrañamente no parecían estar vigiladas, sólo atadas de pies y manos―. Otro santo vino conmigo y ahora mismo debe estar en la ciudad, necesito que lo busques y le indiques que guíe a salvo a las mujeres fuera del peligro. Yo las liberaré, pero llegar a un lugar seguro será trabajo suyo y el que te encargo a ti es encontrarlo. ¿Puedes hacerlo? ―preguntó Sísifo sujetándolo por los hombros.
El niño asintió tembloroso. Temía que algo sucediera de camino a encontrar al otro hombre que mencionaba el ángel de Atena, pero si no lo hacía su madre no sobreviviría. Ignorando el temblor de su cuerpo y la tensión que sentía en los músculos de sus piernas le dio la espalda y regresó con intención de encontrar al otro santo. Sísifo esperó unos minutos hasta perderlo de vista. Realmente no tenía intención de que se encontraran de momento. De hacerlo ambos irían hasta su ubicación y se expondrían al peligro. En la mente de sagitario el plan era sencillo: enviar al niño a buscar a León para tenerlo entretenido y lejos de la futura pelea, liberar a las mujeres, hacerse cargo de los centauros mientras ellas huían, luego buscaría al niño usando su cosmos y cuando León le preguntara porque no lo esperó decirle que envió al niño en su búsqueda y se perdió. Todo resuelto y sencillo. Sacó su arco dorado y colocó una flecha apuntando a la cabeza uno de aquellos monstruosos seres cuando al fin los vio regresando. Acertó gracias a que se encontraba distraído comiendo. Mas eso puso en alerta a los demás de que estaban bajo ataque. Comenzó a dispararles flechas de manera rápida a medida que él mismo sobrevolaba por encima de ellos viéndolos correr intentando evitarlo.
―¡Es el ángel de Atena! ¡Prepárense y disparen! ―ordenó uno mientras se cubría de la vista de Sísifo.
―Ustedes sí que no aprenden ―se burló el niño mientras descendía hasta casi tocar el suelo y se acomodaba cerca de la improvisada fogata―. ¡Viento dorado! ―gritó usando sus alas para hacer descontrolar aquella llamarada hacia ellos. Luego se acercó a una de las mujeres y la liberó de sus ataduras―. ¡Desata a las demás y huyan al bosque! Yo las cubriré ―avisó mientras continuaba batiendo sus alas para desviar las flechas.
Cuando los centauros retrocedieron para cubrirse del fuego y el viento, Sísifo aprovechó para disparar repetidamente hacia ellos. Aquellas horrendas criaturas se movían de un lado a otro esquivando algunas de sus flechas, pero recibiendo otras. Sagitario por su lado tenía que usar su cosmos para mantenerse en el mismo sitio y actuar como defensa de los rehenes en lo que terminaban en desatarse. Lamentablemente el miedo y posiblemente las heridas habían entorpecido las manos de las mujeres, quienes tardaban demasiado por los temblores producto del miedo y los sustos repentinos cuando veían u oían a los centauros gritarles depravaciones. El niño gruñó para sí mismo, aquellos seres estaban aprovechando que él era un blanco estático para concentrar sus ataques en él. "Si no tuviera estás mujeres a mis espaldas, podría moverme y terminar con esto de manera sencilla, pero lo bueno es que puedo manejar esto. Sólo un poco más, en cuanto ellas se alejen lo suficiente yo…". Ni siquiera pudo terminar aquel hilo de pensamiento cuando sintió cómo una de sus piernas flaqueaba.
―¡Cuando las atrapemos las violaremos hasta la dulce, dulce muerte, rameras! ―gritaron algunos de esos centauros jadeando excitados.
―¡Ignórenlos y corran! ―ordenó Sísifo con firmeza―. Mientras mis alas las cubran estarán a salvo ―tranquilizó.
―¡Muchas gracias! ―gritaron algunas antes de obedecer a su orden y correr rumbo a donde les había indicado el santo en voz baja, advirtiéndoles tener cuidado y no separarse por nada del mundo hasta llegar de nuevo a la ciudad.
El santo de sagitario se sintió más reconfortado al saber que ya no tenía que mantenerse en un mismo sitio para servir de escudo humano. Sin embargo, sintió un fuerte mareo que lo hizo replantearse la opción de moverse. Sujetó su arco y tensó la cuerda intentando apuntar a los centauros. Sus manos temblaron y falló el disparo recibiendo diversas burlas de parte del bando contrario. No les prestó atención, o mejor dicho, no pudo hacerlo por estar ocupado batiendo sus alas y usando sus antebrazos enfundados por su armadura para protegerse las zonas vitales como las la cabeza y el rostro. No pasó demasiado tiempo antes de que sintiera como su cuerpo comenzaba a entumecerse haciendo difícil mantener la guardia alta. "Tengo que terminar esto rápido e irme". Pensó preocupado por cómo su cuerpo comenzaba a dejar de responderle sin razón aparente.
―¿Qué sucede, pequeño angelito? ―interrogó una asquerosa voz a sus espaldas que no tardó en reconocer―. ¿No me digas que no te acuerdas de mí? ―preguntó antes de darle un fuerte puñetazo en medio de la espalda.
Por la obvia diferencia de tamaño el cuerpo del menor cayó al suelo sintiendo un fuerte dolor que parecía haber atravesado su columna vertebral. Intentó levantarse, pero lo hizo con demasiada lentitud y casi sólo porque las alas hacían la mayor parte del trabajo. Ya no sabía si era la armadura o su cuerpo lo que estaba pesando, pero sólo quería volver al suelo y dormir. Sacudió la cabeza intentando mantenerse sereno y concentrado, pero un nuevo ataque en su dirección lo hizo alzar el vuelo. Aunque apenas si había despegado un poco sus pies del suelo cuando sintió como si le atravesaran el corazón. Se miró así mismo con sorpresa sin ver ninguna herida visible, no había siquiera sangre, pero le dolía. No pudo mantenerse en el aire y volvió a caer al suelo viendo a los malditos centauros acercársele con sus horrendas sonrisas.
―¿Qué demonios me… hicieron? ―preguntó con molestia de manera entrecortada sintiendo que estaba por perder la consciencia.
―Ya deberías saberlo ―gruñó uno de ellos sujetándolo del cuello para alzarlo en el aire―. Te devolvemos el favorcito por tu gran "hazaña" ―habló mientras le apretaba el cuello.
―¡Suéltalo! ―ordenó una voz que Sísifo conocía bien.
"No, no puede ser. León no debería estar aquí, creí que seguía perdido en el bosque o algo". Meditó sagitario haciendo el esfuerzo por mover un poco la cabeza y con la mirada buscar al adulto. Confirmó lo que se temía, pues había llegado en el peor momento posible. El de cabellos castaños corrió directamente hacia donde estaba ese centauro estrangulando a Sísifo y con un golpe que llevaba su cosmos concentrado en su puño logró tumbarlo. Tal y como supuso, al no llevar una armadura era difícil que creyeran que también manejaba el cosmos. Era cierto que carecía de la capacidad de abrir su caja de pandora de momento, pero como le explicó al menor, si dejas que los demás crean que eres débil, se confían y bajan la guardia. León se apresuró a atrapar en sus brazos a sagitario, quien viendo a esas bestias prepararse para atacar batió nuevamente sus alas con fuerza. Era doloroso hacerlo y le costaba horrores, pero al menos consiguió obligarlos a cerrar los ojos y darles paso. El santo de Leo no perdió el tiempo y se adentró al bosque con el niño en brazos mientras el azabache tenía su rostro en el hombro del adulto mirando hacia atrás usaba sus alas para cubrirle la espalda.
―Creí que ya no le quedaba cosmos ―gruñó uno de los centauros al ver que se les habían escapado.
―Apuesto a que es su última reserva ―mencionó otro mientras veía a su jefe directamente a la cara―. Estas flechas especiales que recibimos son infalibles. El ángel de Atena perderá todo su cosmos y morirá en cuestión de horas. Sólo debemos esperar.
―Pero ¿eso qué tendría de divertido? ―interrogó el jefe con clara molestia en voz―. Ahora no son uno sino dos de esos despreciables humanos los que me han golpeado ―reclamó sobándose el área donde León le había dejado una clara marca de sus nudillos―. No me sentiré tranquilo sabiendo que ese niño tuvo una muerte pacifica, debemos destrozarlos a ambos pieza por pieza. ¿Quién me acompaña? ―preguntó alzando la voz.
Los centauros vitorearon alegremente pensando en cuanto se divertirían dándoles muerte a los santos de Atena. Demostrarían a todo el mundo que ellos no eran unas bestias inferiores, eran capaces de vencer a quien fuera si se lo proponían. Con eso en mente, los medio equinos se dividieron en grupos para buscar por todo el bosque a esos dos. León pese a la distancia podía escuchar el sonido de sus patas golpeando la tierra. "Escucho con claridad a esos monstruos siguiéndonos, cuando lo que desearía es oír las quejas de Sísifo". Pensó al sentirlo demasiado callado. Lo tenía entre sus brazos, pero dado que el menor tenía su rostro apoyado en su hombro vigilando la retaguardia no conseguía verle el rostro. Aquellos ojos azules estaban fijos en algo más que los perseguidores. Sonrió de lado con un poco de burla al darse cuenta que Thanatos seguía sus pasos. "No creo que venga por León". Pensó riéndose de su propia suerte. Esta vez ni siquiera sabía por qué estaba muriendo, pero no le extrañaba demasiado tener al dios de la muerte tras suyo. Sentía unos inmensos deseos de cerrar los ojos y dormir. Empero, sabía bien que cuando lo hiciera Thanatos se lo llevaría como ya le había sucedido dos veces.
―León lo siento ―se disculpó el de cabellos ébanos mientras apretaba más sus brazos al cuerpo del adulto―. No quise faltarle el respeto a la memoria de tu hijo. Realmente lamento haberte hecho enojar antes de salir de la ciudad ―expresó con gran arrepentimiento.
"Al menos si me muero ahora será sin pendientes. No quiero irme sabiendo que él sigue enojado conmigo creyendo que no me importan sus sentimientos". Pensó soltando un largo suspiro. Después de esto podría cerrar los ojos y dejar al Dios de la muerte hacer su trabajo sin oponer resistencia. Se sentía demasiado cansado como para pensar en pelear. No obstante, no contaba con que León lo bajara de sus brazos y lo apoyara contra el tronco de un árbol para mirarlo directamente a la cara.
―No estaba enojado ―afirmó el santo de Leo mientras mostraba clara incomodidad en su rostro.
―Pero me diste la espalda y no me dirigiste la palabra después de decirte "papá" ―le recordó el de ojos claros viéndolo sin entender porque mentía. ¿Sabría que se estaba muriendo y por eso era amable para darle descanso eterno?
―¡Estaba feliz! ―expresó viéndolo con los ojos cristalizados mientras sus labios dibujaron una gran sonrisa―. Sé que estabas siendo sarcástico, pero por un momento me sentí tan feliz que no sabía cómo manejarlo. Para ti era un juego, pero para mí era la primera vez que me reconocías de esa manera.
Sísifo parpadeó confundido por aquella reacción. ¿Qué estaba feliz? ¿Qué clase de felicidad te hace apartarte de esa manera?
―No me mirabas ni me dirigías la palabra, no mientas sólo porque me estoy muriendo ―protestó enojado por sentir que le estaba teniendo lástima.
―¡No te estás muriendo! ―gritó León alzándole la voz odiando que siquiera se atreviera a pensar aquello―. Yo te dije que te quería como un hijo, pero tú nunca dijiste que pensabas de mí. Preferí dejar el tema de lado porque tenía miedo de que pensaras que te estaba usando de reemplazo para mi hijo, pero cuando me llamaste "papá" sentí que realmente me podías ver cómo uno.
―¡Y lo hago! ―reclamó Sísifo ofendido por el regaño.
―¡Pero nunca me lo dijiste!
―Eso es… ―se quejó el menor antes de darse cuenta de que tenía razón. El adulto le dijo con claridad lo que pensaba de él, cómo lo veía y cómo se sentía al respecto. Fue él mismo quien se comportó como un cobarde―. Es verdad. Siento no habértelo dicho antes, pero en verdad sí te quiero como un padre más que al que me dio la vida ―expresó sonriéndole con sinceridad.
―Aww qué tierna escena ―interrumpió uno de los centauros antes de darle un golpe a León en la sien antes de que sagitario pudiera advertirle que estaba tras suyo.
Sísifo hizo el esfuerzo de levantarse, pero no sentía sus extremidades responderle. León pese a tener el párpado hinchado por el golpe volvió a la carga intentando regresar el golpe. Mas fue interceptado por unas flechas que se incrustaron en su abdomen haciéndolo gritar de dolor y caer al suelo. Ambos santos estaban en peligro de muerte, por lo cual Atena vio la situación desesperada. Ella había estado vigilando la batalla a la espera de ver a León vestir su armadura. Sagitario había conseguido vestir la suya cuando estuvo en una situación similar, pero no parecía ser el caso para Leo. Si ella no intervenía perdería a Sísifo. Apenas habían comenzado sus planes, quedaba mucho por hacer y tenía pocos santos disponibles. Con su confiable báculo en mano concentró su cosmos dispuesta a destruir a todos los centauros de un solo golpe.
―No intervengas, Atena ―ordenó el Dios de la Muerte poniéndose en su camino para proteger a los centauros.
―No dejaré que maten a mis santos, apártate ―demandó ella apuntándole a él dispuesta a atacarlo si no se quitaba de su camino.
―Aun si te libras de los centauros, Sísifo está muriendo ―avisó con tranquilidad sin inmutarse por la amenaza―. Su cosmos está drenándose de su cuerpo de manera acelerada. En cuestión de minutos su corazón se detendrá y es mi trabajo llevarme su alma.
―¡No! ―exclamó la diosa de la guerra atacándolo.
Thanatos gruñó con furia al ser expulsado contra unos árboles cercanos. El sonido atrajo la atención de los centauros haciendo que algunos se pusieran ansiosos. No habían podido ver a los dioses discutiendo, pues éstos sólo eran vistos cuando querían, pero había una sensación de respeto y miedo que les recorría el cuerpo. Como un sexto sentido alertándoles del peligro de aquel sonido de árboles cayendo. Eso había conseguido darle tiempo a León para quitarse las flechas del cuerpo, pero jadeaba molesto consigo mismo viendo a Sísifo aun sentado con su espalda apoyada en el tronco. Sagitario sintió el cosmos de la diosa a la que servía, así como el de Thanatos. "¿Una pelea?". Pensó confuso. "No me digas que Atena se está peleando con la mismísima muerte por mí. Está llevando nuestra tregua demasiado lejos". Meditó viendo como algunos centauros se le acercaban listos para matarlo antes de huir del peligro inminente a aquello que desconocían.
―¡León! ―llamó el niño sintiendo que ese sería su último aliento pues no tenía forma de defenderse de la ejecución a base de docenas de flechas contra su persona―. Me alegro que fueras mi papá ―se despidió cerrando los ojos a la espera del ataque.
Ante aquellas palabras el adulto se cuestionó así mismo qué había estado haciendo todo ese tiempo. ¿No le dijo a Sísifo que lo cuidaría? ¿No le había prometido que no volverían a dañarlo mientras él estuviera a su lado? Y pensar que en el pasado había sido apodado como el "León del valor". ¿Cuál valor? Todo este tiempo había estado frustrado consigo mismo por no poder abrir su caja de pandora. Se había vuelto un conformista creyendo que estar al lado del menor era suficiente para ser feliz, aun cuando sabía de las duras peleas que vendrían. Tuvo miedo. Siempre era dominado por el temor de no ser lo suficientemente hábil o fuerte como los demás santos. Siempre comparándose con ellos viendo una abismal diferencia de poder a pesar de "superarlos" en edad. La sombra de la familia que no pudo proteger siempre deambulaba por su corazón, recordándole la cruel realidad. Los había perdido por su debilidad. Por su soberbia y orgullo desmedido sumado a su hambre de gloria no supo valorar aquello que tenía. ¡Pero hoy no! No perdería a Sísifo por miedo, no dejaría que se lo arrebaten frente a sus ojos.
Sin importarle el dolor de sus heridas se puso de pie y corrió a una velocidad imperceptible para los ojos normales, cosa que desconcertó a los medio equinos. León ni siquiera era consciente de lo que estaba haciendo su cuerpo se había movido cuál ráfaga dorada ubicándose delante del niño de cabellos oscuros y concentró su cosmos en uno de sus puños liberando todo su poder contra los centauros. Éstos recibieron el ataque directamente cayendo al suelo fulminados por el ataque. Sus gritos de dolor hicieron a Sísifo abrir los ojos viendo la espalda de León de color dorado. Lo observó minuciosamente de arriba abajo notando que estaba portando su armadura. Sin siquiera haberla llamado, ésta respondió al deseo de su corazón directamente. El santo de Leo continuó atacando dispuesto a ponerles fin a esas bestias. Sus ojos se volvieron afilados como si de dagas se trataran y su presencia se tornó salvaje y agresiva. Quien lo viera no dudaría en compararlo con un león embravecido. Uno que estaba listo para dar muerte a cualquiera que se le acercara a su "cachorro". Ni siquiera las flechas especiales que tenían los centauros para drenar el cosmos lo habían alcanzado debido a la velocidad con la que se movía. A pesar de ver sólo uno de sus puños alzándose en realidad, eran como decenas de ataques liberados en todas direcciones a la velocidad de la luz.
―¡Lo hiciste! ―celebró sagitario luego de ver que no quedaba ningún centauro en pie―. Al fin pudiste ponerte tu armadura ―señaló con una sonrisa.
―Ni siquiera sé cómo lo hice ―admitió una vez que consiguió calmarse un poco y respiró hondo para suavizar su expresión antes de ver al niño―. Sólo pensé en salvarte y sin siquiera esperarlo, la armadura ya estaba sobre mí.
―Respondió a tu llamado ―explicó Sísifo parpadeando con dificultad―. Ahora… eres… eres…
Le estaba costando hablar correctamente por culpa del cansancio y esa extraña parálisis que sentía. Naturalmente, León corrió cerca suyo revisando si tenía heridas. Había algunas cuantas, pero nada que pareciera ni remotamente mortal. No tenía dañados puntos vitales ni había una abundante hemorragia. Entonces, ¿por qué? ¿Por qué parecía estar agonizando? Antes de que entrara en una crisis, una especie de portal se abrió cerca de ellos dejando ver la figura de la diosa Atena. Ella se veía cansada y tenía diversos cortes y moretones en su cuerpo. Los especialmente visibles eran los de su rostro y brazos. Se había llevado a Thanatos a la dimensión de los dioses para poder pelear con él sin poner en peligro a sus propios santos, pues de desatarse una lucha divina ese bosque y varios kilómetros más quedarían reducidos a la nada. Tras la intervención de su padre Zeus, se le ordenó al Dios de la Muerte dejarla a ella encargarse de sagitario. Y aquí estaba. Viendo a su santo en un limbo entre la vida y la muerte, si no se daba prisa su corazón se detendría.
―¿Qué le sucede? ―interrogó el castaño viendo a la diosa con preocupación por el tiempo en que se quedó parada delante de Sísifo―. ¿Puede hacer algo para salvarlo?
―Por supuesto que sí, estás hablando con una diosa después de todo ―afirmó ella mientras colocaba la palma de su mano abierta en el pecho del niño―. Lo golpearon con unas flechas especiales que drenan el cosmos y por ende la vida, no son visibles para el ojo normal, pero yo las veo claramente. Es como si estuviera acribillado por las mismas ―explicó la diosa moviendo su mano para retirar cada flecha que encontraba y usando su cosmos para curar el alma de su santo.
"Esto está mucho más allá del nivel de los centauros. Unas flechas como estas sólo pueden conseguirse con intervención divina. Alguna deidad intentó matar a mis santos". Pensó furiosa de que alguien se atreviera a declararle la guerra de una manera tan cobarde. Ahora era consciente de que alguien se oponía a que tomara las riendas de la Tierra y gobernara sobre los mortales que por derecho le correspondía. De otra manera no tenía sentido usar un arma que dejaba indefensos a sus santos. Más específicamente era un ataque contra Sísifo, debido a su imagen pública, pues León hasta hace apenas unos momentos no era capaz de vestir su armadura. Sagitario no sólo era un santo a su servicio, era el símbolo de su propia grandeza. Si el ángel de Atena moría, la esperanza y la fe que las personas estaban depositando en ella se perderían también. Esto no podía quedarse así. Ya habían anticipado que habría dioses en contra suya que podrían alzarse en armas, pero no se esperaba que fuera de esta manera y menos en tan poco tiempo. Sísifo apenas si había ganado algo de fama en unas pocas ciudades, era muy pronto como para ser de interés de las grandes deidades.
―¡Sísifo! ―llamó Leo con desesperación al verlo con los ojos cerrados―. ¡Sísifo despierta! ―pidió temiéndose lo peor.
―Déjalo ―ordenó Atena poniéndose de pie―. Sólo está dormido ―aclaró divertida ante la mirada de enojo del adulto―. Debemos regresar a la ciudad para descansar. A él le convendría estar en una cómoda cama y no en este bosque con restos de tu matanza.
Gracias a esas palabras, León se tranquilizó y alzó al menor en brazos. Junto a la diosa se encaminó rumbo a la ciudad y nada más llegar fueron recibidos por un gran vitoreo. Las sacerdotisas y demás mujeres rescatadas, así como el niño enviado por Sísifo estaban allí a salvo. Aquel infante finalmente había conseguido reunirse con su madre y les contaron a los demás cómo fueron rescatados por el ángel de la diosa Atena. Ésta pensó en agregar que León fue el responsable de que Sísifo siguiera con vida, pues habría muerto de no ser por su intervención cuando se encontraba más débil. El santo de Leo sólo negó con la cabeza. Ciertamente fue sagitario quien las rescató a ellas y al menor, él en cambio se había centrado en sus propios intereses. Puede que sonara egoísta, pero lo único que pensaba era en salvar a su pequeño, mientras éste se había centrado en salvar a los demás. Caminó llevándose al niño de cabellos oscuros en brazos hacia el templo para que descansara cómodamente.
―¿Él está bien? ¿No ha muerto o sí? ―preguntó el niño acercándose a la diosa.
―Sólo está cansado ―tranquilizó con fingida paciencia ante los gimoteos del pequeño―. Despertará en unas horas y seguramente querrá comer o algo así ―dijo sin mucho interés realmente en lo que hiciera al despertar. Seguramente dormiría uno o dos días a juzgar por su estado.
―Muchas gracias por enviarnos a su ángel diosa Atena ―expresaron agradecidos.
―Es la más bondadosa.
―Sin dudas la diosa más hermosa y benevolente que ha existido jamás.
―Gracias, amables ciudadanos ―agradeció orgullosa de sentir la admiración y devoción de cada habitante por otra hazaña bien realizada.
Caminó con la frente en alto pese a que internamente estaba quejándose del dolor de sus heridas. "Ese maldito Thanatos estaba dispuesto a quitarme a mi mascota". Maldijo internamente. Las heridas entre dioses eran similares a lo que sucedía cuando se peleaban dos mortales, en otras palabras, eran del mismo nivel. Si se tratara de un mortal intentando herir a un dios sería imposible por la clara diferencia de niveles de poder. Y para colmo de males le tomaría algo de tiempo recuperarse. Esperaba que pronto se celebraran fiestas en su honor para no gastarse su propio cosmos en acelerar su sanación. Podía hacerlo, pero sería dejarse con menos poder de reserva. Soltó un suspiro sabiendo que tendría que curarse naturalmente y de a poco como los mortales. Nuevamente maldijo al dios de la muerte. De no haber intervenido, ella se habría encargado sola de los centauros de un solo golpe. Ingresó a donde descansaban sus santos dispuesta a asegurarse de que León no tuviera heridas similares a las de sagitario viéndolo aun portando su armadura. "Bueno, no todo ha sido malo. Al menos un tercer santo dorado puede portar su armadura y manejar su cosmos". Pensó de mejor humor.
―Todos los halagos se los está llevando Sísifo ―mencionó la diosa acomodándose en una silla cerca de la cama donde dormía el niño―. ¿No te molesta? Tú lo salvaste.
―No ha habido ningún malentendido ―explicó el castaño con una sonrisa amable―. Sísifo se encargó de salvar al niño y las mujeres, yo egoístamente sólo pensaba en mí mismo y lo protegí a él por el aprecio que le tengo. No merezco que se me agradezca por actuar en mi beneficio.
―Lo haces sonar como si fuera una buena persona de verdad ―se burló la deidad con una sonrisa divertida―. Él sólo está actuando, no olvides que es un estafador.
―No creo que pueda actuar todo lo que hace ―señaló el mayor acariciando los cabellos oscuros―. Algún día espero ser alguien que pelee por lo que es justo y realmente me interese ayudar a los débiles. Por ahora, dejaré que Sísifo cubra con sus gentiles alas a los más débiles y yo me conformaré con cubrirlo a él. No quiero ser de nuevo el protegido ―dijo con cierto sentimiento de culpa―. Mientras huíamos de los centauros usó sus alas para cuidar mi espalda. Débil, herido y confuso sobre lo que le sucedía seguía pensando en otros.
Atena simplemente se encogió de hombros. No se creía que pudiera actuar de manera desinteresada, después de todo la naturaleza humana misma era egoísta y cruel. No los juzgaba puesto que los dioses también lo eran. Faltaba más, si los mortales eran simples figuras de barro moldeadas a su semejanza. La esencia de los dioses era la misma esencia retorcida que forjó a los seres humanos. De no ser por el fuego robado por Prometeo serían igual a cualquier otra bestia habitando la Tierra, pero seguían separados de los animales por una línea más delgada que un cabello. Usando su propio cosmos guardó las armaduras de sus santos en las cajas de pandora y se retiró a descansar en la recamara preparada especialmente para ella por sus sacerdotisas. Les permitió el honor de bañarla y limpiarle las heridas antes de ser vendada. Tras eso, las sacerdotisas se retiraron a descansar también y la diosa se permitió recostarse con intenciones de dormir un poco. O eso pretendía hasta que sintió el cosmos de sagitario deambulando en medio de la noche por el templo. "¿Qué estás tramando?". Pensó antes de levantarse para ir a buscarlo. Lo encontró solo sentando en las escaleras del templo mirando hacia el firmamento ya oscurecido adornado sólo por la luna y las estrellas.
―¿Qué haces aquí? ―interrogó la deidad viéndolo desde arriba―. Creí que estarías medio muerto al menos tres días más.
―Tenía hambre y León me estuvo abrazando mientras dormía. Me dio tanto calor que sentí que iba a morir sofocado ―respondió mientras le daba un mordisco a una manzana que consiguió en un árbol cercano.
―Deberías volver a la cama ―sugirió Atena viéndolo bostezar―. Los niños buenos duermen toda la noche ―mencionó con clara burla, pero al no recibir una de las típicas contestaciones se extrañó por el comportamiento de su santo.
―¿Estás herida por mi culpa? ―preguntó Sísifo girando la cabeza para no verla de frente―. Sentí tu cosmos y el de Thanatos, de hecho, a él lo vi siguiéndome.
―Tenemos una tregua, Sísifo ―le recordó ella mirándolo con tranquilidad―. Dijimos que nos ayudaríamos mutuamente, no te dejaré morir tan fácilmente ―resolvió con calma―. Estas heridas no son nada para una diosa como yo ―alardeó con orgullo.
―Aun así, me gustaría… ayudarte o curar tus heridas no sé ―expresó frustrado y avergonzado por tener que ser amable con su "enemiga" ―. Odio sentirme en deuda contigo.
―Podrías ofrecer tu sangre y cosmos para sanarme.
―¿Cómo? ¿Eso funciona? ―preguntó sagitario viéndola curioso.
―Así es, ¿por qué crees que pedimos que maten animales en honor a los dioses cuando hacen sus ofrendas? La sangre y el cosmos se transmiten a nosotros a través de los rezos y sacrificios ―dijo Atena con gran seriedad pese a ser toda una mentira.
Bueno, siendo justos no era del todo mentira. Era verdad que la sangre y los rezos servían para darles fuerzas, pero sólo la sangre divina tenía la propiedad de curar otros dioses y a los mortales. Mas todo eso era unidireccional. Los mortales no eran capaces de sanar a un dios. Sólo lo había dicho como una pequeña broma para que se olvide del asunto y entendiera que no podía hacer nada más que dormir y curarse. Con lo que no contaba la diosa, es que su santo no captara la falsedad de sus palabras por estar demasiado concentrado en las heridas de Atena provocadas por su culpa. Sin dudarlo, Sísifo se mordió la mano izquierda con todas sus fuerzas provocándose un pequeño sangrado. No lo suficiente para ser grave, pero sí para dejar correr su sangre. Con la diestra le quitó el vendaje que llevaba el antebrazo de Atena y apoyó su mano ensangrentada concentrando su cosmos como si estuviera usando su armadura. La deidad estaba por detenerlo, pero el mortal no tardó mucho en caer desmayado.
―Idiota un humano normal jamás podrá curar a un Dios ―suspiró ella viéndolo otra vez casi vacío de cosmos por su imprudencia.
Continuará…
