Cap 31: Anticlea
Ganímedes al igual que Miles prestaron atención al relato de sagitario. Pese a que el primero conocía superficialmente el asunto siempre tuvo muchas dudas al respecto. Los rumores acerca de ese compromiso arreglado habían abundado. Algunos decían que Sísifo había seducido a la hija de Autólico luego de visitar varias veces su casa durante las noches hasta finalmente convencerla de darle el sí a su propuesta de matrimonio. Todo con el fin de obtener acceso a los dones divinos de los familiares de la muchacha. Otros aseguraban que cuando Sísifo descubrió al ladrón de ganado decidió tomar venganza y violó a Anticlea delante de su suegro, quien ansioso por obtener nietos con la astucia de Sísifo ofreció a su hija de manera acelerada para ser esposa del estafador. Los relatos al respecto abundaron, pero jamás preguntó directamente a su compañero dorado respecto al asunto. El santo de hielo siempre era discreto y no se inmiscuía en la vida personal de otros como sí hacía ese pequeño bastardo. Además, no tenía certeza de que fuera a ser honesto al respecto. Siempre presumía haberle sido fiel y no tomar ninguna amante por respeto a ella, cosa también bien conocida en el Olimpo, pues la diosa Hera envidiaba ese tipo de vínculo. Sus constantes comparaciones con Zeus eran motivo de creciente odio de parte del dios al mortal.
—¿Qué hiciste para romper el compromiso? —preguntó Miles lleno de curiosidad debido a que había cortado el relato en lo más emocionante.
—Quise hacerle una broma para asustarla y que no quisiera volver a verme en su vida —respondió el infante—. Ella era una doncella virgen, delicada y tímida a la que ni siquiera me atrevía a tocarle la mano —suspiró al recordar sus días juntos—. En serio no me atrevía. Mi padre enviaba a sus sirvientes a supervisar nuestros paseos juntos y si se me ocurría tomarla de la mano me golpeaban las palmas con una vara mientras me hacían repetir porqué era inapropiado propasarme con una señorita sin estar casados.
Miles arqueó una ceja ante esa respuesta. Realmente eran demasiado estrictos con el menor cuando príncipe. No le extrañaba que para él cosas tan inofensivas como tomarse de la mano fueran vistas como lujuriosas. "La vida de la realeza es muy dura". Pensó el ladrón conteniendo las ganas de reírse. Le era complicado mantener la compostura, pero es que ver al pequeño ángel de Atena hablar de cosas tan inocentes como si se trataran del peor de los pecados era chistoso. Vamos que había sátiros montándose orgías que incluían familiares consanguíneos directos y se les veía muy frescos y muy cara dura. Mientras sagitario relataba esos mínimos roces típicos de parejitas acarameladas como la mayor de las depravaciones. Mas lo entendía dado su contexto, un padre estricto fanático de Zeus exigiendo el mayor de los respetos a su descendiente habían causado miedo y represión en el príncipe.
—Te casaste de todas maneras con ella —mencionó acuario viéndolo con dureza—. ¿Te arrepentiste de tu plan?
—Las cosas no salieron como yo esperaba...
Sísifo había pensado en varios motivos para hacer que su prometida rompiera el compromiso entre ellos. La mayoría lo llevaba al desastre. En todo el tiempo que pasaron juntos se mostró tal y como era para ahuyentarla. Después de todo, si quisiera enamorarla habría fingido ser un hombre decente. Mas, como su objetivo era lo contrario, optó por seguir el camino de la verdad; le mostró cómo estafaba a sus súbditos, iba a apostar, engañaba por diversión e incluso robaba. Le regaló una gargantilla de oro conseguida de una comerciante a quien convenció de que estaba maldito. Le hizo creer que se trataba del regalo de la diosa Atena a Armonía para causar miseria a su portador. Luego de algunas cuantas palabras, la persuadió de que dárselo era la mejor opción para que nadie la condenara por estar intentando maldecir a sus potenciales clientes. Ya tenía una imagen de ser inmoral, mentiroso y manipulador. Su padre y familiares habían intentado blanquear sus malos hábitos para no perder la oportunidad de relacionarse de manera política a un pariente del rey del Olimpo. No obstante, esa misma noche daría el golpe final.
Anticlea se estaba quedando a dormir en el palacio del rey Eolo, pues ambos estaban allí de visita por motivo de preparar la boda próxima que celebrarían antes de irse a vivir juntos como pareja recién casada a Corintos. El plan era sencillo: entraría a hurtadillas mientras todos dormían, se metería en su cama y fingiría querer violarla. Cuando comenzara a llorar y suplicar piedad seguramente diría algo como "no lo hagas por favor, haré lo que sea". Cuando dijera esa frase, le pediría romper el compromiso a cambio de no deshonrarla. De esa manera no la lastimaría y el compromiso sería roto. Luego se iría a su nueva ciudad donde reinaría por muchos, muchos años. O ese era el plan... ¿En qué momento las cosas salieron tan mal? Se había metido al cuarto de ella como planeó, logró subirse a su lecho siendo notado en segundos y luego de eso ella abrió no sólo los ojos sino los brazos para envolverlo y atraerlo hacia ella. La joven aproximó su rostro al suyo sin decir palabras cosa que lo puso nervioso al no saber cómo proceder, pues en sus planes no estaba nada de esto.
—Ya me voy, fue una broma, ¿entiendes? —preguntó Sísifo intentando separarse logrando el efecto contrario. Ella se aferró con más fuerza a su cuerpo.
—Quédate aquí o gritaré de verdad —dijo Anticlea con una media sonrisa, pero al ver sus intentos por separarse insistió— Y nadie te va a creer que nada más paso.
—¿Para qué quieres que me quede aquí? —interrogo el príncipe quedándose inmóvil por miedo a su amenaza.
Si ella gritaba, su padre descubriría lo que hizo y no quería imaginar la clase de castigo que pesaría sobre él si se sabía que hizo algo tan inapropiado con una dama.
—Para que hablemos bien —respondió en un susurro mientras lo liberaba de sus brazos viendo cómo se pegaba al lado contrario de la cama—. Siempre tenemos a la sanguijuela pegada cuando salimos. ¡Ni siquiera sé cómo es la piel de tu mano!
—Si se ponen así —dijo el azabache mostrándole sus manos aun lastimadas tras su última salida juntos—, por tocarte la mano imagínate si vamos a más, me cortaran el pene y no quiero ser eunuco —chilló asustado de lo que pudiera hacerle Autólico. Pues éste podría convertirlo en mujer de así desearlo.
—Necesito saber qué clase de persona eres... —dijo Anticlea gateando como si fuera un felino hasta acarrarlo contra la cama—. ¿Qué te gusta? ¿Qué te disgusta? ¿Sabes besar? ¿Eres virgen? Yo por obvias razones lo soy, pero quiero saber si tienes experiencia.
—Ya te mostré como soy —respondió Sísifo retorciéndose debajo de su cuerpo intentando no tocarla en algún sitio indebido—. Te mostré mis lugares favoritos. Sabes que soy tal y como me mostré.
—Entonces eres un mentiroso, manipulador, ladrón, estafador y blasfemo —enumeró ella.
—Sí, sí, soy un mal hombre por eso...
—¡Eres todo lo que me gusta en un hombre! —exclamó Anticlea antes de robarle un beso.
—¡Ayuda! —intentó gritar el príncipe siendo amortiguada su palabra a causa de los labios de ella.
—Gritas como doncella —se quejó la hija de Autólico antes de sujetarle su miembro con una mano—. Si no te callas convenceré a mi padre de que te deje sin esto.
Ganimedes y Miles oían esa historia como algo bastante inverosímil. Aunque a juzgar por la cara sonrojada de sagitario al relatarlo parecía ser la verdad. Un hombre tan orgulloso como el que tenían delante jamás admitiría en voz alta que fue sometido por la mujer a la que pretendía asustar en la noche. El santo dorado daba crédito a la palabra de su compañero, pues eso daba explicación a varias cosas. Entre ellas, a por qué siendo Anticlea la adoración del arquero éste jamás expresaba deseos carnales por ella o alguna palabra de lástima. Si se ponía a pensarlo, todos, desde dioses hasta mortales se compadecían de la pobre e indefensa Anticlea que fue dada al príncipe menos favorito del rey Eolo. Era casi un castigo estar comprometida con alguien de bajo rango entre los herederos del trono. Y para empeorar el panorama era el que tenía la peor fama por ser haragán, mentiroso y ladrón. Ahora tenía una nueva visión del asunto y debía admitir para sí mismo que no se esperaba que ella fuera la que tenía toda la iniciativa.
—Ahora mismo me cuestiono si sentir pena por ella o por Sísifo —mencionó el príncipe de hielo.
—Me aceptó como esposo porque me podía manejar perfectamente. ¿Acaso creen que eso de no bajar la cabeza es sólo cosa mía? —interrogó el estafador.
—¿Y así nada más se casaron? —preguntó Miles pensando que lo siguiente pudo ser una violación de parte de ella a Sísifo para obligarlo a casarse. Dado que todo el relato apuntaba a que el estafador resultó estafado.
—Nos pusimos a hablar toda la noche y nos dimos cuenta de que éramos muy parecidos.
Luego de la "persuasión" tan efectiva de parte de Anticlea, a fuerzas el príncipe tuvo que tranquilizar sus nervios para no provocar su muerte prematura o algo peor. Se sentaron en la cama a una corta distancia para poder hablar en susurros sin ser descubiertos, pero aun escuchados por su compañero.
—Me asustaste. Pude terminar castrado por esa manito tuya —reclamó Sísifo mirando a su prometida con reproche.
—Por lo menos lo hubieras usado antes de perderlo —resolvió ella sin pena alguna.
—¡Pero si eres virgen! —exclamó el azabache sin entender cómo podía ser así de pervertida—. ¿O eres una ninfa?
—Mi abuelo Hermes y mi tío abuelo Dioniso armaban orgías todo el tiempo, aunque no participe sí que vi lo que hacían —explicó Anticlea con sencillez.
Cuando la joven de cabellos castaños tenía doce años oyó a sus familiares hablar de fiestas para adultos. Pese a querer participar no podía hacerlo y desconocía la razón, pero supuso que era otra de esas cosas que no podían hacer las mujeres. Por ejemplo, tradicionalmente, las mujeres no comían en la misma mesa que los hombres, sino que con los sirvientes o simplemente en otra habitación. Tampoco le permitían tener una opinión propia o participar de discusiones sobre el futuro. Ni siquiera el propio. Ella no era muy diferente a esas vacas que su padre criaba. La alimentaba, vestía y cuidaba con el fin de mandarla al matadero cuando estuviera en su punto, donde el carnicero sería su esposo. Otro hombre que la poseería como una nueva adquisición.
—¿Y nunca te castigaron por eso? —preguntó Sísifo con sus ojos azules clavados en ella.
—No porque no se enteraron —respondió ella con una mueca de disgusto—. Como soy mujer creen que no tengo derecho a nada prácticamente. No puedo participar en fiestas, dar mi opinión. ¡Por el infierno ni siquiera puedo decidir a mi esposo sin manipular!
—Espera, ¿qué dijiste? —interrogó el azabache intentado comprender esas últimas palabras—. Tú no decidiste este acuerdo, lo hicimos tu padre y yo —replicó sin perderle de vista ni un segundo...
—En realidad no, querido —respondió ella con una sonrisa coqueta—. ¿Quién crees que le incitó a buscarme un esposo astuto?
—¡Pero eso no tiene sentido! —alzó un poco la voz mostrándose contrariado y confundido—. Si tú eres quien escogió a su tipo de marido ideal, ¿no sería razonable que fuera un hombre fuerte, guapo o al menos de buenos valores?
—Los hombres fuertes siempre son llamados a las guerras, las aventuras o a jugar al héroe para salvar gente que ni conocen. Y cuando mueren en medio de alguna hazaña ¿alguien piensa en la esposa? ¡No! —exclamó indignada—. ¿Sabes lo dura que es la vida para una viuda?
—Buen punto. Eso explica porque no elegir a alguien con complejo de mártir —concordó el príncipe.
—Respecto al segundo punto si fueras muy hermoso tendría mucha competencia y no me gusta compartir. Lo mío es mío —declaró con convicción.
—¿Competencia? —preguntó Sísifo sin entenderle a eso, pero luego reparó en lo que dijo de su apariencia—. Y tú tampoco eres precisamente la diosa de la belleza, ¿sabes?
—Exacto, por eso somos perfectos el uno para el otro —dijo ella viendo la expresión aun confundida del otro agregó una explicación—. Escucha, si yo fuera sumamente hermosa muchos hombres me pretenderían y tendrías que pelear. —Al verlo querer replicar lo detuvo alzando la mano pidiendo silencio —. Aunque nuestro matrimonio sea un arreglo de beneficio mutuo, si otro hombre intenta robarme y no haces nada creerán que eres un cobarde y te menospreciara como rey. Dirán que si no puedes ni defender a tu mujer menos a la ciudad que gobiernas y eso afectara tus relaciones con otros reyes. Si tú fueras demasiado hermoso tendrías rameras detrás de ti y puede que hasta hombres.
—A mí no me interesa nada de eso —aseguró Sísifo viéndola con un puchero—. Mi padre solía contarme sobre el matrimonio de Zeus y Hera y nunca entendí por qué seguir casados si ella conspiraba siempre contra él y ese lujurioso le era infiel múltiples veces.
—Si Zeus no le fuera infiel tan frecuentemente, entonces ella no se vengaría. Eso es una consecuencia de la lujuria del dios del trueno.
—Hipotéticamente si nos casásemos, ¿conspirarías contra mí? —interrogó Sísifo con dudas.
—No si me eres fiel —advirtió con un rostro serio.
—Bien, entiendo eso. Yo tampoco podría estar tranquilo si mi esposa me hace quedar como poco hombre delante de los demás. Aunque no nos amemos si estuviéramos juntos al menos deberíamos respetarnos mutuamente, ¿no? —interrogó queriendo saber si ella compartía esas ideas básicas al menos.
—Estoy de acuerdo con eso —aceptó ella sin mucho problema.
—Pero aun no entiendo por qué no querrías a un hombre de buenos valores a tu lado. ¿Por qué dices que te gustan mentirosos? —interrogó confundido a más no poder.
—¡Un hombre de "buenos valores" es lo peor que me podría pasar en la vida! —exclamó Anticlea con molestia mientras se cruzaba de brazos—. Esos son hipócritas. Querrán alejarme de mi familia y presumir ante sus conocidos como "me convirtieron en una dama respetable". Sólo sería su trofeo para quedar bien delante de sus amigos y familiares.
—¿Y no es lo que quieres? —cuestionó Sísifo mirándola curioso—. Yo fundé mi propia ciudad para alejarme definitivamente de mi familia.
—¡Por supuesto que quiero alejarme de mi familia! —replicó la doncella viéndolo con hastío—, pero al igual que tú no quiero perder los beneficios que ofrecen mis parientes —justificó—. Un hombre de "buenos valores" sería lo suficientemente estúpido para sentirse avergonzado de mi padre y abuelo. Tú en cambio, usaste el don divino de mi padre para hacerte con una ciudad. Muy astuto, lo reconozco.
—Puedo ver que eres muy inteligente, ¿por qué entonces durante nuestras salidas te veías frágil e inocente?
Sísifo no era capaz de entender por qué una joven como ella no estaba incluida en las conversaciones relevantes acerca de reino que ella gobernaría cuando se casaran. Esos asuntos siempre los discutía con su suegro, casi como si fuera a contraer nupcias con él. Sin embargo, no tenía cómo pedirle hablar con ella sin un guardián. Todo porque había que proteger la virtud de la joven y tanto el rey Eolo como Autólico se negaban a permitir que dos jóvenes adolescentes de hormonas alborotadas estuvieran a solas. Según ellos, era para que Sísifo no se dejara dominar por las pasiones y cometiera una afrenta contra su prometida.
—Lo mismo podría preguntarte yo, ¿por qué te comportabas como un príncipe digno y sumiso cuando estábamos en presencia de tu padre? —interrogó ella alzando una ceja.
—Es que mi padre odia mi astucia —confesó avergonzado el joven de ojos azules mientras agachaba la cabeza—. Dice que le recuerdo a Prometeo y que sólo traigo vergüenza y desdicha a la familia por no parecerme a mi hermano Creteo.
—¡Qué tonterías! —gruñó con indignación—, pero ahora entiendo que ambos estamos iguales —suspiró con cansancio—. Yo no puedo mostrarme astuta e inteligente porque soy mujer. Así que debo ser bonita y tonta o los hombres me tendrán miedo. Y tú debes ser sumiso e ingenuo o creerán que Prometeo regresó, ¿no es así?
—Has acertado en cada palabra —confirmó el azabache asintiendo con la cabeza dándole la razón por completo—. No entiendo cómo es que no te has casado aún.
—Porque yo no he querido —respondió de manera tajante—. No eres el primer prospecto a esposo que he tenido, pero me deshice de los anteriores por todos los motivos que te mencioné antes.
—¿Los mataste? —preguntó alarmado de correr su misma suerte en el futuro.
—No, idiota —negó de inmediato—. Le di a mi padre los mismos motivos que te di a ti, pero de manera sutil obviamente. Nadie me escucharía si no uso la persuasión para manipular —suspiró Anticlea al recordar lo difícil que fue todo aquello.
—Eres realmente asombrosa —halagó el príncipe por primera vez a su prometida siendo completamente sincero.
—No es para tanto —dijo con el rostro completamente rojo al ver la manera en que esos ojos azules brillaban viéndola a ella como si fuera la joya más preciosa del mundo—. Como sea, si estás dispuesto a escuchar mis consejos, te prometo que haré que tu reino sea el más próspero de todos. Puedo manipular a mis familiares y a sus conocidos para brindarte favores divinos si lo deseas. Incluso puedo darte mi virginidad para que negociemos —dijo ella volviendo a acercarse a su cuerpo para hacerle sentir su busto apoyado en su brazo.
—¡Negociemos! ¡Negociemos! —pidió Sísifo alarmado de sentirla de nuevo encima suyo—, pero sin tocarnos. ¡No pondré en riesgo mis genitales por ti! —advirtió colocando sus manos en sus hombros para apartarla.
—Bien, corazón de doncella —aceptó de mala gana dándole espacio—, pero dame la mano la cerrar el trato.
—¡Pero me duelen! ¡Mira cómo me las dejaron por nuestro paseo por el campo! —exclamó el azabache mirándose los dedos vendados en las zonas donde la piel quedó expuesta por la fuerza de los golpes.
Anticlea sujetó aquellas malheridas manos y usando las propias para guiarlas terminó pasándose las manos de Sísifo por la cara, el escote, las brazos y piernas para ver si sus caricias se sentían suaves. Era de conocimiento común que los miembros de la realeza tenían piel suave, contrario a los plebeyos cuyas manos estaban callosas y agrietadas por el duro trabajo realizado. Eran tal y como ella había esperado. Pese a las heridas no se sentían desagradables. Además, vio el rostro de su prometido avergonzado intentando entender lo que estaba sucediendo. Cuando terminó de jugar con él, sujetó las heridas manos y las besó con ternura. Él era sin dudas la persona con la que deseaba casarse. Y el príncipe tuvo el mismo pensamiento. Una mujer como ella era única en su tipo, sería un grandísimo estúpido si desaprovechara su oferta. Esa noche escapó antes de ser descubierto y regresó a sus aposentos convencido de llevar a cabo ese matrimonio.
Pese a ser una persona mentirosa, ciertamente cumplió su trato con su suegro y tomó a Anticlea como su esposa. No le convenía poner en su contra a Autólico y arriesgarse a que utilizara su don de desfigurar cosas contra él. Tener amigos cerca era bueno, pero tener a sus enemigos lo era aún más. Autólico era codicioso y embustero igual a él, por lo cual dar partes de su riqueza no le suponía un problema para tenerlo contento. Tampoco su hija podía protestar. La cuidaba correctamente, quizás no con amor como se esperaría de un esposo, pero sí con cariño por ser una compañera capaz de soportar su retorcida personalidad. Probablemente una consecuencia de crecer con un padre ladrón. Fingiendo respeto se negó a yacer en el mismo lecho que ella. Seguía firme en no darle gusto a su suegro de tener nietos astutos que se beneficiaran de su sangre, así que hábilmente engatusó a su esposa con dulces palabras acerca de no querer tomarla si ese no era su deseo. Pues ella fue dada por su padre sin siquiera preguntar por su opinión. Ella agradeció el gesto pensando en lo buen hombre que era, Sísifo simplemente celebró para sí mismo haber faltado a su trato con Autólico sin consecuencia alguna.
Acuario comenzó a atar cabos rápidamente y entendió mejor porque Sísifo era tan despistado en cuestiones románticas. No le sorprendía que no fuera capaz de entender el amor que existía entre Zeus y él, si el matrimonio que tanto presumía apenas si podía considerarse una asociación. Un mero acuerdo para escapar de sus respectivas familias. Si se ponía a comparar, hasta podría considerarlo similar al trato con Atena. Una mujer de carácter fuerte, astuta y poco valorada por los hombres de su familia, quienes en varias ocasiones pusieron en duda sus habilidades. Claramente esa relación entre Sísifo y Anticlea sólo era en un inicio un trato y quizás una amistad, pero no era amor. En ese límite es donde estaba actualmente con la diosa de la guerra. Engañar, mentir y manipular a todos mientras se salían con la suya. No obstante, ella no le preocupaba por ser una diosa casta, pero sus temores de que pudiera ser del gusto de Zeus crecieron. Si el rey del Olimpo se percataba de esa inocencia querría tomarla, pues era el único punto dónde el estafador era completamente vulnerable.
El aspirante a santo por su lado encontró bastante tierno ese compromiso. Al igual que el ex copero de los dioses, tampoco creía que ese inicio fuese algo romántico. Es más, estaba demasiado lejos de poder considerarse cortejo robar regalos y llevarla a apostar. Ni siquiera podía imaginar un buen ambiente con un vigía listo para golpear a la primera señal de un acercamiento físico. ¡Por los dioses! De sólo imaginarlo se le hacía frustrante. El arquero y su esposa sonaban como dos niños perdidos en busca de afecto y en medio de toda esa represión y rechazo a su astucia se encontraron el uno al otro. No cabía dudas que eran almas gemelas y probablemente la primera amistad verdadera que conseguían. Se notaba lo mucho que querían encontrar donde ser ellos mismos sin estar bajo el escrutinio de otros. A juzgar por el relato, Corintos nació como vía de escape de Sísifo y de su esposa. Un sitio donde serían libres.
—¿Nunca tomaste ningún amante? ¿De verdad? —interrogó el aspirante a caballero—. Es raro, siendo un rey joven de noble cuna debiste tener muchas ofertas —dijo extrañado de que ni los prostitutos lo pretendieran.
—La verdad es que no tuve pretendientes —respondió el azabache encogiéndose de hombros—. Como puedes ver no soy muy atractivo así que no vale mucho la pena enrollarse conmigo cuando siempre se remarcó que soy inferior a Creteo y peor aun cuando mi fama como rey impío fue creciendo —afirmó encontrando lógico que nadie quisiera manchar su imagen relacionándose con él—. Sólo una mujer como Anticlea podría quererme a su lado.
Miles no estaba del todo de acuerdo con esa afirmación. Es más, la encontraba sospechosa. Existían hombres que sin ser de la nobleza ni tener grandes dotes conseguían tener amantes detrás suyo pese a ser hombres decrépitos y desagradables. Cuando se estaba en la miseria absoluta hasta el viejo más asqueroso se volvía una opción para mejorar la situación. Así que un rey joven como Sísifo, quien no era desagradable a la vista, nacido príncipe, gobernante de su propia ciudad, con ascendencia divina, riquezas y una reputación de fidelidad absoluta a su esposa era un buen partido sin dudas. Qué un hombre le fuera fiel a su mujer era un auténtico milagro. Muchos preferían tener muchos amantes. Así que, ¿por qué perder el tiempo buscando a un hombre fiel cuando había uno de renombre conocido por no tener ninguna traición a su esposa? Incluso si cualquier desvergonzado rompe hogares creyera que esa fidelidad era irrompible siempre existían métodos para capturar hombres así. Nomás debía recordar la historia de la concepción de Adonis; la princesa logró yacer en el mismo lecho que su padre emborrachándolo.
—Y tú ¿nunca deseaste tomar un amante o buscaste alguno? —interrogó Miles notando demasiado poco interés en las bellezas que seguro tuvo a su alrededor.
—No le fui infiel por motivos meramente egoístas —admitió sagitario—. Uno por las posibles represalias que me daría mi suegro o en el peor de los casos Hermes por faltarle al respeto a su descendencia. En segunda, porque soy poco atractivo, por lo cual el único motivo por el que mujeres hermosas me buscarían hubiera sido por riquezas y para ver si conseguían sacarme algún hijo ilegitimo con el cual reclamar una herencia. —Se mordió los labios apretando un poco los puños reprendiéndose así mismo no haber sido mejor esposo para ella—. La engañé fingiendo respeto cuando en realidad no quise darle hijos por llevarle la contra a Autólico, desconozco si mi querida esposa fue desdichada a mi lado al no poder engendrar hijos juntos —confesó con culpa—. Personalmente estuve satisfecho con esa vida a su lado desde la que tuve como rey hasta la que tuve escondido de Thanatos, pero no sé si Anticlea fue feliz. Nunca me preocupé por ello.
—¿Escondido de Thanatos? —repitió Miles a modo de pregunta—. ¿El dios de la muerte pacífica? —interrogó queriendo entender su relación con aquel temible Dios.
—Mientras fui rey, una vez vi a Zeus raptando a una joven —relató Sísifo viendo de manera desafiante a Ganímedes queriendo remarcar su asco por el dios del trueno—. Se trataba de la hija de Azopo, dios de los ríos. A cambio de decirle dónde encontrar a su hija, pedí una fuente de agua para mi pueblo que pasaba por una fuerte sequía —explicó el arquero con el rostro contorsionado por la rabia—. La única vez que hice algo bueno por otras personas y me mandaron a ejecutar. El dios Thanatos debía reclamar mi alma y llevarme al inframundo —explicó viendo al confundido aspirante—. ¿Cómo no odiar al dios que mandó asesinarme sólo por exponer el asqueroso degenerado que es?
—Ese te sucedió por idiota —insultó Ganímedes como siempre poniéndose del lado de Zeus.
Ahí estaba de nuevo aquel punto de conflicto entre el ex copero de los dioses y el estafador de los mismos. Miles al fin comprendía de dónde provenía la enemistad de esos dorados que peleaban de manera tan sincronizada cuando era requerido, pero al mismo tiempo se trataban relativamente mal. Pero aquello no fue de lo único que se dio cuenta. De manera dolorosa tuvo que aceptar que él no era nadie a comparación del rey de los dioses. Es decir, hablaban del mismismo gobernante del Olimpo. ¿Cómo competir contra un amante como ese? No había forma de que él valiera algo a su lado. Mientras el dios del trueno le podía regalar las estrellas literalmente hablando, él apenas si pudo recoger una flor silvestre sin gracia. Quería morir de la vergüenza. ¿En qué estaba pensando cuando pretendió cortejar al príncipe de hielo? No importaba cuanto se esforzará o incluso si se convertía en santo dorado, él siempre sería apenas una mancha o desperdicio de basura al lado del ex de Ganímedes.
—Zeus es una basura. Un viejo asqueroso, dominado por la lujuria —gruñó el infante cruzado de brazos.
—Tú ni siquiera sabes lo que es amar —reclamó acuario como de costumbre mientras le jalaba una de sus mejillas—. Sólo eras un niño jugando a la casita.
—Sí sé lo que es amar —replicó el menor de los azabaches rogando por recuperar su movilidad normal para golpear al otro dorado—. Yo me di cuenta de que Anticlea me amaba cuando volví del inframundo —admitió Sísifo con un rostro lleno de melancolía mientras sus mejillas se sonrojaban—. Para evitar que Thanatos fuera a buscarme nuevamente decidí escapar de Corinto. Ella era la reina en esos momentos, si yo estaba ausente tendría todo el poder político para gobernar. Todas nuestras riquezas y tierras estarían completamente bajo su control y luego de un tiempo prudente podría haberme declarado muerto y volver a casarse. Pero no lo hizo, dejó de lado todos sus privilegios como reina para ir conmigo a un viaje sin rumbo fijo —relató con las mejillas sonrosadas pensando en ella.
Debía admitir que una de las cosas más dolorosas para su persona era no saber qué fue del alma de Anticlea. La atesoraba en sus recuerdos como la mejor mujer que jamás hubiera conocido y siempre el terror inundaba su corazón de sólo imaginar que alguien la dañara. No sabía si se sumó a sus pecados el haberle ayudado a engañar a los dioses, pero era un delito que sólo alguien como ella se atrevería a realizar. De haberla podido ver durante su estancia en el inframundo lo más seguro es que habría escapado de ella por temor a ver esos ojos verdes llenos de odio contra su persona. Era cobarde. Lo sabía y lo aceptaba. Tenía mucho miedo de encontrar que Hades tomó venganza usándole a ella cuando no pudo hacerse cargo de él. En momentos así, agradecía no haber sido cercano al resto de su familia o su suerte habría sido peor sólo por estar emparentados.
—¡Qué romántico! —exclamó Miles lleno de emoción por lo tierno, puro e ingenuo que era el amor entre Sísifo y su esposa.
—Esa fue la primera vez que alguien me buscó a mí y no lo que podía ofrecer —dijo sagitario sonriendo tiernamente al pensar en su esposa—. Por eso sé con certeza que nunca nadie me amara como lo hizo ella y yo jamás podría enamorarme de nuevo, pues no existe ni existirá mejor mujer que ella. Adonis no tiene que preocuparse de la estúpida maldición de Eros —protestó el niño mostrándose disgustado.
—No entiendo eso de la maldición —admitió el ex prostituto.
—Eros le disparó una flecha dorada que hará que se enamoré de un enemigo que odie y mientras más lo niegue más enamorado estará —respondió Ganímedes con una sonrisa de superioridad—. No importa lo terco que seas, el poder de un dios es imposible de superar —declaró acuario viendo al otro dorado con una mirada seria.
—¡No me dejaré manipular por ningún dios! —declaró el arquero cual grito de guerra—. Jamás me volveré a enamorar de ninguna mujer.
—Pero si estar enamorado es una de las cosas más maravillosas del mundo —intervino Miles mientras lo miraba esperanzado—. Estar con una persona que te ofrece su cariño y confianza absoluta. Alguien con quien poder hacer el amor mientras se entregan en cuerpo y alma. Simplemente suena maravilloso —suspiró con aire soñador.
Ganímedes lo observó largamente como si fuera la primera vez que lo hacía. Él había tenido la impresión de que aquel aspirante sólo buscaba divertirse y tener algo de sexo fácil con el primero que cediera. En vista que él no le dio una oportunidad se fue con Adonis. Realmente le confundía. Se sintió patético por haber guardado su flor silvestre en hielo para preservarla el mayor tiempo posible gracias a su cosmos. Sus palabras habían sonado tan sinceras que, por un momento, bajó la guardia y se permitió soñar con cómo sería olvidarse de Zeus y darse la oportunidad de volver a enamorarse. No obstante, tras oír aquella declaración hacia piscis, sólo tenía renovada su certeza de que nadie podría amarlo como lo hizo el rey del Olimpo. La espera valdría la pena cuando algún día regresara por él y lo llevara a vivir a su lado como siempre debió ser. El único problema era la pequeña alimaña que tenía delante suyo. Sagitario tenía tanto tiempo libre que se metía en la vida de los demás, pero si estuviera enamorado perdería la concentración y estaría más ocupado lidiando con sus propios sentimientos que juzgando los ajenos.
—Tener relaciones carnales es aburrido y cansado —protestó el niño presente.
—¿Te aburre el sexo? —preguntó el ex eromeno extrañado por esas palabras—. ¿Seguro que no te gustan los hombres? —interrogó viendo posible que no hubiera terminado de descubrir lo que le gustaba en realidad—. Quizás tu problema era que sólo tuviste una única pareja en toda tu vida.
—Déjalo —ordenó acuario mientras lo miraba de soslayo—. Es una de las pocas virtudes que tiene: su falta de lujuria.
—¡Yo no soy ramera! —gritó el arquero viéndolos desafiante.
—¿Por qué le dices ramera a los hombres que disfrutan del sexo con otros hombres? —interrogó Ganímedes buscando entender de dónde le nació esa costumbre de decirle "la ramera de Zeus".
—Anticlea me dijo que cuando vio las orgías, los hombres que la metían le preguntaban al que recibía "¿quién es mi ramera?" y ellos le decían "soy yo" —relató intentando imitar las voces que usó su difunta esposa—. Si te la meten te vuelves ramera como mi padre o Pólux cuando andaban en el mar.
El santo de la undécima casa no sabía si reír o enojarse por esa tonta explicación. Le sorprendía la manera de aceptarlo que tenía Sísifo. Se había grabado en su mente las palabras de Anticlea y aun siglos después de su muerte, el santo de sagitario seguía creyendo en algo tan impreciso. No estaba seguro de si ella se creía aquello o si se trataba de una hábil estrategia de su parte. Dado que Sísifo la describió como una persona astuta y sumamente inteligente cabía la posibilidad de que sus palabras fueran parte de su famosa persuasión para evitar que su marido se fuera con otro. Con la nula experiencia en esos ámbitos por parte del ex rey de Corinto, casi cualquier persona podría llevárselo a la cama con facilidad. Mas, siendo alguien de orgullo desmesurado, si le convencía de que eso era humillante y vergonzoso, el propio Sísifo evitaría que cualquier hombre se le acercara. Y en caso de siquiera insinuarse lo más probable es que fuera despechado.
Sin saberlo el ex prostituto pensaba algo similar. Como había pensado antes, así fuera por los beneficios que ofrecía tener el favor de Sísifo cuando fue rey, algunos candidatos a amante tuvieron que haber. ¡No existía rey que no tuviera! Mas si leía entre líneas lo relatado por el niño, su esposa dejó claro que no compartiría lo que "era suyo". Siendo tan inteligente seguramente fraguó un plan para ahorrarse la turbulenta vida de casados que muchos llevaban. El rey de Corinto se veía claramente despistado e interesado más en las aventuras y la libertad, por lo cual era poco probable que tuviera interés en las bellezas. Además, la amenaza dejada por ella era motivo suficiente para que se comportara. Sin embargo, los hombres eran estúpidos. Y alguien tan imprudente como Sísifo actuaría primero y lidiaría con las consecuencias después. Eso claramente sólo dejaba una única explicación: Anticlea era quien se encargaba de la "competencia" como la llamó.
¡Claro! Ella tenía el apoyo de sus familiares con dones divinos y la astucia de su lado. Anticlea estaba protegiendo su lugar como reina, manteniendo a su esposo feliz y deshaciéndose de cualquier alimaña. Aunque sólo estuviera protegiéndose a sí misma, tenía sentido. Ella estuvo tramando y conspirando al igual que la diosa Hera, sólo que la diosa del matrimonio atacaba a las amantes de su marido luego de que la infidelidad fuera cometida. Mientras que la reina de Corinto mantenía a su esposo ignorante e ingenuo evitando que entrara en contacto con los placeres carnales. Si no disfrutaba del sexo era claramente porque no llegó la persona adecuada para hacerlo gozar. Sin embargo, si ya era bastante infame siendo ludópata y mitómano, agregarle pervertido lujurioso habría sido demasiado. Aun así, quería creer que en algún punto ella se enamoró tanto como Sísifo parecía estarlo de ella.
—En realidad... —quiso aclarar Miles mientras comenzaba a hablar, pero Ganímedes lo interrumpió.
—¿Seguro que quieres contarle sobre ese tipo de cosas a detalle? —cuestionó acuario viéndolo fijamente—. Como podrás ver muchas personas están de acuerdo en no aclararle esos temas; el rey Eolo, Anticlea, León... —enumeró el santo de hielo sacando cuentas de todos los que habían cuidado la inocencia de Sísifo a lo largo de los siglos.
—¡No es asunto tuyo, ramera de hielo! —insultó el arquero enojado de que no sólo no le respondiera cuando le preguntaba, sino que también evitaba que otros le ayudaran.
—Tranquilo, ¿qué es lo peor que podría pasar? —preguntó el ladrón sonriendo.
Ganímedes no insistió en el asunto, después de todo debía prepararles un antídoto y hasta tenerlo listo no podrían moverse de esa cama para evitar extender el veneno por sus cuerpos. Tendrían mucho tiempo libre hasta que les permitiera retirarse y si dejarlos hablar los mantenía entretenidos, mejor para él. Sabía de sobras lo molesto que era el arquero cuando se aburría y comenzaba con sus absurdas exigencias. Así el ex prostituto teniendo más claro acerca del panorama del ángel de Atena respecto a esos temas, supo cómo manejar mejor el tema. Para cuando finalmente pudieron moverse ya era la hora de la cena, por lo cual los tres descendieron a través de los templos hasta el comedor. En el sitio ya se encontraban todos reunidos en sus asientos esperando la cena. Cuando Sísifo divisó a la distancia a su padre alzó la mano y gritó para llamar su atención.
—¡León! ¡León! ¡Al fin entendí lo de los marineros! —gritó emocionado por su descubrimiento—. Miles me explicó que no son rameras —dijo sonriente—. Me dijo que es común que los hombres como Pólux o tú se entreguen a cualquiera para tener momentos felices siendo dominados por hombres más grandes y fornidos que les dejen sin caminar y los hagan gritar como vírgenes.
—¡Qué dijiste sobre mí, ramera! —gritó el semidios ofendido por sus palabras.
—¡No es ramera, es eromeno! O sea, lo mismo, pero para pervertidos como tú —defendió, o eso intento, el arquero—. Es normal que los marineros necesiten de un hombre grande y fuerte que les dé seguridad en las frías noches.
—Miles —llamó León con una sonrisa forzada—. ¿Exactamente qué le dijiste a mi niño?
—¡No, esperen! —pidió al ver al guardián del quinto templo y al semidios con sus miradas clavadas en él como si fueran a asesinarlo—. ¡Yo no le dije nada de eso! Al menos no así —rectificó en un susurro.
—Te lo dije —se burló Ganímedes llevándose a sagitario a buscar su cena.
—¡Espera! —llamó al príncipe de hielo—. ¿No vas a ayudarme a aclarar el malentendido?
—No —respondió acuario sin mostrar mucho interés—. Lidia tú con los "marineros cariñosos".
Continuará...
