Cap 33: Otro semidiós llega

Atena y su medio hermano habían atravesado la barrera que rodeaba el santuario. Avanzaron a paso lento hasta que una enorme sombra los cubrió. Lo primero que vieron delante de sus ojos fueron plumas doradas cayendo delicadamente como hojas mecidas por el viento. La diosa sonrió al ver el rostro enojado de su santo. Según las palabras de León, ese gesto aparecía cuando estaba preocupado. Supuestamente le irritaba verla herida, aunque no lo quisiera admitir y la manera que tenía de demostrarlo era con ira. Ella sólo pensaba que la molestia venía de hacerlo usar su sangre y cosmos para sanarla. Empero, él nunca se negó a ayudar. La primera vez incluso tomó la iniciativa y repitió aquella actitud varias veces cuando llegaba muy malherida. No se libraba de sus regaños e insultos mientras le daba tratamiento, pero la reconfortaba saber que ni siquiera necesitaba ser ordenado para actuar como ella quería.

Sagitario al llegar naturalmente sintió el cosmos divino de la diosa de la guerra, mas se sorprendió de sentir ese mismo tipo de esencia en el sujeto a su lado. "Oh no". Pensó con fastidio. Él ya conocía esa sensación, el cosmos divino de Zeus en un hombre que rebosaba claramente de fuerza física y el atractivo digno de dioses griegos. "Otro semidiós". Ante ese pensamiento rodó los ojos. Los hijos del rey del Olimpo siempre significaban problemas para él y ya tenía suficiente lidiando con el pollito que tenía por alumno personal como para sumar a otra de las semillas del dios de trueno fastidiando. Lo único que le alegraba es que no hubiera mujeres en el santuario, pues conocía de las historias sobre la lujuria de Hércules quien llegó a yacer con cincuenta princesas. Corrección, con cuarenta y nueve, debido al rechazo de la última quien fue maldecida injustamente por negarse a complacer al hombre que tenía delante.

Hércules pronto se dio cuenta que la sombra proyectada por el sol desde la altura era lo que lo hacía lucir tan grande. De cerca era tal y como le habían avisado: pequeño. Sagitario poseía el cuerpo de un niño que aún no alcanzaba la mayoría de edad. Se preguntaba por qué su padre insistía en repetir ese "castigo" cuando no le funcionó anteriormente con el dios del amor. Tomó aire lenta e imperceptiblemente para prepararse. Si quería permanecer en el santuario de su hermana debía de hacerle caso a sus reglas y la mejor manera de tomar control de la situación era con la simpatía. Él era experto en conseguir que desde mortales hasta dioses le prestaran su ayuda cuando fuera necesario o seducir a quien se le apeteciera le calentara el lecho. Su única excepción a esa regla era Pólux. Su testarudo medio hermano había rechazado numerosas veces sus avances románticos, pero estaba seguro de que tarde o temprano caería. Sólo era cuestión de encontrar el momento adecuado. Quizás esta era su oportunidad de realizar su fantasía de montarse un trío con los gemelos. O hasta una orgía dependiendo de su suerte, pues su hermana le había confirmado la presencia de las dos bellezas ex inmortales.

—Buenas, tú debes ser el angelito de mi hermana —saludó Hércules con una falsa sonrisa simpática—. Lamento mucho si mi presencia causa inconvenientes.

El hijo de Zeus estaba seguro de que el efecto sería inmediato. Durante sus largos viajes había aprendido que cuando se le hablaba a una persona de forma extremadamente educada y suave actuaban de manera recatada correspondiendo al trato. Al igual que hacía con las bestias a las que domaba o las doncellas que seducía. La combinación de su atractivo natural, su impecable sonrisa y su labia eran infalibles. Para su desgracia, esa actitud de inmediato disparó las alarmas para Sísifo. Ese "niño" pretendía engañarlo con técnicas que no habían surtido efecto ni siquiera siglos atrás. Desde príncipe hasta rey tuvo que lidiar con gente intentando ganar su favor usando el mismo ridículo truco que el invitado. "Otro estúpido semidiós que cree poder engañar al estafador de dioses". Pensó con claro disgusto.

—¿Qué demonios hace él aquí, Atena? —preguntó el infante señalando con el dedo índice al mencionado. Sin importarle cuan faltó de educación se viera.

—Lo traje para que descanse de su último trabajo encomendado por el rey Euristeo —explicó ella con una sonrisa de orgullo.

—Finalmente, luego de años de luchar incansablemente para expiar mis pecados pasados he conseguido mi libertad —dijo Hércules intentando sonar digno, pero humilde.

Su viaje de redención era bien conocido en el mundo y motivo de ovación y adoración. Así como también algo sumamente conmovedor para cualquier oyente.

—¿Por qué celebras como estúpido? —preguntó Sísifo viéndole con regaño —. ¿Cómo puedes estar tan sonriente cuando tu hermana se encuentra así de herida?

—Ella es una diosa inmortal. No le pasará na… —explicó Hércules para defenderse intentando mantener su sonrisa de amabilidad.

—Ya veo —habló el azabache sin siquiera mirarlo yendo hacia Atena para que colocara su brazo sobre el suyo. Debido a la diferencia de estatura, Sísifo se mantenía volando a su lado para servirle de muleta—. Diosa o no, sigue siendo dama. Yo que tú no me enorgullecería tanto de llegar junto a una mujer herida en batalla. Cualquiera que te viera diría que ella hizo todo el trabajo mientras tú te escondías como un cobarde —explicó con una media sonrisa.

—Suficiente, Sísifo —ordenó la diosa de la sabiduría—. Yo no soy una mujer cualquiera, soy una diosa y una guerrera. Además, a ti también te he protegido, ¿acaso lo olvidas?

—¿Ves? Se podría decir que somos iguales —habló el semidiós en tono conciliador.

—Nunca caería tan bajo como para considerarme igual a ti —replicó sagitario avanzando junto a Atena sin prestarle atención—. Yo no necesito probarle nada a nadie como tú. —Luego posó sus ojos azules en la deidad—. Yo no considero la derrota de Thanatos como una victoria personal dado que interviniste.

—Como sea, Hércules se quedará unos días en el santuario hasta que se recupere —avisó al dorado quien abrió la boca queriendo replicar—. Y no tienes derecho a negarte. Este es mi santuario y tú eres subordinado mío. Lo que yo ordene, tú lo acatas, ¿entiendes?

—Si es lo que quieres —resolvió con sencillez mientras se encogía de hombros—. Mientras no me estorbe, estará bien para mí.

Atena sonrió satisfecha mientras iban llegando a las puertas del coliseo. Ella era la máxima autoridad allí y su palabra era la ley. Se sentía feliz de poder demostrarle a su medio hermano el control que poseía sobre sus mascotas. No era ningún secreto para ella que Hércules mantenía contacto regular con su padre. De hecho, fue a pedido de él que fue en ayuda de su medio hermano, tras un ruego por asistencia en su último trabajo. Así que asumiendo que todo lo que viera en el santuario sería reportado al rey de los dioses, le convenía tenerlo allí un breve período para impresionarlo y luego echarlo antes de que desentrañara sus secretos más peligrosos. Sería tal y cómo dijo, una visita corta. Si lo dejaba merodear demasiado por allí podría darse cuenta de detalles que prefería mantener en secreto. Entre los más peligrosos estaba el asunto de la sangre de sagitario. Hasta ahora había tenido suerte de que, a pesar de su contacto frecuente con los dioses gemelos que gobernaban el firmamento, no se habían dado cuenta de su utilidad. O si lo sabían fingían ignorancia de manera creíble, pues ni ella sabía si era de su conocimiento o no.

El semidiós estaba pensando poco y nada en el santuario de su hermana. Toda su fuerza sobrehumana estaba dirigida a la titánica tarea de no golpear al estafador de dioses hasta hacerle rogar clemencia. Había puesto en duda su heroísmo, su hombría y hasta lo había menospreciado abiertamente cual campesino. ¡A él! El hijo del rey del Olimpo, héroe de los mortales y elegido por el destino para salvar el Olimpo algún día cuando los titanes se rebelaran en busca de venganza. Ahora entendía por qué tantos dioses, —entre los cuales se incluía, mas no se limitaba a su padre—, maldecían al hijo de Prometeo. El muy maldito ni siquiera se disculpaba tras el regaño de Atena.

No obstante, esto no se iba a quedar así, nadie lo insultaba e ignoraba como si fuera alguna clase de insecto. Sin embargo, de momento era intocable. De lejos podía notar que era la mascota favorita siendo el único al que su hermana llamó para escoltarla personalmente. No pensaba actuar por ahora, pero si conseguía alguna oportunidad de "agradecerle la cálida bienvenida" sin dudas lo haría.

—¿Está todo preparado? —interrogó Atena a su Ángel cuando estaban a punto de ingresar al coliseo.

—Tal y como ordenaste delegué a Ganimedes para hacer los preparativos necesarios para todo cuanto pediste —confirmó para tranquilidad de la deidad.

—Muy bien entonces andando —ordenó Atena con voz firme.

Ella alzó el mentón y se enderezó incluso más que antes. Soberbia y digna a pesar de la suciedad y las heridas en su cuerpo. Como diosa de la guerra aquello era un motivo de elogio, pues cual guerrero valeroso regresaba con insignias de su valentía en aquella travesía grabadas en su cuerpo. No obstante, por su orgullo como una diosa extraordinariamente hermosa, no debía permitir imperfección alguna en su piel. Así que pondría a trabajar a Sísifo cuanto antes.

Esa era una de las cosas que tanto le encantaba de su "elixir personal". Se podía considerar a la altura de cualquier hombre exhibiendo sus heridas como solía hacer Ares, demostrando su activa participación en el campo de batalla. Y al mismo tiempo no temía disminuir su grado de belleza, ya que se recuperaba sin dejar rastro. Permitiéndole así presumir ante dioses y diosas ser alguien tan fuerte como cualquier hombre y tan femenina como esas diosas inútiles que se limitaban a ser consentidas cual mascotas por sus amantes como era el caso de Afrodita.

—¡Atención, aspirantes y santos dorados! —gritó sagitario alzando la voz fuerte y clara—. La diosa Atena ha regresado. Firmes —ordenó en tono imperativo completamente serio.

Nadie había entendido nada cuando el santo de acuario repentinamente canceló las clases que debía impartir en la mañana. Los aspirantes quedaron incluso aún más confundidos cuando se les pidió estar presentables. Y ni siquiera los demás dorados tenían respuestas a sus dudas. León, quien siempre solía darles algo de claridad cuando se sentían perdidos, por primera vez estaba en su misma situación. Todos se colocaron en formación dentro del coliseo haciendo filas uno detrás del otro llenando varias hileras. Y al decir, todos, fue sin excepción. Incluso Adonis, quien no solía frecuentar eventos debido a su condición, estaba presente. En la cocina también hubo una fuerte conmoción debido a las órdenes recibidas, pero hicieron todo lo humanamente posible para responder a las demandas recibidas. Les habría encantado contar con más tiempo para realizar la cantidad de platillos solicitado, pero no les quedaba más que poner manos a la obra y rezarle al cielo conseguirlo a tiempo.

—¡Gracias por la calurosa bienvenida! —habló Atena siguiendo el consejo de León de mostrar gratitud a sus subordinados para fomentar la lealtad hacia ella—. He regresado de una peligrosa travesía en el inframundo ayudando a un héroe muy conocido por todos. Como pueden ver no he venido sola. ¡Hoy nos honra con su presencia mi medio hermano, Hércules! —presentó con orgullo con la mano derecha extendida hacia el mencionado mientras Sísifo se mantenía a su izquierda.

—¿Oíste eso, Talos? —preguntó Giles jalando la ropa del mayor sin recibir respuesta—. ¿Talos? —llamó el niño intentando hacerle reaccionar.

El castaño se había quedado literalmente boquiabierto. Su meta en la vida, su fuente de inspiración e ídolo desde su más tierna infancia estaba allí junto a ellos. Ahora más que nunca agradecía haber tomado la decisión de seguir a Sísifo y formar parte del ejército de Atena. Su sueño imposible de conocer a Hércules en persona estaba cumpliéndose. Además, los dos héroes que tanto admiraba estaban juntos uno a cada lado de la diosa de la guerra. Quizás tendría la dicha de poder intercambiar algunas palabras con el hijo de Zeus. No, mejor aún, quizás la diosa lo trajo con motivo de unirlo a sus filas como hizo con Pólux. Si un posible depredador sexual de pocos escrúpulos como el aspirante de géminis podía ser reconocido por una armadura dorada, alguien tan noble y de corazón puro como Hércules sin dudas estaría más que cualificado. En su mente comenzaron a aparecer diversas fantasías de él vistiendo una armadura dorada luchando junto a sus ídolos. Sus ambiciones más extraordinarias incluían felicitaciones de parte de alguno de ellos y las más avariciosas de ambos.

Giles lo miró sonriente entendiendo la emoción de su tutor. Durante mucho tiempo había oído múltiples historias acerca de aquel héroe y la emoción y fanatismo expresado por Talos cuando relataba alguna de sus hazañas favoritas eran muy contagiosas. Siempre se imaginaba convirtiéndose en un héroe como Hércules junto al castaño. Ayudar a los más débiles, acabar con los malvados y brindar esperanza a quien lo necesitara. Al igual que le sucedía a sagitario respecto a leo, Giles anhelaba ser motivo de orgullo para quien lo había acogido cuando quedó a la deriva. ¿Y qué mejor manera de conseguir aquello que volviéndose un hombre tan fuerte y amable como él? Después de todo, Talos siempre remarcaba la clase de hombre que era se debía a que tomó como ejemplo al semidiós. El pequeño rubio había escuchado que el héroe era especialmente afín a los niños, por lo cual estaba pensando en pedirle consejos sobre cómo crecer para ser alguien tan digno como él.

—¿Qué hace ese aquí? ¿Y por qué es recibido de esta manera cuando a mí se me hizo ingresar como a cualquier hijo de plebeyo? —cuestionó Pólux gruñendo entre dientes diversas maldiciones hacia sus familiares.

—No lo sé, hermano, pero no creo que traiga nada bueno —respondió Castor.

Al semidiós le desagradaba profundamente su familiar. No sólo porque desde que liberó a Prometeo de sus cadenas se hacía llamar "el elegido" o "el salvador del Olimpo" sino por su maldita hipocresía. Él se sabía presumido e insoportable, pero no solía ocultar tanto de su verdadero ser. Reconocía que a veces lo era cuando tenía algún objetivo específico en mente, pero con excepción de casos puntuales era fácil conocer sus "colores". Precisamente por ese mismo motivo es que en el santuario, la gran mayoría de personas, por no decir todos, sólo lo toleraban porque Castor les caía mejor y solía disculparse en su nombre.

Todo lo contrario, a Hércules, quien se ganaba a todos con su falsa simpatía. Jamás olvidaría que usando esa artimaña barata intentó engañar a su gemelo a yacer en su lecho durante el viaje con los argonautas. Si no fuera por su intervención quien sabía lo que pudo acontecer aquella noche tras el rechazo de Castor ante los avances del semidiós. Por fortuna hubo muchas mujeres y hombres de todo tipo para calmar los bajos instintos del "héroe" y mantenerlo lejos de ellos.

Los gemelos echaron un vistazo rápido a sus alrededores notando cómo al parecer estaban completamente solos respecto a ese pensamiento del peligro que representaba el invitado. Los gritos y ovaciones alabando a Hércules eran tan altos y en algunos casos tan agudos que sentían que se quedarían sordos. También estaban luchando por mantener el equilibrio debido a los empujones que les daban aquellos que intentaban abrirse paso para estar más cerca del semidiós.

Luego de salir de la estupefacción inicial de reconocer a la famosa figura que los visitaba, entraron en un estado de euforia tal que olvidaron cualquier tipo de protocolo explicado anteriormente por el santo de acuario. No obstante, había una persona agradecida de aquel descontrol y ese era Adonis. Con la avalancha de gente moviéndose como una ola que amenazaba con tragarse todo lo que se pusiera en su camino, él podía permanecer lejos con una excusa más que perfecta. Evitar la aglomeración para no causar envenenamientos le permitía estar varios metros distanciados.

Su cuerpo temblaba recordando las marcas realizadas por aquel hombre. Era como si con su sola presencia las cicatrices grabadas a fuego en su alma ardieran nuevamente para recordarle a su cuerpo aquella experiencia. Siempre se recriminaba haber sido tan estúpido por confiar en él. Lo había tratado con tanta amabilidad los primeros días en el bosque; le enseñaba con paciencia, le relataba de sus aventuras y bromeaban juntos como buenos amigos. Llegó a creer que ese era su primer amigo. Alguien con quien estar de manera relajada sin tener que servirle en el lecho.

Empero, se equivocó. Cuando comenzó a desnudar su alma y confiarle sus mayores inseguridades respecto a ser una ramera a los ojos de todos, él... él... se lo confirmó. Entre risas crueles lo había sujetado con tanta fuerza que sus muñecas apresadas por su poderosa mano se rompieron. Intentó pedirle que parara, pero usó todo lo que le había confiado en su contra. Asegurando que debía pagar por el favor que le estaba haciendo al cuidar de él y enseñarle. De sólo recordarlo sentía sus piernas temblar. Tras la primera noche con Hércules se había orinado mientras dormía, preso de las pesadillas reviviendo el momento. Pero sólo salía de una pesadilla para entrar en otra, pues de acuerdo con su estado de ánimo en ocasiones volvía a tomarlo nada más despertar.

Tenía miedo. El santo de las rosas a pesar de portar su armadura dorada y su veneno se sentía desnudo ante aquellos ojos ahora fijos en su persona. Debido a que los aspirantes se habían amontonado al frente, él quedaba destacando por estar solo y apartado de todos. Mas, sólo era verdad la parte de estar como objetivo de los ojos del semidiós, debido a la compañía de los otros santos dorados. Los caballeros de virgo, leo y acuario estaban junto a él haciendo fila. Shanti a pesar de su ceguera estaba gratamente complacido por la presencia del recién llegado. El cosmos naturalmente divino que portaba provocaba que el pequeño rubio lo juzgara como una persona digna y justa. A eso debía sumarle las historias y ovaciones que llegaban a sus oídos. Sin dudas, una persona a quien mostrarle respeto y darle una bienvenida digna.

Ganímedes estaba atento a su compañero venenoso debido a las historias sobre el romance de Adonis con Hércules. Quería ver a qué atenerse con esta llegada. Si se trataba de otro amante posesivo y demente en busca de piscis, un reencuentro romántico o... Su mirada se centró en el rostro de Adonis buscando leer las expresiones entre los ex-amantes luego de tanto tiempo separados. Abrió los ojos con sorpresa al reconocer aquella reacción. León pese a no estar del todo enterado de lo que estaba sucediendo con el guardián de la última casa, sí sabía reconocer el miedo. Sentía el impulso de abrazarlo para darle consuelo como solía hacer con su niño, pero el veneno era una barrera infranqueable.

—¿Estás bien, Adonis? —preguntó el guardián de la quinta casa con voz suave queriendo calmarlo.

No hubo respuesta. Sólo una pequeña negación con un movimiento de cabeza. El rubio había deseado mentir, pero temporalmente carecía de voz. El santuario poseía una barrera hecha por el cosmos de Atena, cuando estaba dentro se sentía seguro. Nadie, ni siquiera los dioses podrían tocarlo. Sin embargo, siendo que la propia diosa de la guerra lo había traído no tenía a donde escapar. No tenía dónde ir y aun si su veneno fuera suficiente para mantener esas manos lejos de su cuerpo, no podía negar que su sola mirada causaba estragos. Esos ojos de un color azul intenso que para todos se asemejaban al cielo despejado por su supuesta nitidez, para él eran como el mar; oscuro y misterioso. Ocultando un monstruo que nadaba en las profundidades de esa perturbada alma. Desconocía si su personalidad siempre fue así o se torció de esa manera a causa del acoso de la diosa Hera, pero del chico flacucho, humilde, pobre y amable que se rumoreó alguna vez fue, no quedaba nada.

—Es la misma reacción que tuvo cuando apareció Afrodita —dijo acuario viendo al castaño quien intentaba adivinar el motivo del estado del rubio.

—¿Él también...? —interrogó el mayor al santo de hielo no atreviéndose a poner en palabras todo su hilo de pensamiento debido a la presencia de virgo.

El azabache dio un asentimiento de cabeza confirmando las peores sospechas de León. Éste de inmediato soltó un gruñido al ver al semidiós. Necesitaba hablar urgentemente con la diosa Atena para echar al invitado cuanto antes. Se negaba a obligar a Adonis el compartir el que debiera ser su espacio seguro con quien lo agredió en el pasado. Aun recordaba con tristeza como le había tomado mucho tiempo atreverse a bañarse con él. Con Sísifo no parecía tener problemas, pero cuando se trataba de León existía cierto recelo y necesidad de mantenerlo vigilado y a una distancia prudente. Comenzaba a figurarse la razón. Incluso le había notado en estado de vigilia cuando Talos estaba solo cerca de los niños. Corroborando la contextura física de Hércules con grandes y voluminosos músculos encontró natural el rechazo de Adonis hacia él y hacia Talos por compartir esa similitud con la apariencia del semidiós.

—¿Qué sucede? —interrogó Shanti moviendo la cabeza en todas direcciones sintiendo los tres cosmos a su alrededor alterados, sin motivo aparente.

—Nada —respondió León de manera suave—. Sólo no te quedes a solas con ese semidiós —aconsejó mirando de manera furtiva a Hércules, pero al verle lanzar un beso al aire giró la cabeza para ver al receptor topándose con la cara de asco de Pólux—. De hecho, con ninguno de los dos que están en el santuario —agregó aun sospechando del aspirante de géminis.

El santo de virgo no comprendía el motivo de aquel consejo. Ambos poseían un cosmos sagrado que rebosaba de divinidad. A pesar de las apariencias creía firmemente en la justicia que habitaba en sus corazones. Gracias a su ceguera se sabía poseedor del don de ver más allá de lo superficial. Los detalles visuales que entorpecían el entendimiento de la verdadera naturaleza del alma no suponían un problema para él, quien privado de ese sentido tan distractor podía enfocarse en leer el cosmos de los demás. Los dorados se mantuvieron de momento en su sitio esperando a que se les permitiera retirarse.

Adonis tenía el fuerte deseo de ir a esconderse a su templo rodeado por las rosas que tanta protección le daban. Mas sentía culpa de irse dejando a todos desprevenidos de la clase de monstruo que había ingresado. Tampoco quería ser la causa de la discordia entre hermanos. Aun lo carcomía la culpa por ser el motivo de la pelea de Afrodita y sus hijos contra los dioses gemelos y Atena. Especialmente por lo que supuso para sus compañeros dorados dicha trifulca. Si se quejaba demasiado tenía miedo de las consecuencias. Él mejor que nadie sabía hasta donde podía llegar el enojo del semidiós cuando se le rechazaba alguna petición.

Hércules sonrió amablemente a los presentes mirándolos con una expresión de humildad perfectamente ensayada. Estaba seguro de que el estafador de dioses jamás recibió tal ovación ni por ser conocido ahora como el "Ángel de Atena". Lo observó de soslayo buscando una expresión de envidia para poder aprovechar y relucir su "humildad" mientras le consolaba y alentaba a ser mejor o demostraba buena voluntad de hacer amigos según fuera el caso. Pero contrario a lo esperado, ni siquiera estaba mirándolo a él o a los aspirantes. Esos ojos azules seguían fijos en Atena viéndola enojado. Otra vez le estaba ignorando. ¿Es que acaso ni las decenas de personas alzando la voz por su presencia eran capaces de atraer su atención? Lo menos que debería estar haciendo ese estúpido niño era ahogarse en la rabia de no ser el centro de atención. Según sabía, él era la máxima autoridad del santuario superado sólo por Atena. Ahora que existía un recién llegado amenazando con quitarle su posición de líder, ¿no debería luchar por mantener el control del que estaba siendo despojado rápidamente?

—Debido a la llegada de este tipo —señaló Sísifo al semidiós sin siquiera demostrar algún interés—. Todas las clases del día de hoy quedarán suspendidas —avisó notando a Atena aguantando el dolor de su cuerpo—. Tal y como lo ordenó nuestra diosa, Ganimedes instruyó a los cocineros que prepararan un gran banquete para nuestro invitado. Sean libres de pasar al comedor mientras Atena se cambia de ropa para estar acorde a la celebración —explicó el azabache.

La deidad frunció el ceño por breves segundos, pero se recompuso antes de hacer algo que arruinara el ambiente. Era cierto que se sentía en su límite y de prolongarse más su estancia allí, pronto quedaría expuesto su verdadero estado. Y lo último que deseaba era exhibir la imagen de una frágil mujer delante de su ejército. De por sí su segundo al mando no proyectaba una imagen de poderío militar por su apariencia infantil. Ellos nunca debían dejarse ver vulnerables, porque el día que perdieran el respeto de sus tropas, éstas podrían rebelarse en su contra.

En el mejor de los casos cuando sagitario se convirtiera en un hombre tendría la confianza y lealtad del ejército asegurada, pero por ese mismo motivo no debía permitir perder su propia imagen. Jamás debía dejarles olvidar que ella era la diosa a la que servían. La excusa dada por el arquero era de lo más natural. Sin revelar el problema de sus heridas causadas por Hércules, le dio una salida rápida para ausentarse de la vista de todos y ser curada. Como anfitriona sería mal visto que no estuviera participando del banquete desde que diera inicio. Sin embargo, el necesitar un vestido limpio y festivo era razón suficiente para excusarla.

—Mi pequeño y dulce angelito va a escoltarme y nos uniremos a ustedes en breve —habló la deidad mientras concentraba lo que tenía de cosmos para poder teletransportarse—. Tal y como dijo Sísifo pueden pasar primero al comedor. Ganimedes será el anfitrión en mi ausencia —explicó Atena mientras desaparecía de la vista de todos junto a sagitario.

"¿Cómo que éste?". Pensó Hércules con sumo disgusto. Le costaba creer que alguna vez ese sujeto hubiera sido un rey con modales tan malos. Los gobernantes que había conocido le habían tratado con el máximo respeto e incluso algunos se habían postrado ante sus pies en señal de agradecimiento. Lo peor de todo era ver cómo su hermana no hacía el más mínimo esfuerzo por corregir esa actitud rebelde de su parte. Parecía un caballo salvaje encerrado en un establo. Una analogía perfecta, a su parecer, considerando su constelación. Al igual que un animal pura sangre, ver sus características como guerrero seguro era motivo de interés, pero el problema de los equinos era que si no se domaban correctamente era imposibles usarlos para montar y solo quedaba tenerlos de colección. Allí para ser observado, pero no aprovechado.

—Bienvenido al santuario de la diosa Atena. Soy el undécimo santo dorado, Ganimedes de acuario y tendré el honor de ser su anfitrión este día —saludó acercándose respetuosamente manteniendo en alto sus modales.

Disimuladamente había realizado un acuerdo silencioso con el santo de Leo para que éste se mantuviera cerca de Adonis y Shanti. En el caso del primero por su estado de absoluto terror y en el del segundo por mantenerlo alejado del peligro, a su vez que lo usaban de fachada. Si él daba un paso al frente y se encargaba de ser el guía del invitado podría deliberadamente dirigir su rumbo lejos de su compañero dorado. Fácilmente podría excusar a Adonis si fingían que estaba manteniendo su lugar junto a sus compañeros. Aunque la mentira era algo pobre, era lo mejor que tenían de momento. Se encargaría personalmente de acomodar al semidiós en el lado más alejado y opuesto a donde estuviera piscis. No necesitaba indagar demasiado en el pasado de su amigo para reconocer el mismo patrón que vio anteriormente. Claro que le faltaban detalles, pero no insistiría hasta que Adonis mismo quisiera contarles de lo sucedido. Y con el banquete de celebración en marcha el momento para ese tipo de conversaciones era de todo menos idóneo.

—Muchas gracias por esta bienvenida y perdón por las molestias —agradeció el semidiós de cabellos castaños.

—No es ninguna para nosotros. Al contrario, será un honor compartir el banquete para celebrar su victoria —respondió el ex copero de los dioses con una cordial sonrisa.

"Así es como se debería tratarme todo el tiempo". Pensó el hijo de Zeus mientras veía a detalle al antiguo amante favorito de su padre. Realmente, y a pesar de haber vuelto a ser mortal, seguía siendo muy hermoso. Sus gestos delicados y mesurados manteniendo la elegancia propia de alguien nacido en la realeza y los modales aprendidos en la tierra y el Olimpo lo hacían un digno servidor de las más altas deidades. Visualmente un deleite y con labia que, sin llegar a la asquerosa adulación, lograba hacer sentir bienvenido a cualquiera. Era una pena que haya sido exiliado del Olimpo, pero al menos logró convertirse en mascota de Atena. "Supongo que es lo mejor a lo que puede aspirar alguien en su situación". Pensó condescendiente mientras lo seguía rumbo al comedor.

Sintió un poco de lástima por el final del copero. Mas, viéndole el lado amable podría divertirse un poco con él. Ante la ausencia de mujeres durante su travesía por el inframundo y en el santuario su libido estaba enfocado por completo a los hombres disponibles. Su hermana quedaba fuera de discusión por ser una diosa que se juró casta eternamente, pero dentro de sus reglas no había limitación alguna de no llevarse a la cama a los especímenes más hermosos entre sus mascotas.

—¡Rápido, chicos! ¡Debemos darnos prisa o no podremos sentarnos cerca de Hércules! —gritó Talos mientras alzaba a Giles en brazos e instaba a sus amigos a moverse.

—No cabe duda de que la diosa Atena siempre es benefactora de aquellos que defienden las causas justas —opinó Nikolas.

Siendo su sentido de la justicia lo más marcado en la personalidad del aspirante, poder compartir así fueran sólo unos minutos de conversación con Hércules le suponía una experiencia enriquecedora. Le encantaría oír de su propia boca acerca del tipo de ideales que debían regir a un guerrero. Los semidioses eran parte dioses y parte mortales. Nadie sería mejor que ellos para actuar de mediador entre los intereses de los cielos y de los mortales en un acuerdo equitativo y justo para todos. Además, ¡qué rayos! Seguramente el hijo de Zeus tenía muchas anécdotas de sus viajes que podría relatarles. Aquellas que no eran lo interés de los encargados de escribir los cantares, pero cuyo protagonista sabría narrar. Estaba seguro de que los cantares en su honor no eran suficientes para captar por completo la esencia de sus aventuras.

—Además de que sólo la élite de la élite parece estar a su servicio —secundó Tibalt.

Él era otro gratamente sorprendido por la llegada de Hércules al santuario. A diferencia de Pólux, quien apenas si podía presumir de haber compartido el barco con Hércules, éste último tenía tantos méritos que nadie sería capaz de contarlos todos. Esperaba que se quedara por muchos días para tener la oportunidad de desafiarlo a un combate amistoso. Era perfectamente consciente de que con su fuerza sobrehumana lo aplastaría de quererlo, pero estaría más que satisfecho si pudiera intercambiar algunos golpes para sentir lo que era estar cara a cara con un semidiós.

Un gigante amable como el invitado sería alguien con quien compartir un buen vaso de vino tras una lucha entre hombres exitosa. Claro que eso sería en caso de que accediera. De momento, seguramente deseaba descansar. Mas siendo su último trabajo completado, ahora era libre. Varias preguntas cruzaron por su cabeza, ¿se quedaría? ¿Se uniría a ellos? Rogaba a los dioses más piadosos disponibles que fuera lo último para tener a alguien que mantuviera a raya a Pólux.

Una gran multitud se abalanzó contra la puerta del comedor tras el ingreso de Ganimedes junto al invitado. Como era de esperarse, acorde al protocolo establecido para esta clase de eventos festivos se hicieron grandes cambios. Para los banquetes realizados por los más ricos, los invitados solían comer tumbados, o más bien con las piernas extendidas, en un lecho, pero con el torso recto o ligeramente inclinado apoyado en cojines o almohadones. El número y la colocación de estos lechos era muy variable. Dado el corto tiempo dado para alistarlo todo, no disponían de muchos y estaban contados con precisión los necesarios para la diosa Atena en el centro con el cojín más grande, cerca suyo el del agasajado y los lugares de honor eran los más próximos al anfitrión. Éstos últimos estaban reservados para los santos dorados. Ganímedes maldijo internamente la distribución. De haber sabido antes sobre el turbulento pasado de Adonis habría ingeniado algo más. No obstante, a estas alturas, sólo le quedaba ponerse a sí mismo y los demás dorados como barrera entre el semidiós y piscis.

Para el resto de los aspirantes se habían destinado mesas pequeñas y portátiles. Las había cuadradas, rectangulares, o redondas, con tres patas. Dicha variedad era a causa de la falta de muebles para esta clase de eventos. Ellos tenían grandes mesas y bancos dispuestos para que habitualmente comieran todas las personas del santuario. Pero por los apuros de las órdenes tuvieron que cortarlas para fabricar mesas improvisadas. Y se notaba. Los bordes de la madera estaban astillados y eran irregulares, así como existían diferencias de tamaño que saltaban fácilmente a la vista. Los encargados de dicha tarea deseaban ocultar la cabeza bajo tierra y morir allí mismo por la vergüenza que sentirían de admitir que eso era trabajo suyo. Más que nunca maldecían a la diosa Atena por no avisarles con antelación. Si tan sólo les hubieran dado un día habrían conseguido algo mejor que lo presentado. Habían colocado en ellas los platos en raciones ya preparadas en cuencos y en fuentes.

Las mesas rebosaban de todo tipo de alimentos hechos especialmente para la ocasión. Como el "pan puro" hecho con harina tamizada y el de almidón, completamente libres de salvado. Carnes de cerdo y cordero que raramente podían comerse por ser animales destinados a ser sacrificios en ritos en honor a los dioses. Sin embargo, la diosa Atena dijo que estaba bien hacerlo por ser en honor a un hijo de Zeus. Además, tenían un plato principal muy particular. El rey de la cocina griega era el pescado, que levantaba verdaderas pasiones, a pesar del precio exorbitante que podían llegar a alcanzar algunas especies.

La primacía absoluta era para la anguila, en particular la del lago Copais (cerca de Tebas), a la que algunos se referían como la "reina de los alimentos". No podía faltar en la mesa de una persona refinada, como tampoco un buen trozo de atún, una cabeza de glaûkos o una hermosa lubina. Ante la imposibilidad de tener siempre disponible pescado fresco, también lo consumían en salazón. Entre los que se preparaban de esta manera destacan el esturión, la caballa y sobre todo el atún. Eran particularmente estimadas las salazones hechas con el cogote y la ventresca y la llamada mélandrys.

—Debido al poco tiempo disponible no hemos podido refinar detalles para tener todo acorde a su gusto —se disculpó Ganímedes observando a Hércules mientras lo llevaba a su cojín correspondiente—. Pero le aseguro que nuestros cocineros y carpinteros improvisados han realizado sus máximos esfuerzos por tener todo cuanto estuvo en su mano en las horas disponibles antes de su llegada —explicó vigilando atentamente sus expresiones.

El ex copero de los dioses sabía bien del temperamento de los hijos de Zeus. La mayoría parecía haber heredado ese horrible rasgo de personalidad y para colmo el hombre delante suyo había sido influenciado por una maldición de Hera. Según los rumores, dicha maldición nunca se fue del semidiós y de vez en cuando volvía a manifestarse. No tenía pruebas de esto último, pero prefería no arriesgarse. La diosa Atena no estaba en esos momentos con ellos y en caso de que perdiera la cordura, nadie estaría en condiciones de detener a Hércules. Ni siquiera estaba del todo seguro de que Pólux pudiera o, más importante aún, quisiera hacer eso por el bien común.

—No es necesario preocuparse por eso —habló Hércules con un tono tranquilo—. He venido de improviso y no les he dado tiempo para nada, pero me encuentro muy satisfecho por esto.

El agradecimiento acompañado por una sonrisa dedicada a los encargados de la cocina fue motivo de aplausos. "Qué fácil se contentan estos plebeyos, pero ¿cómo culparlos? Cualquier rey o siquiera mercader de un nombre conocido los habría mandado a ejecutar por ofrecer tan mísero almuerzo al hijo de un dios". Pensó manteniendo su perfecta sonrisa mientras se acercaba a una de las mesas para sujetar una copa. Podía presumir exquisita la cosecha de la cual fue hecho el vino en su interior nada más olerlo. En cuanto se instalaron los aspirantes, los encargados les ofrecieron el aguamanil y la jarra para que se lavaran las manos, práctica muy útil dado que luego comerían con los dedos casi toda la comida.

Con todo dispuesto en la mesa para que consumieran cuanto quisieran sin dejar a nadie sin su ración. El almuerzo dio comienzo como a menudo sucedía con el propoma, es decir, "el aperitivo". Se trataba de una copa de vino aromatizado de la que se bebía por turno antes de empezar a comer. El invitado de honor la alzó para dedicar algunas palabras antes de que todos decidieran dar el primer bocado.

—Antes que nada, me gustaría agradecerles a todos por la cálida bienvenida —dijo intentando mantener su sonrisa ante el recuerdo del verdadero recibimiento que tuvo por parte de sagitario—. Este banquete significa mucho para mí, dado que finalmente soy libre de mis pecados del pasado. Pensé que al terminar me encontraría de cara con la soledad, sin nadie esperando por mí, por eso me gustaría agradecer a todos que me honren con su compañía en mi egoísta celebración —habló mientras bajaba la copa a la altura de su propio vientre antes de volver a subirla por encima de su cabeza con gran entusiasmo—. ¡Comamos y bebamos como si no hubiera mañana! —gritó causando una gran ovación de parte de la mayoría.

Tal era la algarabía que sólo unos pocos notaron la sonrisa lujuriosa del semidiós seleccionando a sus futuros amantes.

CONTINUARÁ...

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