Cap 35: Batalla invisible
A Sísifo aquella petición lo tomó por sorpresa. Era verdad que él podía tocar la lira, gracias a las arduas clases de Apolo quien, dicho sea de paso, se emocionaba demás. Sus motivaciones no eran precisamente las de entretener en banquetes, se habría hecho músico si deseara vivir de eso. Sólo había aprendido por dos razones particulares; la primera cerrarle la boca al dios de las artes respecto a que no podría. La segunda, para darle un obsequio a León. Cuando fue príncipe, ciertamente tuvo clases de música, pero el laúd no era de su interés y lo descartó de los conocimientos que sentía necesarios para reinar. Habiendo pasado siglos desde su educación primaria, tenía más que olvidadas las lecciones que no consiguieron ganar su atención. Así que con las clases de lira aprendió de cero y las tenía presentes en su mente sólo para fastidiar a Apolo exhibiendo un nivel de habilidad que nadie, ni siquiera las musas, podrían negar. Empero, tocar por el semidiós invitado. Ni de broma. Ese era trabajo de las heteras, no el de un guerrero como él.
—¿Disculpa? —interrogó sagitario mirando a la diosa arqueando la ceja—. No tengo ganas de tocar. Además, sólo lo hago en ocasiones especiales.
—En un banquete no puede faltar música —replicó la deidad viéndolo con amenaza.
—¿Y a mí qué? —cuestionó el arquero cruzándose de brazos—. En este lugar hay varios que fueron príncipes, parte de la educación básica de cualquier noble es tocar algún instrumento. Hasta Hércules tuvo un maestro de música, aunque lo mató estrellándole un laúd en la cabeza en medio de un arranque de ira.
—Es una orden —insistió la diosa.
—No quiero —negó caprichoso.
Hércules estuvo nuevamente mordiéndose el interior de su mejilla hasta sentir el sabor metálico característico de la sangre. El maldito estafador de nuevo estaba haciendo de las suyas. En su mente sentía que había descubierto el jueguito al que lo estaba sometiendo. "Sí, eso tiene que ser. No hay dudas. Sísifo sólo finge ignorarme para atraer mi atención. Por eso no me ha dirigido la palabra, pero ahora suelta lo de mi pequeño incidente con mi maestro Lino. Sólo está jugando conmigo para tener mi atención, pero ahora que lo descubrí no le funcionara". Pensó resuelto a no dejarse caer en los intrincados enredos de parte del arquero. Seguía nervioso y con los puños abriéndose y cerrándose con disimulo controlándose para no saltarle ahí mismo y hacerle lo mismo que a su maestro, porque ganas no le faltaban.
—Con todo respeto, hermana —intervino Pólux con voz calmada—. No creo que pueda tocar.
El santo de sagitario era su presa. Si permitía que Hércules lo derrotara o humillara disminuiría su valor. Lo quería tal y como estaba ahora: en la cima de los demás hombres del ejército de Atena. Poderoso y en el liderazgo, de esa manera cuando lo humillara en su combate de exhibición todo cuanto le pertenecía a Sísifo, pasaría a ser suyo. Si su medio hermano lo derrotaba, no tendría gracia vencerle, pues no sería alguien imbatible. Sólo un guerrero normal incapaz de vencer a un semidiós. Y siendo que todos pensaban que el arquero le ganó a él, si Hércules lo vencía, cualquiera creería que el gemelo mayor era el débil. Por eso el estafador debía permanecer invicto e ileso, dos cosas que perdería si el otro semidiós posaba su interés en él. El discípulo de Artemisa era todo lo que un cazador desearía; terco, indomable, fuerte y rebelde. La clase de presa que una vez logras domar puedes presumir ante todos como antes se le creía imposible poseer. Por lo tanto, sería una hazaña, una proeza lograr lo que ni los dioses en tantos siglos consiguieron. Haría lo necesario por mantener a ese pervertido lejos de su presa. Fuera lo que fuera que deseaba hacerle, no lo permitiría.
—Sí puedo tocar, sólo no quiero hacerlo —aclaró el arquero ofendido de la insinuación.
"El estúpido pollito me está subestimando. Puede que no sea el más afín a las artes o cosas que requieren ser preciso y delicado, pero jamás haría pasar vergüenza a Apolo". Pensó sagitario viéndolo con fijeza.
—No poder, no querer, es lo mismo —resolvió el rubio con sencillez encogiéndose de hombros—. Hermana no ofendas al invitado ofreciendo un espectáculo tan miserable. Yo puedo tocar si así lo deseas, sólo necesito un instrumento.
"¡Maldito idiota orgulloso! Te estoy dando la excusa perfecta para no ser el entretenimiento de mi medio hermano. Sólo guarda silencio mientras todo pasa". Pidió mentalmente el futuro santo de géminis.
—¡No! —negó Sísifo enojado aleteando inconscientemente debido al enojo.
—¡Sísifo tus alas! —reprendió la diosa al ver como las corrientes de aire estaban llenando los alimentos de tierra y causando un gran desorden—. ¡Ten tu lira y deja de causar problemas! —exclamó lanzándole el instrumento musical hacia sus manos.
—Te voy a dejar sin palabras, pollito —advirtió el santo alado viéndolo de manera presumida luego de atrapar el objeto.
Como no le habían pedido que tocara una melodía en particular optó por interpretar la última pieza musical compuesta por el dios del Sol. Durante una de sus tantas prácticas a dueto, había surgido un tema de conversación que no se esperaba: el amor. Habían charlado acerca de la maldición impuesta por Eros, al ser un tema concerniente a ambos no hubo problemas en sincerarse. Apolo expresó abiertamente sus sentimientos hacia el santo de leo, curiosamente no sonaban a la típica lujuria que dejaba entrever en sus bromas habituales. Sagitario le dejó saber su preocupación respecto a lo que podría pasarles a ambos en caso de activarse la maldición y mencionó a Dafne para ejemplificar. Habiendo sido víctima del influjo del poder de Eros, ¿qué sentía el pelirrojo al pensar en ese antiguo amor forzado? Era algo impuesto, sí. Empero, si todo era falso, ¿por qué el dolor era real? Aún veía los ojos tristes del pelirrojo al mencionar la ninfa.
Pensando en eso es que decidieron componer una canción que le permitiera al dios de las artes liberar sus sentimientos reprimidos hacia su amor perdido. La cicatriz dejada en su corazón no sabía si era obra de la flecha dorada o el dolor que sentía por causar la trágica muerte de una inocente. Se vio involucrada en una disputa que no era suya y al pasar tiempo con León, su temor de involucrarlo también crecía. No deseaba darle un destino fatal como le sucedió a anteriores amantes, pero anhelaba el amor de ese hombre. ¿Qué hacer entonces con todos esos sentimientos irrefrenables? En su caso: una canción. A Sísifo le gustaba especialmente el inicio y la penúltima parte. Le hacía rememorar sus inicios con Antíclea y su separación. Desde que vio la sonrisa de León al oírlo tocar para él se reprochó a sí mismo no tener ese tipo de gestos hacia ella. Es más, ni siquiera era capaz de recordar algún gesto remotamente romántico de su parte en toda la vida que compartieron juntos.
La melodía interpretada por Sísifo era sólo la mitad del dueto con Apolo. Ambas escuchadas juntas producían una sensación agridulce. La parte del dios de las artes comenzaba con notas fuertes y rápidas alcanzando rápidamente el crescendo y decayendo de manera casi abrupta a largos silencios con tímidas notas que iban retomando un curso estable y tranquilo. Relatando la historia de un amor que comenzó desenfrenado y loco, perdido y trágico, con un amante doliente juntando los pedazos de su roto corazón con esperanza en el mañana. Al contrario, estaba la melodía de Sísifo. Con notas bajas y calmadas al inicio llegando a la cúspide de la euforia hacia la mitad y con un decrescendo desesperanzador hacia el final. La historia de un hombre que amó, perdió y se resignó a la soledad. Por separado ambas tonadas causaban dolor. Sólo juntas conseguían sentirse cálidas. Algo esperable cuando sus intérpretes eran dos hombres de corazones rotos buscando consuelo.
Pólux observaba atento la interpretación de quién era su maestro particular. Él le había explicado que, al portar una armadura, el cosmos debía fluir constantemente por su cuerpo o se convertiría en una pesada protección poco móvil como le sucedió a Castor. En el caso de sagitario, debido a sus emociones su cosmos solía causar que las alas se movieran; desde cuando estaba feliz y se extendían hasta cuando se enojaba y aleteaba con furia esponjándose cual avecilla. En esos momentos, el movimiento era sutil con sus plumas brillando tenuemente. Si no fuera porque conocía su mal carácter en verdad creería que se trataba de un ángel. Uno melancólico con la mirada triste rememorando quién sabía a quién. Oyó alguna que otra historia de que alguna vez tuvo una esposa, ¿seguía pensando en ella? Luego de tantos siglos, ¿aún seguía siendo quién ocupaba sus pensamientos?
"¡¿En qué rayos estoy pensando?! A nadie le importa si tuvo o no pareja, es más. ¿A mí qué me importa sus dramas amorosos?". Pensó Pólux enojado consigo mismo por perderse en ideas ociosas.
—¿Y bien? ¿Qué te pareció, pollito? —interrogó Sísifo cuando terminó su interpretación mientras miraba directamente al semidiós.
—Me abstengo de hacer comentarios —respondió el rubio cruzándose de brazos.
—Sabía que te encantaría —presumió sagitario con sus alas moviéndose en señal de alegría.
El gemelo mayor gruñó un par de maldiciones por lo bajo al oír esa frase. No cabía dudas de que Apolo le hacía justicia a su título como dios de las artes. Negar la belleza de la pieza era más un auto insulto, dado que hasta el más inculto sabría apreciar el bello sonido. No obstante, estaba tan absorto en la mirada que le dedicaba el arquero que no notó otro par de ojos azules vigilantes de la escena. Hércules sentía que su ira bullía en su interior rogando por ser liberada. Esa celebración era dedicada a su persona, pero el maldito niño se atrevió a convertirlo en un coqueteo con SU presa. Durante mucho tiempo había deseado a Pólux, pero siempre fue frío e indiferente con él. En cambio, ahora lo veía prendado de la mirada del estafador absorto en una burbuja donde sólo existían ellos dos. Una canción con claras intenciones de cortejo interpretada por Sísifo sin quitarle al aspirante de géminis las pocas miradas que dio cuando no tenía los ojos cerrados, eran claramente para seducirlo. Incluso el motivo para sujetar esa lira fue Pólux, pues hasta la orden de la diosa rechazó sin miramientos.
—No está mal, niño —felicitó Hércules aplaudiendo lentamente para llamar la atención de los otros dos—. Pero noto varios errores en tu forma de tocar—dijo acercándose con intención de intimidarlo con su tamaño.
—¿En serio? —interrogó Sísifo sin perder la calma pese al enojo que le causaba ese comentario—. Es una pieza de música única en su tipo —expresó fingiendo una expresión pensativa—. Mi maestro está muy orgulloso de su nueva melodía.
—Oh sin ánimo de ofender —suavizó el semidiós de cabellos castaños para poder burlarse a gusto fingiendo ayudarlo—, pero creo que no te ha estado enseñando de manera adecuada —mencionó colocando una expresión de pena—. Quizás sea uno de esos farsantes.
"¿Quieres hacerme ver como un farsante? Niño tonto, yo soy orgullosamente un mentiroso, pero veamos cómo te va enfrentando tus propias mentiras". Pensó sagitario sonriendo internamente.
—¿Podrías decirme con exactitud cuáles son las partes que debería mejorar? —preguntó el azabache con expresión inocente—. Estoy seguro de que mi maestro apreciará tu crítica —tranquilizó dejando el anzuelo extendido.
—Bueno no soy experto, pero estoy seguro de que puedo hacer algo por él para que no pase la misma vergüenza que tú —respondió Hércules con la humildad que tanto encantaba a dioses y mortales.
—Qué sabio y generoso eres —halagó el ángel de Atena viendo cómo el muy torpe picó—. Seguro que tu medio hermano estaría encantado de oírte.
—¿Qué? —preguntó el castaño girándose sorprendido para mirar a su familiar presente—. ¿Hablas de Pólux? —interrogó dirigiéndole una mirada de superioridad a su familiar—. No sabía que tocabas la lira o que dabas clases.
—Habla de Apolo, "hermanito" —corrigió el aludido con malicia al dejarle tan fácil mofarse de él—. Personalmente el Dios de las artes fue quien le dio lecciones —dijo mientras señalaba la cinta roja en la cabeza del menor—. ¿Ves eso en su cabeza? Es un regalo de Apolo y Artemisa. Él es el discípulo favorito de los gemelos. Me encantaría ver qué tiene para decir Apolo cuando oiga tus "consejos".
—Seguro serán bien recibidos, pues en su sabiduría mi maestro sabrá ver la sinceridad de tus palabras —habló dirigiéndose por primera vez a Hércules—. Después de todo también es el dios de la verdad —le recordó con una pequeña sonrisa.
Para la mayoría de los aspirantes aquella era una interacción muy cordial y educada donde estaban haciendo un sano intercambio de opiniones, pero para aquellos que conocían los juegos de la clase alta era una pelea encarnizada disfrazada con sonrisas falsas. Hércules se sabía en un aprieto. Su medio hermano y ese estafador confabularon en su contra para hacerle insultar al dios Apolo. ¡Claramente era una trampa en su contra! Si se retractaba quedaría expuesto como un mentiroso que sólo insultó a ángel de Atena, pero si seguía adelante con su mentira, sería el otro hijo de Zeus quien le daría problemas. Era bien conocido el temperamento iracundo que solía tener cuando se le molestaba con algo que amaba. Sus artes eran un claro ejemplo de ello y dejó un recordatorio para todo aquel que osara cuestionar su música.
Hace muchas, muchas décadas, el rey Midas fue elegido para juzgar una competencia musical. Pero esta no era cualquier competencia, pues los contendientes eran Apolo, dios de la música y Pan, un semidiós. El orgulloso Pan, presumía de ser mejor músico que el mismo dios de la música. Apolo, por supuesto, no estuvo de acuerdo. Entonces, decidieron organizar un concurso para resolver la disputa de una vez por todas y a cada uno de ellos se le permitió elegir a una persona para servir como juez. Apolo eligió a Tmolo, un dios menor de las montañas. Y Pan, siendo muy amigo de Midas, eligió al rey mortal. El dios entonó una hermosa canción con su lira, mientras que Pan tocó la siringa, un instrumento de viento similar a la flauta. Tmolo votó por Apolo, quien había demostrado una clara superioridad. Pero Midas, porque era su amigo y no quería decepcionarlo, votó por Pan. La deidad de las artes estaba justificadamente furiosa.
—¿Cómo se atreve este mortal a decir que un semidiós le ganó al dios de la música en su propio arte? Midas, no tienes gusto —exclamó Apolo—. ¡Debes tener orejas de burro si crees que Pan es mejor que yo!
Y Apolo convirtió las orejas de Midas en las largas y peludas orejas de un burro. El rey Midas estaba terriblemente avergonzado. ¿Cómo podría aparecer ante su gente con esas enormes orejas de burro? ¿Qué dirían los reyes de otras tierras cuando lo descubrieran? Nadie lo tomaría en serio otra vez. Llegada la noche, logró regresar al palacio sin que nadie lo viera. De ahí en adelante fue visto llevando un turbante grande y pesado todo el tiempo. Sus súbditos y los reyes de otras tierras a menudo comentaban:
—¿De dónde sacó el Rey Midas ese extraño turbante y por qué insiste en usarlo todo el tiempo?
Durante un año, el Rey Midas pudo mantener su secreto hasta que se llegó el día de necesitar un corte de cabello. El barbero vio las orejas del rey y prometió guardar el secreto. Pero el peso de ese secreto se le hacía insoportable. Desesperado, salió a las orillas del río y cavó un agujero en la tierra. Luego, gritó su secreto en el agujero: "El rey Midas tiene orejas de burro". Sintiéndose mucho mejor, el barbero tapó el agujero y regresó a casa. Pero a la siguiente primavera, crecieron juncos en el lugar donde el barbero había enterrado el vergonzoso secreto. Cuando soplaba el viento, los juncos susurraban a los cuatro vientos las palabras del barbero. Grande fue la sorpresa del rey Midas cuando se enteró de que los juncos habían esparcido su secreto por todo el reino: "¡El rey Midas tiene orejas de burro! ¡El rey Midas tiene orejas de burro! ..."
"Definitivamente no puedo ofender a Apolo con su arte". Pensó Hércules aterrado por dentro viendo con odio disimulado la expresión de victoria de Sísifo. Y no era el único dirigiéndole ese tipo de miradas al arquero. Aquellos de noble cuna como era el caso de Pólux, Castor, Adonis y Ganimedes no sólo entendían claramente la situación, sino que daban gracias de que se le cerrara el hocico al presumido semidiós. La tolerancia que le habían tenido desde iniciado el banquete estaba más que agotada y necesitaban un respiro. La jugada de Sísifo les había dado cierto alivio kármico al ver cómo se le daba a probar de su propia medicina al invitado. Quienes no estaban de acuerdo con la manera de actuar del menor eran Tibalt y Nikolas. El primero claramente había sido educado en oratoria y era capaz de percibir como el aspirante de géminis y el Ángel de Atena se habían unido por un insano sentimiento de envidia contra el noble héroe. El fanático de la justicia estaba acostumbrado a codearse con los nobles debido al prestigio de su padre, por lo cual no sólo era consciente de la situación, sino que le causaba indignación.
—No puedo creer que un héroe de la talla de Sísifo se dejara llevar por la envidia —murmuró el príncipe con suma decepción en su voz.
—Lo sé, puedo entenderlo de Pólux todos sabemos lo fanfarrón que es, pero ¿él? —secundó Nikolas sorprendido de que se comportara de esa manera.
Era como ver aquellos temores que habían rondado en su cabeza con anterioridad materializarse de la peor forma posible. Él siempre supo que sagitario era de mentalidad simple; ayudar a quien le caía bien, atacar a quien le caía mal. Y considerando sus antecedentes expresando abiertamente su odio a Zeus, parecía que todo aquel que compartiera un lazo sanguíneo con él era objeto de su odio basado en aquel sencillo prejuicio infundado.
—Tal vez en el fondo siempre fueron iguales —opinó Tibalt sacando conjeturas.
—Eso explicaría porque han sido tan injustos con Hércules desde que llegó —expresó con rabia su amigo arrugando el gesto en su rostro.
—Bueno si lo recuerdas cuando Pólux llegó, Sísifo se peleó con él y se puso a blasfemar contra Zeus —remarcó el príncipe teniendo muy fresco en su memoria aquel día.
Le era imposible olvidar como ni con toda su habilidad y destreza usando la espada pudo manejar la diferencia numérica, pero el infante junto a acuario había luchado con las manos desnudas saliendo no sólo victoriosos sino ilesos luego de tan magnífica batalla.
—Qué gran decepción —suspiró Nikolas expresando claramente ese sentimiento en su rostro.
Sus comentarios eran susurrados para que sólo fueran oídos entre ellos. No querrían ser el blanco de sagitario sabiendo de su mal carácter. Viéndolo objetivamente, estaban hablando de un niño pequeño demasiado mimado por todos. Desde adultos hasta dioses le daban todo cuanto quería y no dudaban que su ego estuviera por las nubes. ¿Cómo culparlo? Ponerle una sola mano encima posiblemente sería el equivalente a que aquellos dioses maldijeran al temerario. Los tres seres divinos que actuaban como sus benefactores eran conocidos por lanzar castigos crueles por ofensas que para cualquiera serían nimiedades. El arquero necesitaba una buena dosis de humildad, aprender que no siempre se puede ser el centro de atención y saber ceder de vez en cuando.
—Qué idiotas —insultó Argus por lo bajo al oír como hablaban mal del arconte del centauro.
Miles miraba curioso cómo es que su pequeña "cría" soltaba insultos disimulados. Era extraño verle actuando de esa manera porque siempre había sido alguien extremadamente calmado. Su porte habitual era el de alguien despreocupado, pero contrario a lo normal estaba apretando la tela de su ropa con sus manos mientras miraba con rabia a sus compañeros y luego al invitado especial. Por otra parte, para la gran mayoría de los presentes era la primera vez que oían acerca de los maestros del Ángel de Atena. Ese dato no lo sabían los aspirantes, salvo unas pocas excepciones, que eran Miles y los gemelos. Cualquier conjetura relacionada al Dios del Sol les hacía asociarlo más rápidamente a León, puesto que a él le había regalado aquel león cachorro, pero ¿sagitario? Se suponía que con él sólo apostaban. Aunque si estaban jugando con su discípulo tenía sentido que lo invitaran a las cacerías con ellos. En retrospectiva sí era un poco obvio el favoritismo de los cielos hacia él.
—¿Tus maestros fueron los dioses del Sol y la Luna? —preguntó Giles completamente ilusionado viendo a su amigo—. ¡Eso es increíble! ¿Por qué no nos dijiste nada, Sísifo? —interrogó poniendo una mirada lastimera.
—No es que sea tan relevante —respondió el azabache a su amigo mientras se encogía de hombros—. Tocar la lira sólo sirve para matar el tiempo. No es una habilidad que necesite transmitirles como guerreros —justificó.
"Como si fuera a dejar que me roben el crédito de mi esfuerzo. Muchos supuestos héroes reciben ayuda de dioses y resulta que sólo les han regalado un don. Yo me esforcé mucho para aprender de ellos, no dejaré que nadie me venga a decir que usando sus poderes me hicieron buen arquero y músico". Pensó Sísifo con fastidio. Suficiente tenía con que el crédito de sus acciones se tradujera en adoración a la diosa Atena porque "todo lo que el Ángel de Atena hace es por orden mía". Remedó burlonamente la frase de la deidad en su mente haciendo una parodia de ella.
—¿Puedes contarnos algunas historias? —cuestionó el pequeño rubio con gran emoción—. Seguro tienes muchas anécdotas sobre ellos.
—Bueno… sí, pasaron muchas cosas es sólo que nunca me puse a pensar mucho en ello —Intentó evadir el tema.
Sísifo no quería hablar de ellos en esa situación específica. Sería meterlos en un conflicto que no era su asunto. Zeus era demasiado voluble e impredecible, no podía adivinar con exactitud qué haría en caso de tener que elegir entre tres de sus hijos favoritos. Sin embargo, teniendo en cuenta el odio que le profesaba a él, que los dioses gemelos fueran sus maestros sólo haría inclinar la balanza de favoritismo del dios del trueno en favor de Hércules. Una cosa era lidiar él con las consecuencias de su boca suelta, otra sería dejarles cargar a ellos por pecados y peleas que eran su propio asunto y de nadie más. Aunque reconocía que la cara de terror del torpe semidiós al descubrir que insultó Apolo quedaría en su memoria como una anécdota divertida. Mientras tanto, Hércules se sentía aliviado de ver cómo su pequeño admirador había conseguido desviar la atención del estafador. Le había ahorrado tener que explicarse y sin siquiera tener que pedirlo. Oh, como le encantaba cuando las cosas se alineaban a su favor.
Y Giles no era el único admirador dispuesto a dar la cara por su ídolo allí presente y eso era algo que nadie necesitaba avisarle a Hércules. Con una sola mirada se dio cuenta que otro de sus seguidores estaba a punto de ahorrarle el trabajo de gastar saliva intentando poner en su sitio al potrillo salvaje que tenía delante. El espadachín harto de ver como sagitario estaba desplazando egoístamente al héroe que celebraban, decidió intervenir en su favor.
—Sísifo —llamó Tibalt consiguiendo una mirada curiosa de su parte—, tus aventuras con Artemisa y Apolo las quisiera escuchar, pero primero hay que terminar de oír las de Hércules. Él es un nuestro invitado especial y hay que mostrar modales —habló con el acento típico de su ciudad natal sonando exótico, pero firme. Una parte de él quería dar una buena impresión al semidiós.
"Otro príncipe idiota que cree que puede venir a ordenarle a un rey. Muy bien, niño. Quieres hablar de modales, hagámoslo. Has cometido el error de remarcar tu acento nativo. Ahora sé exactamente de dónde vienes". Pensó sagitario concentrando su rabia en las palabras que usaría.
—Tienes razón, Tibalt —aceptó el azabache cerrando los ojos con meditación—. Me alegra ver que tienes modales dignos de tu estatus de príncipe a pesar de que tu ciudad no fuera muy famosa —señaló viendo con goce como la expresión del otro se deformaba rápidamente—. Es una pena que no se les invitara a más eventos sociales —habló el infante de ojos azules mirándolo de manera inocente—. O al menos eso supongo dado que casi nadie reconoce tu tierra natal.
"Pequeño hijo de puta". Pensó Tibalt apretando los puños mientras se mordía la lengua para no responder. Esa maldita mirada de lástima como si viera a un esclavo o un prisionero de guerra dejaba transparentar sus pensamientos. Lo veía de menos. Como alguien que no estaba a su altura y cuyo derecho a réplica era inexistente. Quiso ingeniar alguna respuesta astuta, pero temía que se tratara de una trampa similar a la puesta a Hércules. Pues estaba en la misma situación. No sabía nada del origen de Sísifo, de hecho, nadie sabía casi nada de él. Sólo tenían como dato que León era su padre adoptivo, pero a juzgar por su manera de comportarse tuvo educación propia de un noble. ¿Quiénes serían sus padres? ¿Cuál era su linaje? Si sus maestros por sí solos eran impresionantes no se atrevía a arriesgar el pellejo e insultar su cuna sin saber qué repercusiones podría tener luego contra él. O peor aún contra su ciudad natal. Si ese niño insolente estaba relacionado con algún rey poderoso sólo bastaría con una palabra suya para que su ciudad y su familia cayeran en desgracia. Y con ese carácter infantil no estaba seguro de qué esperar.
—Ya, ya, no hay necesidad de pelear por la atención si todos somos amigos —intervino Hércules viendo que era su oportunidad de retomar su lugar como chico bueno—. Si quieres contarnos acerca de tus aventuras puedes hacerlo. Me encantaría oírte —sugirió el semidiós a Sísifo siendo ignorado rotundamente de nuevo.
"Mientras más tiempo se quede mejor, así irá soltando la lengua hasta darme alguna pista del elixir. Y si no empieza a dar información por las buenas, no hay nada que un poco de vino en su copa no solucione. Sólo debería esperar que todos se distraigan para adulterar su bebida y luego atribuirlo a un descuido del propio Sísifo. Ya demostró ser bastante torpe y no fijarse en lo que se lleva a la boca. Aunque lo ideal sería que fuera estando a solas, al menos quisiera ver cuál es el nivel de resistencia al que me enfrento". Planificó el hijo de Zeus de cabellos castaños. Después de todo nadie, ni siquiera su propio padre, habían sorteado las trampas que involucraban una bebida demasiado fuerte. Fue así como Hera lo había logrado atar a la cama cuando conspiró junto a otros dioses para alzarse en rebelión y quitarle el trono.
—No, gracias —rechazó sagitario caminando hacia la salida—. Ya comí mis dulces. No tengo nada más que hacer aquí. ¡Hora de ir a jugar con Caesar! —celebró alzando los brazos al aire.
—¡Sísifo el banquete todavía no termina! ¡No seas grosero! —gritó Atena ofuscada por el comportamiento caprichoso de su mascota.
—Para mí sí —replicó el infante sin siquiera voltearse.
—¡Iré con él para vigilarlo! —apresuró a decir Adonis corriendo hacia su compañero dorado—. Necesitaras quien te cure los arañazos, ¿no es verdad? —preguntó de manera amable expresando súplica en su mirar.
Sagitario no estaba del todo seguro del motivo de aquella petición implícita. Supuso que algo malo había pasado con el idiota de Hércules o que simplemente le caía mal a su amigo. Fuera cual fuera el caso lo hablarían en privado. Por ahora sólo le cubriría las espaldas al rubio y lo ayudaría a irse lo más pronto posible.
—Si Adonis va conmigo no habrá ningún problema respecto a que me exceda —mencionó sabiendo que la deidad entendía la indirecta respecto a su estado luego de chuparle tanta sangre—. Debo cuidar mi salud, ¿no lo crees?
—Bien —aceptó Atena rechinando los dientes.
El arquero sonrió al salirse con la suya y caminó al lado de su amigo rubio. Echó una rápida mirada hacia atrás notando al semidiós invitado observando demasiado la retaguardia de su amigo. Ante eso simplemente le sonrió con superioridad antes de cubrir a Adonis con una de sus alas como si le estuviera haciendo sombra. El otro no entendía bien el motivo de ello, pero agradecía ya no sentir la penetrante mirada azul del hijo de Zeus a sus espaldas. Estando bajo el ala de sagitario todo lo que podía ver era hacia delante o hacia su lado donde tenía a su compañero sonriéndole con sinceridad. Cuando estuvieron lo suficientemente alejados del comedor como para que nadie pudiera escucharlos se atrevió a preguntar.
—¿Me dirás el motivo por el que te veías tan pálido al llegar al comedor? —preguntó piscis viendo al infante seriamente.
—¿Tú me dirás el motivo de salir con tanta urgencia de allí? —respondió el azabache con otra pregunta—. Sabes que no te forzare a nada, pero sólo me basta con que me digas que no lo quieres cerca y me aseguraré de sacarlo de tu vista a patadas si es necesario —aseguró alzando el puño.
—Yo… no quiero hablar de lo que pasó entre nosotros —dijo Adonis sintiéndose incómodo de revivir aquellos horribles días—. Al menos por ahora. Cuando esté un poco más preparado prometo contarles todo a ustedes, ¿de acuerdo?
—Sabes que yo no tengo mucha paciencia, pero por ti aguantaré. Tómate el tiempo que necesites —habló el niño mientras avanzaban hacia donde debería estar el cachorro.
A Sísifo le causaba algo de preocupación lo que ese torpe semidiós podría intentar hacerle al animal si lo veía. Nuevamente quizás debería usar el nombre de Apolo. O dejar que los demás aspirantes le adviertan que Caesar era regalo del dios del Sol y no se podía tocar, así como su querido padre. "Como intente seducir a León como hizo con las rameras de agua, —los marineros—, tendrá serios problemas con nosotros". Pensó resuelto el arquero. Aunque le estaba causando cierta preocupación las miradas casi hipnotizadas que varios aspirantes tenían al ver a Hércules. Esperaba que si algo les quedó de sus clases fuera su constante recordatorio de que pensaran por sí mismos. Siempre hizo énfasis en que cantares había tantos como sus autores. Podían estar contando la misma historia, pero los diferentes intérpretes hacían variar la versión. Debían oírlas todas, analizarlas y juzgarlas con cuidado sin perder de vista que la verdad no era absoluta. Incluso las mentiras tenían una pizca de verdad, una piedra angular que sostenía la red de falsedades con la que construían su engaño. Y debían descubrirla.
No obstante, sagitario era demasiado optimista en cuanto a las habilidades de los aspirantes. Aún eran demasiado impresionables y fácilmente creían que cualquiera piedra que brillaba era oro. Prueba de ello era lo que estaba sucediendo en el gran comedor en esos momentos con todos oyendo al invitado como único portador de la verdad. Al no haber más interrupciones de parte del menor, para el invitado fue pan comido relatar innumerables aventuras donde él era el protagonista, héroe y salvador. Siempre buscando engrandecer su imagen, así como la de su padre Zeus. A la diosa de la guerra no le gustaba que su ejército personal estuviera volviéndose tan adepto al rey del Olimpo, pero si actuaba de manera precipitada le faltaría el respeto a su propio padre y eso traería consecuencias nefastas a futuro. Para los dos de los tres dorados presentes les era imposible detener esa personalidad abrumadora que los tenía tan encantados. Sólo unos pocos estaban libres de su embrujo.
—Maldito Sísifo —gruñó Tibalt por lo bajo aún molesto.
—Ya olvídalo, príncipe —mencionó Miles con cansancio—. Ni que hubiera insultado a tu madre para ponerte así —dijo hastiado de oír múltiples maldiciones sólo por algo tan irrelevante.
—El caballo enano sí que te pegó dónde duele —se burló Pólux riendo por lo bajo—. Eso te pasa por meterte dónde no te llaman.
—¡Cállate! —ordenó Tibalt viéndolo con odio.
—¿Por qué te molesta tanto no ir a fiestas? —interrogó el ladrón extrañado de descubrir la faceta juerguista del serio príncipe—. No sabía que te gustaban tanto.
—No se trata de eso —intervino Castor para aclararle el asunto al ladrón—. ¿Por qué crees que los nobles y ricos hacen muchas fiestas y banquetes?
—Porque les sobra dinero y tiempo —respondió Miles sin siquiera titubear.
—En parte sí, pero piensa también que se hacen en honor a dioses —guio Castor con calma para ayudarle a comprender cómo pensaban los nobles—. El objetivo es socializar.
—Igual que cualquier pobre —señaló el ex prostituto sin entender a dónde quería ir con ello.
—A diferencia de las fiestas del pueblo, los reyes y nobles las realizan buscando fomentar relaciones políticas, comerciales e incluso alianzas matrimoniales —enumeró recordando las clases que él y su gemelo habían recibido—. Las mejores familias tienen decenas sino es que cientos de invitaciones de personas buscando ganarse su simpatía. Debido al acento de Tibalt, Sísifo debe de haber deducido más o menos de donde proviene y le tendió una trampa. —Hizo una pausa para no reírse de manera tan alevosa como su gemelo mayor—. Como el principito aquí presente no pudo responderle, acaba de traicionar a su gente al permitir que se les insultara flagrantemente delante de todos y ni siquiera salió en su defensa.
—Dado que la familia real es quien representa a la gente que gobierna, decirle a Tibalt que no era tomado en cuenta por los gobernantes de las más grandes ciudades, fue el equivalente a decirle poca cosa a él, su familia y sus súbditos —explicó Nikolas para ayudar a aclarar el punto.
—Si supiera algo de su origen tendría alguna respuesta adecuada —se defendió el espadachín negándose a darse por vencido.
—Si conocieras sus secretos te estarías orinando encima —picó Pólux sabiendo de sobra que como supiera que se enfrentaba a un rey y no uno cualquiera, sino aquel que engañó a los mismísimos dioses, estaría en una esquina llorando.
—¿Desde cuando eres un fanático del Angel de Atena? —interrogó Tibalt viéndolo con sospecha.
—Sí, tú siempre mostraste odiarlo —secundó Nikolas mirando acusadoramente al rubio.
—Lo odio menos que a Hércules —contestó con sencillez el semidiós.
—Son tal para cual —bufó Tibalt harto de tener que soportar a personas tan malagradecidas y envidiosas a su alrededor.
Mientras ellos seguían con su discusión, Argus oía atentamente las palabras de sus amigos. Ellos le habían advertido de manera indiscutible que Hércules poseía un hedor a muerte. Su cosmos divino lo envolvía haciendo difícil notarlo, pero allí estaba. Esa oscuridad de su alma, el cosmos que mostraba ese lado de su naturaleza era como un carozo envuelto en una deliciosa y jugosa fruta. Almas en pena clamaban justicia; mujeres con ropas desgarradas, niños con las piernas manchadas de ríos de sangre y los brazos rotos acompañados de diversos animales que ni siquiera formaban parte de la nómina que daba prestigio a un cazador o que al menos fueran de aquellos usados para sacrificios en honor a los dioses. Eso definitivamente no estaba bien. Él había reconocido el hedor a muerte en Adonis y Sísifo en el pasado. Las almas sabían de sus pecados, pero los dorados se estaban redimiendo a su manera. Mientras el semidiós sólo continuaba fermentando almas en pena a su alrededor y temía que quienes ahora lo celebraban pasaran a formar parte del séquito mortuorio.
El banquete continuó durante horas hasta caer la noche. En ese momento fue cuando la diosa de la guerra decidió retirarse a descansar a sus aposentos. No le preocupaban los dos dorados que se retiraron temprano dado que sintió sus cosmos en sus respectivos templos. León se aseguró de acompañar a Shanti junto a Ganimedes para no dejar oportunidad alguna de que se le acerque el semidiós quien, dicho sea de paso, mencionó que estaba agotado por sus múltiples heridas. A ellos ni siquiera les interesó si debía dormir a la intemperie, es más, se sentirían más seguros si ese fuera el caso. Por lo cual, no hicieron ni el más mínimo esfuerzo en ubicarlo en algún lugar y Atena tampoco le dio instrucciones al respecto. Así que fingieron demencia. Tal y como se había mencionado, Hércules se dispuso a ir a dormir a algún sitio despejado bajo el cielo nocturno. No obstante, fue interrumpido y convencido por Talos y otros aspirantes para ir a dormir con ellos a las habitaciones que les pertenecían. Talos incluso se ofreció a hacerse cargo de cualquier castigo que pudieran imponer Atena o los dorados por actuar sin pedirle permiso.
—¿Qué hacemos? —preguntó Castor con preocupación—. No podemos dejar que haga los movimientos que intentó en el barco.
—No es asunto nuestro —replicó Pólux sin intenciones de meterse en aquel asunto—. Si el toro quiere ofrecerle sus crías, bien. Mientras no me interrumpan mi descanso —afirmó acomodándose para dormir.
—Pólux... —llamó el gemelo menor con un tono lastimero.
—Quita esa cara de doncella me da escalofríos que lo hagas con mis rasgos —ordenó el rubio mayor viéndolo enojado por mostrarle una expresión tan indigna de su propio rostro.
—Te lo pido, ellos son mis amigos —suplicó nuevamente su hermano mortal.
—Ah está bien —cedió finalmente Pólux levantándose de su sitio para irse a acomodar donde pudiera vigilar mejor las acciones del recién llegado—. Dormiremos en esa formación —avisó sabiendo de antemano que con esas simples palabras el otro le entendería.
—Gracias, hermano —agradeció Castor preparándose para lo que sería una muy larga noche.
Mientras todos movían sus pocas pertenencias buscando hacerle más confortable el sitio al héroe, Pólux se acomodó en una posición estratégica donde lo vería levantarse sin ningún problema. Desde donde estaba ningún niño quedaba al alcance de ese malnacido. Observó de reojo como había algunos cuantos de los menores cerca de Talos y otros cerca de aquella ramera escandalosa. "Bien, mientras los tengan lejos de este psicópata". Pensó el hijo de Zeus de cabellos rubios pensando en cómo distribuir sus horas de sueño, pues no se sentía seguro de dejar a su hermano gemelo vigilando solo por demasiado tiempo. Si en el pasado intentó someterlo a la fuerza, no quería imaginar de qué sería capaz ahora que era libre y aclamado tanto por su padre como por Atena. Lo miró con infinito odio. Tampoco debía permitirse debilitarse o quién sería sometido cuando menos lo pensara sería él mismo. Si caía, estarían perdidos. De entre todos los presentes, era el único capaz de sostener una pelea mano a mano con esa fuerza sobrehumana.
—Aww ¿mi querido hermanito viene a dormir conmigo? —cuestionó Hércules acercándose como un felino buscando verse seductor—. No te preocupes nos acurrucaremos y daremos calor durante la noche si es lo que deseas.
—Quiero matarte —murmuró por lo bajo manteniendo al otro a raya.
—Recuerden la regla de no pelear —intervino Castor mirando de mala manera al acosador de su hermano—. No querrás que el ángel de Atena vuelva a ponerte en tu sitio ¿o sí? —cuestionó el mortal sonriendo al ver cómo se le iba todo el buen humor a ese fanfarrón.
—Ríanse mientras puedan —amenazó Hércules por lo bajo sólo para que los gemelos lo oyeran—. Pero ese enano no es un desafío para mí. No es digno de mi atención.
—Qué graciosa manera de consolarte cuando prácticamente le rogabas que te mirara —molestó Pólux.
—Tú… —gruñó el castaño a punto de perder los estribos, pero al oír la voz de los demás aspirantes cambio su tono de voz—. Creo que ese viaje al inframundo me dejó realmente cansado, necesitaré dormir toda la noche. Disculpa si no puedo pasar tiempo contigo, hermanito. Cuando me sienta mejor tendremos nuestro momento —explicó fingiendo una voz amable, aunque los otros captaron la amenaza.
"¿Siquiera sabes la clase de monstruo que metiste a tu santuario, Atena?". Pensaron los aspirantes de géminis.
CONTINUARÁ….
N/A: aquí están algunos links aclarando términos usados en este capítulo.
Heteras. Link: . /a/heteras-cortesanas-grecia_17148
Asesinato de Lino. Link: opinion/opinion.
Rey Midas. Link: /mitos-y-leyendas-para-ni%C3%B1os/rey-con-orejas-de-burro
La rebelión en la que Hera emborrachó a Zeus fue mencionada en el capítulo 10 de esta historia. Link: watch?v=PA7GOJnt6uk
