Cassius estaba tan sorprendido como la chica que tenía frente a él. Había conocido a la descendiente de Blancanieves, la hija de la enemiga de la madre de Eve, y para su asombro, no se parecía mucho a su madre. Aunque había heredado su belleza natural y la piel blanca como la nieve, Apple White era rubia, algo que la distinguía claramente de su famosa madre.
Apple no podía dejar de observar con asombro al chico recién conocido. Había escuchado que los hijos de los villanos elegidos por Ben y los reyes incluían a los descendientes de Jafar, Cruella, la Reina Malvada —aquella que intentó matar a su madre— y, según todos, la peor de todas: Maléfica. Desde pequeña, sus padres le contaban historias sobre la hechicera que le causaron pesadillas. La imagen que Apple tenía de ella era la de un monstruo que se transformaba en dragón a voluntad. Pero frente a ella no estaba un monstruo, sino un chico ligeramente más alto que ella, con ojos celestes profundos y cabello negro como la noche. Y, para su sorpresa, resultaba ser muy educado y divertido, con gustos similares en la lectura. A pesar de la revelación, no se sentía amenazada, aunque ahora un leve nerviosismo se apoderaba de ella. No sabía cómo empezar una conversación tras lo que había descubierto.
—Yo... aa...—intentó articular Cassius, pero no se le ocurrió nada. Sus ojos se posaron en los libros caídos a causa de su tropiezo—. Debo colocar estos libros en su lugar, con su permiso—dijo rápidamente, tratando de desviar su nerviosismo mientras recogía los volúmenes esparcidos.
Apple lo observaba colocar los libros, pero notó que aún faltaban algunos en las estanterías más altas. Decidida a ayudar, fue en busca de una escalera cercana. Mientras caminaba, una idea cruzó por su mente: No se parece en nada a su madre...
Mientras Cassius organizaba los libros a su alcance, la misma idea revoloteaba en su mente: No se parece en nada a su madre.
Bueno, en algo se parece... pero... Cassius no sabía qué pensar. Aquella chica le había desordenado la cabeza por completo. Colocaba el último libro en su lugar cuando escuchó pasos acercándose. Apple regresaba con una larga escalera.
—Creo que podrías necesitar esto—dijo ella, posicionando la escalera frente a los huecos vacíos—. Sostén la escalera mientras coloco los libros—añadió mientras se acercaba a tomar los libros.
—No tienes que hacerlo, es mi trabajo—respondió Cassius, reacio a aceptar la ayuda—. Además, fui yo quien los derribó.
—Bueno, no los habrías derribado si no fuera por mí. Así que... compartimos la culpa, ¿no crees?—dijo Apple, sonriendo mientras comenzaba a subir la escalera.
Apple leía cada título antes de colocarlos en su lugar, para asegurarse de que estuvieran en orden. De vez en cuando, giraba la cabeza para mirar a Cassius, quien sujetaba la escalera con ambas manos y miraba hacia otro lado, lo que la hizo sonreír. Su comportamiento había sido amable desde el principio, a pesar de no conocerse. Una idea cruzó por su mente: No estaría mal conocerlo mejor.
—Entonces, Cassius, ¿cómo es tu madre?—preguntó de repente, curiosa.
—¿Perdón?—respondió Cassius, sorprendido por la pregunta.
—Solo quiero saber un poco más de ti—respondió Apple—. Sinceramente, no pareces el hijo de Maléfica.
—Bueno, el sentimiento es mutuo. Nunca habría imaginado que fueras la hija de Blancanieves—afirmó Cassius.
—Déjame adivinar, es por mi cabello, ¿no?—dijo Apple, sonriendo con complicidad.
—Sí, en parte. No esperaba que la hija de Blancanieves fuera rubia—admitió Cassius.
—Bueno, yo tampoco esperaba que el hijo de Maléfica fuera tan... agradable. Además, todos saben que Maléfica tiene esos ojos verdes brillantes, como su magia—comentó Apple, curiosa.
—No en mi caso. Yo heredé mis ojos de mi padre, celestes como el fuego fatuo—dijo Cassius, evocando recuerdos de su padre.
—A mí me pasó igual. Heredé mi cabello de mi padre, dorado como el oro—añadió Apple—. A mi madre no le gustó mucho el color de mi cabello; esperaba que fuera como el suyo.
—¿Blancanieves?!—preguntó Cassius, incrédulo.
—No entiendo tu sorpresa. Nadie es perfecto—dijo Apple—, ni siquiera nuestros padres.
Cassius la escuchaba incrédulo. Siempre le habían dicho que los enemigos de sus padres eran perfectos en todo sentido.
—Vaya, así que no eres la única—murmuró Cassius.
—¿A qué te refieres?—preguntó Apple.
—Mi madre no estaba muy entusiasmada cuando no mostré señales de tener...—Cassius dudó por un momento, pero decidió ser honesto—. Magia. Ella esperaba mucho eso, pero nada...
—Vaya, no cumpliste con sus expectativas desde el principio. Eso debe haber sido duro—dijo Apple, todavía acomodando los libros—. Pero entiendo cómo te sientes. Todo el reino se sorprendió cuando mi cabello no era como el de mi madre. Incluso ella... supongo que quería que todo fuera como ella lo había imaginado: una joven con piel blanca como la nieve y cabello negro como la noche, que sería besada por su príncipe azul y vivirían felices para siempre—dijo, frunciendo el ceño al recordar viejas heridas—. Hay más de una gran mentira ahí.
Cassius notó el cambio en el tono de Apple al mencionar esos recuerdos y decidió no profundizar en el tema para evitar conflictos ajenos; bastante tenía él con los suyos.
—Bueno, mi madre también tenía su visión de las cosas, pero creo que yo no salí según el plan. Siempre me lo recuerda...
Apple también percibió el peso de las palabras de Cassius. Le llamó la atención, pero decidió no insistir y cambiar de tema con una pregunta menos comprometedora.
—¿Dijiste que tenías una hermana? ¿Ella sí puede hacer magia?—preguntó con interés.
—Sí, Mal. Ella sí fue la afortunada—respondió Cassius—. Eso hizo que mamá nunca se separara de ella.
—¿Mal Thorn?—preguntó Apple, sorprendida por el nombre—. ¿Ese es su nombre?
—Sí, para combinarlo con su segundo nombre, Igna. Su nombre completo es Maligna Thorn—dijo Cassius, divertido.
Apple rió ante el ingenio del nombre—. Vaya, tu madre fue muy clara al escoger nombres—comentó—. Pero hay algo que no entiendo—añadió, mientras bajaba de la escalera tras colocar el último libro en su lugar—. Me contaste que hacías reír a tu hermana, pero si ella tenía toda la atención de tu madre, ¿nunca te sentiste celoso de que ella se llevara toda la atención?
—Yo...—Cassius pensó por un momento su respuesta. En el mundo de los villanos, cualquier otro habría estado verde de envidia, pero él veía las cosas de otro modo—. Lo pensé en su momento, pero recordé algunas cosas. A Mal le afectó mucho la partida de papá, y yo sentía la necesidad de que se sintiera mejor. Además, la atención de mamá hacia ella era más bien lo contrario. Después de enseñarme lo básico, mamá me dejaba andar por mi cuenta, sin importarle lo que hiciera. Pero Mal... ella siempre tenía que estar a su lado, aprendiendo todo lo que mamá sabía, día y noche. No era justo que perdiera su infancia por las expectativas de mamá...
—Decidiste darle tu amor cuando más lo necesitaba—dijo Apple, conmovida por lo que escuchaba. Ahora estaba segura de que este chico era completamente distinto de lo que esperaba del hijo de Maléfica. Aún no podía creer que, a pesar de haber sido privado del amor materno, Cassius fuera capaz de ofrecerlo a los demás.
—Yo... ni siquiera sé qué es el amor. Bueno, conozco la historia de Romeo y Julieta, y la de los padres de Ben, pero no creo que sea amor, tal vez empatía—dijo Cassius, un poco nervioso por las palabras de Apple.
Apple lo miró con una sonrisa. Tal vez era demasiado modesto, o simplemente decía la verdad. Recordó el libro de álgebra en su bolso y las palabras de Cassius: Me enseñaron lo básico. Se dio cuenta de que el chico quería aprender por su cuenta para estar mejor preparado para las clases. Entonces, se le ocurrió una idea.
—¿Querías este libro para aprender más, no es así? ¿Cuándo tienes álgebra?—preguntó, mientras Cassius la miraba, algo confundido por el repentino cambio de tema.
—Mañana, si mal no recuerdo, tengo clases con Merlín. La verdad, me sorprende que el mago más poderoso del reino enseñe eso —comentó Cassius, pensativo.
—Merlín enseña de todo. Es un mago, pero siempre dice que el verdadero poder está en el conocimiento. Aún me siento culpable por lo de hace rato. ¿Qué te parece si te ayudo con el álgebra el resto del día? Te prometo que soy bastante buena en eso —dijo Apple, sonriendo con entusiasmo.
Cassius lo pensó por un momento. Estaba a punto de declinar la oferta, pero se dio cuenta de que, en realidad, no sabría qué hacer cuando tomara el libro. Lo poco que conocía del álgebra era que implicaba hacer sumas y multiplicaciones con letras y símbolos extraños, y la idea de enfrentarse a eso solo le parecía una especie de condena. Así que, después de meditarlo, optó por aceptar la ayuda.
—Si no es mucha molestia… —respondió con una ligera sonrisa.
—Para nada. ¡Vamos! —exclamó Apple, invitándolo a seguirla hacia una de las mesas de la biblioteca. Allí se dispuso a enseñarle los fundamentos del álgebra, asegurándose de que Cassius comprendiera al menos lo básico y pudiera resolver algunos problemas. Mientras tanto, Cassius no dejaba de sentirse desconcertado por la actitud amable de Apple hacia él. Recordaba bien las miradas de algunos estudiantes cuando lo vieron llegar junto a su hermana y sus amigos; pocos parecían genuinamente amigables, excepto Ben, el Hada Madrina, y tal vez Doug, aunque a este último parecía interesarle más Eve. Apple, en cambio, no dudó en regalarle una sonrisa sincera y encantadora. Eso lo tomó por sorpresa.
Por otro lado, en otro rincón de la academia, Mal había estado siguiendo a Jane por los pasillos hasta que la vio entrar al baño. Decidió que era el momento de actuar para obtener información de ella. Al entrar, vio a Jane frente al espejo, con una expresión decepcionada en el rostro. Parecía que algo la molestaba. Mal se acercó lentamente hasta que Jane la notó a través del reflejo y soltó un pequeño chillido al darse la vuelta para verla, similar a la reacción que tuvo aquella mañana al entrar en clase.
—Jane, ¿verdad? Siempre me ha gustado ese nombre —dijo Mal con una sonrisa fingida.
—Sí... —respondió Jane, todavía tímida, mientras recogía sus cosas para irse. Sin embargo, Mal la detuvo.
—Espera —dijo Mal en tono más alto—. Escucha... Es que esperaba hacer alguna amiga hoy. ¿Quizás tú tienes muchos amigos? —preguntó, con aparente calma.
—No, no lo creo —respondió Jane, aún más retraída.
—¿De verdad? No me lo esperaba, siendo hija de la directora y teniendo una gran personalidad —comentó Mal, esbozando una sonrisa.
—Preferiría ser bonita, como tú. Tienes un cabello hermoso, no como el mío —dijo Jane, mirando el cabello de Mal con cierta envidia.
—Gracias —respondió Mal, tocando su cabello con aire despreocupado, pero una idea comenzó a formarse en su mente—. Tal vez pueda ayudarte a conseguir lo que quieres —añadió, sacando su libro de hechizos de su bolso—. Creo que tengo algo para ti... ¡Aquí está! —celebró, antes de recitar un hechizo—. "Postizos con rizos, cambien este cabello liso".
Con esas palabras, el cabello de Jane se transformó instantáneamente en unos rizos perfectamente definidos. Jane se miró al espejo, sorprendida y encantada con el cambio, sonriendo ampliamente junto a Mal.
—Ahora, sin duda, te notarán por ese cabello —dijo Mal, con aire triunfal.
Jane, más que encantada por el resultado, se giró hacia Mal y luego miró el libro con una nueva idea en mente.
—Ahora, ¿podrías cambiarme la nariz? —preguntó emocionada.
—Lo siento, no soy tan buena con eso. Intenté una vez con mi hermano y solo logré que su nariz se encogiera al tamaño de una uva. Por suerte, solo duró un par de días. Ese tipo de hechizos deberían hacerlos profesionales, como tu madre con su poderosa varita. Apuesto a que si se lo pides, te haría un cambio total —dijo Mal, tratando de sembrar una semilla de duda en Jane.
La sonrisa de Jane se desvaneció mientras revelaba una verdad que la atormentaba.
—Ella no volverá a usar la varita nunca más. Cree que la verdadera magia está en los libros, pero no en los de hechizos, sino en los de historia y cosas así —dijo con un tono de decepción.
—No puede ser. ¡Es increíble! —respondió Mal, incrédula por la confesión.
—Sí... —suspiró Jane, igual de decepcionada.
—Todo el mundo sabe que usó su varita con Cenicienta, pero ni se molesta en usarla para ayudar a su propia hija —insistió Mal, tratando de ganarse la confianza de Jane—. Ella no te ama, ¿verdad?
—No, ella sí me ama, solo que es un amor... severo. "Mejora tu interior, no tu exterior", ese tipo de cosas —dijo Jane, bajando la mirada con vergüenza.
—Esa expresión —dijo Mal, captando la atención de Jane—. Solo usa esa mirada y di: "Oh madre, ¿por qué no puedes hacerme tan bella como tú?" —imitó Mal con un tono lastimero, antes de volver a sonreír—. Haz eso y apuesto a que funcionará.
—¿De verdad crees que funcionará? —preguntó Jane, con una chispa de esperanza en sus ojos.
—Oye, es lo que Cenicienta hizo con ella, ¿no? Luego tu madre solo dijo "Bibbidi Bobbidi Boo" y cambió su vida por completo —dijo Mal, logrando que Jane sonriera—. Y quién sabe, tal vez si decide usarla, puedas invitarme. Jamás he visto ese tipo de magia en acción.
—Si eso sucede, te prometo que estarás ahí —dijo Jane, sonriendo mientras tomaba sus cosas para irse. Pero antes de marcharse, decidió despedirse de Mal con un abrazo—. Muchas gracias —añadió, dejando a Mal sorprendida por el gesto. Jane se fue con una enorme sonrisa en el rostro.
Mal, aunque satisfecha por haber conseguido un avance respecto a la varita, no pudo evitar sentirse algo confusa. La conversación con Jane había despertado algo en ella. En cierto modo, ambas compartían una situación similar: Jane recibía amor de su madre, pero no magia, mientras que Mal poseía magia, pero nunca había recibido de su madre el cariño que veía en el Hada Madrina hacia Jane o incluso hacia Cassius. Lo más cercano al afecto que su madre le demostraba a su hermano era cuando lo llamaba "diablillo" de vez en cuando. Sin embargo, Mal sacudió esas ideas de su mente y decidió regresar a su cuarto para concentrarse en sus propios asuntos.
En otra parte de la academia, en el aula de ciencias, Eve estaba sentada junto a Doug, prestando atención a algo más que la clase. Frente a ella, había un chico que, sin duda, capturaba toda su atención. Era rubio, con un mentón perfecto, piel impecable y unos ojos verdes como esmeraldas.
—¿Alguna posibilidad de que sea heredero o noble? —le preguntó Eve a Doug, casi embelesada.
Doug siguió la dirección de la mirada de Eve y, al ver de quién hablaba, no se sorprendió en lo más mínimo.
—Chad Charming, hijo de Cenicienta y el príncipe encantador. Heredero del reino de Celeste. Tiene lo encantador, pero le falta lo demás —comentó Doug, recordando ciertos detalles que le molestaba del chico.
—Tiene todo lo necesario y más —murmuró Eve, sin apartar la vista de Chad, lo que hizo que Doug desviara la mirada, visiblemente molesto.
—¡Eve! —llamó el profesor, captando su atención—. Tal vez esto sea un repaso para ti. ¿Podrías decirme el peso atómico de la plata? —preguntó el maestro, irritado al notar su distracción.
Eve fue tomada por sorpresa, sin saber qué responder. No tenía idea de ciencias, pero debía decir algo rápidamente para no arruinar el plan. Si no mostraba interés en la escuela, podrían sospechar.
—Bueno, no debe pesar mucho, dado que es un átomo —dijo con una risa fingida.
Aunque el profesor no cambió su expresión, Chad se rió. El maestro, sin embargo, le hizo un gesto para que se acercara al pizarrón y anotara el resultado. Antes de hacerlo, Eve tomó el espejo que su madre le había dado, lo escondió en su mano y, al llegar al pizarrón, habló en voz alta para que el espejo la escuchara y le diera la respuesta.
—Necesito saber el peso atómico de la plata —dijo.
El espejo comenzó a darle las indicaciones del desarrollo del problema, y ella las siguió al pie de la letra. Doug, desde su asiento, observaba cómo Eve resolvía el problema mientras hacía sus propios cálculos en el cuaderno para verificar si era correcto. Chad y el maestro también la miraban atentamente. Al finalizar, Eve subrayó la respuesta frente al maestro, quien quedó impresionado y apenado.
—Lo olvidé... es un grave error subestimar a una... —intentó decir el profesor, pero Eve lo interrumpió.
—Villana —completó Eve, entregándole la tiza—. No vuelva a hacerlo —añadió, mientras regresaba a su asiento con una sonrisa de satisfacción.
Antes de sentarse, Chad le pasó una nota. Al sentarse, Eve la abrió y leyó el mensaje: quería verla detrás de las gradas del campo. Sonrió soñadora y volvió a mirarlo, gesto que Chad imitó, mientras Doug, disgustado, observaba todo desde su lugar. Doug sabía exactamente por qué Chad no le agradaba, pero no podía decírselo, ya que le había prometido a alguien muy especial que jamás lo haría, solo hasta que ella estuviera lista para saberlo.
En el campo de juegos de la academia, Ben estaba entrenando a Carlos en una prueba de velocidad, asumiendo la responsabilidad de ayudarlo a mejorar y hacerse notar en el campo.
—Muy bien, Carlos, correrás un poco para ver qué tan rápido eres —le dijo Ben desde la meta.
Carlos, desde el otro extremo del campo, asintió entendiendo el ejercicio.
—A mi señal, listo, ¡ya! —dijo Ben, y Carlos salió disparado en su dirección.
Ben notó que Carlos corría a gran velocidad y sonrió, pero para Carlos la situación era muy diferente. Apenas comenzó a correr, un perro que estaba en el campo empezó a perseguirlo, lo que lo aterrorizó. Recordando todo lo que su madre le había dicho, Carlos corrió por su vida, gritando y pasando de largo junto a Ben, directo hacia el bosque.
—¡Guau, eso fue impresionante! —exclamó Ben mientras miraba el cronómetro, pero cuando vio que Carlos seguía corriendo, salió tras él—. ¡Carlos, espera!
Carlos continuó corriendo por el bosque, con el perro aún detrás de él, ladrando. Desesperado, decidió subirse a un árbol para escapar de la "temible bestia" que lo miraba desde abajo.
—¡Basta, basta, aléjate de mí! —le dijo Carlos al animal.
Mientras se sostenía de las ramas, escuchó a Ben llamarlo a lo lejos.
—¡Ben! ¡Por aquí! —gritó Carlos, al ver a su amigo llegar corriendo para recoger al pequeño animal en sus brazos.
—Ben, tienes que ayudarme, quiere asesinarme —le dijo Carlos, asustado—. Es un animal rabioso, feroz y salvaje.
—Espera, Carlos —lo detuvo Ben, tratando de calmarlo—. Créeme, sé lo que te dijo Cruella sobre los perros, pero ¿nunca habías visto a un perro antes, verdad?
—Claro que no —respondió Carlos, aferrándose más a las ramas del árbol.
—Bien, pues, chico, te presento a Carlos —dijo Ben, mirando al perro y luego a Carlos en el árbol—. Carlos, te presento a Chico. Vive en el campus con nosotros, siempre nos acompaña en los entrenamientos. Debió haberse emocionado al ver una cara nueva entrenando.
—Un gusto. Ahora, por favor, llévatelo —dijo Carlos aún asustado.
—Carlos, por favor, solo míralo más de cerca. Te prometo que no te hará daño —dijo Ben.
Carlos dudó al principio, pero optó por bajar con cuidado del árbol y acercarse al animal. Una vez cerca, vio que el perro no parecía tan temible como antes.
—Bueno, ahora no parece un animal rabioso y feroz —comentó Carlos, aliviado.
—Trata de acariciarlo —le dijo Ben, llamando su atención—. Le gusta que le rasquen detrás de las orejas.
Carlos se acercó poco a poco, hasta que empezó a acariciar al perro. El canino hacía ruidos de satisfacción y lo lamió en agradecimiento.
—Vaya, eres un buen chico —dijo Carlos mientras Ben le pasaba al perro para que lo tuviera en brazos. Carlos comenzó a rascarle la barriga, y el perro le lamió la cara, lo que hizo reír a Carlos.
—Sé que no fue fácil crecer en la isla, especialmente con lo que tu madre te hizo creer sobre los perros —comentó Ben.
—Sí, las muestras de aprecio no eran muy frecuentes allá. Estaban los chicos, pero nada de parte de mi madre. Solo era: ordena esto, haz esto otro, o mira esto y hazlo mejor. Era distinto con papá, pero no era lo mismo —dijo Carlos, recordando los días con su madre.
—Bueno, gracias a Chico sabemos que eres veloz. Así que, ¿qué tal si los dejo solos para que se conozcan? —dijo Ben con una sonrisa.
—Me parece genial —respondió Carlos, sonriendo.
Ben se despidió de ambos y se alejó para seguir con su día. Pensaba en cómo había podido avanzar con algunos de los chicos; aún estaban Eve, Mal y tal vez Jay, pero con Cassius y Carlos había algo. Esperaba que ellos realmente pudieran sentirse bienvenidos allí.
En el campo de juego, Eve y Chad se dirigían juntos detrás de las gradas, como él le había indicado en la nota que le pasó en Ciencias. Una vez lejos del ojo público, Chad comenzó a coquetear con Eve.
—¿Todos en tu familia son dotados en belleza? —preguntó con una sonrisa encantadora, lo que hizo que Eve sonriera con nervios.
—Bueno, quiero creer que soy la más bella del reino —dijo Eve, riendo tímidamente—. ¿Hay demasiados cuartos en tu castillo?
—Demasiados para poder contarlos —respondió Chad, sonriendo. Esto le encantaba a Eve.
—Bueno, se te dan bien los números, ¿no es así? —dijo Eve, tratando de sonar coqueta y acercándose a Chad.
—Sí —dijo él, imitando su gesto pero deteniéndose de golpe—. Lo que me recuerda, resolviste muy bien el problema de ciencias hoy.
—No es para tanto. Apuesto a que tú podrías haberlo hecho mejor —dijo Eve, tratando de adularlo.
—No, no lo hiciste mal. De hecho, apuesto a que todos los cerebritos se enamorarán de ti —dijo Chad, mirando hacia otro lado, lo que desconcertó a Eve.
Chad parecía molesto por la idea de que ella fuera más lista y le generaba desinterés hacia ella. Eve, sintiéndose nerviosa, decidió revelar su secreto para mantener el interés.
—No es para tanto. En la isla no enseñan nada relacionado con ciencias.
—Por favor, no seas modesta —dijo Chad, sin mirarla de frente.
—Es en serio, mira —dijo Eve, sacando su espejo y mostrándoselo—. Usé esto para ayudarme. Responde a todo lo que le preguntes y jamás falla.
—¿Es en serio? —dijo Chad, sorprendido. Tomó el espejo de Eve y lo acercó a su oído—. ¿Dónde está mi Perga-pad? —preguntó mientras lo examinaba.
Eve rió ante la acción del príncipe.
—No funcionará contigo. Solo responde a mí —dijo Eve, recuperando su espejo.
—Bueno, no importa. Me conseguirán otro —dijo Chad.
—El príncipe encantador y Cenicienta —dijo Eve con un tono soñador.
—Sí —dijo Chad, sonriendo orgulloso.
—Deben ser muy cariñosos contigo, ¿no es así? —preguntó Eve.
—Sí, bueno, soy su único hijo, por lo tanto el favorito —dijo Chad, riendo.
—También del hada madrina, ¿no? Apuesto a que ella y tu madre son grandes amigas —comentó Eve, llamando la atención de Chad.
—Sí, bueno, suelen juntarse de vez en cuando a charlar —dijo Chad—. Suele llevar a Ginna con ella, es su hija.
—¿Te refieres a Jane? —preguntó Eve.
—Sí, Jane, eso dije —confirmó Chad, sin corregirse.
—Sí, eso me recuerda que nos contó que deja su varita en un aburrido museo. ¿Siempre la deja ahí? —preguntó Eve.
Chad estaba a punto de responder, pero se apoyó en unos pilares cerca de los asientos y adoptó una actitud de decepción.
—Vaya, me encantaría seguir hablando, pero estoy saturado de tareas. El entrenamiento para el juego me ha consumido mucho tiempo y en verdad necesito hacerlo o no me dejarán seguir jugando.
Eve mostró un semblante desanimado. Casi le cuenta algo sobre la varita y casi consigue un novio y futuro esposo, pero su expresión cambió cuando Chad le propuso una idea.
—Claro, pero si no es muy osado de mi parte, ¿podrías ayudarme con mi tarea y luego podríamos juntarnos a charlar? —dijo Chad mientras le sonreía.
—¿Como una cita? —preguntó Eve emocionada.
—Sí, exacto, una cita solo tú y yo —confirmó Chad.
—Es un trato entonces —dijo Eve sonriéndole.
—Perfecto, en verdad aprecio esto —dijo Chad, acariciando el rostro de Eve antes de dejarle su mochila y alejarse. Eve se quedó sola con sus pensamientos por un breve tiempo, hasta que Doug apareció, dando a entender que había estado escuchando toda la conversación. Eve, ligeramente irritada, lo miró para aclarar las cosas.
—¿Acaso estás siguiéndome? —preguntó Eve molesta.
—Bueno... sí —admitió Doug honestamente.
—¿Puedo saber la razón de tu acción? Porque tal vez en vez de Doug, deberías llamarte Fisgón —comentó Eve al chico.
—Buena esa, y estás en tu derecho, pero solo puedo decirte que conozco a Chad y créeme cuando te digo que no lo quieres como príncipe —le advirtió Doug.
—¿Por qué? ¿Sabes alguna razón por la cual no debería juntarme con él y, para desgracia, no puedes revelar esa razón? —preguntó Eve.
—Bueno, es sospechoso, pero prometí a alguien muy importante para mí que no lo haría hasta que esa persona estuviera de acuerdo —explicó Doug—. Además, a mí también me interesa la varita del hada madrina.
—Así que puedes saber que Chad no, ¿prácticamente su familia conoce al hada madrina? —dijo Eve.
—Sí, no niego la relación entre ellos, pero ni siquiera se molestó en decirte que el hada usará la varita para el Baile de Proclamación, eso incluso después de que aceptaste hacer su tarea.
—¿Baile de Proclamación? —preguntó Eve curiosa.
—Sí, es el baile que se hará en honor al nombramiento de Ben como siguiente en la línea. Ahí, sus padres lo nombrarán oficialmente Rey en espera de la graduación, cuando será coronado —explicó Doug—. Todos asistirán y me preguntaba si te gustaría ir conmigo como mi pareja —preguntó nervioso.
—Así que usará la varita en el baile —murmuró Eve para sí misma y luego miró a Doug a los ojos—. Gracias, lo pensaré, Doug —dijo Eve con un tono seductor que hizo que el joven casi perdiera el equilibrio. Eve se alejó en dirección opuesta a la que había tomado Chad y volvió a su dormitorio.
Mientras Eve y Doug conversaban, Chad, de camino a su dormitorio para pasar el tiempo, se encontró con Ben, quien venía de haber entrenado a Carlos y ayudado con su dilema con los perros.
—Chad, hola, ¿cómo te fue en ciencias? —preguntó Ben con una sonrisa.
—Hola, Ben. Estuvo bien como siempre, aunque uno de los chicos de la isla se lució —comentó Chad.
—¿En serio? ¿Quién? —preguntó Ben con interés.
—Esa chica, hija de la reina malvada, ¿cómo se llamaba? —se preguntó Chad.
—Eve Queen —dijo Ben, a lo que Chad asintió—. Vaya, es increíble. No esperaba que fuera buena en ciencias. Debió esforzarse mucho —comentó Ben, lo que hizo que Chad se riera.
—Sí, sin duda debió dolerle la cabeza de pensar tanto —dijo Chad riendo en burla.
—¿A qué te refieres, Chad? —preguntó Ben, intrigado.
Chad se dio cuenta de su error y optó por cambiar de tema.
—Nada, solo un chiste que recordé, no lo entenderías —dijo Chad.
—De acuerdo —dijo Ben con duda—. Bueno, ¿cómo te van con tus tareas? Escuché que si no las entregabas todas, no te dejarían jugar —preguntó Ben.
—Oh sí, alguien ya me está ayudando con ello —comentó Chad, recordando el trato con Eve—. Algo me dice que me irá muy bien.
—Vaya, imagino que tú y Apple han pasado más tiempo juntos con eso —dijo Ben, llamando la atención de Chad.
—Sí, Apple me está ayudando mucho con las tareas —dijo Chad nervioso al recordar a la chica.
—Bueno, me alegra que estén volviendo a hacerse tiempo para estar juntos —comentó Ben—. Bueno, debo irme, no te molesto más. Nos vemos.
—Sí, nos vemos —dijo Chad nervioso, mientras Ben le hizo recordar a la chica con la que no se había hablado en mucho tiempo y la razón por la que Doug lo odiaba. Esperaba que se hubiera calmado con el tiempo.
