OBLIGACIONES DE PRINCESA

De Siddharta Creed

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Capítulo 26

La hora del entrenamiento con su padre siempre fue estimulante, le renovaba los ánimos, sacudiéndole cualquier preocupación o tristeza que lo ofuscara. Ese día en particular, la sesión duró menos de lo acostumbrado, debido a las obligaciones del monarca. No obstante, bastaron lo suficiente, como para relajar el temperamento del príncipe.

Con toalla en mano, se dirigía a su habitación para a darse una ducha, cuando se encontró de frente con una guerrera saiyajin, cuya familia provenía de la estirpe de los mejores guerreros desde la época del planeta Sadala, fieles a la familia real, orgullosos y fieros en combate.

—Alteza, me da gusto verlo con vida —lo reverenció al tenerlo de frente.

—Todavía no es momento para mi muerte —respondió regresando el saludo con un seco asentimiento de cabeza.

—Déjeme ayudarle —se acercó al heredero, tomando la toalla que colgaba del hombro del príncipe, pasándola de manera coqueta por las gotas de sudor que caían por la sien derecha del guerrero.

Trunks la dejó hacer, observando atentamente los movimientos de la saiyajin con la que había fornicado en varias ocasiones, desde que rompió su unión con Pan.

—Estuvimos muy preocupados por usted, especialmente yo —levantó la vista hacia los orbes azules del príncipe, buscando alguna señal de rechazo. Le intrigaba lo que pudo haber sucedido entre los híbridos, después de todo, conocía la sangre caliente del heredero, y sabía que la ex princesa poseía el tipo de belleza que al hombre le atraía; rostro femenino, curvas suaves y músculos discretos.

Para su beneplácito, el príncipe no la evadió de manera déspota, algo que solía hacer cuando no requería de su presencia.

—Ya estoy de regreso, nada ha cambiado —respondió sin mostrar emoción alguna. Más que nada, como una afirmación para sí mismo.

«¿En verdad nada ha cambiado?» Se cuestionó, dejándose acariciar por la toalla que paseaba por su cuello, con el pretexto de limpiarle el sudor. Había pasado casi el mismo tiempo que pasó en compañía de Pan, la mayoría, en una nave imperial de regreso a su planeta, y en todo en todo momento, extrañó la voz y presencia de la joven, a pesar de saber que la separación era inminente.

Hasta ahora, no lograba conectarse de nuevo a su realidad, sentía que se encontraba atrapado en los recuerdos recientes de su breve aventura. Tenía que actuar antes de enloquecer, también, porque el futuro del reino dependía de su juicio. No era un mortal más, era el heredero al trono más codiciado del cuadrante, detrás de él había sangre y honor que no podía deshonrar.

—Me alegra —dejó la toalla de nuevo sobre el hombro del guerrero—. Sus músculos se encuentran tensos, puedo ayudarle con eso… en privado.

—No tengo tiempo —dio un paso hacia atrás, con intenciones de girar sobre sus talones y alejarse lo antes posible—. Más tarde en la habitación, ya sabes cuál —agregó, cambiando de opinión, antes de continuar con su camino.

—Allí estaré, alteza —Charot asintió, ocultando el nerviosismo que le provocaba interactuar con un súper saiyajin, a pesar conocerlo desde siempre, e intimar en algunas ocasiones con él, de unos años para acá.

La guerrera tenía pleno conocimiento, de que los miembros del consejo la veían como posible futura mujer del príncipe, algo que ella no podía asegurar, ya que, en todos sus encuentros con el heredero, su relación se basó únicamente en el acto sexual, sin llegar a intimar más que eso.

Tenía una enorme curiosidad por saber qué pensaba de ella, qué pensaba en general de todo.

Lo vio alejarse por el pasillo a paso veloz, con una marejada de preguntas en su cabeza, especialmente, en la clase de relación que pudo haber llevado con la híbrida terrícola.

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«Es preciso que te decidas. Necesitas darle al reino un descendiente». Le exigió el rey esa misma tarde, después del entrenamiento.

Ya no podía darse el lujo de esperar, después de haber tenido en vilo al reino entero, debía hacer lo que se esperaba de él. Por eso mismo, planeaba tomar mujer antes del próximo festejo del aniversario de la derrota de Freezer, evento que sería dentro de ocho meses saiyajines, en donde prometió presentarse con la elegida a su lado.

Hojeó un par de folders, impresionado por la cantidad de papeleo que debía revisar, trabajo que en cierta medida se había reducido, gracias a que su tío Tarble ayudó hasta donde pudo, pues el heredero tenía la manía de revisar minuciosamente cada coma de cuanto documento debía firmar, o de las respuestas escritas que enviaba.

Pidió una jarra con infusión de hierbas aromáticas y procedió a trabajar, esperando reducir drásticamente las hojas por revisar. Al menos, le ayudaba a no pensar en Pan.

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Pasaron ocho semanas saiyajines desde que el príncipe regresó a casa, en donde se dedicó a entrenar y trabajar más de lo acostumbrado, recuperando su masa muscular en poco tiempo.

Estuvo presente en cada audiencia, visitó regiones remotas del planeta para conocer los problemas de los locales de primera mano, supervisó proyectos de construcción, e inclusive acompañó a Goten a uno que otro bar, de incognito, como en su época de juventud.

Sin embargo, el fantasma de la joven se negaba a dejarlo, siguiéndolo a donde fuese, incluso en las noches que decidía envolverse en el olor de una que otra hembra. En esos momentos cerraba los ojos, evitando ver su sombra, atormentándolo desde las cortinas, o enredada entre las finas sábanas, al lado de su amante de turno.

A veces se preguntaba si era normal, si todos aquellos que poseían el mismo sentimiento sufrían de la misma manera. Comenzó a fijarse en sus padres, en el trato entre ellos, en Bardok, e incluso en Yassai y su guerrero, buscando algún indicio que le diera respuesta a sus preguntas. La tentación por preguntarle a su padre le carcomía la mente, sin embargo, no se atrevía a escupirlo. Su enorme orgullo le aconsejaba esperar a que el tiempo hiciera lo suyo. Mientras tanto, debía poner nuevos recuerdos en su mente, algo a que abrazarse, una nueva compañera definitiva, descendencia en la cual enfocar sus energías.

Miró su comunicador de pulsera, corroborando la hora. Tomó aire y dirigió sus pasos a la habitación donde solía citar a sus amantes, donde Charot ya debía estar esperándolo, ansiosa, como siempre que la citaba. Tenía tres semanas sin tomarla, y los rumores sobre sus frecuentes encuentros corrían como pólvora por todo el palacio. Comenzaba a considerarla seriamente como posible futura pareja, tal y como aconsejaban su tío Tarble y su padre. Tenía planeado llevar una unión libre, tal y como lo había pactado antes con Yassai, para que así, ambos pudiesen tener aventuras aparte, con la única condición, de que la descendencia debía ser exclusivamente entre ellos. Incluso, pensaba ofrecerle una alcoba en otro pasillo, en vez de la que le correspondía como su mujer, la que perteneció a Pan.

Hasta el momento, la guerrera de sangre pura no había tocado el tema, tampoco lo hostigaba ni celaba, ejercía su papel como correspondía a su clase social, en ese planeta tan estricto en cuanto a rangos. Otro punto a favor de la guerrera, era el hecho de que se entendía bien con ella en la cama, sabía complacerlo sin hablar más de lo necesario, gozaba de su intensidad, se le consideraba una hembra atractiva en el planeta, tenía un poder de pelea decente y pertenecía a una de las familias de élite de más confianza. Más de eso ignoraba, pues no se había dado a la tarea de conocerla a fondo, algo que debía llevar a cabo.

Ya era hora de demostrar que tenía la madurez para ejercer el cargo que estaba destinado a tomar, además, que no le quedaban muchas décadas como príncipe, sentía el tiempo pisándole los talones, y en cualquier momento, el rey cumpliría los cincuenta años de reinado, momento en el que debía pasar el cargo a su heredero, teniendo de vuelta en el trono, a un monarca poderoso, en edad de dar batalla.

Por otra parte, el príncipe tenía pleno conocimiento de la vulnerabilidad del imperio, ante la falta de herederos al trono, principalmente, machos con un nivel de poder sobresaliente.

Sumido en sus pensamientos, dio unos cuantos pasos en dirección hacia donde Charot lo esperaba para fornicar, cuando de pronto percibió una energía que lo hizo pararse en seco.

Entrecerró la mirada, dudando de sus propios sentidos.

«Debo estar perdiendo la cabeza».

Enfocó su atención, corroborando sus sospechas.

—Definitivamente no estoy loco —murmuró, avanzando hacia la ventana más próxima, de donde salió volando hacia un lugar que tenía tiempo sin visitar; la casa de Kakaroto.

Descendió a gran velocidad, creando un pequeño cráter a su alrededor, en el jardín de los abuelos de Pan.

—¡PRÍNCIPE! —la escuchó exclamar a unos pocos metros de él, acompañada de Milk y Gine.

—Te creía en la Tierra —caminó hacia las mujeres, respondiendo con un asentimiento de cabeza al ser reverenciado.

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Pasaba de la media noche cuando regresó a su alcoba.

«Charot», se acordó de la saiyajin de sangre pura.

Meditó por unos segundos, dudando en llamarle, solo por mero formalismo, por respeto a la élite que ambos compartían, pero al final desechó la idea. No tenía nada formal con ella, ningún compromiso ni interés, más allá del alivio sexual que le proporcionaba en algunas ocasiones.

Dejó de lado el asunto con la guerrera, se desnudó y dejó caer en la cama, con una sonrisa en los labios. Verla de nuevo le hacía feliz, principalmente, porque ella al fin se revelaba contra Gohan.

«Tuve una discusión con mi padre. Por eso decidí aceptar la invitación de la reina».

Le alegraba que ella regresara para reconciliarse con su lado saiyajin, dejando de lado el miedo a los reclamos de terceros, tomando las riendas de su propia vida, con nuevos planes en mente, entre ellos, un entrenamiento adecuado entre los suyos.

«Espero pueda ayudarme de vez en cuando con mi entrenamiento».

—Necesitaría ser un idiota para negarme —susurró, antes de sucumbir al sueño.

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Nunca imaginó volver a caminar por los amplios pasillos del palacio saiyajin, al que encontró casi igual que antes de ser atacado, con la diferencia, de que se habían sumado cuatro torres más en las orillas, tal vez de vigilancia.

Las alfombras tenían otro color, probablemente porque se trataba de otra área, la de invitados especiales, donde se encontraba la habitación que la reina había dispuesto para ella.

Las mozas abrieron la puerta doble color blanca, invitándola a entrar, despidiéndose después, luego de recordarle la hora en la que debía acudir al comedor a la mañana siguiente, pues los reyes la invitaban a tomar el desayuno con ellos.

Asintió conteniendo un bostezo, el viaje la tenía cansada, sumado al coraje e indignación por el comportamiento de su padre y ex prometido.

Abrió su estuche de capsulas y sacó una rosada, de la cual, apareció su equipaje y artículos personales, después de ser activada. No tenía idea de cuánto tiempo permanecería en ese planeta, pero sin duda necesitaba desintoxicarse de reproches por el momento. Mientras tanto, se concentraría en conocer más sobre la cultura del lugar, al tiempo que fortalecería sus habilidades como guerrera. Su estadía en el planeta saiyajin, serían el pretexto perfecto para tomar las vacaciones que necesitaba después de todo el estrés que manejó los días anteriores.

Luego de ordenar sus cosas en el armario, se dedicó a conocer la habitación, pareciéndole demasiado grande para un huésped, lo que ignoraba, era que se trataba de una alcoba destinada para dar alojo a mandatarios, otros reyes e invitados a eventos de diplomacia.

En un inicio pensó en quedarse en casa de su abuelo Kakaroto, pero terminó cediendo a la petición de la reina, quién la invitó en agradecimiento por haber salvado a su hijo, insistiéndole con vehemencia.

Agotada, se fue a dormir, apenas había descansado durante el viaje, y desde que llegó, no tuvo tiempo para cerrar los ojos. El desayuno real se daba en las primeras horas del día, quería ser puntual con sus anfitriones.

Le entusiasmaba demasiado los planes de la reina Bulma, quien la llevaría a conocer sus nuevas creaciones, invitándola a participar con su equipo de trabajo, en su famoso laboratorio, experiencia de la que esperaba aprender mucho.

«Y pensar que solía alejarme de ella», pensó, lamentándose el no haber aceptado sus invitaciones, en los años que vivió en el palacio.

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El mapa del sector 15 de la galaxia se extendía frente a los presentes, tintineando justo en los puntos a debatir. Después del incidente donde casi pierde la vida el heredero del imperio saiyajin, el rey Vegeta exigía llevar a cabo el juicio contra los culpables, ya que a pesar de que el ataque no fue hacia ellos, terminaron siendo perjudicados de manera directa. Pretendían ejecutar públicamente a los involucrados, por la misma mano del monarca, enviando un mensaje claro a quien pretendiera atacar al imperio saiyajin, o cualquiera de sus reinos protegidos.

Tarble opinaba efusivo sobre los acuerdos con el planeta involucrado, mientras que su sobrino vagaba en su mente, perdido en los ojos negros que descubrió observándolo a hurtadillas, durante el desayuno de esa mañana.

—¿Vegeta? —el príncipe se sobresaltó al escuchar que su padre lo llamaba, agitó la cabeza y fingió pensar sobre lo que debatían. No tardó mucho en darse cuenta que todos alrededor del mapa holográfico, lo miraban con suspicacia, no supo si se debía a que esperaban su opinión, o que sabían que su cabeza se encontraba en otro lado.

—Si tienes dudas, puedes meditarlo. Lo mismo para el resto —le dijo el rey, desviando la atención.

—Podemos posponer la votación para la próxima audiencia. Tengo algunos puntos que replantear —opinó Tarble, a lo que su hermano mayor asintió siguiéndole el juego.

—Propongo revisar de nuevo cada punto antes de enviar la orden —sentenció el monarca, dando por terminada esa sesión.

La mayoría acordó continuar al día siguiente, dejando solos al rey y los príncipes Tarble y Trunks. Una vez solos, los mayores intercambiaron miradas, ambos sospechaban que algo ocultaba el heredero. Tarble sonrió con picardía, el rey Vegeta se limitó a observarlo con duda, sentía que algo se le escapada, y preguntarlo directamente sería contraproducente.

Hasta ahora, el comportamiento de su vástago no mostraba cambio alguno, a excepción de la reciente distracción, que curiosamente coincidía con la llegada de la híbrida.

Ni Vegeta, ni Tarble, se atrevieron a preguntar al respecto, se limitaron a dar sus puntos respecto a cuestiones políticas.

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La hora de la cena llegó, y como acostumbraba la familia real y sus allegados de confianza, tomaron asiento alrededor de la amplia mesa de mármol negruzco, que producía la región central del planeta guerrero.

Pan se ausentó por segunda vez ese día, solo la había visto en el desayuno, donde apenas interactuó con ella, debido a que sentía que los presentes lo observaban con ojo clínico. La decepción por no encontrarla en la mesa le quitó el apetito, por lo que comió menos de lo habitual, sintiéndose desmotivado y enojado consigo mismo. Pudo haber preguntado a su madre por ella, pero hacerlo lo exponía.

Dialogó un poco durante la cena, fingiendo normalidad, hasta que decidió que ya tenía suficiente de fingir. Se despidió de manera escueta, como acostumbraba, caminando sin rumbo fijo hacia las afueras del palacio, tratando de pensar en los asuntos pendientes de su reino. Después de vagar por un rato, dirigió sus pasos hacia el interior de la construcción, pasando por unos jardines, en donde se detuvo al lado de una fuente, cobijado bajo el manto estrellado de su planeta. Se planteaba la posibilidad de buscarla con algún pretexto, cuando escuchó a una conocida voz llamarle.

—Es raro verte rondando por aquí —contuvo la risa al ver que su primo tensó los hombros, lo que significaba que lo había pillado desprevenido, algo extraño en él, que solía rastrear el terreno en busca de energías, a excepción de cuando algo más ocupaba su cabeza.

—Solo pasé a respirar los olores de mi planeta —respondió desde su lugar.

—¿Te molesta? —preguntó Uzel, apuntando el lado libre de la banca, invitándolo a tomar asiento a su lado. Trunks negó con la cabeza, aceptando la invitación.

—Hoy me encontré con Charot. Preguntó por ti.

Una sonrisa irónica se dibujó en los labios del príncipe. No olvidaba el desaire que le hizo a la guerrera, al haberla dejado plantada. Razón por la que evitó encontrarse con ella ese día, en parte, porque se avergonzaba de sí mismo, de su fragilidad ante algo que debería pertenecer al pasado. Respecto a sus sentimientos por Pan, sentía nadar en contra de la corriente, le frustraba, pero, al mismo tiempo no deseaba luchar contra eso, por el momento.

—Charot entiende que tus responsabilidades son prioridad—respondió al no obtener una sola palabra del príncipe.

Trunks giró la cabeza hacia ella, notando lo mucho que sobresalía su vientre abultado. Le parecía irónico, que la hembra que llegó a considerar como una inmadura y obsesiva, fuese la primera en lograr estabilidad mucho antes que él, uniéndose a un guerrero de élite, pocos años después de que Pan partió, dejando en el pasado su fijación por el heredero.

Ahora esperaba a su segundo crío, mientras que él, ni siquiera tenía una pareja oficial. Sus primas ya tenían críos para heredar su linaje, y el heredero continuaba sumido en una vida de soltero adolescente. Incluso, sabía de los rumores, donde lo consideraban estéril, o peor aún, impotente, a pesar de que varias hembras podían confirmar lo contrario.

Bufó mostrando desgano. —No tuve ganas de verla.

—¿Es acaso por la repentina visita de la que fue tu mujer? —entrecerró la mirada, buscando algún cambio en las facciones de su primo, pero no encontró nada nuevo, él sabía cómo actuar cuando la atención se centraba en su persona.

—No —respondió tajante— simplemente me dio pereza.

—También vi a Pan. Se dirigía a casa de su abuela Gine, dijo tener mucho tiempo que recuperar con ella, o algo así —se levantó con algo de dificultad—. Me retiro, falta poco para volver a parir, ya comienzo a tener menos libertad de movimiento.

—Ve a descansar —dijo el príncipe en automático, más perdido en sus pensamientos, que en la breve charla con su prima.

Uzel caminó unos pocos pasos antes de girar para agregar: —Pan dijo que te considera un sujeto agradable. No sé, tal vez ahora que maduró, quiera regresar a tu lado.

El príncipe no dijo nada, solo frunció el entrecejo un poco más, observando a su prima alejarse, con pasos más lentos que los habituales.

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Esa época del año se caracterizaba por una luna más grande de lo habitual, influyendo en el comportamiento de la raza guerrera, creando conflictos entre algunos saiyajines, que en muchas ocasiones, terminaban en combates en la arena principal, o en las afueras de zonas urbanas, debido a que ya no estaba permitido destruir construcciones al transformarse en ozaru, como lo hacían sus antepasados primitivos, quienes rendidos a los instintos primarios, destruían todo a su paso, impidiendo el progreso de su misma tribu.

Ese tipo de comportamientos formaba parte de un pasado muy lejano, en el que no existía el lenguaje o la tecnología que poseían en el presente. Ahora, se consideraban seres inteligentes, que arrastraban instintos domados, pero que, en menor escala, continuaban dominando gran parte de su comportamiento, razón por la que en esos días, los entrenamientos se incrementaban, enfocando de manera útil, el exceso de energía en sus poderosos cuerpos.

El sexo también formaba parte de las distracciones en esos días, en los que solían darse nuevas uniones, también era aprovechado por los jóvenes adolescentes, quienes, embelesados por las nuevas sensaciones en su cuerpo, aprovechaban para perder la inocencia.

Nada mejor que esas fechas, para atrapar al macho en la mira; una misión difícil, cuando el guerrero pertenecía a la familia real, donde marcarlo antes de que él lo haga, podría llegar a costar la cabeza. No obstante, copular con él durante esas noches, elevaba las probabilidades de ser escogida, debido a la necesidad de reproducirse que muchos experimentaban. Charot no dejaría pasar esa oportunidad.

Apretó el borde del barandal, mientras levantaba los glúteos para su amante, recibiendo los embistes con gusto, sobre las luces de la ruidosa capital, que se extendía bajo las faldas del palacio.

Esa misma tarde había perdido la esperanza de yacer con él, pues tenía semanas sin buscarla, y ella sabía bien que al príncipe le sobraban amantes.

Por eso mismo, grande fue su sorpresa, cuando el príncipe la interceptó en el camino que conducía hacia la arena principal, invitándola a divertirse juntos esa noche, cita, a la que en esta ocasión, el príncipe no faltó.

Las luces de la ciudad tintineaban a lo lejos, tan viva, como la confusión en la cabeza del príncipe sayajin.

—Mmm —gimió, sosteniendo las caderas de la guerrera, follándola en la pequeña terraza de la alcoba que utilizaba como harén privado, a donde sus amantes lo esperaban siempre que eran citadas, ávidas por gozar entre los fuertes brazos del híbrido, quedando exhaustas al terminar, para después dormir en total soledad, una vez que él se marchaba a su habitación personal.

Siempre fue así con él; fuego a la hora del placer carnal, hielo una vez satisfecho. Nada de caricias o besos posteriores al sexo.

El príncipe no dejaba de pensar en lo patético de su situación. Desde la vez que charló con Uzel en el jardín, no dejaba de reprocharse a sí mismo su falta de temple para asumir sus responsabilidades básicas. Ambas primas ya tenían críos en incubadoras, el mayor a punto de salir, y él, envuelto en la misma rutina, sin ofrecer un heredero al reino.

Por eso mismo, se había impuesto una fecha para presentar a su mujer. Tenía dos opciones, elegidas por él mismo, siguiendo los consejos de su padre y su tío, pero sin comunicárselo a ellas, pues no quería que cambiaran su comportamiento, al saber que podrían ser la futura reina.

En cuanto a Pan, verla en otro contexto diferente al de cuando convivieron en la nave, le restaba pretextos para abordarla, ni siquiera para el entrenamiento, pues hasta el momento, sabía que ella se encontraba enfocada en otras cosas.

Tenía coraje consigo mismo, por eso había decidido aliviar sus deseos esa noche de luna llena con Charot, pues un par de días antes, lo había hecho con Tomei, la otra guerrera que contaba con el puntaje necesario para futura compañera. Tomei era excelente en la cama, pero tenía un defecto para el príncipe; preguntaba demasiado y solía vanagloriarse de sus revolcadas con el heredero. En cuanto a Charot, se destacaba por su personalidad discreta, hasta sumisa en algunas ocasiones, algo que le confundía, pues le agradaba que respetara su espacio, pero a la vez, admiraba el carácter fuerte de Tomei. Sentía que se encontraba acorralado, debía elegir una de esas dos opciones, a pesar de haber más, pero tener más opciones, solo terminaría sirviendo de pretexto para continuar evadiendo sus responsabilidades.

Incrementó la intensidad a sus embistes, haciendo más sonoro el choque contra los glúteos de la saiyajin, quien no pudo evitar soltar un quejido, aferrándose con fuerza a la superficie de metal reforzado.

Las probabilidades de ser vistos eran pocas en ese sector, donde los balcones se encontraban construidos de piedra tallada, con una barra de metal en el borde superior, lo que brindaba mayor privacidad, a menos que alguien volara cerca, y en ese momento nadie pasaba por allí, el príncipe lo sabía, gracias a su habilidad de percibir energías. No obstante, en ese momento no le importó; deseaba demostrarse a sí mismo, y a la corte, que no tenía problema alguno con su desempeño.

Una fisura se formó en la superficie de la piedra caliza del revestimiento del balcón. El príncipe la empujaba con más ímpetu de lo usual, la guerrera hacía su mejor esfuerzo para no terminar con medio cuerpo flotando fuera del balcón. No protestaba por orgullo, quería demostrar que podía con eso y con más, demostrar que su nivel de poder superaba cualquier expectativa.

—No te sueltes —lo escuchó gemir, acercándose a ella, mordisqueándole el lóbulo de la oreja, excitándola más de lo usual.

Ser follada por el príncipe híbrido, significaba toda una experiencia. No solo por la posición social del macho, sino por su aspecto mestizo tan exótico, sumado a su poder de pelea, que lo hacía muy atractivo a los ojos de las saiyajines; ya que las hembras de la raza guerrera, solían ser muy reacias a querer yacer con seres de etnias más débiles, o extrañas, a diferencia de los machos guerreros, quienes no tenían problema en meter su miembro en otro tipo de anatomías. Por lo que tenían fama de poseer sangre demasiado caliente.

En cuanto al príncipe heredero, para las hembras de su planeta estaba más que establecido que se trataba de un saiyajin más, sus altos niveles de células S y su semilla con código genético saiyajin predominante, era más que suficientes, sin olvidar que tenía la habilidad de acceder a la transformación de la leyenda. Respecto a sus colores, eso era un detalle externo, que lo volvía más atractivo para el sexo opuesto, y también en muchos casos, para algunos varones.

La fricción entre sus cuerpos se volvió más intensa y agotadora para la hembra, quien soportó de pie los constantes empujes de su príncipe, hasta que sintió el miembro de éste comenzar a palpitar, antes de ser retirado de su interior, para terminar de derramar la semilla real afuera de su cuerpo, como siempre solía hacerlo.

Charot pudo finalmente soltar el borde de metal, el cual quedó deformado por su fuerte agarre. No le importo, estaba segura de que el heredero no le daría importancia, pero sin duda, cualquier otra hembra que compartiera el espacio con él, lo notaría.

Escuchó el sonido del preservativo cuando su amante lo jaló de su miembro. No entendía por qué insistía en utilizarlos, cuando toda hembra que follaba, debía pasar por un riguroso examen para descartar enfermedades de transmisión sexual, y además se les ponía diminuto aditamento que evitaba el embarazo por cierto periodo. Sabía bien que dicho método tenía un pequeño margen de error, demasiado pequeño, como para además tomar otras precauciones.

Lo próximo que pasaría, sería que el príncipe iría a vestirse, para después salir, despidiéndose con un breve y escueto «te veo después», cosa que no debería incomodarle, pues era bien sabido que los machos de su especie se caracterizaban por su narcicismo y falta de afecto. Por lo que ella podía considerarse afortunada de que el príncipe le diera una larga sesión de sexo, con jugueteo previo que siempre resultaba estimulante, y en muchas ocasiones, la hacía llegar al orgasmo.

Suspiró y decidió entrar, encontrándose con el híbrido sentado, con la espalda en el respaldo de la cama, sin tomarse la molestia de cubrir su desnudez.

—¿Quieres? —preguntó desenfadado, tomando un recipiente con carnes frías preparadas en finos canapés.

La saiyajin parpadeó un par de veces, sin dar crédito a la escena frente a sus ojos. Lo vio alzar las cejas, evidentemente divertido por su expresión.

—Debo ir al baño —se excusó, sintiéndose estúpida por no saber cómo responder a eso.

Se apuró en asearse después de orinar, tenía la cabeza llena de dudas. No quería hacerse falsas esperanzar, mucho menos, después de enterarse que la híbrida que fue mujer del príncipe, había llegado al planeta la misma noche que él no acudió a su encuentro.

Salió envuelta en una bata de seda color verde que colgaba en el armario, donde siempre había lencería y demás objetos para el placer que Ymmy proporcionaba a las mozas a cargo del servicio de esa habitación.

«Tal vez ya se marchó», pensó, empujando la puerta para salir del baño.

—No pierdas tiempo vistiéndote, te follaré de nuevo —dijo el príncipe, dando un mordisco a su canapé, observándola con el ceño relajado, algo poco común en él.

Tenía pensado cambiar su rutina con sus amantes, para probar cómo sería una convivencia más íntima con ellas. Lo veía como una especie de experimento; los primeros pasos para cumplir con sus responsabilidades como futuro monarca.

Charot sonrió con más confianza, aceptó el plato con bocadillos y se acomodó frente al príncipe, sin molestarse en acomodar su bata, que dejaba ver parte de sus senos, que no eran tan redondos y voluptuosos como los de otras especies no guerreras.

—¿Hay algo de lo que quieras charlar? —preguntó el príncipe, tomando desprevenida a la hembra.

—¿Usted quiere charlar?

—A menos que tengas otros planes —sonrió de medio lado, coqueteándole.

—El poder de la luna es fuerte esta noche —opinó, imitándolo al comer de los bocadillos.

—Disfrutamos entonces —tomó su copa de vino, bebiendo con ánimo.

Charot lo imitó, agradeciendo al satélite natural por regalarle unas horas más al lado del príncipe y, sobre todo, darle la oportunidad de conocerlo un poco más.

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El gorgoteo del líquido amarillento rompía el silencio de la cámara de incubadoras de la familia real. Dos cilindros de resistente vidrio se encontraban en uso, una, desde hacía tres años, con el primogénito de Yassai, la otra, con la hembra recién nacida de Uzel. Ambas crías gozaban de excelente salud y poder de pelea digno de pertenecer a la familia real, aunque no tan alto como esperaban, pero él sabía bien que eso podía cambiar, con un entrenamiento apropiado.

Suspiró pensativo. Esa misma mañana se le había informado que su prima se encontraba pariendo su segunda cría, lo que hizo que lo consumieran una oleada de sentimientos, entre ellos la envidia.

Esperó a que nadie se encontrara en el lugar para ir a conocer a la nueva integrante de la familia, la que poseía un nivel de poder más alto que el de su propia madre al nacer.

Posó su mano sobre el cristal, observando curioso la manera en que danzaban los espesos mechones color negro de la pequeña saiyajin. Se preguntó de qué color sería el cabello de sus descendientes y la reacción del pueblo, en caso de que resultara con un poder de pelea mediocre.

De pronto, sintió el golpe del tiempo pisándole los talones, sensación que le erizó la piel. Separó su mano de la incubadora, como si de pronto le quemara la piel. Dio un último vistazo a la cría y salió con prisa, como si huyera de algo.

Automáticamente se concentró en la energía de Pan, detectándola en dirección al laboratorio de su madre, al igual que la mayoría del tiempo desde que ella regresó. Bufó decepcionado de sí mismo, y luego tecleó un mensaje sin dejar de caminar. No se molestó en revisar si le respondían, sabía bien que ella acudiría a su encuentro.

Se habían apaciguado los efectos de la luna llena, en los que disfrutó la primera con Tomei, y la tercera con Charot, de cuatro noches que duraba ese efecto, el que sucedía dos veces al año. Esa noche repetiría con Tomei, con quien aún no experimentaba cambiar su rutina.

Él llegó primero a la habitación del placer, como la llamaban sus amantes. La alcoba se encontraba limpia y con todo lo necesario para fornicar, a excepción de los bocadillos y bebidas, esas se pedían cuando lo requería. Tenía poco de haber tomado su merienda, por lo que solo pidió licor desde su comunicador, dejando luego el aparato electrónico en una mesa, para desvestirse después, dejando su atuendo en el piso, amontonado al lado de la mesita de estar. La esperaría desnudo.

Se recostó en un sillón curveado, fabricado para las artes amatorias, muy utilizado por él. Por primera vez se fijó en los detalles de las pinturas que decoraban la habitación, piezas de arte que los decoradores de Ymmy colocaron para darle un toque erótico al lugar que el príncipe utilizaría para fornicar, una vez que cumpliera la edad de catorce años.

Le dio la impresión de que las pinturas de mujeres y hombres practicando el coito de diversas maneras, las había visto en algún lugar; parecían sacadas de algún muro perteneciente a una cultura antigua. Observó cada posición, llegando a la conclusión de que las había practicado todas, con hembras de su raza, y de otros planetas, donde se parecían a la suya, con leves variaciones físicas. Se había envuelto en distintos aromas, enredado entre las sedosas cabelleras de hembras consideradas hermosas, hundido entre diversas piernas femeninas que siempre lo recibieron con gozo, incluyendo a las doncellas, cada una de ellas esperando algo más que un revolcón. Sin embargo; solo una logró hacerlo hablar después del sexo, dormir a su lado. Solo una tuvo permitido acariciar su cola de saiyajin, montarlo, morderlo.

Cerró los ojos por unos pocos minutos, hasta que el ruido de la puerta abrirse llamó su atención.

—¡Alteza! —lo reverenció con entusiasmo—. Parece estar ansioso —se acercó, devorándolo con la mirada.

—Hoy tengo tiempo —la invitó a sentarse sobre sus piernas, algo inaudito en él.

Tomei arqueó una ceja, retirándose las ropas en menos tiempo del acostumbrado, para después sentarse a horcajadas sobre los muslos del príncipe. Aún no terminaba de acomodarse, cuando fue recibida por un apasionado beso, aprisionándola por la nuca. La guerrera estaba acostumbrada a la manera poco ortodoxa de follar del príncipe, especialmente a su afición de juguetear con sus labios, aunque no con la frecuencia que ella desearía. Eran muy pocos los machos saiyajines que tenían interacciones tan «humanas», aprendidas en su mayoría, en alguna taberna o burdel, en manos de terrícolas o hembras de alguna otra especie con costumbres sexuales similares.

Pegar sus labios a los del heredero significaba que él no la encontraba repugnante, pues tenía bien sabido que no a todas les daba ese privilegio.

Tenía una terrible curiosidad por averiguar más de él, sacarle más palabras de la boca, saber qué pensaba, conocer sus planes para el reino, convivir en otras circunstancias, además de fornicar.

Tal vez sus deseos pronto se cumplirían, pues, en esta ocasión lo encontraba más ardiente que de costumbre, frotándose contra ella, deseoso por concretar el acto. Y ella, no lo haría esperar.

Se alejó empujándolo por el pecho, a lo que el príncipe respondió con un gruñido, pues estaba a punto de comenzar el acto. Iba a reclamarle por su atrevimiento, pero guardó silencio al verla bajar con una sonrisa cómplice, que reconoció de inmediato.

—Tan delicioso como siempre —dijo Tomei, lamiendo la punta del órgano viril unas cuantas veces, antes de comenzar a succionar y llevárselo por completo a la boca, al mismo tiempo que lo acariciaba con su mano libre, pasándola por los testículos que masajeaba con destreza, orgullosa de la experiencia adquirida en el sexo. Sabía que tenía ventaja en eso contra otras hembras, o al menos eso creía, y verlo así, rendido, le confirmaba que no le era indiferente, como en público le hacía creer.

«Todos los saiyajines son iguales», pensó, lamiendo con gusto su recompensa, frotando su intimidad contra la rodilla derecha del príncipe, humedeciéndose al contacto.

Tomei era una de las pocas saiyajines de élite que encontró atractivo al heredero desde antes de la pubertad, antes de que el niño lograra transformarse en súper saiyajin. No solo por ser hijo del rey, sino por la intensa mirada que poseía detrás de esos extraños ojos azules, que coronaba con unas cejas espesas.

La vanidad la dominaba cada vez que él la requería para fornicar, pues pocas hembras tenían el logro de haberlo gozado desde la adolescencia, siendo testigos de la evolución en su manera de fornicar a través de los años; considerando la actual, su mejor versión.

—Tomei —le erizaba los vellos de la cola escucharlo pronunciar su nombre en la intimidad de la alcoba, la cual agitó de manera juguetona, desviando su mirada hacia la extremidad lavanda del híbrido, que caía hacia su lado derecho, meneando ligeramente la punta.

—Ya veo —ronroneó, moviéndose sobre las caderas del príncipe.

—No así —expresó el heredero con voz grave, levantándola por la cintura, para cambiar posiciones, quedando él encima—. Nadie me monta —se mordió la lengua. Ni siquiera tenía la cuenta de todas las veces que Pan cabalgó sobre él.

«Después», pensó, viendo factible la posibilidad de permitírselo en otra ocasión, mientras tanto, se dedicaría a tomarla como de costumbre, con algunas variantes, para ir experimentando de a poco. Sencillamente, no le nacía con otra que no fuera Pan.

Tomó uno de los preservativos que reposaban en la mesa de al lado, colocándoselo en dos rápidos movimientos, como siempre. Desde que se rompió su unión con Pan, comenzó a tener cuidados extras, pues ya Uzel había intentado preñarse, mintiéndole sobre la aplicación del anticonceptivo.

Apuntó su miembro erguido hacia la entrada que lo esperaba con ansias húmedas. Él lo sabía, Tomei podía ser xenófoba, como la mayoría de las guerreras de clase alta, pero eso no impedía que se sintiera atraída hacia él. Siempre se entregó por gusto, él podía notarlo con solo verla a los ojos.

Los jadeos se hicieron presentes de inmediato, al compás de las embestidas lideradas por el híbrido, que parecía tener más energía esa noche. Lo acercó a ella, sujetándolo de los brazos para lamerle el cuello, tentada a clavarle los dientes en la curvatura cerca del hombro, limitándose a mordisquear con ligereza, acción que fue recibida con cierto deleite por parte de su amante, quien arqueó la cabeza, consintiendo el jugueteo, hasta que la sintió presionar, entonces, él respondió alejándola con un brusco jaloneó de cabello, incrementando sus embestidas, sin dejar de observarla con fiereza. A Tomei le fascinaba esa parte salvaje del híbrido, era una lástima que fuese tan esquivo.

—Ah… —lo escuchó gemir de manera ruidosa, apretando el agarre en su cabello, haciéndola gritar de dolor, al mismo tiempo que gozaba del encuentro.

Dos posiciones más se sumaron a la primera, terminando de rodillas sobre la cama, donde al fin se desplomaron sudorosos, con el cuerpo caliente del heredero sobre ella.

—Me quedaré esta noche —lo escuchó decir en su oído, con esa voz ronca y penetrante que usaba solo en la intimidad. La piel se le erizó a Tomei con esa simple frase. Sonrió victoriosa, finalmente dormiría con ella.


Fin del capítulo.

Aquí estoy de nuevo, sin abandonar este barco. Cada vez se me dificulta más la edición debido a falta de tiempo, pero no tengo planeado dejarlos con la duda del desenlace, aunque a veces tarde más de lo estimado en actualizar.

El príncipe pasa por una crisis existencial, ya no es un muchacho veinteañero, está comenzando los cuarenta y comienza a sentir que pierde tiempo en recuerdos, aun a pesar de que su raza tiene una juventud muy larga, por eso es que varios adultos siguen solteros, porque tienen más tiempo para vivir, a diferencia de sus antepasados, que morían con mayor frecuencia en batallas, especialmente a las que Freezer los enviaba, donde en muchas ocasiones sabía que terminarían masacrados, pero ahora, con el rey Vegeta al frente del imperio, los combates eran más estratégicos, pues la mayoría de conflictos se resolvían con diplomacia.

¿Qué pasará con Pan cerca de él? ¿Podrá huir de sus verdaderos deseos?

Sin más por el momento, me voy a descansar. No olviden dejar sus comentarios. Nos leemos pronto.