Intenté levantar el cuerpo rígido y me estiré un poco, aún está oscuro. Los pocos rayos de luz se van metiendo por la ventana de la diminuta sala; apenas hay espacio para solo un sofá y una mesa. Con pasos discretos, abro la puerta del único cuarto de la casa. Veo a mis hermanas, cada una en su cama; apenas logró distinguirlas, con la poca luz que hay. Natasha, mi hermana menor, la más joven de la familia, parece dormir sin ningún problema, con el cabello trenzado. Hace poco que cumplió 15 años. En la otra cama, mi hermana mayor, Irina. Durmiendo, se veía de la edad que aparenta tener; no se ve tan machacada. Ella siempre duerme con el cuerpo rígido, Nos aguarda un día largo y ella lo sabe.

A los pies de Irina se encuentra un gato, al cual ella lo apoda como nuestro guardián. Un gato sorprendentemente gordo, de pelaje manteca polvoriento con patas, hocico y la cola tupida y esponjosa, de negro que combina con el resto del cuerpo. Cara ancha y hocico alargado, ojos azules brillantes con una cicatriz en la cabeza, de una pelea contra un perro hace algunos años. Irina le puso Sasha, nunca supe el origen de ese nombre y ella aún no me lo quiere decir, pero ese nombre se quedó.

Entiendo por qué le puso ese apodo, Se queda hasta tarde conmigo para revisar que las puertas y ventanas estén aseguradas en las noches, me sigue hasta la ciudad como si él me guiara y no quisiera que me pierda y siempre se queda en nuestro pequeño patio vigilando la casa, cuando no hay nadie; además de siempre observa a todos atento cuando se hace una tarea en casa, como si nos supervisara. Es leal a nosotros. Lo encontró Natasha cuando era muy pequeña, cuando él era un simple gatito, flaco, pulgoso y lleno de lombrices. No quise decírselo, pero no le veía mucha esperanza, así que le dije "Llévaselo a Irina", esperando que ella la haría desistir de la idea de adoptarlo. Pero Irina pareció determinada a salvarlo. Con mucho esfuerzo, entre las dos dejaron a Sasha como nuevo. Aunque la idea de alimentar a una boca más me pasó por la mente muchas veces, no tardé en encariñarme de la criatura; que mientras crecía, se iba convirtiendo en un cazador nato de plagas. Sé que le caigo bien, especialmente porque tiendo a darle entrañas, premios de las cacerías, pero es obvio que sus favoritas son mis hermanas, que lo miman con lo poco que tenemos.

-Sasha, ven, vamos a cazar- intento llamar su atención, en realidad, nunca lo he llevado al bosque, será bueno contra las plagas, pero sé que nunca podrá contra cualquier bestia que se encuentre en el bosque. Él solo me sigue hasta el filo de la valla, vigilando que me vaya y vuelva a salvo. El pequeño rufián solo se estira un poco más para después recostarse al costado de Irena, ella se relaja rápidamente y lo deja en paz. Alguien lo necesita más que yo.

Me paseo por el cuarto en silencio y tomo mis cosas. Prefiero cambiarme en la pequeña sala que hace de mi cuarto por las noches y no molestarlas. Me pongo una camisa gruesa, para el frío de la mañana; los pantalones viejos y para finalizar, la chaqueta y botas de cacería. Tomo la bolsa de cuero para recolectar lo del día. En la mesa bajo un cuenco de madera encuentro un queso de cabra envuelto en varias hierbas, un regalo de Natasha. Lo parto a la mitad y lo meto sin cuidado en la bolsa.

Cuando por fin estoy listo, los trabajadores empiezan a salir en las calles llenas de carboncillo. En nuestro detestable rincón del Distrito 12 llamado la Veta, es donde se encuentran la mayoría, si no todos los trabajadores de las minas. Hombres y mujeres miserables, de hombros bajos y nudillos hinchados que ni siquiera intentan limpiarse el hollín de las uñas y grietas de las arrugas en los rostros hundidos. A pesar de eso, las calles están desiertas, las contraventanas de las tristes casas grises se encuentran cerradas. La cosecha no empieza hasta más tarde así que la gente intenta descansar lo más que pueda, claro, si la desesperación no los mantiene despiertos.

Nuestra casa está hasta el final de la Veta, solo tengo que cruzar algunas casas grises y llego al llano desolado que llaman la Pradera, La única cosa que separa al Distrito 12 y la Pradera del amplio bosque es una gran alambrada de metal, con bucles de alambres de espina. Se supone que debe estar electrificada 24 horas al día para alejar a los depredadores que antes se paseaban por las calles. Pero todo lo que este pequeño distrito puede ofrecer son solo 2 o 3 horas de electricidad al día, por lo general no es peligroso tocarla. A pesar de eso, acerco el oído a la débil barrera. No escuchó el característico zumbido. Uso algunos arbustos que sirven poco para esconderme y me arrastró debajo de la alambrada, por un hueco que lleva algunos años ahí. Me muevo con cuidado; más de una vez, cuando era más descuidado, llegué a desgarrar camisas y chaquetas. Ganándome regaños de Irina y nuevas marcas de costura en la ropa.

Cuando me adentro aún más al bosque, dentro de un hueco de un viejo árbol tomó un carcaj de flechas y el duro arco. Esté o no electrificada, la alambrada ha hecho su trabajo de ahuyentar a los depredadores que antes deambulaban por las calles. En el bosque los animales deambulaban a sus anchas, conocen su territorio, pero existen muchos más peligros en el bosque; serpientes, animales rabiosos y la falta de senderos que podrían confundir a cualquiera. Pero también hay comida, si sabes donde buscar. Mi padre, en todo su delirio y adicción, como pudo me enseñó todo lo que sabía, antes de morir en las minas, hecho pedazos. Nada quedó de él; tampoco es como si yo quisiera algo, con lo que me enseñó tengo suficiente. Pero mis hermanas, era obvio que con una pequeña parte hubiera sido suficiente para ellas. Tenía 11 años, han pasado seis años y todavía no sé qué sentir por él.

Entrar al bosque y la cacería furtiva es ilegal teniendo castigos tan severos como la muerte, a pesar de eso, muchos más arriesgarían el pellejo si las armas no fueran tan escasas. A muchos les invade el terror y los pocos aventureros entran con solo un cuchillo. El viejo arco que siempre cargo conmigo en las cacerías es una rareza, mi padre lo compró, junto con muchos otros escondidos alrededor del bosque; aquel hombre, uno de la Veta, por algunos años se vivió la vida haciendo diversas armas. Después de algunas amenazas, dejó de hacerlas, no le convenía al distrito tener a un montón de gente hambrienta y armada: destruyeron muchos de sus trabajos. A pesar de eso los agentes de la paz nos han dejado a aquellos pocos que cazamos hacer nuestro trabajo. Pues ¿a quién no le gusta un poco de carne fresca?, esos hipócritas han mantenido viva a mi familia, así que no me puedo quejar, ¿Pero armar a la Veta? Demasiado peligroso.

En el otoño, son más las personas que se atreven a entrar al bosque y toman la fruta de los árboles más cercanos, nunca sin dejar de ver la Pradera. Lo bastante cerca para correr a la seguridad del Distrito 12 sin que ningún problema ocurriese.

Nuestro querido Distrito 12, cualquiera muere de hambre, pero siempre tienes la seguridad de la alambrada, murmuró entre dientes, sin poder ocultar mi rencor. Miro alrededor de mí, sé que estoy solo, pero la preocupación de que alguien me escuche es una aprehensión real y latente, y tengo suficiente sensatez para guardar aquel odio para mí mismo.

Cuando era más joven, todas las cosas que decía sobre el Distrito 12 y la gente que gobierna nuestro país Panem, desde el Capitolio, hacía que me ganara unas buenas bofetadas de parte de mi padre, lo que hacía que dijera esas cosas con más frecuencia. No fue hasta su muerte que Irina me dio a entender que eso solo nos traería más problemas de los que necesitábamos. Aprendí a morderme la lengua y solo mostrar una indiferencia hacia todos y todo. No es difícil, decía Natasha, esa es tu cara de siempre. Me limité a seguir las vagas conversaciones de los de alrededor de mí y las conversaciones comerciales del Quemador, el mercado negro del Distrito 12 en donde gano la mayoría del dinero para mi familia. En casa esos temas como la cosecha, los racionamientos de comida o los Juegos del Hambre son algo que evitaba todo el tiempo, solo logró asustar a Irina y a mi solo me deprimen; pero Natasha, solo hacen que avive más su fuego, parece no darse cuenta de las consecuencias de repetir lo que yo antes decía y no importa lo que diga mi hermana o yo, le encanta ser testaruda. Odio lo mucho que se parece a mí.

Muchas veces me he quedado solo en el bosque, me ayuda a concentrarme. Escucho cada pisada, aleteo e incluso las hojas y ramas cayendo al suelo. Pero muchas otras veces tengo un compañero y con cada ligera pisada le escucho acercándose más. No le espero, sé que eventualmente me alcanzará y sigo adelante, a paso rápido, subiendo la colina hacia una saliente rocosa con vista al valle. Puedo ver el matorral de arbustos de baya, que protege de ojos fisgones a aquel escondite.

Justo a medio camino, escucho su voz detrás de mí, logró alcanzarme. Sonrío por un momento.

-¡Iván! ¡Espérame, maldita sea!- dice Natasha jadeando y noto su irritación. Odia que haga eso, que la deje atrás, solo quiero que algún día me siga el paso sin problema.

Desde que empecé con este pequeño trabajo, Natasha nunca dejó de rogarme para que la llevara al bosque conmigo. Yo nunca le dije que no, abarcar un poco más de terreno en el bosque con alguien que confiara era una perfecta idea, pero a nuestra hermana mayor, la idea no le parecía muy buena. Al final Irina me dio permiso de llevarla. Resultó que tenía talento para cazar y es muy buena compañera, aunque algo… Sádica. Algo que intentó canalizar sin mucho éxito.

-No hagas eso- dice jadeando, hago como que no sé de qué está hablando y sus mejillas se encienden, siempre hace eso cuando se enoja -No te adelantes- dice despacio, un énfasis en cada palabra; intentando calmarse, da un largo respiro y empieza a buscar algo en su bolsa de cacería.

-Se te olvidó esto-.

Natasha muestra con orgullo su contribución, una hogaza de pan, con una gran sonrisa, al parecer no dejó que la mala broma se le fuera a la cabeza. Tomo el pan y me doy cuenta de la razón de esa sonrisa. Es un pan de verdad y no las barras planas y asquerosas que hacemos con nuestras raciones de cereales. Lo acerco a mi nariz para aspirar una fragancia que abre mi apetito. El pan es solo para ocasiones especiales. En cualquier otra ocasión la reprendería, por tal gasto innecesario, pero hoy es diferente.

-Todavía está caliente- digo. Sigue jadeando. Debe haberse levantado poco después de que me fui para ir a la panadería y corrido hasta aquí para alcanzarme, con esta realización poco a poco me voy arrepintiendo de esa broma, pero no se lo hago saber.

-Me lo dio a mitad de precio, el pandero se veía tan triste, me deseó suerte-

-Hoy es un día de unidad, ¿no?- digo, sin intentar guardar el rencor del día, mientras sigo adelante hasta el pequeño escondite, Natasha intenta seguirme el paso. - Perfecto para el queso que hiciste- digo mientras lo busco en mi bolsa, está un poco abollado -¿Qué hay de Irina?

-Le dejé una hogaza y hay más queso y miel en casa. Ella y nosotros tendremos un buen desayuno- Dice, imitando el irritante acento del Capitolio y los ademanes de Zhu Wang, la mujer optimista, aunque yo diría delirante, que viene una vez al año para leer los nombres de la cosecha. -¡Oh! ¡Y felices Juegos del Hambre!- Recoge algunas bayas de los arbustos que nos rodean - Y que la suerte… - Me lanza algunas moras, las tomó con entusiasmo y las meto todas a mi boca, su dulce acidez explota en mi boca -... esté siempre, siempre de su parte! - concluyó, sin seguir la broma de Natasha, nunca se me dio bien imitar ese acento tonto.

Natasha se ríe de todos modos y yo saco apenas una risita. Bromeamos, porque si no, nos estaríamos muriendo de miedo y un poco más de odio. Además, Natasha si sabe imitar el acento del Capitolio y todo suena estúpido con él.

Observó a Natasha sacar su cuchillo y cortar el pan; el cabello rubio cenizo, piel aceitunada y ojos castaños, sin saberlo podrías suponer que somos hermanos. Irina, que comparte estas mismas características que nosotros, dice que no encajamos en la Veta y es verdad. Todos de cabellos negros y ojos grises, ha excepción de nuestra piel, no hay ninguna otra similitud. Pero la pobreza y el hambre no discrimina.

Ella siempre dice, bromeando, que estamos fuera de lugar, todo eso lo sacamos de nuestra madre. Ella murió poco después de que Natasha cumpliera los 7 años. Mis abuelos maternos formaban parte de la pequeña clase de comerciantes que sirve a los funcionarios, los agentes de la paz y algún que otro cliente de la Veta. Tenían una verdulería en la parte más elegante del Distrito 12; lo cual es decir mucho, les iba bien por el tiempo que duraron. Mi padre era un hombre de la Veta, conoció a mi madre, porque cuando iba de caza, de vez en cuando le llevaba semillas para su pequeño huerto. Quiero a mi madre y la extraño mucho, sin embargo, a veces no puedo dejar de pensar que de verdad debía estar realmente enamorada como para meterse a la Veta para estar con ese hombre o si realmente era estúpida a más no poder. Poco después de que ella murió, mi padre dejó de atendernos y todo el dinero que ganaba de la mina terminaba en vino blanco, dejando que sus tres hijos murieran de hambre; poco después de su fallecimiento las cosas empeoraron.

Natasha unta el queso de cabra en las rebanadas de pan y coloca con esmero algunas hojas de albahaca. Estamos acomodados en un rincón de las rocas en donde los ojos curiosos no pueden vernos, pero hay una clara vista del valle, rebosante de verde: verduras para recoger, raíces por escarbar y peces nadando a la orilla del lago. Es un día bonito, cielo claro, una brisa fresca; un desayuno de verdad, el pan caliente absorbe el queso y las bayas están en su punto. De verdad se siente como un día de fiesta. Un día como hoy sería grandioso para vagar por las montañas, enseñarle algunos nuevos trucos a Natasha y cazar la cena de hoy sería perfecto. Pero, gracias al Capitolio, tendremos que estar en la condenada plaza a las dos en punto para el sorteo de nombres.

-Hay que largarnos, ¿no crees?- dice Natasha, susurrando.

-Acabamos de llegar, todavía no conseguimos la cena- respondo, sin voltear a verla, ya sé a lo que se refiere; no quiero que se cuelgue de sueños que nunca se van a cumplir.

-Eso ya lo sé- contesta irritada- De aquí, de este maldito distrito, nosotros lo lograríamos- Noto el entusiasmo en su voz y antes de que yo puedo detenerla, ella ya lo hace por mí- Claro, están los demás.- y ese entusiasmo se esfuma tan rápido como apareció.

Con los demás se refiere a Irina y Toris, su mejor y único amigo de verdad; y con él se incluye su hermano menor y su madre. La familia de Toris y mi familia somos el lote completo. Ninguno sobrevivirá sin mí o Natasha, por algunos meses tal vez, pero ¿luego qué? Aunque somos un equipo, no todo va para nuestro uso y muchas cosas se intercambian por manteca, lana y otras necesidades, hay muchas noches donde quedamos mal ante Irina y Toris.

-Nunca voy a tener hijos- dice ella, mientras come un pedazo de pan, mala costumbre de ella.

-Buena elección- sigo -Aunque si no viviera aquí, tal vez un hijo no sea mala idea.

-Pero vives aquí- me contesta, como si no me diera cuenta de nuestra situación

-Se vale soñar- intento no demostrar mi tristeza ante eso, ella no se toma las cosas muy en serio, me tocó a mí tomar esa carga.

Este tipo de conversaciones nunca llegan a nada, solo sueños que nunca se van a cumplir. ¿A dónde iríamos? Incluso con nuestras habilidades juntas, sería imposible llegar tan lejos, cargando al menos 4 personas (y un gato) que no quieren saber nada del maldito bosque, todos acabaríamos muertos. Natasha no puede ser tan tonta para creer que lo lograríamos. Si no terminamos muertos por el bosque, yo terminaría acabando con todos por lástima.

-Basta de eso, ¿qué prefieres hacer?- le pregunto enfadado con la conversación, dejándola elegir. Perfecto entrenamiento.

-Vamos al lago-, noto su entusiasmo al dejarla liderar, al tener más experiencia, siempre voy yo al mando. Natasha ha mejorado mucho en estos meses y dejarla tomar las riendas de vez en cuando en verdad la ayuda. -Podemos pescar, dejamos las cañas puestas mientras recolectamos en el bosque. ¡Tendremos una buena cena!

La cena, después de la cosecha; se supone que todos tenemos que celebrar como si de verdad esto fuera una fiesta y nadie se está muriendo de miedo. Muchos lo hacen, aliviados por los hijos que no fueron mandados al matadero. Pero al menos dos familias dejarán las puertas y contraventanas cerradas, lamentándose.

Es un día bueno para la caza, los depredadores parecen estar ocupados en otras zonas, conseguimos presas fáciles. A última hora de la mañana tenemos una docena de peces, al menos una bolsa llena de verduras y un buen puñado de fresas. Natasha descubrió el fresal hace unos años, casi apenas la traje al bosque y alrededor coloqué redes para evitar que algún animal se acercara; cruel, pero ellos tenían el bosque entero para ellos, alguna ventaja de él tenía que tomar.

De camino a casa pasamos por el Quemador, el mercado negro que funciona en un almacén abandonado, en el que antes se guardaba carbón. Cuando descubrieron un sistema más eficaz de transporte de carbón directamente de las minas, la gente se fue apoderando del lugar. A estas horas, muchos de los pequeños negocios están cerrados, la cosecha los mantiene ocupados, aun así el mercado sigue rebosando. Cambiamos fácilmente seis peces por pan bueno, y otros dos por sal. Petra la Grasienta; una mujer anciana, demasiado delgada que parecía nunca cansarse nos dio un saludo animado. Vende cuencos de sopa caliente, preparada en un viejo hervidor, nos compra la mitad de las verduras, a cambio de un par de trozos de parafina. No es nuestra elección más inteligente, hasta raya en la idiotez, pero es bueno mantener una buena relación con Petra, siendo la única persona dispuesta a comprar carne de perro salvaje. No es como que los cazamos porque queremos, nunca desperdiciaría tiempo y flechas en eso, pero a veces es necesario defenderse, y al final del día la carne es carne. "Una vez dentro de la sopa, puedo decir que es ternera", dice Petra la Grasienta, guiñando un ojo. Quién soy yo para juzgar los negocios de otros. Nadie de la Veta despreciaría una buena pata de perro salvaje, pero los agentes de la paz podían darse el lujo de ser un tanto exigentes.

Una vez terminados nuestros negocios, dejando a Natasha hacer algunos, vamos a casa de Toris, o mejor dicho al negocio de la familia de Toris, que parece estar esperándonos. En cuánto tocamos la puerta trasera de la elegante tienda, esta se abre de repente. Toris es un muchacho delgado de la misma edad que mi hermana, cabello castaño bien peinado, la camisa blanca de algodón bien planchada y los pantalones oscuros lo hacen ver más alto de lo que es, la ropa de la cosecha.

Natasha sonríe y ella saluda contenta y este responde de igual manera, me dedico a dar un saludo amable con la cabeza y su sonrisa se borra de repente. La familia de Toris se dedica a hacer ropa para aquellos que pueden pagarla. Va al mismo salón que Natasha del colegio y se hicieron buenos amigos, a pesar de la personalidad tan tranquila de Toris y ella tan…no logró saber como describir su salvajismo. Natasha siempre le guarda unas cuantas presas y demás cosas. En un principio no me gustaba la idea, pensando que estábamos perdiendo alimento y dinero que bien podrían ayudarnos a nosotros más que a un extraño; nunca guardé mi recelo hacia el pobre muchacho. Solo me dedicaba a lanzar comentarios petulantes y sarcásticos, para luego hacerme el idiota cuando me los reprochaba. Esto fue así hasta que vi su parte del trato: telas, vendas, hilo, ropa y una buena cantidad de dinero. Antes de eso no sabía guardarme mi rabia hacia Toris, ahora solo me dedico a saludar amablemente y mantenerme callado mientras Natasha hace su negocio, como buen hipócrita y supongo que Toris aún no me perdona. No se lo reprocho.

-Hola, Tasha, ¿aún no estás lista para la cosecha?- no me saluda, y empiezo a sentir la vergüenza cuando recuerdo todo lo que hice, si no fuera tan orgulloso me causaría gracia.

-Traemos algunas verduras y presas- dice con una sonrisa orgullosa y empieza a sacar las cosas que consiguió para él.

-Fue un gran día de caza-. Intento hacer conversación, no me importa mucho su mal trato, yo empecé todo esto, bien merecido lo tengo al final del día.

Me voltea a ver y noto en su cara el fastidio y no puedo evitar recordar todas las veces que mi hermana lo defendió ante mi y esto solo miraba sus zapatos como si fuera lo más interesante del mundo, mientras las mejillas se le teñían de rojo. Ahora me toca a mi pasar vergüenza, pero yo sé ocultarlo mejor que el pobre diablo. Natasha parece notar el momento incómodo y rueda los ojos. Sabe que actúe como tal idiota que llego a ser y aunque ya pasaron meses, siempre que esta la oportunidad me lo hace saber; es lo menos que puede hacer.

-Oye Iván, ¿por qué no vas a casa del profesor?-, ella intenta mantener el orden entre nosotros dos. Toris mantiene su atención en Natasha nuevamente.

-Tienes razón, me encuentras allá-, doy una despedida amable, y me retiro rápidamente.

Mientras que Natasha tiene su trato con Toris, yo tengo uno con el antipático maestro del colegio: las fresas. La casa del maestro que también hace de negocio de su mujer; la botica, se encuentra a pocos puestos del negocio de la familia de Toris. En muchas ocasiones hicimos negocios con ella, vendiendo hierbas medicinales, incluso presas o verduras, una mujer amable y diligente, a ambos les iba bien, a ella un poco mejor. En el Distrito 12 no había doctores, así que ella y a veces con la ayuda del resto de su familia, ayudaban a cualquiera que lo necesitara. Cuando puedo, voy a su casa, con la mayor cantidad de fresas posibles. Lo que paga no es nada extraordinario, aunque debo admitir que toda paga ayuda. Pero eso no es lo más importante para mí. Llegó a la puerta trasera del negocio, toco y en unos momentos la perilla se mueve y no puedo contener mi emoción. Pero esta se esfuma en cuanto me doy cuenta quien abre. Es el Beilschmidt equivocado.

Quien abre la puerta es Gilbert, un muchacho de mi edad y mismo salón del colegio; piel y cabellos blancos, ojos rojos y pestañas pálidas, si no fuera tan guapo sería una tétrica aparición. Es un muchacho inteligente y tiene muy buenas notas, pero esa personalidad tan grande, intentando agradarle a todo mundo y aquella voz tan irritante hacen un horrible contraste con mi personalidad reservada. Las pocas veces que congeniamos en el colegio ha terminado en algunos argumentos; "estúpidas peleas" me ha dicho Irina y una parte de mi lo sabe, pero es difícil admitirlo. Es claro ver que no nos llevamos bien. A quien realmente me interesaba ver era a su hermano menor. Rubio a más no poder, ojos azules intensos y una voz suave y amable, un año menor que Natasha. Desde que lo vi hace algunos años en el colegio y después de aquel incidente quedé cautivado con él. Algunos rasgos femeninos siguen ahí, pero se ha convertido en todo un muchacho. La mayoría del Distrito 12 respeta su condición, a excepción de algunos crueles bastardos. Nunca he encontrado el valor de hablar con él propiamente, solo tengo las fresas como única excusa para verlo y no siempre lo logro, como ahora.

-¿Qué quieres ahora Braginsky?-, solo intenta hacerme enojar, es su actividad favorita, fastidiar a los demás; sabe a qué vengo, pero de todos modos logra su tarea.

-Fresas- contesto sin emoción y muestro el puñado de fresas. - Te ves bien Beilschmidt-, intento ser amable, dejar mi desprecio en otro lugar. En cambio, del horrible uniforme del colegio lleva una sencilla camisa de vestir clara y pantalones y zapatos oscuros pero el cabello alborotado, como siempre.

-¡Claro! Me tengo que ver bien para el público-. No sé si es su tono de voz engreído, su personalidad altanera, el chiste malo que me llega directo al corazón o el hecho que el idiota no percibió mi sarcasmo, pero siento mi enojo crecer y unas ganas de tirarlo contra el suelo con un buen golpe. Pero intento controlarme, no vale la pena empezar una pelea.

-Como si te fueran a elegir- casi ladro, y noto su confusión, tal vez un ojo morado le iría muy bien. -¿Cuántas veces está tu nombre ahí ¿seis?- No puedo evitar notar la calidad de su ropa, sin ningún parche o mancha, y la fachada de su casa, la botánica, donde no pasa un día sin clientes. Alguien como él no sabe que es morirse de hambre.

El sistema de la cosecha es injusto y nosotros los pobres nos llevamos la peor parte. A los doce años eres elegible para la cosecha, a esa edad tu nombre entra en el sorteo.

A los trece, dos veces, catorce, tres veces y así es hasta los dieciocho; el último año de elegibilidad, y tu nombre está ya siete veces en la urna. Así es para todos los distritos de Panem.

Pero no todo es tan fácil. Aquí no. Tienes la posibilidad de añadir tu nombre más veces a cambio de teselas; cada tesela vale para un mísero suministro anual de cereales y aceite para una persona, apenas para no morirnos de hambre. También puedes hacer ese intercambio por cada miembro de tu familia. Es obvio porque aquellos que se mueren de hambre ofrecen su nombre tantas veces. Esa es la razón por la que ya a los doce años, mi nombre estaba cuatro veces en el sorteo. Una por obligación y tres más por las teselas para conseguir cereales y aceites para Irina, Natasha y para mí. Y ha sido así todos los años, y para hacer las cosas aún peor las inscripciones son acumulativas. Por eso ahora a los diecisiete años mi nombre estará veinticuatro veces en el sorteo de la cosecha. Bonito número.

Esa es la razón por la que no puedo evitar pensar en un millón y una ideas de cómo romperle la nariz a Gilbert. Las probabilidades de que hayan necesitado una tesela es mínima, siendo hijo del maestro y la boticaria. Es casi imposible ser elegido comparado con los muchos en la Veta que sacrificamos todo por un pequeño bocado. No es imposible, pero es obvio saber quién tiene más posibilidad de ser elegido. No debería enojarme con él, no vale la pena, no es su culpa ni mía, son las reglas del Capitolio y nosotros jugamos aquel juego como podemos. La manera perfecta de mantenernos divididos. Pero es difícil tomar todo eso en cuenta cuando tienes a la persona más irritante del mundo enfrente de ti sonriendo porque sabe que estás enojado.

-No me mires a mí, tú sabes muy bien quién tiene la culpa de todo esto-, ahora él también está enojado, es obvio, a nadie le gusta que se le acuse de algo que no tiene nada que ver. Da un paso adelante y sé que es un reto. Nunca nos hemos metido en grandes problemas entre los dos, tal vez un empujón o gritos, pero nunca una pelea de verdad, no somos tan tontos como hacer una escena de ese estilo, pero ahora que me dio en un lugar donde de verdad me duele, ya no me importa mucho meterme en problemas.

-Yo no te puse en esta situación- me dice en la cara, nariz con nariz y lo dice con sinceridad, como si de alguna manera se estuviera disculpando, lo que hace que mi enojo se sienta aún peor y estúpido al mismo tiempo.

-Él tiene razón, Iván. No seas terco- dice Natasha detrás de mí, tensa ¿Cuándo llegó?

-Escucha a tu hermana, Braginsky, te hará bien- da un paso atrás y se queda en la seguridad del umbral de la puerta, su tono es hostil y puede notar sus mejillas ligeramente rojas. A pesar de que sienta una satisfacción por eso, no puedo dejar de sentir el mismo calor de la vergüenza en mis mejillas.

-Tú-, dice Natasha en tono acusatorio hacia Gilbert,- ¿Quieres tus fresas o no?-. Ella tiene un talento para poner a la gente en su lugar, eso le da gozo a mi corazón herido, a pesar de que Natasha me regañe a mí también.

Hace una mueca antes de darnos el dinero; a mí no, a mi hermana. -Tienes suerte que a Ludwig le gusten estas malditas cosas- dice dando un portazo y dejándonos en la calle, Estoy seguro de que si no tuviera los suficientes modales lanzaría el dinero a la calle.

Me doy la vuelta indignado y noto como Natasha me rueda los ojos. No puedo dejar atrás mi rabia por algo que ni siquiera era hacia mí, no gano nada con enojarme con esas cosas, pero no puedo evitarlo. Ella lo sabe, no le gusta seguirle el tonto juego a su hermano mayor.

-Eres un idiota ¿sabías eso?- no lo dice con rabia, más bien exasperada y se me adelanta.

-Supongo que es por eso que no me llevo bien con él; los perros de la misma raza no se llevan bien- intento no darle importancia. Al final del día ella tiene todo el derecho de enojarse, pero no vale la pena quedarse así, aún no empieza lo peor del día. Ella solo suelta una risa y sé que me perdona por el momento.

En casa encontramos a Irina ya lista para salir. Lleva un vestido blanco, heredado de mi madre, le queda perfecto, a veces odio lo mucho que ambas se parecen. Nos espera una bañera de agua caliente, Natasha va primero, mientras le cuento a Irina nuestro día, claro omitiendo esa pequeña pelea. Irina apresura a Natasha y es mi turno, al igual que ella me tomó un poco mí tiempo, restriego la tierra y sudor del bosque y me quedo en el agua hasta que esta se enfría. Cuando salgo y me visto; una simple camisa de algodón azul oscuro, pantalones marrones y unos zapatos de vestir negros, recuerdo de mi padre, que por mucho tiempo Irina me rogó que no los vendiera. Noto que Natasha usa un vestido muy elegante rosa pálido, regalo de la madre de Toris, Agne. Irina la peina con una complicada trenza y la noto bastante enojada.

Cuando Irina ya termina con Natasha me mira en el umbral y se me acerca. -¡Te ves muy guapo!- dice contenta, mientras me hace agacharme un poco y me peina con los dedos, parece olvidarse a donde vamos. A pesar de ser el hermano del medio, llegue a rebasar en altura a toda mi familia, incluso a mi padre. Cuando ya está satisfecha conmigo, decide arreglar algunos otros detalles en Natasha, sentada al borde de la silla del humilde comedor: su cabello, el vestido rosa elegante, hasta su postura y muecas. Sus mejillas están rojas y aprieta los labios, está obviamente enojada, y con cada comentario de Irina veo como frunce más y más el ceño.

-Te ves bien- la intento animar, Irina me lanza una mirada aprobatoria, pero Natasha parece que piensa en las mil maneras que puede asesinarme.

-Me veo ridícula- casi me grita, toma el dobladillo del vestido como si amenazara con romperlo; no le doy importancia, sé que solo es un berrinche, pero Irina parece creerla capaz, se lleva una mano a la boca, aguantando las ganas de dar un suspiro exagerado.

-¡No hagas eso!- la regaña Irina, - Fue un regalo de Agne, lo menos que puedes hacer es fingir que te gusta.- Agne, una mujer muy buena en su trabajo. Irina dice todo con calma, es difícil que ella se enoje de verdad. Cuando éramos pequeños y ella hacía de nuestra madre, era raro que nos gritara, sea la travesura o berrinche que hiciéramos, siempre nos manejaba con toda la paciencia posible. Demasiada paciencia para mi gusto, especialmente con Natasha.

-No me parezco a nada en mí- sigue Natasha en su enfado, aunque con un poco más de tristeza. Tiene razón, su típica trenza sencilla ahora está llena de listones y vueltas que no entiendo y el vestido, aunque supongo que es bonito, no es algo que ella escogería. Los zapatos negros parecen ser lo único que realmente le gusta.

-Son solo un par de horas Natasha, ten un poco de paciencia.- Irina se va a la cocina, dejando la situación por la paz. Irina siempre ha querido hacer de Natasha más femenina, una dama, como nuestra madre le enseñó a ella, pero nuestra hermana menor nunca ha cedido. Me parece bien, ese tipo de cosas no le quedan, aunque nunca se lo diría a Irina. Ella solo quiere a alguien con quien compartir esas sensibilidades, pero Natasha decidió acercarse a mí, tengo la certeza que me tiene un cierto rencor por eso.

-Vamos a comer- dice Irina, fingiendo que no pasó nada, su manera de aligerar el ambiente.

Decidimos dejar para la cena el pescado y las verduras que quedaron en un estofado, y unas cuantas fresas; Irina piensa que así será algo más especial. Natasha sirve ya más tranquila la leche de su cabra Lara, y comemos pocos bocados de pan seco con cereal de la tesela, no es como si tengamos hambre o apetito, pero es mejor afrontar la tarde con el estómago lleno.

A la una nos dirigimos a la plaza, es obligatorio para todos asistir, a menos que estés al borde de la muerte. Una fiesta que se disfruta a punta de pistola. Los funcionarios rondan por todas las casas a encontrar a aquellos rebeldes que no se presentaron a la ceremonia, cualquiera que mienta, va directo a la cárcel.

Siempre he pensado que la plaza es el único lugar bonito e incluso agradable del Distrito 12, algunas cuantas tiendas decoradas la rodean, y cuando el tiempo es bueno, parece haber una celebración. Sin embargo, la ceremonia de la cosecha la hace sentir como si fuera una zona de ejecución, y fácilmente podría serlo. Todo mundo va con la cabeza baja, las cámaras de televisión en los tejados parecen halcones esperando a su presa, solo asustan más a la gente.

La multitud entra en silencio y ficha; la cosecha es el momento perfecto para que el Capitolio lleve la cuenta de la población, Natasha siempre ha dicho que nos cuentan como ganado, y creo que tiene razón. Conducen a los chicos de entre doce y dieciocho años a las áreas delimitadas con cuerdas, divididas por edades; mayores adelante y jóvenes atrás. Las familias se ponen en fila alrededor del perímetro, vigilando a sus hijos, siempre bien tomados de las manos. También hay otros, los que ya lo perdieron todo que se cuelan entre la multitud para apostar quienes serán seleccionados, apuestan por edad, si serán de la Veta o comerciantes, o si ya darán todo por vencido y llorarán en frente de todos. La mayoría se niega a apostar con ellos, al menos le guardan un poco de respeto a nosotros los que podremos ser seleccionados, pero más importante, es por precaución, esas personas son informadores, ¿Y quién no ha infringido la ley alguna vez? Natasha y yo fácilmente podríamos estar muertos por la caza furtiva, pero el apetito de aquellos que pueden pagar el precio parece ser más grande que su sentido de responsabilidad y eso nos protege, algunos otros no tienen la suerte de nosotros.

En cualquier caso, Natasha y yo estamos de acuerdo que morir de hambre a morir de una bala en la cabeza, la bala sería mucho más rápida. Aunque realmente no estoy seguro si Irina estaría de acuerdo con eso.

La plaza se va llenando poco a poco, el sentimiento de claustrofobia sintiéndose más y más. Aunque la plaza es grande, no es suficiente para toda la población del Distrito 12; conformarse de unos ocho mil habitantes, aquellos que llegan tarde tiene que quedarse en las calles adyacentes, donde las viejas pantallas les mostraran el evento. El Estado televisa todo, para humillarnos o entretenernos, eso no lo sé.

Me encuentro de pie, en un grupo de chicos de la Veta, noto como se saludan entre ellos con la cabeza, tensos. Decido ignorarlos y mantengo mi atención al escenario provisional que han construido delante del Edificio de Justicia. Hay tres sillas, un sencillo podio y dos grandes urnas de cristal, una para las chicas y otra para los chicos. Intento no mirar los trozos de papel blanco de los chicos y pensar en todas las veces que mi nombre está escrito ahí.

Dos de las tres sillas están ocupadas por el ya viejo alcalde Undersee y Zhu Wang, la representante del Distrito 12, recién llegada del Capitolio, con su falsa sonrisa blanca, pelo rojo como la sangre y vestido a juego; aún no empieza el evento y no puedo evitar sentir una irritación con solo verla. Los dos murmuran y miran con preocupación el asiento vacío.

A las dos en punto, el alcalde sube al podio y empieza a leer la misma historia de todos los años, la creación de Panem, el país que se levantó de las cenizas en un lugar antes llamado Norteamérica. Miles de desastres naturales hicieron desaparecer gran parte de la tierra, y gracias a los pocos recursos que quedaron, una brutal guerra se desató. Panem nació de aquella tragedia, un reluciente Capitolio rodeado por trece distritos, que llevó paz y prosperidad a sus ciudadanos. Para que después llegaran los Días Oscuros, la rebelión de los distritos contra el Capitolio, doce distritos fueron vencidos, el decimotercero fue aniquilado, como castigo y advertencia a los demás. El Tratado de la Traición nos dio nuevas leyes que garantizarían la paz y como recordatorio de los Días Oscuros no deben repetirse, nos dio también Los Juegos del Hambre.

Las reglas de los juegos son sencillas: solo funcionan como un castigo por la rebelión, cada distrito debe entregar un chico y una chica, los tributos, para participar. Los veinticuatro tributos son encerrados en un enorme estadio al aire libre, donde cualquier brutalidad puede ocurrir, desiertos abrasadores, páramos helados, junglas oscuras con miles de trampas. Una vez dentro, los competidores luchan a muerte durante semanas, el último en sobrevivir es el ganador.

Llevarse a los chicos de nuestro distrito y obligarlos a matarse entre ellos mientras los demás observamos; es la mejor manera para hacernos saber que estamos a la merced del Capitolio y una rebelión es solo una idea de gente con demasiada esperanza. Realmente no importa que tan elegante hagan sonar su mensaje, todos sabemos lo que significa: "Mataremos a sus jóvenes y no pueden hacer nada, una sola palabra y acabarán como el Distrito 13".

Pero esta brutalidad no termina ahí, se exige que los Juegos del Hambre sean vistos como una mera festividad, un evento deportivo entre distritos y no una masacre. Al último tributo vivo se le compensa con una vida fácil y su distrito recibe premios, sobre todo comida. El Capitolio regala cereales y aceites al distrito ganador durante un año, y cosas por las que mataría por conseguir como azúcar. El resto de los distritos lucha por no morirse de hambre.

-Es el momento de arrepentirse y también dar gracias- termina el alcalde, dando una mirada triste a los muchachos en sus puestos.

El alcalde lee la corta lista de todos los ganadores del Distrito 12 durante los años. En setenta y cuatro años, solo hemos tenido dos ganadores, y solo una sigue viva: Jitka Murgas, una mujer de mediana edad, con cara de aburrimiento y parece no saber qué hace ahí, se tambalea y mira a la audiencia confundida o tal vez solo está borracha. La multitud aplaude por mera obligación y la mujer parece sobresaltarse por tal reacción, no puedo evitar reír un poco. Le da un abrazo a Zhu Wang, para después mirarla fijamente y plantarle un beso en la mejilla, uno demasiado fuerte que hace que ambas pierdan el equilibrio y Jitka por poco cae del escenario y Zhu Wang no puede evitar ocultar su vergüenza y confusión en una extraña y exagerada mueca.

El alcalde parece angustiado y la audiencia aún más. Todo se televisa y es seguro que el Distrito 12 ahora es el hazmerreír de todo Panem, es humillante, pero es mejor reír con la multitud. Pero el alcalde parece no pensar lo mismo. Intenta devolver la atención a Zhu Wang presentándola. La mujer da unos pasos adelante, fingiendo que nada pasó, y saluda alegremente con su habitual:

-¡Felices Juegos del Hambre! ¡Y que la suerte esté siempre de su lado!-

Algunos mechones de cabello negro se escapan de la ridícula peluca roja y la intenta acomodar discretamente. Da su discurso de todos los años, el honor que supone representar al Distrito 12, pero, ¿quién estaría feliz de representar tal distrito?, pobre y pequeño, es obvio que quiere una promoción, un lugar de verdad digno, con ganadores de verdad, sin mujeres que no saben cuando parar.

Localizo a Natasha entre la multitud y ella me devuelve la mirada con una verdadera sonrisa. Parece divertirle el espectáculo. Pero rápidamente cambia su mirada, asustada. Ni yo ni Irina la dejamos pedir teselas, a pesar de que nos rogó e insistió, yo asumí solo aquella responsabilidad, a pesar de que su nombre está solo cinco veces, la suerte no siempre está de tu lado, irónico. Y estoy seguro de que está pensando lo mismo.

O peor, se preocupa por mí. Me encantaría decirle lo que siempre repito todos los años, desde que cumplió 12 años: hay un millón de papeletas, estaremos bien.

El sorteo comienza, "¡Las damas primero!", Zhu Wang muestra sus modales para tal evento, y se acerca a la urna de las chicas, muy lindo, e intento no rodar los ojos. Mete la mano hasta el fondo y saca un trozo de papel. La multitud contiene el aliento, se escucha con total claridad el viento silbando y no aparto la mirada de Natasha, que se dedica a ver la papeleta. Intento creerme mis propias palabras: hay un millón de papeletas. Por cuatro años hemos hecho lo posible por cuidarla, pero esto es algo fuera de mi alcance.

Zhu Wang vuelve al podio, alisa el trozo de papel y lee el nombre con voz clara y no es Natasha.

Es Ludwig Beilschmidt.