Una sonrisa ganadora.


Desde hacía un buen tiempo que las leyendas de antaño ya no asustaban a nadie, los cuentos de muertos vivientes, hombres lobo, vampiros y otras criaturas de la noche se habían vuelto tan infantiles que ya nadie temía a esa clase de apariciones y mucho menos las tomaban en serio.

Los seres clásicos, los originales, parecían haber llegado finalmente al punto en el que serían olvidados. Día a día, hora tras hora, los humanos producían monstruos más reales y aterradores que nunca, ¿y qué quedaba para una simple aparición?, pues no mucho, no ahora que una ciudad podía desaparecer en segundos por la rabieta de un tonto cualquiera frente al cual, ella y sus tijeras eran en comparación insignificantes.

Incluso por pura mala fortuna, y porque el universo la odiaba, se había topado con alguien que hacía algo similar a ella, pero mucho mejor, un tipo que secuestraba niños y que tenía enormes espadas por manos y que además era considerado una leyenda urbana porque había ejecutado a la perfección la formula de matar a suficientes víctimas sin ser atrapado, ¿qué podía ser más genial que eso?, pues al parecer un montón de cosas que obviamente no la incluían a ella, que se supone debía hacer lo mismo que ese tipo.

Y no, no fue capaz de vencer al sujeto ese, un tal Royal Pippin o algo por el estilo. Luego de un corto combate en él que la superó en fuerza y tenacidad se burló de ella y la envió a entrenar diciéndole que alguien tan débil no merecía ser parte de su asociación, no sin antes hacerle unos cuantos cortes para recordarle su lugar.

Desde entonces que no quería asomarse a ningún parque…

–¿Vas a salir?–

Honestamente, pensaba quedarse en "casa" para así ya no decepcionarse con lo que a todas luces era el final de su poco notoria carrera como aparición. Ya nadie le temía a su presencia, nadie la tomaba en serio y con aquellos héroes patrullando sabía que era cuestión de tiempo para que se topase con alguien que realmente pudiese destruirla. Lo había visto antes con algunos otros monstruos que intentaron pasarse de listos e integrarse a las filas de las nuevas criaturas solo para acabar muertos y humillados de la peor manera.

Por otra parte… Darse por vencida así sin más era patético, bueno, más patético de lo que su vida ya era. Siendo la última de su clase en ser creada, y la única que quedaba, descansaba sobre sus hombros el mantener viva la leyenda de la mujer de la cara cortada, la que antaño aterrorizase colectivamente a cada estudiante de primaria, secundaría y oficinista que se atreviese a volver tarde a casa.

Claro, ¡esos eran otros tiempos!, ella misma había sido una graduada de secundaria que tuvo la brillante idea de salir a festejar por su cuenta un día que discutió con sus amigas y su novio, solo para acabar topándose con su predecesora, la que se suponía no existía porque los fantasmas no eran reales, solo que en realidad, sí existían fantasmas, habían cientos de ellos y algunos eran muy peligrosos, del grado de peligrosidad "letal" que representaban los actuales monstruos.

En fin, luego de que arruinase su chance de regalar un dulce u ofrecer una respuesta neutral recordó que sus piernas servían para correr y desapareció rauda de aquel lugar, olvidando su mochila, su teléfono que estaba dentro de la mochila, y sus documentos que estaban junto al teléfono.

Aquel fue el menor de sus problemas, descubrió al poco tiempo.

Un par de semanas más tarde de paranoia e investigación incesante llegó a la amarga conclusión de que no había nada que pudiese protegerla de la maldición de Kuchisake-Ona, quien se le apareció justo mientras recorría un complejo abandonado de departamentos y con apenas verla hizo que su sonrisa "creciera" y su vida como humana se terminara.

En fin, tras una corta introducción a sus deberes como ente espiritual maligno mediante una serie de flashbacks muy confusos, algunos en blanco y negro y otros a color, se halló a si misma deambulando por las calles en busca de presas a las que nunca logró engañar, sin siquiera saber que su investigación de dos semanas y posterior deceso fueron eventos tan sospechosos que la gente de los alrededores se tomó en serio las precauciones sobre ella, arruinando toda posibilidad de traspasar su maldición a otra incauta, Y a pesar de que jamás le fue bien con todo aquello de matar, al menos tenía todavía la reputación de ser muy peligrosa y todo mundo le temía, ¿y cuánto de ese miedo quedaba?, pues nada, nada de nada.

Allí estaba ella, una aparición demoníaca, una presencia siniestra que por una buena parte de la historia le congeló la sangre a cualquiera que se pasease solo por las noches y encontrase a una solitaria mujer vestida en una gabardina, quizás una de las más irracionales manifestaciones de maldad que pudiesen existir, actualmente, una don nadie que ni siquiera había logrado cosechar una víctima para al menos saciar en parte el rencor de la original, quedando atrapada como como alguien que apenas pasó de ser una estúpida adolescente a tener una crisis de identidad de una mujer mayor sin poder experimentar cambio alguno, porque estaba muerta y no existía otra cosa para ella que seguir muerta, sin su reputación, sin respeto y sin ningún logro a su haber.

¿Indigno?, pues sí, era indigno ser ella, ser la única en haber fallado todos y cada uno de sus intentos de homicidio porque al parecer ya todos conocían su leyenda y sabían cómo eludirla.

Tenía un cajón en su armario lleno de dulces y golosinas como prueba de ello…

–Podrías convidarme algunos–, sugirió su compañera de cuarto, quien llevaba un buen rato esperando a que la aludida mujer de la boca cortada se decidiese o no a salir para así, ver si podía aprovechar de atacar el aludido cajón de dulces.

Kuchisake arrojó un pastelillo en dirección del espectro con el que compartía su espacio la mayoría del tiempo, otra leyenda urbana venida a menos que un día se le pegó y no quiso irse más.

A veces, era demasiado noble para su propio bien…

A regañadientes, admitió que era mejor probar suerte que quedarse en casa, quien nada arriesga nada gana, y algún día ganaría, ¿no?, ¡algún día todo le saldría bien y dejaría de ser una fracasada!. Asesinaría a alguien, a cualquiera, y le demostraría a esos pomposos nuevos monstruos que nadie era tan aterrador ni malvado como ella.

Le enseñaría a todos… ¡Pero seguiría evitando los parques!, por buenos motivos.

–Veré cómo me va, ya vuelvo–, anunció a su compañera que estaba en el proceso de lamer sus dedos luego de acabarse el pastelillo, recibiendo como respuesta una gélida sonrisa.

–Creo que tendré suerte–, mencionó Kuchisake deteniéndose frente a la puerta, –Dicen que hay un lugar abandonado allá por ciudad Z, de seguro que encuentro a algún estúpido adolescente haciendo un reto de coraje o a algún explorador urbano que me grabe mientras lo mato, una víctima así subiría mucho mi popularidad y me volvería todavía más famosa–

Su compañera de casa asintió con la cabeza, sin atreverse a mencionar que ella misma había sido una de esas adolescentes haciendo uno de esos desafíos antes de convertirse en lo que era, mas, no tenía intención alguna de arruinarle el animo a su amiga. Ya suficientemente difícil era sobrevivir siendo un espectro en el que nadie creía como para amargar todavía más su rara existencia.

–¡Buena suerte!, y si aparece algún héroe o monstruo que creas pueda dañarte huye por favor. La vida es demasiado preciosa como para desaprovecharla–, aconsejó.

La mujer de la boca cortada no supo que contestar, a veces, le sorprendía lo cabeza hueca que podía llegar a ser su compañera. Aún así, apreciaba el sentimiento y nunca estaba demás el ser cuidadosa.

–… No estamos exactamente vivas, pero gracias–

Habiendo dicho eso se desvaneció para reaparecer en las desoladas calles de ciudad Z.

–Ahora a esperar por alguien, ojala no tarde mucho–

Ya estando en el lugar, vio su nueva área de casería y en principio, le gustó.

Era como el sitio donde la mataron pero mil veces mejor. El concreto y el asfalto estaban destrozados en varios lugares, algunas edificaciones derruidas creaban sombras aterradoras por doquier, y con la iluminación fallando de tanto en tanto el sitio era absolutamente perfecto para acorralar a alguien y quitarle la vida.

¡Incluso olía a sangre!, suculenta sangre fresca aunque no toda olía a sangre de humano, de seguro también habían kaijus muertos por los alrededores y sus pútridas y siniestras almas todavía vagaban por allí, ¡llenas de delicioso remordimiento y odio en contra de los vivos!.

Era ideal, salvo por un pequeño detallito minúsculo que no tomó en cuenta a la hora de salir de casa.

Nadie cuerdo caminaría por allí de noche, o al menos nadie inteligente porque no quería descartar de plano a los adolescentes.

Parpadeando bajo la luz intermitente de un poste, se golpeó la frente contra el mismo y maldijo su mala suerte. Todas las otras onryo anteriores a ella habían utilizado la misma clase de escenario para cazar y atormentar a los humanos, pero al menos, ellas acosaban a sus presas antes de conducirlas al lugar donde tendrían que morir y muy pocas veces ejecutaban a alguien a vista y paciencia del público, para asímantener el aura macabra de misterio que las rodeaba.

–Soy una tonta, ¡tonta, tonta, tonta!–

Arrepintiéndose de haber salido se dispuso a volver a su hogar con alguna excusa para justificarse cuando algo capturó su atención y la obligó a protegerse la vista.

–¿Qué es esa luz?–

Como un faro en las sombras lo vio aparecer, brillante, calvo y amarillo y con una capa roja al igual que sus guantes de hule resplandecientes, del mismo tipo que servían para limpiar retretes.

Su expresión de total indiferencia contrastaba de la peor manera con su peculiar vestimenta, en especial porque nada, absolutamente nada encajaba desde que lo vio aparecer.

–¿Uh?, ¿en serio?, ¿después de tantos fracasos esto es lo que el universo me arroja?–

El tipo era una anomalía dentro de una anomalía, un rarito vestido como un bicho raro en un escenario de terror que al parecer no le importunaba de ninguna manera. Era como si un niño inventase su propio súper héroe y luego lo insertase en una película de horror sin explicación aparente, como un fanfiction mal escrito.

–Oh Vaya–, dijo asqueada al notar como el extraño personaje se hurgaba la nariz.

Aquel hombre era positivamente la persona más ridícula que alguna vez hubiese contemplado tanto en vida como en muerte, y lo mejor, era que al parecer le daba lo mismo verse como se veía. Por alguna razón aquel tipo irradiaba seguridad en su andar, realmente no le preocupaba estar en una zona infestada de horrendos monstruos, de hecho, nada parecía importarle.

Tendría que cambiar eso y añadir algo interesante a su corta, cortísima vida.

–Es perfecto…–, murmuró con una sonrisa, –Es decir podría ser mejor pero ya que está aquí, tiene pulso y respira, tendrá que servir–

Con una breve plegaria agradeció su buena fortuna y casi saltando se desplazó directo al pobre diablo al que le rebanaría la boca. A unos cuantos metros de interceptarlo, se las arregló para "aparecer" de forma misteriosa, confundiéndose en las sombras del paraje que sería la tumba de ese pobre hombre banana.

Ajustando su vieja y gastada gabardina marrón, apresuró el paso y se mostró seductora, tal y como debía de ser para llamar la atención de los hombres, luego le sonrió con la mirada, así como las previas portadoras de su maldición lo hubiesen hecho.

El ridículo hombre se quedó de pie, quieto frente a ella con una expresión de absoluta confusión.

El demonio se inclinó levemente hacia adelante para paralizarlo con su oscura aura de terror, borrando la distancia entre los dos con tal de que su presa pudiese escuchar las palabras que sellarían su destino.

–Soy… ¿Bonita?–

El pobre hombre ladeó la cabeza y le sonrió nervioso.

–He, claro, claro. Eres bonita–

Momento de la verdad, de un solo movimiento se arrancó la máscarilla quirúrgica y le enseñó la horrenda realidad al dividirse sutilmente la piel y los ligamentos, seguidos por el desencajamiento de la mandíbula en una mueca siniestra. Su cruel sonrisa, retorcida por los cortes laterales que dividían sus mejillas, le hubiese congelado la sangre a cualquiera. La visión de una mujer espectral, una leyenda urbana no debería dejar a nadie indiferente.

–¿Todavía crees que soy bonita?–, volvió a preguntar con demencial furia, esperando a que el pelón corriese para así poder darle caza.

Apenas una fracción de segundo y el rostro del tipo calvo se llenó de confusión, esa, era respuesta suficiente para ella.

–Oh… Así que de eso se trata–, Kuchisake lo escuchó murmurar, aunque ya era demasiado tarde para él.

Alzó una mano sosteniendo el mango de sus tijeras, las mismas con las que la anterior Onna la hubiese mutilado hacía ya tantos años atrás, solo para congelarse al sentir que su presa, de alguna manera, la había desarmado.

–Hey, está bien. No te preocupes–, le dijo antes de arrojar las tijeras contra una casa, en donde quedaron clavadas en lo que quedaba de la puerta, y por si tal cosa de por si ya no fuese impresionante, la casa quedaba casi al final de la corrida.

Por si no fuera poco su desplante de fuerza, el pelón se decidió a darle una muestra de "inspiración".

–Mira, yo también tengo algunos problemas de imagen, por esto–, le dijo señalando a su calva, –Un día desperté y se había caído todo y eso que sigo siendo joven, ¿pero sabes?, no es tan importante lo que otros piensen de ti, sino lo que tú piensas de ti misma–

Toda noción homicida fue silenciada, el instinto cultivado desde la era feudal por la primera de ellas estaba ausente y en su lugar, solo sentía confusión.

Su presa no estaba llorando ni gritando ni maldiciendo ni rogando por su vida.

Su presa no le tenía miedo.

¿Por qué el tipo calvo le estaba dando una charla motivacional?, no se suponía que funcionase así.

–¿He?–

El hombre sacó su teléfono y una pequeña libreta, anotó algo en una hoja y se la entregó.

–Ten, es el número de un tipo que conozco. Es un doctor o algo así y creo que podría ayudarte con tu problema–

Quizás, por la conmoción de no solo haber fracasado nuevamente, sino también recibir lo que de forma muy rebuscada podía interpretarse como un cumplido, fue que aceptó sin protestar ese trozo de papel y lo guardó en un bolsillo.

–¿Qué se supone que haga con esto?–, le preguntó sin comprender lo que pasaba, cómo un humano podía no solo oponerse a ella, sino también, ofrecerle su ayuda.

Claramente el hombre banana no entendía la situación, o a lo mejor, era ella quien no conocía las nuevas reglas, ¿se trataba de una nueva técnica para lidiar con ella?, pero si era eso entonces no tenía sentido que aquel tipo le siguiese hablando como si los dos fuesen personas normales, que no lo eran.

Independiente de eso, aquel curioso personaje parecía satisfecho consigo mismo.

–Llamalo, dile que Saitama te dio su número y que por favor te ayude–

Imaginó que lo sucedido era una anomalía pero de las de verdad anormales, no como ella que era una anomalía común, en fin, sopesó que todo hasta ese momento sí era una brillante estrategia de sobrevivencia. El tipo del traje amarillo obviamente no tenía poderes, no era mágico, no tenía nada más que suerte e ingenio de su parte de las que estaba abusando y que se le acabarían por estúpido.

De seguro conocía de su leyenda y por eso la había confrontado con una respuesta ambivalente para así despistarla y no solo escapar con vida sino que de paso, burlarse de ella.

Pero… De verdad no parecía que quisiera reírse de ella, y tampoco parecía que su rostro lo asquease como a casi todo mundo, de hecho, se sentía honesto.

Sabiendo eso, recuperó sus tijeras con solo pensarlo.

Ya era hora de terminar con esa tonta charada, el hombre banana moriría y eso sería todo. Le cortaría la cabeza y lo haría rápido, no tenía sentido hacerlo sufrir siendo que incluso tratando de burlarla había sido amable, y aunque ello no encajaba del todo con la maldición de la mujer de la cara cortada, la verdad era que luego de tantas versiones de si misma ella ya no se sentía tan rencorosa sobre lo que pasó con la primera.

Un corte rápido e indoloro, el pobre no sufriría…

–Ya tengo que irme, por favor recuerda esto, no importa lo que los demás digan, yo sí creo que eres hermosa y tú deberías creerlo también–

Y allí se iba su teoría a la basura. Kuchisake-Onna, Kuchi para sus amigas, se vio cautivada por lo que era un cumplido de corazón de alguien que sin conocerla intentaba hacerla feliz.

Solo entonces se dio cuenta de algo sumamente importante, del motivo por el cual el hombre banana se atrevería a recorrer esa zona de guerra que era el área abandonada de ciudad Z.

Se trataba de un héroe, uno verdadero que se había manifestado ante ella para hacer lo que ningún otro mortal podría venciendo la maldición con su inherente bondad heroica.

Lo que tenía por corazón se estremeció por completo, el hombre banana la había cautivado.

–Ahora vete a casa, es peligroso por aquí–

Lo vio partir rumbo a las calles abandonadas, completamente ileso y feliz, y no se atrevió a perseguirlo. En lugar de eso, caminó en dirección contraria hacía donde sabía se hallaba la reja metálica que delimitaba la zona abandonada, a donde fue a parar sin saber cuál sería su siguiente jugada ahora que había arruinado otra chance de probarse a si misma.

–Haaa… –

El hombre banana, Saitama, aquel del traje ridículo con su capa roja desvaneciéndose en la oscura noche…

No podía dejar de pensar en él.

Incrédula, tocó sus mejillas y descubrió que se había sonrojado, ese humano, ese ridículo, tonto y extraño humano…

Una sonrisa francamente grotesca se formó en el pálido rostro de aquel demonio cuya maldad parecía haberse desvanecido en el curso de unos minutos.

–De verdad cree que soy hermosa–

Cuando volvió a casa tiempo más tarde ignoró a su compañera y se fue directo a su habitación, se arrojó sobre la cama, abrazó la almohada y se puso a reír.

Era un fracaso como un demonio, pero al menos, al parecer, todavía le quedaba su orgullo como mujer.

Ese estúpido héroe…

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En cuanto a Saitama…

–Hey Genos, no creerás lo que me sucedió hoy–

El discípulo número uno, el más diligente y mejor, dejó de lado el bowl en el que preparaba la cena para recibir el conocimiento que su sensei buscaba impartirle.

–¿Qué es lo que no voy a creer sensei?–

Dicho sensei no había caído en cuenta de que su corta aventura patrullando no era nada especial, aunque al menos, sí había salido de la rutina. No todos los días tenía la chance de ayudar a alguien sin siquiera tener que golpear algo.

–Me encontré con una loquita vagando en la oscuridad, tenía un problema cosmético, ¿sabes?, así que le di unos consejos y creo que la ayudé–

Genos asintió y recogió de inmediato una libreta.

–¿Vas a tomar nota?–

–Debo conocer los detalles sensei, sus interacciones con el público no siempre son positivas por lo que me interesa descubrir qué fue diferente–

Bueno, Saitama no podía desconocer eso último. Si bien era cierto que lo suyo era un hobbie, de vez en cuando era agradable saber que realmente hacía una diferencia en la vida de las personas y que incluso a veces era apreciado.

–No fue nada, solo una chica con problemas de autoestima por una cicatriz en su rostro, le di el número del restaurante de Genus, dado que él es un doctor podría ayudarla más que yo–, explicó Saitama.

Genos, quien apenas abrió la boca su maestro había escrito junto a sus palabras un montón de notas personales sobre lo genial que era Saitama y lo importante de llevar sus heroísmo más allá de la fuerza se detuvo en cuanto escuchó el nombre del infame doctor.

No deseaba poner en duda las lecciones que Saitama sensei le impartía, pero aquello último era preocupante.

–Sensei, el doctor Genus es experto en genética el cual no creo este preparado para ofrecer el apoyo emocional que esa persona podría necesitar incluso siendo capaz de corregir cualquier desperfecto plástico en aquella persona–

Saitama realmente no consideró eso último, es decir, el problema de esa chica era que tenía una fea cicatriz en todo su rostro, e imaginó que justamente por ser una joven su imagen personal era muy importante para ella. Él podía relacionarse con ello, siendo tan bien una persona joven que tenía que lidiar con las miradas incómodas de todos los que veían su domo brillante.

En el fondo, no pensó más allá de sus posibilidades, Genus no podía ayudarlo a recuperar su cabello y tendría que vivir con ello, pero de seguro era capaz de solucionar un corte tan profundo en una persona normal y con eso, esa chica se sentiría mejor, recuperaría la confianza en si misma y dejaría de arriesgarse a ser atacada por los monstruos de ciudad Z.

Que necesitase algún otro tipo de cuidado era algo que simplemente no se le ocurrió.

–Oh, no importa. De todos modos ese será su problema–

Claramente, tampoco pretendería involucrarse más. Apenas podía lidiar con Genos y no pensaba añadir a otra persona a su ya atareada rutina.

–En fin creo que estará bien, Genus no es tan mala persona, todavía nos envía cupones para su restaurante–

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Hablando del doctor Genus, había sido una semana fatal para él.

¡Todo seguía saliendo mal en el restaurante!.

El primer día todas sus verduras se pudrieron al mismo tiempo, todas, lo que no tenía sentido porque cada alimento que llegaba a su cocina era cuidadosamente tratado para mantener la frescura y sabor en las mejores condiciones.

Era imposible que algo se arruinase en su cocina, y a pesar de eso, no podía desconocer que así había sucedido.

Luego comenzaron a fallar los electrodomésticos, todos ellos a la vez. Se encendían y se apagaban solos, y los más pequeños desaparecían y aparecían en los más extraños lugares.

Un sifón de agua que mantenía en la cocina apareció primero en el baño, luego afuera sobre el cartel de bienvenida, y finalmente sobre la cabeza de Armored Gorilla, orbitando sobre su empelado que alegremente pelaba patatas sin siquiera darse cuenta.

Y no se detuvo con eso, no, claro que no, porque después del incidente del sifón, de los platos voladores, de las fallas del termostato y de uno de sus ordenadores abriendo paginas sobre leyendas urbanas sin siquiera estar infectado con un virus, fue que comenzaron las llamadas, decenas de ellas todos los días, a toda hora.

–Hola, ¡hola!–

–¿De nuevo el número desconocido?–, preguntó Armored Gorilla luego de volver de las compras.

Genus respiró profundamente al cortar la llamada.

–Lo he bloqueado cien veces y sigue encontrando maneras de llamar–, explicó por centésima vez, –Juro que me esta haciendo perder los estribos–

–¿Cree que sea un cliente molesto?, no hemos tenido quejas pero nunca se sabe–

–No es un cliente, todos aman este lugar. Debe ser alguien más, alguien celoso de nuestro éxito–, razonó el doctor, –¿Pero quién?, no hemos sido malos competidores con nadie, de hecho, nos respetan mucho por nuestros logros culinarios, por eso no me lo explico–

Apenas terminó de decir esto el teléfono volvió a sonar, Genus se llevó una mano al rostro y pinzó el puente de su nariz al sentir una molesta jaqueca aproximarse.

En un momento así, sabía que no le quedaba otra opción que reposar, después de todo no era loable para un genio de su calibre castigar a su mayor arma por alguien que era obviamente una persona con demasiado tiempo libre.

En lugar de seguir lidiando con el bromista, delegaría funciones a su empleado número uno.

–Allí está de nuevo, no puedo lidiar ya con esto, encargate Armored Gorilla–

Armored Gorilla recibió el celular de su jefe y se dirigió hacia afuera para que así Genus pudiese descansar, al inicio, había lidiado con todos esos extraños sucesos con una actitud conciliadora, pues como no estaba dentro de su control lo que sucedía, no veía motivo alguno para estresarse, pero lo mismo no aplicaba al doctor.

Idealmente hubiese lidiado él mismo con la persona que llamaba pero no deseaba pasar a llevar por alto la autoridad de su creador hasta que él mismo le pidiese ayuda.

–Hola, ¿qué se le ofrece?–, contestó afable, escuchando del otro lado de la linea la respiración ahogada de alguien.

–Este es el número privado del dueño, si necesita hablar con el restaurante tenemos otros números, pero si solo se trata de una broma de mal gusto le agradecería que se detenga por favor–

Tono firme, pero no conflictivo, tal y como lo había practicado. Aquello de cocinar y atender a su variada clientela se le había dado de maravilla a Armored Gorilla en cuanto cambió de profesión.

Fue por ello que no se sorprendió al recibir una respuesta.

–Genus… –

–Entonces de verdad es al doctor a quien busca–, contestó, –Debería habérmelo dicho desde el inicio, ¿para qué lo necesitaba?–

Nuevamente esa extraña respiración, un jadeo francamente perturbador.

–Genus… Él… Ese hombre me dio su número–

¿Un hombre le había dado el número del doctor?, eso era extraño, casi nadie tenía el número de Genus, nadie que no fuese parte de la industria alimenticia.

–¿De qué hombre habla?–

El jadeo se hizo más profundo, la voz mucho más ronca y visceral.

–El hombre extraño, el que es un héroe–

Genus había captado esa parte, así que después de tragarse unas aspirinas se puso de pie frente a Armored Gorilla para así guiar la conversación.

–¿Habla de un hombre de gabardina con una mirada fría que siempre está fumando?–, preguntó el gorila al interpretar las señas del doctor.

Desde el otro lado del teléfono, la voz extraña cobró consistencia.

–No, me refiero al otro héroe, al hombre calvo del traje amarillo. Quiero al hombre banana. Él me dijo como encontrarte y tú me dirás como encontrarlo–

–Oh, ese es Saitama–, susurró Armored Gorilla, –Que raro, ¿qué querrá con Saitama?–

Genus se sacudió de hombros, –Pregúntale para que ya deje de molestar–, contestó.

El altavoz del teléfono se encendió solo y la cruel y desquiciada voz de una mujer retumbó desde todas direcciones.

–Quiero verlo, deben decirme cómo llegar a él–

Ambos sintieron escalofríos, esa mujer estaba mal de la cabeza y por algún motivo, conocía al pelón ese.

Genus se puso a sopesar sus opciones, ¿decirle a esa demente todo lo que sabían del héroe y así deshacerse de ella?, parecía el plan de acción obvio, solo que del otro lado estaba Saitama y con Saitama tenían a Genos quien era mucho menos racional y paciente que su maestro.

El doctor estaba seguro de que Genos no se tomaría nada bien que alguien amenazase a Saitama.

–Normalmente no me molestaría, pero Saitama es… ¿Un conocido?, no, no un amigo, pero definitivamente es un conocido, y no es mal cliente–, dijo Armored Gorilla, –¿Por qué deberíamos confiar en ti?, ¿y por qué nosotros?, si de verdad quisieras encontrarlo podrías revisar la base de datos de La Asociación de Héroes y ya–

Las luces se apagaron todas a la vez, la cocina quedó a oscuras salvo por la pantalla del teléfono.

En el silencio, Genus sintió algo rodear su cuello para luego encontrarse a si mismo sostenido contra una pared, sujeto por la fría mano de alguien que no tenía idea de cómo había aparecido con todos los sistemas de emergencia que poseía su restaurante.

En cuanto volvió la energía se encontró frente a frente con una pálida y aterradora mujer a la que obviamente le faltaba un tornillo.

–Saitama me dijo que tú me ayudarías, así que llevame con mi amado o haré de tu vida un infierno–, amenazó la extraña blandiendo en su otra mano unas enormes y afiladas tijeras.

Armored Gorilla estaba a punto de obliterar a ese desquiciado kaiju cuando el doctor lo detuvo.

–Espera, ¿dijiste amado?–, tosió Genus sujetándose del brazo de la mujer, –¿Es por culpa de Saitama que nos has estado acosando?–

La mujer asintió seria.

–Llevame con el hombre banana, llevame con mi Saitama, ¡ahora!–

Genus asintió rápidamente y fue liberado, Armored Gorilla alcanzó a agarrar a su jefe antes de que golpease el piso, confundido y molesto por tener que lidiar con alguien tan descortés.

Dentro de la cabeza del doctor, una idea se gestaba.

Saitama, era por culpa de ese pelón necio que una loca les había arruinado la semana, así que, ¿no sería justo devolverle el favor?–

–Ok, ¿quieres que te ayudemos?, pues podemos hacer eso, vamos a hacerlo–

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El día domingo, luego de salir a entrenar, Saitama se dispuso a jugar una partida de un nuevo rpg que estaba muy emocionado por completar, así que mientras Genos estaba afuera y la ciudad estaba segura, se daría un muy necesario relajo.

O al menos ese era el plan hasta que su timbre sonó.

–No voy a abrir–, se dijo a si mismo estando todavía sentado frente a la pantalla, –Si es de verdad importante me van a llamar–

Intentó concentrarse, en serio que trató, pero ya no solo era el timbre, sino que también las luces comenzaron a encenderse y apagarse sin control.

Incluso la pantalla actuaba extraño, ¿por qué veía el pasillo de afuera siendo que no tenía cámaras instaladas?, Genos no lo había hecho o le hubiese dicho, y el lugar era tan barato que no imaginaba que los dueños se molestasen con esa clase de seguridad, mucho menos en ciudad Z.

Iba a ponerse de pie en cuanto la puerta se abrió sola seguida de un helado viento que lo puso a temblar.

Desde el oscuro pasillo surgió una silueta por lo demás perturbadora, una mujer alta y elegante cuyo cabello negro resplandecía con la apariencia de ser bella, hasta que los detalles se manifestaban.

La piel demasiado pálida, de un tono cadavérico, las uñas largas y descuidadas, el mismo cabello lustroso enmarañado en algunos lugares y su vestimenta en estado desprolijo ocultando un cuerpo demasiado delgado.

Sus ojos fríos y muertos que al encontrarse con la mirada desinteresada del héroe se tornaron cálidos.

Suspirando, aquella aparición avanzó hacía adelante, llevando en cada mano una bolsa llena de lo necesario para preparar un manjar digno de un héroe.

–Perdón pero temí que no me escuchases, te traje algo de comer, por favor siéntate–

Sin esperar respuesta, Kuchisake cogió a su amado del brazo, lo llevó de regreso frente al televisor y lo sentó, en la pantalla, imágenes de horror surgían una tras otra, todas en blanco y negro por cierto mientras que el demonio tarareaba una canción y presentaba lo que Genus le había obsequiado para sacársela de encima.

–Pensé que podríamos pasar algo de tiempo juntos ya que eres mi héroe, es decir, fuiste tan lindo conmigo y me diste ánimos, y eso me conmovió de verdad así que creo que desde ahora en adelante, deberíamos vernos más, ¿no crees?–

Antes de que Saitama pudiese decirle que no la recordaba y que por favor se fuera, Kuchisake cogió un par de palillos y le presentó un trozo de pulpo.

–Di Ah–

Saitama obedeció más que nada por cortesía y a decir verdad, el pulpo estaba bastante bueno.

He, le pediría que se fuera después de comer.

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