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Disclaimer 3: basado en los sucesos del universo de Tierra de Sombras, de El Caballero de las Antorchas

Fiat tenebris

Carlota

Poco o nada que festejar

Great Lakes City, Illinois

30 de noviembre de 2017, Acción de Gracias

3:19 am

La cocina del departamento 2-A

Cualquier atentado contra las humanidades es un atentado contra el ser humano

-Miguel de León-Portilla, historiador mexicano

La terapia que ha llevado, si es que encerrarse a coser y diseñar ropa la mayoría del tiempo, llevar un registro en video como una especie de bitácora y tomar una infusión de canela para relajarse se puede considerar como talen no ha tenido ni siquiera resultados. Por lo general, cuando Carlota tiene sueños vívidos, estos a menudo son espantosas pesadillas donde ve al mismo alosaurio que atacó aquella trágica noche devorar cuánto se le pone enfrente.

Nunca ha sido una fan de los dinosaurios. Las veces que sus abuelos veían aquellas películas se la pasaba criticando que, por ejemplo, la moda de Parque Jurásico por ser demasiado rígida y sería para un ambiente tropical, o lo boba que le parecía la trama de Carnosaurio y sus dinosaurios salidos de huevos de gallina sin justificación alguna. Siempre los había tenido por criaturas, por mucho, tan reales como el Chupacabras y La Llorona. Meras criaturas que ni siquiera existieron o existían que, de un momento al otro, se volvieron tan reales como su delineador favorito o el vaso con agua que buscaba a tientas luego de despertar con un grito.

-Carlota, deben ser las cuatro de la mañana -tanteó Carlos, un tanto gruñón-. Deberías de estar dormida.

Carlota no respondió.

-¿Otra pesadilla? -preguntó Frida, entrando y arrastrando los pies. Carlota apenas bajó la mirada, indicando que así fue.

Era comprensible. Los últimos meses han sido un dolor de cabeza para el matrimonio Casagrande debido a las constantes pesadillas de su hija mayor, y entre eso, la primera crisis nerviosa de Frida, que ocurrió hace un par de semanas y el hecho inquietante de que en la víspera no hubo cena la situación se puso de verdad tensa, al grado de que Bobby salió a cenar con Ronnie Anne a casa de una amiga de ella.

-¿Por qué no me dejas esto? -pidió Carlos, cortés.

-También es mi hija -protestó Frida.

-Eres muy emocional, y lo último que necesito es que tenga que consolarlas una tras otra -razonó Carlos.

-Bien, pero no me culpes cuando estés de gruñón por la mañana -respondió Frida, abandonando la pieza.

-¿Qué le pasó a mi niña -preguntó Rosa, llegando con un pan para el susto.

-¿Por qué no se lo dices a Carlos? -cuestionó mordaz Frida- No quiere que la ayude con nada.

-Me va a es…

-Mamá, esto necesita algo de privacidad -objetó cortante Carlos.

-¡Tonterías! -bramó Rosa, depositando su carga en el lugar que ocuparía Carlos- Carlota necesita un bolillo para el susto, un té de canela para calmarse y un vaso de leche tibia para dormir bien. No sabes lo que mi nieta de verdad necesita.

-Necesita estar tranquila y hablar, no reprimirlo con litros de canela.

-Por lo menos sirve más que tú ciencia…

Carlota quiere hablar. Desde la fiesta, apenas y habla lo necesario fuera de contar sus pesadillas o pedir alguna cosa. Empero, ver a su padre y a su abuela discutir por su bienestar es algo que la ha tenido tan alterada como el propio detonante de sus pesadillas, y lo último que quiere que ser la responsable de que su familia se rompa de forma irreparable.

Ella sabe que su padre tiene razón. Antes, sentía cierto desdén por las "cosas de nerds" por las que su padre se desvivía desde que tiene memoria, pero ahora que no hay escuela y el sistema abierto a distancia que la alcaldía impulsó se colapsó por la mayor afluencia de estudiantes y la consecuente saturación del sistema escolarizado les empezó a dar cierto valor. No quiere terminar como Cindy, presumiendo de algo que ya a estás alturas es inútil, ni como la ciudad, atestada de conflictos que ya están afectando sobremanera a sus seres queridos.

Ya en la mañana, ve la fecha en la pantalla de su teléfono pese a la náusea que le provocó beber medio litro de canela. Es Día de Acción de Gracias, pero a juzgar por las medidas que se tomaron en toda la ciudad no habría, al menos, un gran evento público. Ya ocurrió en la Pascua, donde el intento por realizar una cacería de huevos que terminó en un fuerte disturbio que obligó al cierre de tres manzanas alrededor del parque, en las fiestas patrias cuando hubo un tiroteo que casi la alcanza por asomar a la ventana para ver los fuegos artificiales y, más recientemente, la unilateral cancelación de Halloween por el aumento en los robos a negocios. Tenía la esperanza, en un principio, de que pasarían al menos seis meses para que todo terminara, como ocurrió con el fin de la alerta por la epidemia de "influenza porcina" de 2009, pero ocurrió aquella noche y todo se fue al caño de la forma más irreal posible.

Por costumbre, y desde que puede hacer uso de razón, no escucha el usual trajín que acompaña al gran día, no huele los mil aromas que se desprenden de la cocina y mucho menos, cosa rara, se siente un ambiente festivo que acompañe al mismo, pero nada más saliendo al corredor, nota también que nadie está precisamente en sintonía.

-¿A dónde vas? -preguntó Carl sin interés.

-Solo iba al baño -respondió Carlota.

-Más te vale no ir con los abuelos -dijo el niño-. Hoy la abuela no se siente muy bien para salir.

Sin dar mucha importancia, Carlota fue al baño y empezó su propia rutina.

Todo lo que hacía a primera hora se limitaba a tomar un baño rápido (así descuidase un poco las puntas abiertas que pudieran hacerse), ir a la cocina por una botella de yogurt y fruta picada (no le interesa mucho si es fresca) y tratar de grabar una entrada de su diario si está de humor para ello; en caso contrario, intentaba ayudar con la casa en lo posible, lo cual Rosa agradecía de buenas a primeras. Frases como "deberían hacer lo que su hermana" o "Carlota por fin está siendo un ejemplo de lo que deben ser" ya suelen escucharse más a menudo por el piso, lo que en CJ y Carl solo significan más labores en la casa que no quieren hacer.

Carl, menos que nadie, quiere hacer el quehacer, y de hecho las pocas veces que lo hacía era porque Rosa era imposible de engañar. Lo intentó poco antes de Halloween al obligar a Sid junto a CJ para que su robot lo hiciera, lo mismo para que en pleno Halloween varios clientes salieran huyendo despavoridos si no dejaban dulces (cosa que falló gracias a Ronnie Anne y la suerte que ella le reportaba desde que los eventos públicos brillaron por su ausencia) o, más recientemente, con los preparativos para el Día de Muertos y su desastroso intento de vender "fotos del Día de los Muertos" por las que cobraba en especie y dinero debido a una indiscreción de Sergio. Y gracias a los abuelos es que Carlota sabía eso, pero poco más al respecto de él hacía que no fuera solo bajar la mirada y seguir con sus asuntos, solo respondiendo si había algo de qué hablar o si se lo pedían.

Una vez terminado su baño y su parco arreglo, Carlota fue a la cocina de los abuelos cuando escuchó algo que afectaría la vida de todos en el vecindario.

-¡No van a bajar y punto! -tronó Rosa, lanzando contra la puerta un florero antes de que Carlota abriera- ¿No oyeron anoche que golpearon al señor Hong?

-¡El bobo me tiene sin pendiente, mujer! -exclamó terco Héctor- A cualquiera le vacían la tienda si no tiene cuidado.

-¿Y por qué no le dices nada a Bobby? -retó Rosa, sosteniendo en sus manos una chancla.

-No le puedo decir nada porque hoy descansó -declaró Héctor-. Lo necesito despierto para que hoy chambee como pocas veces en el año.

-Lo traes peor que mula de arriero.

-¿Y supongo que te gustará saber que solo han pasado retransmisiones del programa del Bobo Mayor.

-¡Más respeto para Ernesto! -dijo Rosa, empezando a perder la paciencia que le quedaba.

-No te engañes, Rosa. Por tu culpa…

-¡¿Por mi culpa qué?! -cuestionó furiosa Rosa.

-Por tu culpa me sé todos y cada uno de sus parloteos -acusó Héctor, no menos molesto que Rosa-. El programa que pasan hoy es la repetición del 26 de noviembre del año antepasado, y solo un ciego o un fanático estarían ciegos por lo que les dijera aunque el bobo baile en chones frente a uno.

Entre tanto, Carlota se escabulló lo mejor que pudo y tomó de la alacena una lata de ensalada de frutas, algunas frituras y un par de bolsas de malvaviscos chicos. No eran precisamente una comida sana, pero con su encierro una salida ya era impensable. Más todavía en cuanto supieron la semana pasada que la señora Chang tuvo que cargar con una bolsa de olor algo desagradable, misma que a la postre tenía trozos algo toscos de carne de algo que no supieron decir si era algo de verdad comestible o no.

Por unos momentos, al abrir su lata, ignoró la discusión hasta que vio a María entrar cansada, prácticamente muerta de su último turno triple.

-¿Alguien quiere…? -bostezó María- ¿Alguien me quiere decir por qué discuten?

-¡El necio de tu papá dice que el programa de Ernesto Estrella -respondió Rosa, categórica y ofendida- es uno que ya pasaron.

-Porque sus vacaciones duraron demasiado -alegó Héctor.

-¿Cuáles vacaciones? -cuestionó Rosa- ¡Era un retiro para estudiar las estrellas! Además, dijo que tenían medio año de programas para cubrir su ausencia.

-¡Eso es una mentira! -insistió Héctor.

-¿Como la vez que llegaste y dijiste que Carlos se comió los churros cuando te los comiste todos?

-Esa si es una…

-Oigan, ¿quieren callarse? -pidió Ronnie Anne, previendo un peligro inmediato.

-¡Pero tú abuela…! -exclamó Héctor.

-Es que tu abuelo es un pen… -dijo Rosa, haciendo lo propio y alzando su chancla.

-¡¿Ay, ya quieren callarse todos?! -tronó por fin María, tan poco paciente por la falta de sueño y sin darse cuenta de que Ronnie Anne y Carlota estaban presentes- ¡Ernesto murió golpeado por una chusma en el parque! ¡Ronnie Anne y yo lo vimos antes de que le prendieran fuego! ¿No lo entiendes? ¡Ernesto Estrella murió! Ahora solo déjenme dormir, maldita sea…

Quedando todos en silencio, nadie vio que lo dicho por María fue un fuerte detonante. Todo cuanto vio Carlota fue que su abuela dejó caer la sandalia, aquella chancla que por mucho tiempo fue el símbolo de años de traseros adoloridos, y salió tan rápido como le fue posible antes de azotar la puerta de la recámara.

-Bien hecho, m'ija -felicitó irónico Héctor-. Ahora nos vamos a quedar sin cenar.

Los presentes, sin excepción, miraron con un fuerte reproche a María, como si ella tuviera toda la culpa de lo que al astrólogo le ocurriera.

Durante todo el día, cada quien se las arregló como pudo para comer algo con resultados variados. Ciertamente no había muchos festejos por el día, pero lo cierto es que conforme pasaban los días desde hace exactamente un año las fiestas iban decayendo, y para la primera Navidad de la contingencia las tiendas, por lo regular ansiosas por recibir una afluencia masiva de clientes, ya se veían primero oficiales y luego Fuerzas Especiales y Rangers para contener, reducir o de plano ejecutar a quienes quisieran "romper la ley", muy a pesar de las protestas de estos antes de abandonar la protección a negocios grandes y dar preferencia a los pequeños comerciantes. Por ello, el ánimo fue cayendo de forma progresiva hasta este punto, para el que muchos ciudadanos que quisieron armar algo aunque sea para dar gracias a que están vivos simplemente chocó de lleno con puertas cerradas y cañones a la espera de cualquier desmán para escupir su letal carga.

Durante la noche y en días sucesivos, todo cuanto se percibió fue un aire bastante pesado en torno a Rosa. Está, de la nada, empezó a sentir el peso de todos sus años, y por mucho que quisiera demostrar lo contrario nadie podía negar que enterarse de la peor manera fue un golpe muy duro. Y pese a estar prácticamente sentados en una mina de oro, pronto toda la familia tuvo sus problemas.

Al día siguiente de Acción de Gracias, Carlota se encontró en un sitio de noticias que las ventas de Viernes Negro se cancelaban, cosa por la que ni ella objetó porque el día anterior hubo un asalto general a Hola y Compra que se saldó con varios muertos y detenidos. Así, se enteró de que varios de sus amigos, algunos sobrevivientes de esa noche y de otras incursiones y luchas campales, huyeron con variada suerte. Los menos, como Margarita y Mia, hacían lo posible por mantenerse firmes en Great Lakes City, pero en líneas generales no tiene ninguna idea de qué es lo que hagan para hacerlo.

No queriendo preocupar a sus padres, esperó hasta que Carlos terminó de ayudar a Ronnie Anne y a CJ con sus cuadernos de trabajo, un par de horas más tarde que cuando ella misma terminó con el suyo. De haber querido salir con su madre, Carlota podría haber ido a la recámara, pero con la noticia de que varios conocidos le dijeron de una comuna de artistas a orillas del lago Koshkonong en Wisconsin apenas y la mayoría de estos ya estaba allí con sus familiares más cercanos esta había puesto una serie de excusas bastante poco realistas, como que sería costoso trasladarse los seis (una traba que, al parecer, Frida ya se planteaba, eliminando de la ecuación a sus suegros, cuñada y sobrinos), lo que costaría el traslado de sus materiales en cantidad suficiente y, cosa que sonó demasiado atípica de ella, la posibilidad de que haya serpientes allí.

-Oye, papá -dijo Carlota, entrando a la recámara de sus padres-, ¿mamá y tú no pensaban salir hoy?

-Eso era hasta que nos enteramos que el restaurante de nuestra primera cita como novios se incendió en la madrugada -contestó Carlos, algo atribulado, mientras vestía su pijama-. Tu abuelo aprovechó para pedirme que lo cubra en el mercado por esta noche.

-¿Y por qué vas a dormir temprano?

-Tengo que ajustarme -respondió Carlos, entrando en la camisa-. No puedo creer que tenga que estar de noche…

-¿Me… puedes acompañar?

-¿Y por qué no le pides eso a tu madre? -preguntó Carlos.

-Dijo que estaba ocupada -mintió Carlota.

-No sé…

-Salir a caminar te puede ayudar a dormir -dijo persuasiva Carlota.

La idea de una caminata no le parecía descabellada. A decir verdad, Carlos no ha tenido muchas oportunidades de salir fuera de las constantes visitas al Mercado y una que otra a las tiendas de electrónica por audífonos y otros consumibles, mismos que Sergio ha ocupado para intentar llenar el vacío que dejaron Sancho y las palomas luego de que fueron purgadas de la ciudad por orden del Ayuntamiento, no ha tenido gran cosa con la que se pudiera conformar. En particular, había cosas que dejó en su oficina de la facultad que, pensó el catedrático, necesitaban ser recogidas y puestas a salvo de los saqueadores, y se siente con ganas de volver aunque sea una vez a un lugar que siempre amó.

De camino al callejón que hacía tiempo pertenecía a la pandilla de gatos y hace ya las veces de estacionamiento, padre e hija se aseguraron de no tener a nadie cerca en los pasillos que pudiera echar por tierra su cometido. Los únicos con quienes se cruzaron fueron Becca, quien seguía buscando trabajo y lucía decaída por no hallar algo que le asegurase siquiera un rato libre para sus hijas, el señor Nakamura, que volvía de hacer sus compras y CJ. Este último ya se veía cansado tras cubrir a Rosa con el mantenimiento del edificio, y de hecho volvía del departamento de Georgia y Miranda porque el drenaje de su baño tuvo un fuerte taponamiento por una maraña de cabello.

El trayecto, aunque corto, significó para Carlota un verdadero respiro. Meses de estar encerrada y sometida a una rutina que la tenía como en un claustro era algo que no podía aceptar a la primera si no llegaba por algo brusco. Peor todavía, el encierro estaba a nada de destrozar su condición mental, como si estuviese en prisión por una nadería. Observó un tanto maravillada los cambios que su ciudad natal había tenido, aunque hubo cosas que le dieron una sorpresa un tanto desagradable.

Por principio de cuentas, el barrio donde Mía solía vivir. Aunque no fuese una zona donde los musulmanes como su amiga fueran una fuerza dominante, pronto estos se llegaron a enseñorear de calles que quedaban por momentos desiertas, esperando pacientes en algunos casos a los llamados a oración y apuntando sus rezos, tan ininteligibles como siempre le parecieron, hacia La Meca. Empero, la mayoría del tiempo estos no la tenían fácil por la mayoría de los vecinos que llevaban con ellos una tensa relación y que a su padre le tenían sin cuidado. Algunos de estos primeros, sobre todo niños, le llegaban a hacer señas para pedir por comida o dinero, a lo que Carlos se limitó a indicarle que no bajara la ventanilla bajo ningún motivo.

El segundo, aunque un poco menos agradable, era ver que varias de las tiendas dónde solía hacer sus compras estaban tapadas con pesados tablones y relativamente a salvo de cualquier saqueador. Aún una que Leni le había recomendado, una sucursal de Reininger's, estaba también cerrada, dejando claro que en estos días la moda ya no era un asunto de comodidad y estilo sino de necesidad. Así, en un semáforo pasó una chica frente a ellos que vestía un pantalón que, hace un año, Carlota habría considerado un pecado capital al ser tela basta de color arena, de estilo cargo y la piel de aquella mujer tan negra como el chocolate amargo. Esta, sosteniendo a duras penas unas cajas con munición de alto poder, dejaba caer a su paso algunas balas mientras mascullaba insultos a quien se le cruzara en el camino.

-¿Y el ejército? -preguntó Carlota.

-Es difícil de explicar hasta para mí -negó Carlos, quitando el freno de mano y retomando el camino.

-¿No sé supone que están para cuidarnos si la policía no interviene?

-No, no es su trabajo -negó Carlos-. Ellos deberían cuidar las fronteras y los intereses del país en el extranjero, pero la verdad es que son muy pocos (aún con la Guardia Nacional) para vigilar a todo el país. Prefieren otros sitios antes que una de miles de ciudades con las que no se darían abasto con todo lo que tienen enfrente.

Como si fuera una confirmación fehaciente de sus palabras, Carlota miró el cuerpo sin vida de un gran terópodo en la esquina contraria a donde estaban. Sin saber identificarlo, tenía una especie de aleta protuberante con las puntas espaciadas unas pocas pulgadas por encima de la membrana escamosa que tiene por piel. Esta, ya en franca descomposición, tenía restos de una especie de plumón que iba degradando de rojo al frente a negro sobre el lomo y en la cola, y de haber preguntado Carlos le habría dicho que era un acrocantosaurio. Como si fuese una presa a destazar, había partes del torso y abdomen que ya habían sido arrancadas o cortadas de forma tosca, lo que sumado al olor que el cadáver desprendía y apenas podían percibir daba un espectáculo lamentable.

Una vez que llegaron al campus de la universidad César Chávez, ambos fueron directamente a un edificio que, de no ser porque arrancaron las letras de latón, habría sido reconocido como la Escuela de Ciencias Sociales, donde la única vida visible eran algunas aves, unos cuantos dinosaurios herbívoros que Carlos identificó como zefirosaurios (pequeños herbívoros bípedos de apenas 1.8 metros de largo y una piel escamosa de tonos verdes y marrones) othnielias (parecidos a los primeros, per con cuellos más largos y pieles de color entre verde musgo, gris oscuro y marrón) y algunos perros ferales refugiados que daban cuenta de un cadáver que ninguno de los dos supo identificar.

Carlota llegó a pensar en lo que sería si todo este asunto jamás hubiera ocurrido. Habría podido tener su graduación, estudiaría Diseño de Modas y trabajaría en la Escuela de Diseño y se codearía con algunos diseñadores mientras expande su imagen como adolescente influencer. Y si salía bien, incluso en dos o tres años podría abandonar su hogar, lejos del Mercado del que no quería saber nada ni tener relación alguna, llegaría a ser alguien importante…

-Aquí es -señaló Carlos, rompiendo el tren de su pensamiento-. No te separes de mi.

No tardaron mucho en dar con la oficina de Carlos. Más que diplomas y reconocimientos, las paredes estaban decoradas en igual proporción con algunas pinturas de Frida y trabajos de preescolar de Carlota y dos de sus hermanos menores. Entre un dibujo mal hecho de Él Falcón de Fuego con el nombre Carel ("definitivamente es de Carl", pensó la adolescente al recordar que Carl tuvo un breve problema de lenguaje) y un arte de pasta suyo donde se veía a sí misma junto a su madre con CJ en brazos, la mayoría de las decoraciones eran ante todo un reflejo de lo que ella apenas y conocía, al grado de estirar la mano.

-Deja eso -dijo Carlos con cierto pesar.

-¿Por qué? -preguntó Carlota- Creí que mamá los guardó.

-Vinimos por otras cosas -respondió Carlos, un tanto andino-. Solo espero poder volver aquí algún día para recogerlo si no hay más remedio que irnos.

Dudando, Carlota solo retiró la mano y ayudó a su padre en la lenta y por momentos tediosa tarea de recoger algunas de sus cosas.

Algunas de estas no eran sino libros. Entre regalos, primeras ediciones y tesis que llamaron su atención, esa fue la primera etapa del traslado clandestino que Carlos pretendía hacer, más sin embargo se toparon pronto con problemas.

Apenas saliendo, un grupo de hombres y mujeres fuertemente armados se presentó como si los estuvieran esperando. Todos ellos con la librea de la Orden Blanca,

-¡Al suelo! -ordenó uno de ellos, alguien que llevaba una careta a la que le tallaron una tosca calavera- ¡De rodillas, ya!

-¡No somos ladrones! -intervino Carlota, temiendo por la seguridad de ambos.

El primer hombre armado, cargando una escopeta Benelli M1014, apuntó directo a Carlota, que no se quiso quitar entre el cañón del arma por el miedo que esta arma le provocó.

-Esa niña tiene agallas -detuvo un segundo hombre, quien era bastante más robusto que el primero y al parecer más viejo-. ¿Qué hacen aquí?

-Solo recogía algunas cosas -respondió Carlos, algo nervioso, mientras vaciaba el contenido-. S-soy catedrático de la universidad y le pedí a mi hija que me acompañe.

-¿Entonces no sabían? -preguntó el hombretón, bajando la careta y sacándose el casco, revelando a alguien en sus treinta con cara de haber pasado más de la mitad de su vida en el frente de alguna guerra distante.

-¿Saber qué, señor? -preguntó Carlota.

-Las instalaciones están cerradas a todo el personal sin excepción -respondió el líder del grupo, de tez bronceada, cabello castaño y, color todos, riguroso corte militar-. Mejor vuelvan a casa.

-Solo son algunas cosas personales -alegó Carlos.

-Decidiré qué tan personales -dijo cortante el primer militar, revolviendo entre las cosas de Carlos tras bajar su arma.

Los siguientes dos minutos fueron algo tensos, pero no fueron nada comparado a la displicencia con que fueron tratados. Aunque la visible amenaza de muerte estaba pendiente sobre ellos, Carlos hizo lo posible por verse tranquilo. Carlota, por otro lado, ya estaba temblando de miedo por la sola idea de llegar a casa en sendos ataúdes, y lo primero que pensó al respecto fue, en el colmo de lo frívolo, si se vería bien con un vestido blanco amplio como si fuera a casarse.

-Aquí no hay nada serio -dijo el soldado de la escopeta.

-Será mejor que se vayan -recomendó el líder-. Tomen lo que vinieron a rescatar y vuelvan a casa.

-Ya oyeron al comandante -secundó el hombretón-. elrejt! -añadió en húngaro.

Sin mucha dilación, padre e hija tomaron cuanto les fue posible cargar, incluyendo algunos libros de medicina y electrónica. Carlota no lo veía necesario, pero la respuesta de Carlos al mantener esos libros se mantuvo firme.

Una vez de vuelta en casa, les sorprendió que Héctor ya los estuviera esperando en la puerta del Mercado. Este, visiblemente molesto por apenas haber comido algo, estaba barriendo la entrada aprovechando que en ese momento había pocos clientes.

-¿A dónde fueron? -preguntó Héctor con cierto desinterés.

-A recoger unas cosas -respondió Carlos.

-¿Por lo menos traes comida? -preguntó Héctor, algo ávido- No quiero que nadie agarre nada de la mercancía.

-Bien, iremos a ver si está Bruno -dijo resignado Carlos-. M'ija, espera abajo y en cuanto lleguemos me ayudas a subir lo que trajimos.

-Ya escuchaste, Carlota -secundó Héctor-. En lo de mientras ve si Roberto no necesita nada.

Para sus adentros, Carlos tenía la sensación de que los libros que trajeron además de sus cosas podrían ser útiles para cualquier escenario. Carlota los ve con cierto desagrado, quizá remanente de su viejo yo, porque para ella los estudios que no le gustaban eran algo que estaba fuera de sus prioridades.

Meditando un poco sobre la idea de que el negocio de la familia no le llamaba para nada la atención, cayó en cuenta de lo mucho que debió costarles levantar algo de apenas más que nada, un trabajo de décadas que en el último año había pasado ya por varios robos y dos saqueos, y lo último que quería antes del año pasado era tener alguna relación. No le guarda resentimientos al no haber trabajado nunca allí, pero como escuchó a alguien tiempo atrás, a todos en la familia les importa de una forma u otra.

Desoyendo un poco a Héctor, Carlota entró al edificio y todo estaba exactamente igual, con la excepción de que Becca estaba en el primer rellano de la escalera, visiblemente asqueada y con el poco maquillaje que usaba corrido por el llanto.

-No te acerques -resolló esta, tosiendo y escupiendo algo de flema.

-Ya veo por qué, pero ¿quiere hablar? -preguntó Carlota.

-Claro, no veo por qué no -respondió Becca, sacando de su bolsillo una licorera a la que le dio un largo trago antes de ofrecerla.

-Gracias, pero dejé la bebida hace meses -rehusó Carlota, sentándose.

-Como quieras… -dijo Becca, tapando la licorera-. No sé que decirle a las niñas.

-¿Decirles qué?

-Me llamaron del zoológico el miércoles solo para decirme que tengo que tranquilizar a los animales -narró Becca-. Pregunté "¿tranquilizarlos para qué?", y el director me dijo… que varios de ellos serían sacrificados, y le quise decir que no era necesario, que podían llevarlos a un santuario y… y dijeron que no quedan lugares donde los animales de los zoológicos puedan vivir tranquilos sin que la gente los vea como algo más que la cena.

-¿Y por qué los iban a sacrificar? -preguntó Carlota, palideciendo.

-Esos monstruos… -respondió Becca, torciendo la cara como si fuera a destilar odio por los ojos-… hay gente rica que compra carnes exóticas por gusto. No les basta con qué afuera haya dinosaurios, algunos quisieron darse un lujo por Acción de Gracias, como si fuera el fin de la civilización que conocemos -añadió dando un nuevo trago-. Muchos de ellos los sostuve en mis manos desde… que apenas nacieron. Ellos tenían voz y voto por mi, y ni siquiera respetaron sus vidas.

-Todo estará bien – dijo Carlota, intentando consolar.

-¿Y todo por qué? ¡por una estúpida cena de lujo!

Llena de rabia, Becca lanzó su licorera con fuerza a la puerta, rompiendo el cristal en el proceso.

Carlota hizo un sincero esfuerzo por entender la crisis por la que Becca pasaba, pero era inútil. Lo más cercano que tuvo a tener a un recién nacido en brazos era Carlitos, pero a ella no le interesaba demasiado porque le podía significar empezar como niñera en toda regla. Sincerándose, no era lo mismo tener a su hermano de una semana de nacido porque su madre estuvo hospitalizada por ese lapso entre el parto y una pequeña infección que pudo ser contenida. Y sin embargo era difícil no sentir remordimiento y cierta empatía por su vecina.

Los días pasaron, y aunque Rosa se recuperó de la noticia del fallecimiento de Ernesto Estrella y las tensiones en el edificio se relajaron un poco por las fiestas de fin de año, todavía dejaba ver que la edad estaba haciendo mella. En esto, Carlota lo hizo más llevadero, pues viendo Carlos que trabajar con su hija aún en el sistema abierto era algo por completo inútil decidió dejar las cosas escolares por la paz. Y conforme el invierno hizo un arribo tan temprano como siempre, las nevadas eran más bien una simple ventisca helada, en parte por la cercanía del lago Michigan y por la falta de accidentes desde el norte de Canadá, en parte por las elevaciones que significaban los edificios y la rapidez con la que circula el viento.

Fue en el solsticio de invierno que la calma existente se resquebrajó, y la causante de ellos fue una vecina de la manzana. Sucedió que Héctor apenas y había salido a barrer la acera cuando veían a una turba queriendo entrar a un edificio, reclamando a gritos a una bruja.

-¿Por qué siempre que son manifestaciones siempre tienen que venir por aquí sin querer comprar nada? -recriminó Héctor, bajando la cortina por dentro una vez que dejó la escoba.

-El parque nos queda cerca -dijo escueta Carlota, a quien le pidieron que fuera a cubrir a Bobby por haber recibido un golpe en la cabeza de parte de Greta, una vecina del edificio al que quería entrar la turba, por un mal etiquetado, antes de asomar por el aparador- Es el tercer linchamiento en la semana -añadió como si el asunto no fuera una novedad.

En los últimos tiempos, por toda la ciudad ocurría lo que por toda población menor del país o lo que llegaba a ser una noticia de nota roja en Latinoamérica. De tal forma, los linchamientos por cualquier crimen se estaban volviendo una novedad cada vez más recurrente ante los ojos de la población estadounidense, que solo lo veía como actos bárbaros propios del Tercer Mundo y de los que, hasta ahora, llamaban con desprecio "enemigos de la Libertad". Así, fue que muchos de los instigadores y algunos vecinos con mala fama terminaron sus días. Varios tuvieron un final relativamente piadoso al verse luego con las milicias o los grupos como la Orden Blanca, que aplicaban no obstante penas militares administrativas (hasta cincuenta latigazos, excepto en crímenes que si ameritaban sentencia de muerte), pero otros casos, los menos, eran más bien brutales palizas antes de que cualquier servicio entre siquiera a levantar lo que hayan dejado si lo había. Así las cosas, todo estuvo a punto de degenerar en este segundo escenario cuando se oyeron los motores de un par de tanquetas y un vehículo pesado que hicieron acto de presencia.

-¿Es alguien que conocemos? -preguntó Héctor.

-No lo creo -respondió Carlota, apenas alcanzando a ver que ya eran dispersados por un grupo militar.

-Cerraremos el resto del día -resolvió Héctor, algo cansado-. ¿Y ahora por qué se reunieron?

-¿Cómo voy a saber estando encerrada? -preguntó Carlota con ironía a su vez- Aquí no voy a tener una primicia.

-Tienes razón -dijo Héctor-. Iré a preguntar y ya les digo en la cena.

En menos de lo que tardaron en cerrar, Héctor volvió a levantar la cortina para que él y su nieta salieran y volvió a bajarla antes de que cada quien tomase su rumbo.

Dentro, veía de nuevo a Becca -esta vez con un mono tití de los pocos que pudieron rescatar del zoológico-, la señora Kernicky -tratando de jugar tenis padel con Miranda en el rellano del segundo piso- y al señor Nakamura, quien estaba hablando por teléfono y no dejaba de hacerlo en japonés a gran velocidad, como si tuviera una emergencia extrema. A un lado, su hijo Cory estaba impaciente por lo que pudieran decirle.

-No se oye bien -dijo este, algo tenso y sin esperar a que Carlota dijese nada-. Papá dice que ya le tenía preparados dos boletos a Nagoya y los cancelaron de última hora.

-¿Les negaron salir del país?

-Si. Y lo peor es que le dijeron que la restricción de cualquier vuelo tiene desde que empezaron a aparecer esas cosas en el aire… pterodáctilos, algo así. Dijeron algo de un accidente en Narita con cientos de muertos a bordo y en pista.

Sin prestar mucha atención al titular del departamento 4C, Carlota subió y alcanzó su hogar. Allí, Rosa parecía estar ocupada leyendo la fortuna usando algunos métodos que jamás le había visto usar. Entre latas con la foto de cada integrante de la familia al fondo llenas con agua, impresiones de las manos de cada uno e incluso las entrañas de un conejillo de Indias puestas en la mesa ante una foto familiar, no sabe qué es más ridículo o enfermizo, pues lo más que le ha visto ocupar para esos menesteres eran los horóscopos de Ernesto Estrella, la lectura del fondo de tazas de té o café de grano y sus encomiendas con la vela del Perro de caza, aquél cantante de regional mexicano que al sur de la frontera muchos veían como una especie de Elvis en su momento. Viendo la expresión en su cara, está de veía preocupada.

-No, no, esto no puede ser…

-¿Qué no puede ser? -preguntó Carlota.

-Intento ver el futuro y casi todo se ve negro -respondió Rosa, algo alterada.

-¿Y no leíste las cartas? -preguntó irónico Carl quien iba de salida.

-¿Me tomas por un travesti que a cada rato presagia muertes de famosos y terremotos como el del año pasado? -contestó Rosa, molesta, mientras toma un recorte de los que Carlos venía guardando del terremoto que azotó a la Ciudad de México justo después de sus fiestas patrias el año pasado- Las cartas no dicen lo que la cera de vela, las tripas de animales y los fondos del café y el té sí. Ahora siéntate -añadió, sentando a Rosa junto a ella en la mesa del comedor- y bébelo todo.

-¡Está amargo! -reprochó Carlota apenas diera el primer sorbo.

-Tiene que ser así, m'ija. Para que la buena suerte mande en tu futuro.

Sin ánimos de llevarle la contraria a Rosa, Carlota apuró el café. Sin azúcar siquiera (ya ni hablar de sustitutos, cuya demanda hizo colapsar hace tres meses el mercado bursátil), se ardió una vez terminó con la bebida. Y sin esperar a que el fondo se asentara, Rosa le arrebató la taza de las manos.

Como si se tratara de un lector recreándose con alguna novela o un estudio que confirmaba sus sospechas, Rosa estudió con cierto aire autocomplaciente el contenido de la taza.

-Hum, vamos a ver… no veo muchas cosas, pero… -dijo crítica Rosa, girando un poco la taza-… un sol y una cruz. Malos tiempos y vas a ser feliz… no entiendo.

-¿Por qué lo dices? -preguntó Carlota por mero hastío.

-Fue justo lo mismo que encontré en la taza de Ronnie Anne ayer -musitó Rosa-, pero no quiso saberlo.

-¿Y cómo la convenciste?

-No tuve que hacerlo. Le dije que dejaría sus platos al fregadero e hice su lectura -respondió Rosa-. También ví que todos harían un viaje, pero después de eso no había nada claro.

-¿Y qué hay de ti?

-¡Con tantos "¿y qué tal si…?" o parecidos no puedo calmarme! -exclamó Rosa- Además no hago mis propias lecturas. Es de mala educación que un adivino lea su propio destino.

-Perdón, no sabía.

-Y ya que estás aquí, necesito que me ayudes limpiando los frijoles

El resto del día y aún los siguientes, Rosa estuvo bastante metida en sus propios asuntos. Así, para cuando llegó Navidad no hubo precisamente nada que festejar, pues sendos connatos de bronca en el Mercado y en la tienda de Hong forzaron la llegada de las defensas civiles, que solo causaron bastantes más problemas con los que lidiar. Todo ello afectó el ánimo de la familia y llegó al grado de tener un par de altercados.

Primero, Frida hizo lo posible por decorar los departamentos como si nada hubiera ocurrido, y si bien los adornos eran una manufactura soberbia para ser un trabajo artesanal que le quitó muchísima presión acumulada, tanto Rosa como el señor Scully, el casero, se negaron en redondo. Scully, más que nada, cediendo al humor de Rosa respecto de la arrolladora opinión vecinal de que las fiestas de fin de año todavía pudieran mejorar el ánimo. Ello delimitó cualquier pretensión de quienes quisieron alegrar un poco las fechas, mismos que se limitaron a festejar tras sus puertas. Ello, al menos entre los Casagrande, significó que por lo menos del lado de Carlos las fiestas podrían llevarse a cabo.

El segundo ya fue cerca de la Noche Vieja. Aquí Rosa sí tuvo que hincar rodilla ante los mordaces comentarios de María, que por lo menos se liberó ese día pese a la tendencia al alza de los incidentes y accidentes en casa y calle, y de Carlos, quien sintió que por culpa de su madre sus sobrinos la pasaron por alto un día importante, aunque eso fue lo de menos. La causa de ello fueron las constantes e indeseadas lecturas de las que todos fueron objeto en su momento, y quien descubrió ello fue Héctor. Este, con su evidente desdén hacia la adivinación y en general cualquier muestra de esoterismo, estaba guarnecido tras la mesa como si fuera una pequeña barricada, mientras que Rosa le tiraba casi a matar con la chancla para cuando Carlota fue a buscar un delantal y ver si la sexagenaria necesitaba ayuda.

-¡Ya te dije que esas cosas no funcionan! -exclamó testarudo Héctor, que como un niño ya usaba una cacerola como un casco.

-¡Todas mis lecturas han sido precisas! -replicó Rosa, arrojando su calzado y viendo este rebotar en el improvisado casco.

-¡Dijiste que nos iba a ir bien desde el año pasado y nos han robado menos veces que a Hong! -alegó Héctor, recibiendo la segunda chancla de lleno en la cacerola.

-¿Y ahora qué le pasa a la abuela? -preguntó Carlota antes de voltear hacia Bobby.

-Solo algo de unas lecturas que hizo -respondió Ronnie Anne, algo molesta a causa de la discusión.

-¿Y a ti que te dijo? -preguntó Carlota.

-Algo de que voy a sufrir y ser feliz pese a eso, pero no es nada que no vaya a pasar -contestó Ronnie Anne, metiéndose en la sudadera que cada vez le queda más estrecha.

Ignorando la discusión, Carlota empezó a partir en triángulos varias tortillas que iban a parar al aceite. "Iban", porque, en el momento en que echó la primera tanda, una ráfaga de disparos se hizo escuchó desde el paso elevado.

Sin saber qué hacer, todos los presentes en la sala y la cocina se echaron al piso. Incluso se llegó a escuchar un par de vidrios rompiéndose, lo que llegó a provocar que Carlota soltara un chillido, histérica, al no haber pasado jamás por algo similar en su vida.

Una vez que los disparos cesaron y pasó un minuto, la familia se concentró en la sala, dejando el desayuno por primera vez en la historia familiar en el olvido.

-¿Todos están bien? -preguntó alarmado Carlos, todavía en pijama y caminando con torpeza como si se hubiera dado un golpe en la pierna o pisado algo que lo lastimó.

-¡¿Y dónde estabas, m'ijito? -preguntó preocupada Rosa, llevando a su hijo al pecho sin importar que este fuera más alto.

-Estaba en el baño -respondió CJ, indiscreto como siempre-. Salió con el pantalón abajo y se le veía todo el…

-¡No digas eso, CJ! -detuvo Héctor por pudor, imaginando que su hijo salió prácticamente desnudo de la cintura para abajo- Es una falta de respeto que digas cómo salió alguien del baño… me lo dices después -añadió en voz baja.

-Nadie va a decir nada de nadie -dijo contundente Rosa-. ¿Dónde estaban todos?

-Ya te dije que en el baño -respondió Carlos.

-Iba al sótano para verme con Casey y Sameer -dijo Ronnie Anne-. Iba a desayunar con ellos.

-Yo estaba con mi mamá -añadió CJ-. Carlitos se quedó con ella y…

-Es suficiente con que todos estén bien -respondió Rosa, cortando a Héctor-. Ahora mismo de me ponen estos collares que hice en la noche… -añadió, sacando del delantal varios de estos hechos con piedras distintas, entre opalina (iridiscente y traslúcida de aspecto algo lechoso), amatistas (especialmente con cuentas de esta que daban una transparencia purpúrea como si fueran hechas por manos humanas), howlitas y algún jaspe verde que entre tonos tan dispares quedaba muy mal.

-No necesitamos eso -protestó Carlota, acción secundada por prácticamente todos los presentes.

-Tonterías. Mientras más protegidos vayan, mejor nos irá si es que vuelven a salir o si ya pueden hacerlo, mis niños.

Una vez que ya todos volvían a sus actividades (y en cuanto Carlota recibió un fuerte regaño por dejar que se quemaran los totopos para los chilaquiles y el aceite), tres noticias sacudieron la calma en el edificio. Primero, durante el intento de linchamiento contra Greta, una de las balas terminó en la cabeza de un paseante que intentó refugiarse en el Mercado y Bobby lo vio caer contra el aparador. No era ningún conocido de la familia, pero ver a alguien morir rápido fue suficiente para que él vaciara el estómago y estuviera "de incapacidad" para la venta de fin de año.

La segunda afectó directamente a Carlota. Pocas horas después, Mía, la última amiga de su edad que le qedaba, abandonaría el país por miedo a que los disturbios la alcanzaran junto a su familia. Algo comprensible dado que algunos fundamentalistas entre sus vecinos querían purgarlos como amenaza si no se convierten. Todo cuanto le dijo era que esperaban ser aceptados en Montreal o en Toronto, cosa que la dejó abatida el resto del día.

La tercera, sin embargo, fue algo que hizo que la gran cena que esperaban se fuera por la borda, pues apenas les llegó la noticia por parte del primo Nacho de Rosa que Lupe, la madre de esta, falleció de un infarto en cuanto una extraña alianza entre soldados y sicarios de un cártel se enfrentaron a una turba que buscaba saquear su casa. Aunque Carlos consideraba aquello como algo natural debido a lo turbulentos que se volvieron los tiempos recientes, Rosa simplemente se negó a creerlo. Ello, combinado a la caída del primer Estado en América (cosa que se veía venir, Haití tuvo el dudoso honor) terminaron por hacer creer a la familia que había muy pocas cosas a celebrar y, sobre todo pese a no tenerlo tan evidente, que cualquier lazo familiar estaba en peligro de muerte.

~o~

12 de septiembre de 2022

Ok, la próxima parada ahora sí será el campo abonado para grandes males de quien ya se dijo arriba

Originalmente la idea era que Carl tuviera esta entrada, pero en un momento pensé que el salto temporal entre la anterior y la siguiente cita era abrupto. Y El Caballero de las Antorchas estuvo de acuerdo con eso.

Carlota... si, la pobre aquí va a tener lo suyo. Ya pasó por un evento traumático, evento que tendrá que arrastrar. Sin embargo, aunque ya sabemos que va a pasar por toda una montaña rusa, es el cómo lo que va a pesar más que el fin. Y es por su punto de vista que se ve cómo algunos de los vecinos llevan el viaje al infi de la sociedad. Caballero...

Una de las cosas que más me interesaron al momento de planear este universo, fue el hecho de mostrar como se daban ciertas situaciones que reflejarán el derrumbe de la sociedad en los personajes. Yo, no pude hacer una historia de varios capitulos con los Loud mostrando su vida durante La Caida, más que nada porque el decenlace hubiera sido lo visto en la retrospectiva Choque de reyes.

Sin embargo, esta historia hace un buen trabajo mostrando a los Casagrande en ese escenario. Es verdad que ya se sabe que paso con ellos. Pero eso no significa que verlo no sea de interés.

Ok, respondiendo...

Alphared45667, si, fue algo lindo, pero quedó asentado que ya estaban en uno de muchos puntos sin retorno. Para lo que no hay planes es justo una historia genderbent. Entre otros planes personales tengo un par de shots y el complemento de Vínculos, además de una vuelta de la que tengo la espina clavada y encarnada.

Ok, la próxima parada ahora sí será el campo abonado para grandes males de quien ya se dijo arriba... Carl. Hasta entonces...

Sigan sintonizados...

Sam the Stormbringer

y

El Caballero de las Antorchas