Advertencia: Este capítulo contiene angst sin confort, y una ligera tortura psicológica.
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Capitulo 19.
Kanon, Milo... y él...
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Milo había pasado lo que quedaba de la hora calmando sus emociones después del cortocircuito entre Camus y él, por lo que, levantarse del piso fue más difícil de lo que imaginó. Sentía los músculos tan entumecidos, como si Afrodita hubiera hecho uso de su veneno en algún momento de la mañana, sin embargo, sabía que ese dolor solo tenía un significado.
Cuando volvió a la cocina, lo primero que hizo fue notar lo que quedaba del desayuno, la tostada francesa y el café de Camus a la mitad.
Su mano encontró la taza y la lanzó contra la pared, así como el termo, y todos los rastros que quedaban de aquella mañana sobre la mesa, cuando la volcó, con la esperanza de diluir la molestia y el dolor atorado en el pecho; pero eso no ayudó.
Sentía la boca amarga y tan seca como si hubiera bebido una taza de arena, así que fue hasta el refrigerador y buscó una cerveza, notando que en ese momento no tenía alguna.
Frustrado, salió de la cocina y se dirigió hacia la sala del templo, un lugar que en realidad ocupaba poco, y que tenía un pequeño minibar con muchas botellas de todo tipo; desde Ginebra y Brandy, hasta licores frutales. Hyoga le había regalado un vino de arroz, que metió hasta atrás junto con un vino frutado que nunca tocó…
Milo se mordió el labio cuando sintió la fría botella entre sus dedos, y aunque pensó que podría tomarla y llevarla hasta Acuario para decirle a Camus que no necesitaba ese regalo, y que prefería algo más verbal, o sexual, lo dejó donde estaba y cerró el minibar.
Se alejó un par de pasos, y después volvió para sacar la primera botella que tuviera al alcance junto con un vaso. La abrió con los dientes, exhaló frustrado y tomó un trago largo y profundo, mientras caminaba hacia la habitación.
Cuando llegó a esta, dejó la bebida a un lado de la cama y se extendió sobre el colchón.
La verdad es que había sido una noche muy larga, y el día amenazaba con ser tan tortuoso, como avanzar descalzo por un camino lleno de astillas.
No tenía fuerzas para enderezarse, o para respirar sin sentir que le pesaba el corazón… ¿Acaso podría pasar el día recluido en esa cama?
Levantó ligeramente el mentón y se dio cuenta de que la almohada aún tenía el olor de Camus.
Sintió algo lastimar su tráquea y una lágrima abandonar sus ojos al pensar en él.
En realidad no quería llorar por él, ni arrepentirse de la decisión que había tomado, pero le dolía pensar en que ese olor no volvería a inundar la habitación, o cada rincón de aquel templo, donde dejó tantos recuerdos. Hundió en la almohada la nariz y extrañó tanto al dueño de esa esencia, que no quería respirar sin él; sin embargo, en algún punto de su aflicción, se quedó dormido.
Cuando despertó, no sabía qué hora era, pero mientras se levantaba, y se frotaba los ojos, recordó que Kanon le había pedido verse esa tarde.
Al principio pensó que era una idiotez considerar la petición, después se dio cuenta de que no iba a perder nada solo con salir; después de todo, siempre se preguntó lo que sería tener una cita con él, y ahora que Camus y él habían terminado su relación…
Tragó saliva con dificultad mientras pensaba en eso.
La verdad es que sí se quedaba en ese lugar a torturarse a sí mismo, desbancaría a Saga como único loco del Santuario, y perdería la oportunidad de saciar su curiosidad sobre Kanon, además de arruinar la oportunidad de Camus para ser feliz.
¿Qué estaría haciendo el aguador en ese momento? ¿Estaría con Saga a esa hora del día? Tenía la costumbre de hacerle el desayuno, y ahora que Milo había probado los placeres culinarios por esas manos, entendía el valor sentimental de esa acción, que no hacía otra cosa que alimentar la cercanía de ambos.
Finalmente, y tras considerar sus opciones, decidió tomar un baño para tranquilizar sus pensamientos y mermar el sufrimiento del que no podía escapar…
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Siendo totalmente honesto, no tenía intenciones de ir a la cita con Kanon, porque, a decir verdad, preferiría mil veces subir hasta Acuario para pelear con Camus, que alejarse así de él.
Suspiró en medio del silencio, y mientras andaba hacia su destino, estornudó. Ya era la segunda vez en todo ese rato que lo hacía, aunque el clima no era frío aún en esa época del año, se preguntaba si tal vez se había resfriado por salir con el cabello mojado, o si por casualidad alguien evocaba su nombre en algún lado. Casi tuvo el impulso estúpidamente de voltear hacia atrás con la esperanza de que fuese Camus quien lo hubiera mencionado en alguna conversación, pero luego recordó que su ahora exnovio no era precisamente la persona más sociable del mundo, y que sería ilógico y absurdo pensar al aguador envuelto en una charla sobre él… A menos que esa charla fuera con Shura para maldecir sus decisiones, o con Saga para anunciarle que ya era totalmente libre…
La simple idea lo rompió en pedazos.
Apretó los puños con fuerza, y con ellos rechinó los dientes al odiar la idea de verlos juntos. No podía tolerar siquiera pensar en Camus usando todas las artimañas que le enseñó para seducir a Saga.
—¿¡Estoy loco?!— exclamó en medio del silencio—. ¡¿Cómo pude…?!— se detuvo cerca de un pilar y apoyó la cabeza sobre él como si quisiera descargar todas sus ideas en el concreto. Suspiró pesadamente, se alejó un poco y apoyó la espalda donde antes estaba su frente.
Decidió serenarse y aferrarse al plan, porque esa cita con Kanon era solo eso: un buen plan. Y aunque no se esmeró en su arreglo personal, sabía de sobra que cualquier cosa se le veía bien, a pesar de que esto fuera una simple playera negra con un estampado (acorde a un héroe animado de la época), de mangas cortas y ajustada; el pantalón azulado oscuro con broches en las bolsas le apretaba y resaltaba la parte baja de la espalda, además de la cadena que le colgaba a un lado de la pierna izquierda, y que le hacía ver fresco, juvenil y moderno.
Por quinta vez desde que inició su caminata se acomodó el pelo con los dedos, como si evitara concentrarse en algo más que no fueran aquellas azulinas hebras. Intentó ajustarse en la mano una pulsera de plata con los dijes acordes a su signo para disimular que realmente había recobrado la compostura y se despegó del pilar para comenzar a bajar los escalones con calma, hasta que distinguió la figura del onceavo guardián, subiendo desde Libra.
¿Qué hacía Camus viniendo en su dirección?
La sorpresa de encontrar al guardián de Acuario en esas mismas escaleras, lo detuvo, con mil preguntas acerca de su procedencia, que le hacían un nudo en la garganta.
Camus tenía los ojos puestos en el camino que iba recorriendo, por lo que, cuando elevó la vista y se topó con la de Milo, frenó la marcha.
En aquel mes de Septiembre corría una ligera brisa fría, que a pesar de su temperatura, no podía mermar la densidad del silencio que había en ese pequeño intercambio de miradas.
Camus y Milo no rompieron el contacto entre ellos, hasta que el aguador cerró los ojos y volvió a subir con la cabeza en alto. El escorpión se quedó donde estaba, sintiendo como sus propias pupilas amenazaban con volverse agua; sin embargo, se obligó a cerrar los ojos también para aguantar la sensación que tenía en las retinas, y solamente cuando Camus estaba cerca, volvió a poner otro pie en el escalón, para dirigirse hacia el pueblo.
El griego concluyó que venía de géminis, así que lanzó un suspiro entrecortado, y entonces, cuando balanceó los brazos al ritmo de la marcha, sintió los dedos fríos del aguador sobre su piel, cuando le alcanzó la muñeca. Milo miró hacia atrás, con la esperanza de encontrar en esos ojos la razón suficiente para detener toda esa locura; pero él no devolvió el contacto visual.
—¿Camus…?— al escuchar su voz, el aguador retrajo los dedos, soltando al otro, para apretar el puño sobre su propio estómago.
—Volveré por mis cosas… mañana…— Le avisó con esa voz fría y distante característica en él. Milo respingó.
Podría tomarlo del brazo y mandarlo al diablo, o decirle que las lleve ahora y que haga lo que quiera después; pero estaba tan dolido que solo necesitaba irse de ahí.
—Como quieras…— Pronunció secamente. Ambos se quedaron en silencio, hasta que Camus volvió a subir las escaleras. Milo apretó los puños con fuerza y viró hacia él con la clara intención de gritarle algo, no obstante, verlo apurar el paso le dio a entender que no quería saber nada con él.
El escorpión exhaló, y puso un pie en el escalón con la clara intención de seguirlo, pero cuando el otro pie tocó el escalón, finalmente se arrepintió.
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Superar su último encuentro con Camus fue más difícil que la pelea de esa mañana, porque si Milo plasmó su marca en el cuello del otro con abrazadora desesperación, el aguador dejó la sensación de esos dedos fríos sobre su piel, y la incertidumbre de lo que había hecho, esa mañana, mientras él dormía.
Claro, después de la pelea, lo sintió moverse hacia Sagitario y desaparecer escaleras arriba, pero mientras él dormía parecía haberse movido hacia Géminis…
—Pues felicidades… Eso es lo que yo quería…— se decía él con amargura, sin embargo, mientras se alejaba del Santuario y frenaba cada tanto la marcha, no podía dejar de arrepentirse, reprenderse, y maldecir sus decisiones y la felicidad que esos dos deberían estar compartiendo.
Finalmente, se detuvo cerca de un árbol y trató de calmar la tormenta de pensamientos que lo flagelaban.
Por supuesto que sabía que la decisión de terminar todo entre ellos era difícil y dolorosa, pero nunca imaginó que iba a agonizar así en medio de los celos y la incertidumbre.
—Sabía que vendrías…— La voz de Kanon lo hizo sobresaltarse, porque no esperaba encontrarlo, al menos, no tan pronto en medio del camino; de hecho, ahora que lo pensaba, ¿a dónde iba?
Estaba tan inmenso en lo suyo, que ni siquiera sabía dónde diablos era su encuentro con él.
Milo volteó sobre su hombro para observar al gemelo, quien le sorprendió con su aspecto poco típico en él.
La vida de Kanon en el Santuario siempre fue difícil, y a diferencia de Saga o cualquier otro caballero dorado con pequeños lujos y comodidades, poseía cosas simples como una pequeña habitación, o ropa sencilla para vestir como ese traje de entrenamiento que usaba la mayor parte del tiempo; sin embargo, está vez, se había vestido con una gabardina negra que traía abierta, por la que se asomaba una camisa de color rojo sangre, y unos pantalones ajustados de color negro.
Milo jamás lo había visto tan arreglado, u oliendo con ese poderoso aroma a clavo, cedro y jazmín. Era tan atrayente, que por un instante perdió el hilo de sus propios pensamientos, o intenciones con esa cita. Por otra parte, la mirada sorprendida que escrutaba hasta el más mínimo detalle en él, emocionaba a Kanon, quien se había cansado de esperarlo en la playa, y decidió volver a Escorpio para buscarlo.
—Veo que te gusta lo que ves…— Mencionó el hombre ante él con un gesto sensual. Milo sonrió de lado, tratando de recuperarse.
Podría insultar, incluso burlarse, pero sentía pena por la vida que había llevado Kanon en el Santuario, y no quería despreciar de esa manera sus intentos por conquistarlo; además no podía negar que sí, que le gustaba admirarlo, y revivir un poco del viejo amor que había sentido por él.
—Estoy sorprendido, sí—. Respondió—. Veo que tu nuevo amo, te paga bien.
—Julián no es mi nuevo amo. Le soy fiel a Athena igual que tú, pero sí, él pagaba bien.
—¿Pagaba?— se extrañó el escorpión.
—Ya no trabajo para él—. Sonrió y colocó una mano sobre la mejilla ajena—. Puedo contarte todo si quieres.
Milo lo manoteó.
—Entonces, ¿nos quedaremos aquí toda la tarde?— Kanon se rio.
—Siempre tan ansioso, Milo—. No oírle contradecir el sitio donde se besaron por primera vez, y dónde se supone iban a reunirse, le hizo saber que no estaba realmente ahí con él, sino que sus pensamientos estaban muy lejos de ellos dos, pero sobre todo, de su futura reconciliación.
—Perdón, Kanon, pero mi idea de pasar la tarde contemplando un árbol se perdió a mis ocho años.
—Entonces, ¿a dónde quieres ir?— preguntó el gemelo amablemente. El otro se sorprendió.
—¿Puedo elegir? ¡Te has vuelto atento, al parecer!— lo golpeó en el pecho con el dorso de su mano. Kanon sonrió y apoyó la palma en el árbol que Milo tenía tras de sí para acorralar a su pequeña presa.
—Hoy intentaré ser complaciente… quizá entonces quieras recompensarme…— sus ojos se detuvieron en los labios del escorpión, quien sonrió de lado y se cruzó de brazos.
—Pareces confiado, Kanon.
—Y tú hueles bien… siempre he disfrutado tu aroma varonil…— sentir su nariz en el cuello debería bastar para erizar su piel y alborotar todas las células en el torrente sanguíneo para querer fundirse con él y explotar juntos en una bruma de placer; sin embargo, no era una situación a la que deseaba volver. No acudió a la cita cometer los mismos errores, sin importar cuánto pudiera o no extrañar la intimidad con él, Kanon debería entender el verdadero punto de la situación.
—Actúas como si nada hubiera cambiado… — Dijo Milo en voz baja. El gemelo apoyó la frente sobre su hombro mientras respondía.
—Pero nada cambió. Yo te amo, siempre te he amado…— Milo apretó los labios mientras recordaba a ese joven inocente y enamorado parado sobre la arena, tratando de decir esas mismas palabras, mientras él lo trataba con cruel rechazo.
—Conoces mi respuesta…— susurró con dureza. Kanon levantó la cara para admirar los ojos celestes del otro, como buscando una sombra de duda.
—Y tú la mía, lo que significa que no voy a renunciar a nuestra tercera oportunidad…— Reafirmó, sonriendo con autosuficiencia.
Los labios de Milo copiaron ese gesto, aunque en realidad no sabía por qué.
Tal vez porque él había reconocido que sí era la tercera, o quizá porque Kanon realmente parecía interesado en conquistarlo, después de todas las cosas que hizo para perderlo.
La verdadera pregunta es sí, él podría ceder, si estaría dispuesto a soltar realmente a Camus para volver con él…
"Qué disfrutes tu falta de dignidad…"
Recordar al aguador diciendo eso lo llenaba de rabia mezclada con amargura. Era como tragar una cerveza caliente o una rebanada de pomelo amarillo sin un gramo de azúcar.
Al no obtener respuesta a su amenaza, Kanon colocó la mano en su mejilla para evocar un momento de intimidad entre los dos, buscándole los labios, pero Milo, viendo que iba a intentar besarlo, y que arrancaría la esencia acuariana, soltó una carcajada.
—Y decías que yo era el ansioso—. No se movió, aunque podría haberlo hecho, pero ese sonido perturbó a Kanon, quien notó que sería difícil realizar cualquier movimiento, sobre todo porque Milo no era el joven estudiante ávido de conocimiento, poder, experiencia y amor. Mientras habían estado juntos todo ese tiempo, notó que había pulido sus artes amatorias, y aunque nunca le preguntó nombres o la historia sobre esas personas (que sí bien lo ponían celoso), ninguno de ellos había logrado lo que Camus sí: arrancarlo de su lado.
Sonrió de lado, y lo dejó ir (por ahora), al mismo instante que planeaba sus siguientes pasos.
—¿Vamos a la playa?— Propuso con la clara intención de volver al sitio original donde los recuerdos estaban en cada grano de arena. El otro movió la cabeza, mal acordándose de lo único que ellos habían sabido hacer ahí como si fuese un motel. Tal vez él no cambiaba del todo, pero Milo sí.
Kanon pareció entenderlo, porque no insistió.
—¿Tienes hambre?— El escorpión colocó la mano en su estómago, al tiempo que se acordaba de lo poco que degustó esa mañana, y de lo que no había querido probar para el resto de la tarde. Asintió con la cabeza. El gemelo le tomó la muñeca y lo llevó en dirección al pueblo— ¡Conozco un buen lugar para comer hamburguesas!— exclamó animadamente.
"Un poco de ensalada en tu alimentación no va a matarte…"
Milo se frenó al oír ese acento francés como si le hablara en el oído.
"Solo es una maldita hamburguesa…", respondió mentalmente, como si refutara su opinión.
"No voy a comer algo tan poco saludable…", dijo Camus aquella vez, negándose a probarlas.
"¡Pero tiene lechuga, y pepino!, a veces incluso tomate", continuó peleando con el recuerdo del aguador.
—¿Qué, ahora eres intolerante a un buen pedazo de carne?— Kanon torció una sonrisa al voltear hacia atrás para mirarlo. Milo decidió ser sarcástico para responder aquellas palabras en doble sentido.
—¡Ja! Solo me gusta cuando es de calidad—. Dijo, copiando el gesto en los labios ajenos. El mayor arqueó una ceja.
—¿Cuándo te volviste tan malcriado?— El otro se rio.
Sí, había planeado hacerle pasar un muy mal rato, pero en realidad, Kanon había aliviado un poco el dolor que sentía, sin querer.
—Una hamburguesa está bien…— aceptó después de todo
Por lo menos se alegraba de comer algo de su gusto, aunque fuera una vez, sin él…
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Durante el camino hacia el pueblo de Rodorio, Kanon comenzó a contar algunas cosas sobre su vida lejos del Santuario, desde esos lapsos en que se iba por semanas cuando lo entrenaba, la tarde en que ambos terminaron la primera vez en la playa, su llegada al reino de Poseidón, sus relaciones personales con los que fueron generales marinos en su momento, y muy particularmente Sorrento, y el chico que llegó de Siberia.
Milo pensó que debería prestar particular atención en Kraken por su relación con Camus y Hyoga, pero Kanon decidió centrar la información que iba proporcionando en Sorrento. Tal vez para darle celos, o para explicar lo que habían conversado la noche anterior, pero relató cómo después de despedirse de él, puso en marcha su plan con el flautista; plan que iba germinando y cosechando cada vez que desaparecía de la playa. Eso sí, aclarando, nunca haciendo algo más que hablar y coquetear con él.
El escorpión sabía que podría ser algo difícil de escuchar considerando que antes estuvo enamorado del gemelo, pero igualmente se quedó en silencio el tiempo que le tomó contarle cómo se había ganado su confianza y porque era tan importante hacerlo; ya que Sorrento era un amigo de la infancia de Julián, y al crecer, se iba convirtiendo en su hombre de confianza. El único modo de manipular tanto al joven, como al Dios de los mares, era acercándose a través de Siren.
Milo, por supuesto, sintió lástima por el joven músico, aunque no lo demostró, ni dijo algo al respecto mientras Kanon continuaba relatando la forma en que se fue acercando a él, hasta los momentos que compartieron juntos. Debió ser difícil para él entregar a su mejor amigo y al Dios que servía, en bandeja de plata, al hombre que manipuló sus sentimientos y que lo traicionó después; asesinando a sus amigos también.
—No me enorgullece, pero al final obtuve todo lo que quería—. Finalizó con la historia, tomando un trago de la cerveza que ya tenía sobre la mesa.
La historia fue larga, así que mientras hablaba, llegaron a un pequeño restaurante; y aunque Kanon quería una mesa, Milo decidió algo casual junto a la barra, pidiendo una cerveza cada uno, y la dichosa hamburguesa.
—¿Jamás volviste a verlo?— preguntó por fin, tras un momento. Kanon se detuvo para mirar a Milo, buscando en sus ojos decepción, celos, o algún tipo de emoción parecida al joven pupilo que había sido suyo en la playa; sin embargo, el escorpión le devolvía aquel brillo turquesa con la curiosidad y el deseo por saber el final de la historia.
—¿Por qué? ¿Estás celoso?— Se aventuró a preguntar a modo de molestarlo, aunque en realidad esperaba que sí lo estuviera.
—¿Del cómo jugaste con sus sentimientos? Por supuesto que no—. La dureza en las palabras de Milo, lo dejó helado—. Quiero saber si alguna vez intentaste disculparte.
Kanon alzó los hombros e intentó tragarse la sensación dolorosa que sentía en el pecho, mordiendo una papa frita.
—Me gusta lo que él piensa de mí—. Respondió con indiferencia.
"Lo que él piensa de mí…", Milo se preguntó por qué Kanon estaba orgulloso de la imagen que había dejado en Sorrento de Siren, pero, aunque quería preguntar, decidió que en realidad no le importaba del todo, porque él parecía empeñado en engañar a los demás dando una falsa realidad.
—Parece que estuviste ocupado—. Bromeó Milo, decidido a zanjar el tema.
—Fueron muchos años lejos del Santuario—. Contestó con una pequeña sonrisa.
"La peor parte de todo creo que fue Siberia. Ahí vivía en una cabaña alejada de todo…", Milo escuchó en ese momento la voz del aguador relatando su pasado solitario fuera de aquellas tierras griegas, "Era parte de mi entrenamiento sobrevivir por mi propia cuenta, aunque eso nunca opacó el deseo de tener una charla amena, o un poco de compañía…"
—Camus también estuvo solo…— expresó Milo con amargura, al pensar en él. Kanon exhaló con fastidio.
—Me preguntaba cuando sacarías al maldito pingüino a nuestra conversación…
—No hay pingüinos en el polo norte—. Lo corrigió.
—¡Bien! Entonces, ¡es una morsa!— gritó celoso.
—Veo que la edad te ha vuelto gruñón—. Se rio Milo— ¡Vamos! Estuviste hablando de Siren por una hora, y yo no me enojé.
—Es diferente—. Gruñó el mayor.
—¿Por qué lo sería?— Kanon abrió la boca para decirle: "Porque yo no estoy enamorado de él", sin embargo, no quería mencionar que Milo sí tenía esos sentimientos por Camus, porque sería aceptarlo como algo real; así que frunció el ceño y los labios, y esa reacción bastó para que el escorpión soltara una carcajada.
—¡Come tu hamburguesa, tonto!— Gritó el gemelo, y tomándola con sus dedos del plato, se la metió en la boca. Milo se calló de golpe e intentó no ahogarse con el inesperado bocado que el otro acababa de darle, al masticar.
En ese momento consideró que nunca se había dado cuenta de que Kanon sí era celoso y posesivo, aunque no lo decía abiertamente, cada vez que hablaba mal de Camus, o de Aioria y Mu (sus amigos de la infancia), en realidad solamente quería aislarlo de todo para que solamente fuese suyo. Y cuando lo había sido, en realidad, no supo tratarlo como hubiera deseado.
Verlo en este momento celoso y realizando esa rabieta, volvió a hacerle desear que ojalá lo hubiera hecho antes. Ojalá hubiera proclamado a Milo como su propiedad cuando Aioria lo invitaba a beber, o incluso las veces que Afrodita aprovechaba su calidad de amigo para darle un pellizco en el trasero.
No importaba quién estuviera al rededor de Milo, o lo que ocurriera entre ellos, Kanon nunca reaccionaba de modo alguno; ni siquiera cuando lograban estar a solas y podía decir cualquier cosa para hacerlo sentir suyo. No, nunca tuvo un arranque de celos hasta que Camus llegó a escena…
Cuando pensó en el acuariano, sintió un pequeño pellizco en el corazón, porque notó que las cosas que había esperado de Kanon, sin querer, y sin siquiera pedírselas, las obtuvo de 'él'. Nunca tuvo que enseñarle a fingir celos o ser un novio sobre protector; incluso cuando estuvieron a solas y Milo se sentía roto, tampoco necesitó pedirle compasión o confort. Mucho menos sentir que le importaba, no románticamente, sino como una persona… Él siempre mostró un interés genuino, aunque era inexperto, o torpe, siempre pudo contar con hacerle sentir apreciado…
Entonces miró la lechuga, los pepinillos y el tomate…. "Al menos tiene cosas verdes. Ya no podrás quejarte…", pensó de forma conciliadora; no obstante, Camus estaba enojado con él, y ni esta noche o mañana podría hablar con él para contarle de su cita, y de cómo había logrado desquitarse de Kanon, mientras hacía desarreglos en "su dieta", comiendo sanamente también…
Sí podría, o ¿no? Ambos estuvieron de acuerdo en que eran amigos después de todo, y los amigos se cuentan cualquier cosa…
Pero Milo no quería oír los detalles de su encuentro con Saga. No podría tolerar verlo sonreír enamorado, mientras le relataba cómo habían pasado esa barrera gracias a él (porque era gracias a Milo que habían estado juntos por fin). Y sí, tal vez tenían mil cosas que perdonarse, pero eran aún más las cosas que los unían.
"Ellos tienen una complicidad que tú y yo no tuvimos nunca…", había dicho el ex dragón marino.
—Te dije que eran muy buenas—. Kanon le palmeó la espalda con gusto, y cuando el escorpión miró sobre su plato, descubrió que se había terminado las papas fritas y lo que quedaba de la hamburguesa, sin darse cuenta.
Trató de sentirse contagiado por ese buen ánimo en la expresión del otro, pero no podía dejar de pensar que sí se iba ahora, podría decirle a Camus que lo amaba…
Decidió pasar el nudo en su garganta que no lo dejaba respirar con un trago largo de cerveza.
—¿Te gusta, Milo?— Preguntó Kanon, refiriéndose al menú. El escorpión lo miró fijamente.
—Siempre deseé este momento entre tú y yo…— Kanon sonrió—… Planeaba como un chiquillo enamorado todos los detalles en una cita perfecta con el hombre que amaba. Caminar de la mano, comer algo, besarnos frente a la fuente, y tomar el postre después…— El gemelo colocó los dedos sobre su pierna, y el escorpión le retiró los dedos con desprecio—… Sin embargo, no puedo disfrutarlo como tú quieres. Lo siento—. Pero sin importar lo que él dijera, el otro no iba a rendirse.
—Si no te complace la cerveza, pide lo que quieras. Anda. ¿Qué te gustaría tomar?
—Un helado flotante…— Respondió sonriendo, sin siquiera pensar o voltear a verlo.
—¿Un… qué?
—Es…— la sonrisa se le disolvió en cuanto lo miró a los ojos: Si le decía lo que era, Kanon se obsesionaría con la idea de conseguirle uno para tenerlo feliz, entonces él lo rechazaría, porque aceptarlo podría borrar el recuerdo que tenía con el galo.
Comprendió que debía ser sincero para que él no perdiera más el tiempo en una absurda fantasía.
—Es una bebida que Camus me invitó alguna vez…— Confesó, desviando la mirada, porque no quería ver en los ojos del otro como se le rompía el corazón.
Y no se equivocó. Cuando Kanon escuchó esa explicación, sus esperanzas se hicieron polvo, porque sin importar lo que hiciera o lo que dijera, Milo no iba a dejar de pensar en Camus.
Él conocía perfectamente esa sensación de vacío y añoranza por otra persona, primero por el hombre que amó antes que a Milo, y después por el propio escorpión, a quien deseó cada día de su vida, y extrañó con tanto dolor, que solo su anhelo de venganza le ayudó a soportar.
El gemelo exhaló.
—Ya veo…— Le dio un profundo trago a su cerveza como si esperase ahogarse con ella, o pasar la amargura del dolor con la cebada. Al terminarla le hizo una seña al mesero para que le diera otra—… Supongo que no se trata de lo que sea, ¿verdad? Si no de quién te lo dé… porque mientras sea él, tú vas a disfrutarlo…— Milo lo contempló con sorpresa. Bajó la vista mientras sentía que las retinas le ardían, porque sabía lastimado a su ex amante, pero él le advirtió que ya no lo amaba… ¿Por qué sentirse culpable? Después de todo, eso es lo que quería en primer lugar, ¿o no? Quería hacerlo sufrir y sentirse valorado. Y aunque nunca hubiera buscado a Camus para ese juego entre los dos, él no faltó al recuerdo de Kanon, ni a ninguna promesa, porque jamás quedaron comprometidos a nada.
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… Flashback…
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Podía oler la sangre de Kanon en el ambiente, mientras se alejaba del templo de Athena, con rumbo a su propio destino. Por supuesto que el tiempo y las últimas palabras entre los dos, habían marcado heridas aún palpables en el corazón, sin embargo, no era al amante a quien juzgó con sus quince aguijones, si no al compañero con quién creció, y a quien admiró con infantil inocencia, y que ahora volvía a ocupar su lugar dentro del Santuario.
"Los humanos en verdad somos capaces de reconstruir nuestras vidas… Sin embargo, Kanon, es probable que tú y yo encontremos la muerte en esta guerra contra Hades. Tan solo te permití extender tu vida un poco más".
Tras ese pensamiento sonrió con suavidad, sabiendo que todas las memorias entre ellos se convertirían en polvo de estrellas, y que los errores y las alegrías que ambos compartieron, aquella pequeña caverna sería su único testigo.
—Milo…— Al escuchar esa voz, el nombrado detuvo sus pasos, mirando el oscuro Santuario que se perdía en la montaña, escaleras abajo.
No esperaba que Kanon lo siguiera, así que saberlo cerca, pero a la vez tan lejos, le sorprendió. Viró hacia atrás, poniendo una pierna en uno de los escalones superiores para admirar al hombre que venía desde el templo de Athena y que se detuvo arriba.
—Siempre fuiste un mocoso amable…— lo halagó con una pequeña sonrisa. Milo correspondió el gesto, y le dio la espalda, porque no sabía cómo responder esas palabras sin escupir algo inapropiado para ese momento. Iba a caminar de vuelta hacia su templo, cuando él habló otra vez—: Se te ve bien… La armadura de Escorpio, te queda bien.
Nunca pensó que viviría para vérsela puesta, o que tendría la oportunidad de dedicarle esa mirada dulce, y esas palabras sinceras, mientras admiraba al hombre ante él; sin embargo, ahí estaba Milo con el ropaje dorado, ya no como un niño inocente y tímido, o como un muchacho ingenuo y vivaz, sino como un caballero varonil y gallardo, dispuesto a morir por cumplir su destino.
Milo se sorprendió por aquellas palabras, y aunque pensó que debería continuar el camino, ignorando ese cumplido, viró hacia él.
—Nací para usarla…— Formó una sonrisa confiada, casi sensual. Kanon, por supuesto, se sorprendió al ver un gesto al que no estaba acostumbrado a recibir por parte de él.
—No tengo dudas…— dijo al final con un suspiro suave.
Ambos se miraron un par de segundos, y aunque Kanon comprendió que ese era el momento para expresar las disculpas necesarias, y las palabras más candorosas para liberar el dolor que tenía atorado en el pecho, decidió que no quería ser una distracción para Milo, ni causarle una molestia o dolor innecesario antes de morir.
El escorpión finalmente se dio la vuelta, decidiendo retomar su camino, sabiendo que esos pasos lo llevarían más lejos de Kanon de lo que pensaba, hacia las garras de la muerte segura.
—Milo…— El nombrado se dio la vuelta finalmente, y cuando lo hizo, Kanon estaba cerca de él—… No me he despedido como corresponde…— mencionó con una pequeña sonrisa. El caballero ante él se sorprendió ligeramente, pero no se retiró cuando él lo tomó por las mejillas y le dio un beso en los labios, inyectando su sistema por una calidez que creyó no volvería a disfrutar.
"Nunca pude olvidarte…", pensó el escorpión con dolor, sintiendo como aquel contacto hacía enloquecer cada molécula dentro de su cuerpo.
Pensó entonces que ojalá pudieran despedirse con palabras profundas y sinceras, sin embargo, el tiempo apremiaba, y los enemigos estaban cada vez más cerca.
Suspirando sobre sus labios, se alejó, y Milo retomó la marcha, sintiendo impotencia por no poder estar más tiempo con él, para desbordar los sentimientos que aún tenía por Kanon, o preguntarle si alguna vez sintió amor por él.
¿Qué importaba ahora?
Oírlo solo formaría un juego cruel del destino, porque no podrían estar juntos, y morir sería aún más doloroso.
—Adiós, amigo. Adiós, Kanon de Géminis—. Se despidió Milo bajando hacia su templo.
El nombrado sonrió, y lo observó marchar pensando que si tuviera una nueva oportunidad, tal vez haría las cosas diferentes. No lo lastimaría, y lucharía contra su destino por él.
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De niños, Aioros les contaba cosas acerca de las estrellas, historias fantásticas, leyendas, mitos y enseñanzas sobre las constelaciones. Milo, para ese entonces, se preguntaba por qué jamás les habló acerca de la luna, ese bellísimo cuerpo celeste carente de luz propia, que pocas veces se veía tan hermoso y resplandeciente, como aquella noche.
De niño podía sentarse en el escalón del templo a contemplarla mientras le ganaba el sueño. De adulto, simplemente le gustaba quedarse parado ahí, a las afueras de Escorpio, acariciado por el reflejo del sol en ella, mientras pensaba en el sentido que ahora tomaría su nueva vida.
Era extraño pensar en tiempos de paz cuando su sangre espartana clamaba por la lucha y la sangre, y peor aún, cuando le había tomado tanto trabajo volverse un santo dorado. Por supuesto que aún vestía la armadura para reuniones importantes, o para pavonearse con Aioria por el pueblo; sin embargo, el sentimiento de usarla no era el mismo.
Quizá por eso últimamente estaba ligeramente amargado…
Eso, o tal vez por Kanon, el maldito geminiano que se paseaba frente a sus narices como pavo real, presumiendo las plumas. Bueno, algo parecido a lo que hacía Milo con la armadura, pero el ex general marino no tenía una, y aun así, andaba de aquí para allá, haciéndose desear, y adaptándose a las cosas y costumbres del Santuario.
Sí, por un lado, a Milo le parecía increíble que hubiera dejado el papel de sombra para sentirse uno más del Santuario, y que saliera a beber con ellos, con Death Mask más que con cualquiera. Hasta con Aldebarán tenían una especie de bromance, y ni qué decir de Afrodita, con quien pasaban largas horas encerrados en Piscis, haciendo quién sabe qué…
Y 'no es que estuviera celoso', lo que pasa es que cuando salían todos juntos (Afrodita, Death Mask, Aldebarán, Shura, Aioros, Aioria y ellos dos), Kanon parecía ignorar que Milo estaba ahí, mientras él se pasaba bromeando con el resto, y haciéndolo a un lado…
—¡Hola!— Aquella voz le hizo pegar un brinco, porque no esperaba verlo ahí. De hecho, ahora que lo pensaba, hacía horas que subió a quién sabe dónde…
"El templo de Piscis", pensó después.
Milo intentó mantenerse serio, y mostrar serenidad a pesar del enloquecedor latido que no parecía dispuesto a desaparecer, porque estaba molesto con él, pero sobre todo ansioso porque habían pasado años desde la última vez que estuvieron a solas.
Así que no respondió a pesar de que ya lo había perdonado después de castigarlo con sus múltiples ataques, porque odiarlo era más fácil que hundir sus sentimientos y todos los recuerdos que compartían.
Sus labios permanecieron herméticos, y sus pupilas se mantuvieron fijas en la luna con sus misterios y sus historias para intentar distraer la atención de él.
—¿No es muy tarde para que los niños estén despiertos?— Lo molestó un poco el gemelo, sonriendo para acompañar sus palabras.
—¿Aún crees que soy un niño?— preguntó el escorpión celeste con seriedad, elevando su dedo para hacerle recordar lo que había hecho con él, durante la guerra santa. El gesto de Kanon disminuyó, tan solo para convertirlo en una sonrisa franca. Dejó la sombra del templo para alcanzarlo, se colocó a un lado y se quedó quieto para hacerle compañía.
A Milo su acción lo turbó, porque todavía no superaba los sentimientos que tenía por él, y que los celos empujaban por la distancia que él puso entre ellos, desde que volvieron a la vida.
Podría estar ante él en el campo de batalla, manteniéndose firme, pero sin la guerra, sin la sed de justicia, es como si todo volviera al mismo lugar donde comenzó.
—¿Recuerdas cuando Aioros los dejó a mi cargo?— preguntó el gemelo de golpe. Milo se preguntó porque de pronto hablaba de eso.
—Intento olvidarlo—. Respondió con cansancio. Kanon sonrió de lado.
—De los tres, tú siempre huías.
—¡Por supuesto que huía!— exclamó riendo con amargura—. Aioria y yo comíamos dulces todo el día.
—Dijiste que estabas solo—. Le recordó con nostalgia.
—Era un niño tonto…— contestó él, arrugando la nariz.
—¿Sabes por qué te cuidaba?— Preguntó. Milo parpadeó, incluso volteó a verlo con esa expresión desconcertada.
—¿Bromeas? Todo lo que hiciste formaba parte de tus planes…— Kanon lo observó también sin comprender a qué se refería—. Tenías en mente despertar a Poseidón, por lo tanto, planeaste todo el tiempo que yo no consiguiera mi armadura.
El gemelo debería lanzar una carcajada por respuesta, sin embargo, mantuvo el contacto con sus ojos con evidente sorpresa.
—¿A esa conclusión inteligente llegaste?
—Tú mismo lo dijiste.
—Quería que me odiaras…
—¡Felicidades! No necesitas esforzarte porque ya lo hago—. Expresó con el veneno que sentía recorrer sus venas, motivando al escorpión a picarle el cuerpo con Antares hasta que muriera… Quería ahorcarlo, pegarle, y pincharlo. Sí, nada era más placentero que picarlo.
Apretó los puños y dio un paso de costado para marcharse, pero cuando el gemelo supo que emprendería la marcha hacia el interior del templo, se acercó lo suficiente para bloquearle el paso.
—Así que me odias—. Afirmó con incredulidad.
—Ya lo oíste—. Confirmó el octavo guardián, recibiendo una sonrisa burlona como respuesta.
—Dicen que sí odias algo es porque un día lo amaste—. Milo no tenía problemas con la verdad, y no lo tuvo para demostrar lo que necesitaba expresar.
—Creí que eso había quedado claro, pero tú…— Kanon, lo tomó desprevenido y le robó un beso, alejándose rápidamente para no sufrir el puñetazo que él lanzó por multa.
—Si logras golpearme, podría volver a besarte…— señaló con su sonrisa socarrona, haciendo que Milo recordara aquella primera vez en la playa.
—¡Vete al Tártaro!— Le gritó con furia, tratando de alcanzarlo para hacerle pagar su atrevimiento; sin embargo, Kanon se las ingenió para besarlo apasionadamente, y así conseguir de él, lo único que deseaba, esa, la primera noche que lo llevó a la cama.
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… End of Flashback …
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Con el tiempo descubrió que esas horas en Piscis eran petición de la Diosa, porque deseaba que Kanon cuidara el jardín de Athena, aprendiendo lo que pudiera de Afrodita. De esa forma, el gemelo tendría un pasatiempo, y un lugar a donde ir cuando ya no quisiera estar en Géminis.
Sin embargo, aunque los celos de Milo mermaron, y ambos comenzaron a tener encuentros sexuales cada vez más constantes, en ese momento para el escorpión no tenía importancia si el resto lo sabía o no; comenzó a doler cuando salían a beber, y Kanon parecía no prestarle atención al hecho de que él pudiera estar con otra persona.
En aquel momento, mientras Milo admiraba el plato vacío y sentía dolor por ser cruelmente honesto con su amante, se dio cuenta de que no podía hacer a Kanon responsable de todo, porque él mismo fue débil a sus encantos desde el principio, mientras consideraba que ojalá en vez del beso, hubieran existido las palabras de efecto que todo amante espera escuchar. Enunciados con el poder de hacer explotar el corazón de emoción. No obstante, en vez de aquello que podría o no unir sus vidas para siempre, Kanon siempre convirtió sus momentos en un acto de su propio desfogue pasional, y eso hizo sentir a Milo profundamente lastimado una y otra vez. Fue como dejarle sangrar la misma herida constantemente.
"Sé que nuestras circunstancias son totalmente diferentes, pero sé lo que es sentirse frustrado, molesto, y con una oscura sensación en el pecho…"
Escuchar la voz de Camus dentro de su cabeza, provocó que Milo sonriera de lado, porque exactamente así se sentía; y 'él', una persona que nunca experimentó una pasión como esa, lo sabía exactamente.
En ese momento, y con dolor, Milo notó que no importaba la conversación amena, la cerveza o la hamburguesa que el aguador ni en sueños le permitiría comer; Milo no podía ser feliz porque Camus no estaba ahí, a su lado, y si lo perdía, sí perdía la oportunidad de estar con él, no podría volver a disfrutar nada más, porque viviría con esa oscura sensación en el pecho.
—Tengo que irme…— Apuntó mientras se levantaba.
—¿Te vas?
—Sé que piensas que puedes reparar lo que rompiste, pero no quiero que lo hagas.
—Milo…
—Adiós, Kanon—. Sacó un par de monedas de su bolsa y las dejó sobre la barra antes de dar media vuelta y caminar hacia la salida.
El clima de Grecia generalmente era caluroso y soleado, incluso de noche podía sentirse la implacable energía solar, sin embargo, cuando Milo salió del local, estaba lloviendo, y aunque las gotas frías no le molestaba en ese momento, sabía que no podría ir tan rápido de vuelta al santuario gracias a ellas.
Sentir el cambio de clima sobre el rostro cálido lo hizo experimentar una pequeña agonía, porque incluso un cambio de ambiente como ese podía evocar a Camus y provocar en su pecho un dolor de tal magnitud, mientras temía que todo realmente se hubiera terminado entre ellos.
"Voy a terminar esto aquí, aquí y ahora…", expresó ante él con rabia, solo para dejarlo en libertad.
"No, no quiero que se acabe". Decidió con ansiedad, sintiendo como esta clavaba un puñal en su pecho; y cuando dio un par de pasos para volver al Santuario, Kanon lo sujetó del brazo.
—No puedes irte así—. Declaró, apretando los dedos sobre la piel expuesta del otro.
Milo no volteó hacia atrás, al tratar de obtener su libertad.
—Necesito ver a Camus.
—¿Y yo? ¿Dónde quedan mis necesidades?— Milo finalmente volteó hacia él, con un gesto frío y distante.
—Es curioso que lo menciones, porque yo siempre estuve dispuesto a atenderlas sin quejarme ni una vez—. Las palabras del escorpión lo paralizaron, pero no hicieron que lo soltara, al contrario, apretó con más fuerza la extremidad que cautivaba.
—Y yo siempre te quise Milo, ¿Cuántas veces más tendré que repetirlo?
—No puedes afirmar algo que no demostraste—. Trató otra vez de obtener su libertad, pero Kanon seguía sin soltarlo.
—¿¡Qué no demostré!?— el gemelo finalmente perdió la paciencia—. ¿¡Qué es lo que esperabas de mí!?
—Usa tu cerebro—. El mayor intentó pensar por qué lo decía, sin entender realmente qué era lo que Milo necesitaba de él.
—Pasaba contigo cada tarde…— le recordó—… Te visitaba por las noches y…
—Y luego te ibas—. Tajó con frialdad, dándose cuenta de que ya no le dolía pensar en eso, incluso expresarlo en voz alta aliviaba la presión que tenía en el corazón. Kanon se sorprendió, e incluso lo soltó.
—¿Eso es lo que te molestaba tanto, que no tuviéramos una pijamada?— Mientras el gemelo parecía herido por sus alegatos, y "rabietas", Milo se sorprendió al notar que él, le dio la importancia que tal vez no merecía.
—¿Esa es tu disculpa?— dijo socarrón— ¡Pues gracias!— le dio la espalda otra vez y comenzó a dirigirse hacia el Santuario antes que la lluvia cayera con más fuerza sobre su cabeza.
—¡Milo!— Kanon volvió a intentar detenerlo del brazo, pero esta vez no pudo alcanzarlo porque él continuó caminando.
—Si eso es lo que piensas de nuestra relación… o de lo que sea, que eso era para ti, no tenemos nada que hablar—. El desprecio en sus palabras llevó al gemelo a levantar la voz.
—¿¡Por qué nunca me pediste que me quedara!?
—Ya era demasiado humillante ver la rapidez con la que te ibas—, torció una sonrisa—, incluso en Géminis hacías lo mismo.
"Sí, hemos de calificar lo que ofrecemos a los demás, tú no obtienes una puntuación muy alta, de otra manera Kanon pasaría más de una hora en tu cama cada noche que le ofreces compartir tus sábanas…"
—Hasta tu patético hermano lo entiende, pero tú… No tienes disculpa, ni derecho a reclamarme… Creo que el único que malinterpretaba la situación era yo, y escucharte solo me confirma lo imbécil que fui—. Tal vez no había dolor en esas palabras, pero escuchar al escorpión dorado profesar aquello con tal desdén, atrajo un sentimiento de culpa y desesperación, que llevaron al gemelo a caminar con mayor prisa tras él.
—Milo…— se le puso al paso con la clara intención de no dejarle marchar, pero él lo empujó con rabia.
—¡Quiero ir con Camus! ¡Déjame ir de una vez o yo te juro…!
—¡Tenía miedo!— gritó con todas sus fuerzas por encima del tono violento y frustrado del escorpión. Y Milo, por primera vez, notó que rompía la pantalla de confianza que siempre le había mostrado, para exponerse ante él—. Tú no sabes lo que es ser vulnerable…— el espartano se rio.
—Es el precio de estar enamorado—. Kanon negó violentamente con la cabeza, mientras buscaba las manos de aquel, y las apretaba con fuerza.
—No lo entiendes. Después de todo lo que he pasado, conocerte fue el único momento real de felicidad en mi vida, porque todos los otros únicamente me hicieron sentir arrepentimiento después—. El escorpión celeste lanzó una exclamación sarcástica, al mismo tiempo que sonreía apretando con rabia sus dientes, porque esas palabras llegaban demasiado tarde para recibirlas con entrega.
—¿Y si eras tan feliz por qué siempre me alejabas?
—Me causaba angustia pensar que en cuanto descubrieras lo que yo era, te alejaras de mí…— Milo frunció el entrecejo y lo golpeó en el pecho.
—¡Qué poco me conocías!
—¡Tenías a tus amigos, tus responsabilidades y tu vida, una vida donde yo no tenía cabida!
—¡Quizá en el pasado era así!— le escupió el escorpión con rabia— ¡Tú tenías razón al decir que mis sueños de estar contigo eran infantiles y estúpidos!
—¡Milo…!
—Pero tuvimos una segunda oportunidad para vivir y para enmendar nuestros errores. Te lancé mis agujas, no para cumplir la amenaza si volvíamos a vernos, sino por toda la gente que mataste y que hiciste sufrir…
—Lo sé…
—Y al mismo tiempo te perdoné como mi compañero de armas y luego como amante, aceptando estar contigo otra vez porque te amaba…
—No hables en pasado…— Kanon apretó los puños contra sus piernas, sintiendo como aquel lo perforaba con sus palabras.
—Pues no hay otro tiempo en que puedas oír de mí esas palabras. Porque te amaba demasiado para aceptar todo de ti, para celar cada sonrisa hacia los otros, incluso envidiar la atención que recibían de ti…
—Milo, perdóname…— Suplicó tratando de no desmoronarse, pero él sonreía sádicamente al hablar.
—¿Escuchas lo patético que sueno al decirlo?
—¡No es así!— gritó el gemelo agarrándose la cabeza. Milo se aproximó a él, robándole el espacio personal para hablarle con mayor dureza y frialdad.
—Siempre me hiciste mendigar tu amor, pero ahora que ya no lo tienes…
—¡Basta!
—… Eres tú quien tiene que humillarse por él…— Kanon respiró dolorosamente al ver la sádica sonrisa con la que aquel muchacho se dirigía hacia él, rompiendo todo lo que tenía dentro del pecho, cada recuerdo, cada beso pasado y todas y cada una de las ilusiones que ansió con él, y que calló por miedo a sufrir, porque no se dio cuenta de que sí sufriría si Milo se cansaba de las migajas que le ofrecía.
El veneno del escorpión fluyó desde el corazón de Kanon hacia los puños, dejando que uno de ellos se estrelle con violencia en la mejilla de su asesino.
Milo se irguió rápidamente, y aunque podría regresar el golpe, la mirada rota en su primer amor, lo detuvo.
Debería estar lleno de arrepentimiento al verlo destrozado, sin embargo, eso solo alimentó disfrutar de su pequeña venganza.
—He sido muy sincero contigo, y sabes lo que siento.
—¡Él no está enamorado de ti!— exclamó el gemelo con desesperación, agitando los hombros de Milo con fuerza para que despertase de aquella estúpida ilusión.
—¡No me importa!— exclamó el otro, sacándose el contacto de aquellas manos que ya no quería sentir sobre su cuerpo—. Necesito ser leal a mis sentimientos, y aunque Camus no sienta lo mismo, intentaré que él me corresponda—. Kanon se limpió las mejillas con el antebrazo y sonrió con burla.
—¿Y crees que podrá olvidar tan fácilmente todo lo que Saga representa para él? Sus pequeños recuerdos, sacrificios…
—Y la montaña de mentiras que dejó a su paso—. Acotó Milo con frialdad, pensando en Kanon y su relación con Sorrento.
Tal vez Saga nunca usó tan vilmente a Camus para sus propósitos, incluso intentó protegerlo en sus años vulnerables en el exilio, empero, también tuvo dobles intenciones con él.
—Mentiras que podrá perdonar…— Continuó el gemelo, tratando de hacerle ver la verdad. Milo mantuvo esa expresión distante.
—El que yo fuera tan estúpido para perdonar las tuyas, no significa que Camus lo haga. No después de todo lo que Saga hizo…
—¡Ya te dije que él no quería lastimarlo!— Milo soltó una carcajada gélida.
—¡Claro que no!— exclamó sarcásticamente—. Solo intentaba tomar lo que ahora es mío—. Por primera vez, Kanon se quedó en silencio.
—¿De qué estás hablando?— preguntó extrañado. El espartano apretó los puños.
—Tu hermano intentó tomarlo por la fuerza…
—¿Eso te dijo Camus? ¡Qué maldito mentiroso…!— Milo le dio una bofetada.
—Yo lo vi con mis propios ojos…— Kanon sintió la rabia en el golpe, pero fue más clara en esa mirada—… Cuando llegué al templo…— Detuvo el relato, porque no quería contarle, ni revivir la peor imagen que había visto en su vida— ¿Por qué estoy dándote explicaciones?— le dirigió una mirada despectiva, y decidió que se marcharía de una vez, que solo estaba perdiendo el tiempo ahí—. Sé que también consideré que dejarlo ir era lo mejor, que estar con Saga lo haría feliz; incluso pensé que darte otra oportunidad era lo que yo necesitaba… Pero no puedes recuperar algo que tiraste a la basura y que alguien más tomó.
—¡Milo, por favor, es una estupidez!
—Pues entonces seré el hombre más estúpido del mundo, pero seré feliz con él—. Ver la firmeza de Milo en su empeño por él, lo terminó por romper.
—¡No me hagas esto!— lo tomó con fuerza de la ropa— ¡He sido vulnerable contigo!— Milo no se movió.
—Deja de engañarte, Kanon. ¿Sabes cómo me sentía cada vez que te ibas?— Él meneó la cabeza—. Como tu trapo sucio—. La sorpresa no se hizo esperar en el semblante del otro.
—¿Cómo pudiste pensar eso?
—Tal vez porque cada vez que venías al templo solo volcabas en mí tus necesidades…
—¡No!— Gritó el gemelo, al tiempo que abrazaba a Milo, quien no había esperado esa reacción y se quedó impávido, con las manos levantadas a un cuarto, por si debía oponer resistencia ante cualquier otra acción; no obstante, se sorprendió al sentir como el cuerpo del gemelo se sacudía violentamente—. Perdóname…— murmuraba sobre su cuello— perdóname…— repetía una y otra vez con hondo arrepentimiento.
El escorpión tragó saliva con dificultad: hasta ese momento nunca había visto al gemelo tan roto o tan arrepentido por algo, y aunque por dentro, una parte, y tal vez aquella que aún sentía aprecio y amor juvenil por él, quería consolarlo y decirle que sí, que estaba todo bien, su orgullo herido no le permitía ser generoso con su primer amor.
Apoyó las manos en el estómago del otro para despegarlo de su cuerpo, pero este continuaba repitiendo la misma palabra mientras se movía y se aferraba al abrazo.
—Kanon, tengo que irme.
—No quiero dejarte ir…— le oyó decir. Milo volvió a intentar retirarlo.
—Esa ya no es opción.
Kanon debería haber sabido que la famosa crueldad del escorpión asesino lo alcanzaría tarde o temprano, y aunque tenía la esperanza de jamás ser sometido a ella, sabía que la diosa Niké ya no le sonreía para ganar la batalla por su corazón, porque antes fue suyo, y ahora lo había perdido para siempre. Más bien, lo había soltado hacia los brazos del aguador.
El gemelo se calmó un poco, sabiendo que su arrepentimiento, sus lágrimas, y cada palabra profesada para él, no serían suficientes para obtener su premio, así que se obligó a serenarse y a actuar como prometió hacerlo…
Ya dejaría la culpa y el arrepentimiento para después.
—No es así como espero que me recuerdes—. Aflojó el agarre sobre su cuerpo, tomándolo por los hombros—. Tal vez en su momento no fue suficiente, y ahora ya es tarde para volver a decirlo, pero ¿Podrías por favor reconsiderarlo?… Yo te amo, Milo…
Volvió a mirarlo mientras se le acercaba un poco, y el espartano por fin pudo apreciar los restos de lágrimas que volvían más brillantes aquellos ojos verdes, y esas pestañas húmedas que de pronto se rizaron. Contempló sus enormes esmeraldas por un momento, esas que tantas veces le hicieron retroceder hasta quedar completamente recostado en la arena o sobre las mantas de su cama, pensando en ese pasado distante, que ya no volvería.
Y le dolió. Una parte oculta a la que había tratado de enterrar… No, una parte que había enterrado con ayuda de Camus, dolió, porque sabía que esa era la despedida después de tantos años de amor "no correspondido" (al menos, no de la forma que él hubiera deseado).
Se dio cuenta de que Kanon intentaba besarlo, y Milo solamente pudo pensar en esas tantas veces que él trató de enseñarle a Camus como iniciar un beso, como seguir el movimiento durante el contacto y cómo provocar que la otra persona siempre espere obtener más.
Y él quería más…
Le vino a la mente aquella agradable figura con su inexperiencia. Ese primer beso robado entre jaloneos, y todos los que siguieron después… La forma en que sus dedos se entrelazaban al fingir algo que no eran… Cuando competían entre lecciones 'románticas'… Su "impulso" cuando Hyoga los descubrió… Sus discusiones y peleas… sus planes… Sus ojos absorbentes, su postura elegante, sus manías y vicios. Su forma de demostrar cuando estaba nervioso y hasta cuando perdía el control del carácter o de su poder… Su cabello lacio y sedoso, sus movimientos al andar… El cómo lo cuidaba y protegía… La forma en que respiraba al dormir o la postura que adoptaban sus manos cuando caía entre los brazos de Morfeo… Su piel… La manera en que sus mejillas se matizaban a carmín… Sus pestañas, sus cejas particularmente partidas… Su maña al sonreír sin que los demás lo notaran… sus bromas… su risa… sus pequeñas frases en francés que él no comprendía… su obsesión con el orden y la limpieza… Lo que cocinaba… El empeño que ponía en cualquier cosa que realizaba… Todo él, simplemente Camus.
Sonrió suavemente mientras una exhalación abandonaba sus labios, una que detuvo a Kanon al momento de casi alcanzar su deseo, porque se dio cuenta de que aquella muestra de enamoramiento le era ajena; así que se alejó de él, dándole la oportunidad para irse mientras luchaba contra sí mismo por no desmoronarse, porque lo había perdido todo, su amor… la vida misma…
—Lo entiendo…— declaró, al darle la espalda—… No voy a insistir, pero antes de liberarte, necesito decirte una última cosa.
Milo permaneció donde estaba, escuchando por última vez lo que aquel quisiera decirle.
—No pierdas contra él…
—¿Qué?
—Si lo que dices es cierto, y él intentó…— ni siquiera podía decirlo en voz alta por la forma en que se había expresado de la situación, o las cosas que dijo al aguador sobre su hermano, llevándolo a la desesperación…— sí él intentó 'eso' con Camus, no dejes que Saga te gane.
—Es curioso que lo digas cuando me incitaste a renunciar a él…
—¡Sé lo que dije!— exclamó con rabia, haciendo acopio de toda su fuerza y valor para empujar al amor de su vida en la dirección correcta. Al menos haría eso bueno por él. Se lo debía—. No voy a retractarme porque estás aquí gracias a eso, pero sí puedo hacer algo por ti, es decirte esto: No se lo entregues en charola de plata…
—¡Ya lo hice! Tú me dijiste…
—Lo sé—. Viro hacia él para mirarlo a los ojos—. Creo que lo único que he hecho por ti ha sido lavarte el cerebro una y otra vez, por eso sé que todo lo que siempre creíste de Camus, fue culpa mía, aun cuando él solo trataba de ser amable contigo. ¿Recuerdas lo del fuego griego?
—No.
—Dijo que eras como el fuego griego. Estabas tan enojado…
"Vas a volver a actuar como antes… Yo diré algo, no importa lo que sea, y tú vas a ofenderte como siempre lo has hecho"
Milo comprendió que a eso se refería Camus cuando estaban discutiendo, por eso estaba tan furioso.
—Lo había olvidado…— Murmuró.
—El fuego griego resiste el agua, ¿sabías?
—Si, ahora sé lo que es, pero no entiendo por qué me comparó con eso.
—Supongo que Camus quería decir que eras especial e inmune a él por la forma en como lo tratabas. Quizá también porque tu signo es agua y tú eres fuego… No entiendo bien a qué se refería, pero estoy seguro de que él quería ensalzar tus características; después de todo, Saga mencionó alguna vez que Camus disfrutaba leer todo acerca de los espartanos y sus costumbres… Nunca quisiste ser su amigo, y en parte sé que es mi culpa, pero…— Milo movió la cabeza de un lado a otro.
—No es únicamente tu culpa—. Dijo—. Fui demasiado arrogante y estúpido por mí mismo para aceptar buscarlo una sola vez.
—Aun así…
—Kanon, no voy a culparte por todos mis errores.
—Entonces entiende esto: Camus sí está enamorado de ti. Lo que siente por Saga, más que amor, es agradecimiento. Sabe lo que es cuidar a alguien, verlo crecer y sufrir, hasta encariñarse con él y dar todo por él. Tiene a Hyoga que está ahí para recordarle lo que Saga hizo por él, así que Camus debe sentirse culpable por enamorarse de ti…— Milo se mordió el labio, pensando que Kanon todavía ignoraba que su relación comenzó porque decidieron darles su merecido a quienes los habían rechazado…
¿Debería contarle?
No. No lo haría… No había ninguna necesidad porque eso no cambiaría su elección ni sus sentimientos.
—Adiós, Kanon—. Se despidió, dándole la espalda para marcharse, pero cuando dio un par de pasos, el otro lo frenó tocando su brazo con suavidad. Milo apretó los dientes con la intención de gritarle, pero se contuvo cuando sintió los labios ajenos, tocarle la mano con un beso delicado.
—Adiós, Milo…— Expresó en un susurro, antes de dejarlo para siempre.
El escorpión recordó la tarde en la playa cuando fue él quien lo vio marchar en dirección al mar.
Y Kanon supo que Milo había sufrido en ese momento, pero esta vez le tocaba a él…
Así que, cuando perdió al escorpión celeste de vista, se desmoronó completamente bajo la lluvia, sintiendo el frío, la humedad, pero sobre todo el dolor, bañando cada parte de su cuerpo...
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Continuará...
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Notas de autor:
Tengo que decirlo… una disculpa para las fans del KanMilo, quienes sé que sufrirán con este capítulo, pero si necesitan un pequeño incentivo para no odiarme, Kanon volverá a salir con un papel muy importante.
Respecto al capítulo en sí, me ha costado mucho escribirlo porque esta semana tuve un bajón emocional terrible y no podía ponerme a escribir. Espero que no se notara flojo, porque juro que dejé mi corazón en él, aunque es difícil saber que Kanon podría haber hecho todo diferente para no perder al hombre que amaba, e incluso Milo podría no haber sido tan cruel… pero bueno! Esa crueldad tarde o temprano le va costar… ya lo verán después.
Gracias por acompañarme en este capítulo!
El siguiente será… ufff…
Ahora sí, gracias por su lectura
