Capítulo VIII. The Golden Wyvern
El calor no había mermado, por lo que en algún punto de la tarde ambos guerreros habían optado por despojarse de la prenda superior de su vestimenta, quedando con el torso desnudo, además, el gemelo había atado su largo cabello en una especie de coleta alta para lograr que su nuca se ventilara y no sentirse tan abochornado. Kanon quedaba cada vez más impresionado con la habilidad del británico para cortar y darle forma a las macizas y grandes tablas, transformando un simple tronco de madera en algo que sin dudas les sería mucho más útil a ambos. En el Santuario las cosas no eran así, él había sido educado y entrenado para la guerra, jamás le enseñaron a realizar aquel tipo de trabajos; a decir verdad, todo lo que sabía sobre navegación lo había aprendido de manera autodidacta y gracias a los libros, tanto los que había leído de niño en la biblioteca del Patriarca, como algunos que consiguió después. Se sentía entusiasmado, no podía negar que la idea de poder dormir en algo más decente lo impacientaba un poco, así que esa tarde se dedicó a observar, aprender y trabajar bajo la guía de su compañero.
En realidad había notado varias cosas respecto al rubio ese día. Una de ellas era que tenía una increíble paciencia para explicarle cómo hacer los cortes y cómo lijar las tablas, Kanon tendía a ser más práctico y aquello contrastaba de manera general con su forma de hacer las cosas y le costaba un poco seguir el mismo ritmo, pero estaba para aprender y era consciente de ello, por lo que en ningún momento replicó. Notó que Rhadamanthys no solo hacía las cosas bien, sino que las hacía bastante rápido, notó que había momentos en los que el rubio se abstraía por completo en su labor y comenzaba a tararear canciones ensimismado, y aunque algunas de ellas le sonaban familiares, no logró reconocer ninguna. También notó que le afectaba más la elevada temperatura del lugar, sudaba a chorros y su rostro tenía un constante color carmín. Como consideración, Kanon tomó una de sus vendas y se la ofreció al rubio, quien agradeció y cortó la pieza en tres partes, dos de ellas se las enredó en las muñecas para poderse secar el cuello, mientras que la otra se la enredó en la cabeza sobre la frente para evitar que las molestas gotas de sudor se deslizaran hacia sus ojos y para que el cabello no se le pegara al rostro a causa de ese mismo sudor.
Sin embargo, una de las cosas que más había llamado su atención no tenía qué ver precisamente con las actitudes del otro, sino con su físico. La piel de Rhadamanthys era adornada por la figura de un imponente wyvern. El tatuaje se extendía por todo su costado izquierdo y estaba plasmado en técnica de sombreado, mostraba a la mítica bestia alzando el vuelo con las alas extendidas y el hocico abierto, la pieza era tan grande que parte de ella se extendía hacia el abdomen y la espalda del guerrero de mirada dorada. A Kanon le pareció que el color negro de la técnica contrastaba de una forma muy estética con la nívea piel del británico. La verdad ya había notado el tatuaje, lo había visto en uno de sus encuentros en el riachuelo y también el día que se molieron a golpes puedsto que ese día el rubio no traía su camisa de entrenamiento, sin embargo no había tenido oportunidad de verlo de cerca ni de apreciar sus detalles, entre ellos, justo debajo de una de las alas del wyvern se podía apreciar una letra "S" en una hermosa tipografía cursiva. .
-¿Eso te dolió?- inquirió curioso el peliazul.
De inicio, Rhadamanthys no entendía a qué se refería Kanon, hasta que volteó a verlo y notó la mirada aguamarina fija en su tatuaje.
-No mucho en realidad, solo ardía los primeros días.
-Es bonito, quizá algún día me haga alguno.
-Gracias.
El rubio se sintió tentado a preguntarle al otro qué se tatuaría, pero por alguna razón no lo hizo. De pronto, una idea incómoda atravesó ambas mentes de manera simultánea, ¿y si ese "algún día" nunca llegaba?, ¿y si nunca lograban salir de ahí? Nadie dijo nada sobre esos pensamientos.
Cuando menos lo notaron el sol ya se había ocultado dando espacio al crepúsculo. El gemelo se estiró gatunamente y se dirigió de nuevo al otro sin mirarlo directamente a los ojos.
-Bueno, la luz escasea y tenemos dos opciones, o prendemos una fogata para iluminarnos y continuamos, o seguimos mañana, ¿cuál eliges?
-Tengo una idea mejor, llevemos las tablas que tenemos listas al claro donde está la cueva y comencemos a trabajar en tu refugio, a menos que hayas pensado en otro lugar para asentarte.
El gemelo sonrió, sin embargo Rhadamanthys estaba volteando hacia otro lugar y no lo pudo notar, esa opción le gustaba más a Kanon. Ya habían discutido acerca de cómo construirían la pequeña cabaña, tendrían que usar las lianas que ya habían visto con anterioridad, puesto que debían reservar los escasos clavos y tornillos que habían encontrado para el bote. Ambos tomaron una considerable cantidad de tablas y tomaron el camino hacia el claro, durante el camino cayó la oscuridad sobre ellos y el sendero era iluminado únicamente por la poca luz que les proporcionaba la luna menguante de esa noche. Caminaron en silencio, aquellos silencios al lado del rubio a Kanon no le incomodaban, a diferencia de los silencios causados por la soledad en la que había vivido la mayor parte de su vida.
Trabajaron durante cuatro horas seguidas y ya habían logrado establecer cimientos sólidos para la cabaña, el plan era que no fuera ni muy grande ni muy pequeña, lo suficiente como para que Kanon pudiera estar cómodo, después de todo, ambos esperaban que no tuviera que ocuparla por mucho tiempo. Durante ese lapso las conversaciones que habían tenido se limitaban a lo relacionado con su labor. Pasaba la media noche cuando Kanon comenzó a sentir una ligera molestia en la espalda baja y decidió sentarse a descansar un poco, siendo imitado por el rubio.
-¿No tienes hambre Rhadamanthys? Porque yo sí.
-Sí, pero creo que es mejor que continuemos y avancemos lo más que podamos.
El gemelo no respondió nada, Rhadamanthys tenía razón, podrían descansar después. Antes de pararse, su sentido del olfato percibió como el ambiente fue invadido por un peculiar y delicioso aroma frutal. Ambos se miraron extrañados al tiempo que se paraban dispuestos a seguir ese olor.
Unos segundos después se encontraron frente a frente con el mismo árbol de mangos, el cual se erigía de manera imponente ante ellos, frondoso y lleno de frutos que despedían aquel delicioso y atrayente aroma. Ambos voltearon a verse incrédulos.
-Esto es extraño, y sospechoso.- mencionó el rubio en voz baja.
Pese a que el mayor tenía mayor conciencia sobre lo que implicaba estar en un lugar como ese, no podía negar que también se sentía confundido.
-Recuerda que estamos en una dimensión diferente, las leyes que rigen este lugar no son las mismas que rigen la nuestra.- respondió el griego tranquilamente.
-¿Crees que sea peligroso? Podrían estar envenenados.- preguntó Rhadamanthys mientras volteaba a verlo.
-Pues, con la papaya no sucedió nada, así qué…
Kanon no concluyó su frase porque no quería parecer infantil frente a su compañero, la verdad es que se sentía emocionado, lo que no sabía era que Rhadamanthys se sentía igual, ambos se morían por probar de aquellos deliciosos y carnosos frutos. Nuevamente se miraron a los ojos, y sucumbieron. Cada uno tomó un par de mangos y se dirigieron a la fogata para sentarse alrededor de esta y con parsimonia se deshicieron de las cáscaras.
-¡Hasta que la muerte nos separe!
Exclamaron al unísono viéndose a los ojos, tanto los soles como las lagunas aguamarina reflejaban el mismo brillo lleno de emoción, rieron y con tranquilidad disfrutaron de los deliciosos mangos que ellos mismos se habían negado anteriormente tanto por motivos que ya conocían, como por motivos que después descubrirían.
Al terminar continuaron con su labor de construcción. Habían pasado otras cuantas horas más y ambos se sentían particularmente de buen humor, ya no hablaban solamente sobre lo que estaban haciendo, a sus conversaciones agregaron una que otra broma pesada o chiste esporádico. Kanon quiso voltear al cielo para determinar de manera aproximada la hora basándose en la posición de la luna, pero nuevamente estaba nublado y el cielo amenazaba con dejar caer nuevas gotas de lluvia.
-Maldita sea, ¿otra vez?
Pensó. No había hablado de aquello con Rhadamanthys por no alarmarlo, pero esos inusuales cambios de clima no eran propios de la estación en la que se encontraban. Podría tener algo de sentido si consideraba de nuevo que esa dimensión era diferente, y aunque realmente hasta el momento no había pasado de días de lluvia de intensidad regular, todo podía cambiar en cualquier momento poniendo en riesgo el plan. A final de cuentas solo estaba subestimando a su compañero, puesto que el rubio también había considerado que en el peor de los casos, el clima podría ser un factor determinante para que el plan se desarrollara o no con éxito.
-Solo espero que la maldita lluvia no interfiera con nosotros.
Renegó el rubio mientras sentía pequeñas gotas de agua sobre sus hombros y espalda que aún seguían descubiertos. El gemelo no respondió. Terminaron de colocar bien los cimientos e iniciaron con la parte inferior de las paredes, pero se sentían cansados y algo somnolientos.
-Creo que por ahora lo mejor será parar. Por la mañana iniciaremos con el entrenamiento y es importante que ambos descansemos.
Kanon dijo aquello mientras enredaba algunas lianas y las acomodaba con cuidado en una de las esquinas en construcción para que no se perdieran. El británico dejó de hacer lo que estaba haciendo y se giró para encarar al gemelo y asentir, el peliazul lo observaba con detenimiento con la ceja alzada, sin decir nada, tiempo que se prolongó hasta el punto en que el rubio se impacientó por el escudriño y falta de palabras del gemelo, sentía que lo estaba juzgando, el griego por fin habló.
-Tienes mango en la ceja. Justo ahí.
Le dijo señalando su ceja izquierda. Rhadamanthys, abochornado bajó la mirada, se dió media vuelta y comenzó a caminar rumbo al bote para descansar mientras se limpiaba la ceja disimuladamente.
-Te veo mañana.- fue lo único que dijo mientras se alejaba.
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El clima no mejoró durante el transcurso de la madrugada y de hecho esta vez la lluvia no había parado. Luego de su acostumbrado ritual matutino, Kanon se dirigió a la playa para encontrarse con Rhadamanthys, lo encontró haciendo lagartijas con un brazo.
-Buenos días, Rhadamanthys, te traje esto.- le dijo mostrando al rubio un par de mangos y de papayas para desayunar. El británico no respondió de momento ni volteó a verlo.
-97…98…100… Buenos días Kanon.- se incorporó con rapidez y observó lo que el gemelo traía consigo. -Gracias.
Después del desayuno comenzaron con el entrenamiento, el gemelo había ideado un plan cuya primera fase consistía para ambos en iniciar calentantando, después correr con el peso de algunas rocas tanto en brazos como en piernas a lo largo de una distancia equivalente a un maratón, 21 kilómetros de ida y 21 de regreso, para finalizar a la orilla del mar en un combate cuerpo a cuerpo cuyo objetivo sería identificar las deficiencias y debilidades que podrían tener.
Habían logrado hacer todo aquello sin contratiempos pese a que la lluvia podía volver todo un poco más pesado. Pasaba del mediodía cuando finalizaron. Jadeando de cansancio, se dejaron caer sobre la arena para recuperarse paulatinamente.
-Piensas demasiado antes de actuar, eso vuelve lenta tu reacción y le das ventaja a tu enemigo Rhadamanthys. Tienes demasiada fuerza, tus golpes son muy poderosos, pero dejas caer todo tu peso en cada impacto, eso hace que te sea más complicado regresar a tu posición original y te resta agilidad.
El rubio escuchaba atento, realmente le interesaba el análisis del gemelo, pues tenía razón. En la vida que tenía antes de su despertar como espectro, las horas invertidas en su entrenamiento físico las dedicaba principalmente a realizar ejercicios con pesas para aumentar su masa muscular y a entrenar box.
Rhadamanthys acudía a un gimnasio que quedaba muy cerca del campus universitario al que asistía, el lugar era de excelente categoría y contaba con una buena reputación, el poder costear la mensualidad era signo de su buena posición económica. Su imponente físico, su belleza varonil innegable, su increíble fuerza y su gran habilidad para el box le habían convertido en un joven admirado tanto por hombres como por mujeres, quienes constantemente lo acechaban ya sea para pedirle consejos sobre cómo ejercitarse, para retarlo a un duelo arriba del ring o simplemente para insinuarse. El realidad el rubio era una leyenda en ese lugar donde pasaba gran parte de su tiempo libre y donde, de hecho, le apodaban The Golden Wyvern, haciendo alusión tanto a su fiereza como al tatuaje que adornaba su pálida piel y a su dorada cabellera.
Realmente su vida inmediata antes de la Guerra Santa se podía resumir en tres o cuatro cosas, estudiar intensamente, entrenar con fuerza, beber sin control hasta la inconsciencia los fines de semana con algunos compañeros y, en ocasiones, despertar en alguna cama ajena después de un ritual de coqueteo mutuo con alguna criatura que le pareciera atractiva a la vista, aunque antes de todo aquello no tenía pareja formal.
Y aunque nunca hablaba de aquello con nadie, había un motivo detrás de aquella obsesión con su físico, y los recuerdos de ese motivo comenzaron a llegar a su cabeza en ese momento, desconectándolo de la realidad por unos instantes.
-...Y creo que así poco a poco lograrás introducirte en el mar sin problemas, ¿qué opinas?... ¿Rhadamanthys? ¡Por Athena! ¿eso es un cangrejo?
Continuará….
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Un wyvern (guiverno) es una criatura mitológica que, de acuerdo a algunas referencias, pertenece a la misma familia de los dragones (reptiles alados), teniendo como principales características la presencia de una larga cola que finaliza en un aguijón que puede o no tener veneno, un par de alas y dos patas traseras (a diferencia de los dragones convencionales, los cuales tienen dos patas delanteras y dos traseras y son de mayor tamaño).
Para fines ficticios, el hecho de que Rhadamanthys tuviera un tatuaje de un wyvern antes de su despertar como espectro, para mi representa el hecho de que su destino como guerrero y como elegido estaba trazado desde mucho antes de la Guerra Santa.
