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HADOS
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Illumi entró a la gran biblioteca con el pensamiento firme de estudiar más a fondo los efectos de la carta y las características de una persona nacida bajo el signo de Cáncer; averiguar si el desprecio que sentía por su madre era un factor negativo por el que debía preocuparse. Estuvo leyendo por una hora continua, revisando hoja tras hoja, intentando recopilar los puntos más valiosos; había demasiada información complicada para digerir, y en medio de sus nervios escuchó las pisadas apresuradas de Galileo.
—Lamento mi tardanza, apenas se me notificó de su presencia —vio la cantidad de libros y por sus títulos pudo intuir la preocupación del muchacho—. ¿Algún efecto inesperado?
—Eso intento averiguar…
—¿Qué es?
—Killua odia a mamá —contestó sin pensarlo mucho, tenía la mirada fija en la lectura, ni siquiera se tomó la molestia de mirar al recién llegado.
—Ah, pero eso puede tener una explicación sencilla —contestó con calma, tomando asiento junto a él—, puede no tratarse de un efecto de la carta, sino de Killua siendo Killua.
La mirada confundida del morocho le hizo comprender que no era tan obvio.
—Killua sigue siendo él mismo, aun con el efecto provocando un montón de cambios en su cuerpo—explicó, esta vez se ganó la atención del Magister, el cual suspendió la lectura, interesado esta vez en su explicación—. No es como si se le hubiera privado de su personalidad. Él está ahí y seguirá como siempre.
Tenía lógica, su hermano se había enamorado de él basado en ideas personales e impresiones que habían aparecido desde el pasado, y había encontrado una justificación razonable y no mágica. Aunque pensar en esto le hacía creer en algo más.
—Pero eso… eso no implicaría que sus percepciones sobre mí…
—Está enamorado, por tanto sus percepciones cambiaron. Quiero decir, las suyas, como Killua, a esas me refiero; él ya te ve de otro modo y eso ya no va a cambiar.
Eso era nuevo, al inicio él había creído que Killua se vería forzado a amarle por cuestiones de la carta, había comprendido eso bastante bien, pero no se había detenido a pensar en lo que pasaría con su hermano una vez que el efecto comenzara; creía que con sólo sembrar buenos recuerdos de su relación sería más que suficiente para que al final el albino no se sintiera avergonzado de sus experiencias juntos y valorara aunque fuera un poco lo que él tenía para darle.
—¿Estás diciendo que él…?
—¿Está auténticamente enamorado de ti?, sí, así es. Empezó como algo ficticio pero a estas alturas el efecto debió haber evolucionado para que su verdadero yo lo adoptara como propio. La carta hará que incrementen las sensaciones: más amor, más celos, más posesividad, más atención, más y más, y no podrás negarte a sus deseos.
Escuchó la alarmante declaración de Galileo, pero por más extraño que fuera, lo encontró reconfortante. Por primera vez en mucho tiempo se sentía feliz en su relación, más estable.
—Deberías aprovechar para mostrarte tal cual eres, Killua debería enamorarse de tu verdadero yo; a menos que me digas que es demasiado malo para mostrarse a público sensible.
No sabría cómo ocultar su verdadera personalidad, no era como si tuviera opción para disimular sus defectos a voluntad.
—Dices que todavía se volverá más celoso y posesivo.
—Sí, especialmente a estas alturas, no me sorprendería si te pidiera que ya no te comuniques con alguien fuera de sus designios.
—Pero dices que es él.
—Él adoptando la carta.
—Pero él a final de cuentas.
Galileo pensó las cosas en silencio, debía dar una respuesta más clara o sino confundiría al Gran Maestro.
—Imagina que aparece un pensamiento en tu mente, uno que no tiene sentido para ti, pero que te ves forzado a aceptar como si fuera tuyo; lo normal que ocurriría es que abrazarías la idea adaptándola a tu personalidad y creencias, y de ese modo la invasión sería menos conflictiva y más fácil de aceptar. A eso me refiero, es él, adoptando la carta.
El simple hecho de que fuera Killua mismo le emocionaba en sobremanera. Su oportunidad de estar junto a él por un tiempo más largo incrementaba y entonces se animaba a hacer las cosas bien. Al fin comprendió que el odio de Killua hacia su madre era algo totalmente esperado y aceptable. El albino era un chico defensor de las causas justas y Kikyo había herido a la familia desde sus raíces, así que era válido que la viera como un enemigo. Al fin respiró tranquilo.
—¿Está actuando por demás posesivo?
La pregunta le hizo salir de sus meditaciones.
—Creo que es lo normal, me dejaron muy en claro que Killua no podría controlar sus impulsos cuando se tratara de mí.
—Sí, pero no debe herirte, si comienza a herirte con su posesividad y celos entonces las cosas van por mal camino y terminarán por completo.
—¿Herirme?
—Sí, cruzar barreras como: prohibirte tener amistades, salir de casa, inculparte de alguna infidelidad, exceso de desconfianza, todo lo que no te permita ser tú mismo y que te obligue a ser un patrón que él busca… Si eso ocurre da la causa por perdida, porque será señal de que él ya interpretó mal algo que difícilmente verá de otro modo.
Tragó saliva, el asunto de los asesinos detrás de él vino a su mente, las escenas de celos vividas en la isla seguidas de su pequeña insistencia por tenerlo en contacto constante aun si no era necesario. Miró a la distancia.
—Si eso está empezando a suceder, todavía estás a tiempo para contrarrestarlo. Killua se siente así porque te ama y no puede controlarse. Ayúdalo a guiar esas emociones negativas.
«Guiarlo», ése era el problema. Él jamás había aprendido a entender esas complejidades. Cuando era más joven y sufría de celos, solía actuar de forma oculta, justificando sus acciones para así controlar todo lo que rodeaba a su niño. En cambio Killua era abierto con sus emociones, era su karma, le decía exactamente lo que le molestaba sin escatimar si sus palabras y acciones eran hirientes, sólo quería su atención inmediata seguido de un castigo ejemplar que aliviara su ira.
Conversó con Galileo hasta el anochecer. Cuando quedó satisfecho con toda su estrategia planificada para ayudar al albino a sanar sus emociones y comprender sus necesidades, después de todo, Nimrod le había dejado una pauta positiva para a expresar con sinceridad su amor. Estaba de nuevo listo para afrontar lo que fuera, mejor que nunca porque ya comprendía que en realidad no estaba tratando con una personalidad creada por magia, sino con el verdadero Killua que le aguardaba con ansias. Había recibido varios mensajes suyos, y se había tardado en responderle, aunque por consejo de Galileo se apresuró a contestarle, no deseaba infundirle dudas.
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Kalluto le había ayudado a sentirse mejor, le recordó todo el esfuerzo que el morocho hacía día con día por él, y sintió un amor tan grande que no pudo sacar de su mente la idea de hablar con su amado. En cuanto recordó el valor con el que había enfrentado a su abuelo; su paciencia por estar con él demostrándole que no tomaría ventaja de su condición; lo cuidadoso que era en cada aspecto y las palabras tan hermosas que le habían inspirado a confiar en él. Simplemente no podía esperar a verlo.
—¿Kil?
Illumi le llamó. Al salir del edificio, su padre le había ordenado salir a hacer un último trabajo de emergencia antes de volver a casa, eso significaba que pasaría el resto de la semana lejos. Estaba estresado por darle la noticia, Killua podía tomarlo verdaderamente mal y eso le preocupaba en sobremanera.
—Illumi, ¿estás bien?
La voz del niño sonaba tranquila, estaba en su cuarto y era de madrugada, posiblemente estaba ya por dormir.
—Sí, estoy acomodando mi ropa, voy a dormir en un rato más. No me has respondido.
—Estoy bien…
Hasta ahí sonó tranquilo, porque era evidente que algo no estaba del todo bien. La tristeza en su voz encendió todas las señales de alerta. Se sentó sobre la cama y esperó en silencio a que continuara.
—Papá me dijo que estarás fuera más tiempo.
Al menos le había ahorrado el esfuerzo de darle la mala nueva.
—Estaré en este lugar otro día más, y por la noche partiré a trabajar, pero después…
—No digas que volverás porque no resistiré si me dicen que estarás más tiempo fuera. Kalluto me dijo que el rumor de que duermo todas las noches contigo se está expandiendo, tengo miedo que sea por eso que papá no me deja estar contigo.
Suspiró intranquilo el morocho, luego se desató los pantalones para comenzar a cambiarse, necesitaba estar muy cómodo para poder conciliar el sueño, los asuntos de Killua le estresaban de verdad.
—Quizá deberíamos considerar dormir separados de vez en cuando.
—No quiero. De hecho… de hecho vine a dormir a tu cuarto —por supuesto que iría a su pieza sin avisarle, no le había dado las llaves sin motivo alguno— prefiero que crean que vengo porque me gusta este cuarto. Además sí me gusta, tienes muchos libros.
—Te llevaré más, ¿de cuáles te gustan?
—Quiero que vengas ya…
Su voz sonaba ansiosa y suave, había bastante silencio en casa y no quería que estuvieran escuchando su conversación.
—Oh… —sintió una pena terrible, él estaba sufriendo, probablemente le extrañaba más de lo normal—, Kil, pronto estaremos juntos… me duele escucharte así, ¿qué puedo hacer para alegrarte un poco?
Fue el turno de Killua de entristecerse por su amante. Debía reconocer que sus emociones influenciaban en él, y actuar como un niño débil incapaz de mantenerse estable lejos de él sólo provocaban que Illumi se preocupara de más.
—Mmm… descuida —negó, haciendo un esfuerzo por sonar más animado— yo sé que no es tu culpa y que…
—¿Quieres dormir así conmigo?, puedo conversar contigo hasta que puedas descansar.
Illumi no fue consciente de lo feliz que había hecho al albino con esas palabras, tanto que sonrió de un lado a otro. Escuchó a su pequeño amante mientras este se subía a su cama, y se hacía ovillo entre las cobijas, estaba tan relajado que no podría permanecer despierto por mucho. Illumi procedió a contarle sobre unas historias de los dioses sumerios, arrullando con su voz pausada al pequeño albino que de vez en cuando bostezaba. Escuchar al morocho le hacía demasiado bien para su salud, no supo en qué momento se quedó dormido.
Fue la única manera en que Killua pudo mantenerse tranquilo por el resto de los días en que permanecieron separados. Después de que se hiciera cargo de sus pendientes y regresó al fin a la casa. Era de madrugada cuando llegó y Killua ya estaba dormido, lo vio entre las sombras del cuarto, esa pequeña figura tan agradable que tanto le enloquecía. Escuchar su respiración pausada, ver su rostro tranquilo, iluminado por la luz de la luna que entraba por la ventana le dieron deseos de jugarle una travesura. Se posó sobre él con mucho cuidado, prestando especial atención para que no lo fuera a descubrir tan rápido, Killua tenía instintos muy finos y corría un riesgo muy alto de ser atacado con extrema violencia. No le dio importancia, sólo quería robarle un beso. Se aseguro de poder atrapar sus muñecas y en cuanto estuvo listo, lo hizo, lo presionó contra la cama, al mismo tiempo que le robaba un profundo beso; Killua reaccionó, pero apenas abrió los ojos, supo que no era otro más que Illumi y bajó la guardia de continuó presionando y besándolo con devoción, parecía que duraría una eternidad alimentándose de su boca.
—Dijiste que llegarías en la noche…
—Es de noche.
—De madrugada… te tardaste mucho —reclamó en susurro.
—Lo siento.
Se acomodó a su lado para verlo mejor. Killua todavía seguía adormilado y luchaba por despertar por completo.
—Vamos a dormir, fue un viaje muy pesado.
—Pero…
No, no quería dormir, apenas lo volvía a ver, era de noche, estaban a solas y no sabía qué le depararía durante el día. Quería estar con él, al menos una hora de estar entre sus brazos, besarlo más, y sobre todo, mostrar su imperante necesidad de hacer el amor.
—Mañana hablamos con calma.
—Ni siquiera sé si estaremos juntos todo el día. No quiero esperar.
—Kil… —no quería decirle que lucía agotado porque podría tomarlo como una ofensa, no era algo que se decía de asesino a asesino— debo dormir, papá puede ser agotador, seguro querrá hacer una aburrida reunión.
Pero Killua no le hizo caso, se arrimó sobre él, coqueteándole con sus caderas, besando su cuello y deslizando una mano por debajo de su camisa.
—Oh… entonces deberías relajarte un poco.
Era un hombre extremadamente débil cuando se trataba de Killua. No podía decirle que no a nada, menos cuando sentía su mano traviesa juguetear con su cuerpo. Respiró profundo y se dejó tocar cuanto quiso el albino.
—No es justo —protestó— tú me controlas tan fácil, ¿qué quieres que haga ahora?, soy todo tuyo.
La respuesta fue evidente, cuando el menor metió su mano entre su pantalón, estimulándole. Cerró los ojos y permitió que Killua descubriera su cuerpo. Era demasiado hermoso, no podía creer que de verdad ese muchacho estuviera interesado en él de ese modo, fascinado con él, explorando su piel, deseoso de desatar su deseo. El máximo placer era el saber que era motivo de excitación para la persona que más amaba.
Siguiendo el juego y deseos del menor, se dio la vuelta para besarlo con intensidad. Devorando sus labios, impaciente por tocarle y hacerle estremecer. Sólo que, a diferencia del albino, él prefería hacer las cosas con mayor paciencia, examinar su estado y decidir qué le provocaría más. Killua era demasiado pasional en esos momentos, no le importaban los detalles incómodos, para él era el aquí, el ahora y la necesidad de entregarse sin reparo alguno. Era fuego incontrolable que le hacía olvidar cualquier plan, no le daba tiempo de pensar. No entendía cómo pero esto le excitaba en sobremanera, cuando no podía decidir sino dejarse llevar, era el más grande placer experimentado y todo cortesía de ese chiquillo que conocía ya todos sus puntos débiles. En cuanto le dejó libre y agotado como nunca antes, escuchó como de sus labios escapaba una palabra en un suspiro, misma que no pensó que escucharía hasta pasado mucho tiempo.
—Te quiero.
Pero no se lo había dicho directamente, había sido dicho con la intención de mantenerlo en secreto. Había sido un accidente, en medio de un arranque de sinceridad. No quiso avergonzarlo diciéndole que le había escuchado y que agradecía y correspondía sus sentimientos y prefirió mantenerse en silencio, acariciando su espalda, abrazándolo para mantenerse tibios el resto de la noche. Al menos reconocía en él que estaba cada día más listo para dar un paso adelante en su relación, guardaba la esperanza de que un día pudieran expresar su relación abiertamente, sin avergonzarse ni tener que esconderse. Aunque para esto hacía falta más voluntad por parte del albino.
—Papá me dijo que hoy vamos a ir a conocer los verdaderos negocios de la familia —le confesó por la mañana, justo antes de que salieran del cuarto a desayunar— se refiere a los Iluminados, ¿cierto?
No pudo más que preocuparse, se trataba de su adoración rodeado de esos fieros magos que no tenían intención de actuar con decencia ante su más preciado tesoro. Se sentó en la cama, mirando hacia la pared frente a él mientras que el albino continuaba recostado boca abajo.
—¿Tú quieres eso? —volteó a verlo, quería observar su reacción mientras contestaba—, si no quieres ir es totalmente válido.
—Sí quiero, es cierto que me siento nervioso, volver a encontrarme con ellos después de… de lo ocurrido, no sé qué va a pasar, cómo me voy a sentir.
—No te preocupes, lo más seguro es que veas a personas más dedicadas a algo administrativo, menos agresivos de los que has conocido hasta ahora.
—Pero igual —se aclaró la garganta, era algo incómodo confesarse— no quiero ir sin ti.
Y para su mala suerte Silva no se los permitió.
—Es una reunión especial para Killua, todo lo que va a pasar ahí es asunto exclusivo del heredero, y en segundo lugar, el hijo de Rob vendrá hoy a hablar contigo, quiero que estés en casa.
Todo había salido mal y ni siquiera podrían estar juntos durante la reunión con Roboam. Killua ahora no sólo estaba asustado por tratar con los Iluminados, también los celos lo comenzaron a abordar. Compartir el tiempo de Illumi con un chiquillo desconocido cuya intención «también desconocida» no le brindaba la confianza para dejar las cosas como estaban. Sintió que el piso se movía y no tenía de donde sostenerse. Illumi le sonrió con nerviosismo y el menor miró al suelo con su ira mal disimulada.
—¿Ocurre algo? —preguntó Silva ante la obvia reacción de ambos.
Hubo silencio, Illumi estaba cuidando de no decir algo que lo comprometiera, pero Killua estaba tan molesto que no escuchó la pregunta de su padre. Se dio la vuelta y salió hecho una furia, Illumi se disculpó y salió tras él, preocupado porque esto pudiera repercutir seriamente en su relación.
Killua iba apretando la mandíbula, sosteniendo su mano derecha con su izquierda con fuerza intentando contener sus impulsos violentos. Illumi lo alcanzó a mitad de pasillo, poco antes de que pudiera refugiarse en su recamara.
—Kil, Kil… te fuiste y dejaste a papá hablando solo.
—¡Saldrás con ese idiota! —dio un manotazo, mirándolo con amenaza.
—¿Qué? —casi se le va el aliento ante tal acusación— Kil, ¿estás alucinando?, no saldré con nadie, y todavía no lo conocemos, puede que sea una entrevista sin ninguna trascendencia y ya te estás imaginando lo peor de mí…
Ver a Illumi bajar la mirada con su expresión ligeramente culpable fue el acabose para el albino. Sintió que algo se rompía en su interior y fue capaz de comprender el error que había cometido.
—No —se apresuró a tomar su mano y acercarlo a él— no me imagino lo peor de ti, no digas eso.
Nunca se había imaginado que un día le diría algo tan hiriente como para provocar que el morocho se quedara en silencio con la mirada perdida entre pensamientos. Tuvo la urgencia de cambiar el problema, darle un giro positivo y hacerle comprender sus miedos.
—No soporto la idea de que te coqueteen. No me gusta.
—No es como si yo fuera por la vida pidiendo atención.
—Pero eres demasiado correcto —se quejó—. A veces quisiera que sólo los trataras mal.
—¿Eso quieres?, puedo hacerlo si eso te hace sentir mejor.
—No, no quiero que actúes de acuerdo a mis órdenes, quiero que seas libre —no podía sentirse más culpable, era imposible, pero tampoco quería que las cosas continuaran así, entonces se percató que no sabía bien lo que quería, tuvo que permanecer en silencio deseando con todo su corazón que Illumi sí supiera y tuviera piedad de él.
—Haré esto: marcaré más mi distancia entre ellos y yo. No quiero que por culpa de un malentendido tú te sientas mal. Eres lo más importante para mí.
Quiso besarle para cerrar el trato, pero estando a mitad de pasillo no podían hacer mucho. Se miraron a los ojos, y Killua no pudo más, lo arrastró a su habitación y cerró la puerta para besarlo apropiadamente.
Por la tarde se despidieron, no sin antes acordar que Illumi terminaría la reunión con el hijo de Roboam y desobedecería las órdenes de su padre, para ir a hacerle compañía a Killua. Para Illumi era prioritaria la seguridad de su amante, un castigo podría ser fácilmente superado, pero que lastimaran a su niño, jamás lo perdonaría.
Killua llegó a la infame cueva —donde Illumi había recibido la noticia de su posesión— durante la misma tarde junto a su padre, que en todo el camino no había pronunciado palabra alguna. De detrás de la cascada, en hilera, se colocaron seis hombres que los recibieron; los sujetos parecían sacados de un cuento increíble, sus vestimentas y maquillaje, le hacían recordar a cierto mago que más bien parecía un payaso. Cada uno disfrazado como para representar un planeta, y su vocabulario también era extravagante.
—Pasen, bienaventurados. He aquí los que los aguardan.
—Largo de aquí, bufones idiotas —saludó Silva, girando los ojos con fastidio. Le avergonzaba que su hijo tuviera que ver la peor parte de los Iluminados, los que se tomaban los ritos con una estricta devoción que no daba paso a la realidad de la dimensión en que vivían.
—¡Ay Silva, siempre arruinando a mis niños!, eres un aguafiestas, con lo mucho que me ha costado entrenarlos —la voz burlona de un anciano sobresalió de detrás de los hombres. Se trataba de Geppetto quien llegaba para recibir a sus invitados—. Vayan, vayan niños, dejen que papá se haga cargo.
Los seis hicieron reverencias mientras se retiraban uno a uno, coordinados como si de una danza se tratase.
—Deja de vivir en tus fantasías Geppetto, o al menos no las traigas aquí, es vergonzoso.
—¡¿Es ése tu hijo?! —señaló con sorpresa, posando su mirada en el albino que apenas comprendió que se refería a él.
—Quita tus ojos de él o no volverás a verlo jamás.
Pero Silva era un hombre inteligente, sabía perfectamente los gustos que el anciano se cargaba. Killua todavía estaba en una edad de su agrado. Geppetto no atendió a la advertencia, recorrió de punta a punta a Killua, relamiéndose los labios con supremo agrado.
—No me digas que es tu heredero, es un desperdicio. ¡Podría ser un sacerdote! yo personalmente me encargaría de todo su entrenamiento y situarlo rápidamente en una posición que los beneficie.
—No —contestó con agresividad.
El albino se giró a ver a su padre, en realidad la propuesta no sonaba mal, incluso creyó que desde una posición importante podría apoyar a Illumi en su trabajo. Guardó el dato en su mente, por si en un futuro se proponía continuar con ese punto, siempre y cuando le fuera conveniente.
—¿No tienes otro…?
—No. Y cierra la puta boca de una vez, o a la siguiente tontería que digas te responderé de modo en que no la vuelvas a hablar jamás.
Giró los ojos con desprecio, Silva le había robado la inspiración y se dio la vuelta para continuar con su camino.
—Ya, ya… entren. Hablemos de cosas serias.
En cuanto dieron el salto al interior de la cueva, Killua quedó impresionado de la terrible oscuridad que les aguardaba al otro lado. Un pasillo tenebroso del que quiso huir, se tuvo que controlar y seguir a los adultos, tomando la mano de su padre, el cual lo apretó para advertirle que no se separara de él ni de broma. Cerró los ojos, de todos modos daba igual, no veía nada; imaginó las ocasiones en que Illumi cruzó esa ruta, las veces que estuvo ahí, se preguntó si sintió miedo, con quién fue, qué hizo ahí. Abrió los ojos apenas sintió un cambio de iluminación.
Una mesa alargada con lámparas, velas y adornos tétricos que no le ayudaron a perder el miedo. Pero su camino no acabó ahí, todavía anduvo hasta el final de la sala, donde se encontró con otro pasillo oscuro, aunque más corto, que lo llevó a un sitio similar a una corte. Había público presente, un estrado y unas personas sentadas en lugares más altos. Todo de madera, con la misma decoración que el otro cuarto, y al centro había una columna que contenía al centro una calavera con la boca abierta que parecía mirarle fijamente si es que tuviera ojos.
—Bienvenidos —saludó otro hombre, de cabellos blancos.
Geppetto se separó de ellos para tomar uno de los lugares altos.
—Buenas noches, Galileo —saludó Silva— ¿Y el Barón?
Killua sintió escalofríos, sin embargo, disimuló a la perfección su sorpresa. Prestando atención a cualquier cosa que tuviera al frente.
—Por motivos de seguridad no puede estar presente, su representante está aquí.
—Ah… como sea.
—Pasa, Killua Zoldyck, toma asiento —le señaló Galileo.
El hombre no podía dejar de verlo, no por los mismos motivos que Geppetto, sino que le intrigaba lo que Illumi había visto en él. El albino se veía delicado, pequeño y de buen corazón, no podía estimar en su mirada si era inteligente o no, mucho menos si poseía algún talento. Sólo sabía que dentro de poco sería un novicio más.
—¿Sabes por qué estás aquí? —le preguntó, la gente a su alrededor se quedó en silencio.
Silva tomó un lugar entre el público. No necesitaba decirle nada, confiaba en que Killua sabría cómo responder sin su ayuda o instrucción.
El menor negó con la cabeza, y permaneció en silencio, sintiéndose incómodo ante tantas miradas curiosas.
—Eres el nuevo asesino de élite que trabajará para nosotros. Elaborarás estrategias para los resultados que te pidamos, obviamente, con referencia a tu posición; te encargarás de labores de limpieza y control, ¿estamos claros?
—S-sí —buscó a su padre, pero no le halló entre tan poca iluminación y rostros irreconocibles, cubiertos con túnicas y adornos estrafalarios. Le preocupaba comprometerse con algo que no fuera a hacer.
—Ahora revisaremos el trabajo que tus padres han hecho contigo para saber si ya eres apto para tú iniciación.
Silva se sintió orgulloso por su trabajo, no tenía duda de que aprobaría. Killua era maravilloso y excedía sus expectativas. Era el momento que tanto había esperado, el motivo por el que le había dejado ir a conocer el mundo, vivir sus propias experiencias, recibir un trato especial. Killua estaba listo para ser parte de los Iluminados.
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Illumi cruzó la puerta hacia la habitación que le habían arreglado los mayordomos, ahí se encontraban Roboam y su heredero, Icabod. El muchacho era de piel pálida, parecía tener una condición física deficiente para su trabajo como asesino, pero sólo era una fachada creada para confundir; grandes ojeras moradas surcaban sus ojos, cabello negro largo que solía recoger en una coleta alta, ojos verdes y de impecables modales. Icabod estaba sentado, mientras que Roboam daba vueltas de un lado a otro por el cuarto, en cuanto se encontró con Illumi se detuvo y se recargó junto a una ventana, esperando a que empezara.
—¿Están listos?
—Icabod —habló el padre del muchacho—, él es Illumi Zoldyck, no es el heredero, pero es un miembro de alto grado en los Iluminados.
El muchacho lo miró de pies a cabeza, y asintió.
—Mucho gusto, Gran Maestro.
Estaba bien entrenado, reconocía títulos para usar en caso de ser necesario. Se notaba en sus manos varias cicatrices que delataban entrenamiento a base de tortura para forzarlo a aprender.
—Icabod ha sido enseñado en política, administración, economía y habla latín —avisó Roboam— el latín es una lengua a la que tenemos que enfrentarnos cuando estamos en las reuniones, tenemos que fingir que no sabemos el idioma o si no…
—Entiendo —le detuvo, no quería demorar demasiado en la charla—. Hablaré con el muchacho y te daré mis observaciones.
Ni siquiera deseaba tomar asiento, pero lo hizo para que Roboam se relajara, él lucía más nervioso que su propio hijo.
—No entiendo —expresó Icabod—. Es un poco confuso…, en la hermandad de Asesinos eres de categoría inferior a la mía; en cambio, en los Iluminados eres un grado superior; yo no soy un Iluminado, ¿cómo se supone que debo dirigirme a ti?
—Buena pregunta, aunque pertenezco a ambas hermandades, soy más un Iluminado que un Asesino, tengo más deberes dentro de los Iluminados y por tanto debería ser tratado más como uno de ellos.
—Icabod —le habló su padre—, trátalo con respeto, es la persona más indicada para tratar estos temas.
El muchacho guardó la compostura otra vez. Parecía un muchacho bastante emocional, su mano derecha mostraba un ligero —apenas perceptible— temblor que hacía evidente su ansiedad por conocer y comprender al personaje que estaba frente a él, como si un sentimiento poderoso le fuese a dominar en cualquier momento, pero se resistía.
—¿Alguna otra duda que tengas antes de empezar?
El muchacho miró a su padre, esperando su consentimiento, y luego continuó.
—¿Es cierto que los Zoldyck son todos Iluminados? —aunque estaba nervioso no podía evitar ser demasiado directo con sus preguntas, su curiosidad era más grande que su temor por no llenar las expectativas de su examinador.
—Los herederos pertenecen a una categoría especial con respecto a su cargo, y yo estoy en otros asuntos. Así que no, no todos los Zoldyck lo son, pero lo podrían ser, tenemos esa facilidad.
—¿El nuevo heredero lo es?
—Killua fue a iniciarse, precisamente hoy —contestó Roboam— es la información que tenemos.
Illumi sintió un dolor en el pecho. Se quedó paralizado por un par de segundos hasta que recuperó la compostura. Killua estaba en manos de un montón de hombres horribles y de sólo pensarlo deseaba abandonar a Roboam y correr tras él.
—Comencemos de una vez, tengo trabajo que atender —su urgencia era cada vez peor, y se lamentó haberse sentado, necesitaría presionarlos de otros modos para invitarlos a irse antes de tiempo.
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Jamás se imaginó la magnitud de preguntas que recibiría, y tampoco creyó que él tendría la capacidad de responder con tal precisión, era como si hubiese nacido precisamente para este momento de su vida, y probablemente así lo era. Ya no tenía duda de que cada cosa que había experimentado a lo largo de su infancia había sido con un propósito oscuro que ahora cobraba sentido, más allá del entrenamiento asesino, el desarrollo de su mente había sido demasiado diferente para una persona común.
Killua, frente a esos hombres y mujeres de apariencias extravagantes, demostró ser deslumbrante. Preguntas sobre su trayecto como asesino, las cuales no parecían hechas con la intención de saber sobre sus habilidades, sino de su estabilidad mental; preguntas para demostrar su capacidad de liderazgo, de comprensión de ideas; examinando su inteligencia, entre otras cosas. Lo que más les impresionó, no sólo fue su forma de mantener la situación y su compostura bajo control, también era ilustre. El más inteligente Asesino que hubiesen conocido, se notaban vestigios de Nimrod en su manera de expresarse, citando algunos filósofos de la colección de su hermano mayor. Illumi no se cansaba de enseñarle así tuviese que invertir más tiempo en él que en sus asuntos personales, hacía todo lo posible por hacerle salir del vacío mundo de los Asesinos, de la oscuridad sin camino.
De inmediato se corrió la voz, Killua estaba recibiendo educación fuera de los estándares de los Asesinos, un tabú roto frente a sus ojos y no podían pelear. Silva estaba impresionado, sabía que el trabajo de Killua hablaría por él, por su participación en las hormigas-quimera, confiaba en que Killua hubiese aprendido ahí a ver a la humanidad como en realidad era; la importancia de mantener un balance aun si tuviesen que pisotearse algunos intereses o mantener en condiciones precarias a otros tantos. Era por un bien común. Para su sorpresa Killua había hecho alegatos llenos de creatividad, se había respaldado en textos que él no conocía y, junto a una serie de acciones que le convencieron que su hijo había cruzado la línea de lo extraordinario. Contra toda reacción que pudiese tener, se asustó. Estaba orgulloso del conocimiento tan admirable de su hijo, pero tuvo un temor oculto, una preocupación natural derivada de su actividad como Asesino y miembro de los Iluminados. La familia Zoldyck era miembro de un rango inferior dentro de los Iluminados, o eso se suponía hasta que Illumi rompió la regla, ese punto ya lo había aceptado; que de sus hijos, el mayor representaría una zona a la que no podría alcanzar; pero Killua, se suponía que él era de su misma categoría, que no podría aspirar a una posición superior, por ende, era natural que se preguntara si esto lo verían con malos ojos, si lo tomarían como una muestra de rebeldía. Por muchas razones sus hijos no recibían educación como el resto, no estaban preparados para pensar, a excepción del oficio familiar.
No obstante, los presentes sabían que debían mantener la verdad oculta, no permitir que Silva se enterara de lo que ocurría con sus hijos. Veían con agrado que el novicio —pareja de un juez nombrado por el único— estuviera recibiendo la educación adecuada. Incluso se decían entre las filas sobre la posibilidad de colocarle maestros que lo guiaran y enorgulleciera a la organización. Porque un Gran Maestro, Juez y Rey no podía estar con cualquier persona.
—Gran trabajo Silva —le dijo un hombre desde el estrado, quien había finalizado la sesión de preguntas—. Excelente trabajo, Killua, has hecho una magnífica presentación.
Killua los miró con desconfianza, buscando a su padre otra vez, y encontrándole en esta ocasión. Esperó ver en él alguna instrucción, algo que aclarara el panorama, pero no fue hasta que el hombre en el estrado volvió a hablar que entendió la situación.
—Procedamos con la iniciación.
La gente comenzó a ponerse de pie, hablando emocionados entre ellos. Su padre se acercó a él, colocando una mano en su hombro como para reconfortarlo, pero él ya estaba comenzando a ponerse nervioso.
—¿Papá?, ¿qué va a ocurrir?
—Vendrán a darte indicaciones, no te preocupes. Yo debo salir, esta parte la tienes que hacer por tu cuenta.
Lo miró a los ojos, indicándole que hablaba muy en serio, y se dio la vuelta. Killua se quedó a medio camino, con la tentación de perseguir a su padre, pero entonces fue abordado por un grupo de jóvenes con largas túnicas, los mismos que le habían recibido al llegar a la cueva. Tomó su celular y con manos temblorosas, a toda prisa escribió.
«Ven por mí».
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El único problema que veía en Icabod, era su excesiva autoconfianza. El chico era bien entendido en su trabajo, conocía los nombres de los rangos de los Iluminados, lo cual no era común; sabía de política, filosofía y arte, lo suficiente como para mantener el hilo en una conversación, además su latín era bastante bueno, considerando que no lo usaba a diario y no tenía mucha práctica. Tras esa fachada delicada, se escondía un niño creído, consciente de haber superado las barreras de los Asesinos, incluso daba la apariencia de sentirse superior a Illumi, como si no pudiera comprender que el morocho no era precisamente un asesino de la hermandad, sino un juez de una agrupación más importante.
—Está bien, Roboam, creo que esto es todo.
Si se había demorado era precisamente por causa del muchacho, que daba grandes rodeos para responder a sus preguntas. Aunque había hecho lo posible por centrarse en su papel, su mente estaba constantemente yendo a donde estaba Killua y su situación, al menos estaba seguro de que el muchacho sólo requería aprender a disimular su confianza para tener la situación bajo control.
—¿Seguro?, si te hace falta otra visita por favor, házmelo saber.
—Seguro, más tarde te contactaré para darte mis observaciones.
—¡Esperen! —interrumpió Icabod, el muchacho se levantó de su asiento y se interpuso en el camino de su padre—, papá… ¿Illumi es… es miembro de los Asesinos, cierto?
—Sí, no es un miembro directo, pero sí lo es.
—Pero es hijo de Silva, ¿no es así?
—Sí —Roboam no entendía por qué su hijo de pronto mostraba una reacción tan violenta. Siendo que él lo había educado a ser una persona neutral, no tomar excesos de confianza era parte de sus enseñanzas. Debía estar bastante desesperado como para salir de los límites de su vida diaria.
Icabod se dio la vuelta, para observar a Illumi, esta vez mostraba una seriedad absoluta. Esto era algo que había estado planeando por mucho tiempo.
—Saben que el camino que nos están conduciendo los Iluminados es hacia nuestra destrucción —afirmó, ninguno de los oyentes quiso admitir la veracidad de sus palabras, se mantuvieron en silencio, observando al muchacho como si hubiese enloquecido— nos van a volver sus esclavos, a este paso nuestras libertades serán removidas una a una y sólo nos quedará pelear hasta nuestra desaparición. Ellos se han estado preparando por siglos para este momento, mientras que nosotros vamos en retroceso, nos hemos quedado con nuestra fuerza como si esto fuera suficiente para enfrentarlos.
Roboam tragó saliva. Era una dolorosa realidad que había visto venir desde hace un tiempo, en su momento, intentó comunicar la situación con el Concejo de Asesinos, pero sus miedos fueron rechazados, alegando que tenían el suficiente poder y unidad como para dar buena batalla en caso de ser necesario. Exceso de confianza que, estaba seguro, les constaría caro.
—Esto podría evitarse si tú… Illumi, ¿por qué no intercedes a nuestro favor?
—Icabod, basta.
—¡No!, Illumi, por favor, somos tu hermandad, naciste como uno de nosotros, no puedes ignorarnos. Tienes un cargo importante que ellos respetan, puedes hacer algo.
—¡Icabod!
—No soy un miembro directo —contestó Illumi—, defender a una hermandad también me cargaría con el deber de defender el resto de hermandades que son consideradas enemigas. No sólo a las hermandades, el resto de la humanidad. Yo estoy para defender los intereses personales de los Iluminados en asuntos más altos. Es esta mi respuesta.
—Pero sí protegerás a tu familia —reclamó.
Claro, Illumi podría ignorar al resto de la hermandad si su familia, en especial, Killua estaba a salvo.
—Icabod, lo que haga Illumi no nos corresponde. Además no sería bien visto que un tipo sin ningún cargo dentro de la hermandad se meta en nuestros asuntos. Piensa bien las cosas —le regañó.
Su padre tenía razón, lo acusarían de intentar proteger intereses familiares, peor aún, pondría a Silva y a Killua en una situación muy mala. De por si la hermandad no se fiaba de ellos, añadir algo como esto sólo levantaría las sospechas de un acto de beneficio personal o traición.
—Entonces… ¿si lo apadrino yo?, Illumi, ¿te parecería bien si lo hiciera?, no te detendría en tu camino, ni sería un obstáculo para tus decisiones, sólo quiero que te involucres más en la hermandad y nos quites esta piedra del zapato. Eso es todo.
Era una gran idea, de hecho era la mejor idea que habían escuchado hasta el momento. Alguien que lo apadrinara por conveniencia para todos, no para él, que no tenía intenciones sexuales o románticas; una persona neutra, que le ayudara a tener un cargo dentro de los Asesinos, seguir siendo parte de algo que de verdad disfrutaba, y a la vez, no le apartaría de Killua. El único problema ahí era Killua, de seguro él no lo tomaría bien, sus celos no le permitirían ver las cosas con claridad y estaría esperando el momento en que el muchacho cometiera un error para calificarlo de coquetería.
Roboam miró a los ojos a Illumi, ambos se quedaron en silencio. Como comprendiendo que el muchacho había dado en el clavo, y a la vez, la actitud de Killua había dejado en claro que no lo permitiría y tampoco se prestaba a discusión.
—Hablaré con Killua, si no te molesta —contestó Roboam.
—No, espera, yo lo hablaré con él. Será mejor que yo se lo vaya planteando, o si no…
—Toma el tiempo que te sea necesario, no tenemos prisa, primero me gustaría que Icabod terminara de involucrarse en los Iluminados.
El rostro de Icabod se llenó de felicidad. Quizá el niño era un engreído, pero tenía sentimientos auténticos de unidad y de trabajo en equipo. Un buen muchacho al final de cuentas. El celular de Illumi vibró por un momento, reconoció el timbre y sin pensarlo dos veces lo tomó para ver el mensaje.
«Ven por mí», sintió que todo su mundo se oscurecía. De inmediato se despidió, sin mirarlos a los ojos, sólo dijo que tenía una emergencia y se marchó. Killua era su mundo, que él le hubiese escrito unas palabras tan penosas era porque se sentía indefenso.
Tomó la ruta más rápida que encontró. Condujo a toda velocidad y se adentró en el bosque, no mirando a otra cosa más que su objetivo. Al cabo de dos horas, tiempo record, llegó a la cueva. No saludó, sólo se dirigió instintivamente a través de la oscuridad, por primera vez no tuvo miedo en caminar por los pasillos entre la penumbra. Sus sentidos mágicos estaban tan refinados gracias a Nimrod que aunque sus ojos no vieran, su tercer ojo le guió hasta encontrar una escena que no esperó ver.
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Killua vio a los jóvenes rodearle sin ninguna mala intención, así que no consideró necesario levantar la guardia. Pese a que tenía un sentido de alarma que no le dejaba en paz, consciente de que algo estaba muy mal y no debía fiarse.
—Joven novicio, venga con nosotros —le pidió uno de los muchachos—, es hora de la purificación.
Le pareció lógico, era un nombre adecuado para una agrupación como los Iluminados, así que terminó por rendirse. Bajó las manos, y esperó a que se le acercaran. Los chicos procedieron a guiarlo por la cueva, entre los pasillos y la oscuridad que de vez en cuando le hacían confundirse. Llegó a un lugar con aguas termales, dentro de las grutas, el piso afilado pero impresionantemente tibio, que le daba una buena sensación; miró a los pozos con aguas cristalinas, con una iluminación que le permitía ver el reflejo del agua tranquila, apenas mecida por un chorro de agua que caía desde un pozo que conectaba con algún punto afuera de la montaña y humedad del vapor se extendía por todo el lugar, pero encontraba salida por unos agujeros artificiales que habían hecho precisamente para esto y que permitía tener una temperatura bastante aceptable. Los tipos le rodearon, poco a poco y ante la sutil resistencia del albino, le desnudaron, y lo guiaron al agua.
—Entre, joven novicio. Le lavaremos y después le perfumaremos y prepararemos para la iniciación.
Escuchó y tembló, «iniciación» era una palabra muy fuerte para su oídos; una vez dentro no podría salir, era como los Hunter, pero peor, los intereses políticos, económicos y sociales implicaban un grado más profundo; con los Hunter al menos tenía libertad para elegir su camino, en cambio con los Iluminados, el camino ya había sido hecho para él, tendría que aceptar y cerrar los ojos a las injusticias. Aunque Illumi se hacía cargo de muchas de ellas, no querría decir que los atentados contra la humanidad pararían.
El agua y el vapor le hicieron ir perdiendo los nervios, le hacía falta relajarse. Sin importar que estaba rodeado de ojos curiosos pudo distraer su mente. Y en cuanto se sintió mejor recordó esos ojos negros misteriosos que le hacían perder el suelo, los besos de Illumi, sus manos acariciando su cuerpo, su voz y sus conversaciones fascinantes. Lo extrañaba mucho, más de lo que jamás pudo pensar que lo haría. Si hace un año le hubiesen dicho que estaría perdidamente enamorado de su hermano mayor, hubiera maldecido a ese alguien, le habría reclamado y jurado lo imposible que era. Nunca imaginó que detrás de esa barrera aparentemente imposible de cruzar, se escondía un ser humano maravilloso, tierno, creativo, comprensible y de buenas intenciones, no se arrepentía de nada, incluso admitía que quería más, comenzaba a caer en cuenta de que su relación secreta no le bastaba para ser feliz. En ocasiones deseaba tener más, mayor exclusividad sobre Illumi, interés, expresiones de afecto, libertad en todas las formas, no estaba conforme con esperar a sus momentos de privacidad.
—No puedo creer que lo hayas traído a tu santuario —una voz al otro lado de las pared sonaba, pero Killua no podía escucharlas porque era un pasadizo secreto, construido con la finalidad de espiar los baños.
—Oh cállate Galileo, era obvio que lo haría, ese niño es precioso.
—Deja de espiarlo, te recuerdo que es la pareja del rey Nimrod.
—Illumi, querrás decir, el hijo de la loca.
—Sigue siendo Rey, Juez y Gran Maestro. Una persona con un cargo intocable. Si se entera de esto no es como que tu cabeza caerá primero de tu cuerpo, será peor.
—Sólo mira, míralo una vez Galileo. Sus ojos tiernos, sus nervios inocentes, su piel de leche, sus cabellos blanquecinos; ese cuerpo no es el de un niño, es el de un asesino entrenado, pero tiene esa luz de inocencia hermosa… entiendo perfectamente los sentimientos de Illumi.
—Deja de mirarlo, Geppetto. Illumi se va a enterar que lo trajiste aquí.
Pero el anciano no podía parar, se asomaba por un agujero en la pared, un cristal que le permitía deleitarse ante el paisaje; se relamía los labios y se excitaba, no podía pensar en otra cosa que no fuera ese niño en su cuarto, desesperado por escapar. Era un sueño imposible, Killua primero le mataría antes de que pudiera siquiera aspirar a poner una mano sobre su cuerpo desnudo.
Gepetto suspiró.
—He visto otros albinos antes, pero este, esta preciosa muestra de la humanidad es la prueba de que la perfección existe.
—Olvídalo, dejaré que Illumi te cierre la boca de un puñetazo cuando sea el momento. De una vez te aclaro que la hermandad no te protegerá si él te declara la muerte.
Pero el anciano reía, no tomaba en serio sus advertencias. Ya llevaba años dentro de la hermandad, siendo el pederasta más famoso y con un cargo tan importante que aun si otros se molestaban y reclamaban, no pasaban más allá de las disculpas públicas, y el sujeto volvía a incurrir en sus pecados. Aunque esta vez, Galileo juraba que no saldría bien librado de esta.
Killua volvió a salir del agua, esta vez los muchachos habían terminado de lavar su cuerpo y ahora le rociaban perfumes.
—Mira, ve, ese glorioso cuerpo en una pequeña cajita de placer me esperan.
Galileo se desesperó, y lo empujó para que no pudiera continuar espiando.
—Que conste que advertencia no te faltó. Puedo aceptar que espíes a otros, a los hijos de los otros tipos que no son tan relevantes, pero a la pareja del Rey Illumi no. Ese niño es protegido por nosotros con las máximas medidas de seguridad. Ni siquiera estoy seguro de que le permitan ejercer como Asesino de la hermandad.
—Llorón, ve a quejarte a otra parte. Déjame disfrutar, ni siquiera he puesto un sólo dedo en él. No te preocupes, no pienso propasarme.
—Ya lo estás haciendo, y bueno, me largo, no quiero que se me juzgue por encubrirte.
Así lo hizo, se marchó, dejando a solas a Geppetto, el cual volvió a asomarse por el agujero, deleitándose con el espectáculo del cuerpo desnudo del menor.
Nos vemos pronto
