El brillo de un portal se abrió entre las curvas de las ramas de un gran árbol. El color amarillo iluminó esa parte del bosque, opacando la noche que cubría a Bandle con su manto estrellado. El portal se estremeció y hondeo hasta que de adentro salió un cuerpo pequeño, cayendo al suelo de forma estrepitosa, haciendo que su sombrero flotara a un metro de distancia. Tras él, el portal se cerró, dejando solo los quejidos adoloridos del recién llegado como señal de su llegada.

Se incorporó sosteniéndose de su báculo, sacudiendo la suciedad y quemaduras de su cuerpo. Pero solo fue un instante, pues el brazo le empezó a doler de los mil demonios.

–Agh… maldición – arrastró sus pies hasta donde estaba su sombrero. Lo bueno que no había caído tan lejos –. Ir a las islas de la sombra no fue una buena idea.

Quiso agacharse, pero al inclinar su cuerpo, no pudo sostenerse por sí mismo, cayendo de cara al sombrero. Impropios salieron de su boca mientras giraba hasta quedar boca arriba. Lo pensó un poco, pero al no ver a nadie, no le preocupó. Nunca se separaba de su bastón cuando salía, pero no pasaría nada si lo soltaba por un momento.

Extendió su brazo izquierdo al lado contrario para alcanzar su sombrero y cubrirse parte de la cabeza con él.

–Primero que me coma un calamar de Aguasturbias antes que me vean sin mi sombrero.

Se lo ajustó un poco, quedando al toque de comodidad. Si a comodidad podría decírsele a estar tirado, adolorido, lastimado de un brazo y sin energías para levantarse.

–Jamás pensé que las almas fueran tan violentas. Esa ráfaga me dio una buena paliza – intentó de nuevo erguirse, pero era como sentirse succionado por el suelo. Lo intento de nuevo, ahora quejándose. Una vez más, medio gritando. Y otra, haciendo berrinche.

–¡¿Puedes moverte de una vez, cuerpo inútil?! – se sentía patético. Débil. Y eso le ponía de mal humor. Aunque justificable, le parecía vergonzoso.

Se arrastró usando sus codos, hombros y cadera, hasta llegar a la orilla de un tronco. Se recargó como pudo, reposando el báculo en su regazo. Suspiró y miró al bosque nocturno.

No había nadie en ese momento. Reconocía la zona. Un lugar tranquilo con nulos depredadores. Las criaturas nocturnas eran por mayoría insectos o roedores que salían a cazar otros roedores más pequeños. También algunas aves, pero esos estaban por encima de los árboles.

–Necesito volver a mi torre – dijo con dificultad –. Qué vergüenza sería que me vieran en este estado. ¡A mí! ¡Al gran Veigar! ¡El más grande mago que haya pisado alguna vez Runa…

–¡Hola!

–¡Aaaaaaaahh! – lanzó su herramienta de magia al aire por el susto. Lulu sonreía desde arriba, sentada en su bastón volador. Miraba a Veigar, que aún se mantenía con expresión asustada, mirándola. Y sus facciones iban a cambiar a ira, pero el báculo cayó justo en su cabeza, golpeándole y dejándole inconsciente en un santiamén antes de siquiera poder expresar su molestia. Así como vino, se fue.

–Uy, Pix. Creo que no fue buena idea darle un saludo sorpresa –. El hada solo pudo negar con la cabeza, resignada ante lo obvio de la situación.

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Despertó con un fuerte dolor de cabeza. Se sentía mareado y débil. Era como despertar después de una pelea de borrachos. Y cuando se incorporó desde la cama acolchada, comprobó que era así exactamente como se sentía.

Miró alrededor, buscando ubicación. Su ubicación. Y todo el color y brillo destellante de la mañana lo bañó como si fuese una regadera de ácido.

–¡En nombre de todo lo maligno! ¡¿Dónde demonios estoy?!

Se tapó el cuerpo entero al darse cuenta de lo que le rodeaba. Lámparas de flores, brillantes y coloridas. De color rojo, verde, rosa y azul. Peluches de animales afelpados y cortinas de colores llamativos. El rojo, rosa y verde predominaba en la madera, las telas y la pared. El olor a dulce, rosas y caramelo era horripilantemente empalagoso al punto de querer sentirse morir. Pero la gota que derramó el vaso, fue el abrir los ojos, y verse cubierto el mismo de la manta con detalles florales y coloridos. Se volvió a destapar, indignado. Molesto. Irritado. Avergonzado. Con ganas de saltar de la cama (de donde sea que estuviera) y correr más allá de Bandle.

–¡Aaaaaaaaaaaaaah!

–¡Aaaaaaaaaaaaaah! – le hizo coro Lulu, entrando de un portazo a la recamara. Venía con un plato de sopa, un vaso de jugo y un trozo de pan glaseado – ¡Buenas, dormilón! ¡Traje el desayuno! – miró el reloj de pared. La manecilla de caramelo estaba señalando las doce del mediodía con decoraciones pastelozos – Bueno, ya es medio día. ¡Pero al fin despiertas! ¡Y eso hay que festejarlo!

Avanzó dando pequeños saltos, sosteniendo la charola con la sencillez de alguien que tiene experiencia en sostener charolas saltando.

Al llegar, dejó la charola en el regazo de Veigar. Sonreía mientras veía como el tic en el ojo del yordle era cada vez más notorio. Era obvio que este ambiente no era lo suyo. Lulu entendió la situación, así que al menos intentó explicarse dentro de sus posibilidades.

–Awww, Veigar. No te pongas así – le pellizcó la mejilla con cariño. Él solo pudo recibir un tic más en el otro ojo –. Créeme que me hubiera gustado llevarte a tu torre fantasmagórica y malvada. Pero no podía porque estabas muy mal herido. ¿Verdad, Pix? – el hada revoloteó alrededor de ambos, asintiendo con varios tintineos – Estabas muy lejos de tu hogar y no podía llevarte. Si no te atendía pronto, podías haber empeorado. Y no quería que eso le pasase a mi gran amigo maestro maligno malevolente. Así que te llevé rápido a mi casa y curarte las heridas. Aunque tuve que, bueno… – se tapó la boca con una risilla. Las mejillas estaban algo coloradas – tuve que quitarte la ropa.

–¿Eh? – se miró a sí mismo, notando que en efecto se encontraba solo en su ropa interior. El guante maligno, la gabardina malvada, y sus zapatos crueles de metal no las tenía. Se tocó la cabeza, y… tampoco no estaba. Se sentía expuesto. Su respiración se aceleró y agrandó los ojos. La yordle ahora tocó su hombro, con una mirada de condescendencia y algo de culpa.

–Hey, que era necesario para poder curarte. De hecho, duré casi toda la noche limpiando y usando mi hechizo de curación para que recuperaras tus fuerzas. Era necesario.

–No es eso – eso a Lulu la confundió.

–¿Entonces que te preocupa?

–¿Mi sombrero? – se le sentía la ansiedad en su voz. Aun en susurro, podía leerse la voz con una ansiedad marcada – Dime por favor que guardaste mi sombrero.

–Oh si si si. De hecho, está guardado – al recibir esas palabras, el aire contenido, que no sabía que contenía, salió de su boca con un alivio similar a la de soltar algo pesado.

–Uf, que bueno.

–Sip. Ahora mismo se está lavando – sintió algo quebrarse dentro de él –. Junto con tu gabardina – otro crujido –. Oh sí. Y tu báculo está al lado de la cocina. Cerca del bote de basura.

No lo soportó.

–¡Mi indumentaria malvada! – pegó un salto fuera de la cama. La charola de comida salió volando, pero con la magia de Pix, todo quedó ordenado en el aire. No era lo mismo para Lulu y Veigar, que estaban en el suelo, arrastrándose. Él con las fuerzas de quien sabe donde a pesar de su estado, y ella estando agarrando sus piernas, evitando que se fuera.

–¡Veigar!

–¡Suéltame!

–¡Aun no! ¡Estas convaleciente! – el hecho que estuviera abrazando sus piernas desnudas y con el bóxer del yordle pegándole casi en la mejilla, no era la cosa más cómoda del mundo. Era vergonzoso. Pero por su amigo, soportaría ello.

–¡Soy el maestro del mal! – siguió luchando en el suelo, arrastrándose con sus dos brazos – ¡Mi vestimenta no debe de oler a caramelo y flores primaverales!

–¡Estaba sucio y apestaba!

–¡Mi báculo!

–¡No se moverá de ahí!

–¡Aaaaaaaaaaah!

–¡Veigar!

Pix veía eso desde arriba, y como en la noche anterior, solo pudo negar con la cabeza. Pero ahora con cierta alegría.

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–Di ha – Lulu extendió la cuchara con sopa a la boca de Veigar. Él solo pudo refunfuñar.

–Sabes que puedo comer solo, ¿verdad?

–Lo sé – le acercó la cuchara de nuevo, pero ahora pegando el cubierto en la comisura de sus labios –. Pero mientras estés en recuperación, será lo mejor.

–No es necesario – se cruzó de brazos, pero aceptó el gesto. Ella sonrió alegre, pero eso se desvaneció cuando replanteó las palabras del mago.

–No es que no puedas comer solo. Pero en verdad si estabas muy mal – enserió el rostro, volviendo a meter la cuchara en la sopa, dándole de nuevo en la boca. Él lo volvió a recibir –. No solo estás herido físicamente. Tu magia también fue afectada. ¿Dónde te metiste?

–… en las islas de la sombra – eso la hizo reír.

–Suena a que es un lugar adecuado para el más grande mago del mal.

–¡Es un nombre perfecto! – su sonrisa era torcida. Entre maligno y picaresco. Pero luego su expresión se enserió –. Pero superó mis expectativas. Es un lugar más hostil de lo que pensé. Volver era mi última opción, pero con todo ese poder en bruto bañando las islas, y su violenta forma de defenderse y absorber las almas y la magia, modificándolas a su antojo… – agitó su cabeza. Las orejas negras se movieron con brusquedad ante el movimiento – Ahora entiendo porque me sentí tan débil cuando llegué. Mi magia no solo me era drenada. También quería modificarme.

–Por algo Vex es feliz ahí. Aunque no sé si ella es feliz siendo triste. O si la tristeza la hace feliz. ¿Ser feliz en la tristeza? ¿Tristemente feliz? Ay, ya no sé – y se comió una cucharada de la sopa.

–Supongo que ella nació con la propiedad de adaptarse a esas islas.

–Un alma triste en un lugar triste. Triste más triste es igual a felicidad. Supongo que tiene sentido.

–Ha de tenerlo – iba a agarrar la cuchara, pero Lulu le detuvo.

–Hep hep. Dije que yo te daría de comer.

–¡Lulu!

–¡No es broma! – le regañó –. Cuando volviste, no solo estabas herido físicamente. Tu magia fue afectada. No sé si fue la que adquiriste para ser el malevolente malvado maligno que eres ahora o la que tenemos nosotros los yordles cuando nacemos – eso le dejó mudo. ¿Desde cuándo Lulu sabe de magia en ese sentido? –. Pero pude notar un cambio en tu magia. Y eso es preocupante.

–Exageras – dijo eso con seguridad, pero hasta el notaba ese cambio. Ella le miró con intensidad.

–Solo… deja cuidarte, ¿está bien? La magia yordle debe volver a su estado normal con reposo. El estilo de vida yordle define también el estilo de magia que tenemos en nuestro cuerpo. Así que si tenemos ciertas costumbres…

–¡Me niego!

–¡Veigar!

–¡No volveré a tener esa vida ni aunque me arranquen las orejas con garfios!

–No sabemos cómo puede afectar ese cambio en ti a futuro. Debemos prevenirlo.

–¡Ni loco!

–¡Loco ya estás! – levantó su mano, haciendo que su bastón llegara desde la ventana. Cosa que sería vista de forma genial, si no fuese que rompió el cristal de por medio. Ahora era una ventana con cristal roto. Sostuvo su bastón con seriedad y le apuntó en la cara con él, haciendo sudar frío al villano malévolo – Ahora señorito, te vas a quedar ahí acostadito, disfrutando de esta deliciosa sopa, con un pastelito al lado, y te dejaras cuidar hasta que tu magia interna se estabilice. ¿De acuerdo? Si no lo haces, tendré que convertirte en sapo y darte de alimento moscas que vaya encontrando por el pantano. ¿Está todo claro?

La mirada de Lulu era de enojo. Y en su tono era más que evidente que no daba cabida a negativas. Y él, aun sudando frío, pensó en llevarle la contraria. ¿Quién era ella para atreverse a amenazarlo de esa forma? Aunque fuese su amiga, si estaba dispuesta a pelear, él también lo haría. ¡Él era el gran Veigar! ¡Destructor de mundos! (aunque no había destruido ninguno, estaba seguro que podría si se lo propusiera). ¡El gran maestro del mal! ¡Nadie le detendría! ¡Ni si quiera una yordle como ella!

Iba a levantar la mano para llamar a su propio báculo. No solo ella se sabía esos trucos. Pero a medio camino de alzarla por completo, miró a sus ojos. Y lo que vio no le gusto. Aun en su mirada seria y amenazante, unas cuantas gotas pequeñas asomaban los ojos de la chica. Entonces, ¿no quería pelear? ¿Por qué le amenazaba entonces? Ella ya le conocía y sabía de lo que podía ser capaz. Y sabía que podría. Pero esa imagen… esa imagen no le gustó. Y muy dentro de él, en el fondo, ese lado que siempre estaba en duelo con su parte maligna, le hizo bajar la mano y cerrar los ojos. Suspirando y quedando en resignación.

–Bien. Así lo haremos – ella sonrió. Alegre y aliviada –. ¡Pero con la condición que comeré yo solo mis alimentos! – ella hizo pucheros.

–Awww. Bien. Trato hecho.

–Y no dejaré mis ropas. En cuanto se sequen, me las pondré.

–Oh, seguro ya están secas.

–¡Excelente!

–¿Quieres que lave también tu bastón?

–¡Aaaaaaaah!

Desde arriba, Pix solo pudo reír.

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Al día siguiente, el mago se encontraba afuera de la casa. Siendo de día, y mirando alrededor de la casa, se notaba a ojos despiertos que aquí vivía la loca maga de las hadas.

Todo se miraba colorido y caótico. Las hojas y los troncos eran vivos y llamativos. Como caramelos multisabores. Los troncos eran de un tono café chocolatoso, al igual que la tierra. El pasto era de un verde vivaz y tan frondoso que fácil podría caer del techo de la casa y sentir solo el empujón de la tierra como si fuese una cama mullida.

Su ropa se encontraba a la izquierda, colgada entre cuerdas que se agarraban del tronco de un árbol a otro. A pesar de la caótica vista, había cierta armonía con la naturaleza. Era sorprendentemente llamativo e interesante.

–Y asqueroso – dijo en un susurro. Que lo genial no le quitaba lo colorido. ¿Lulu no tendría un agujero por algún lado donde ocultarse y camuflarse? Andar con una camisa blanca y sentir su cabeza expuesta le hacía sentir vulnerable.

–Supongo que tendré que adaptarme por ahora.

–Sí que si – la voz chillona de la yordle le hizo saltar del susto. Se agarró el pecho, sintiendo la textura de la tela entre la yema de los dedos y la palma. Era extraño no sentir los objetos y las cosas sin sus guantes –. Uy, ¿te asusté?

–¿Yo? ¿Asustado? – soltó su risa característica – ¡No me asusta enfrentarme a magos y hechiceros que son capaces de derrumbar torres con su magia! ¿Crees que podría asustarme una vocecilla chillona como la tuya?

–No. No creo. ¿Pero qué tal esto? – y le puso en la cara una araña. Ahora sí, Veigar saltó hacia atrás cayendo de espaldas al pasto. Lulu sonreía desde la entrada de la casa – ¿Qué me dices? ¿Ahora si te asusté?

Veigar solo pudo gruñir por lo bajo. No diría nunca que fue asustado por una araña que, al ver de nuevo, se percató con su vista periférica que esa cosa se había convertido en Pix. Le habían jugado una broma.

–Vaya mago maestro del mal resulté ser – se dijo a sí mismo. Mientras no le escuchase nadie, su orgullo se mantendría intacto. Después de todo, tampoco es que fuese posible. Lulu y Pix reían mientras estaban en el suelo, divertidos por la broma reciente.

Se levantó alzando su mano. Lulu entendió la seña, moviendo su bastón. El báculo del mago flotó desde dentro de la casa, pasando por encima de la cabeza de la yordle, y quedó justo en la palma de su mano. Caminó hasta ella, y notó que tampoco estaba vestida como siempre. Con su clásica gabardina a rallas y su gorro. De hecho, iba muy cómoda. Con un vestido floreado de colores rojos y con el cabello suelto.

–Veo que te encuentras mejor – le escuchó. Él bufó.

–Te dije que no era para tanto.

–Esperemos un día más y podrás relajarte sin usar nada de magia – le pegó con su bastón en la cabeza de forma juguetona –. Más vale estar sano, que enfermo y sin mano.

–¿Dónde escuchaste esa frase?

–Un asesino de la isla de Jonia.

–Ah, eso lo explica. Tiene sentido.

–¿Verdad que sí? No sé por qué la gente se asusta cuando digo esa frase.

Usaron dos sillas de madera para sentarse al frente de la casa. La frescura y el olor de las hojas silvestres rodeaban las narices de ambos, haciendo que en Lulu se sintiera más relajada que nunca. Y aunque Veigar lo odiase, también estaba haciendo mella en él. Una mella positiva. Y por eso mismo lo odiaba.

–Nunca pregunté – dijo ella – ¿Por qué decidiste ir a las islas de la Sombra? He escuchado que es un sitio peligroso. Bueno, más bien hasta lo he sentido. Es un lugar muy turbulento de magia. Y su nombre lo dice mejor que nadie.

Se quedó callado un momento. Tenía dudas de contárselo, pero le había ayudado. Y Veigar podrá ser maligno, malvado y corrompido hasta la medula. Pero era un mago de principios. Y si le debía, al menos debería justificar el cómo llegó aquí de esta forma.

–Las islas de la Sombra es un lugar donde se guarda mucho conocimiento mágico – inició –. Un lugar con mucha información. Entre sus ruinas debería de haber runas, pergaminos, papiros y documentos que me ayudase a poder obtener más poder. ¡Mucho más poder! – en ese último grito se había levantado con entusiasmo, pero luego de un salto, volvió a sentarse, con una clara cara de decepción – Pero las islas son más peligrosas de lo que pensaba. Sus mareas de almas no solo te debilitan y te intentan corromper, también te golpean. O intentan devorarte. Terminé molido por ello.

–Y por eso te encontramos lastimado en medio del bosque.

–Esa es la historia en general. Eso me recuerda, ¿Qué hacías en medio del bosque a altas horas de la noche?

–Bueno… Pix y yo veníamos recientemente de una aventura en el país de Jonia – dijo eso mientras el hada se sentaba en la cabeza de Lulu –. Habíamos pasado mucho tiempo fuera, así que decidimos tomar un pequeño descanso en nuestro hogar antes de volver a partir. Pero te encontramos herido y bueno… aquí estamos.

–… me sigue incomodando no tener mi traje maligno – desvió la vista con fingido desinterés –. ¿No tendrás por ahí alguno guardado?

–Tengo un vestido azul oscuro. Lo tomé prestado de una banda de delincuentes ocultos en un bosque encantado.

–Mmmm, no. Mejor no.

–De acuerdo.

Horas más tarde, la ropa ya estaba lista para usarse. Veigar estaba tan emocionado que corrió a meterse al cuarto de Lulu para cambiarse. Ella no pegó objeción, pues entendía que su amigo necesitase la comodidad de su vestimenta. Cuando salió, se olfateaba a sí mismo a la vez que se ajustaba el gorro. Las orejas, antes algo alzadas por estar sin algo en la cabeza, volvieron a su sitio recurrente mientras se ocultaba el rostro de forma maligna bajo el sombrero.

–… está más suavecito que de costumbre – y frunció el entrecejo –. Y huele a frutos y caramelo.

–Es una esencia que compré en un mercado hace meses. ¿Te gusta?

–¡Lo odio!

–¡Genial! – Lulu no tuvo que cambiarse. Simplemente agitó su varita y se pegó a sí misma en la cabeza. El vestido puesto se transformó en un flash de luz para volverse la vestimenta que siempre llevaba – ¿Y bien? ¿Qué quieres hacer?

Ya algo renovado, Veigar sabía lo que quería hacer,

–¡Idear planes malignos para la conquista y obtener el poder absoluto! ¡Jajajajajajaja! – se escucharon truenos en el cielo y relámpagos se vieron atrás de las ventanas. Lulu y Pix se miraron con confusión. ¿Cómo era posible siendo de día y estando despejado?

–Bueeeeno… ¡Yo estaba pensando en ir a la ciudad y visitar a nuestros amigos! – Pix revoloteó emocionado girando junto con Lulu.

–¡Pero no quiero eso!

–¡Recuerda lo que acordamos, Veigar! – lo sujeto de su mano metálica y lo jaló – ¡Será divertido!

–¡Mis planes!

–¡Diversión!

–¡No! – su grito era de lamento.

–¡Si! – su grito era de emoción.

Y ambos corrieron, con discrepancia y exaltación.


Continuará...