Nota de la autora:

¡Hola! Un par de apuntes antes de empezar:

Esta es una historia muy larga. Técnicamente, son cuatro historias en un fic. Se puede pensar en cada año como su propio fic, compilado aquí en una historia más grande. Además, este fic es más evolución que romance. En gran medida cuenta con romance, y el romance es, en muchos sentidos, un medio importante para el crecimiento de Draco, pero esto es en última instancia una historia sobre un personaje que llega a su destino. Se enamora en el camino, con fuerza.

.

Nota de la traductora:

Por fin entramos en terreno "desconocido", aunque sabemos cómo acabará esto, tengo muchas ganas de ver cómo llegaron a ser esa preciosa pareja que conocemos. Esta vez no subiré un capítulo diario, ya que con un total de 48 capítulos nos espera un buen viaje. Así que abrochaos los cinturones que haya vamos.

Los personajes y todo lo reconocible es de la autoría de JK Rowling y la historia es de mightbewriting.

Traducción oficial autorizada.

Portada de CaityBellFics

.

Parte DOS de CINCO de la serie World of Wait and Hope.

1. Wait and Hope
2. Beginning and End
3. Sight and Seeing
4. Picked and Planted
5. The Couch Collection

.

.

-3.083, -3.166, -3.250

Primera Parte: 2002

"Lo que llamamos el principio es a menudo el fin
Y llegar al fin es llegar al principio.
El fin es el lugar del que partimos."

T.S. Eliot, Cuatro cuartetos, Little Gidding

Enero

Años. Divididos en meses, semanas, días, horas, minutos, segundos y momentos. Simples en un extremo, complejos en el otro. En la experiencia de Draco, los momentos, incluso cuando eran simples, tenían la costumbre de volverse irrecuperables. Los momentos crecían, se alargaban, se multiplicaban en edades y eras que definían tramos enteros de tiempo cuantificable. Draco lamentaba varios momentos de su vida, algunos bajo su control, otros sin él: todos ellos irrecuperables por naturaleza. En cierto momento, atrapado entre "y si..." de su propia invención, había dejado de intentar llevar la cuenta de esos momentos lamentables: ahora y entonces, empujando y tirando, yendo y viniendo, principio y fin. Los momentos solo eran momentos durante el mismo tiempo. Después, ya no tenía control.

Había querido que ocurriera algo así:

Un golpe confiado en la puerta del estudio de su padre, una pausa, solo por un instante, suficiente para reconocer que Draco había cumplido con la formalidad, antes de dejarse llevar de todos modos: aplomado, seguro, muy lejos de su antiguo yo tan desesperado por la imposible aprobación de Lucius Malfoy.

Su padre reconocería el cambio; Draco llevaba poco más de un año en Europa consiguiendo una maestría en pociones. El tiempo cura todas las heridas y otras podredumbres por el estilo. Lucius le ofrecería un asiento, y tal vez incluso un trago de algo prohibido y caro de sus almacenes personales. Le preguntaría a Draco por su maestría con el orgullo reacio de que Draco hubiera tomado la iniciativa de hacerse empleable, respetable, un miembro potencialmente productivo de una sociedad que veía el apellido Malfoy como algo activamente improductivo. Y todo ello a pesar del hecho de que Draco no tenía que trabajar y nunca lo haría: no mientras su herencia, hasta la última gota de su dinero ligada al apellido, siguiera pagando su camino en el mundo.

Draco compartiría sus pensamientos con su padre, más de lo que lo hacía normalmente. Compartiría lo bonito que le parecía Sarajevo, lo refrescante que había sido ser casi anónimo en el día a día. Cómo había dejado de necesitar una Poción Calmante cada noche antes de irse a la cama. Cómo había intentado tener citas, con mujeres que no tenían ni idea de su dinero ni de su nombre ni de su historia familiar. Las citas no habían ido muy bien, pero follar había sido un cambio bienvenido tras dos años de libertad condicional encadenado a la mansión.

Y ese pequeño detalle, compartir más de la cuenta y con un toque inapropiado, bueno, eso haría reír a Lucius. Se reiría de verdad, de una forma que Draco no había oído en años, desde luego no desde la guerra, tal vez no desde que Draco empezó en Hogwarts. El sonido de la risa de Lucius existía, limitado por el tiempo, en los recuerdos de Draco antes de que empezara el colegio, antes de que la ominosa amenaza de una nueva guerra empezara a hacer acto de presencia, elevándose como la bilis y empañando el sabor de cualquier risa que pudiera haber surgido después.

Lucius escucharía, se interesaría. Seguiría siendo severo, estoico, obstinadamente aristocrático en la forma en que se sentaba, con la espalda recta y la expresión seria. Pero en algún lugar detrás de sus ojos grises, una imagen casi especular de los de Draco, se vislumbraría la figura paterna que Draco había deseado tan desesperadamente complacer, impresionar, emular con cada gota de la magia de su sangre y sus huesos.

Sería una conversación breve, pero significativa. Sería representativa de un cambio en su relación: la curación tras el tiempo que pasaron en Azkaban, bajo arresto domiciliario y separados durante un año. Draco saldría del estudio para reencontrarse con su padre, con la cautelosa esperanza de que, de hombre a hombre, pudieran encontrar la forma de volver a verse ahora que la niebla de la guerra se había disipado.

En cambio, las cosas se torcieron desde el primer momento.

Draco ni siquiera tuvo la oportunidad de llamar a la puerta y, desde luego, no se sentía confiado ni seguro de sí mismo. Sobre todo, se sentía cansado, agotado por varias conexiones Flu internacionales que lo habían transportado desde los Balcanes hasta Wiltshire.

—Adelante, —pronunciado a través de la pesada puerta de madera, detuvo el puño de Draco en seco, a un centímetro del contacto.

Draco respiró hondo por la nariz, con los labios apretados. Empujó la puerta para abrirla.

Lucius Malfoy parecía cansado. Los pensamientos de Draco se detuvieron en esa observación mientras se acercaba al escritorio, observando a Lucius mientras escaneaba el pergamino que tenía delante, evidentemente mucho más importante que el hijo que no había visto en un año. Lucius no se había parecido mucho a sí mismo desde Azkaban, en el quinto curso de Draco. Había empeorado aún más después de una segunda estancia mientras esperaba el juicio tras la guerra. Durante los años de arresto domiciliario que le habían ordenado soportar sin poder usar magia, se había ido marchitando. Un año de separación no había cambiado nada de eso, solo lo había hecho más evidente cuando los ojos de Draco se fijaron en la palidez hundida de la piel de su padre y las ojeras bajo sus ojos.

Draco se dio cuenta de que le faltaba práctica. Los músculos se habían atrofiado: los necesarios para apartar y ordenar la complicada red de emociones y apegos que sentía por el hombre que tenía delante, que se estaba deshaciendo parcialmente, un hombre que una vez había sido su ídolo, su mundo entero.

—Siéntate, Draco, —dijo Lucius, que seguía sin levantar la vista.

Había olvidado lo que se sentía. Con un año de tiempo y distancia y muy pocas lechuzas entre ellos, Draco había conseguido olvidar lo paralizante que podía ser una orden de su padre. Había olvidado lo mucho que le recordaba a todas las demás órdenes que había recibido en su vida: las que había intentado cumplir, las que había incumplido y las que había odiado cumplir.

No, prefiero no hacerlo, quiso decir Draco. Prefería que su padre levantara la vista de los putos pergaminos y saludara de verdad a su hijo.

En lugar de exigir nada de eso para sí, Draco se hundió en el asiento, rígido y hacia delante, con la columna vertebral a punto de hacer contacto con el respaldo de la silla.

Por fin, Lucius lo miró. Puede que los años y las circunstancias lo hubieran curtido, pero aquella extraña sensación de ser menor bajo la mirada de su padre aún permanecía. Draco se puso rígido y los músculos de la espalda le tensaron aún más la columna, decidido a no retroceder.

Lucius le ofreció el pergamino.

—Tu acuerdo de esponsales.

Había querido que esta conversación representara la posibilidad de que siguieran adelante, de que redescubrieran algún tipo de relación padre-hijo después de que ambos hubieran pasado un tiempo separados.

No había esperado, ni por un momento, que aquello fuera lo que su padre pretendía. Draco llevaba menos de una hora en la mansión, de vuelta en el país, ¿y ya le estaban soltando un contrato de matrimonio en el regazo? Draco quería reír, y casi lo hizo. Podía sentir la sensación burbujeando en la base de su garganta, aferrándose a lo absurdo. Era divertidísimo lo ridículo que era, lo insultante, lo completamente indiferente a cualquier cosa que Draco pudiera haber querido o planeado para su propia vida.

No, quería decir ,no hay acuerdo de esponsales.

Podía saborear las palabras, conocía su forma, podía decir cosas parecidas a casi cualquier otra persona en su vida. Pero aquí, delante de este hombre, simplemente extendió la mano y aceptó el pergamino. No se atrevía a leerlo.

Supuso que debía agradecer a la tía Bella su fingida compostura, el hecho de que no se hubiera ahogado con su indignación. Encontró el fragmento de conmoción dentro de su mente y lo desprendió, una eliminación enérgica de los espacios de su cerebro necesarios para procesar el pensamiento complejo, para hablar. En ausencia del shock, suprimido por la Oclumancia, Draco localizó su capacidad para entablar esta conversación.

—¿Quién?

Odiaba haber preguntado. Pero su única opción era no, y ya había fallado al decir eso.

—Victor Greengrass ha sido excesivamente generoso al considerar incluso una unión con nuestra familia, por muy mancillado que esté el nombre.

Las palabras salieron de la boca de Lucius como ceniza, algo asqueroso y fétido y decididamente vil, resoplando y ahogando el aire a su alrededor con su desagrado, con su desacuerdo.

Y lo único que Draco quería hacer era devolverle aquella cosa podrida, exigirle a Lucius que explicara exactamente cómo había sido mancillado el nombre de su familia, identificar con insoportable detalle cada paso, cada decisión que había tomado y que les había llevado a todos a aquel punto.

Pero en su lugar.

—Por supuesto, Padre.

—La mayor de las Greengrass no aceptaría una unión contigo.

El primer instinto de Draco fue de alivio. Él y Daphne no estaban unidos. Ella había tenido algo con Blaise durante un par de años, y efectivamente había robado a Pansy de la vida de Draco después de la guerra con palabras como curación, y espacio, y malas influencias. Lo que habría sido una evaluación histérica de su carácter si no fuera tan salvajemente hipócrita frente a la puta Pansy Parkinson.

El segundo instinto de Draco fue la confusión. Ni siquiera se había dado cuenta de que Daphne tenía una hermana. Esta vez no pudo morderse la lengua; la pregunta se le escapó con mucho menos decoro del que requería Lucius Malfoy.

—¿Cuánto más joven es... la otra?

Esa sensación de putrefacción en la garganta se deslizó más abajo, agriándose en su estómago ante la idea de estar prometido a una niña, de planear una boda y una vida a lo largo de un calendario que exigía que ella alcanzara primero la mayoría de edad.

—Dos años menor que tú. No es que importe, —dijo Lucius.

Importaba absoluta, positiva e inequívocamente. Mientras ese pensamiento ocupaba la primera posición en su cola de pensamientos desconcertantes, Draco se preguntó qué diría o haría Lucius si realmente lo expresara. Pero a Draco le resultaba más fácil enterrarse en una montaña de palabras que deseaba decir, pero no decía, que armarse de valor para decirlas. La autopreservación en su máxima expresión; evitar el tema era la única forma de sobrevivir a una conversación con Lucius Malfoy.

—¿Su nombre? —preguntó en su lugar, odiándose más que un poco por ello.

—Astoria. Mañana te reunirás con ella, —dijo Lucius. Su labio se curvó y luego se suavizó antes de volver a hablar—. Tu madre insiste en que la conozcas... en que participes en el proceso de planificación.

Draco no necesitaba que se lo explicara. El desagrado de Lucius por el hecho de que Draco pudiera tener alguna participación en la planificación de su propia boda, todo su futuro que acababa de serle entregado en una hoja de pergamino era evidente en su tono cortante. Draco respiró hondo, incapaz de mirar a su padre, de mirar el contrato que tenía en las manos, de hacer otra cosa que no fuera concentrarse en el trozo de serenidad que había conseguido con la Oclumancia. Se apoyó en eso, sintiéndose tranquilo, sintiendo algo adyacente a la valentía, y se hizo una pregunta a sí mismo, al diablo con la evasión.

—¿Tengo elección? —preguntó Draco, tan cerca como pudo de algo que parecía un desafío.

Draco apretó la mandíbula, los músculos le rechinaron cuando su padre soltó una risa corta y aguda, sellada con una mirada pesada.

—Te informo por cortesía, —dijo—. Es tu deber para con tu familia, Draco. Tu independencia ha sido tolerada demasiado tiempo.

Draco intentó ignorar el punzante recuerdo de su otro deber nacido de él para con su familia. El del brazo izquierdo, grabado a fuego en su piel y en su mente, ecos de carne chamuscada y gritos estrangulados. Aquellos deberes eran el precio que pagaba a cambio de bóvedas llenas de oro, un nombre que, incluso mancillado, le abría puertas y la promesa de una familia que protegía a los suyos.

Pero no podía decirlo, no podía expresar su acuerdo con la enormidad de un matrimonio que se le ofrecía como regalo de bienvenida. Así que asintió con una rápida inclinación de la barbilla, con los músculos de la mandíbula apenas permitiendo el movimiento. Se levantó, casi con una mueca de dolor por la libertad que se había tomado al no haber sido despachado todavía. Pero ya se había comprometido a este pequeño acto de desafío, este momento de falta de respeto.

—Si eso es todo, —preguntó, sosteniendo la mirada de su padre, preguntándose cuándo dejaría de sentirse como una mirada al futuro y empezaría a sentirse como una ventana al pasado, manchada y empañada por las malas decisiones.

No esperó a que lo dejara irse; no podía escapar del estudio lo bastante rápido. La Oclumancia vaciló y su pecho se tensó como si fuera a agrietarse, con las costillas reducidas a escombros. Luchó por respirar contra una garganta que insistía en cerrarse.

No era así como había querido que fuera su reencuentro. E incluso si se le diera la oportunidad de hacerlo de nuevo, de enmendar de algún modo la serie de errores que se sucedieron uno tras otro en el transcurso de unos pocos minutos sofocados, Draco no creía que supiera cómo hacerlo. Había habido momentos, varios, y los había desperdiciado todos.

—¿Cuidado de Criaturas Mágicas? —preguntó con un tono esperanzado y cauteloso.

Draco no podía apartar la vista de los delicados dedos de Astoria, de aspecto casi surrealista, finos huesos envueltos en una carne pálida e impecable. Todo en el movimiento de sus manos parecía decidido y planeado, ejecutado con intención mientras agarraba la cuchara de sopa, elegante, pero con un pequeño y casi imperceptible bamboleo.

Ella lo intentaba. Él lo intentaba. Y, sin embargo, ya podía sentir la nube de fracaso asentándose a su alrededor. Draco luchó contra una mueca, obligándose a mirar algo que no fuera su cuchara mientras ella daba sorbos cuidadosos a la sopa con perfecta etiqueta de sangre pura.

—Lo odiaba, —dijo—. No me gustan mucho los animales. Yo era, ah... —Draco no recordaba que conocer a otra persona hubiera sido tan doloroso. Cada pregunta sobre los intereses de los demás caía como un encantamiento mal dirigido, a kilómetros de su objetivo—. Una vez me atacó un hipogrifo en clase.

Listo. Había compartido algo personal, así es como la gente lo hacía, ¿verdad? Tenía ganas de tirarse de un puente.

—Había oído hablar de eso, —dijo—. Yo estaba en primer año.

Hizo un ruido de reconocimiento. Ya lo sabía. Ya habían pasado por dificultades para conocerse, como la edad y la casa, y ahora habían acabado hablando de sus asignaturas favoritas.

Esta vez le miró las muñecas, mientras ella bajaba la cuchara de sopa. Había algo en sus dedos, en sus manos, en sus muñecas, que parecían tan frágiles, como un pajarito. Draco no sabía cómo comportarse con las cosas frágiles. En su experiencia, tenía tendencia a romperlas.

—¿Vas a comer? —preguntó. No fue acusatoria. No fue cruel. Más bien sonaba curiosa, un poco tímida. Los músculos alrededor de su boca se habían tensado, lo suficiente para que él lo notara, pero sus ojos permanecían relajados mientras miraba de la sopa a su cara. Se preguntó cuánta formación social había recibido para tener tanta gracia. Era impresionante. Era encantadora. Y él no sentía nada por ella.

Miró su plato.

—Claro, por supuesto. —Levantó la cuchara, pero no hizo ningún movimiento hacia el plato—. ¿Vuelas? —preguntó—. ¿Fan del Quidditch?

Arrugó la nariz y luego parpadeó, con los ojos muy abiertos. Eran de un bonito tono azul. Era una chica guapa. Draco la conocía desde hacía diez minutos y ya sospechaba que la belleza clásica y los buenos modales no serían suficientes.

Ella era el pajarito, pero él se sentía como si le hubieran metido en una jaula.

—Vuelo no es... mi favorita, —dijo ella con una ligera vacilación, la suficiente para que él pudiera ver su esfuerzo, aun esforzándose tanto—. ¿Era la tuya?

Intentó sonreír, transmitirle una amabilidad que dijera que él también lo estaba intentando. Los músculos de sus mejillas lucharon contra él: tensos, resistiéndose a la falta de sinceridad.

—Pociones, en realidad. Aunque vuelo le seguía de cerca.

Astoria dejó la cuchara en la mesa y apoyó las manos en el regazo.

—No tomé pociones más allá de los TIMOS, —hizo una pausa y él pudo sentir que lo escudriñaba. Sin sus pequeñas manos a la vista, Draco se centró en su oscura melena: brillante y lisa, una versión morena de la rubia de Daphne—. ¿Astronomía? Me imagino que eras muy versado antes del colegio con tu linaje Black.

Draco soltó una pequeña carcajada.

—Mi conocimiento de los cuerpos celestes es... extenso.

Él sonrió.

Ella sonrió.

El momento pasó.

Astoria dejó escapar un pequeño suspiro, sus frágiles manos reaparecieron de debajo de la mesa para descansar sobre ella.

—Esto es... incómodo, —dijo. Draco casi se hundió en la sopa, muy contento de no haber tenido que decirlo él.

—Extremadamente.

—¿Crees que tus padres tienen elfos escuchando?

—Casi seguro.

—Bueno, eso es un alivio, —dijo.

Draco enarcó una ceja. No entendía cómo el hecho de que los elfos de su familia escucharan una de las conversaciones más dolorosamente incómodas de su vida, con la intención de transmitírsela a sus padres, podía ser algo remotamente parecido a un alivio.

Astoria soltó una risita ante su confusión, delicada como sus huesos. ¿Solo dos años menor que él? Dioses el sonido de esa risita, parecía tan joven.

—Imagino que lo único peor que participar en esta conversación es tener que oír hablar de ella.

Se recostó en la silla, momentáneamente estupefacto. No por su valoración de la conversación, objetivamente había sido horrible, sino más bien por el toque de malicia que acababa de admitir. Supuso que algunos pajaritos eran carnívoros y que, después de todo, ella había sido una Ravenclaw.

Intentó sonreír de nuevo, intentó encontrar algo que pudiera ofrecer a la chica que tenía delante. Pero no podía quitarse de la cabeza el recordatorio de que poco importaba lo que le ofreciera; ya tendría que darle su nombre, un heredero... se le cayó el alma a los pies. Dioses, esto era una pesadilla.

—Creo que mejorará, —dijo ella, con un curioso tirón entre las cejas mientras le observaba. Alargó la mano para ponerla sobre la suya, con cautela por si ella quería apartarse. No lo hizo y, por un momento, él rodeó sus dedos con los de ella, intentando no fijarse en lo frágiles que los sentía.

—Por supuesto que sí, —dijo, finalmente forzando esa sonrisa, llegando a sus ojos—. Tenemos... bastante tiempo para averiguarlo.

Ella le devolvió la sonrisa, que parecía casi tan forzada como la suya.

—¿Estás haciendo pucheros? —preguntó Draco.

Fue lo primero en lo que se fijó al atravesar el Flu de la mansión Nott; Theo tenía el ceño fruncido mientras se recostaba en un sofá, y un gran suspiro indicaba que había oído la pregunta.

—Llevas dos días enteros en el país y no te he visto hasta ahora, —dijo Theo, bajando las piernas al suelo, con el ceño fruncido—. Claro que estoy haciendo pucheros.

Draco se quitó una mota de ceniza de los pantalones, intentando contener la risa que sabía que Theo esperaba por sus payasadas.

Había pasado su primer día en el país agotado por el viaje, tenso por tener que volver a ver a su padre y conmocionado por un compromiso inesperado y especialmente inoportuno. Pasó el día siguiente preparándose mentalmente para la incómoda experiencia de conocer a su prometida, viviéndola y recuperándose después.

Por fin con su amigo y fuera del control de su padre, Draco se relajó: los hombros cayeron, el pecho se relajó, la respiración llegó al fondo de sus pulmones. Podía ser él mismo, podía sentirse normal; no necesitaba obsesionarse con cada palabra que pronunciaba ni con cada acción que realizaba.

Theo se levantó y puso los ojos en blanco.

—Ahora voy a abrazarte, —dijo, avanzando.

—¿Tienes que hacerlo?

—Un año es jodidamente demasiado tiempo. Te voy a dar un abrazo.

Draco lo permitió. Ni siquiera se atrevía a fingir enfado; había echado de menos a sus amigos. Echaba de menos esa parte de su vida en Inglaterra. ¿El resto, las partes que había tenido que soportar durante sus dos primeros días aquí? Podía prescindir de todo eso.

—Sí, sí. Yo también te he echado de menos, —dijo Draco, desenredándose y aterrizando en el mismo sitio del sofá que Theo acababa de dejar libre.

—No mandaste las suficientes lechuzas, —dijo Theo.

—Mi madre dice lo mismo. —Draco se rio.

—Narcissa es una mujer inteligente. A pesar de haberse casado con tu padre.

—Sí, bueno. Parece que nadie es perfecto.

El silencio que siguió recordó a Draco los muchos momentos en que se dio cuenta de que su padre no era, en realidad, perfecto. Sabía que Theo seguramente había experimentado algo parecido con el difunto patriarca de los Nott.

—Levántate, —ordenó Theo.

—Esta es la primera oportunidad real que tengo de relajarme desde que volví. —Una pausa. Una súplica—. No me obligues.

—¿Dormir en tu mansión sigue siendo problemático?

—¿No lo es para ti?

Theo sonrió, la cara de la oposición.

—Una pesadilla literal. Pero no dejaremos que eso nos detenga, ¿verdad? Levántate.

—Te odio.

—No es cierto. Soy tu mejor amigo.

Theo sacó su varita.

—¿Planeas maldecirme, mejor amigo? —preguntó Draco levantando una ceja.

—Si no te levantas.

—Elijo a Blaise como mi nuevo mejor amigo.

Theo ladeó la cabeza, con la varita no apuntando exactamente a Draco, pero desde luego tampoco a él.

—Es justo, —concedió Theo—. Blaise también es probablemente mi mejor amigo. Hablando de eso, llegará pronto. —Envió un hechizo punzante al zapato de Draco.

—Mierda, vale. Me levanto, —dijo, renunciando a la idea de que podría tener un descanso relajante, tal vez incluso una siesta. Debería haberlo sabido; una bienvenida a casa de Theo nunca iba a ser un asunto discreto.

—Ese es el espíritu. Ahora ven, quiero enseñarte mis progresos.

Draco suspiró, obligándose a levantarse y a seguir a Theo por la mansión, deteniéndose frente a un enorme retrato del suelo al techo de uno de los antepasados de Theo, muerto hacía mucho tiempo. Casi no se parecían entre sí, severos donde Theo no lo era, y cualquier rasgo familiar que compartieran hacía tiempo que había quedado diluido por los siglos y una torrencial inundación de tiempo hacia delante.

Theo se detuvo en el borde más alejado del marco dorado y, con gran fanfarria y una enorme sonrisa de comemierda, apartó el marco de la pared, haciéndolo oscilar sobre una bisagra y revelando una puerta detrás.

—Pasaste el cuadro, —dijo Draco, con las cejas levantadas.

—Así es, —dijo Theo, dando casi un respingo al acercarse a la puerta recién descubierta—. Y ahora mira esto... —apoyó la palma de la mano en la puerta.

Draco se apoyó en la pared de enfrente, luchando contra el impulso de bostezar, no de aburrimiento, sino de verdadero cansancio que le calaba hasta los huesos.

—¿Qué estoy mirando?

—Sigo vivo, —Theo sonó emocionado, desproporcionadamente emocionado, ante aquella afirmación. Golpeó con los dedos la puerta de piedra, la golpeó una vez y luego la acarició con cariño varias veces.

—Estaba protegida, supongo.

Theo asintió, alcanzó el retrato y volvió a cerrarlo.

—Puede que estuviera un poco ansioso cuando por fin conseguí abrir el retrato. Se me derritió casi toda la mano izquierda. Blaise no estaba contento.

Draco no tenía derecho a juzgar, había varias habitaciones y objetos protegidos de forma similar en la finca de su propia familia. Pero sin embargo...

—Tu familia estaba jodida. —Una evaluación válida, de cualquier manera.

Theo se encogió de hombros, todavía desmesuradamente satisfecho de sí mismo.

—Voy a entrar en esa bóveda, aunque me mate. Quién sabe qué tipo de tesoros Nott se esconden allí.

—Y que se joda mucho tu padre por no haberte enseñado las protecciones antes de morir, —añadió Draco.

—Precisamente. Además, mientras tú has estado fuera perfeccionando tus habilidades en el continente, yo he estado haciendo lo mismo.

Draco arqueó una ceja.

Con un rápido accio, Theo invocó algo dorado y reluciente, que voló por el largo pasillo de la mansión.

—Por favor, dime que no es otro traslador, —dijo Draco—. Creo que aún estoy mareado por el último que me hiciste probar.

Theo puso los ojos en blanco y levantó una cadena entre los dos: colgando de ella, algo que parecía sospechosamente ilegal, pero maldita sea si no era interesante.

—Theo, ¿es eso un...? —Draco se acercó un paso y sintió que sus ojos se abrían de par en par al contemplar el pequeño reloj de arena encerrado en una jaula dorada.

—Giratiempo, —confirmó Theo, dando un pequeño golpe a la cadena, dejando que el giratiempo se balanceara entre ellos.

—Tengo preguntas, —dijo Draco.

Theo se rio.

—Pensé que las tendrías. ¿No es esto mejor que una siesta?

Draco optó por ignorar el ataque.

—¿De dónde lo has sacado?

—Uno de los estudios de mi padre, tenía unas salvajes protecciones repelentes a su alrededor, así que por supuesto tuve que mirar.

Por supuesto.

—¿Qué le has hecho?

Theo frunció el ceño y retiró el brazo que había estado sosteniendo el giratiempo entre los dos. Draco ni siquiera se había dado cuenta de lo cerca que había estado hasta que se lo arrebató de las manos.

—¿Qué te hace estar tan seguro de que le he hecho algo?

Draco arqueó una ceja y realizó una impresionante demostración de contención al no poner los ojos en blanco.

—Muy bien, le he hecho algo.

La ceja de Draco permaneció arqueada. Theo no podría resistirse a presumir durante mucho tiempo.

—Puede cambiar las cosas. Al menos creo que puede, aún no lo he probado.

Draco retrocedió un paso, asombrado y preocupado.

—Cuando dices cambiar... —dijo Draco.

—No te lleva en un bucle. Te lleva a otro lugar, reinicia una línea temporal, probablemente rompe varias leyes del viaje en el tiempo con las que el propio Merlín tendría problemas, pero estoy casi seguro de que eso es lo que hará.

Theo no pareció darse cuenta de la incredulidad de Draco; se limitó a mirar el reloj de arena de la cadena mientras colgaba en el aire, oscilando de un lado a otro entre ellos, un péndulo literal y figurado. Theo apartó la mirada del giratiempo.

—He estado esperando a que volvieras... no, bueno, no se lo he dicho a Blaise.

No, Draco no podía imaginar que lo hubiera hecho. Como efecto secundario de tener un toque de Vista, Blaise tendía a ser excepcionalmente cauto sobre el futuro y las cosas que podían afectarlo.

Draco soltó un largo suspiro, moviendo la cabeza de un lado a otro, sobre todo por la incredulidad. Se pasó una mano por el pelo.

—Mierda, Theo. El Departamento de Misterios no tiene idea de lo que se perdieron.

La sonrisa de Theo disminuyó, transformándose, solo por un momento, en algo parecido a un ceño fruncido.

—Bueno, ya que no querían contratarme, estoy usando mis talentos a título personal.

—Tengo otra pregunta, —dijo Draco, tirando la cautela al viento, sintiéndose imprudente—. ¿Vamos a probarlo?

—No puedo. Todavía no, —dijo Theo, con cara de auténtica decepción—. Todavía tengo que arreglarlo un poco. Pero pronto, —suspiró con una sonrisa—. Sabía que podía contar contigo para hacer alguna estupidez conmigo.

Draco sabía que era una estupidez, una auténtica idiotez, para ser sinceros. Pero si estaba destinado a continuar un legado familiar, casarse con una desconocida y pudrirse en el mausoleo de una mansión que tenía el honor de llamar suya, al menos podía permitirse una pizca de idiotez, alimentada por una intensa curiosidad.

—Bueno, si consigues que funcione antes del mes que viene quizá puedas librarme del puto proyecto de desmantelamiento del Ministerio.

—¿La Mansión Malfoy está lista?

—Empieza el mes que viene.

Theo enrolló la cadena de oro del reloj de arena alrededor de la amplia superficie de la palma de la mano, una, dos, tres veces, hasta que sostuvo el pequeño reloj de arena en el puño. Allí parecía mucho más pequeño, más parecido a un juguete y menos a la magia experimental extremadamente ilegal que era en realidad.

—Entonces... ¿encontraron a alguien dispuesto a hacerse cargo de tu patrimonio? —dijo Theo. Luego, con una burla añadió—. Solo les llevó cuatro años.

El giratiempo desapareció en el bolsillo de Theo. Draco no podía apartar la vista de los destellos de oro mientras se movía.

Draco resopló. Sin duda habían encontrado a alguien para hacer frente a la Mansión Malfoy.

—Supongo que a Lucius tampoco le hace gracia, —dijo Theo antes de invocar a un elfo doméstico y pedirle champán. El elfo apareció y desapareció con uncrack.

—Pude oírle gritar a través del Flu desde un ala diferente cuando le dijeron quién se ocupará de nuestra finca.

—¿Y bien? —preguntó Theo—. ¿Quién?

—Hermione Granger.

Theo no dijo nada, no al principio. Se movió sobre los pies y Draco oyó la cadena del temporizador deslizándose en su bolsillo, recordándole a Draco su presencia.

—¿En qué coño están pensando?

Draco no lo sabía. Se había preguntado lo mismo cuando su madre se lo contó, explicando la ira de su padre con excusas sobre la sorpresa, el estrés y la falta de respeto a su hogar familiar. Pero no tenía sentido que enviaran allí a una bruja que había sido torturada allí, que tenía una historia tan desafortunada e íntima con la propiedad y la familia vinculada a ella.

Mientras que, por desgracia, el número de personas que experimentaron la tortura en su casa era decididamente más que cero, los tres ocupantes actuales incluidos, no parecía que sería una tarea imposible encontrar un alma competente que no había experimentado tal cosa en su casa para hacer el trabajo.

—Hermione Granger, —repitió Theo como un loro, con algo de nostalgia y asombro en la voz—. Va a llevarle años.

—El pensamiento se me pasó por la cabeza.

—No, en serio, —continuó Theo—, entre la cantidad de mierda loca que tu familia ha coleccionado a lo largo de los años y su... llamémoslo atención al detalle... pasarán años antes de que el Ministerio libere la mansión.

Draco flexionó la mandíbula, completamente consciente de todas estas cosas. Eran algunas de las primeras cosas que había pensado.

—¿Crees que sigue siendo tan horrible como solía ser? —preguntó Theo.

—Dudo que pueda ser peor.

Las uñas de Draco se clavaron en su palma, escociendo: un puño que ni siquiera se había dado cuenta de que había cerrado.

—No somos tan horribles como solíamos ser, —dijo Theo.

—No tengo ningún plan para llamarla de esa manera, si eso es lo que estás sugiriendo.

—Lo sé. Tal vez podrías decirle algo de...

—No va a pasar.

Theo esbozó una pequeña sonrisa, forzada y rígida. Asintió.

El elfo reapareció con una botella de champán. Theo dejó escapar un sonido de alivio al aceptar una copa, agradeciendo profusamente al elfo, y luego obligó a Draco a beber champán.

—Bueno, bienvenido de vuelta, —dijo Theo levantando un poco la copa en señal de brindis, con cara de lástima—. ¿Quizás no sea tan malo como piensas?

Draco se rio y se bebió el champán de un solo trago, con una mueca de dolor por el asalto de las burbujas contra su garganta.

—Tal vez deberías hacer que ese giratiempo funcione y podamos evitar a Granger y el desmantelamiento por completo.

—Dices que nosotros...

—Me senté frente a este cuadro y te vi intentar desmantelar esas protecciones durante dos años. Si tengo que sufrir a Hermione Granger destripando mi casa ancestral, tu trabajo es distraerme.

Theo frunció el ceño.

—Ella testificó por ti.

Draco también frunció el ceño.

—Planeo evitarla tanto como pueda. Puede que ni siquiera me fije en ella si me esfuerzo lo suficiente.

Theo sacó el giratiempo del bolsillo y volvió a dejarlo oscilar entre sus dedos.

—¿Qué cambiarías? —preguntó Draco, distraído por el metal brillante una vez más.

Theo se encogió de hombros.

—No estoy seguro. No lo sé. Es mucha presión, ¿verdad? La idea de cambiar algo. ¿Tú?

—No lo sé. ¿Todo? ¿Nada? ¿Lo suficiente? —dijo Draco. Sabía a qué se refería Theo. La idea de cambiar el tiempo, de repente tan grande, tan abarcador, le parecía completamente surrealista.

—Bueno, tenemos tiempo para averiguarlo.

Draco casi se sobresalta, golpeado tan ferozmente por las mismas palabras que le había dicho a Astoria el día anterior.

Theo le guiñó un ojo, claramente inconsciente de la pequeña conmoción que acababa de provocar en el sistema de Draco.

—Intentaré tenerlo listo antes de que Granger te destroce la vida.

A lo mejor en ese momento cambiaría: encontraría la forma de mantener a Granger lejos de su casa. O tal vez optaría por algo más pequeño, como la mentira que le había dicho a Astoria: que ya lo averiguarían. O tal vez elegiría el momento en que regresó a Wiltshire y en el que, en lugar de marchar directamente al despacho de su padre, esperó a que lo llamaran. O quizás más atrás, durante la guerra, antes de la guerra. Tantos momentos. Tiempo insuficiente.