El portal del árbol se abrió, iluminando la solitaria zona de los Caminos Bajos. En este momento, todos los exploradores estaban en la ciudad. La zona de reconocimiento actual estaba bajo su supervisión, así que su aventura en solitario había sido sencilla y sin contratiempos. Y no es que los reclutas fuesen holgazanes y descuidados. Que lo eran, pero no porque quisieran. No tenían su experiencia, así que velar por ellos en sus aventuras podría llegar a ser un poco laborioso. Nada de que quejarse. Solo que sus aventuras independientes le venían de perlas.
Se sacudió la arena de Shurima. No había caído en cuenta de lo agradable que era la temperatura de su hogar, en comparativa al inclemente sol del desierto donde había estado.
Sacó de su pequeña mochila el objeto que había buscado. Su «misión de explorador». Y no era nada más y nada menos que una seta del desierto. Bueno, en realidad era una especie de ramo con muchas setas. Las acercó a su rostro y las olió con endeble gusto. Si. Era el hongo que buscaba.
Era difícil comerciar en Shurima. El duro estilo de vida en algunas ciudades o pueblos hacía de los negocios un duelo de ofertas y demandas. De tratos y pactos. Por suerte, había detectado a esos comerciantes con los hongos en una misión hace varias semanas atrás. Lo fijó en su diario como una opción cuando los movimientos de los reinos en Runaterra estuviesen calmos. Su espera dio frutos. Y su misión, un éxito.
Guardó su premio en su mochila de nuevo y dio marcha hacia la ciudad.
Era de mañana. Sonreía, pues al fin podría preparar esa sopa que tenía planeado comer con Tristana. Le había insinuado que él podría preparar la mejor sopa de hongos de su vida. Ella, como siempre, le tildaba de loco por creer que una planta como esa podría superar a la suculenta pieza de carne asada a la especia roja. Solo se cruzó de brazos, mientras su sonrisa no bajaba. En cuanto consiguiera el ingrediente principal, iría por ella, y le daría de comer el mejor manjar del mundo: la super mega especial sopa de hongos picante.
No tardó en llegar. A pesar de su apariencia esponjosa y peluda, era alguien con muy buena condición física. Estaba orgulloso de la rutina de los exploradores. Algo que adaptó a su vida diaria.
Cuando entró a la ciudad, muchos le recibieron de buena gana. Saludos por aquí y por allá. Una señora yordle en un puesto de verduras le lanzó un tubérculo, atrapándola en el acto.
–¡Hoy invita la casa, dulzura!
–¡Gracias, señora Llyssi! – y se lo guardó en la mochila. Un ingrediente menos para la preparación.
Llegó a casa de Tristana. Doble piso, una lagartija amarrada cerca de una casa pequeña y señas de explosiones en el patio. Podría identificarla incluso si esta fuese remodelada. Todo tenía el nombre de ella.
Se ajustó el gorro y respiró hondo. Tocó la puerta.
De dentro se escuchó clic. Luego una detonación. Después una maldición. Y a los segundos, unos pasos se acercaban a la puerta, para al abrirla, ver a Tristana con la cara chamuscada y el cabello levantado hacia arriba junto con sus orejas. Tenía el ceño fruncido, escupiendo de su boca un poco de humo. Le miró con molestia. Teemo solo pudo hacerse pequeño en su lugar, sonriendo de forma nerviosa.
–Em, ¿interrumpo algo? – Tristana suspiró, quitando su expresión amarga y aflojando los brazos.
–Ya no. Ven. Pasa – se hizo a un lado para cederle el paso. Al entrar, notó parte de la cocina chamuscada. Lo curioso, es que no había nada de platos o cubiertos, solo su cañón, donde ahora se encontraba en el suelo de la cocina –. Me dio flojera ir por mis herramientas, así que intenté usar un tenedor para remover una pieza. Como verás, sin éxito – dijo, limpiándose la cara con una toalla remojada.
–Eso veo – puso la mochila en la mesa, abriéndola y sacando los tubérculos y las setas –. ¿Te acuerdas de la discusión que tuvimos la última vez? – agitó el manojo a la altura de su rostro – Pues aquí las traje – el tono cantarín solo hizo fruncir su rostro a la yordle.
–Ay no – tomó su cañón y lo dejó al lado de la entrada trasera, para después sentarse en una de las sillas de la mesa del comedor –. ¿En serio fuiste a por el hongo?
–No podría dejarte con la duda. ¡Verás al capitán Teemo preparar la mejor sopa de hongos en la historia de Bandle! – Se quitó el gorro y tomó otro de su mochila. Este siendo especial para la cocina.
–¿Tienes un gorro especial para cocinar? – dijo con una media sonrisa. Teemo se propuso a limpiar y quitar lo chamuscado del área. Al voltearla a ver, chocó dos tenedores de su mano como si fuesen pinzas.
–Un explorador siempre debe de estar preparado. Hasta para hacer una buena sopa.
–Lo que hace tu obsesión por las setas – a pesar de su tono de reproche, en verdad le daba risa esa parte de su amigo. Y no es que fuese molesto. Bueno, lo era. Pero la afición de Teemo por esas plantas rallaba en lo absurdo. Un hobby muy raro. Aunque, si le podía sacar provecho a ello, incluso en el campo de exploradores, pues que mejor –. A ver, deja te ayudo.
–Traje otro gorro por si acaso – pasaba una servilleta de tela por la superficie de madera –. Supuse que serviría.
–Eres un paranoico – sonrió. Y se puso el gorro.
–Preparado – sonrió a ella –. Bien, necesitamos…
Y así pasaron el final de la mañana cocinando. Teemo le mandaba ordenes de que tener a la mano y como cortarlo. Calculando el fuego bajo la olla para dejar a buena temperatura la cocción de los ingredientes y la implementación correcta de las especias. Un trabajo compartido que se sentía natural. Y lo era. Los dos, a veces, hacían viajes y misiones, teniendo la costumbre de compartirse la comida. En ocasiones cocinando para el otro cuando la misión se extendía más de lo necesario.
Después de un rato, dejando la última pizca de especias, el yordle cerró la olla con la tapadera y suspiró con satisfacción pasándose el antebrazo por la frente.
–Listo. Solo nos queda esperar a que se impregnen los sabores y tendremos una sabrosa comida de hongos.
Tristana hizo lo mismo, quitándose la tela de la cabeza en el proceso. Era sorprendente lo que se podía hacer con los ingredientes correctos.
–¿Seguro que los pimientos les dará un buen sabor? – miró la tabla para picar verduras, donde se miraban algunos de estos cortados en líneas rectas – Ya de por sí las especias le darán picor.
–Tranquila. Los hongos que traje neutralizarán el picor y le darán un toque más suave. Hará que la sopa tenga un rico sabor. Confía en mí.
–En ti lo hago. Pero no sé qué tanto lo hará mi estómago.
–Veras que sí.
Dejaron hirviendo la olla. Tristana se levantó por dos vasos de agua, ofreciéndole una a su amigo.
–Tan optimista como siempre – ambos tomaron asiento. Teemo rápido bebió su vaso de agua, y lo hizo con ganas. No era para menos. Había llegado directo a su casa sin si quiera beber algo antes en el camino. Estaba sediento –. Por cierto, Lulu vino de visita.
–¡Genial! – Tristana iba a beber del suyo, pero al ver como su amigo se tomó todo de golpe, decidió que mejor también le dejaría su parte – Supongo que contó muchas de sus aventuras.
–Y lo hizo – Teemo volvió a beber agua –. Y trajo a Veigar con ella.
Escupió el agua con fuerza mientras tosía. Por suerte, la yordle sabía que esto pasaría, por lo que a tiempo se ocultó bajo la mesa con las manos en su cabeza, minorizando la lluvia de agua y saliva. Teemo tardo unos segundos en recuperarse, aun tosiendo, pero bajando el nivel de intensidad poco a poco.
–¿Cómo que con Veigar?
–Si. De hecho, son muy buenos amigos a como pude ver.
–¿Cómo es eso posible? Veigar no tiene amigos. ¡Yo intenté ser su amigo!
–Sabiendo el temperamento que tiene, es normal que no lo fueras.
–¿Por su temperamento?
–Por tu fascinación excesiva a los hongos.
–Ah. ¡Oye!
–Hey, que soy tu amiga. Y sé lo fastidioso que puedes ser con ese tema. Ahora imagina a alguien como Veigar escuchándote los múltiples usos que le das a esas cosas y con datos enteramente irrelevantes sobre ellos.
–Veigar es casi un erudito – sacó un hongo de su mochila. De peluche. Y lo abrazó con fuerza –. Yo solo pensé que le gustaría saber de las grandes utilidades y grandes beneficios de los hongos.
–… ¿Estás abrazando una seta?
–Es mi hongo apapachable. Lo uso cuando me siento mal.
–Ay, por el amor de… – le quitó el hongo de sus manos y lo lanzó hacia los sillones.
–¡Mi honguito!
–¡Deja los hongos por un rato! – le jaló la oreja izquierda.
–¡Mi oreja!
–¡A veces me pregunto por qué eres así! – le estiró más la oreja, haciendo lagrimear de dolor a Teemo – ¡Tu obsesión por esas cosas es una exageración!
–¡Solo estás celosa porque tu cañón solo sirve para prender fósforos! – al momento, se tapó la boca por su imprudencia. Sabía que lamentaría lo que había dicho. Y la boca abierta de sorpresa de Tristana le dijo todo.
–¡No te burles de Boomer! – y le estiró más, haciéndole casi caer de la silla.
–¡Ay, ay, ay, ay, ay!
–¡Qué clase de capitán estás hecho, por Dios! ¡Debería de llamarte «capitán fúngico»!
–… ese apodo me gusta. ¡Espera, no! – y ahora sí, la yordle lo tumbó al suelo. Los refunfuños femeninos y las quejas masculinas se siguieron escuchando.
Media hora después, la comida estaba lista. Los platos estaban rebosantes, y se veía delicioso a ojos de Tristana. Teemo sonreía sentado al frente de ella, con su propio plato y la oreja vendada con un poco de gasa. Tristana le miró y él sonrió, estirando la mano, señalando el plato humeante.
–Haz los honores.
Ella no lo pensó más. Metió la cuchara en la sopa y bebió de ella con avidez. La explosión de sabores inundó su boca, abriendo los ojos con desmesura.
–Está delicioso…
–Jejeje. Sabía que te gustaría – y el sorbió de su propia cuchara.
–El picante es sutil y la textura de la sopa es como una caricia. No pensé que su sabor fuese así de vibrante.
–Capitán fúngico sabe de comida, ¿eh?
–¿Quieres que jale tu otra oreja? – le entrecerró los ojos.
–Capitán Teemo quiere seguir con sus dos orejas. Gracias – dijo levantando sus manos, pidiendo son de paz.
–Bien dicho – y ambos empezaron a comer.
Pero el gusto les dio poco. A los minutos, gruñidos y maldiciones se empezaron a escuchar fuera de la puerta de Tristana. Los dos se miraron con desconcierto, hasta que esta se abrió de golpe, viendo a una Lulu toda nerviosa, casi asustada, mientras Veigar se agitaba en el aire flotando por ella con total violencia mientras insultaba y soltaba adjetivos calificativos muy pintorescos entre ellas a diestra y siniestra, en evidente estado iracundo. No ayudaba que a veces soltaba palabras en otro idioma entre tanta perorata. Lulu le sonrió nerviosa a Tristana, en una disculpa silenciosa, para volver a Veigar con una expresión ahora más centrada. Aunque no ayudaba que el pequeño mago no dejara de insultar hasta a los muertos de los muertos.
–¡Veigar, tranquilízate ya! – lo sacudió con su bastón, haciendo que se moviera con brusquedad en el aire. Pero parecía no funcionar. Lulu, partidaria de la diversión y la nula violencia, se vio sin opciones, bajando al mago hasta su altura y, aun con oraciones vulgares e insultos, le golpeó con fuerza en la cabeza. No como para dejarlo inconsciente, pero si para que volviera en sí – ¡Veigar, basta!
El mago se quedó quieto, en silencio y sobándose la cabeza. Vio a Lulu con sorpresa, no esperado haber sido silenciado por un golpe de ella. No así. Y sí que le dolió ese bastonazo. Una lagrima furtiva se le estaba escapando de su ojo. Iba a hablar, pero la mano de Lulu en alto le hizo detenerse.
–Si vas a hablar, terroncito de café concentrado, más vale que sea con palabras y oraciones aptas para menores de edad. Si no es así, absténgase a soltar alguna palabra. ¿Quedó claro? – Veigar iba a hablar otra vez, pero el bastón de Lulu volvió a estar en alto – ¿Quedó claro? – y para él, quedó más que claro. Asintió y se cruzó de brazos.
Lulu sonrió complacida y bajó a su amigo por fin. En cuanto dejó de usar su magia, sintió mucho alivio. Al fin logró tranquilizarlo. Aunque lamentaba no haberlo hecho frente a toda la ciudad. Literal, los pobres niños les tocó escuchar toda la poesía vulgar y mal sonada de Veigar por todo el camino. Debió haberlo transformado, pero no quería alterarlo más de lo que ya estaba.
–¿Qué está pasando, Lulu? – Tristana se había olvidado de la sopa, levantándose de la silla y yendo hacia la hechicera. Aunque Teemo se llevó su plato con él, acompañándola.
–Bueno, digamos que han pasado algunas cosas que no esperábamos.
–Debió de ser algo fuerte como para que Veigar se viera con rabia – Teemo se percató del fruncimiento en el rostro del aludido. Carraspeó su garganta –. Bueno, no lo digo para burlarme. En verdad te veías muy enojado – y tomo un sorbo de su comida –. ¿Sopa?
Veigar iba a responder de mala gana, pero en verdad, después del shock, y en todo el camino andar gritando para quitarse el susto y el miedo, lo único que pudo hacer fue bajar los brazos con cansancio y asentir con la cabeza. No tenía ganas de hablar en este momento.
Teemo no perdió tiempo y fue por un plato limpio y lleno. Nada como una buena sopa de hongos para aliviar el mal humor.
Los tres restantes se sentaron en la sala. Veigar de brazos cruzados y con la cabeza agachada, usando su sombrero para cubrirle el rostro. La mano de Lulu le acariciaba la rodilla, en un consuelo silencioso y en forma de apoyo. Tristana estaba al frente, mirando a los dos aun con la interrogante en su cara. No era común ver al mago en ese arrebato. Bueno… lo era. Pero usualmente era acompañado con truenos, cometas oscuros y risas malvadas. Y de esos tres, los tres le hacían falta.
–¿Entonces? ¿A qué viene esta visita tan llamativa?
–Bueno – Lulu tomó la palabra. Veía a su amigo muy indispuesto en este momento –. Veigar llegó hace dos días a Bandle. Lo encontré mal herido en la madrugada dentro del bosque. Le ayudé a sanar, pero hubo un problema con su magia – dejó de acariciarle la rodilla para darle espacio a Teemo en ofrecerle un plato de sopa. La recibió sin mirarle, pero se sorprendió, de forma grata, que también le había traído un plato para ella – Uh, sopa de hongos. ¡Rico! – bebió de la cuchara, y una exclamación de sorpresa alegre salió de su boca – ¡Exquisito!
–¿Verdad que sí? Receta del capitán fúngi…
–¿En qué ibas, Lulu? – le interrumpió Tristana, pellizcándole en el brazo. El yordle solo pudo quejarse y tirar manotazos al aire antes sentarse al lado de ella.
–¡Ah! Bueno, Veigar llegó mal herido y con problemas con su magia – bebió otra cucharada. Estaba rica –. Pude notar un cambio en la magia inherente de su cuerpo. No logré detectar su origen o su problema. Supuse que con dos días de reposo, volvería a su estado normal, pero nos quedamos con la sorpresa que, bueno… Veigar no puede usar magia.
–¿No tiene magia? – preguntó Tristana. Lulu negó con la cabeza.
–No. No puede hacerla – corrigió –. Al principio también lo pensé. De hecho, fue Veigar quien lo notó en primera instancia. Pero eso no es posible.
–Somos criaturas que estamos siempre impregnadas de magia – habló Veigar, sorprendiendo a los dos yorldes al frente –. Somos criaturas casi hechas de magia. Nuestro cuerpo está siempre con flujo mágico.
–Pero Veigar no puede usar hechizos. Significa que no tiene acceso a su propia magia. Pensé que podría tener otras opciones – miró al mago, que solo agachó la cabeza comiendo la sopa. Pensó un poco, pero era mejor no dar esos detalles personales sin su autorización –, pero si no pudo hacer un hechizo, ni con su magia ni con la que adquirió, entonces seguro era otra cosa.
–¿Magia adquirida? – Teemo fue el siguiente en preguntar. Veigar solo respondió a medio bocado.
–Larga historia.
–Entonces – continuó Tristana –, ¿me estás diciendo que todo esto fue porque Veigar descubrió que no puede hacer hechizos mágicos? ¿No puede hacer nada de magia?
–Nada de nada de nadín – corroboró Lulu.
–Pero, ¿cómo es eso posible? ¿No que los magos pueden reconocer y hacer magia con los conocimientos que adquieren?
–Los magos podemos reconocer maldiciones también – habló Veigar de nuevo, dejando el plato vacío en la mesa al frente de ellos –. Los que han aprendido tanto, como yo, podemos hacerlo. Pero no puedo detectarla en mí. Es como si nunca hubiese aprendido magia. Es como si…
–¿Como si a un artillero se le olvidara cómo funciona su cañón? – dijo ella. Él asintió.
–Algo así. Como si conocieras por completo tu arma, pero se te olvidara donde está su gatillo. Y al intentar desmantelar el arma, aunque recuerdas todo, sientes que no lo puedes volver a armar – completó el mago.
–¿Y no tienes el conocimiento para poder recuperarte? ¿No hay alguna magia que te ayude? Digo, por algo eres un mago.
–No. Porque sé cuándo alguien me ha tirado una maldición. Mi cuerpo lo siente – se miró a si mismo las manos –. Es como una ansiedad que quema. No duele, pero se puede sentir. Es algo que pude aprender… con los años – la mano de Lulu se apoyó en su rodilla de nuevo. Veigar alzó la vista, encontrándose con los ojos compasivos de ella. Y con la boca llena, inflada de sopa de hongo.
–Pero no sé por qué trajiste a Veigar aquí en primer lugar, Lulu – la hechicera tragó grueso su sopa. Solo atinando a sonreír con timidez y con algo de pena –. Además, no sé si sea buena idea recuperar la magia del enano problemático.
–La verdad no lo pensé. Me dieron nervios y lo primero que se me ocurrió fue traer a Veigar acá – confesó ella –. Pero creo que ya sé en qué pueden ayudarnos.
–¿Ayudarnos? – repitió su palabra, escéptica.
–Sip. Quiero ayudar a Veigar a recuperar sus habilidades mágicas – sinceró. Ella no lo notó, pero el mago le miraba de reojo bajo su sombrero –. Él necesita mi ayuda, así que le ayudaré dentro de lo que pueda.
–Pero ni si quiera hemos aceptado – Tristana se cruzó de brazos –. Como dije, me parece mejor que Veigar se quede sin sus trucos mágicos. Es mejor para todos.
–Tristy…
–Además, sería un problema menos también para Runaterra. Que no creo que sea el villano más peligroso de todos, pero sería una molestia menos. Sin mencionar que… ¡¿Qué diablos pasa contigo?!
Las últimas palabras de Tristana confundieron a Lulu, pero al ver a su derecha, pudo comprenderlo. Y no pudo más que taparse la boca de la impresión. Teemo incluso abrió un poco sus ojos por la sorpresa.
Veigar estaba de rodillas, con las manos en el suelo y la cabeza inclinada. Una clara señal de súplica y de rendición. Tristana no soportó eso.
–¡¿Y a ti que mosca te picó?!
–Necesito mi magia – dijo sin alzar la vista.
–Eso lo sabemos.
–Soy un mago, Tristana – se refirió a ella con su nombre. Eso era serio –. Es lo que soy. Lo que he sido desde hace siglos – los tres vieron como sus brazos temblaban, a la vez que las garras de los guantes rasgaban la parte superficial de la madera –. Si no soy un mago, si me quedo sin mi magia, si dejo de ser lo único que se me permitió ser desde… – se interrumpió a sí mismo. Lulu entendió lo que quiso decir. Guardó silencio, esperando a que continuase – Solo, déjame volver a recuperar lo que me hace ser yo. Lo que me identifica.
Los tres siguieron en silencio, asimilando las palabras que Veigar soltó de rodillas, con la cabeza aun en el suelo, siendo muy discordante con su personalidad altanera y egocéntrica. Para que el yordle estuviese en esa posición, ha de significar bastante para él.
Y quien dio un paso al frente, fue la misma quien decidió tenderle una mano en primer lugar.
–Intentaré ayudarte – se inclinó hacia él, tocando su hombro con delicadeza –. Encontraremos a alguien que pueda ayudarte con este problema. – aplaudió repentinamente emocionada – ¡Oh! Conozco algunos amigos que nos pueden ayudar. Pero están escondidos u ocupados en sus tierras.
–Lulu… – Tristana la miraba con preocupación. Pero también, contrariada. La hechicera sacó aire de sus pulmones.
–Sé que no es el yordle más cooperativo – apretó el hombro del mago, aun manteniéndose firme en su decisión –, pero sigue siendo mi amigo. Y voy a ayudarle.
–¡Yo también! – las dos miraron a Teemo. Una con alegría y la otra con sorpresa –. Un explorador siempre está al servicio de quien lo necesita.
–¡Teemo! – la artillera no pudo evitar reclamarle. El capitán de los exploradores dio un paso al frente.
–¿Cómo podría nombrarme capitán si no puedo ayudar a un yordle en problemas? – se puso recto, haciendo el saludo de los Exploradores de Bandle – ¡Capitán Teemo está listo para el servicio! – Veigar no dijo nada, manteniéndose en su sitio. No obstante, Lulu pudo notar como el musculo de su hombro se relajaba, mandando un mensaje indirecto a la hechicera.
–Gracias, Teemo – dijo ella.
Volvió la cara a Tristana, que ahora se sentía más contrariada que antes. Una cosa es que Lulu se metiera en esos líos. No importaba, porque era normal en ella. Pero que incluso Teemo estuviese a favor… eso ya la ponía entre la espada y la pared. Moralmente hablando.
Veigar no le caía bien del todo. Era problemático, molesto, y esas ambiciones suyas eran de preocupar. Reconocía que él poseía un poder que era de temer. Pero era Veigar. Lo más malo que había hecho en Bandle era destruir un macetero ancho porque la vendedora se había equivocado de semillas. Nunca lastimó a un ciudadano. Salvo ella en el duelo, claro está.
Pero también le vio derribar a un gólem de piedra con uno de sus hechizos. Algo que todo su escuadrón de artilleros no pudo hacer. Y fue ahí cuando realmente empezó a replantearse del verdadero peligro que el yordle podría llegar a ser.
Pero aquí estaba, frente a ese mismo yordle, en el suelo, pidiendo ayuda de la forma más humillante. Además de estar de su lado una loca hechicera y un experimentado explorador con conocimientos amplios de hongos… y sus venenos.
Se maldijo a sí misma por tener unos amigos tan raros.
Hizo un chasquido con su boca, cruzándose de brazos. Rendida.
–Bien, bien, bien. Ayudaremos al enano – Lulu y Teemo sonrieron felices –. ¡Pero con una condición!
Se hizo hacia adelante, inclinándose al igual que Lulu, pero en vez de estar al lado, se puso al frente del mago. Respiró antes de hablar. No le gustaban las palabras que iba a decir, pero eran necesarias. A fin de cuentas, era Veigar de quien hablaba.
–Te ayudaremos. Pero si llego a detectar que traicionarás a alguno de mis amigos, yo no tendré consideración alguna.
Veigar no dijo nada. Manteniéndose donde mismo. Ella no necesitó esperar. Solo debía enviar el mensaje.
–Bien. Dicho esto, debemos de planear que hacer – se irguió.
Continuará...
