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Mayo
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En otra serie de acontecimientos que Draco nunca habría imaginado antes de enredarse en una relación con Hermione Granger, se encontró sentado en casa de Harry Potter en el aniversario de la Batalla de Hogwarts.
Extrañamente, Draco ya había visitado Grimmauld Place una vez, cuando era muy joven, acompañando a su madre a la propiedad tras el fallecimiento de su tía Walburga. Narcissa había calificado la casa de insalvable y había puesto sus ojos en propiedades más nuevas de la ciudad, por si deseaban invertir en el sector inmobiliario londinense. Draco recordó su sorpresa cuando su tía Bellatrix tampoco reclamó nunca la decrépita y vieja casa, dejándola abandonada hasta que Harry Potter y su siempre justiciera banda de Gryffindors se instalaron en ella.
Sentado ahora en la casa, Draco encontró claramente desorientador e inquietante el choque entre el clásico diseño de interiores aristocrático de los sangre pura y lo que solo podía suponer que era el intento de la Comadreja de hacer el espacio menos, bueno, inductor de pesadillas con una colección de cojines excesivamente mullidos.
El nerviosismo le mordía la piel: un constante y punzante recordatorio de que no pertenecía a esa gente, especialmente ese día. Hermione había insistido en que sería una reunión pequeña, que simplemente les gustaba pasar tiempo juntos en un día difícil, comiendo y bebiendo algo. Parecía incapaz de comprender que su presencia debía ser ofensiva y grotesca, que no sería bienvenida. Sus protestas chocaban inútilmente contra el optimismo que ella llevaba como una armadura.
Podría haberse sentido orgulloso de haberla hechizado tan a fondo para que ignorara su horrible historia, si no fuera porque aquellos hechizos lo habían llevado al salón de Harry Potter, merodeando por un rincón alejado e intentando pasar lo más desapercibido posible.
Un borrón de pelo rosa se lanzó sobre el brazo de su silla, con unas manos diminutas que se agarraban para agarrarse mientras Draco oía un uff sin aliento por el impacto. Teddy Lupin lo miró, con el pelo rosa fundiéndose en un extraño rubio blanquecino.
—¿Por qué estás en la esquina? —preguntó Teddy.
—Me estoy escondiendo.
Teddy arrugó la nariz, mirando hacia la puerta como si esperara que Andrómeda apareciera en cualquier momento para arruinarle la diversión.
—¿Es por las verduras? No puedo comer más dulces hasta que coma mis verduras. Lo dice la abuela.
Draco soltó un grito de asombro fingido.
—¿También hay verduras? Razón de más para escondernos, ¿no crees?
—Quiero jugar fuera.
—Tú y yo, chico. Un partido de Quidditch haría maravillas con mi estrés ahora mismo.
Teddy rebotó contra el reposabrazos, con los ojos muy abiertos por la emoción.
—¿Juegas al Quidditch? El tío Harry juega al Quidditch. Es el mejor...
—No nos precipitemos. Potter no es el mejor. Es adecuado y exasperantemente afortunado.
—Hablas... raro.
Draco suspiró, haciendo una mueca de dolor.
—Lo siento... no hablo con muchos niños. Solo quiero decir que no es el mejor. Jugué contra él en la escuela.
—¿Le ganaste?
—Bueno... hubo una vez...
—¿Hubo? —preguntó Potter desde la puerta, con las cejas levantadas por encima de sus estúpidas gafas.
—Sí. Hubo.
—¿Fue esa la vez... bueno, una de las veces que estaba inconsciente?
Draco vaciló. Sinceramente, no estaba seguro.
Estaba claro que Potter no esperaba una respuesta; entró en la habitación y se dejó caer en un sofá cercano.
—¿Qué estáis haciendo aquí? Hay comida abajo en las cocinas si tenéis hambre.
—Nos estamos escondiendo, —dijo Teddy antes de lanzarse al centro del cuerpo de Potter.
Potter emitió un sonido estrangulado con el impacto, pero se rio mientras levantaba al chico y lo volvía a plantar en el suelo.
—¿Tenéis sitio para uno más? —preguntó Potter. Teddy asintió con entusiasmo—. Entiendo por qué Malfoy se esconde, pero ¿por qué estás tú aquí, Teddy?
—¿Sabías que Draco es mi primo? —preguntó Teddy, ignorando por completo la pregunta de Potter—. Es muy guay.
—Primo hermano lejano, —dijo Draco en voz baja. Agarró un hilo suelto del brazo de la silla, lo frotó con dos dedos y se esperó lo peor. No podía prever nada bueno de la decisión de Potter de pasar tiempo voluntariamente solo, bueno, casi solo, en la misma habitación que Draco.
Y nada menos que en el aniversario de la Batalla de Hogwarts.
Potter no le dedicó a Draco ni una segunda mirada. En lugar de eso, se tumbó de lado en el sofá, todavía con Teddy.
—Es guay, ¿eh? ¿Qué le hace tan guay, entonces?
—Su pelo.
—Creía que te gustaba mi pelo, —dijo Potter.
—El suyo es más guay.
Probablemente eso no debería haber complacido a Draco tanto como lo hizo.
Potter pareció reflexionar sobre ello antes de pinchar a Teddy en el estómago, haciendo que el niño saliera corriendo de su alcance con una risa estridente.
—¿Qué más tiene de guay Malfoy?
—Tampoco le gustan las verduras.
Draco oyó a Potter reprimir una carcajada. Entrecerró los ojos en la dirección general de Potter, pero no tenía una gran línea de visión desde su asiento en la esquina. Solo podía ver a Teddy, animado y emocionado, hablando de Draco como si no estuviera allí. Más que eso, siendo adorablemente elogioso al respecto.
Suponía que los niños no eran tan malos. Al menos no venían con opiniones predispuestas sobre él, su familia o su pasado. Teddy simplemente lo veía como un primo con el pelo guay al que no le gustaban las verduras, que, para ser justos, era todo lo que alguien necesitaba saber para hacer una evaluación razonable de su carácter.
—Tengo malas noticias para ti, amigo, —dijo Potter—. Definitivamente hay verduras abajo en la cocina. Y estoy bastante seguro de haber visto a tu abuela poniéndote algunas en un plato.
Teddy refunfuñó, distanciándose de Potter.
—Quiero pastel, —dijo, con el labio inferior sobresaliendo en un mohín realmente impresionante.
Potter levantó las manos en señal de defensa.
—Habla de eso con tu abuela. Yo no mando aquí.
—Pero es tu casa, —dijo Teddy con un pisotón, como si la propiedad diera a un hombre autoridad ilimitada dentro de sus muros. Aunque técnicamente, en la Mansión Malfoy y en la mayoría de las demás casas de sangre pura, eso era exactamente así.
Teddy cambio de objetivo, volvió a acercarse a Draco y le lanzo una mirada suplicante.
—Draco, quiero pastel. Dile a tío Harry que puedo comer pastel.
Oh, no.
Oh, no.
Draco no sabía si era un truco de sus habilidades de metamorfomago o simplemente un don de la ternura, pero los ojos grandes y redondos que Teddy le lanzaba, la boca convertida en un puchero una vez más, desmantelaron por completo cualquier defensa que Draco pudiera haber tenido hacia la razón.
—Potter, el niño quiere pastel.
—Malfoy... —empezó Potter, incorporándose. Sonaba aturdido y exasperado al mismo tiempo.
Draco se encogió de hombros, sabiendo ya que se la habían jugado. Apenas se había resistido.
—¿Qué? Él dijo que quiere pastel. Yo también quiero pastel. ¿Sabes qué, Teddy? Vamos a buscar pastel.
Se levantó, haciendo un gesto a Teddy para que lo siguiera y evitando deliberadamente los ojos de Potter mientras salían de la habitación.
—Puedes lidiar con Andrómeda, entonces, —gritó Potter mientras se reía.
Resultó que Teddy ya se había comido un trozo de pastel y a Andrómeda no le hizo ninguna gracia que Draco le pasara otro a escondidas.
Sin embargo, fue un esfuerzo que valió la pena. Draco y Teddy se lo pasaron en grande, aislados en un rincón de la cocina, disfrutando de un subidón de azúcar y discutiendo algunos de los puntos más delicados del Quidditch, como, por ejemplo: se llama bludger, no burra, es una palabra que podría ser malsonante y que no deberías decir cerca de tu abuela... o nunca y no, la quaffle no es la pelota más importante solo porque sea la más grande.
—
—Parecías más relajado cuando Teddy te encontró, —dijo Hermione cuando atravesaron el Flu y entraron en el piso de Draco.
Como era viernes y el día siguiente era sábado, su día con ella, Draco tenía grandes esperanzas de convertir su oferta de unas copas nocturnas en pasar la noche con ella. La apretada agenda y una letanía de compromisos hacían que retener a Hermione el tiempo suficiente para pasar la noche fuera una tarea colosal. Aún no había tenido el honor, el placer, de que ella pasara la noche en su cama. Siempre había un almuerzo que tenía planeado o una conferencia fuera de la ciudad a la que quería ir antes de pasar la tarde con sus padres o cualquier otra cosa, cualquier cosa, todo lo demás, parecía a veces, que la mantenía alejada, la mantenía ocupada.
Generaba una inseguridad que a Draco le resultaba decididamente desagradable y desconcertante. No era como si no hubieran intimado. Puede que aún no hubieran tenido una cantidad excesiva de sexo, puta agenda, pero no era como si él no supiera cómo se sonrojaba ella cuando se corría, cómo se mordía el labio hasta casi sangrar, cómo sus intentos de coherencia se disolvían en balbuceos y súplicas desesperadas demás, sí, ahí y un montón de ruidos bonitos e ininteligibles.
Y no era como si ella nunca hubiera puesto las manos o la boca en su polla, como si él no estuviera familiarizado con las curvas de su suave paladar y las cosas salvajes y peligrosas que podía hacer con la lengua. Y cómo estaba ansiosa, tan ansiosa, por aprender todas las formas de robarle el aliento, esbozando una sonrisa perversa cada vez que descubría un nuevo método.
Incluso se habían duchado juntos una vez: jabón y piel y besos perezosos contra baldosas demasiado frías mientras se arriesgaban a hacerse daño y a adoptar posturas complicadas por el mérito de haber follado en la ducha.
Ni siquiera quería que pasara la noche exclusivamente para tener sexo. Claro, eso sería agradable, más que agradable, alucinante, supuso. Pero en las escasas oportunidades que había tenido de abrazarla después de uno o varios orgasmos, Draco descubrió una nueva pasión por tenerla entre sus brazos, por enterrar la cara en sus rizos, por apretarse tanto que podía sentir los latidos de su corazón contra el suyo, todo lo demás a su alrededor en absoluto silencio mientras los imaginaba sincronizándose.
La solución de Draco vino en forma de regalo, una ofrenda para demostrarle que ella significaba algo para él, que eso era algo, por difícil que fuera articularlo. Encontró un precioso collar en una de las muchas bóvedas de su familia, seleccionado por sus rubíes, algo apropiadamente Gryffindor para el color de su alma. Él mismo lo revisó en busca de magia oscura, solo para asegurarse de que su regalo no hiciera daño.
Puede que la hubieran criado muggles, puede que no tuviera toda una vida de prácticas de cortejo de sangre pura arraigadas en el cerebro, pero seguía siendo una bruja culta. Sabría lo que significaba dar y aceptar herencias familiares. Tenía que saber que dar algo así significaba que su horizonte temporal era más largo de lo que se sentía cómodo admitiendo, a decir verdad.
—Me gusta Teddy, —dijo.
—Es muy divertido. A Harry le encanta ser su padrino.
Se desabrochó la capa y se la quitó de los hombros. Draco la cogió y la colgó en el gancho de la puerta mientras se despojaba de su propia capa. La guio hasta el sofá y trajo dos vasos y una botella de whisky de fuego.
—No puedo quedarme mucho tiempo, —le dijo—. Mañana por la mañana hay una firma de libros en Flourish y Blotts. Sé que es tu día, así que esperaba ir temprano antes de quedar para comer.
Le ofreció un vaso y sus ojos se desviaron hacia el cajón que había junto al sofá, donde estaba el collar, esperando a ser entregado.
—Podría ir contigo, —dijo, sentándose a su lado.
—Oh, es muy dulce de tu parte ofrecerte. Pero iba a ir en cuanto abrieran, y luego quería encargarme de otros recados mientras estoy fuera...
—Podríamos desayunar y luego ir a la firma, —le ofreció, acercándose peligrosamente a una cornisa de la que cada vez parecía más probable que ella no tuviera ni idea de que existía.
—No me gustaría que tuvieras que levantarte tan temprano solo para encontrarte conmigo...
—No tendría que encontrarme contigo si aún estuvieras aquí y fuéramos juntos.
Dio un sorbo a su whisky para sofocar la oleada de nervios frustrantes. No debería estar nervioso. No tenía motivos para estarlo. Hermione y él eran algo. Eran íntimos. Era una conversación sencilla y fácil para una pareja.
Se quedó quieta, mirando la bebida que tenía en las manos, apoyada en la pierna. Parpadeó varias veces y le miró con la boca ligeramente entreabierta en forma de "O".
—¿Quieres decir que... podría quedarme aquí? —Parecía realmente confundida.
Sus nervios desaparecieron, abrasados por la carcajada que estalló en su garganta. Intentó contenerla; no tenía intención de ser cruel ni humillante. Pero la idea de que algo así pudiera sorprenderle a ella tenía algo de hilarante.
—Sí, Hermione. Puedes quedarte aquí.
Frunció el ceño y le miró con los ojos entrecerrados mientras bebía un sorbo de whisky de fuego.
—No hace falta que te rías. No es que lo haya... hecho antes.
—No por falta de intentos, —le dijo a su bebida y sobre todo en voz baja, reconociéndolo por la idiotez que era tan pronto como lo había dicho.
—¿Falta de intentos? Ni siquiera me lo habías pedido, —dijo ella, dejando la bebida a un lado y apartándose. Se cruzó de brazos: nunca era una buena señal para él.
—Perdón, ¿quieres decir que, si solo hubiera dicho "Hermione, ¿te gustaría quedarte esta noche?" lo habrías hecho?
—Bueno... sí. Tal vez. No lo sé. Es la primera vez que sacas el tema. No creí que quisieras que...
—¿No quería? ¿Qué? ¿Pasar la noche? ¿Compartir mi cama? Claro que quiero.
—¿Cómo voy a saberlo? Nunca me has dicho nada. Tú solo... me besas, y otras cosas, y después hablamos o leemos o algo y luego... bueno, luego vuelvo a casa.
—Siempre hiciste que pareciera que tenías que irte. Estás tan ocupada todo el tiempo...
—Ese no es... Draco. Yo... —Su indignación, una tensión física que la atenazaba, se aflojó: los hombros cayeron, las manos se soltaron. Se frotó la nuca con una mano—. Ha sido un día largo. Puede ser emotivo para mí, el aniversario.
—Lo sé, —aceptó, y la habitación se sintió apagada, inusual, fuera de lugar. Si existiera un hechizo para diagnosticar un estado de ánimo alterado, se imaginaba que su salón estaría lleno de runas rojas. Sabía lo que había que hacer para invertirlo, para corregir este extraño cambio entre ellos.
Se giró y buscó el cajón de la mesa. Sacó un joyero ancho, plano y de terciopelo.
—Tengo algo para ti, —le dijo. Si esto no le decía lo que quería decir, no sabía qué lo haría.
Ella no cogió inmediatamente la caja. Él la observó tragar saliva, con los ojos fijos en el terciopelo negro. La abrió, saboreando el sonido de su respiración entrecortada.
Pero tampoco sacó el collar. Dejó la caja entre los dos y sacó de su interior la cadena de oro con sus rubíes colgantes.
—Este era de mi bisabuela Theresia. Pensé que los rubíes eran apropiados para ti.
Ella seguía sin moverse. Empezó a sentirse un poco ridículo, preguntándose si debería pedirle que se diera la vuelta para poder ayudarla a ponérselo.
—Draco, no puedo aceptarlo.
—¿Qué?
—¿Es... una reliquia familiar? Parece histórica, y cara. No podría.
—Por supuesto que puedes. Quiero que lo tengas.
Se levantó del sofá, con las manos flexionadas a los lados. Sacudió los brazos, se alejó varios pasos, giró y volvió a colocarse junto a la mesita.
El collar se hizo pesado, un peso que no estaba preparado para soportar. Bajó las manos, las joyas descansaban en su regazo mientras la miraba, sin comprender, deseando hacerlo, pero también temiendo lo que eso significaba.
—Tú no puedes...yo no puedo... ¿Una reliquia familiar? —volvió a preguntar, como si se tratara de algún tipo de concepto inconcebible, salvajemente increíble para ella.
Ella se había repetido a sí misma, y él se encontró haciendo lo mismo.
—Quiero que la tengas.
Su boca se torció en una forma extraña para él, que no había conocido ni catalogado. Se rio con una mueca forzada, casi con el ceño fruncido: un conflicto que nacía de sus labios.
—Draco no puedes darme una reliquia familiar... una joya carísima e histórica como si yo fuera tu... tu...
—¿Mi qué?
—Tu novia.
Si sus palabras fueran un meteorito y su pecho su destino, ella habría cavado un cráter donde antes latía su corazón y respiraban sus pulmones.
—Tú... eres mi novia. —Probablemente debería haber enfatizado el "eres". Pero ninguna de las palabras tenía énfasis. Sabían agrias.
Su mirada de confusión genuina y sin filtro se desmoronó en los bordes aún humeantes del cráter en su pecho.
—Sé que has bromeado sobre eso antes, pero...
—¿Qué quieres decir con que he bromeado con...? Hermione, nunca he... Espera. —Tuvo que detenerse. Imposiblemente, el cráter se hizo más profundo, más ancho, más cavernoso. El miedo caliente, la vergüenza y algo parecido a la pena se extendieron desde sus bordes: empapándolo, ahogándolo—. ¿No soy tu novio? ¿No somos...? ¿Qué está pasando ahora mismo?
El collar resbaló de su regazo y cayó al suelo con un ruido metálico. No hizo ademán de recogerlo. Los rubíes en el suelo deberían haber sido ofensivos, pero él no parecía preocuparse por la ofensa.
Intentó hablar de nuevo.
—¿Cómo llamas a esto, entonces? —preguntó, tragándose la timidez. Ella estaba allí de pie, a un metro de distancia, pero imposiblemente lejos—. Si no es... una relación, —vaciló, tropezando con las palabras—, ¿qué es?
Ella no le miró. Él la observó mientras se mordía ansiosamente el interior de la mejilla y sus manos retorcían y estiraban el jersey de punto. Si seguía así, lo estiraría demasiado; tendría que volver a tejerlo con magia, pero nunca quedaría igual. Y si alguna vez fallaba su hechizo, cosa improbable en ella, pero posible, tendría el mismo trozo de tela estirado y deformado por la tensión a la que lo había sometido.
—Bueno, es la primera vez que me lo preguntas, ¿no? Hemos... estado pasándolo bien. Pensé que no querías... y no es como si pudiéramos, con tus padres. Nunca podríamos ser totalmente sinceros sobre nada. —Sus palabras salieron atrofiadas, entrecortadas.
—Dijiste que tampoco querías decírselo. —Quiso protestar con fuerza, con su propia indignación. Pero el cansancio tiró de él, inmovilizándolo bajo una trampa que ella le había tendido meses atrás. Ese pensamiento desató una oleada de ira ardiente por haber sido engañado.
Finalmente levantó la vista hacia él, apartando la mirada del cojín del asiento que había retenido su atención. Draco odiaba querer consolarla, quitarle la mirada llorosa de los ojos, incluso cuando era ella la que hacía daño.
¿Por qué? Puede que no tuviera el historial de citas más extenso, la más reciente de las cuales tuvo lugar al otro lado del continente, pero sabía cuándo estaba en una relación con alguien. Tenía un día de la semana. Un día entero, el suyo: una porción dedicada de su vida. ¿Cómo no era eso una relación?
—No es que no lo esté pasando bien, lo estoy pasando bien, —dijo ella, dando un pasito más hacia él, con los brazos parados a mitad del movimiento, como si quisiera alcanzarlo, pero se lo pensara mejor—. Esto... no es real. No puede... serlo.
Eso, por encima de todo, le destrozó. ¿No es real? Fingido, entonces.
Todo su cuerpo se enrojeció, oleadas de calor por los nombres de la ira y la vergüenza y la duda y el desconcierto luchando por instalarse en el cráter donde solían vivir tantas cosas encantadoras.
Se puso de pie.
No podía hacer esto. Manejar esto. Ni siquiera se sentía obligado a ocluirse para sobrevivir. Simplemente necesitaba irse.
Le miró a la cara el tiempo suficiente para darse cuenta de que había empezado a llorar, con la mandíbula abriéndose y cerrándose como si buscara palabras que no sabía cómo verbalizar.
Ya había dicho bastante. No quería oír nada más. No podía.
Él tampoco dijo nada, simplemente se dirigió a la chimenea y se fue por Flu a casa de Theo, dejándola sola en su piso.
—
Draco se sirvió otra copa y observó cómo Theo intentaba, sin conseguirlo, atravesar una serie de complicadas protecciones eslavas que protegían la puerta de la bóveda de la familia Nott.
Theo hizo un ruido de frustración, dio una patada a la puerta y se volvió hacia Draco.
—¿Seguro que no quieres un compañero de copas? Se me ocurren varias formas mejores de pasar un viernes por la noche que intentar entrar en esta impenetrable y jodidamente irritante bóveda.
Draco sacudió la cabeza y se recostó contra el sofá, con la cabeza pesada y los miembros calientes por los tres tragos que se había tomado desde que irrumpió en casa de Theo.
—Quiero que finjas que no estoy aquí. Haz lo que sea que estarías haciendo si nunca hubiera aparecido.
Le dio un sorbo a su whisky, había cambiado a algo más caro y agradable ahora que había alcanzado un nivel de embriaguez aceptable para simplemente... existir en su mundo tal y como era ahora.
—Estaría gritando en esta puerta y tratando de enseñarme el alfabeto cirílico. ¿Por qué alguien de mi familia pensó que necesitaba tomar prestada la teoría de las protecciones de los eslavos solo para salvaguardar lo que sea que haya aquí dentro? —Dio otra patada a la puerta, haciendo una mueca de dolor—. No aprendiste nada de cirílico durante tu maestría, ¿verdad?
—Ni una gota, —dijo Draco, intentando mantener sus palabras firmes a pesar de la sensación espesa y borrosa que tenía en la boca—. No puedo leerlo, no puedo hablar ninguno de los idiomas que lo usan. Soy un inútil.
—Eso último parece mucho que desentrañar, así que creo que lo ignoraré por ahora.
Theo se volvió hacia la puerta protegida que llevaba un año intentando forzar.
—Debe de haber algo que merezca la pena proteger si se han tomado tantas molestias, ¿sabes? Cuando por fin entre... Dioses, va a ser el mejor que te jodan a mi padre por no haberme enseñado nunca las protecciones.
—¿Qué crees que hay ahí? —Draco equilibró su vaso en el espacio entre los empenachados botones del sofá, demasiado agotado para soportar el esfuerzo de sostenerlo cuando no estaba disfrutando activamente.
—Tenemos mucho oro, joyas y demás en nuestras bóvedas de Gringotts. Así que, imagino que son cosas oscuras, magia experimental, tal vez algunos antiguos grimorios familiares. No lo sé. Pero más vale que sea bueno. Llevamos casi cinco años así. Entre ese puto cuadro, —giró la cabeza, mirando el cuadro sobre una bisagra a su lado—, y ahora esta estúpida puerta, siento que me he pasado media vida rompiendo estas protecciones.
Draco pasó la uña por los intrincados diseños tallados de su copa, trazando el patrón para centrar su atención.
—Cinco años. Cierto. Porque aún es el aniversario.
Theo aún no había vuelto a su tarea de romper maldiciones. Estaba allí, en el lado opuesto del pasillo, rodeado de libros sobre teoría de las protecciones y ruptura de maldiciones esparcidos por el suelo a su alrededor.
—¿Cómo te fue la tarde en casa de Potter?
—Me ignoraron casi todo el tiempo. Yo hice lo mismo. Pasé un rato con Teddy.
—Bueno, ¿crees que porque es... ya sabes, el día... puede haber tenido algo que ver con la pelea que supongo que has tenido con Granger?
Draco se echó a reír.
—Una pelea.
Se rio un poco más. El ruido recorrió el largo pasillo, sonando tan hueco como se sentía.
—Si eso es lo que llamas a que te digan que nunca has tenido una relación con alguien con quien pensabas que habías tenido una relación por...joder. —No pudo terminar el pensamiento.
—Espera, ¿dijo qué? —Theo se quedó muy quieto frente a él, con la varita en tensión.
—¿Qué crees que fue? ¿Necesitaba quitarse de encima algún tipo de atracción perversa hacia los mortífagos? Supongo que se decepcionó, entonces, de que usara glamour en mi marca todos los días. Estoy... jodidamente mortificado, Theo. Todo este tiempo he estado... —enamorándome de ella—, y ella solo ha estado, ¿qué? ¿Usándome para pasar un buen rato? No lo entiendo.
Theo se dirigió hacia el sofá, donde Draco no quería ni compañía ni comodidad. Solo necesitaba que Theo fuera Theo.
—Solo irrumpe en tu puta bóveda, Nott.
Theo se detuvo en mitad del pasillo, observando a Draco con una mirada tan cercana a la lástima que le dieron ganas de gritar, de tirar algo, de desquitarse con Theo aunque no fuera culpa suya.
Theo se aclaró la garganta y volvió a alejarse.
—Bien, bueno. Estaré aquí intentando desvelar los secretos del legado de mi familia en el que nadie me ha incluido. También podría estar un poco de mal humor, ya que ese parece ser el tono general de la noche.
Invocó el whisky y bebió un trago directamente de la botella.
—Solo quiero saber lo que hay dentro, —dijo Theo—. Y por qué mi padre nunca se molestó en enseñármelo.
—No lo sé. Tal vez sea mejor que nunca confiara en ti. ¿Esa cuenta que Lucius me dio para manejar? Oficialmente está perdiendo dinero. Una cuenta, y la he jodido, también.
Theo envió la botella flotando por el pasillo.
—Trágate tu orgullo, ¿quieres? —dijo—. Pídele ayuda a Blaise. Sabes que vive para las inversiones.
—En propiedades. Específicamente, propiedades que hacen vino.
—Bueno, todavía sabe mucho de finanzas. Es un problema de los nuevos ricos, supongo. Tienen que saber esa clase de mierda porque apenas tienen una generación de oro en sus bóvedas.
—Solo quería ser bueno en algo en lo que mi padre realmente quería que fuera bueno.
—Eres bueno en otras cosas, —dijo Theo. Era lo que había que decir, algo así como un buen amigo. Hizo que Draco se arrepintiera de todas las veces que había atormentado a Theo con los pavos reales de los Malfoy cuando eran jóvenes.
—No en lo correcto.
Los minutos pasaban. Draco no sabía cuántos. El tiempo empezó a mezclarse y desdibujarse mientras Theo jugueteaba con el alfabeto cirílico y una pared de complicadas protecciones que Draco no tenía la menor idea de cómo comprender. El tiempo se estiraba, se encogía. Aumentaba y disminuía. Los momentos pasaban en minutos, tal vez horas, todos sentados en un sofá e intentando discernir si el hormigueo en los dedos de los pies de Draco se debía a una mala circulación o a un exceso de alcohol.
Se preguntó cuánto tiempo había pasado antes de que Hermione saliera de su piso. ¿Cuánto tiempo se quedaría allí, parada en el desastre que había hecho?
No volvería esa noche. Theo tenía una abundancia literal de habitaciones de huéspedes que Draco podía utilizar. No quería arriesgarse a que ella intentara esperarlo, a que le ofreciera alguna excusa patética sobre cómo había sido tan idiota, tan presuntuoso, al suponer que, como hacían las cosas que hace la gente cuando tiene una relación, debían de tenerla.
Mientras Theo luchaba contra una maraña especialmente frustrante, Draco cerró los ojos, empleando cada gramo de su autocontrol para pensar en otra cosa que no fuera Hermione. Fracasó estrepitosamente.
Le dolía el pecho. Le dolía la cabeza. La vista le daba vueltas.
—
A la semana siguiente, envió a Topsy a vigilar a Hermione y asegurarse de que el ala de invitados no la matara. Aparte de eso, pasó el tiempo escribiendo a Blaise sobre sus cuentas de inversión y volviendo a pensar en la idea de abrir su propio negocio de pociones.
Necesitaba algo en lo que ocupar su tiempo. Algo en lo que ocupar su mente.
Se había olvidado de pedirle discreción a Topsy. No es que le hubiera contado sus secretos a Lucius intencionadamente, pero era evidente que su ocupación no pasaba desapercibida y, cuando le preguntó dónde pasaba el tiempo, le dijo alegremente que había estado sustituyendo a Draco.
—Un elfo no sustituye a un miembro humano de esta casa, Draco, —había dicho su padre, seco, durante la cena—. El elfo ya ni siquiera está ligado a la hacienda. No tiene lealtades.
Draco podría haber dado alguna excusa miserable sobre tener otro trabajo que atender. Podría haber defendido la ética de trabajo de Hermione; no estaban bajo ninguna amenaza de falta de profesionalidad por su parte. No había sido más que una profesional consumada y eterna, aparte de la parte en la que le había hecho creer que había tenido una relación con ella. Incluso podría haber defendido a Topsy como algo más que una cosa, como Lucius se refería a ella. Pero no hizo nada de eso. Aceptó la reprimenda y abandonó la mesa en cuanto su madre lo despidió.
Lucius dejó muy claro que la presencia de Draco en el proceso de desmantelamiento era necesaria, tanto si quería estar allí como si no. Era una carga que tendría que soportar por su familia, como todas las demás, por mucho que le doliera hacerlo.
Una semana después de que todo saliera mal, Draco esperaba en el salón la llegada de Hermione. Ella se quedó helada al salir del Flu y encontrarlo allí de pie, como antes. Este antes y después difería enormemente del que solían tener. Este tenía que ver con sueños y pesadillas y la creencia de que había estado en uno, solo para despertar y encontrarse en el otro.
Separó los labios para decir algo, medio paso de impulso la acercó a él.
—No... Hermione. Por favor, no.
Fueron las cinco palabras más difíciles que había tenido que pronunciar. El malestar se deslizó bajo la superficie de su piel cuando la interrumpió. Fuera lo que fuese lo que ella pensaba decir, clichés, disculpas o expresiones de alivio, él no las quería.
Se dio la vuelta y se marchó, dirigiéndose a la zona de invitados, donde se acomodó en un sofá lo más lejos posible de donde ella trabajaba. Fingiendo que ella no estaba allí. Fingiendo que él no estaba allí. Fingiendo que el último año no estaba allí, perdurando en su memoria.
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Nota de la autora:
¡Muchísimas gracias a mis queridas icepower55, Endless_musings y persephone_stone por todo su apoyo beta!
¡Y muchísimas gracias a VOSOTROS por leerme! ¡Os agradezco muchísimo vuestros comentarios, elogios y conversaciones en las redes sociales! Hoy he publicado pronto, espero que no os importe ;)
P.D.: Ginny es mejor jugadora de Quidditch que Harry y Draco, porque ella es una profesional de verdad, muchas gracias. Y le molesta que Teddy se olvide regularmente de ese hecho, cegado por su adoración de héroe a su padrino xD
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Nota de la traductora:
Descansa en Paz Maggie Smith, siempre serás nuestra profesora de transformaciones favorita /*
