Capítulo XIII: Entre los Sentimientos y la Razón.
El Paseo.
Parte II: La Reacción.
Todo parecía tan nuevo y desconocido, pero al mismo tiempo tan familiar.
Era como andar en bicicleta, nunca se olvida o eso se suponía al ser algo instintivo en el ser humano. Claro que, dada su situación no esperaba una respuesta tan… satisfactoria de su parte. Su cuerpo reaccionó con exagerada normalidad a algo que por años se rehusó a hacer.
Giyuu cerró sus ojos azules queriendo no pensar, a sabiendas que eso era imposible.
No había mantenido relaciones sexuales desde hace años. Desde el fallecimiento de su esposa exactamente y no por falta de oportunidades, más de una vez había incitado un encuentro arreglado con las mejores consortes de París.
Y nada.
No pasaba absolutamente nada. No sentía nada, no las deseaba, y aunque lograba excitarse, es decir, cualquier hombre se excita ante la visión de una mujer desnuda con un hermoso cuerpo poniendo en práctica toda clase de artilugios al momento de la intimidad. Pero, cuando llegaba el momento de consumar el acto, no podía. ¿Por qué? Sencillo: La imagen de Alice se colaba en su mente y no se iba hasta detener el acto, lo cual le hacía sentir mal; eso sin mencionar los comentarios ofensivos que recibía de las mujeres, los cuáles como a todo hombre, le dolían en el orgullo. Provocándole volver a sumirse en su depresión.
Se dijo que era porque lo intentaba con prostitutas.
Dejó pasar un año antes de atreverse a entrar en un contacto más que fraternal con una encantadora compañera de trabajo. Era la secretaria de la firma contable para la que entró a trabajar tras renunciar al banco. Era amable, dulce y le gustaba. Sin embargo, el resultado fue similar.
Por supuesto buscó ayuda, no era de mentalidad cerrada en ese aspecto. El psicólogo trató de ayudarlo, le supo decir que su problema era a causa de la depresión ocasionada por la pérdida de su ser amado. Él aún sentía estar casado con su esposa por la manera en que terminaron las cosas entre ellos, además del sentimiento de culpa alojado en su interior.
Sin importar cuánto se repetía no ser responsable por haberse enfermado ese día, que no forzó a Alice a entregar los papeles en el banco o que estaba bien seguir adelante y no sentirse adúltero por convivir con otra mujer. No podía hacerlo.
Incluso cuando decidió viajar a Japón y empezar de cero, estaba resignado a continuar con su "problema", por decirlo de alguna. Estaba convencido de ello.
Hasta que un torbellino morado llegó, decidida a poner su vida patas arriba.
Shinobu Kocho, la niña, no, la mujer que yacía dormida usando su pecho desnudo de almohada.
Mirándolo en retrospectiva tuvo que verlo venir, desde el día que la sostuvo de caerse y la confundió con Alice, debió saber que esa mujer iba a trastornar su vida y que no debía involucrarse con ella.
Pero no.
Siempre había algo que los mantenía cerca, algo que no podía mantenerlos alejados, y nuevamente se resignó a ello.
Engañándose, convenciéndose de que lo que hacía por Kocho lo hubiese hecho por cualquier otro estudiante. Luego, cuando salió con el disparate de ser su novia y él aceptó, quiso convencerse de estarlo haciendo indirectamente por el parecido entre Shinobu y la difunta Alice. Siempre había excusa, pero ¿ahora?
¿Qué excusa barata podría inventar para justificar el hecho de haber pasado casi toda la madrugada haciendo el amor con Shinobu Kocho sin que el recuerdo de Alice se colara en sus pensamientos ni una sola vez?
Porque una vez no fue suficiente para ninguno de los dos. Apenas se tomaban unos minutos de descanso cuando nuevamente entrelazaban sus labios y la danza volvía a iniciar. No recordaba haber tenido una resistencia tal, ni siquiera cuando estaba casado.
Shinobu se había entregado a él con los brazos abiertos, confiada, tierna y apasionada, y aunque no era su primera vez, tampoco podía llamarse una mujer experimentada.
¿Y él? ¿Se entregó de la misma manera? ¿Por fin pudo librarse de todas las cadenas que lo habían estado reteniendo los últimos años? Atrapándolo y robándole su esencia con el pasar del tiempo.
¿Shinobu le devolvió dicha esencia?
Sintió como el cálido cuerpo a su lado empezaba a moverse y el rostro que descansaba sobre su desnudo pecho se alzó para encararlo.
Shinobu se ruborizó levemente provocándole la misma reacción, la misma que causó que la pelimorada con los cabellos enmarañados sonriera con coquetería y complicidad.
Desde su primer encuentro, nunca había visto sus ojos brillar tan esplendorosamente.
–Buenos días. –Susurró acercando su rostro al de él y depositando un suave beso en sus labios.
Inconscientemente fue él quien prolongó el beso, mordiendo el labio inferior de la joven para que sus lenguas se entrelazaran y de manera automática el esbelto cuerpo de Shinobu empezara a acomodarse encima de su cuerpo.
–Vaya… –Suspiró con satisfacción mientras jugaba con sus negros y desordenados cabellos colocándolos tras su oreja. –Podría acostumbrarme a despertar así.
Y volvió a besarlo.
La fuerza de voluntad del pelinegro ya se encontraba hecha añicos desde la noche anterior, por lo que no le costó invertir los papeles para que ella quedara debajo suyo y seguir besándola.
¿Qué tanto había pensado momentos atrás?
No recordaba.
Sólo podía pensar que él también podía acostumbrarse a despertarse así, con ella entre sus brazos.
El sol estaba en todo su esplendor poniendo a prueba la devoción del grupo de fanáticos de ambos ídolos del baloncesto, quienes desde tempranas horas ya se hallaban haciendo fila para entrar al estadio.
Inosuke no pudo evitar que su bostezo fuera audible y llamara la atención de su enfurruñada acompañante.
–Es la vigésimo cuarta vez que bostezas Hashibira, ¿no dormiste lo suficiente?
Inosuke no era de los que aniquilaban con la mirada, pero esta vez hizo una excepción y le dirigió una mirada de reproche a su colega.
"¡¿Y de quién crees que es la culpa?!". Quiso gritarle, pero tuvo que morderse la lengua para no decir nada.
–Y mírame bonito. –Advirtió Aoi y empezó a hablar por lo bajo acerca de la ineptitud de los hombres. –Por favor, si yo me desperté, bañé, alisté, desayuné y volví a la habitación; y tú seguías durmiendo.
¡Claro que seguía durmiendo! ¡¿Cómo esperaba que hubiese dormido un poco con ella casi desnuda a su lado?!
Bueno, no estaba desnuda, llevaba una camiseta exageradamente grande y en medio de la noche pudo comprobar que vestía un short diminuto por debajo de la gran prenda.
¿Cómo lo descubrió? Muy fácil. Cuando estaba dispuesto a dormirse dándole la espalda a su compañera de habitación, inmediatamente sintió como ésta lo abrazaba por la espalda pegando su cuerpo al suyo.
Y pudo sentir perfectamente sus atributos, sus grandes atributos. Además, no usaba brasier para dormir, lo cual facilitaba ese sentimiento.
Esa fue la primera incomodidad en su cuerpo esa noche.
Llevaba demasiado tiempo sin hacer nada de esa índole, específicamente desde que conoció a la peliazul de sus sueños. Se había obsesionado tanto con la misteriosa mujer que las demás le pasaban desapercibido. No se había percatado de cuanto lo echaba de menos hasta la noche anterior. Y fue peor cuando se puso de frente, en ese momento Aoi no solo aprovechó para acercarse más a él, sino que alzó su pierna y la colocó encima de la suya para luego seguir durmiendo plácidamente.
Mientras él yacía con los ojos bien abiertos y con dolor en cierta parte de su cuerpo. Por horas y horas…
Sí, sabía que no tenía sentido puesto que se trataba de Aoi, ¡AOI! La mujer más extraña que había conocido, quién hasta hace poco dudaba de que fuera un ser humano. Pensó seriamente en que era alguna especie de cría entre bruja y demonio, cuyo único propósito en la tierra era torturar a los estudiantes.
Hasta que conoció la otra cara de la moneda de la peliazul. La que tenía miedo de los asaltantes como toda mujer normal, la que tenía su lado infantil al leer One Piece semanalmente, la pobre hermana, la buena hija.
Desde su punto de vista había dos Aoi y una era exactamente lo contrario a la otra.
Eso por no mencionar a la Aoi de grandes atributos que le dificultó el sueño la noche anterior. Porque, bueno, Aoi no era una esbelta modelo, pero estaba bien formadita. En el transcurso de la noche, no pudo evitar sentir haber tenido esa sensación antes, no sabía cuándo ni con quién la estaba comparando, pero en el fondo su cuerpo reconocía ese calor.
Pero ¿Cuándo…?
–¡Agh! –Aoi. –¡Qué calor hace! ¿Por qué me dejé convencer de llevar dos camisetas?
Inosuke la miró y suspiró resignado. ¿Por qué se tomaba la molestia de pensar? Estaba hablando de Aoi Kanzaki: La bruja del instituto.
–Porque solo un idiota iría con un grupo de fanáticos de los Kawasaki con una camiseta blanca de los Alvark. –Explicó fastidiado.
–Eres toda una niña, Hashibira. –Contestó Kanzaki. –¿Te pones así siempre que debes madrugar?
–Aun no entiendo por qué tuvimos que venir tan temprano. –Se quejó ahora Inosuke. –Faltan HORAS para que inicie el encuentro.
–Y mira lo lejos de entrar que estamos. –Repuso Aoi. –Debimos haber venido antes.
–¿Por qué mejor no hubiésemos dormido aquí? –Contraatacó sarcástico.
–El suelo hubiese sido mejor que esa pocilga.
–Lo dice quien roncó toda la noche.
–¡Yo no ronco! –Gritó Aoi con las mejillas rojas. Tanto por las palabras del peliazul como por la atención que habían atraído de los demás.
–Ya, ya. –Akiyama retrocedió de dónde estaba para intermediar en la pareja. –Hashibira, no es bueno que la hagas enojar en su estado. Entiendo que el calor es insoportable y todos estamos fastidiados por eso, pero mira –Señaló la puerta. –Parece que ya nos van a abrir.
Inosuke y Aoi compartieron una mirada de desafío que ninguno de los dos estaba dispuesto a perder. Hasta que Inosuke lo hizo y Aoi no pudo evitar mostrar una sonrisa satisfactoria.
Bien, él estaba mal dormido, frustrado y mucho más enfurruñado que ella.
–Abran paso, señoras, señores. –Empezó a gritar. –Mi mujer está embarazada y quiere entrar a ver el juego, si son tan amables de dejarnos pasar…
Notó como la mujer a su lado se ponía aún más roja que antes y ahora le tocó sonreír a él. Ella era la culpable de sus males, tanto si lo sabía cómo si no.
–El que ríe al último, ríe mejor, Aoisita. –Le dijo guiñándole un ojo mientras la gente a su alrededor o se quitaba dejándole pasar o bien maldecía y refunfuñaba sobre que las mujeres en ese estado no debían ir a ese tipo de eventos.
De alguna forma debía desquitarse.
El día volvía a mostrarse soleado y agradable, o al menos eso le parecía a Shinobu.
Claro que dada la felicidad que sentía, hubiese encontrado hermoso hasta el lodo formado durante los días lluviosos.
Ni siquiera el ligero dolor en su cuerpo le afectaba. Es decir, era incómodo, pero nada intolerable y no se comparaba ni de lejos con la incomodidad que sintió tras su primera vez. Aquello sí le dolió por días. Tras lo ocurrido la noche anterior podía concluir sin lugar a duda que Douma no era un amante cariñoso o paciente, ni mucho menos tan experimentado como alardeaba.
Ahora podía comparar. Luego de la forma tan arrolladoramente apasionada con la que Giyuu la llevó al cielo en repetidas ocasiones la noche anterior y esa misma mañana, ni siquiera podía comparar lo que sintió en los brazos de su exnovio. Le parecía poco más que una ofensa hacerlo.
De la misma manera que no podía evitar sentir la espinita de los celos carcomerla una vez que la magia terminó. Giyuu era muy seguro cuando la tocaba, sabía dónde hacerlo y en qué momento. Tenía mucha experiencia y no podía evitar sentir celos de dónde había aprendido a tocar así a una mujer; especialmente de la esposa a quién debió amar diariamente con esa febril pasión.
Luego de su encuentro por la mañana, ella volvió a sumirse en un dulce sueño. Cuando despertó estaba sola. Lógicamente se alarmó. Luego se tranquilizó inmediatamente cuando captó el olor a tostadas francesas salir de la cocina, procediendo a ducharse también.
Para cuando estuvo lista, vestida con un short negro y una blusa blanca de encaje, la mesa estaba servida y lista para desayunar. Cerca, Giyuu parecía estar esperándola para que tomara asiento.
El ambiente era muy extraño. Es decir, podría haberse llamado normal si no hubiese ocurrido aquél encuentro entre ambos la noche anterior. Pero, aunque Giyuu le besó la frente como respuesta a la sonrisa que le dedicó de saludo, parecía inquieto, extraño y… distante.
Claramente no esperaba que las cosas tomaran ese rumbo y no sabía cómo reaccionar ante ello.
Los primeros minutos fueron agonizantes. Un silencio sepulcral rodeó la habitación. Giyuu comía con los ojos cerrados y con un semblante de preocupación que la hizo sudar frío. Ya podía escuchar los: "lo siento", "lo de anoche fue un error", "no volverá a pasar", "olvida lo que ocurrió".
Que Dios la ayude porque no sabría cómo responder a eso. Si Giyuu le pedía olvidar la noche más memorable de su vida y/o romper su relación, rompería su corazón en pedazos y no tendría ni idea de cómo remediar la situación. Estaba con la guardia baja, tanto física como espiritualmente.
–Yo…–Giyuu empezó a hablar una vez que se limpió con la servilleta. –Lo siento.
Shinobu sintió su cuerpo tensarse, ahí comenzaba. ¡Rayos! Debió tener preparado un argumento que refute lo que vaya a decirle.
–Anoche no fui precisamente dulce o delicado. –Dijo por fin captando toda la atención de la muchacha. –Llevaba mucho tiempo… no, eso no es excusa. Mierda… no tengo justificación, debí controlarme y protegerte.
Shinobu lo miraba completamente anonadada. ¿Giyuu se estaba disculpando con ella por haberle hecho el amor sin descanso? ¿temía no haber sido lo suficientemente delicado? ¿no haber tomado precauciones? Vio cómo su novio evitaba mirarla a la cara y estaba muy ruborizado. No pudo evitar sonreír. Eso significa…
–¿No te arrepientes de lo que pasó? –Quizá se arrepentiría de preguntar, pero, no podía dejar de hacerlo.
Entonces por fin, Giyuu la encaró y la miró con los ojos más azules que jamás había visto en él.
–Sí, no. –Suspiró resignado. –Es decir, siento no haber sido más delicado y dejar que el instinto me dominara, también me arrepiento de no haber tomado precauciones. –Explicó. –Sin embargo… Que Dios me perdone, sé que algo debe ir muy mal conmigo, Shinobu. –Le dijo. –Soy tu profesor y tú eres poco más de una niña, pero… –Se tomó unos segundos. –Aunque he pasado buena parte de la mañana tratando de convencerme de que lo que hicimos no estuvo bien y debería estar muy arrepentido además de avergonzado, no puedo arrepentirme de lo sucedido. No me arrepiento de haberte hecho mía, Shinobu.
Shinobu estaba tan feliz que pudo ponerse a bailar en ese preciso momento. Giyuu no se arrepentía de lo que habían hecho. Eso sólo podía significar una cosa…
–Espero que tú…
Shinobu lo atajó. Extendió sus brazos en la pequeña mesa y tomándolo del cuello de su camisa unió sus labios con los del pelinegro besándolo con todo su cariño.
–Yo pasé la noche más maravillosa de mi vida en tus brazos y nunca me arrepentiría de ello, Giyuu.
–De haber consecuencias…
–No las habrá. –Lo pensó un momento. –Es un momento dificilísimo para que ocurra ahora. –Le explicó y por un momento le pareció ver en su rostro un atisbo de decepción. –Aunque no me importaría.
–No digas tonterías. –Refutó. –Eres muy joven para pensar en ser madre. –La reprendió y volvieron a sus asientos originales para que él empezara a recoger la mesa.
Shinobu se sintió aliviada. Había pensado mucho en las trágicas formas en las que esa conversación podía resultar. Pero no, había salido mucho mejor de lo esperado. Aún no había escuchado una confesión de su parte, pero, sentía que el muro colocado a su alrededor por el pelinegro, tan impenetrable al principio, empezaba a derrumbarse para dejar ver al hombre apasionado de veintiséis años que era.
Por lo menos no había reaccionado volviendo a meterse en su caparazón negando lo que había entre ellos y eso, se dijo ocultando una sonrisa en su taza de té, era muy alentador.
–Pero algún día lo seré. –Dijo como si nada. –Y seré la madre de tus hijos.
Giyuu le dedicó una mirada asesina antes de volverse a su labor de limpieza.
–A juzgar por tu resistencia física, faltará mucho para que eso pueda pasar.
Haciéndola sonrojar hasta la raíz del cabello, antes de estallar en cantarinas risas.
Las vacaciones se ponían cada vez mejor.
Nezuko tomó la infusión caliente de jengibre con miel y limón que le ofrecían y se la tomó de a poco. Debió saber que esas serían las consecuencias de atender a Zenitsu, después de todo siempre acababan así.
Las pocas veces que el rubio se enfermaba y ella lo iba a visitar, animar o atender, era cuestión de horas para que se le pegara lo que sea que había tenido.
Para rematar, la vida era tan injusta que Zenitsu pasaba en cama un día y ella dos. Siempre era así, excepto cuando tuvieron varicela, esa vez ambos estuvieron condenados a estar en la casa del uno o del otro hasta que se curaron de la enfermedad.
–¿Te sientes mejor, Nezuko? Kanao me encargó darte esto.
La castaña regresó a ver al rubio que la miraba preocupado. Jacob se había portado muy bien al quedarse con ella mientras los demás se iban a escalar la montaña. Tanjiro quería quedarse con ella, pero lo obligó a irse con Kanao ya que ese era el último viaje escolar de su hermano.
–Sí. –Al hablar se le notaba constipada. –Gracias Jacob.
–No hay por qué. –Le regaló una gran sonrisa. –Fue muy injusto por parte de Agatsuma pedirte que te quedaras a cuidarlo a sabiendas que eres propensa a contraer gripes. –Se quejó el americano. –Ahora él está bien y tú estás en cama.
Ella también estaba molesta con el rubio, pero por otra cosa… ¿Cómo se atrevía a besarla así? Le parecía muy cruel de su parte ya que sabe sus sentimientos por él y aun así lo hizo.
–Así siempre ha sido con Zenitsu. –Lo justificó por inercia. Sin añadir que quizá en otras circunstancias él se hubiera quedado a cuidarla.
–Le consientes demasiadas cosas. –Soltó Jacob molesto.
Nezuko no pudo evitar recordar cómo había permitido que la tocara y besara la noche anterior, y agradeció mentalmente que la fiebre camuflara su rubor.
–Es decir, hasta un extraño como yo se daría cuenta de lo que sientes por él y que él no quiere aceptar que siente algo por ti. –Farfulló molesto. –¡Fuck! –Reparó inmediatamente en la chica. –Lo siento, Nezuko.
La aludida asintió. Jacob no era muy propenso a insultar, por lo que le perdonaba esos deslices, además de siempre disculparse como todo un caballero.
–Zenitsu me quiere. –Repuso con voz críptica. –Como su amiga. –Las palabras del muchacho aún rondaban en su cabeza. ¿Qué quería decir?
Jacob tenía ganas de desmentir a la castaña y decirle cómo se había puesto cuando habían platicado. Pero prefirió no hacerlo.
–Te mereces a alguien que te trate como princesa, Nezuko, no a un Don Juan. –Le dijo con empatía. –El rubito ese al menos ha sido lo suficientemente hombre para decirte algo. Porque seguramente tú ya te declaraste. –Vio cómo se ruborizaba. –Se te ve en la cara cada vez que lo miras. –No mencionó también haberse dado cuenta de cómo él la miraba cuando creía que no lo veían.
"Algo que nunca había sentido".
Literalmente eso era lo único que Zenitsu le dijo. Hirviendo en fiebre, pero lo había dicho y le había pedido que no se fuera. Ella no sabía de dónde había sacado algo como eso. Se quedó viendo al otro rubio con intriga. Jacob le habría dicho algo…
–Al menos mereces aclarar esa situación, Nezuko. –Siguió hablando el extranjero, esta vez en su idioma natal. –Y si él te apreciase como dices, si te considera una amiga te lo aclararía.
La menor Kamado se quedó viendo su taza de infusión con absoluta concentración. Apenas escuchó a Jacob decir que ya volvía.
Él tenía razón. No había querido reconocerlo, pero así era. Entendía que Mitsuri y Shinobu no le dijeran nada ya que ellas eran amigas de ambos, y a veces decían que hacía falta que un extraño te diga su punto de vista.
Ya había corrido lo suficiente. Merecía que Zenitsu le dijera la verdad.
Prefería que rompiera su corazón de un solo golpe a que lo desquebrajara pedacito a pedacito.
Habían salido a caminar luego de desayunar. Sinceramente Giyuu no sentía que después de lo que había pasado con Shinobu pudiera quedarse sin ponerle las manos encima por mucho. Especialmente dado que la pelimorada parecía contenta de provocarlo. No dependía de él, era como si volviera a ser un adolescente hormonal cuando era un hombre hecho y derecho.
Claro, que un hombre hecho y derecho no mantendría una relación con alguien menor a él.
Apenas sintió que Shinobu se pegó a su brazo cuando salieron de la casa, su primera reacción fue alejarla, más se contuvo cuando la esperada incomodidad no llegó. Sintió el delgado cuerpo de ella pegarse al suyo mientras empezaba a hablar maravillada por todo lo que veía en el rústico pueblo.
No cabía duda de que Shinobu solo había visitado las ciudades más cosmopolitas de diferentes lugares. A pesar de eso, encontraba fascinante ver a las personas saludarse entre todas con tanta familiaridad y verlos reunirse en la panadería al salir el pan del horno.
El olor dulzón llenó las fosas nasales de ambos por lo que fue a comprarle un par de panes calientes. No pudo evitar reír al ver cómo los ojitos de ella se le iluminaron cuando dio el primer mordisco.
–¡Es el pan más delicioso que he comido! –Exclamó feliz. –Está tan caliente. No recuerdo cuando fue la última vez que comí pan recién salido del horno.
–No lo dirás en serio. –Refutó el pelinegro.
–Desde que mamá aprendió a contar las calorías, no hay nada de pan así en casa. –Explicó. –Naturalmente que he comido en otros lugares, la casa de Mitsuri o de Nezuko y Tanjiro, pero nunca ha estado caliente.
Casi ni se dio cuenta cuando su cuerpo fue a conseguir otro pan y se lo entregó. Ella amablemente lo partió por la mitad y le extendió una parte.
–Así engordamos los dos. –Le hizo un guiño en el ojo y siguieron caminando.
Giyuu empezó a acostumbrarse a su olor a glicinas. A veces miraba hacia abajo y se daba cuenta de que lo primero que veía era a Shinobu. No a Alice.
¿A qué olía Alice?
Su corazón empezó a latir rápidamente, como ocurre cuando tienes miedo de algo, buscó en su memoria el recuerdo de su esposa. Cerró los ojos, tuvo que concentrarse. Manzanilla. Ese era el olor de su Alice. Se sintió más tranquilo una vez que lo recordó.
–Giyuu ¿te pasa algo? –Cuestionó Shinobu preocupada.
Se había detenido en medio del camino cuando el miedo lo invadió. La mano de Shinobu se extendió para tocar su frente y él retrocedió ante la sorpresa del par de ojos purpura que lo observaban.
–No, nada.
Siguieron caminando.
Tomioka no sabría identificar el motivo de su miedo. Sintió pánico de creer que había olvidado un detalle de su amada esposa y cuando vio a Shinobu frente a él, no pudo evitar volver a sentirse un adúltero. Sintió que traicionaba a Alice, al juramento de su carrera y a sí mismo.
¿Y no la había traicionado ya más de una vez desde la noche anterior?
Ni siquiera había pensado en ella.
Inesperadamente sintió como algo chocaba con su espalda y unos delicados brazos rodeaban su cintura. Giró a ver, aunque ya sabía quién era. Luego de haber sentido su calor por toda la noche, había aprendido a reconocerlo.
–Shinobu, ¿qué ocurre?
–Ahí. –Señaló escondiéndose atrás de la ancha espalda del profesor.
Giyuu dirigió sus ojos azules al lugar que señalaba. Tuvo que parpadear un par de veces para creerse qué le había provocado tanto miedo.
–¿Una iguana?
–¡Es un dinosaurio! –Replicó Shinobu. –Es horrible y asqueroso y… ¡¿Dónde crees que vas?! –Preguntó tirando de su camisa al ver que estaba dispuesto a caminar hacia el frente.
–Es un animal inofensivo. –Replicó el pelinegro. –Si me acerco, te aseguro que se irá corriendo.
–Claro, corriendo directamente hacia mí. –Exclamó. –Mejor esquivémosla.
Al verla tan temerosa Giyuu cedió, pero justo cuando iban a rodearla, en un segundo el reptil apareció de la nada y bloqueo el siguiente paso.
Sintió a la Shinobu apretar con más fuerza su camisa.
Sin previo aviso, tomó a la joven en brazos y pasó rápidamente a los animales. La puso en el piso solo una vez que estuvieron lo suficientemente lejos.
–Sana y salva, señorita. –Anunció, pero Shinobu le dio la espalda y alzó la cabeza al cielo. –¿Shinobu? –Quiso encararla, más cuando se puso en frente de ella giró.
–¡No me mires! –Pidió luego de haber repetido la acción anterior un par de veces más antes de cubrirse la cara con las manos.
Giyuu las tomó para retirarlas, y ahí estaba de nuevo.
El rostro con tímidas y rebeldes lágrimas de miedo. Tan vulnerable, tan necesitada de protección y cuando él la veía así, no podía evitar sentir la necesidad de protegerla.
–Shhh. –Dijo atrayéndola hacia él y abrazándola. –Ya pasó.
–Odio a las iguanas. –Dijo bajito. –No te rías.
Giyuu alzó el rostro de Shinobu con ambas manos y besó ambos ojos, deteniendo el curso de las lágrimas.
–Yo te defenderé de todo. –Prometió.
–¿Hasta de las iguanas?
–Especialmente de las iguanas.
Shinobu no desaprovechó la oportunidad y alzó los brazos al cuello del pelinegro para besarlo en los labios.
–Mi héroe. –Tomó sus labios en agradecimiento. –Yo también te protegeré.
–En serio. –La miró incrédulo. –¿Y de qué piensas protegerme?
–De lo que sea. –Dijo confiada. –De lo que te hizo detenerte hace un momento. –Alzó su mano y acarició su mejilla con ternura. –De ti mismo de ser necesario, Giyuu. Nunca te dejaré.
¿Estaba tan mal desear que esa promesa se volviera realidad?
–¿Qué haces aquí?
Obanai torció la boca incómodo. Él llevaba haciéndose la misma pregunta los mismos diez minutos que estuvo de pie frente al edificio departamental al que lo había dirigido la dirección que la señora Kanroji le había apuntado con tanto ahínco. Luego de haberle casi hecho jurar que iría a almorzar a su casa al día siguiente.
–Tu madre me invitó a comer. –Contestó cortante. –Me pareció una falta de respeto y cortesía hacerle el desaire.
–Pero te dije que no tenías que venir.
–Di mi palabra y soy un caballero.
–Podría conseguir firmas que afirmarían lo contrario. –Masculló por lo bajo. –Y si entras, créeme que acabará invitándote a las vacaciones familiares y quizá para Navidad. –Repuso la chica del cabello rosado.
–Mitsuri, hija ¿con quién hablas? –Se escuchó a su madre desde adentro.
–Con nadie. –Replicó rápidamente. –Religiosos mamá.
La señora Kanroji se asomó por el pasillo y su sonrisa se ensanchó cuando vio al muchacho parado en el umbral de la puerta.
–Cariño, déjalo pasar. –Instó la mujer mayor. –No pretenderás que se quede ahí en la puerta.
La aludida se quitó a regañadientes y lo dejó entrar, su madre sonrió complacida.
–Traje un postre. –Informó Obanai entregando el paquete que contenía el pastel.
–Muy amable de tu parte, Iguro. –Agradeció la madre. –Ahora, puedes pasar y sentirte como en tu casa.
–Muchas gracias. –Hizo una reverencia a su anfitriona que se retiró a la cocina a guardar el pastel.
El joven iba a entrar a la sala cuando el brazo de su compañera de clases se interpuso.
–Esta es mi casa Iguro, y no sé qué pretendes al venir aquí. Pero no permitiré que te burles de mi familia.
–No he venido con esa intención, Kanroji.
–¿Entonces? ¿A qué has venido? –Demandó saber la muchacha.
–Kanroji…
–¡Sachi! ¡¿Dónde dejaste mi rizador de cabello?!
–¿Eh? Sabes que yo no me rizo el cabello, lo tengo muy corto. Yo me lo aliso.
Eran un par de voces femeninas que se escuchaban enfadadas, aparentemente.
–¡Keito! –Chilló una. –Dile a Sachi que me devuelva mi rizador, seguramente lo usó para alisarse el cabello.
–Ya te dije que no lo tengo Kaori.
–Igual que no tenías mis aretes de cerezas ¿verdad? –Reprochó la joven que respondía al nombre de Kaori.
–Ya paren. –Esta vez habló una voz masculina. –Si saben que ustedes nunca encuentran nada ¡pregúntenle a mamá!
Las voces que discutían se escuchaban cada vez más cerca.
–¡Mamá! –Gritaron ambas féminas a la vez.
Se detuvieron cuando lo vieron parado en el pasillo justo delante de Mitsuri. Los tres Kanroji no sabían cómo reaccionar. Por lo pronto las dos hermanas se ruborizaron avergonzadas y el joven, a la vista, el mayor de todos lo miraba con curiosidad.
–Al diablo, terminemos con esto. –Fue Mitsuri quien rompió el silencio. –Iguro, ellos son mis hermanos, el mayor: Keito. –Señalando al joven. –Las dos gritonas son, segunda hija: Sachi y la tercera Kaori. –Ahora lo señaló a él. –Obanai Iguro, un genio con problemas de actitud.
–¿Obanai Iguro? –Habló una de las hermanas Kanroji, la más pequeña de las dos, ¿Kaori? –¡El novio de Mitsuri!
–¡¿Qué?! –Fue el hermano mayor el que gritó sorprendido.
–¡No es mi novio!
–¡Sí! –Confirmó la otra. –Es el mismo chico que estaba contigo cuando fui a dejarte la sombrilla.
Mitsuri se llevó su mano al rostro con vergüenza.
–Ven, pasa. –Le indicaron las dos jóvenes tomándolo una por cada lado. –Estás en tu casa.
Obanai empezó a dudar. Parece que debió hacer caso a la advertencia de Mitsuri y huir mientras aún podía.
Ahora era demasiado tarde.
–Allí. –Señaló la plaza del parque. –Solían vender los mejores helados que te puedes imaginar.
–¿Häagen-Daz?
Giyuu no pudo sino reír al escucharla.
–No necesariamente lo más delicioso se compra en una tienda de esa categoría. –Explicó con paciencia. –La señora que vendía los helados los hacía ella misma con una receta que quien sabe cuántos años llevaba en su familia, pero eran los mejores helados del mundo.
–Te acuerdas muy bien de todo este pueblo.
–Es porque me trae muy buenos recuerdos. –Explicó Giyuu con una involuntaria sonrisa. –Como te lo dije, los mejores momentos familiares que tuve fueron aquí.
Shinobu sonrió al verlo así. Giyuu ni siquiera lo notaba, pero se ponía muy feliz cuando recordaba lo que había vivido en ese pueblo. A diferencia de cuando recordaba a Alice y su semblante cambiaba y se entristecía ya que sabía que los recuerdos dulces al final acababan volviéndose amargos.
Por eso no la mencionaba. No quería que nada opacara la felicidad que en esos momentos empezaban a compartir. Sin darse cuenta, Giyuu empezaba a abrirse a ella, poco a poco, suavecito.
Está decidida a llenar la mente de él con hermosos recuerdos de ambos en ese pueblito costero.
–¿Y qué más recuerdas? –Lo animó a seguir platicándole.
–Ahí estaba… –Señaló a otro lugar. –Ahí sigue la floristería de los Ishida, si mal no recuerdo. Tenían las flores de temporada más bonitas. Yo solía decir que le llevaría todas a mi hermana.
–Quiero ir a ver. –Señaló Shinobu queriendo llevarlo de la mano. –Vamos. –Animó.
–Te alcanzaré. –Indicó soltándole la mano. –Voy al cajero. –Indicó señalando los artefactos junto a una farmacia.
Shinobu le sonrió y se marchó a la floristería.
Giyuu suspiró y se dirigió a la farmacia sin pensárselo dos veces. Tenía que hacer una compra necesaria, algo que no esperaba usar y por eso no lo había hecho. Sin embargo, dada su propia falta de control al momento en que Shinobu lo toca no podía arriesgarse. Por mucho que ella diga que no corrían ningún riesgo, no era responsable de su parte confiarse de eso.
No era responsable de su parte acostarse con esa mujercita. Y en lo posible no lo repetiría, aunque su cuerpo le pidiera meterla en su cama cada dos horas. Suspiró. A eso se refería. Shinobu le hacía perder la cordura, por lo que, en todo caso, lo mínimo que podía hacer era tomar precauciones.
–Buenas tardes, deseo un paquete de…
–¿Giyuu Tomioka?
Giyuu abrió sus ojos azules al escuchar su nombre y miró a la anciana mujer que atendía en la farmacia.
–¿El pequeño Giyuu Tomioka? –Volvió a preguntarle, él asintió –¡Pero mírate cómo estás! –Exclamó la mujer con el cabello canoso. –Estás igual a tu madre, esos ojos y ese cabello. –Señaló. –Oh, pero tan condenadamente guapo como tu padre.
–¿Abuela Tsumiki?
–Hasta que me reconoces muchacho. –Le riñó la anciana con falso enojo. –Mira cuántos años han pasado desde que el pequeño Giyuu nos visitó por última vez. Ya eres todo un hombre. –Siguió hablando. –Me imagino que Tsutako debe ser una mujer esplendida, era tan linda. Siempre estabas pegado a sus faldas. ¿Cómo está ella?
–Bien, abuela. –Dijo sonriendo con incomodidad. Tsumiki Sou había sido la dueña de la farmacia mejor surtida del pueblo. Ella lo había conocido desde que estaba en el vientre de su madre.
¿Cómo le pides a alguien que te conoce desde niños que te venda una caja de preservativos?
–Oh, y vienes muy bien acompañado. –Sugirió con esa picardía con la que los mayores acostumbraban a avergonzar a los menores. –Tu padre me contó que te habías ido a Francia, que tenías un muy buen trabajo por ahí y que te habías casado. –Involuntariamente la anciana se fijó en Shinobu.
–Ella no es mi esposa. –Dijo rápidamente. Demasiado rápido. Notó la sorpresa en el rostro de la mayor y después la simpatía. –Enviudé. –Explicó mostrando la mano desnuda. –Hace tres años.
–Oh. –Fue lo único que dijo. Parecía incómoda. –Lo siento, Giyuu. No lo sabía, tu padre no ha venido en mucho tiempo y no hemos podido hablar. –Se apresuró a agregar. –Es solo que cuando te vi conversar con ella… no sé, serán cosas de viejas, pero, se miraban con tanto cariño. Me recordó a tus padres cuando vinieron por primera vez aquí.
–No creo que sea un buen ejemplo. –Replicó. –Sabemos cómo terminó eso, Tsumiki. –Recordó Giyuu.
–Sí, pero creo que para este entonces sabrás tan bien como yo que la falta de amor no fue causa de su separación y de la muerte de tu madre. –Dijo con elocuencia. –De ser así tú padre ya tendría otra pareja. Sin embargo, no lo ha hecho y cada vez que él viene y recuerda, aún le brillan los ojos al hablar de tu madre.
–Quizá no se puede amar más de una vez. –Soltó con nostalgia recordando a Alice y planteándose su propio debate interno.
–Yo no diría eso y sé de qué estoy hablando. –Interrumpió con seguridad la anciana. –¿Recuerdas a Enji? Mi esposo.
Giyuu puso a trabajar su memoria hasta que pudo visualizar a un alegre hombre de cabello entrecano color marrón y ojos tranquilos y amables. Le gustaba tocar el violín. No era raro escuchar su tonada todos los días a las seis de la tarde.
–¿Aún sale a tocar?
–Todos los días puntualmente. –Contestó la anciana. –Dime ¿Te parece que amo a Enji?
–Por supuesto, y él a ti. –Recordaba que siempre los veía muy cariñosos sin pena alguna. –Todas sus interpretaciones eran dedicadas a ti, te adora.
–Enji no fue mi primer amor. –Soltó con tranquilidad. –Mi primer amor fue el mejor amigo de Enji, Isami. –Por su rostro un ligero velo de tristeza pasó. –Mi Isami, yo lo amaba con locura y él me correspondía con la misma pasión. Llegamos a estar comprometidos. –Relató. –Pero, llegó la guerra y se enlistó. Nos casaríamos cuando él volviera, pero, nunca lo hizo.
De repente, la anciana que solía regalarle las vitaminas de sabores se encontró hablándole de la época más negra de su vida. Del dolor, la pena y la desesperación. El corazón le latía más rápido al escuchar de otra persona una descripción vívida de sus sentimientos.
–No sabes qué hiciste para merecer esa pena. Sientes que la vida te odia y deja de tener sentido. –Expresó. –Crees que te vas a morir. –Alzó la vista para ver a Giyuu asentir con la cabeza. –De no haber sido por Enji, quién sabe en dónde habría terminado. –Dijo y cuando mencionó a su esposo su semblante cambió rotundamente.
Su arrugado rostro recobró la vida y su sonrisa volvió a ser radiante.
–Sin embargo, al saber que tu amado se iba a la guerra, una parte de tu mente debió estar consciente de que quizá no volvería. –Trató de justificar Giyuu. –Alice… era un día cualquiera, normal, común y corriente.
–Los seres humanos nunca estarán preparados para el fallecimiento de un ser amado. –Corrigió con sabiduría. –Tanto como si tropezó fuera de su casa y se dio un mal golpe o si un médico te dice que sólo vivirá exactamente un par de horas. Nunca es fácil o menos doloroso. –Continuó. –Pero, siempre se puede salir adelante. Siempre habrá quien pueda ayudarte a salir adelante y debes de atesorar a ese alguien.
–Has dicho que Enji era el mejor amigo de tu amado. –Se detuvo un momento, quizá lo que estaba a punto de preguntar no era adecuado. –¿No fue…?
–¿Extraño? –Se adelantó la mujer y no pudo evitar burlarse al darse cuenta de que había acertado por el rubor del joven. –Por supuesto. Enji e Isami eran como hermanos. Claro que sentí que le estaba faltando a mi querido Isami con la persona menos indicada, con su hermano del alma. Una traición que lo destrozaría. Pero, no podía hacer nada contra los sentimientos que habían nacido en mí, hacia él. Enji ha sido la mejor decisión de mi vida y puedo decirte que lo amo con la misma intensidad con la que amé a Isami.
–¿Y si te pregunto a quién amas más?
–Amé a Isami con todo mi corazón el tiempo que Dios nos permitió estar juntos. –Contestó. –Atesoraré su recuerdo hasta el día que muera, pero ahora mi corazón sólo le pertenece a Enji. Por eso te digo con toda seguridad que se puede amar a dos personas.
–Alice… era mi razón de ser. Dejé todo por ella y la amé, tal y como describes haber amado a tu Isami. –Compartió Giyuu. –Algunas veces siento que ya no puedo más, que no puedo vivir sin ella.
–¡Tonterías! Apenas empiezas a vivir muchacho. Estás en tus ¿veinte y tantos? Y mírate. –Le indicó un espejo. –Eres joven, inteligente y muy buen mozo. Debes darte una oportunidad.
–No es tan fácil.
–Ni lo será si sigues con esa actitud.
–¿E Isami? –Quiso tomarla con la guardia baja –¿Cuánto tiempo requirió para olvidarlo, para darse una oportunidad?
–Nunca lo olvidaré, ni Enji tampoco. –Reconoció finalmente. –Da miedo ¿sabes? Pensar que puedes llegar a olvidar a esa persona que significó tanto para ti, pero no lo haces nunca. Poco a poco el dolor disminuye y cuando eres feliz, realmente feliz. –Enfatizó. –Los recuerdos serán dulces en vez de amargos y no hay nada mejor que compartirlos con otra persona a la que quieres de la misma manera.
–¿Y Enji? ¿No lo lastimaba con su dolor?
–Claro que sí. –Pareció apenada. –Pero él me amaba lo suficiente como para soportarlo.
–¿Cuánto tarda en desaparecer el sentimiento de culpa y traición?
La anciana lo miró a los ojos con el semblante más serio que jamás había visto en ella.
–Cuando aceptas tus sentimientos. –Soltó. –Cuando comprendes que es posible volver a amar y que lo has hecho. El amor nunca es malo. Quizá un poco doloroso, pero nunca es algo malo y volver a amar está bien. No temas y date la oportunidad de volver a amar. Deja que esa jovencita de ojos bonitos te ayude a volver a creer.
–No. Ella es… –Lo pensó por un momento.
–Alguien muy importante ¿verdad? –Añadió con una sonrisa. –No me expliques nada, cielo. –Le apresuró a detenerse la anciana. –Pero me alegro. Eres un muchacho joven, encantador y muy buen mozo. –Dijo con picardía. –Sería una lástima que te condenaras a la soledad por miedo a intentarlo.
–Yo no quiero hacerle daño. –Explicó. –Siento que no soy justo con ella al sentir aún algo por Alice.
–¿Ella lo sabe?
–Sí.
–¿Ella sabe lo que sientes por ella?
–Ni yo sé lo que siento por ella. –Espetó el pelinegro con una risa amarga.
–Sí lo sabes. –Replicó la mujer con obstinación. –Es solo que aún no te das cuenta. La quieres a tu lado, no quieres que se marche. No quieres dejarla ir. No quieres que nadie te la arrebate. No quieres perderla ¿verdad?
La verdad lo golpeó directamente en la cara. Claro que no quería perder a Shinobu. La imagen de la vida diaria sin sus mensajes cargados de emojis y stickers, sus ocurrencias, su sarcasmo, su cariño, sus besos, su cuerpo, su calor, le resultaba… aterrador. Si ella llegaba a morir… él…
–Pequeño… –Le acarició sus cabellos. –Perdiste a tu familia y a la mujer que amabas. De alguna u otra forma todo lo que has querido te lo han arrebatado antes de tiempo. –Dijo con sabiduría. –Pero tienes todo el derecho del mundo a ser feliz. Te lo mereces y te mereces que te quieran tanto como se ve que lo hace esa muchacha de ojos bonitos. No la alejes de ti, otros pueden aprovecharse de tu duda y vacilación.
Tampoco le gustaba imaginarla con otro de la manera en la que ha estado con él. Entre los brazos de otro hombre, ni siquiera uno de los idiotas adolescentes a los que antes le había repetido hasta el cansancio que debería estar. Ahora no podía imaginársela a lado de otro ni siquiera de la forma más inocente.
–Verte platicando así, se te veía muy a gusto y cuando la joven se fue te le quedaste viendo por largo rato. –Explicó. –Cuando giraste fue ella quien te volteó a ver y se veía tan enamorada. Permítete volver a ser feliz, pequeño Giyuu.
–¡Abuela! ¡Abuela! ¡Mira lo que me ha comprado el abuelo!
Una niña de cabello castaño entró y fue corriendo al encuentro con su abuela y le mostró un juguete nuevo. El hombre mayor se acercó a la anciana y sin pena alguna le beso suavemente los labios con muchísima ternura.
–Mira cariño ¿recuerdas al pequeño Giyuu? –Comentó. –El hijo de los Tomioka.
–Vaya. –Se sorprendió el hombre. –Mírate, eres todo un hombre, muchacho.
–Es cierto, he estado hablándole todo el rato, nunca me dijiste qué deseabas.
Nuevamente el momento incómodo ocurrió y los colores se le subieron como espuma. Afortunadamente el señor Sou por intuición masculina lo ayudó y envió a su mujer y nieta a buscar algo en la trastienda.
–Son ochocientos cincuenta yenes. –Indicó el hombre con una sonrisa mientras guardaba la caja de preservativos en una bolsa de papel.
Giyuu se dio cuenta y sin evitar ruborizarse agradeció y tomó el paquete. La anciana se reunió con su marido y le pasó a la nieta de ambos compartiendo una afectuosa sonrisa. Se despidió con educación y se dispuso a salir del establecimiento.
–Abuela Tsumiki. –Llamó a la anciana que le miró con simpatía. –¿Fue doloroso? –No tenía que decir de qué se trataba. La anciana lo entendía perfectamente. Sabía que se refería a si fue muy doloroso desprenderse del recuerdo del primer amor.
–Sí. –De nada servía ocultarlo. –Pero valió la pena. –Añadió al tiempo que miraba a su marido con adoración. –Te aseguro que la recompensa vale la pena.
Giyuu sonrió y volvió a hacer una reverencia antes de salir de la tienda.
Nunca esperó poder hablar con un, relativamente, desconocido acerca de su historia. Había hablado con su abuelo y con Inosuke, pero ninguno de ellos había atravesado lo que él, ninguno lo entendía completamente. Sólo alguien que hubiese experimentado el mismo dolor lo entendería y jamás pensó que lo encontraría en un pueblo rústico y costero.
Tampoco sabía si había aclarado sus pensamientos o se había confundido más. Pero la plática le había hecho entender una cosa:
No quería volver a perder a nadie.
Y en ninguna circunstancia quería perder a Shinobu.
A pesar de que el sol resplandecía en lo alto del cielo, el frío no se calmaba ni un poco. Sus manos abrazaban el vaso de café que sostenía para conseguir un poco de calor, pero la cálida sensación no aportaba lo necesario para que su cuerpo se calentara. O tal vez era la preocupación lo que lo hacía sentirse tan intranquilo.
–¿Te encuentras bien?
Sus ojos carmesí se posaron en la persona que lo llamaba y pudo relajarse un poco. Tener a Kanao cerca le tranquilizaba un poco, pero tampoco lo suficiente.
–Sí… Eso creo.
–No te preocupes, Nezuko estará bien. –Le animó la menor Kocho conociendo el motivo de su preocupación.
–Hubiera sido mejor que yo me quedara a cuidarla, Nezuko se pone muy mal cuando enferma y yo no debería estar aquí sin hacer nada.
Él sabía que su hermana se terminaría contagiando por cuidar toda la noche de Zenitsu, por eso se opuso a ello. A la mañana siguiente le llamaron diciendo que ahora era Nezuko quien se encontraba enferma y por supuesto que fue corriendo dispuesto a cuidarla. Pero como era de esperarse ella se negó por completo con la excusa de que él tenía que disfrutar de su último viaje escolar. Fue cuando Jacob se ofreció a quedarse con ella.
–Pero, aunque intentaras quedarte ella te hubiera odiado. –Agregó Kanao. –Nezuko quería que disfrutaras de tu último viaje y si te encuentras preocupado todo el tiempo, entonces no tendrá caso que hayas venido. No le hagas sentirse mal. –Intentó animarlo con una de sus características sonrisas.
Por su parte, Tanjiro meditó un momento las palabras de su amiga y suspiró con resignación. Kanao tenía razón, ya que estaba ahí lo menos que podía hacer por su hermana era disfrutar del viaje.
–Aunque… ¿De verdad podemos confiar en ese tal Jacob? –No lo conocía con certeza, por lo que aún dudaba un poco.
Kanao asintió.
–Te garantizo que es un buen chico, puedes estar tranquilo. –Afirmó y pudo observar como el pelirrojo torcía la boca.
–Pareciera que te agrada. –Dijo sin molestarse en ocultar un poco de disgusto.
–Bu-bueno… No he hablado mucho con él, pero al menos lo he hecho lo suficiente para confiarle a Nezuko. –Se apresuró a decir sin entender por qué le molestaba a Tanjiro.
Tanjiro la vio apenarse y sonrió con dulzura sin evitar la necesidad de darle unas palmadas en su cabeza. Al menos le agradaba que Kanao aceptara pasar el resto del viaje con él. Tal vez lo haya hecho solo para apoyar a Nezuko, pero no le importaba.
–¿Dónde mierda te has estado metiendo Kamado? –Escuchó una voz conocida a sus espaldas y volteo sabiendo quien era.
El pelirrojo no hizo más que fruncir el ceño al verlo en perfecto estado.
–Veo que ya te recuperaste. –Le contestó en forma de reproche.
–Sabes que es cuestión de un día para que esté como nuevo, benditas defensas. –Dijo Zenitsu satisfecho por su pronta recuperación. Después posó sus ojos en su amiga. –Ah, hola Kanao. –Le saludó con entusiasmo recibiendo una sonrisa como respuesta. –Gracias a tu remedio pude recuperarme enseguida. –Agradeció.
La mirada del rubio recorrió el lugar de manera "discreta" esperando encontrar a cierta persona. Por supuesto que eso no pasó desapercibido para Tanjiro.
–¿Buscas algo? –Preguntó el pelirrojo cruzándose de brazos. –O, mejor dicho, a alguien.
–Pfff, para nada. –Respondió con fingida indiferencia. –Por cierto ¿Dónde está Nezuko? Supe que cuidó de mí y quiero agradecerle también.
Bien hecho Zenitsu. Se felicitó a él mismo por ocultar la necesidad de ver a su amiga con esa excusa.
–Ah, pues como era de esperarse ella enfermó. –Observó como el semblante de su amigo cambiaba a uno de preocupación. –Por tu culpa.
–¿Mi culpa? –Preguntó con reproche.
–¿Y de quién más? –Lo apartó un poco para que Kanao no escuchara lo que iba a decirle. –Fuiste tan egoísta que pediste que ella te cuidara todo el día a sabiendas de que es muy fácil que Nezuko enferme.
Zenitsu trató de indagar en lo más profundo de su memoria, pero no recordaba haber pedido tal cosa, ni siquiera recordaba qué fue lo que pasó en todo el día que estuvo con ella. Mierda.
–Pero ¿por qué apenas me están diciendo esto? –Ahora era Zenitsu el molesto. –Es para que alguno de los tres esté cuidándola en estos momentos. –De nuevo recorrió el lugar con la mirada y empezó a sudar frío cuando notó que faltaba alguien más.
–Como te podrás dar cuenta el chico de intercambio se encuentra cuidándola en estos momentos. Es bueno saber que alguien además de nosotros se preocupe por ella. –Diciendo lo último para picarlo un poco.
Zenitsu no hizo más que lanzarle una mirada asesina notando las intenciones de su mejor amigo. Sabía que en parte era su culpa que Nezuko estuviera enferma, y entendía la molestia de Tanjiro, pero tampoco iba a soportar sus comentarios.
–Al carajo. –Dijo molesto mientras se alejaba de sus amigos hacia otra dirección.
Tanjiro lo observó irse y suspiró desganado. Dijo que no intervendría en el asunto de Nezuko y Zenitsu, pero tampoco le gustaba ver al rubio ser tan egoísta con su hermana sabiendo los sentimientos que tiene por él.
–¿Eso quiere decir que no pasará el resto del viaje con nosotros? –Preguntó Kanao acercándose nuevamente a su amigo. –Es una lástima.
Tanjiro observó cierta preocupación en Kanao.
–No te preocupes, aunque sea un tonto estará bien. Tú misma observaste que ya está recuperado. –Trató de animarla pensando que su preocupación era porque su amigo apenas se había recuperado de la gripe.
–No es eso. –Aclaró mientras miraba al horizonte. –Nezuko y Zenitsu están peleados, pero ambos siguen siendo mis amigos. –Ahora volteo a ver a Tanjiro. –Es una lástima que no podamos estar todos para disfrutar de nuestro primer y último viaje juntos.
Ahora Tanjiro era el que se sentía mal. Kanao tenía razón, ya que no estaban todos, lo menos que podía hacer era guardarse sus comentarios para que al menos Zenitsu permaneciera con ellos. Pero no podía tolerar que su amigo fuera tan desconsiderado con Nezuko. Era casi imposible contenerse.
–Lo siento. –Dijo al fin apenado. –No debería de intervenir en sus problemas, pero al menos le hace falta quien le haga ver su error, aunque no quiera admitirlo.
–No te disculpes, entiendo lo mucho que te preocupa Nezuko. Tal vez yo actuaria de la misma forma. –Lo excuso casi de inmediato un poco apenada, no era su intención hacerlo sentir mal.
Tanjiro le sonrió abrazándola por los hombros provocando que ella se sonrojara.
–Pero oye, ve el lado positivo. –Habló a la par que tomaba su mentón para verla a los ojos. –Estamos los dos juntos, hace tiempo que no pasábamos tiempo a solas.
Kanao mordió su lengua para evitar decirle que no era por culpa de ella, sino por la intromisión de cierta rubia chillona.
–¿O es que no te sientes a gusto conmigo? –Preguntó un poco preocupado por no recibir respuesta.
–No es eso. –Se apresuró a contestar. –Sólo pensaba en que en realidad ya ha pasado tiempo desde la última vez que estuvimos juntos.
–Pues no se diga más, hay que recuperar el tiempo perdido. –Agregó con entusiasmo con la certeza de que pasaría todo el día solo con ella. Pero olvidaba un pequeño detalle.
–¡Kanao!
Al parecer había hablado demasiado rápido.
–¡Kanao! –Hideki llego donde su amiga con bastante entusiasmo.
–Te escuchó la primera vez, Matsuda. –Le reprochó Tanjiro atrayendo a Kanao hacia él. El moreno cambió su semblante al notar la presencia de Tanjiro
–El asunto no es contigo Kamado. –Le respondió de manera cortante tomando del otro brazo a Kanao para ahora atraerla hacia él. –Por cierto ¿no deberías de estar con tu clase? Tengo entendido que así debe ser la organización.
–No es tu asunto. –Le espetó molesto jalando con delicadeza de nuevo a Kanao. Aunque tenía razón, tuvo que burlar al profesor Uzui para colarse en la clase de Kanao para el siguiente paseo.
Ambos jóvenes se lanzaban miradas de odio el uno al otro sin tener la mínima intención de soltar a Kanao a la cual sujetaban de un brazo cada uno. Ella por su lado no sabía qué hacer, empezaba a sentirse incomoda porque esa pequeña escena ya estaba llamando la atención de sus demás compañeros. ¿Qué debería hacer?
–¡Kamado! ¡Matsuda! –Por fortuna el profesor Uzui se dio cuenta de lo que sucedía y llegó a su rescate. –Dejen en paz a Kocho, no me obliguen a darles una paliza.
Tanto Tanjiro como Hideki soltaron de mala gana a Kanao, pero sin quitarse la vista de encima. Parecía que en cualquier momento se lanzaría a los golpes.
–Kamado. –Le llamó nuevamente el profesor Uzui logrando que el pelirrojo le quitara la vista de encima a Hideki. –Esta no es tu clase, ve de inmediato a la tuya.
Tanjiro infló las mejillas en forma de reproche y Hideki no pudo evitar ocultar una sonrisa burlona.
–En un momento profesor Uzui. –Le contestó aún sin moverse de su lugar, no tenía intenciones de obedecerlo. Solo esperaría a que se fuera y se quedaría ahí.
Pero ninguno de los dos se movió de su lugar.
–¿Y bien? –El profesor se cruzó se brazos esperando a su alumno. –No me harás escoltarte hasta allá ¿o sí? –Diciendo lo último de forma retadora.
–Tanjiro, deberías de obedecer al profesor. –Por fin habló Kanao. Si su amigo no se iba, sabía muy bien que el profesor Uzui se lo llevaría a la fuerza, y no lo haría de la forma más amable.
El aludido observo a Kanao y a sus espaldas al insoportable de Hideki, el cual no borraba su sonrisa burlona. En ese momento quería darle un cabezazo, pero por su propio bien le convenía obedecer al profesor.
–Bien. –Dijo ya resignado dispuesto a irse, pero no sin antes susurrarle algo al oído a su amiga. –No te vas a librar tan fácilmente de mí, en cualquier momento del paseo estaré de nuevo contigo. –Le aseguró y después se dirigió a Hideki. –Aun no cantes victoria Matsuda.
–Lo que digas. –Contestó el moreno de manera triunfante mientras veía como Tanjiro se iba.
Kanao lo despidió con un ademán de mano mientras que un ligero sonrojo se asomaba en sus mejillas. La verdad sí quería pasar el resto del viaje en compañía de Tanjiro, pero le alegraba saber que él buscaría la forma de que estuvieran juntos.
Sin Katsumi todo era más bonito.
El estadio estaba cada vez más lleno a pesar de que el encuentro se llevaría a cabo en un par de horas, sin embargo, los fieles y devotos fanáticos ya estaban en sus lugares, esperando que el encuentro de inicio.
Aoi aún sentía de vez en cuando que la fusilaban con la mirada las personas a su alrededor. Escuchaba en susurros como los hombres la mandaban a atender su casa y las mujeres presentes la criticaban diciendo que era mala madre.
Quería gritarles que no se podía ser mala madre cuando ni siquiera se era madre.
Pero la culpa no era de ellas, no, la culpa era del despreocupado peliazul que se había pasado gritando a todo pulmón que estaba embarazada desde la fila de afuera hasta los propios asientos.
Y él estaba ahí, escuchando perfectamente, eso le decía su sonrisa felina de satisfacción. Parecía tan complacido que le daban ganas de golpearlo con todas sus fuerzas.
–Si los Alvark ganan este encuentro se va a la final. –Comentó Akiyama con un deje de amargura.
Aoi sonrió ante la perspectiva. Por supuesto que iban a ganar, no podía ser de otra manera.
–¿Por qué sonríe, señora Hashibira? –Inquirió el rubio extrañado. –No queremos que esos renacuajos nos ganen.
Rayos, se reprendió la inspectora. Tenía que pensar rápido.
–Sí, cariño. ¿Qué te pasa?
Maldito Hashibira.
–Me rio por las probabilidades de que eso ocurra. –Soltó descuidadamente. –Ni en sus mejores sueños.
Observó a Inosuke achicar los ojos y Akiyama por su parte soltó una carcajada.
–Así se habla. –Le concedió. –Eres un diablo muy afortunado Hashibira.
–¿Ah? –El aludido no comprendía por qué.
–Sí, qué no daría yo por venir a un encuentro con mi mujer. –Explicó. –Pero, apenas empiezo a hablar del baloncesto ella se marcha a otra habitación y ni siquiera puedo sugerirle que traigamos a los niños. –Un escalofrío le recorrió el cuerpo. –Me mataría. En cambio, ustedes. –Los miró y sonrió. –Los envidio. Tienen las mismas aficiones, escaparse de la rutina y venir a un partido juntos, debe ser genial. Y ni que esperar de los hijos si ya vienen antes de nacer. Ya me imagino en unos años a muchos peliazules con la camiseta del Kawasaki y vitoreando el himno del equipo.
A juzgar por la sonrisa incómoda de su colega, Aoi pudo adivinar que también se sentía incómodo por mentir. Pues bien, hecho. Ellos estaban en esa situación únicamente por culpa de él.
Su mente empezó a trabajar aceleradamente. Sus ojos pasearon por todo el estadio hasta localizar su objetivo. Repitió la acción tres veces hasta estar segura de su plan. Era hora del desquite.
–Cielo. –Llamó a Inosuke con una dulzura tan sutil que no culpó al joven por estremecerse cuando puso su mano en el hombro. –Quiero un onigiri.
–De acuerdo. –Contestó extrañado. –Cuando salgamos, será lo primero que compremos. Además ¿de dónde se supone que saque un onigiri aquí?
Con falsa dulzura, Aoi señaló al vendedor de onigiris casi al otro lado del estadio. Se deleitó con Inosuke tragando duro por la insinuación.
–Por favor. –Pidió mirándolo con unos ojos que el Gato con Botas de Sherk habría envidiado.
–Seguramente en poco tiempo estará pasando por acá.
–Ya pasó por acá. –Explicó Aoi con fingida inocencia. –¡Mira, se está alejando! –Dijo mientras indicaba al vendedor que se iba. Regresó a ver al peliazul con un gesto dolido, imitando la pose que él tuvo la noche anterior. –Tu hijo quiere onigiri. ¿Serás tan mal padre como para no complacerlo? –Se tapó el rostro con las manos. –Todo es tu culpa, tú me hiciste esto.
Inosuke estaba desesperado. Empezaban a escucharse los murmullos alrededor que lo condenaban sin misericordia alguna. Estuvo a punto de gritar que Aoi no estaba embarazada, pero la mano de Akiyama tocó su hombro y lo miró con semblante muy serio.
–Tiene razón, debes hacerte responsable. –Le dijo con seriedad. –Sé un hombre.
Aoi hubiese dado lo que fuera por ver la cara de Inosuke, pero si lo hacía su actuación se iba al trasto.
–Ya, Aoi. –Escuchó la voz de Akiyama mientras le palmeaba la espalda para confortarla. –El desconsiderado de tu marido ya fue a por tu onigiri.
Tuvo que morderse los labios para que la carcajada no saliera de sus labios.
–No llores, es un bruto. Pero, todos los hombres nos ponemos brutos por el primer hijo.
Sus ojos ya empezaban a lagrimear, pero por la risa que estaba conteniendo más que por cualquier otra cosa. Excelente desquite.
Y como dicen: Donde hay desquite, no hay venganza.
Pudo distinguir a la joven entre tantas flores, se veía hermosa rodeada de tanto color y vitalidad. Esa era ella, esa era Shinobu. Toda alegría y belleza. Todo lo contrario, a él durante los últimos años. Quizá, fue eso lo que lo atraía a ella con tanto ahínco, tal vez, inconscientemente su dañado corazón lo empujaba a la salvación.
Porque, por mucho que quisiera decir lo contrario, cuando está con Shinobu se siente en paz consigo mismo, el dolor desaparecía y las dudas no estaban. Es cuando ella se marcha que los remordimientos y la consciencia aparecen tratando de sumirlo en la desesperación. Pero, cuando está solo con ella todo es diferente.
Todo era perfecto.
Parecía estar muy concentrada y asentía con seriedad a lo que alguien le decía. Ni siquiera se había dado cuenta de su presencia.
–¡Eres tan lindo!
La escuchó chillar y se sobresaltó involuntariamente. Eso también era nuevo. Los celos. Él nunca había sido celoso, sin embargo, con Shinobu no soporta la idea de que ningún otro hombre la ronde. Mucho más ahora que la consideraba suya en toda la extensión de la palabra.
Sin ser consciente apresuró el paso y cuando la alcanzó la encontró abrazando a un pequeño niño de no más de diez años, con un pequeño delantal con el logo de la florería. Estaba todo ruborizado en los brazos de ella.
–Shinobu. –La llamó.
–¡Giyuu!
–Siento haber tardado. –Se disculpó con una sonrisa.
–No te preocupes, Xiao Ren me hizo compañía. –Le dijo tranquila señalando al niño. –Vive en Hong Kong, pero está visitando a su familia materna, que son los dueños de la floristería. Sabe mucho, me estaba contando unos mitos de las flores. Como, por ejemplo, se dice que las rosas son rojas porque Afrodita corriendo para ver a su amado Adonis se lastimó con una de ellas. Las rosas, al sentir tanta vergüenza por haber lastimado a la Diosa de la belleza se pusieron rojas.
–No sabía eso. –Confesó. –Sé ciertos significados de las flores por mi hermana, pero no todos.
El niño lo estudio con sus ojos verdes y tras dedicarle una mirada de suficiencia, se giró a Shinobu.
–Ten Shinobu, un Hibisco. –Dijo el niño. –Significa belleza delicada, es como usted.
–¡Que ternura! –Expresó Shinobu. –¿Cuánto te debo?
–Nada. Se la obsequio. –Contestó el menor.
–Muchas gracias. –Se inclinó para quedar más o menos a la altura del niño y besó su mejilla como agradecimiento.
Todos los colores se le subieron al niño que parecía aturdido, Shinobu estaba muy ocupada admirando su flor como para darse cuenta de la reacción. Le parecía muy tierno, hasta que el mocoso le dedicó la mirada de victoria más molesta que le hayan dedicado en su vida.
–Puedes venir mañana Shinobu, le tendré más historias para contar.
–¿En serio? –Volteó a ver a su novio. –¿Podemos, Giyuu?
No. Quería decir eso, pero no podía ser que estuviera actuando de una manera tan infantil con un niño muchos años menor que él.
–Claro. –Ya se le ocurriría alguna forma de evitarlo. El siguiente sería el último día en el pueblo, seguramente algo haría para evitarlo.
Bien pensado Giyuu. Por suerte tú eres un adulto maduro que no se pondrá a pelear con un niño. Rebatió su mente con sarcasmo.
Una dulce melodía de violín inundó la plaza. Como si fuera una costumbre, todas las luces que indicaban el inicio del anochecer se encendieron en los establecimientos aledaños. Quienes vivían en las casas aledañas, así como los comerciantes, salían para poder escuchar la tonada.
Enji Sou estaba de pie frente a su establecimiento, y junto a su esposa y nieta tocaba con envidiable gracia una pieza musical exquisita. Un hermoso vals.
–¿Me concede esta pieza, señorita Kocho?
Shinobu lo miró sorprendida. Él mismo estaba sorprendido por haber exteriorizado sus deseos. Pero, ya lo había dicho.
–Me encantaría. –Shinobu tomó la mano del pelinegro, y sin pena o vergüenza alguna lo guío al centro de la plaza. –Aunque todos nos miran. –Dijo un poco apenada.
–Desde mi punto de vista, todos miran lo hermosa que es mi novia. –Le susurró al oído. –Sentirán envidia.
Hizo girar a Shinobu en ese momento y cuando volvieron a estar de frente, ella le sonrió con dulzura.
–Seguro que las mujeres me envidiarán a mí, por mi apuesto novio. –Bromeó. – No tenía idea de que supieras bailar tan bien.
–Aún quedan muchas cosas que no sabes de mí. –Le dijo.
–Por el contrario, yo podría decir que, desde anoche, eres la persona que más me conoce. –Shinobu rio al notar el rubor en el rostro de su amado y se dejó llevar por él al son de la música.
Estaban perfectamente sincronizados. Giyuu la llevaba con facilidad y elegancia. Era como si hubiesen nacido para bailar juntos. Encajaban como los engranajes de un reloj.
–No la reconozco. –Dijo Shinobu. –¿Tú sí, Giyuu?
–El viejo Sou compone Shinobu, desde siempre ha dicho que sus composiciones son producto de su musa, su esposa.
–Dicen que las mujeres sacamos lo mejor y lo peor de los hombres. –Soltó en broma la joven Kocho.
–Tú siempre sacas lo mejor de mí. –Contestó en un susurro, por inercia.
Shinobu abrió los ojos por la súbita confesión. No se la esperaba.
–Es lo más lindo que me has dicho hasta ahora. –Le dijo con una sonrisa deslumbrante.
La misma que tomó a Giyuu con la guardia baja. Se veía tan bonita y era suya. Sólo suya. Un acto completamente consumado desde la noche anterior.
Cuando la veía así… no podía pensar en nada que no fuera ella y en la necesidad de besarla.
Así lo hizo. Se detuvo y se inclinó a tomar los labios de la joven en un beso. Poco a poco se estaba convirtiendo en una dulce necesidad besar esos adictivos labios con sabor a gloria.
Se separaron al escuchar los aplausos de los residentes del pueblo que parecían maravillados por su interpretación. Al menos la mayoría. Giyuu no pudo evitar regocijarse al ver como el pequeño admirador de Shinobu tenía una mueca deforme ante la muestra de afecto entre ellos. Aun así, no pudo evitar sonreír con victoria.
–Debería darte vergüenza. –Le riñó Shinobu que había notado toda la interacción entre el niño y Giyuu. –Es un niño.
–Ya te lo había advertido. –Le recordó. –Te dije que era posesivo con lo que considero mío y desde anoche tú pasaste a formar parte de mis bienes más preciados. Ahora eres mi mujer.
Shinobu pudo decirle que no era un objeto y en consiguiente, no le pertenecía. Pero, estaba tan enternecida ante aquellas palabras que prefirió no hacerlo. Parecía otro, desde el hombre que la había amado en la madrugada, al hombre que se quedó perdido en sus pensamientos por la tarde y ahora el hombre que la sacaba a bailar y le decía cosas tan bonitas.
Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando súbitamente sintieron agua cayendo sobre ellos. Estaban en medio de fuentes artificiales que se accionaban cada cierto tiempo y lo habían empapado a él principalmente.
Shinobu fue la primera en reaccionar empezando a reír como niña chiquita, hasta que fue el turno de ella para empaparse y fue entonces que pudo ver y escuchar algo maravilloso que llenó su corazón.
La genuina y aterciopelada risa de Giyuu.
Entonces, Iguro ¿Has sido compañero de Mitsuri toda la preparatoria?
–Así es.
–Y tentativamente, ¿irían a la misma Universidad?
–Sí…
–Entonces, ¿Para cuándo es la boda?
–¡Mamá! ¡Sachi y Kaori están molestando al invitado!
Mitsuri se puso de pie chillando en la mesa cuando Sachi soltó esa pregunta tan descaradamente. Obanai había dejado caer sus cubiertos, a su lado Keito parecía atragantarse con la soda y sus padres se veían insoportablemente cómodos ante la situación.
–Mitsuri linda, por favor siéntate. –Pidió su padre con su usual calma. –Estamos cenando.
La aludida se sentó enfurruñada mientras veía a Obanai toser y salir del shock, y a su hermano calmando el ataque de tos.
–Papá, al menos deberías tener un ataque como Keito, tus hijas mayores le están lanzando matrimonio a la más pequeña.
–Ya pasé por esto con Sachi y Kaori. La primera vez enloquecí, tu madre puede corroborarlo. –Narró el padre. –Cuando Kaori nos presentó a su novio fue algo parecido, pero, en menor proporción. Ya contigo, hija, algún día tendría que pasar. –Las lágrimas empezaban a aparecer en sus arrugados ojos. –¡Querida, la pequeña Mitsuri está creciendo!
La paciente madre fue a consolar a su marido. La joven de cabellos rosados cubrió sus ojos con sus manos.
–Creo que soy adoptada.
–Claro que no hermanita. –La mayor Sachi refutó. –Tenemos grabado en DVD tu nacimiento, si quieres lo ponemos y así Obanai va conociendo a la familia.
Mitsuri regresó a ver al aludido que se había puesto pálido por la simple mención. En su fuero interno, Mitsuri deseaba que Iguro sacara al monstruo antisocial que lleva dentro e hiciera callar a su hermana mayor. Pero sólo estaba ahí, pálido y sin hablar.
–Por enésima vez… ¡Él NO es mi novio! Es sólo un compañero de clase. –Especificó.
–Claro, así le dicen ahora. –Se burló la hermana del medio. –Si fuera sólo un compañero, no habría venido a cenar.
–Mamá lo invitó, es más, lo comprometió a venir.
–No le habrá puesto una pistola en la cabeza. –Masculló un muy molesto hermano mayor.
–¡Tú no Keito! –Se quejó Mitsuri.
–Debiste decirme que tenías novio.
–No es mi novio. –Mitsuri ya estaba a punto de llorar. Se giró a sus hermanas. –¿Ven lo que provocan? –Las riñó. –Esto es por tus tenis de deporte, ¿verdad, Sachi? Y por tus esmaltes Kaori, ya dije que lo sentía.
–¡Eran los tenis que mi novio me compró! –Le reclamó la mayor. –Y ni siquiera los pediste prestados.
–¿Tienes idea de cuánto me costó conseguir toda la gama de colores de esmaltes para que tú los usaras en tus experimentos? –Chilló Kaori. –Y no has tenido la mínima intención de reparar el daño.
–¡Que resentimiento!
–¿Alguien quiere postre? Chicas, por favor.
Las peleas y los llantos se detuvieron. Todos volvieron inmediatamente a sus asientos y aceptaron el postre.
Obanai miraba sorprendido como, en silencio, las tres hijas de la familia Kanroji recogieron los platos y los apilaron en el fregadero. El trabajo se hizo corto y manejable ya que una lavaba, la otra enjuagaba y la última secaba. Lo mismo ocurría al momento de servir la tarta. Una cortaba mientras las demás pasaban los platos. Todo en armonía y sincronización. No parecían las hermanas que parecían dispuestas a asesinarse minutos antes y los padres parecían tan acostumbrados a ello.
En su casa la cena y todas las comidas eran en silencio y no duraban más de veinte minutos. Los Kanroji llevaban casi una hora porque platicaban y reían en la mesa. Eso era algo tan extraño para él.
–Son buenas chicas. –Dijo la madre cuando se sentó a recibir su postre. –Y conforme pasa el tiempo te acostumbras.
–Es el precio por tener varios hijos. –Aseguró el padre. –Pero no me arrepiento de nada, ellos son lo mejor que me pudo pasar en la vida. –Regresó a ver a su esposa. –Después de ti, por supuesto, mi amor.
El amor que se profesaban la pareja de esposos también era algo que lo había tomado con la guardia completamente baja. Estaban muy enamorados y adoraban a sus hijos, eso se notaba en cada gesto o sutil caricia que compartían. A veces se sentía tan avergonzado que debía desviar la mirada. Sin embargo, los jóvenes Kanroji parecían estar perfectamente acostumbrados a ello.
–¿Te gustó la cena, Obanai? –La señora Kanroji lo había tratado con mucha ternura, como si lo conociera de toda la vida.
–Sí, estuvo deliciosa. –Contestó educadamente.
–Ese es el platillo favorito de Keito. –Explicó. –Como no vive aquí, cuando viene de visita procuro preparar todo lo que le gusta, lo mismo en el cumpleaños de cada una de las chicas. –Pareció recordar algo. –¿Cuál es tu comida favorita? ¿Tu mamá también te la prepara? Por supuesto. –Ella misma se contestó la pregunta. –Eres hijo único según tengo entendido.
–Omurice. –Contestó por inercia puesto que no se esperaba esa pregunta. –Y no, mi hermano mayor murió hace mucho tiempo, pero no soy hijo único. –Dijo con más amargura de la que pensó, la misma que fue percibida por los tres miembros de la mesa que intercambiaron una mirada de sorpresa.
–El favorito de Mitsuri. –Exclamó con júbilo improvisado, restándole importancia a lo mencionado por el joven, ya que intuía eso era lo que él quería. –Le diré que te invite la próxima vez que lo haga.
–No es necesario…
–Insisto. –Asintió con una sonrisa la madre de Kanroji. –Sabes, es una buena chica. –Añadió mirando a su última hija. –Un poco torpe, atolondrada y habladora. Pero, aunque a veces hable por hablar, es buena y estamos muy contentos de saber que hay una oportunidad de que pueda estudiar en la Universidad de sus sueños. Por eso, por favor, cuida de ella.
–No es…
–Ella siempre ha dicho que eres muy inteligente. –Añadió el padre. –Muchas gracias por aceptar hacer equipo con ella.
La ternura que mostraban los ojos de esa mujer y el genuino agradecimiento que denotaba la voz del hombre, era algodesconocido para él. No, más bien era algo olvidado. Su propia madre solía verlos con la misma ternura a él y a Kaburamaru de niños, pero cuando su hermano murió la amargura y nostalgia reemplazaron esa ternura. Al igual que pasaba con su propia madre, no podía negarle nada a alguien que lo mirase así.
–De nada.
–¿Por qué tan callados? ¿Planean un asesinato? –Cuestionó Mitsuri sentándose en su lugar.
–Nah. –Contestó el hermano mayor. –Mamá estaba a punto de contarle a qué edad dejaste de mojar la cama y la historia de Fulgencio.
–¿Quién es Fulgencio? –Obanai no pudo evitar que la curiosidad lo embargara al escuchar un nombre tan poco usual.
–El pez dorado Mitsuri que asesinó con sobredosis de alimento.
–¡Keito!
De repente, Obanai se encontró envuelto en una plática acerca de peces dorados, alimentación y visitas al cementerio. Seguido de varias anécdotas familiares que la familia le empezó a compartir como si fuera algo normal, como si él fuera un miembro más de la familia.
Y extrañamente no se sentía incómodo en lo absoluto.
Habían llegado a la casa de los Tomioka empapados, tuvieron que correr como un par de niños chiquitos antes de llegar a la casona porque ya empezaba a enfriar. Cuando llegaron, lo primero que hicieron fue secarse con un par de toallas.
Shinobu no pudo evitar quedarse viendo, sin discreción alguna como su sexy profesor se quitaba la camisa para poder entrar en calor con la toalla.
–Mirona. –La riñó con cariño cuando la descubrió mirándolo.
Shinobu le restó importancia con una sonrisa burlona.
–Si dices que soy tuya, entonces tú eres mío. No hay nada de malo con mirar lo que me pertenece.
–Pues no me parece justo ser el único espécimen observado.
–¿Acaso el remilgado profesor está insinuando que quiere ver a una de sus alumnas desnuda?
–No. –Negó con seriedad. –El remilgado profesor, –Hizo un gesto de comillas con las manos. –jamás diría algo así. –Tras decir eso la recorrió con una mirada de pies a cabeza, como si mirara claramente a través de la toalla y de la ropa. –Pero, como su novio, señorita Kocho, estaría encantado ante la visión que sugiere.
Shinobu empezaba a cansarse de ruborizarse por cada palabra que decía, pero le encantaba. Le gustaba esa descarada picardía y las cosas que inesperadamente le soltaba. Era, casi, como si finalmente aceptara su relación.
–Deberías darte una ducha. –La instó. –Una ducha de agua caliente.
–¿No te gustaría acompañarme? –Lo invitó con un tono sugestivo mientras dejaba caer su short y su blusa por el suelo. –Si no, podrías enfermar.
–Si te acompaño no saldremos de la casa. –Advirtió. –Y creí que querías ir a ver el festival.
–Oh sí. –Exclamó. Conteniéndose de decir que también lo quería de compañía en la ducha. –Tengo mi yukata lista para ser usada.
–¿A quién se le ocurriría traer un yukata a un paseo corto?
–Una debe estar preparada para todo. –Explicó Shinobu con seriedad. –Ni siquiera sabía a dónde íbamos, tuve que traer ropa de invierno y de verano en iguales proporciones, sin mencionar algunos conjuntos primaverales, otoñales, vestidos de noche, tacones, botas, maquillaje…
–Entendí. –La atajó y movió la palma de su mano indicándole la dirección del baño. –Vamos a darnos una ducha.
–¿Juntos? –Preguntó Shinobu con ojos soñadores. –Tú también debes usar una Yukata. –Sentenció la pelimorada.
–Por supuesto, tengo un armario portátil en uno de los bolsillos de mi maleta de viaje. –Le contestó con sarcasmo. –Y no, separados. –Sentenció Giyuu. –Supongo que te tomarás tu tiempo preparándote para salir.
–Quiero estar hermosa para ti.
–Estarías hermosa así usarás la cortina del baño como vestido. Tú siempre estás hermosa.
Las mejillas de Shinobu se colorearon y acortó la distancia que había entre ellos.
–Estás diferente. –Le dijo segura, acariciando su rostro. –No sé cómo explicarlo, pero estás más abierto a mí, más relajado, pareces feliz.
–¿No te gusta? –Preguntó con arrogancia sin poder evitar que un velo de inseguridad surcara su rostro. –Creí que habías aceptado todo tipo de condiciones cuando te empeñaste en ser mi novia.
–Shh. –Le colocó el dedo índice en los labios. –Me gustas cuando estás molesto y amargado, me encanta ver tu expresión cuando te hago rabiar, me gustas protector y posesivo, también cariñoso y un poco pervertido. Giyuu, me gusta todo de ti. Nunca dudes de eso.
Se puso de puntitas y lo besó en los labios con ternura. Aunque la ternura duró poco, ya que la pasión los interrumpió profundizando el beso, cada vez se exigían más. La toalla cayó del cuerpo de Shinobu dejándola en su delicada ropa interior. Giyuu la atrajo contra sí para hacer el roce más íntimo.
–Si nos bañamos juntos ahorramos agua. –Sugirió Giyuu tras el apasionado roce de labios como último recurso.
–Ahora, ¿Quién le hace propuestas indecentes a quién? –Preguntó con picardía.
–Me estás corrompiendo. –Se quejó Giyuu bajando la cabeza para depositar un beso cariñoso en la punta de su nariz.
–Yo debería decir eso. –Se defendió la joven inflando los cachetes.
–¿Eso es una queja? –Preguntó alzando una de sus cejas.
–No. –Kocho volvió a alzar los brazos al cuello del joven y lo besó en los labios. –Es un placer ser corrompida por usted, señor Tomioka.
–Es un placer corromperla, señorita Kocho.
Se separó de Shinobu y se introdujo en su recámara, dejándola parada suspirando como la colegiala enamorada que era. No sabía qué le pasaba a Giyuu.
Pero, lo que sea que le pase, ojalá durase para siempre.
–No creí que el paseo nos tomaría todo el día ¿verdad, Kanao? –Preguntó Hideki a su acompañante.
La aludida solo asintió.
La verdad es que el paseo fue muy entretenido, el único detalle fue que Tanjiro no cumplió su promesa. La mayor parte del tiempo se la pasó esperando a que el pelirrojo hiciera acto de presencia, pero no logró verlo en ningún momento. Para darse ánimos a ella misma quería suponer que no había logrado librarse de la vigilancia del profesor Uzui.
Aunque tampoco podía quejarse de la compañía de Hideki, él había sido muy atento durante todo el recorrido y no paraba de contarle anécdotas entretenidas. Se sentía un poco mal porque aún no tenía claros sus sentimientos. Por supuesto todavía seguía enamorada de Tanjiro, pero Hideki también había logrado despertar en ella ese tipo de sentimientos hacia él. Antes ya había considerado darse una oportunidad con el moreno, pero cuando Tanjiro la besó y ahora que ha tenido tantas atenciones con ella en los últimos días, simplemente la hizo retroceder.
Sabía perfectamente que no podía seguir en esa situación, debía elegir o ambos terminarían matándose, además ya no quería seguir protagonizando discusiones entre ambos. Si elegía a Tanjiro ¿Qué le garantizaba que todo saldría bien? Sabía que mientras Katsumi estuviera cerca no podría estar tranquila. Pero, si elige a Hideki ¿Qué pasaría si se da cuenta de que en realidad no estaba enamorada de él? Eso era lo que le asustaba, confundir sus sentimientos y darse cuenta de que jamás podría olvidarse de Tanjiro.
Una parte de ella le decía que era mejor no elegir a ninguno y así se evitaría muchos problemas. Sería lo mejor.
–Kanao. –Le llamó Hideki por enésima vez. –¿Estás bien?
La joven se sobresaltó un poco al escuchar que la llamaban.
–¡S-sí…! –Contestó de inmediato un poco nerviosa por sus pensamientos.
–Vaya, parece que te gusta mucho sumirte en tus pensamientos. –Dijo en broma, pero al ver la expresión de confusión en su amiga, continuó. –No es la primera vez que te llamo y te encuentro muy pensativa.
Kanao se sonrojó notoriamente por la vergüenza. Era verdad, Hideki siempre se encargaba de sacarla de sus pensamientos.
–Lo siento. –Se apresuró a disculparse. Si seguía haciendo eso, el moreno terminaría por pensar que se aburre con su compañía. –Me pasa muy seguido con otras personas, es normal. –Mentirosa. Se reprendió.
–Ya veo, no te preocupes. –Contestó amablemente el joven. Sabía que le mentía para no hacerlo sentir mal, pero prefería no pensar en ello porque no hacía falta averiguar en qué o, mejor dicho, en quién pensaba. –Bueno, como te decía, en la exposición habrá gente importante de diferentes universidades y algunos verán tu exposición del club.
–Eso no ayuda mucho. –Contestó algo nerviosa. –Me cuesta hablar frente a muchas personas.
–Lo harás excelente. –La animó. –Tal vez en una de esas consigas una beca en alguna universidad prestigiosa.
–Pero aún falta más de un año para graduarnos.
–El tiempo pasa volando, no está de más anticiparse. –Afirmó el moreno con entusiasmo. –Aunque nunca te he preguntado ¿en qué universidad piensas estudiar?
–Hmm… –La joven se llevó una mano al mentón de forma pensativa. –He considerado alguna universidad en Tokio e incluso el extranjero, pero eso implicaría alejarme de mis amigos y de mi hermana. –Una mueca de disgusto se formó en sus labios. –Si me alejo, me harían falta todos.
–¿Yo no te haría falta? –Preguntó Hideki con algo de esperanza.
–Por supuesto que sí. –Le contestó amablemente. –Tú también eres mi amigo.
El muchacho suspiró con resignación, empezaba a cansarle esa palabra. Quería que Kanao lo viera más allá de un simple compañero y amigo, quería ser esa persona a la que le brindara su amor, o que lo mirara como a Tanjiro. Cada vez que veía brillar sus ojos por el pelirrojo le hacía sentir envidia. ¿Algún día dejaría de ser así?
Después de un momento de silencio, en un ágil movimiento la tomó del brazo con delicadeza y la acorraló en una pared, colando su brazo derecho al costado de ella para que no escapara.
Kanao apenas pudo reaccionar al notar lo cerca que estaba el rostro de Hideki al de ella, sintiendo su cálida respiración. Tragó en seco, estaba teniendo una clase de deja vú, solo que la vez pasada fue con Tanjiro.
¿Por qué le tenían que pasar esas cosas?
Por su parte, Hideki se sorprendió de sí mismo por lo que hizo. Tal vez los celos y la posible desesperación de perder una oportunidad con ella lo orillaron a hacer eso. Ni modo, ya no había vuelta atrás.
–Kanao. –La llamó con un tono de voz suave mientras posaba su mano izquierda en la mejilla de la joven. –Tal vez ya lo has notado, pero yo no puedo verte como una simple amiga. –Observó sus finos labios rosados y una enorme necesidad de besarlos lo invadió. –Si tan sólo me dieras la oportunidad… –Y entonces, inclinó lentamente su rostro hacia ella dispuesto a besarla.
Kanao se encontraba paralizada. ¿A caso esa fue una declaración? Dios, no podía pensar con claridad y menos ahora que lo veía a punto de besarla. ¿Qué se supone que debería de hacer? Quería alejarse, pero estaba totalmente acorralada. Aunque por otra parte le daba curiosidad saber si al besarlo confirmaría estar enamorada de él… ¿Al besarlo podría olvidarse de Tanjiro?
Lo que pasó después no lo hubiera podido predecir jamás. Todo sucedió tan rápido que apenas pudo reaccionar cuando vio a Hideki tirado en el piso y a un molesto Tanjiro tomándola del brazo llevándosela lejos.
–¡Hideki! –Le llamó preocupada Kanao mientras era llevada a la fuerza por Tanjiro. No podía dejarlo así tirado en el piso, tenía que ir a ayudarlo. Sin embargo, el agarre del pelirrojo era tan fuerte que no podía librarse tan fácilmente.
–Déjala Kamado. –Se levantó molesto el moreno dispuesto a seguirlos, pero la mirada tan fría que le dedicó el joven lo hizo retroceder.
–No nos sigas o te aseguro que un cabezazo no será lo único que te daré. –Dijo sin más, retomando su camino para llevarse a la joven.
Al verlo así, Kanao ya no quiso protestar. Jamás lo había visto así. ¿A caso también estaría molesto con ella?
De haber sabido que eso pasaría, hubiera detenido a Hideki a tiempo.
El brillo del cristal contra el sol lo hacía ver más brillante, más rosado. El collar tenía la forma de una flor de cerezo.
Según la artesana la flor de cerezo representaba tranquilidad, delicadeza y belleza. Era perfecto ya que todo eso era lo que Nezuko le transmitía, por lo que no dudó en comprárselo.
Del resfriado que lo había mandado a la cama el día anterior ya no quedaba la mínima señal. Se había molestado mucho con sus amigos por no decirle que Nezuko se había contagiado y el idiota de Jacob era quien estaba cuidándola.
Pero ¿quién se creía el tipejo ese? Él no era nadie para quedarse cuidando a Nezuko. Él sí, él tenía derecho. El derecho de ser su mejor amigo. ¿O el derecho primitivo de haber sido su primer hombre? En serio, tenía que dejar eso de lado. Estúpido instinto primitivo de posesividad.
Sin embargo, no puede evitar sentirlo. Lo que es una locura porque se supone debería sentir eso si Nezuko fuera su novia. Si la quisiera como mujer, no como a la hermana con quien había cometido un acto incestuoso.
Casi sin darse cuenta, llegó al piso donde se encontraba la habitación de Nezuko, de la cual salía el rubio de ojos verdes con una tina llena de agua y una toalla. Empezaron una guerra de miradas hasta que el de ojos verdes se rio con suficiencia del otro rubio.
–Que coincidencia, justo Nezuko me ha dicho que quiere hablar contigo. –Informó cediéndole el paso y encaminándose al pasillo.
–Idiota.
Entró mascullando maldiciones para el rubio ese y se detuvo cuando vio a Nezuko recostada contra las almohadas, con un libro en el regazo del cual despegó la vista cuando notó su presencia.
–Zenitsu…
–Hola, Nezuko. –Le saludó con una sonrisa. Vestía un pijama abrigada y tenía la cara roja por la fiebre. No lo pensó dos veces y puso el dorso de su mano sobre la frente de la menor Kamado. –Tienes fiebre, debes tomar tu medicamento. –Empezó a buscarlo en el buró para dárselo.
–Jacob acaba de dármelo, no te preocupes. ¿Cómo estás tú?
–Mucho mejor. –Contestó de manera simple. –No me esperaba que tu cayeras enferma, aunque quizá, la bufanda que te presté tenía mis gérmenes.
Aquello fue una bofetada para Nezuko quién no creía lo que escuchaba. Zenitsu no recordaba que ella lo cuidó toda la noche, que él la besó y le pidió que no se fuera, que la necesitaba.
–Es cierto, mira lo que te traje…
–Zenitsu ¿no recuerdas nada de anoche? –Interrumpió a su amigo que rebuscaba algo en sus bolsillos. Zenitsu le dedicó toda su atención y lo vio palidecer.
–¿Anoche? –Preguntó. –No. Nezuko, no me digas que yo, nosotros, de nuevo…
–¡No! –Exclamó ella aún más roja. Cuando Zenitsu la vio pudo percibir la decepción en su semblante.
–Entonces, ¿Qué pasó?
Nezuko inhaló fuerte antes de encarar al rubio. Debía hacerlo. Si quería poder decir lo que iba después.
–Anoche, mientras te cuidaba, dijiste… No, me pediste que no me fuera. Dijiste que me necesitabas y me besaste.
Enterarse de eso fue un golpe doloroso para el rubio. ¿Él había dicho eso? No lo recordaba. No podía haberlo hecho. Él tuvo un sueño, un dulce sueño en el que besaba a Nezuko, pero era eso, un sueño.
–Zenitsu. –Le llamó Nezuko. –También me dijiste que no te permití hablar, aquella vez, ya sabes, después de la fiesta.
Ahora a quien se le subían los colores eran a él. No esperaba tener esa plática, lo tomó completamente desprevenido. No sabía qué decir.
–Tenías razón. –Le dijo mirándolo con una decisión que jamás había visto en el semblante de Nezuko. –Te dije que lo olvidaríamos y pretenderíamos que nada ocurrió, pero no puedo hacerlo. –Se dio cuenta. –No podré superarlo a menos que tú me lo digas adecuadamente. Por eso te dejaré hablar esta vez. Zenitsu ¿tus sentimientos han cambiado? Porque los míos no lo han hecho. Te quiero. ¿Quieres salir conmigo?
Y los de él eran un completo desastre. Todo era absurdo e incoherente. Quiere muchísimo Nezuko, ella es quizá la persona que mejor lo conoce. Y es un ángel. Nezuko se merece un primer novio que la llame sólo para oír su voz, que se salte las prácticas por salir con ella, que le escriba a cada momento y sin razón, que le diga todos los días que es hermosa.
No se merece a un mujeriego cuyo concepto de relación es divertirse un par de horas entre las sábanas. No. No podía hacerle eso.
–Lo siento. No puedo corresponderte Nezuko.
El corazón de la joven se rompió en mil pedazos. Más, su semblante no varió.
–Te quiero como a una hermana. –Continuó, queriendo suavizar el golpe.
–Pero no soy tu maldita hermana. –Masculló por lo bajo. –No lo soy Zenitsu, hasta el día de hoy te he querido como una mujer. Pero ya no más. –La joven sintió que los ojos se le iban a llenar de lágrimas y no quería que él la viera así. –Sin embargo, te agradezco mucho que me lo hayas dicho directamente. Es lo que necesitaba escuchar para poder seguir adelante. Quizá ahora si podamos volver a ser amigos.
–Nezuko…
–Ahora, si no te molesta, quiero descansar. –Se acostó en la cama y se tapó con las sábanas. –Adiós, Zenitsu.
El rubio se levantó por inercia y se dirigió a la puerta, tomó la perilla y se giró a ver a la joven quien se había girado hacia la ventana. Algo le decía que estaba llorando. Pero esta vez él no podía hacer nada para consolarla. Él había sido el causante de sus lágrimas.
Cuando salió del cuarto se encontró con el americano apoyado en la pared del frente y lo miraba con superioridad.
–No te preocupes. La cuidaré bien. –Anunció antes de pasar por la puerta tras haberle pedido permiso a la joven Kamado para entrar. –Ambos sabemos que se merece algo mejor.
Sí, lo sabía. Pero no era divertido que ese tipo precisamente se lo dijera.
"Nunca dejaré que llores, te lo prometo, Nezuko."
La promesa de la infancia resonó en su memoria. La había roto y no era lo único.
Sentía que también se había roto algo muy dentro de él.
Las luces que colgaban sobre cada stand del pequeño festival del pueblo le daban un ambiente más íntimo y especial al lugar. Los lugareños paseaban, unos con las yukatas tradicionales y otros jóvenes alrededor de su edad vestían ropa casual.
Shinobu se emocionó mucho cuando vio a unos gemelos adorables usando ropa tradicional japonesa.
–¿A caso no se ven adorables? –Preguntó a su novio jalándolo de la manga.
Giyuu dirigió su mirar al lugar indicado por la joven y tuvo que coincidir con ella ante la visión de los niños. Sin embargo, despegó la vista de ellos rápidamente y la posó en ella, deleitándose ante la visión.
–Sí, una belleza.
El tono ronco de su voz hizo que Shinobu lo volviera a ver y se encontrase directamente con sus ojos azules mirándola fijamente y provocándole azoramiento. A lo que Giyuu sonrió de manera arrogante.
–Hablaba de los niños. –Dijo burlándose de ella.
Shinobu lo miró molesta y se adelantó un par de pasos. Se había esmerado mucho en su arreglo. Su yukata era oscura de manera que resaltaba en su piel clara y estampado de mariposas. Era muy fino y bonito y eso lo sabía, sin mencionar que se había recogido el cabello con su característico broche de mariposa.
De repente, sintió como la agarraban por la cintura y susurraban contra su oído.
–Bromeaba. Estás hermosa. –Le dijo depositando un beso en su cuello que la hizo estremecer.
–¡Giyuu!
–Ese es un castigo. –Explicó el maestro. –Por enojarte y dejarme atrás.
¿Ahora quién estaba siendo infantil? Estuvo a punto de decírselo, pero se detuvo. Era un deleite ver a Giyuu tan relajado y abierto, no quería estropearlo diciendo algo indebido.
De manera que lo único que hizo fue darle alcance y colgarse del brazo del muchacho de ojos azules.
–¿Te gustan los niños? –Preguntó para hacer plática.
–No he pensado en ellos. –Confesó Giyuu.
–Pero ¿sí te gustaría tenerlos?
–Supongo que sí.
–Me gustaría tener tres o cuatro. –Dijo Shinobu de repente, provocando que Giyuu casi soltase el sake dulce que había comprado.
–¿Tantos?
–Fui muy feliz compartiendo con mis hermanas y no me imagino una vida sola. Por eso quisiera tener más de un hijo. –Comentó imaginándose a dos pelinegros y un pelimorado o pelimorada que la mirasen con esos ojos azules que tanto amaba.
Por nada del mundo se hubiese imaginado que Giyuu compartía sus pensamientos. No le resultaba difícil imaginar a Shinobu con un niño en brazos. Un pelinegro o quizá con los ojos azules. Reaccionó y se quitó esas ideas de la cabeza. Era una niña, no podía pensar en ella como madre aún.
Siendo la palabra clave de todo el párrafo: Aún.
Se detuvieron a ver unas bonitas joyas artesanales que Shinobu encontraba exóticas. Eran tan bonitas en la sencillez que mostraban. Le llamó la atención especialmente un anillo con dos piedras una de color azul y la otra morada.
–Que buen gusto tiene la señorita. –Halagó la vendedora. –Sabe, ese anillo tiene una leyenda muy bonita. –Explicó. –Se dice que sólo calzará a la perfección si es puesta y recibida con amor. –Relató. –He visto a muchas parejas intentarlo y a ninguna le ha calzado, lleva aquí, casi treinta años.
–¿Te gusta? –Preguntó Giyuu luego de ver que a Shinobu le había llamado la atención algo allí. Y sin llegar a oír lo que la señora había dicho.
–Está muy bonito ¿no crees? –Soltó Shinobu restándole importancia a lo que la señora había dicho.
–Pues…
–¡Ya sabía que eras tú!
Una voz femenina llamó la atención de la pareja que se volteó para encontrar a la mujer que habían visto en la playa el día anterior. La que había coqueteado descaradamente con Giyuu delante de Shinobu.
–Así que al final te has decidido a venir. –Dijo complacida. –Aunque has traído a tu hermanita. –Parecía un poco molesta. –Pero no importa, seguro y consigo que alguien la entretenga. Si hasta está tan linda de yukata.
Eso sí que no lo iba a permitir. Ella no podía hablar con tanta soltura, ¡era aún más descarada que la vecina urgida de Giyuu!
–Lo siento. –Se adelantó Giyuu. –No me gusta que otros hombres la ronden. Cosas mías.
Cuando dijo eso entrelazó sus manos con seguridad y se las mostró de la misma manera a la joven.
–Así que eres uno de esos hermanos celosos y sobre protectores.
–Ella es mi novia. –Dijo llevando sus manos juntas y besando el dorso de la pálida mano de Kocho con un gesto tan íntimo que la otra chica tuvo que apartar la mirada. –Además, estamos en una cita, entenderás que nos es imposible acompañarte. –Añadió con frialdad. –Gracias de todos modos, adiós.
Y la dejaron ahí, sin decir una sola palabra mientras se adelantaban y perdían entre la muchedumbre.
Shinobu miraba la espalda de su novio y se movía por inercia. ¿Había escuchado bien? ¿Giyuu había dicho lo que creía que había dicho?
Por estar despistada no se dio cuenta de una piedra en el camino por lo que tropezó. Pensó que caería, pero cuando Giyuu sintió que perdía el equilibrio la atrajo a su cuerpo para que en vez de caer se golpeara contra su pecho.
Shinobu maldijo internamente al darse cuenta de que la tira de su sandalia se había roto. Y ella que creía que esas cosas solo les pasaban a las protagonistas de los Shojos que Mitsuri leía.
–Gracias. –Susurró, alzando la mirada al joven que la sostenía. –Siempre me estoy cayendo sobre ti. –Comentó apenada.
–Me gusta. –Confesó el pelinegro divertido al ver el efecto que sus palabras le producían a la joven. –Me gusta sentirte en mis brazos y sinceramente no me gustaría que otro te sostuviera.
–Puedes sostenerme todo lo que quieras. –Contestó con simpatía. –Especialmente después de lo de hace un momento. –Una sonrisa se coló ante el recuerdo. –Repítelo. –Pidió en un susurro.
–¿Qué? –Preguntó Giyuu fingiendo indiferencia.
–Lo que le dijiste a la resbalosa esa. –Añadió. –Por favor.
–Lo he olvidado…
–Habrá que hacer algo para que lo recuerdes.
Unió sus labios a los de él, los mismos que fueron recibidos abiertamente y de la misma manera fue correspondida. Poco a poco el beso se volvió más demandante y apasionado y los cuerpos de ambos reaccionaron a la cercanía del otro.
–Si seguimos así, nos arrestarán por faltar a la moral en la vía pública. –Explicó Giyuu cuando dio por terminado el gesto.
–Entonces vámonos. –Sugirió la propia pelimorada sonriéndole con coquetería. –Pero antes, dilo.
–Tú ganas. –Le reconoció. –Mi novia.
–Es la primera vez que le dices a alguien que soy tu novia y me ha encantado escucharlo. –Explicó. –Siempre he sido yo quien lo ha repetido.
–Supongo que después de lo de anoche sería algo muy difícil de negar. –Acomodándole un mechón de cabello detrás de su oreja. –Ahora me perteneces, eres mía completamente. Mi novia, mi mujer y quiero volver a hacerte mía en este momento.
–¿Y qué estamos esperando?
-Malditos, malditos y mil veces malditos sapos blancos.
–¡Ya deja de maldecir!
Aoi riñó a Inosuke, a quien llevaba apoyándolo contra su cuerpo. Estaba ebrio y no paraba de soltar maldiciones y palabrotas contra el equipo blanco. Todo porque los Alvark habían ganado el partido.
–Yo debería estar feliz y haber festejado con cerveza que mi equipo pasó a la final. No debería estar cargando un borracho a cuestas.
–Oh, pero no puedes hacerlo porque estás embarazada. –Se burló el peliazul.
–¡Cállate! –Exclamó molesta. –Tú sabes mejor que nadie que no estoy embarazada.
–Pero podrías estarlo. –Farfulló un molesto Inosuke. –Este día ha sido una mierda desde anoche. –Escupió. –Y todo por culpa tuya y de tu maldito equipo blanco.
–¿Yo? –Chilló Aoi molesta. –No tengo la culpa de que los Kawasaki no acepten que los Alvark son mejores y que no tienen oportunidad.
–Aún podemos pelearla y nos encontraremos en la final. Ahí se definirá quién es el mejor. –Espetó terco. –Eso fue una mierda, pero la demás mierda del día ha sido por tu culpa.
–¿Qué te hice yo?
–Para empezar no me dejaste dormir. –Le recriminó.
–¡Roncabas Hashibira! No me digas que no dormiste.
–Solo pude dormir cuando te fuiste Kanzaki. –Le dijo cansado. –Cómo quieres que duerma con una mujer semidesnuda en mi cama.
–¡No estaba semidesnuda!
–Tus senos se apretaban contra mi espalda. –Ignoró que la peliazul había hablado. –Y subías tu pierna sobre la mía durmiendo plácidamente mientras yo no podía ni moverme ni pegar un ojo. Tienes unos pésimos hábitos para dormir Aoisita.
–Yo… yo. –Estaba muy avergonzada. Ella no tenía idea de sus hábitos para dormir y le horrorizaba pensar que lo mencionado por Hashibira pudiera ser verdad. –¡No estaba semidesnuda!
Inosuke cansado de escucharla nuevamente la tomó por las caderas y la pegó a su cuerpo.
–Estabas lo necesariamente cubierta, más no era suficiente. –Aoi podía oler claramente el licor en su aliento. –Podía sentir tus senos pegarse a mi espalda y cada curva de tu cuerpo sobre el mío; soy un hombre ¿sabías? No sé cómo resistí toda la noche, pero ahora estoy ebrio y molesto, así que me importa un carajo lo que pase.
–¿Qué vas a…?
La pregunta murió en su boca cuando los labios de Inosuke aplastaron los suyos. No tardaron nada en empezar a moverse tomando el control de la situación. Aoi en shock no sabía cómo responder. Más, cuando Inosuke mordió su labio inferior y adentró la lengua en su boca supo que había perdido.
Y correspondió al beso.
La llegada a la casa se le hizo eterna.
Giyuu pasó ansioso la mitad del camino y maldiciendo el resto. Es que no era posible, lógico ni racional que un adulto como él se estuviera comportando como un calenturiento adolescente que no puede despegar las manos de su chica.
Y eso lo frustraba y, por qué no, lo enfadaba.
Su pensamiento racional le decía que debía dejar de hacer eso, que estaba cometiendo una locura. Pero, por otro lado, estaba el deseo desgarrador que le recorría el cuerpo cada vez que Shinobu lo tocaba como lo estaba haciendo en ese momento apenas después de haber cerrado la puerta a sus espaldas.
Lamentablemente cuando empezaba a tocar a Shinobu Kocho su sentido común se extinguía con cada gemido de placer que escuchaba salir de los labios de su amante.
Llevó sus manos al cuello de la joven para ahondar el beso y poco a poco ir dejando sus hombros y su pecho desnudos. Le dirigió una mirada elocuente antes de empezar a acariciar ambas cumbres con las manos.
–No son tan grandes... –Dijo en un susurró.
–Son perfectos. –Corrigió el pelinegro. –Me gusta que quepan en mi mano de esta manera. –Los acariciaba con pericia y tiró delicadamente de los pezones.
Los gemidos de Shinobu eran audibles y aumentaron cuando su boca devoró uno de los senos de la muchacha. Sin pedir permiso su mano se introdujo en la parte interior de los muslos de la joven, buscando su lugar más íntimo hasta encontrarlo. La sintió temblar cuando empezó a acariciar la zona por encima de la ropa interior.
–Giyuu…
Su nombre se escuchó como una súplica. Sonrió contra sus labios cuando la escuchó suspirar al sentir su dureza a la altura de su vientre. Sin embargo, fueron sus dedos los que trazaron un nuevo camino y se introdujeron para un contacto más directo a través de las bragas de encaje.
Los gemidos y respiraciones aumentaron de ritmo con el hábil movimiento de los dedos de Giyuu dentro de ella. Él ya no podía pensar, sólo sentía el placer que su pareja le proporcionaba. Hasta que alcanzó la satisfacción deseada. Ahí, en plena sala de estar.
Así, con la ropa aún puesta, la yukata de ella únicamente amarrada a la cintura con la mitad del torso descubierta y la mitad de las piernas hecha un desastre.
Un destello iluminó la noche y Giyuu admiró la hermosa y sublime figura de la mujer frente a él. Con el cabello desarreglado, la respiración agitada y las mejillas sonrosadas, se veía aún más hermosa.
Shinobu se acercó a Giyuu deshaciendo su complicado peinado y dejando que los rizos cayeran como una cascada sobre sus hombros a la par que su yukata caía en el suelo dejándola completamente desnuda.
–Ahora te toca a ti.
Empezó a besarlo, en los labios, en el cuello; empezó a desvestirlo también dejando un regadero de tiernos besos en su fornido torso y sus apenas notorios abdominales. La vergüenza le impidió seguir más abajo, por lo que se levantó y pegó sus caderas a la dureza de Giyuu.
Ni siquiera se había dado cuenta de que habían llegado a la cama. Se besaban con hambre y deleite al mismo tiempo que la joven Kocho dirigía el cálido miembro del pelinegro a su cuerpo y se dispuso a introducirlo. La mano de él la detuvo y sonrió al ver la turbación en su mirada. Ágilmente Giyuu se colocó un preservativo y él mismo se introdujo en el cuerpo de ella. El movimiento de caderas no se hizo esperar, las manos de Giyuu la hacían desear más, era como si nunca pudiera estar completamente saciada.
Giyuu sentía algo similar, sentía que si moría en ese momento estaría bien, ya que moriría con ella en sus brazos.
Shinobu sintió mariposas en el estómago y el tacto de las manos del pelinegro en sus caderas le hacía sentir como si los fuegos artificiales que se habían alzado al oscuro cielo estuvieran explotando justo por donde sus manos pasaban. Las sintió tensarse sobre su cadera y acelerar los movimientos, ya llegaba y ella también. Agachó su cuerpo para besarla en los labios mientras el clímax los llenaba a ambos.
–Te amo. –Dijeron ambos en un suspiro.
–¡Desayuno en la cama!
–¡Sí!
De todas las cosas que se le pudieron ocurrir, ahora Mitsuri estaba haciendo bufonadas. Desayuno en la cama hubiese sido una de sus últimas opciones… No, jamás se le hubiese ocurrido que la mímica que hacía Mitsuri era un desayuno en la cama. Y no sólo las mímicas, los dibujos, las canciones silbadas. No sabía cómo era que ella y su hermano eran tan buenos para ese juego.
–Muy bien. –La hermana mayor Sachi habló. –Si nuestro equipo acierta esta, ganamos, si no, ustedes aún pueden hacerlo.
Después de tomar el postre, la madre de los Kanroji había sacado un juego de mesa del que nunca había escuchado, sin embargo, era una especie de desafío. Le tocó hacer equipo con las hermanas chillonas de Kanroji, mientras ella, su hermano mayor y su padre eran otro equipo.
Esa fue otra sorpresa para el joven. Ver al padre de familia sentarse en el piso para jugar con sus hijos mayores era algo que jamás pensó ver. Creía que era algo que los padres simplemente dejaban de hacer después de una determinada edad. Sin embargo, esa familia estaba acostumbrada a eso.
–¿En qué año, Elizabeth I fue coronada como reina de Inglaterra? –Dijo Kaori. –A, 15…
–1559. –Contestó Obanai rápidamente. No necesitaba saber las demás opciones.
–¡Ganamos!
Sachi y Kaori chillaron de felicidad y se abrazaron entre ellas. Luego de un par de segundos se detuvieron y entre las dos jalaron a Obanai para que quedara en medio del abrazo.
–¡Nunca habíamos podido ganarle a Mitsuri y Keito! –Exclamó Sachi eufórica.
–Muchas gracias, guapo. –Kaori depositó un beso en su mejilla con cariño. El gesto tomó desprevenido al joven que se sonrojó violentamente. –Que tierno… –De repente se fijó en la hora. –¡Las nueve! ¡No he llamado a mí novio!
–Las nueve... –Obanai musitó. –Siento haberme quedado hasta tan tarde. –¿A dónde se fue el tiempo?
–No, discúlpanos a nosotros por retenerte todo este tiempo. –Se disculpó la señora Kanroji.
–No, me lo he pasado muy bien. –Respondió con cortesía y sinceridad.
–Esperamos tenerte de visita nuevamente. –Contestó con igual honestidad. –Mitsuri, cariño, acompaña a tu amigo a la estación por favor.
–Voy. –La joven tomó su abrigo y se dirigió a la puerta.
Obanai se regresó a ver a todos los Kanroji e hizo una reverencia de agradecimiento.
–Disculpen las molestias y muchas gracias por su hospitalidad.
–No hay nada que disculpar. –Dijo el padre. –Los amigos de mis hijos siempre serán bien recibidos en esta casa.
Los hijos de la pareja le sonrieron despreocupados. El mayor le hizo un gesto de: "Te estoy vigilando", Sachi sonrió con tranquilidad y lo despedía con la mano y Kaori le lanzó un beso. La señora Kanroji fue la última.
–Muchas gracias, señora.
–Ya deja de agradecer, muchacho. –La mujer mayor se acercó y acomodó el cuello de su abrigo. –Así no te enfriarás. Mitsuri. –Llamó a su hija. –No olvides tu sombrero.
–Claro.
–Y Obanai…
El aludido se volteó a ver.
–Considera esta tu casa. –Le dijo con una sonrisa.
Caminaron en silencio hasta la estación. Pero a diferencia de los silencios comunes entre ellos, este era un silencio más llevadero y apacible.
–Llegamos. –Anunció la joven de cabellos rosados. –Siento que hayas presenciado la locura de mi casa.
–No tenía ni idea de que una familia podía comportarse así. O de que alguien asesinaría a su propia mascota por exceso de alimentación.
–¡Eso fue un accidente! –Se defendió la joven. Las primeras palabras del muchacho se colaron a su memoria al igual que la horrible familia que él tenía y no pudo evitar sentir lástima. –Siento si de alguna manera fue incómodo para ti estar aquí hoy, y te agradezco no haberle hecho el desaire a mi mamá.
–Entiendo por qué dices eso. –Contestó. –Pero, sabes, fue muy divertido ver cómo es una verdadera familia, para variar. –Entonces sonrió. –El tren está aquí, gracias por todo.
Mitsuri no podría decir si Obanai fue consciente de lo que hizo. Ella seguía parada en la estación asimilando lo que sus ojos acababan de presenciar. Sintió su rostro enrojecer y su corazón latir rápidamente.
No solo era la primera vez que veía a Iguro sonreír, era la sonrisa más bonita que había visto en su vida.
Y la primera en hacer latir su corazón de esa manera.
–¿Ya pasamos por esa calle?
–Sí, como unas 5 veces. –Contestó la joven con enfado.
–Tampoco te molestes conmigo.
–¿Pues de quién es la culpa que nos hayamos perdido en este pueblo? –Le reprochó Kanao al pelirrojo que caminaba a un lado de ella. –Fuiste tú quién me arrastró a la fuerza sin siquiera tomarse la molestia de ver por dónde iba.
–Pudiste haberme detenido. –Se defendió Tanjiro mientras seguía caminando sin tener idea de por dónde caminaba.
–Te llamé tres veces, a la cuarta me hiciste caso, pero ya estábamos perdidos. –La joven se detuvo mientras soltaba un largo suspiro. Caminar por más de una hora la había agotado. –Todo esto se habría evitado si no fueras tan impulsivo.
–¿Y qué querías que hiciera? ¿Dejar que ese tonto te besara? Deberías agradecerme por haberte alejado de él.
Kanao lo vio de nuevo con enfado. Esto era el colmo.
–¿Y qué te hace creer que no quería que me besara? –Soltó sin más la joven mientras observaba como una expresión de sorpresa se formaba en el rostro de su amigo.
Por su parte, Tanjiro no podía creer lo que escuchaba. Si ella quería que Hideki la besara, entonces significa que en verdad podría estar sintiendo algo por el moreno.
–No lo estarás diciendo en serio. –Contestó por fin con un poco de preocupación. –Kanao, dije que lucharía por ti de nuevo, que iba a recuperarte.
–Lo sé, pero no dije que no habría probabilidad de que considerara salir con alguien más. –Kanao apretaba ligeramente sus puños para reunir el valor que necesitaba. –Si considero estar con alguien más, entonces quiere decir que no has hecho un buen trabajo.
La menor Kocho se encontraba tan enfadada que no pensaba en lo que decía en esos momentos. Si bien era verdad que empezaba a sentir algo por Hideki, tampoco podía decir que estaba totalmente enamorada de él ya que aún sentía algo por Tanjiro. Pero todo lo que le decía al pelirrojo era con tal de hacerlo enfadar, a ver si así reaccionaba.
Tanjiro se acercó a ella nuevamente para tomarla de la cintura y atraerla a él mientras acercaba su rostro haciendo que sus narices se rozaran. Kanao empezaba a cansarse de que la pusieran siempre en esa situación.
–Entonces dímelo aquí y ahora. –Le pidió mientras la miraba a los ojos. –Si me dices que estás enamorada de Hideki y que quieres estar con él yo me alejaré y no intentaré nada más. –Le estaba costando decir eso, pero la felicidad de Kanao era su prioridad.
–Yo… –La joven no creyó que las cosas se tornarían de esa manera. No podía darle una respuesta porque ni siquiera ella estaba segura de sus sentimientos, y sabía que si no solucionaba ese problema complicaría más las cosas.
Tal vez lo mejor sea quedarse sola.
–Estas cosas no se dicen a la fuerza. –Reprochó mientras se separaba de él abruptamente. –No me pidas decidir cuándo ni siquiera puedes arreglar tu situación con Katsumi.
–Pero Katsumi y yo no somos nada. –Respondió cansado. –Tal vez sea un poco pesada, pero eso no quiere decir que…
–No cabe duda de que eres muy despistado. –Una sonrisa triste se formó en sus labios. Podría decirle que Katsumi se interpondría entre ellos dos y no se rendiría, pero no valía la pena explicárselo. Era algo que él mismo debía entender.
Sabía que su amigo era muy amable con las personas, pero le dolía que no le diera su lugar cuando Katsumi los interrumpía sin siquiera darse cuenta de que lo hacía apropósito. Al final siempre termina yéndose con ella.
–Mejor hay que volver a preguntar dónde queda el campamento o nos meteremos en problemas por no regresar. –Dijo la joven con tal de ya no tocar más el tema mientras limpiaba unas pequeñas lagrimas que salían.
–Kanao… –La llamó preocupado Tanjiro. Lo último que quería era hacerla llorar y al parecer estaba sucediendo.
–Ya no quiero hablar de esto Tanjiro, mejor hay que regresar. –Se sentía muy frustrada de que siempre fuera lo mismo. Tanjiro juraba recuperarla cuando ni siquiera se ocupaba del principal problema. Su amabilidad siempre lo cegaba.
Se giró dispuesta a alejarse de él con la excusa de buscar ayuda para regresar, pero justo en ese momento chocó con alguien por accidente haciéndola retroceder.
–L-lo siento… No me fijé. –Se disculpó de inmediato levantando su vista para ver al sujeto. Sin embargo, la persona que estaba parada frente a ella era a la última que esperaba ver en esos momentos. Los ojos grises que la miraban sorprendidos eran difíciles de olvidar.
–¿Sanemi…?
Esos ojos grises que alguna vez miraron con amor a su hermana Kanae.
La ironía de la vida lo llevaba a terminar el día de la misma manera en que lo comenzó.
Sólo que esta vez, acariciaba sus cabellos revueltos y aspiraba el aroma de su Shampoo. El peso y calor de su cuerpo le resultaban reconfortantes.
Shinobu lo amaba y lo sentía. Lo demostraba con cada gesto y caricia, con cada mirada que le dedicaba y él… que Dios lo perdone, pero se sentía tan cómodo al saberse dueño del cariño de esa mujercita.
Sentía el corazón más ligero.
Se sentía… ¿Feliz?
Una sutil luz se coló por la ventana y girando la cabeza, pudo ver como un punto brillante se acercaba a otro estático, camuflado en el patio.
Dos luciérnagas. Juntas.
"–Cuando aceptas tus sentimientos, cuando comprendes que es posible volver a amar y que lo has hecho, el amor nunca es malo. Quizá un poco doloroso, pero nunca es algo malo y volver a amar está bien. No temas y date la oportunidad de volver a amar. Deja que esa jovencita de ojos bonitos te ayude a volver a creer."
Las palabras de Tsumiki volvieron a su memoria. Admitir que lo dicho por la anciana era verdad significaba reconocer algo que aún no podía. Nuevamente recordó las palabras de la señora sobre perderla.
Y la apretó aún más contra su cuerpo por el miedo que la sola idea de perder a Shinobu se colaba en su mente. Eso era lo que quería evitar, no dejaba que nadie se acercara a él por eso. Por huir del dolor.
No podía volver a experimentar el dolor de perder a una persona importante para él.
No podía perder a Shinobu.
La quería, mucho más de lo que creía que su dañado corazón sería capaz de querer.
Próximo capítulo: Viernes 4 de octubre de 2024
