7 "Hecha de polvos mágicos"
Ojos Marrones – Lasso
Ubicación: Autoridad de Variación Temporal.
Espacio: ?
Tiempo: ?
Sylvie acompañó a Sigyn a la sala de juntas, con la mano en su cintura en todo momento, muestra de un sentido y profundo afecto. Ambas diosas sabían lo que estaba a punto de suceder, la tan ansiada reunión de Loki con el amor de su vida. Un amor que las dos variantes de Loki compartían, aunque este, tristemente, no estuviera inicialmente concebido para Sylvie. La Diosa del Engaño sabía bien que jamás tendría una oportunidad para conocer lo que era el amor romántico, al menos no con ella. Con todo, la felicidad de Loki también la hacía feliz. Él se había sacrificado por Sylvie, por todos los seres del multiverso, habiendo pagado el alto precio de renunciar a todo lo que le daba significado a la vida. Era el momento de compensárselo, haciendo todo lo que estuviera en su mano.
Frente a la puerta de la austera sala de reuniones, Sylvie dejó caer su mano y observó a la flamante asgardiana con relativa impaciencia. Por su parte, la diosa sentía que estaba a punto de entrar en el mismísimo purgatorio, no solo porque sabía que se encontraría con un fantasma del pasado, sino porque las circunstancias generales resultaban cuanto menos inquietantes. Con todo, había algo en Sylvie que le despertaba una genuina curiosidad. Paradójicamente, también le inspiraba confianza. Si bien los engaños de Sylvie la habían arrastrado a la AVT, algo le decía que podía fiarse plenamente de ella.
―No lo creo, pero estaré aquí por si me necesitas para lo que sea ―dijo Sylvie, en una voz muy suave. Después, se apoyó junto a la puerta y se cruzó de brazos con la mirada clavada en el suelo. Sigyn intentó no pensar demasiado. Era un buen mecanismo para seguir adelante sin que la ansiedad se apoderase de ella. Además, tampoco era como si lo aprendido en terapia le sirviera de mucho en esos momentos.
Sin pensárselo dos veces, tiró de la pesada puerta y se aventuró en la oscura sala de reuniones revestida en madera de ébano.
Vacía. A simple vista, al menos.
Loki, o al menos su proyección astral, aguardaba en una de las esquinas menos iluminadas, apoyado en la pared en la misma postura que su variante femenina. Observar a la hermosa Sigyn entrar con semejante aplomo hizo que se irguiera inmediatamente, mas no dijo nada. Se limitó a observarla rodear la triangular mesa, pasando sus dedos por la superficie de cristal.
Conmovido porque aquello fuera real, a Loki se le escapó un apenas perceptible bufido. Entretanto, Sigyn le daba la espalda y analizaba cada detalle del relieve de la pared. La cara de El que permanece había estado antaño ahí, presidiendo la sala de juntas. Ahora, el árbol de los mundos contaba con ese protagonismo.
Loki se acercó lentamente hasta colocarse al lado de la diosa, momento en el que Sigyn pareció percibirlo por el rabillo del ojo. Sobresaltada, se giró en el sentido contrario. Una reacción que, aunque tierna, hizo que Loki se cohibiera un poco.
―¿Es que no vas a mirarme a la cara? ―preguntó el omnisciente dios, ansioso mientras observaba a Sigyn encogerse de hombros ligeramente estremecida.
―Estoy preparándome mentalmente ―explicó finalmente Sigyn. Aquella respuesta que tan tierna y humorística le resultó a Loki sirvió para que respirase algo más tranquilo. Con una amplia y compasiva sonrisa, el Dios del Engaño respondió:
―Claro, tómate tu tiempo. Si con algo contamos es precisamente eso. De hecho, aquí no tiene mayor significado.
La asgardiana de cabellos platinos comprobó la hora en su muñeca, observando que las agujas de su reloj dorado eran incapaces de seguir avanzando o que, al menos, la de los segundos progresaba muy, muy lentamente. Sigyn se tomó unos instantes para autorregularse, instante que Loki aprovechó para seguir escudriñándola como había hecho anteriormente las veces que se había visto transportado a Noruega. Cuanto más la observaba, más hermosa le parecía. En algún lugar de la ciudadela más allá del tiempo, bajo la densa copa del Yggdrasil, Loki se veía visiblemente conmovido por la situación.
Su proyección astral comenzó a rodearla, como un león acercándose a una temblorosa gacela. Entretanto, Sigyn parecía sentir grandes sofocos, pues tuvo que desprenderse de su americana, revelando su camisa de satén negra de la que se asomaba un medallón de oro del tamaño de una moneda. Loki observó cómo se lamía los labios del nerviosismo y aguardó a que la diosa alzara finalmente la vista. Entonces, en un contacto visual directo, la mujer reconoció los hipnotizantes ojos de Loki, que variaban en color según la iluminación del entorno, si su memoria no le fallaba. A veces tan gélidos y penetrantes, otras tan vibrantes como la mismísima Gema del Tiempo.
Se veía tal cual lo recordaba, a excepción de alguna que otra arruga que no estaba ahí hace seis años. Su pelo, tan oscuro como el plumaje de un cuervo, lo llevaba engominado hacia atrás y se erizaba un poco en las puntas. Tan alto, tan apuesto como le había parecido siempre. Vistiendo otro de sus característicos colores. El negro. Todo su traje era negro. Sigyn se vio tentada a colocar la mano sobre su torso y recordó cómo a menudo pensaba que, de haber sobrevivido y habitado la Tierra, Loki vestiría de Boss y olería a Dior. O puede que se hubiera vuelto demasiado presuntuosa. Era él, el hombre del que se había enamorado "en el puñetero fin del mundo", como diría Valkiria. Solo que…
―Tus amigos me han dicho que nuestros caminos jamás se cruzaron ―quiso asegurarse, a lo que Loki solo asintió tristemente como respuesta―. De acuerdo, entonces, explícame qué hago aquí si soy una perfecta desconocida para ti.
Perfecta era la palabra, pensó Loki, antes de contestar de forma escueta.
―He sabido de ti.
―¿De mí? ¿O de alguna de mis variantes? ―se apresuró a rebatir la astuta diosa, arqueando aún más una de sus cejas. Porque ella también tenía de eso, ¿verdad? Variantes. Sus sueños, en realidad, tenían que ser los recuerdos de una de sus versiones. Al menos, era la explicación que más sentido tenía ahora mismo. En una de sus pesadas bromas, la disparatada teoría de Valkiria parecía haber dado en el clavo.
―De ti, y de alguna de tus variantes ―rectificó el ahora protector del multiverso.
―¿Y por qué yo y no otra versión de mí? Seguro que no soy una que destaque particularmente ―cuestionó la rubia, dejando escapar una sonrisa un tanto cínica. Era así, ella nunca había sobresalido por nada en particular. Pero es que así lo había deseado, y su padre así lo había respetado. El bueno de Tyr, el Dios de la Guerra. La tan conocida mano ejecutora, mediadora y consejera de Odín. De él solo había heredado la disciplina, el anhelo de una sociedad más libre y justa, la habilidad para la lucha. Una destreza que nunca había tenido que poner en práctica hasta la invasión de los elfos oscuros o el Ragnarök.
―Eres la Sigyn de mi línea temporal, la que habría conocido de no haber huido con el Teseracto. Motivo más que suficiente para traerte hasta aquí ―razonó Loki.
―La sagrada, ¿eh? De ahí te bifurcaste en algún momento antes de conocernos ―como queriendo comprobar si lo había entendido bien, Sigyn tomó uno de los rotuladores de la mesa para dibujar una línea en la pizarra. Aquella, al fin y al cabo, no dejaba de ser una sala de juntas, un ambiente en el que había, como era comprensible, abundante material de oficina. A continuación, al final de la línea, Sigyn añadió una equis a la que señaló con especial ahínco―. Tú no viviste el Ragnarök, pero yo sí.
Loki se puso cómodo, apoyándose en la mesa cruzado de brazos para observar la línea cronológica improvisada. Si bien era cierto que no había vivido el Ragnarök, aquel era el único suceso en la vida de Sigyn sobre el que había indagado, hasta el punto de que ya creía recordarlo como si hubiera sucedido ayer mismo.
―Nunca viste a Odín morir, ni estuviste en el resurgir de Hela ―continuó razonando la asgardiana, añadiendo dos equis más y escribiendo bajo un corchete la cifra 2017. Loki le dio la razón negando con la cabeza y reprimiendo, sin éxito, una enternecida sonrisa. Al percatarse de esto, la asgardiana llevó uno de sus mechones tras la oreja y, algo ruborizada, preguntó―: ¿Por qué me miras así?
―Como personificación del caos, encuentro paradójicamente excitante lo metódica que eres ―confesó el omnisciente dios ampliando aún más su sonrisa, que ahora contaba con un matiz perverso y divertido. Sigyn lo observó cruzada de brazos, como si no tuviera remedio. De pronto, no se sentía tan asfixiada como antes. La naturalidad y el piquito de oro del apuesto dios lo hacía todo más fácil.
―Sokovia, Ultrón, 2015. ¿Te suena?
No.
Loki volvió a negar con la cabeza.
―2013, el retorno de los elfos oscuros. Parece el título de una mala película, pero sucedió de verdad. Tu madre murió aquí.
Tampoco.
Aunque eso último, Loki lo sabía bien…
El dios abrió la boca para decir algo, mas, durante unos instantes, se vio incapaz de articular palabra. Estaba sencillamente encandilado por la mujer frente a él, incluso desde su rol de mero observador.
―¿Cómo estás al tanto de todo esto? ―se preguntó, verdaderamente intrigado. Se suponía que Sigyn no había estado en ninguno de aquellos sucesos y dudaba que Mobius hubiera sido tan preciso al ponerla al día. La mujer se llevó la mano a la barbilla, acariciándosela como si necesitase un rato para dar con las palabras adecuadas.
―He pasado muchas noches con tu hermano ―respondió finalmente, antes de incidir―: Conversando mientras se ahogaba en cerveza y se echaba a perder jugando a la guerra en una pantalla, recomendándole ponerse a dieta. No vayas a pensar cosas que no son.
A decir verdad, Loki no se había atrevido a investigar sobre el paradero de su hermano hasta ahora, o husmear en la vida de este tras la muerte del otro Loki. Por supuesto, había aprendido a echarlo de menos y llegado a la conclusión de que su hermano no era el ser tan vacío, lerdo y tan poco merecedor que una vez imaginó. Solo recientemente lo había visto, en uno de sus deslizamientos temporales.
―Todos salimos muy afectados del Ragnarök. El ataque inesperado de Thanos y su posterior chasquido supuso un punto de inflexión para él ―continuó explicando Sigyn, en un tono de voz más bajo y taciturno―. Tu hermano decidió aislarse y huir con los Guardianes de la Galaxia. Yo decidí enterrarme en mi trabajo.
―Su humana… ―mencionó Loki, recordando la foto colgada en la casa de Sigyn.
Ah, sí. Jane. Cuando Jane Foster apareció en Nueva Asgard, Valkiria y Sigyn la acogieron como a una más, descubriendo que era una mujer muy profunda, pese a su timidez. De hecho, no fue hasta que se reencontró con Thor que pasaban prácticamente todos los días juntas, las tres mujeres. Fue entonces cuando Sigyn retomó un poco la lucha y empezó a sentirse "bien" o, al menos, algo mejor anímicamente.
―Sí, murió. De un terrible cáncer terminal. Reuní a los mejores curanderos asgardianos y médicos oncológicos de la región, pero no sirvió de nada. Su enfermedad solo decayó cuando empezó a portar a Mjölnir.
Cada vez que Sigyn recordaba a Jane Foster encamada en la UCI del hospital, sentía una profunda rabia. Se llegó a valorar si la exposición a la radiación del éter había llevado a la humana a la tumba. Aunque Jane donase su cuerpo a la ciencia, aquella sería otra de las cuestiones que jamás llegarían a esclarecerse.
―Las nornas se han linchado especialmente con todos nosotros. Nadie está preparado para tanto batacazo emocional ―se lamentó Sigyn, fijando la mirada en el suelo. Entretanto, Loki intentaba asimilar cómo una humana se había convertido en lo suficientemente digna para portar a Mjölnir. Instintivamente, pensó en aquella variante de Sigyn que casi moría al intentar detener el poderoso martillo, o la vez que él mismo intentaría levantarlo en la ciudad de Nuevo México, cuando Thor fue desterrado por Odín y el trono de este usurpado por un Loki cegado por la envidia.
Loki se paró a pensar durante unos instantes cómo sería perder al amor de tu vida. De pronto, sintió una profunda empatía no solo por Thor, sino también por Sigyn, que conocían bien la pérdida del amor. Él no quería experimentar semejante desconsuelo, desde luego. Preferiría ser el primero en irse.
El omnisciente dios bajó la mirada ante el trágico final de Jane Foster, a quien, ahora lo sabía, había subestimado por el mero hecho de ser humana.
―Las nornas no existen ―espetó Loki―. No son más que un cuento de niños.
Sigyn apretó los labios ante tal afirmación, un gesto de resignación hizo que se formaran unos tímidos hoyuelos en sus sonrosadas mejillas.
―El mito de las nornas no dista mucho de la realidad, parece ser. Alguien decidió cómo naceríamos, viviríamos y moriríamos. Ahora, el que manda por aquí eres tú.
―Era mi predecesor quien decidía sobre todas esas historias ―explicó Loki, recordando todas las adversidades a las que se había enfrentado por los caprichos de un solo hombre, hasta el punto de ocupar su lugar en la ciudadela más allá del tiempo―. Ahora, contamos con la libertad de escribir las nuestras propias.
Sigyn volvió a dar un toquecito en la pizarra, más concretamente sobre la última equis en el extremo izquierdo de la línea cronológica.
―Entonces, ¿esto formaba parte de tu historia? ¿No fue decisión tuya o qué?
2012.
Loki cerró los ojos, visiblemente avergonzado.
―La Batalla de Nueva York.
―Sí, ya me han dicho que eso sí lo recuerdas ―dicho esto, la hija de Tyr dibujó una ramificación en la pizarra, aclarando lo siguiente―: Yo también me acuerdo del revuelo que tus actos generaron tanto en Asgard, como en Midgard, claro. Y no fue una batalla, sino una invasión. Parte del proceso implica llamar a las cosas por su nombre.
Loki pensaba haber hecho las paces consigo mismo, pero estaba equivocado. Jamás podría vivir en paz al recordar aquello que hizo, por mucho que ahora lo estuviera compensando. Jamás podría restaurar aquellos centenares de vidas, sino miles, que había arrebatado. Para él, aquel había sido su error más reciente.
―¿Es ese el Loki que eres? ¿El lunático? ¿El perdido? ―susurró Sigyn, observando al todopoderoso Loki, taimado Dios del Engaño, tragar saliva como un niño pequeño.
―Ya no estoy perdido, te lo aseguro ―respondió este con la voz algo ronca.
Por supuesto que Sigyn sabía todos los detalles de la batalla de Nueva York, todos salvo uno... un detalle que no se había atrevido a hablar con el otro Loki, a pesar de que sí le hubiera expresado lo deleznable e injustificable de sus actos. Con todo, entendía bien el camino que había llevado a Loki hasta allí. Entendía que todo individuo era una compleja escala de grises. De hecho, el hombre que había conocido durante el Ragnarök distaba mucho de aquel dios malintencionado. ¿Cómo sería la variante que tenía en frente?
―Dime que estabas hechizado por la Gema de la Mente ―suplicó Sigyn, sacando la piedra en cuestión, la que Mobius le había entregado momentos antes. Dicho esto, la colocó frente a los ojos del Dios del Engaño, pero este volvió a esbozar una sonrisa triste. No dijo nada, tan solo negó con la cabeza. Demonios, costaba mucho defenderlo después de lo que había hecho allí. Incluso aunque lograra el perdón de los suyos tiempo después. La diosa decidió no seguir insistiendo, al fin y al cabo, habían pasado doce años para ella. En un suspiro frustrado, lanzó la gema sobre la mesa―. Responde de una vez, ¿por qué estoy aquí? Yo no soy nadie.
Sigyn dijo aquello como si fuera un cero a la izquierda, motivo más que suficiente para recomponerse. Inmediatamente, Loki se puso de pie, obligándola a retroceder uno o dos pasos. Resultaba imponente tener al hijo de Odín justo en frente, tan alto, tan cerca, tan prominente. Siempre tan intimidante. Loki era un dios de mucha presencia.
―Eres la hija de Tyr, Dios de la Guerra. Deberías hacer tuyo ese reconocimiento.
―Tan solo soy alguien a quien se le daba bien blandir una espada. Lo único en lo que me parezco a mi padre es en su sentido de la justicia.
―Entonces has heredado lo mejor de él ―rebatió Loki, deseando buscar las manos de Sigyn a pesar de saber que tomarlas era simplemente, virtualmente, imposible―. Eso te convierte en la persona más digna de esta habitación, aunque no es tu sentido de la justicia lo que preciso de ti ahora mismo.
―¿De qué precisas? Y, por favor, no me digas que de una guerrera ―insistió la hermosa mujer, extendiendo los brazos y señalándose a sí misma de arriba abajo―. Mírame, ¡he reemplazado el corcel por un BMW y una Yamaha! He jubilado a mi guadaña. La guerra es cosa del pasado para mí. De hecho, nunca fue algo que me cautivase especialmente.
Loki se llevó las manos a los bolsillos de su elegante traje y la observó con un semblante divertido. A su juicio, el buen gusto no era incompatible con la valía. Le gustaba pensar que él era buen ejemplo de ello. Debajo de toda esa inseguridad, se encontraba la intrépida, perspicaz y diestra Hija de la Guerra, de eso no le cabía ninguna duda.
―Necesito a una estratega. Te dedicas a eso, ¿no? A la estrategia política. Pues empecemos por ahí ―Loki se relamió los labios, haciendo una breve pausa que aprovecharía para seguir inmortalizando cada detalle de la preciosa carita de Sigyn, que aún conservaba una sutil cicatriz del Ragnarök en la ceja―. Si no quieres luchar, no te pediré que lo hagas. En cualquier caso, el potencial lo sigues teniendo ahí adentro. También tu magia. Ambas garantizaron tu supervivencia en el fin de Asgard, ¿verdad?
―Loki ―suspiró la mujer, llevándose las manos a la cabeza ligeramente frustrada―. Los asgardianos ya no somos iguales. La mayoría llevamos ahora una vida mundana. ¿Magia? ¿Luchar? ¿Contra quién? ¿Para qué? ¿De qué hablas? ¿Qué pasa?
―Tras mi muerte, raptaron a los niños de Asgard, ¿correcto?
La hermosa diosa se cruzó de brazos, asintiendo con la cabeza. Aquellos fueron días de sombra, tinieblas y pesadillas. De hecho, se le formó un nudo en la garganta al recordar la desesperación de padres y madres desconsolados por el bienestar de sus retoños.
―Sí, Thor detuvo al Carnicero de los Dioses ―se limitó a contestar, recordando cómo durante aquella agresión al pueblo rescató de su empolvado desván su antigua armadura. Por si acaso. Thor, Jane y Valkiria habían emprendido un viaje incierto, pero era ella quien se había quedado en Nueva Asgard, ojo avizor ante el peligro.
―Con el rayo que le robó a Zeus en Ciudad Omnipotencia, ¿o es que eso no te lo contó mi querido hermano?
No, aquel dato no sorprendía a Sigyn. Le había parecido escuchar a Valkiria mencionarlo alguna vez. Con todo, no había hecho preguntas cuyas respuestas no quería conocer. Robar el arma más preciada de un dios tan célebre le había parecido, cuanto menos, osado y arriesgado. Sigyn jamás quiso saber qué había sido del rayo de Zeus. De hecho, no había tenido ocasión a pensar en ello o en las posibles consecuencias de habérselo arrebatado.
―Algo había oído. Entonces, ¿Zeus quiere su rayo? Si es ese el problema, lo encontraré y lo devolveremos inmediatamente ―razonó la mujer, pensando ya en un posible encuentro por la paz con los griegos.
Ojalá fuera tan sencillo.
―El rayo ahora es lo de menos. Zeus busca vengarse y demostrar su supremacía ante la raza humana. Piensa aniquilar a los asgardianos para dar ejemplo, y no dudará en empezar por sus líderes, lo cual te incluye también a ti.
¿Ella, líder? Vale, a ver, en cierto modo, era representante de su raza en la Tierra, mas no la reina de nadie, ni estaba directamente implicada en el pasado encontronazo entre nórdicos y griegos. Con todo, la situación se les podía ir de las manos, efectivamente. Sigyn se llevó a la boca una de sus largas uñas y se puso a dar círculos por la sala mientras reflexionaba. Tendría que hacer de tripas corazón para garantizar la seguridad de los suyos, para hacer lo que había hecho siempre, lo que ya hacía a diario. Proteger a su gente.
―El mejor ataque es una buena defensa ―susurró, como verbalizando sus pensamientos. A continuación, limpió el contenido de la pizarra, determinada a volver a escribir sobre ella. En ese momento, Loki sonrió victorioso―. Si quieres que te ayude, tendremos que familiarizarnos con el enemigo primero.
El Dios del Engaño volvió a apoyarse sobre la mesa, en la misma postura relajada que antes, y se dispuso a rescatar todos sus conocimientos académicos. Por fortuna, su madre e institutriz había sido una mujer extremadamente versada en la historia y las antiguas culturas terrestres, asignatura troncal durante la adolescencia del príncipe.
―Zeus, dios de los dioses, preside el panteón y…
―Es rey de los dioses, no te confundas ―lo corrigió Sigyn rápidamente, habiendo apuntado ya una serie de nombres en el mapa mental de la pizarra―. No es que Zeus no sea poderoso, pero el título "dios de los dioses" le hace parecer más de lo que en realidad es.
¿No era el más poderoso? Entonces, ¿quién lo era?
Loki, en absoluto acostumbrado a que le corrigieran, arqueó una ceja, reacción que a Sigyn se le antojó divertidísima. Por suerte o por desgracia, la lección sería un poco larga, así que habría ocasiones de sorprender al omnisciente dios de nuevo. De hecho, Loki y Sigyn pasaron las próximas horas (o lo que sintieron como horas) compartiendo conocimientos. Un ejercicio intelectual tan gozoso, que produjo una cálida sensación en el pecho de esta. Venía de una cita muy agradable, pero vacía y superficial, al menos en comparación a este encuentro con quien desde hace años consideraba el amor de su vida. Dicho de otro modo, Loki y Sigyn estaban "en su salsa". Se complementaban a la perfección, casi sin esforzarse o de forma instintiva y natural, como las piezas de un complejo puzle.
A Zeus siempre lo habían acompañado figuras destacables del panteón, muchas de ellas, hijas e hijos. Su séquito de recaderos. Sigyn, ahora apoyada junto a Loki, reflexionaba mientras señalaba la pizarra para acompañar a su discurso. Los dioses no eran personajes de videojuegos ni tenían una serie de estadísticas que los hacían más o menos poderosos. Tenían que basarse en hechos para anticiparse a los griegos. O, en su defecto, en mitos. Toda crónica documentada que pudieran recordar o ubicar. Tenían que limitar la lista de posibles contrincantes.
Con esto en mente, Sigyn descartó inmediatamente a toda la primera generación de dioses olímpicos. No por ancianos, débiles o pusilánimes, sino porque pegarse a puñetazos siempre había sido, más bien, cosa de jóvenes. Ares, Dios de la Guerra, tenía un carácter violento. ¿Por qué no iba a ser el más fuerte? Pues, curiosamente, porque nunca había salido airoso de una pelea. Artemisa dependía enormemente de su arco. Podría ser una de las candidatas, pero sería una opción incierta sin su arma. ¿Posible adversaria? Se dedicaba más bien a la caza. Dionisio era poderoso, pero no en fuerza física. Además, era un borrachuzo. Descartado también. Hermes no era guerrero, sino conocido por su velocidad. Priorizaba el intelecto a la fuerza bruta. Como Sigyn no lo veía claro, Loki añadió un símbolo de interrogación sobre el nombre de este último dios. En este punto, él ya había tomado el testigo. Ahora era Loki quien tomaba apuntes en la pizarra o tachaba los nombres de los posibles enemigos, perfectamente escritos en una coqueta y redondeada letra. Se había quitado el blazer, remangado hasta los codos y metido de lleno en la investigación.
Por su parte, Sigyn también se había recogido el cabello en un improvisado moño, como si aquello le ayudase a pensar con mayor claridad. Había llegado el momento de valorar figuras algo más complejas. En la guerra, Apolo era el arquero que atacaba de lejos. Atenea, Diosa de la Guerra, era más conocida por su lucha cuerpo a cuerpo. Era mucho más táctica que Ares. De hecho, solía dirigir las acciones bélicas de una manera impresionantemente astuta y organizada. Sigyn recordó que su padre la admiraba precisamente por eso.
La mente de Sigyn parecía funcionar a cientos de kilómetros por hora. La posible implicación de Atenea le preocupaba. Debían contar con ella por si acaso. Entonces, llegó el turno del legendario Hércules. Nombre de nacimiento, Alcides. Tenía una fuerza sobrehumana. En ese sentido, era lógico que lo hubieran escogido para enfrentarse a Thor. ¿A qué otros héroes podrían enfrentarse? Ahora que no había nornas tejiendo el destino de nadie, ¡a saber! Con todo, Sigyn valoró la ínfima posibilidad de la presencia de héroes como Aquiles, Leónidas o Alejandro Magno. No obstante, la intervención de Hades era casi obligatoria para esto.
Hades, el Dios del Inframundo, el Reino de los Muertos. Donde acababan las almas después de la muerte. Nada que ver con el Valhalla. Aquel no era un sitio tan feliz. De hecho, las almas rara vez abandonaban el Reino de los Muertos, su perro guardián se encargaba de eso. Sería lógico asumir que Hades devolvería a esos personajes a la vida para una última gloriosa batalla, si Zeus se lo pidiera fervientemente. La relación de hermanos era complicada, pero no por ello especialmente mala. Entonces, ¿debían contar con Hades como posible contrincante? No, era un dios distante que rara vez abandonaba sus lares. Apenas mostraba interés en la humanidad o en la vida de los dioses.
Hacía un rato ya que Sigyn había pasado a tumbarse sobre la fría mesa de la sala de juntas. Se sentía mentalmente agotada. Aunque algo vacilante en un principio, Loki también se había recostado a su lado, en exactamente la misma postura, solo que con las manos entrelazadas sobre el regazo.
―Tenemos que encontrar a Thor ―murmuró el dios, y es que sin su hermano no tenían grandes posibilidades de triunfar en aquel enfrentamiento. Además, tarde o temprano, el Dios del Trueno acabaría encontrando el camino de vuelta a casa. Era irremediable, al ser Thor el blanco más ansiado y codiciado por el todopoderoso Zeus. Era a él a quien el viejo quería, por encima de todo.
―Y escolarizar a Love ―reflexionó la hermosa diosa, observando el oscuro techo de madera como quien aguardaba a las tímidas estrellas fugaces en el despejado cielo de agosto. ¿Escolarizar? ¿Cómo? Al escuchar aquello, Loki frunció el ceño inmediatamente y giró la cabeza hacia su izquierda, buscando la mirada y la explicación de su querida. Entonces, Sigyn dejó escapar una sonrisa un tanto divertida que sacaría a relucir, una vez más, sus característicos hoyuelos.
―¿Sabías de mi existencia, pero no de la hija adoptiva de tu hermano? ―preguntó la mujer, tentada por darle un codazo socarrón al apuesto dios―. Sonríe, la vida avanza, y tú eres tío de una niña extraordinaria. Da un poco de miedo, pero es una monada.
Loki, incapaz de digerir la noticia, alzó las cejas y parpadeó de forma repetida, perplejo. ¿Su hermano era ahora padre de una niña? Adoptiva, además. La sonrisa que se le escapó fue tan tierna como irónica. Por un lado, jamás se habría imaginado a Thor como cuidador de ninguna niña, a pesar de que aquello fuera, al fin y al cabo, ley de vida para muchos. Por otro, el hecho de que la estuviera criando como suya propia le conmovió especialmente, dada su historia personal. Con todo, cuando su mente comenzó a imaginarse el rostro de la pequeña, de pronto, Loki sintió un profundo desconsuelo, incluso envidia, que le borró la sonrisa de golpe. Se había acordado de algo.
―Soy tío, ¿pero no padre?
Silencio.
Aquello también hizo que todo gesto alegre se esfumara del rostro de Sigyn, quien quería enterrar la cabeza bajo tierra de inmediato. La diosa, lejos de apartar la mirada, simplemente cerró los ojos con fuerza, como si así fuera a desaparecer de aquella situación tan incómoda y que tanto le removía las tripas. Loki pareció advertir aquello y se reincorporó enseguida.
―Vamos, sé que estuviste embarazada ―confesó, instándola a compartir el relato de su maternidad. ¿Dónde estaban sus hijos?
―Pues no te emociones ―se limitó a responder ella, tapándose la cara con las manos y masajeándosela como para autorregularse. La diosa, que sentía una mezcla de nostalgia, pesar y rabia, no quiso incidir nada más porque sabía que acabaría enfadándose. No era justo. En el transcurso de meses había perdido a su padre, a Loki y a sus mellizos. Ahora, de pronto, había recuperado a este segundo, pero no a ninguno de los demás. ¿Qué broma tan desagradable era esta?
―¿No merezco saberlo? ―preguntó Loki, sintiéndose progresivamente indignado. Si hasta ahora todo había sido dulce, acaramelado y agradable, de pronto, la situación adquiriría un claro tinte amargo.
―No eres el Loki que yo conocí ―espetó Sigyn, reincorporándose lentamente, aunque sin atreverse a dirigirle la mirada. En esos momentos, Loki se vio tentado a tomarla de los hombros y zarandearla. Pero no podía, ni debía, ni lo haría. Había trabajado muy duro para aprender a contenerse ante ese tipo de arrebatos.
―Soy el Loki al que habrías conocido. ¡El padre! ―respondió, eso sí, alzando la voz un par de octavos para enfatizar su irritación. Además de eso, él habría sido, muy probablemente, también su marido. Por supuesto que tenía derecho a saber lo que había pasado realmente.
―¡Padre de nadie! ―reaccionó Sigyn en el mismo tono intenso y emocional―. Ese embarazo estaba destinado al fracaso. ¿Es que no estaba mi vida escrita hasta hace poco?
Los dioses se miraron en silencio largo y tendido, como si estuvieran echando una especie de pulso con la mirada. Con todo, Loki entendió la rabiosa respuesta de la asgardiana. No estaba equivocada. Desde que tanto el uno como el otro habían sabido de la existencia de la AVT, de pronto parecía imposible no cuestionarse cuántas de sus desgracias "habían sido predestinadas". La respuesta acostumbraba a ser desmoralizadora.
―Piensa un poco, Loki, vivimos unos horribles primeros meses de hambruna y miseria en la Tierra. Aunque, a decir verdad, ni con el festín más digno de un rey se me habría encendido el apetito. Mi cuerpo estaba hecho polvo, en absoluto preparado para ello ―explicó Sigyn, quien, a pesar de no seguir alzando la voz, la mantuvo relativamente alta. Evidentemente disgustada, la diosa comenzó a gesticular mucho con las manos―. Tampoco tuve un solo momento de descanso físico o mental. Ayudar en la construcción de Nueva Asgard era lo único que mantenía a raya mi cordura. De hecho, me sorprendió haber llegado al tercer trimestre sin haberlos perdido antes.
Aquello tuvo que haber sido horrible, algo que Loki jamás podría llegar a entender, aunque hubiera estado allí para vivirlo. Básicamente porque jamás sabría lo que era un embarazo o un parto, además de todo lo que aquello suponía para el cuerpo y la mente de alguien. Con todo, el Dios del Engaño sintió una profunda cólera por no haber estado presente para cuidarla, mimarla y evitar semejante tragedia.
―¿Qué has querido decir con eso último, Sigyn? ―preguntó, como si de pronto algo hubiera hecho clic en su cabeza. ¿Es que había algo más? La diosa suspiró, tapándose la cara una vez más solo para acabar apretando los puños en un desesperado intento de autorregularse. En este punto, ni siquiera estaba llorando. Había cosas que se podían superar más o menos. Otras las cargaría con ella para siempre. Probablemente en un futuro lloraría de nuevo por la pérdida de sus hijos. Pero no ahora. Ahora que al fin podía comentarlo con Loki, aprovecharía el momento para desahogarse y descargar toda su rabia.
―Que nuestros grupos sanguíneos eran… son incompatibles ―rectificó, bajando un poco la voz antes de continuar―. Jamás tuve los medios para saberlo, al menos hasta que los perdí y me ingresaron en aquel hospital para humanos. Al parecer, ellos tienen tratamientos para este tipo de situaciones. Bueno, pues no contenta con dar a luz a dos niños innatos, fui rata de laboratorio durante semanas. ¡La primera asgardiana ingresada en el materno de Bergen!
Loki apartó la mirada durante unos momentos, sintiendo profundos remordimientos de consciencia. No, nada de aquello había sido culpa de Sigyn. En todo caso, sí había sido culpa suya. Jamás habría pensado que el factor racial fuera determinante en este contexto. A lo largo y ancho del multiverso, existían seres mestizos. ¿Por qué no sus hijos? Seguro que había líneas alternativas en las que Sigyn concebía sin problemas. ¿Por qué no esta versión de ella? ¿Acaso era este el Loki más defectuoso del multiverso?
―Sé que naciste jotun, Loki, si es eso lo que te preocupa. Tú mismo me lo dijiste ―susurró Sigyn, cuya mirada podía sentir clavada en la nuca. Ahora, hablaba en un tono mucho más aterciopelado―. No es culpa tuya que no resultara. Supongo que la naturaleza es así a veces. Además, siendo justos, yo también pude haber sido más responsable, haber descansado más o haberme alimentado mejor.
Loki volvió a mirar a Sigyn, que se veía mucho más calmada ahora. Curiosamente, ella que tan mal lo había pasado era quien lo estaba consolando a él.
―Nunca me importó que fueras jotun ―continuó, esbozando una sonrisa auténtica y compasiva―. No era precisamente eso en lo que pensaba cuando me acostaba contigo.
―¿En qué pensabas? ¿En el mejor sexo de tu vida? ―bromeó Loki al cabo de unos instantes, evocando la conversación que la asgardiana había mantenido con Valkiria días antes y sonriendo con algo más de picardía. La diosa puso los ojos en blanco, agradeciendo el cambio de tono y rumbo de la conversación, aunque igualmente tentada a propinarle un fuerte golpe en el brazo.
―En lo esperanzada que estaba por empezar de nuevo, imbécil. En la Tierra, contigo ―espetó, cruzándose de brazos y dedicándole una mueca de burla―. Le dije a mi padre que viviría una vida plena y estaba determinada en cumplir mi promesa.
―¿Y por qué dejaste de vivir?
Una vez más, el tono de la conversación cambió. Esta vez, a uno mucho más profundo y sincero. Loki había estado observando a la Sigyn de la Tierra 616. No solo a esa Sigyn, es decir, la que tenía en frente. También a otra de sus variantes. Puesto a compararlas, la variante de Sigyn siempre habría antepuesto su felicidad sobre la adversidad. ¿Por qué ella no había hecho lo mismo? No lograba a entenderlo, y eso que Loki sabía bien lo complejo que era el poder de la mente. Cuanto más débil el corazón, más débil la mente y mayor la capacidad de autosabotearse.
Sigyn apretó los labios como resignada y prefirió no contestar. No es que dejara de vivir, es que la vida, simplemente, había perdido su sentido.
―Volviendo al tema, Valkiria sigue en Nueva Asgard, al alcance de una llamada ―informó la asgardiana al cabo de un rato, poniéndose de pie y retomando su paseo por la habitación. Lo hacía siempre cada vez que se ponía táctica―. Podemos contar con ella.
―También estás tú ―sugirió Loki, siguiéndola con la mirada. Sigyn sonrió sintiéndose halagada, aunque en absoluto estuviera segura del papel que jugaría en todo esto.
―O tú ―añadió ella―. Pero no será suficiente. Necesitamos más aliados.
De pronto, se vieron pensando en los Vengadores. Pocos quedaban en activo del grupo de héroes, aunque tampoco era como si pudieran contar con la Capitana Marvel o Strange. La primera siempre estaba ausente y el segundo nunca se había querido inmiscuir demasiado en asuntos asgardianos. Con todo, el hechicero ya había hecho suficiente ubicando a Odín o ayudándola a sacarle el máximo beneficio a su magia. Era lo más parecido a un mentor que Sigyn había tenido, ante la falta de conocimientos mágicos y grimorios en la Tierra. Entonces, cuando la diosa propuso persuadir a Bruce, Loki sintió que se erizaba como un gato. ¿Banner? ¿La bestia? Ella lo llamaba el coloso. O el grandullón. Lo describió como un buen tipo y, al parecer, le explicó que acabarían arreglándose durante el Ragnarök. O que al menos se acabarían tolerando mutuamente.
Enfrentarse ellos solos a una posible horda de dioses legendarios seguía siendo una apuesta arriesgada. Pero puede que hubiera otros dioses que los apoyaran, pensó Sigyn. La asgardiana le suplicó a Loki que lo considerara. Al fin y al cabo, la Antigua Grecia no era la única civilización del Mediterráneo que había dejado un legado en la historia humana. Al otro lado del mar estaba Egipto. En la delta del Nilo, numerosas colonias griegas de comercio. Mientras los humanos griegos y egipcios convivían antaño, los dioses luchaban por establecer su hegemonía. Siglos después, Alejandro Magno conquistaría las tierras áridas y fundaría la ciudad Alejandría. Ambos panteones caerían ante los cristianos eventualmente.
Loki podía ver claramente el rostro de Sigyn iluminarse con cada lección de historia, pero es que a Sigyn le parecían civilizaciones particularmente fascinantes. Grecia, el origen de la democracia que tanto defendía, a pesar de ser súbdita de la corona asgardiana. Egipto, cuna de la arquitectura, el arte y la ciencia, siendo las mujeres reinantes referentes en la historia antigua. Sí, la asgardiana tenía una mente tan brillante como las de aquellas faraonas, Loki no tenía duda alguna al respecto. De hecho, pensaba que habría sido una genial reina, de haber tenido oportunidad. Eso mismo pensaban todas las variantes de Loki. Pero Sigyn, en todo caso, sería presidenta y solo por el mandato del pueblo. Con todo, no era algo que desease. Nunca había querido un puesto de semejante poder.
―Los romanos, que veneraban al reflejo del panteón griego, también se relacionaron mucho con los egipcios, ¿verdad? ―preguntó el omnisciente dios, pasándose la mano por su ahora alborotado cabello negro azabache.
―Sí, los egipcios se vieron acorralados geográfica y culturalmente, razón más que suficiente para ver a los dioses grecorromanos como eternos rivales. Puede que por eso no se dejen caer por Ciudad Omnipotencia.
Loki dejó escapar un bufido un tanto sarcástico e inmediatamente puso los ojos en blanco.
―Sí, puede que por eso y porque Ciudad Omnipotencia es un circo donde sobran los payasos.
Desde luego, los dioses tendían a destacar por su horrible ego, pensó Sigyn. Ella misma se había prendado de uno que antaño fue igual de arrogante y narcisista.
A Loki le pareció una buena idea tirar del hilo de los egipcios, aunque no sería tarea fácil, pues aquellos dioses eran conocidos por distantes y huraños. Entonces, Sigyn, apoyada sobre el mural del Yggdrasil, se llevó el medallón a la boca en un acto reflexivo antes de contar una historia fascinante a la par que aterradora.
―Hace dos años se dio un suceso inquietante en la Tierra. Fue como si el planeta estuviera girando a una velocidad que no le correspondía. Era invierno en Noruega y salía del gimnasio. Estábamos en plenas noches polares, por lo que apenas teníamos horas de sol. Fue un espectáculo tan precioso como espeluznante. Las estrellas se convertían en borrones en un cielo cambiante.
Intrigado, Loki se situó frente a ella. De nuevo tan intimidante, tan grácil, tan elegante, tan erguido. Sigyn volvió a cambiar de postura al advertir la cercanía de su media naranja. El lenguaje corporal de la asgardiana sugería calma y confianza, además de una inmensa atracción hacia el apuesto dios. Cuanta más atención ponía en los ojos de la mujer, más se le iban dilatando las pupilas, advirtió Loki.
―Las fuerzas de inteligencia señalaron a El Cairo, aunque nunca se pudo explicar el fenómeno.
El hijo de Odín suspiró por la nariz, cayendo enseguida en la identidad del misterioso responsable que explicaría el tan llamativo suceso astral.
―Khonshu.
―Pensé lo mismo, el Dios egipcio de la Luna. ¿Lo conoces? ―preguntó Sigyn, advertida la curiosa reacción de Loki.
―No, pero tiene una indigna reputación ―dilucidó el dios tras haberse relamido los labios como absorto en lo más profundo de sus pensamientos.
―También tú, y no eres tan temible como se rumorea ―sonrió la asgardiana de forma juguetona. Los dos se quedaron así unos segundos, observándose mutuamente en silencio. Aquel parecía un método habitual de comunicación para la pareja, en el que los implicados se sentían especialmente cómodos. No le había conocido en su faceta más maquiavélica, pensó Loki. De haber sido así, ¿se habría enamorado igualmente de él? En cualquier caso, puede que Sigyn tuviera razón. Al menos en su presencia, de pronto se sentía osito de peluche. Casi imponía más ella que él.
―Los dioses egipcios están hechos de otra pasta. No te recibirán bien ―dedujo el dios, con los brazos ahora en jarras. ¿Que no le recibirían bien? ¿Había sugerido lo que creía que había sugerido?
―¿Quieres que yo vaya a Egipto? ―impactada por tal propuesta, Sigyn se tocó el pecho con especial ahínco, como señalándose a sí misma. Por su parte, Loki se limitó a encogerse de hombros. Sí, eso era exactamente lo que quería. Estaba más que preparada, era una experta mediadora―. ¡Pues ven conmigo!
El dios dejó escapar una sonrisa enternecida. Allí sentado sobre su trono, no había cosa que deseara más. De hecho, de haber podido, ya se habría levantado para acudir a aquella reunión cara a cara. Pero era incapaz. Era como si una fuerza mayor se lo impidiese, no era solo cuestión de voluntad. Era su deber ético.
Luego estaba el tema del deslizamiento temporal. ¡A ver cómo le explicaba eso! A pesar de controlarlo infinitamente mejor que el primer día, aún se encontraba descubriendo parte de ese poder. Por algo no podía comunicarse con Sigyn en la Tierra, pero sí aquí. ¿Por qué sí había funcionado con Zeus? ¿Por qué el pedante de su pretendiente lo había visto? Sigyn era igual de diosa que el anciano griego, y sin duda muy superior al pretencioso humano. Si la acompañaba a Egipto, ¿sería Khonshu capaz de interactuar con su proyección astral? ¿Por qué era la AVT el único sitio para comunicarse libremente con los demás? ¿Había algún tipo de condicionante que aún no podía explicar? ¿O era algo puramente inconsciente, un arte que tendría que perfeccionar hasta manejar a su antojo?
―No puedo. Ni siquiera estoy aquí como tal.
Como si se acabase de dar cuenta, la cara de Sigyn se descompuso rápidamente. Por algo no había notado el calor corporal de Loki, por reducido que este fuera habitualmente. Por algo no había notado su aliento en la piel cada vez que lo tenía tan cerca, tan al alcance.
―¿Dónde estás?
―En la ciudadela más allá del tiempo. No puedo descuidar el trono ni un segundo. Créeme, lo he intentado, pero solo tu cuervo fue capaz de advertir mi presencia.
El maldito trono, pensó Sigyn.
Era el momento de asumir que, aunque el amor de su vida siguiera vivo, aún no lo había recuperado per se, ni del todo. ¿Llegaría el día? ¿Volvería a tenerlo frente a frente, sin ningún conflicto de por medio? Casi se le hacía imposible imaginárselo habitando el universo en una relativa normalidad.
―Necesito atar unos cabos antes de desaparecer de Nueva Asgard.
Loki sonrió complacido. Nunca la lealtad de Sigyn había tenido un sabor tan dulce. Pero, por supuesto, no quería que saliera malparada, ni causarle ningún tipo de sufrimiento innecesario. Bastante había tenido la que en circunstancias normales habría sido su esposa y madre de sus hijos, su tan ansiada esperanza por descubrir lo que es ser querido, correspondido, realizado. Aquellas ambiciones, tristemente, parecían inalcanzables para Loki en aquellos momentos. Tal vez tendría que empezar a hacerse a la idea que, cuando todo esto acabara, debía dejarla ir. Para entonces, Loki no esperaba estar en otro lado que no fuera el árbol de los mundos, el Yggdrasil.
―Sylvie te llevará de vuelta al momento exacto del que te marchaste. Será como si no te hubieras ido ―decidió el dios, cambiando repentinamente el semblante de Sigyn a uno mucho más apesadumbrado. A continuación, Loki le tendió una tarjeta de visita de la AVT con el teléfono de contacto de su variante, quien desde hace ya un tiempo habitaba la misma línea temporal―. Podrás contactarla aquí, cuando estés preparada. No tardes mucho en decidirte.
Había una pregunta rondándole la cabeza que la diosa no se atrevió a formular. ¿Por qué, de entre todos los momentos posibles…? Casi como si le estuviera leyendo la mente, Loki le lanzó una última mirada antes de que abandonara la sala de reuniones. La explicación que la diosa buscaba era meramente emocional. En realidad, si fuera a morir mañana, Loki habría querido que fuera feliz y rehiciera su vida. Lo que Sigyn hiciera en adelante al regresar era cosa suya.
Ubicación: Bergen, Hordaland.
Aquel día había sido de locos. De hecho, lo último que recordaba o ansiaba Sigyn era reanudar la cita con Ægir en el preciso momento en el que la había pausado. Bueno, concretamente, tras comprobar la hora de su reloj, se percató de que las agujas apenas habían avanzado siete minutos. Si bien podía haberse excusado y escabullido, la asgardiana hizo de tripas corazón y fingió una relativa normalidad, una puesta en escena que no supo a ciencia cierta si su acompañante se había terminado tragando del todo. Con todo, y a pesar de su estómago cerrado, Sigyn intentó comer el plato que le pusieron de frente en la mesa.
La comida, en circunstancias normales, no habría defraudado. Sobre un lienzo de puré de remolacha y manzana verde, reposaba un filete de salmón noruego cocido a baja temperatura para preservar su suavidad e intenso sabor ahumado. La piel del crujiente pescado se alzaba como una corona dorada, mientras que la crema de eneldo y mostaza, en espirales delicadas, añadía un toque fresco y aromático a la experiencia gastronómica. Las perlas de alga nori estallaban en la boca, liberando su umami marino. Finalmente, en el centro del plato, una gelatina transparente de caldo de algas, como un fragmento de océano capturado en cristal se tratase. Más que un plato, era una sinfonía de sabores. Una oda al salmón y a la tierra que lo nutría.
Al terminar la cita, de nuevo afuera en el aparcamiento privado del restaurante, Sigyn puso en marcha su SUV de modo que empezara a calentarse y a desempañar la luna delantera, que había comenzado a helarse. A continuación, se abrochó mejor su abrigo de paño. Puede que no se hubiera abrigado lo suficiente, teniendo en cuenta que las mangas eran de cuero. El verano noruego no era especialmente caluroso, incluso aunque el tiempo estuviera comportándose de forma anómala últimamente. O puede que la reunión con Loki la hubiera dejado helada, destemplada. O puede que fuera el beso en la mejilla que Ægir le daría poco después, para despedirse.
―¿Estás bien? ―preguntó el apuesto empresario, arqueando una ceja inquisitiva. Parecía que la Sigyn que tuviera enfrente hubiera envejecido cinco años de repente―. ¿Ha pasado algo? De pronto has perdido tu brillo innato.
Sigyn abrió la boca, sin saber muy bien qué explicación darle a su astuta cita. Una cita que se sentía, ahora más que nunca, como una traición.
―¿Asuntos asgardianos? ―insistió Ægir, tragando saliva algo inquieto. Para ser humano, era increíblemente observador, calculador y avispado. ¿Cómo explicarle todo lo que acababa de experimentar en cuestión de minutos?
―Algo así ―reconoció la diosa, esbozando una sonrisa algo pesarosa―. Creo que necesito desaparecer una temporada.
―¿Una temporada? ―el flamante joven alzó las cejas en una evidente estupefacción, como si no hubiera visto nada de eso venir. Conmovido por las noticias, se pasó la mano por su sedoso cabello y, acto seguido, se apoyó en el morro del moderno BMW. ¿Por qué justo ahora, cuando Sigyn había empezado a comerle de la mano, se echaría a volar tan de repente?―. No me digas eso, Luisvi. ¿Qué puede ser tan serio como para desaparecer así de espontáneamente? ¿Qué pasa con tu agenda política?
―Tampoco es como si fueras a votarme ―bromeó la asgardiana, llevándose uno de sus mechones rebeldes tras la oreja. Era cierto, la campaña electoral acababa de empezar. Además, no existía ni interés ni posibilidad real para presidir Noruega. Ella era una mera representante. El cargo era importante, pero no valía más que Loki. Tendría que relegar semejante responsabilidad en alguien más―. Supongo que me pediré una excedencia.
―¿Una excedencia? ¿De un año? A ver, a ver, a ver ―repitió Ægir en un evidente nerviosismo, colocándose de nuevo frente a la asgardiana y acunando el rostro de esta en sus manos―. Sé que eres de sangre caliente, Luisvi, pero piénsalo en frío. No puedes hacer eso.
Soltando un suspiro de resignación, seguido de una tímida sonrisa, Sigyn miró hacia abajo y enseguida apartó las manos de su acompañante. Con todo, no las soltó, sino que las apretó de forma firme, pero afectuosa.
―Puedo y tendré que hacerlo. Los asuntos asgardianos, como tú los llamas, no son compatibles con la política local. Ya lo sabes.
Ægir frunció el ceño, intentando no mostrar lo desquebrajado que estaba realmente por dentro. Después, como queriendo quitarle hierro al asunto, bromeó:
―¿A quién voy a llevar a mi próxima cita?
―A cualquiera, está claro ―rio Sigyn con cierto descaro, soltando las manos de su acompañante. Como ya le había dicho antes en alguna ocasión, el hombre era joven, astuto y apuesto. No tendría ningún problema en encontrar a alguien más acorde a su edad, personalidad y círculo social.
―Yo no quiero a cualquiera ―rebatió Ægir, observando a Sigyn acercarse a la puerta del piloto y deteniéndola a medio camino―. Si te vas, que sepas que me mantendré a la espera. Te lo he dicho antes, puedo esperar los años que haga falta hasta que te decidas. Esperaré siglos de ser necesario.
Sigyn volvió a soltar una risita.
―¿Siglos? Ægir, hablas sin conocimiento de causa. Yo sí he vivido siglos. Y sé lo que es pasar años sola cerrando la puerta a todo hombre que, digno o no, se cruzase en mi camino. No deseo eso para ti.
Dicho eso, la asgardiana abrió la puerta y se sentó al volante de su vehículo ante la expectante mirada de Ægir, aún de pie frente al coqueto SUV de Sigyn. En vista a que el joven no tenía intención de mover un músculo, la frustrada mujer se llevó la mano a la boca y enseguida bajó la ventanilla. Se habría sentido insatisfecha de no haber expresado lo siguiente:
―Muchas gracias por hacerme sentir preciada de nuevo. Conocerte, cenar contigo esta noche, ha sido como rejuvenecer, precisamente, al menos un par de siglos.
Ægir suspiró y se acercó a Sigyn de forma sosegada, tan seguro de sí mismo como siempre, aunque con un semblante algo apenado. Después, apoyó su brazo izquierdo en la carrocería del coche, el otro en la repisa de la ventanilla, y dejó escapar una sonrisa pacificadora.
―Eres una dramática, Luisvi. No hace falta despedirse, seguro que pronto sabremos el uno del otro.
Dicho aquello, Sigyn puso primera y poco a poco dejó a Ægir atrás. Él sabía que algo se cocía en Nueva Asgard, y tenía que ver con el hijo de Laufey.
Durante la próxima hora y cuarto, Sigyn circuló bajo el sol de medianoche, preguntándose por primera vez, si alguien, además de su padre, la estaría observando desde el vasto cosmos. Cuando llegó a casa, se cambió de ropa de inmediato. Necesitaba despejar la cabeza. Leggins, botas de trekking de máxima adherencia, chaqueta térmica, pelo trenzado y airpods activos. Así dio comienzo a su carrera nocturna. Lo sencillo, pensó, habría sido servirse otra copa de vino.
Las calles estaban vacías, pues todos descansaban. Como hacía antaño cuando llegó a Nueva Asgard, Sigyn visitó aquella iglesia de madera, patrimonio de los vikingos del medievo, templo cristianizado y actualmente de conservación asgardiana. Había pasado años restaurando el santuario junto con sus vecinos, de hecho, aún conservaba el barniz y las pinturas en su desván. El que en su momento fue su refugio, hoy volvería a serlo. Inmediatamente, la asgardiana se abalanzó sobre uno de los canalones, se impulsó y ágilmente comenzó a escalar tejado arriba hasta alcanzar el punto más álgido de la stavkirke. Acuclillada sobre el pararrayos, mantuvo el equilibrio con el abdomen bien activo, todo mientras Mad World de Tears For Fears sonaba en sus oídos. Demonios, todavía no se lo creía… Aquello había sido real. A continuación, sacó su teléfono móvil y abrió el chat con Valkiria. Bastó un primer mensaje para decidirse. Pronto, se reuniría con el implacable Khonshu.
SIGYN: Loki sigue vivo.
SIGYN: Hay que encontrar a Thor.
SIGYN: Yo tengo que irme a Egipto,
SIGYN: …y también mucho que explicar.
Entonces, volvió a lanzar una última mirada al cielo, solo que esta vez, y a pesar de la ausencia de la vía láctea, le pareció ver el rostro de Loki. La Hija de la Guerra sonrió, profundamente conmovida por su reciente reencuentro con el Dios del Engaño, quien, para su alivio, no había empleado sus dotes para la farsa con ella. Dicho de otro modo, el Loki del Ragnarök había muerto, vale, en eso no había fraude alguno. Aquello seguía siendo demoledor y siempre lo sería. Con todo, el Loki que había tenido hace escasas horas frente a ella suponía una nueva oportunidad para ambos.
―Me debes una, canalla. No hagas que me arrepienta de esto ―susurró la asgardiana, haciendo de tripas corazón y dejando a un lado traumas del pasado para dar cabida a la ya lejana y desconocida esperanza. A su lado, la silueta del omnisciente dios observaba el horizonte en un talante distinguido y tranquilo, seguro de sí mismo. Cruzado de brazos, de pie sobre la cumbrera del tejado, volvía a no poder interactuar con nadie. Con todo, su mera presencia allí bastaba para demostrar que velaría por Sigyn allá adonde fuera.
Nota de la autora: Madre mía, menudo sustito nos llevamos esta semana pasada con la web caída, ¿eh? Gracias por haber esperado a que se arreglara el problema para leerme.
Aunque solamente con su proyección astral, al fin, Sigyn se ha reunido con Loki. Claro está, como bien sabéis, este Loki no es exactamente su Loki, pero ello no la exime de sentirse profundamente atraída a él. Atrás ha quedado toda posibilidad de pasar página con otro hombre, uno que parece guardar un gran secreto, ¿no creéis?
Por otro lado, se adelanta el escenario del próximo capítulo, Egipto. Por supuesto, tenía que incluir el cameo de Khonshu en esta historia, ya que soy una admiradora empedernida de la serie Moon Knight y me alucinó la caracterización del Dios de la Luna. La miniserie (de la que se especula que habrá segunda temporada) me parece la mejor obra de toda la fase cuatro del UCM, superior, incluso, a la propia serie de Loki (no me matéis, sé que esta puede ser una opinión poco popular). En fin, me pareció descubrir que los sucesos de Moon Knight no pertenecen a la Tierra 616, pero pretendamos que así es en realidad, por el bien de la trama (que consistirá en la interacción entre distintos dioses y que dará lugar a muchas escenas interesantes a lo largo y ancho del planeta Tierra y los proyectos del universo cinematográfico de Marvel).
Asimismo, por favor, recordad que me interesa mucho vuestro feedback, ya no por aumentar el tráfico de esta historia (que también), sino porque siempre está bien el reconocimiento de un trabajo duro (esperemos que bien ejecutado). Pensad que detrás de todo lo que estáis leyendo hay muchas horas de planificación, documentación, escritura, modificaciones y repasos constantes. Aunque todo lo que he escrito lo haya hecho por amor al arte, me consolaría un poco recibir algún que otro comentario, señal de que todo esto ha merecido la pena. ¿Os leo?
