8 "Hasta que Hela nos separe, otra vez"

Hijabi – Mona Haydar

Aunque se tomó unos días de reflexión, Sigyn y Valkiria acabaron reuniéndose en la casa comunal para discutir la situación. Veamos, simplificándolo todo mucho, para empezar, resultaba que el multiverso era real, que existía una autoridad fuera del tiempo y espacio encargada de velar por su integridad, que una versión alternativa de Loki presidía dicho órgano, y que este mismo dios había sabido de los anhelos de venganza de Zeus. Si desde hace ya unos años la vida de Sigyn se había resumido en un eterno desfile entre edificios gubernamentales, salía de una sala de juntas para meterse en otra. Hacía no tanto que había estado reunida en un sitio así con Loki, difícilmente digiriendo todos los hallazgos mencionados anteriormente.

En aquella nueva reunión extraoficial, súbitamente improvisada, había reemplazado su habitual traje de negocios por ropa más casual. También Valkiria vestía unas simples mallas grises y una sudadera deportiva azul. Sigyn lucía el habitual traje de su moto de carrera negro con franjas blancas. Las mujeres llevaban ya unas horas reunidas, con Valkiria sentada al final de la mesa rectangular, presidiéndola como la regente de Nueva Asgard que era, y con Sigyn observando el paisaje desde el amplio ventanal. Aquel precioso fiordo pronto comenzaría a abarrotarse de cruceros llenos de turistas, ansiosos por conocer un pequeño pedazo de la civilización asgardiana.

Valkiria había convertido el pueblo en zona tensionada de turismo, iniciativa con la que Sigyn no estaba precisamente de acuerdo. Aun así, todo se resumía en dinero, y es que aquella fuente era una de las que más les ayudaba a seguir adelante. Además de esta decisión, no había mucho más que la reina hiciera salvo dedicarse al marketing o a ser la imagen representante de los asgardianos. Era la hija de Tyr quien, en realidad, había movido la mayoría de los hilos e inspirado la mayoría de las decisiones tras el trono, quien más había logrado por Nueva Asgard. Dicho de otro modo, la gestión del pueblo dependía enormemente de ella, pues servía de conexión con los humanos. Sigyn había conseguido, entre otros, el permiso oficial para habitar aquella tierra, la protección del Rey Harald V de Noruega, la inclusión de los asgardianos en la constitución, numerosas ayudas económicas para la construcción de hogares, hospitales y escuelas, o la formación gratuita de los ciudadanos en nociones básicas de ley y ciudadanía humana. Sin una figura mediadora y diplomática como la suya, hacía tiempo que Valkiria habría abdicado por lo grande que le venía el rol de rey. Por eso, y como no podía ser de otra manera, la mítica valquiria no se tomó demasiado bien aquello de la excedencia.

Como si eso de tomarse un año libre fuera poco, Sigyn sabía que acabaría dimitiendo antes de implicarse directamente en la guerra contra los dioses olímpicos. Cierto, Loki le había dado la opción de no luchar, pero aquello no era una opción para ella, incluso dada su inexperiencia. O se implicaba del todo, o no se implicaba para nada, y esto último no cabía dentro de sus posibilidades. Con todo, el riesgo de que se filtrase su participación en semejante conflicto acabaría escandalizando al público, la colocaría de lleno en el ojo mediático y la metería en serios problemas legales. La noticia de su excedencia ya resonaría mucho de por sí, por lo que debería protegerse las espaldas lo máximo posible. En ese sentido, los asgardianos diferían mucho de los humanos. Estos primeros estaban más que acostumbrados a que su destino dependiera de un grupo determinado de personas, por lo que el derecho a voz y voto era algo completamente nuevo para ellos. Incluso con las meteduras de pata de sus regentes, se fiaban enormemente de ellos. Por algo los asgardianos habían pasado página de las numerosas malicias de Loki, mientras que los humanos se mostraban recelosos y solo indulgentes con héroes como Thor. Los demás, las personas como Sigyn, se veían navegando entre dos mundos, aunque nunca pertenecerían ni serían comprendidos del todo por este otro.

―No, de eso nada, Sigyn. No puedo quedarme sin mi mano derecha ―arguyó Valkiria, que negando fervientemente con la cabeza buscaba la mirada de su consejera. Pero ella seguía ensimismada en sus profundos pensamientos mientras se acicalaba las trenzas boxeadoras con la vista en algún punto del fiordo―. ¿Cómo voy a liderar todo esto yo sola durante tu ausencia? Al menos, déjame que sea yo quien haga el trabajo sucio contra los griegos. Soy rey de Nueva Asgard. Si no puedo defender a mi pueblo, ¿qué sentido tiene la corona?

Entonces, Sigyn se giró hacia su amiga y confidente con una sonrisa enternecida. No hablaba Valkiria, hablaba su miedo. Con todo, no tenía por qué preocuparse, pues Sigyn sabía que haría un trabajo estupendo. Para su tranquilidad, por supuesto que le buscaría un sustituto. El consejo de Nueva Asgard estaba repleto de eruditos, gente más que preparada y válida para defender los intereses del pueblo.

―Cuando raptaron a los niños asgardianos, Valkiria, dejaste el trono sin dudarlo.

―Así es, y fuiste tú quien sabiamente me relevó en el rol de rey ―reconoció la legendaria guerrera, entrecerrando los ojos en una evidente actitud reflexiva.

―Esta vez seré yo quien se ausente, así que te corresponderá a ti relevarme o asumir que habrá otra persona que se encargue de mi trabajo ―continuó Sigyn con las manos en los bolsillos de su cazadora―. Pero, por favor, que no se corra la voz de nada todavía o cundirá el pánico, tanto en el estado como aquí, en todas las calles de Nueva Asgard. No sabemos cuándo arremeterán los griegos, por lo que evacuaremos cuando sea inminente, no antes. Esto no puede trascender a los medios nacionales e internacionales ahora mismo.

Valkiria, quien había estado jugando con una daga, dejó caer el cuchillo sobre el tapete de cuero y pasó a reincorporarse finalmente, acercándose de forma sosegada hasta situarse frente a la asgardiana. La legendaria guerrera sabía cuantísimo había sufrido su amiga por Loki. Tanto o más que lo que Thor había sufrido por Jane Foster. Tanto como Valkiria misma por su fallecido amor, asesinada por el inclemente filo ejecutor de Hela. Por eso, no le sorprendía que ahora se lanzase al vacío por el mismo hombre. Parecía ser que la hija de Tyr estuviera dispuesta a renunciar a todo, incluso a aquella tranquila, aburguesada y honorable vida que tanto le había costado construir.

―¿Por qué tengo la sensación de que estás poniéndole fin a tu reputada carrera por un hombre? Tú vales más que eso. ¿Qué crees que va a suceder cuando acabe? ¿Crees que Loki volverá para darte la vida que tanto has deseado? No te adelantes a los acontecimientos, amiga. Recuerda, ya tienes la casa, el coche y el perro. No necesitas al marido para ser feliz ―refutó Valkiria, provocando que Sigyn se removiera incómoda durante unos instantes. La asgardiana volvió a mirar hacia el fiordo. Era un día espléndido, una de esas mañanas soleadas y de cielo despejado tan impropias de la zona. Incluso en verano, la bruma y la suave lluvia era el pan de cada día.

Se quedó pensativa durante unos instantes. Aunque no supiese lo que sucedería cuando amainase la tormenta, por supuesto que había fantaseado con ese escenario. Demonios, hasta Loki fantaseaba con pasar la vida con Sigyn. La diferencia era que el Dios del Engaño sabía perfectamente que aquello no era posible por el momento. Puede que nunca fuera a serlo. Con todo, la idea de que su pueblo se viese atacado de nuevo se le hacía insoportable a la diosa. Asgard en la Tierra ya daba la bienvenida a nuevas generaciones de niños, lo que supondría la continuidad de su ancestral raza.

―No se trata solo de Loki, Valkiria ―espetó Sigyn, retomando su paseo reflexivo por la habitación. La verdad es que aquellas preguntas y afirmaciones le habían causado nauseas. No obstante, se debía a su sentido de la justicia, ante todo. Lo que resultara de todo esto, para su júbilo o desgracia, ahora mismo no tenía el mismo grado de importancia―. Y que no te preocupe el fin de mi carrera, encontraré la manera de sacarme las castañas del fuego yo solita, como siempre.

―Tu carrera me preocupa no solo porque esté ligada a la mía. Amiga, date cuenta, estás dispuesta a jugártelo todo por alguien que no sabes si te corresponderá. No es quien conociste ―intervino Valkiria, siguiéndola muy de cerca. Esta vez, Sigyn optó por no darle más vueltas al asunto y soltar una risita un tanto cínica. De brazos cruzados sobre la pared, la proyección astral de Loki observaba silenciosamente a las dos mujeres.

―Estoy dispuesta a jugármelo todo y hacer de tripas corazón por lo correcto, y lo correcto es implicarse ahora mismo ―aclaró, situándose sin darse cuenta muy cerca del omnisciente dios, en la misma postura resignada. Junto a ella, la proyección astral de Loki se veía conmovida por la confianza que le profería Sigyn. Él, que nunca había encajado con nadie ni en ninguna parte, al menos hasta conocer a Mobius y Sylvie, sentía que se derretía por su lealtad inquebrantable. Al fin, había encontrado el lugar al que pertenecía. Allí, junto a ella. Solo que, físicamente, era incapaz de materializarse en él. Entretanto, Sigyn sacó su teléfono móvil y le mostró a Valkiria una serie de mensajes―. Además, no estaré sola.

A Valkiria penas le dio tiempo a leer el chat de mensajes, que se resumía en algo así como:

SIGYN: Casa comunal de Nueva Asgard, mediodía.

SYLVIE: Recibido, princesa.

La valerosa guerrera alzó la vista hacia el reloj que presidía la sala de juntas. Un momento, ¡ya era mediodía! En ese preciso instante, se abrió una puerta temporal frente a las dos mujeres. De ella apareció la menuda silueta de Sylvie, vestida en unos vaqueros acampanados, camiseta gris y una blazer negra de rayas blancas verticales muy finas. Aunque siempre embelesada por la belleza de la que en otra realidad habría sido su alma gemela, Sylvie se vio sumamente intrigada por la presencia de la legendaria valquiria. Tez olivada, labios carnosos, pelo negro trenzado, fuerte y mordaz. Valkiria exhaló profundamente por la nariz y puso los brazos en jarras, lo cual resaltó sus musculados bíceps. Entonces, ladeó la cabeza y dejó escapar una sonrisa divertida. Su mirada era igual o más intrigante que la de Sylvie.

―¿Lista para reclutar alianzas divinas, rubia? ―saludó la variante, ampliando su gesto juguetón mientras hacía malabares con la tempad en sus manos.

Sigyn condujo su flamante moto de vuelta al hogar con la Diosa del Engaño rodeando firmemente su cintura. Aunque nada tenía que ver con pilotar una nave espacial, Sylvie, que nunca había viajado en moto, sintió el mágico cosquilleo de la adrenalina en su vientre. Quizá era porque a Sigyn le gustaba la velocidad y la habían excedido hace ya rato, o quizá porque estaba prácticamente abrazada a ella, tan cerca, que podía embriagarse de su dulce perfume.

Sylvie aprovechó aquellos instantes para inmortalizar todo detalle a su alrededor. El pueblo, cuyas edificaciones eran las tradicionales de la zona, estaba vistosamente decorado de runas y motivos asgardianos en oro que resplandecían ostentosamente bajo el sol de mayo. Colina arriba, la urbanización de Sigyn era algo más sofisticada. Contaba con unas vistas privilegiadas, casi de escándalo. Inmediatamente, se imaginó aquellos lares cubiertos por la nieve que ahora caía en forma de cascadas fiordo abajo. Aquel lugar nada tenía que ver con los Estados Unidos, país que por fortuna o por desgracia había escogido como su cobijo en la Tierra.

Algo así como media hora después, habiendo mostrado a Sylvie cada rincón de Nueva Asgard, Sigyn se detuvo frente a la que era su casa y aguardó a que la diosa se bajara del vehículo. La susodicha se situó frente a Sigyn, quien enseguida apagaría el motor y levantaría la visera polarizada de su casco. Sus intensos ojos verdes se veían rebosantes de energía. Por su parte, Sylvie se sentía algo aturdida, lo cual había provocado una risita divertida a su media naranja.

―¿Qué pasa, te has mareado? Puede que tenga que llamarte princesa yo a ti ―bromeó Sigyn, inclinándose sobre el manillar de su Yamaha YZF-R1 negra con llantas doradas. Sylvie dejó escapar un bufido irónico. ¡Si supiera con quién estaba hablando!, con la princesa de Asgard, nada menos.

―Creo que he vivido situaciones de mayor vértigo que un viaje en moto ―respondió Sylvie, quitándose el casco y agitándose el pelo rápidamente con la mano, como intentando adecentarlo. Entonces, advirtió que un cuervo graznaba y volaba en círculos justo encima de ellas―. ¿Es cosa mía o esa paloma nos lleva siguiendo desde la casa comunal?

Sigyn miró al cielo, sin apenas necesidad de entrecerrar los ojos ante la cegadora luz del sol. Entonces, se quitó el yelmo protector y respiró profundamente el fresco aire del fiordo.

―Es solo Eivor, mi cuervo albino; me sigue a todas partes. Le encanta volar a toda pastilla cuando conduzco ―explicó la asgardiana, bajándose del vehículo y sacando las llaves de uno de sus bolsillos. A continuación, con sus pesadas botas, subió las tres escaleras del porche y dejó el casco en la esquina del sofá exterior, junto a una gruesa manta de lana y un libro abierto sobre la Enéada―. Cuando llegué a Nueva Asgard y empecé a generar algo de riqueza, tuve que plantearme en qué quería invertir mis primeros sueldos. No tardé en observar que la gente aquí ya no viaja a caballo.

Sigyn abrió la puerta principal a pesar de los entusiasmados ladridos de lo que parecía un lobo en el interior de la vivienda. Entonces, el alegre perro de Groenlandia las recibió meneando la cola y dando vueltas sobre sí mismo. Muy obedientemente, contuvo toda su emoción cuando la dueña así se lo pidió. La ama del can se acuclilló brevemente para saludarlo con vigorosas caricias. Del cuello del perro colgaba una pequeña chapa con el nombre de Rolo escrito en runas vikingas. Concluido el cálido recibimiento, la hermosa hija de Tyr tomó el pasillo a la izquierda. Sylvie la siguió sin fiarse demasiado del lobo. Los canes de esa raza tenían fama de ser sangrientos cazadores. Con todo, Rolo solo la olisqueó y, como si la reconociera de toda la vida, le suplicó caricias y abrazos.

―Resulta que comprarse una moto como esta, tan icónica a la par que costosa, salía más barato que reemplazar el Stradivarius que dejé atrás en Asgard. De haber sabido la fortuna que costaba el instrumento, lo habría arrastrado conmigo al fin del mundo, literalmente ―continuó explicando Sigyn, sirviendo un par de copas de vino y apoyándose sobre la isla de la cocina. Ahora que no llevaba su cazadora de motorista, Sylvie tuvo que tragar saliva al observarla tan ligera de ropa. La asgardiana tan solo llevaba un top y para Sylvie, cuya debilidad eran las mujeres por lo delicado, poético y arrebatador de su anatomía, prefirió mirar hacia el otro lado, ignorando la tentación de escudriñar los vistosos tatuajes de Sigyn. Además de las manos o la oreja, Sigyn tenía la silueta negra de un helecho en su hombro derecho.

―Bueno, entiendo que estás dispuesta a ayudar a Loki. Parece que no te ha costado demasiado decidirte ―murmuró Sylvie, cambiando rápidamente de tema. Copa en mano, comenzó a analizar todo en la estancia semiabierta. El corcho con los mapas llenos de marcas, las estanterías repletas de libros, el tablero de ajedrez con la partida empezada, un paquete abierto con un violín nuevo en su interior. Parecía una compra reciente.

Sylvie se acuclilló sobre el instrumento y advirtió que era muy diferente a los violines tradicionales. Aquel era eléctrico, por lo que no contaba con caja de resonancia hueca para amplificar el sonido producido por las cuerdas cuando se tocaban con el arco. En lugar de eso, el cuerpo era sólido, similar al de una guitarra eléctrica, y su apariencia, por lo general más moderna y minimalista. Al no tener caja de resonancia, requería de una amplificación externa para ser escuchado. Otro de los fascinantes inventos de la humanidad, pensaba Sigyn.

―Decidirse fue fácil. Lo difícil sigue siendo aceptar que "sigue vivo", tan lejos e inalcanzable ―reconoció la asgardiana, observando el jardín trasero por la ventana. Allí, en medio, había un árbol adulto que ya había dejado caer numerosas manzanas de Iðunn, gracias a las semillas que habían rescatado algunos de los ciudadanos en su momento. También en la Tierra, los asgardianos podrían seguir alargando su vejez gracias a la ingesta de estas frutas celestiales. Por su parte, Sylvie observó brevemente a la nostálgica diosa y prosiguió su paseo por la sala de estar, advirtiendo una maleta abierta sobre el sofá. Junto al equipaje, el perro-lobo Rolo se hacía un ovillo dispuesto a echarse una siestecita. Dentro del fardo, ropa y deportivas, algún que otro vestido, sandalias, tacones y neceseres.

―No pretenderás llevarte todo eso, ¿verdad? ―acusó Sylvie, señalando el bagaje repleto de cosas. Con la ceja arqueada, Sigyn se acercó con una tabla de fruta recién cortada, un par de tenedores y un bote de nata montada, un gesto de hospitalidad que hizo que la Diosa del Engaño rebajara un poco los niveles de intensidad. A pesar de su naturaleza volátil y agresiva, se sentía asombrosamente en calma en presencia de Sigyn, al menos todo lo en calma que podía estar teniendo en cuenta su carácter inquieto. La hija de Tyr esbozó una sonrisa inocente y se sentó junto a su perro. Poco después, Sylvie se situó a su lado.

―¿Por qué no? Vale que nos ahorremos el viaje en avión, pero necesitaremos tiempo para explorar un poco la zona. Supón que Khonshu nos pide un favor a cambio de su ayuda, que no damos con él inmediatamente, que nos apetece hacer algo de turismo o que simplemente necesitamos descansar después: un baño calentito, un colchón mullidito, sábanas de seda… No pretenderás ir y volver al cabo de una hora, ¿no? ―preguntó Sigyn, deshaciendo toda sonrisa al observar a Sylvie encogerse de brazos. Suspiró de inmediato, hinchando los carrillos con resignación. ¡Pues vaya! ¡Menuda aventura!―. ¿Qué más da, si ese dispositivo tuyo puede devolvernos al mismo punto en el que nos marchamos?

La tempad. Sí, en efecto. Sylvie asintió con la cabeza, refugiándose en el vino blanco para evitar el conflicto o la discusión con la hermosa asgardiana, quien la miraba como diciendo: "¿pues qué prisa tienes?"

―¿Puedes conseguirme una? ―sugirió Sigyn de forma juguetona, propinándole un suave codazo en el brazo y guiñándole el ojo acto seguido―. Alguna ventaja debe tener ser amiga del jefe, ¿no?

Sí, acabaría encargando una a OB para ella, por si acaso. Sin decir nada, Sylvie continuó paseando la mirada por la sala de estar. Televisión amplia y curva, barra de sonido, velas en los estantes, relojes de arena… De pronto, un objeto en concreto llamó su atención y se vio en la encomiosa necesidad de reincorporarse. Se trataba de algo en lo que Loki no había reparado la primera vez que había estado ahí: un machete de brillante acero turquesa y empuñadura dorada, adornada con gemas preciosas. Era exactamente igual al arma que cargaba consigo bajo su estilosa americana. Junto al machete, pequeñas figuras talladas representando a las deidades más importantes de Asgard, incluyendo las valquirias y sus legendarios caballos alados. Sylvie jugaba con piezas inquietantemente parecidas cuando Renslayer la secuestró y se la llevó a la AVT. Pensativa, tomó uno de los caballos y siguió paseándose por la habitación, reparando en una vieja ecografía enmarcada que había justo al lado.

Sigyn sorbió de su copa una vez más, ajena al pequeño momento de epifanía de Sylvie, y se acomodó en el acolchado sofá. Pies descalzos, piernas cruzadas, brazos extendidos en el respaldo. Al poco, cuando la Diosa del Engaño regresó a su asiento, comenzó a observar a la que era su alma gemela con relativa ansiedad. Las coincidencias del multiverso siempre resultaban escalofriantes.

―Ese machete de ahí, ¿es tuyo?

Sigyn negó con la cabeza y se recostó sobre su hombro tatuado. Aquel había sido un préstamo de Loki, momentos antes de morir indefenso en manos del temible Thanos, valiéndose de una triste daga. La diosa se llevó la mano libre a los labios y cerró los ojos, intentando contener las lágrimas con más o menos éxito, como venía haciendo desde hace ya un largo tiempo. Menuda pregunta tan ridícula acababa de plantearle, se dijo Sylvie. Por supuesto que sabía que aquel machete era de Loki.

Sigyn acarició la cabeza de su perro con suavidad y gentileza mientras este soñaba plácidamente, momento que la Diosa del Engaño aprovechó para arrebatarle la copa y dejarla sobre la mesa, junto a la suya. Sylvie se acomodó durante unos instantes de modo que las dos mujeres pudieran mirarse cara a cara. Se mantuvieron así unos minutos, respirando de forma entrecortada. Sigyn, a quien de por sí le agradaba mucho Sylvie, aunque no sabía muy bien por qué, comenzó a sentir una sensación muy familiar en el pecho. Entonces, y sin pensárselo dos veces, la Diosa del Engaño acunó el rostro de esta otra entre sus manos y se acercó muy lentamente, sin que Sigyn se lo impidiera. La mente de esta última estaba nublada por la incoherencia. Ella sabía muy bien a quién amaba, ¿por qué, entonces, se sentía atraída también por Sylvie?

La variante de Loki se había visto especialmente confusa las veces que había besado al omnisciente dios. De hecho, era posible que ninguno de los dos lograse explicar aquella extraña relación basada en el perdón y en la aceptación de uno mismo, en la búsqueda de la identidad o en la transformación y descubrimiento personal. Lo de Sigyn era diferente, no obstante. Sylvie, a pesar de sus puntuales aventuras con hombres y mujeres, nunca se había enamorado, al menos hasta que había sabido de la existencia de la asgardiana. De hecho, se sintió sucia por haberla arrastrado a la AVT, ese lugar que tanto odiaba, y aunque se dijo que esta Sigyn estaba hecha para el Loki de esta línea temporal, quiso besarla, al menos, una vez. Un gesto tremendamente dulce que Sigyn, instintivamente, acabó profundizando a la par que soltaba algo de aire por la nariz.

Pero, entonces, la mujer llevó las manos a la cintura de la Diosa del Engaño y advirtió el metal de su machete. Sigyn se detuvo, observando a Sylvie de forma detenida. Tras palpar el arma y escudriñarla con la mirada, pareció darse cuenta de inmediato. Se apartó y se reincorporó inmediatamente, llevándose las manos a la cabeza. Estaba alucinando. Por su parte, la variante de Loki alzaba las manos en son de paz, como diciendo: "te lo explicaré, lo juro".

―Yo no soy él ―fue lo único que alcanzó a decir, a lo que Sigyn respondió con una sonrisa estoica como diciendo: "pero sí lo eres"―. ¡En todo caso, él es yo!

―¿Pero tú escuchas lo que dices? Sois los dos igual de narcisistas ―Sigyn dejó escapar una carcajada ante aquella respuesta, señalando a Sylvie con su dedo inquisidor. No sabía cómo interpretar el significado de todo esto. A diferencia de Loki, Sylvie se encontraba en una fase vital muy diferente. Una fase en la que reinaba la rabia desenfrenada y el ego, cualidades que se habían ido dulcificando a raíz de las aventuras multiversales de los últimos años, pero que aún no se habían esfumado del todo.

―En lo único en lo que Loki y yo somos iguales es…

―Por favor, ¡cuanto más te miro, más veo el parecido! La diferencia más obvia es que tú te paseas por ahí con el pelo estropeado por tintes de dudosa procedencia ―la interrumpió Sigyn sagazmente, observando a la diosa reincorporarse y acercarse a pasos agigantados hacia ella. Esta versión de Loki, aunque más menuda, seguía teniendo la misma presencia que el hombre que siempre había conocido. Inevitablemente, la asgardiana tragó saliva. Su sonrisa, esta vez, era nerviosa y, de algún modo, también extremadamente contagiosa. Tanto, que Sylvie se vio tentada a abalanzarse sobre ella de nuevo.

―Escucha, Loki no puede dejar el trono ahora mismo. En su ausencia, soy yo quien tiene el verdadero poder aquí. Lo siento, pero estás condenada a que te siga donde haga falta ―afirmó la Diosa del Engaño de forma rotunda, cruzándose de brazos.

―Sí, vale, estupendo. Intenta no seguirme a la ducha, entonces ―respondió Sigyn, desapareciendo escaleras arriba. Sylvie, que se mordía el labio de forma impaciente, observó al confuso perro-lobo y farfulló, como conversando con la mascota:

―Me encantaría seguirla hasta allí también.

―¡Lo he oído! ―gritó Sigyn desde algún lugar del piso de arriba, haciendo que Sylvie se estremeciera de la vergüenza―. Avísame si el verdadero poder necesita una revista o algo.

Sigyn pasó las siguientes horas sin cruzarse con Sylvie, al menos hasta que sintió que se le había pasado el enfado o, más bien, la indignación. Entonces, se la encontró ojeando un álbum de fotos sobre el sofá. Aquel ataque a su privacidad no le molestó especialmente. De hecho, Sigyn y Sylvie pasaron la noche conociéndose mutuamente, contándose increíbles anécdotas como por ejemplo los numerosos cataclismos que había vivido esta segunda. Cenaron en una atmósfera mucho más desenfadada y agradable hasta que, llegada la madrugada, Sylvie se vio incapaz de conciliar el sueño. Aquello de que en Noruega no anocheciera durante los meses de verano no lo llevaba demasiado bien. Tras la enésima vuelta que había dado en la cama, decidió reincorporarse y acercarse descalza hasta la habitación de la anfitriona. Abrió la puerta muy cuidadosamente, sin apenas emitir un sonido, y se encontró con una Sigyn igual de despierta.

La susodicha, además de haber retomado su libro sobre la Enéada, parecía estar devorando los informes de la AVT sobre Khonshu y Marc Spector. Sylvie, en camiseta y ropa interior, no tardó en situarse junto a ella, ocupando la parte derecha de la cama de matrimonio. La asgardiana se había movido un poco para hacerle sitio, pausando la música clásica que estaba escuchando a volumen muy reducido. Se mantuvieron así durante unos instantes, hasta que, finalmente, se acomodó sobre el pecho de Sigyn, que ya le había ofrecido uno de sus auriculares. La variante de Loki no dudó en colocárselo en el interior del oído. Sonaba la suave pero alocada Sonata del diablo de Nicolo Paganini.

―¿No duermes? ―preguntó la hija de Tyr, observando el techo de forma reflexiva. Sylvie pasó a rodear su cintura con el brazo y aspiró profundamente el delicioso aroma a menta y fresas del ahora perfectamente pelo liso de la asgardiana.

―No dejo de pensar en Khonshu, ni en Loki ―confesó la Diosa del Engaño.

―¿Qué te preocupa? ―susurró Sigyn tranquilamente, casi de forma maternalista, preguntándose si desde algún punto del multiverso Loki las estaría observando.

―¿De Khonshu? Pues que es un dios imperioso, impulsivo e increíblemente manipulador. Dispuesto a traspasar casi cualquier límite para impartir su "verdadera justicia" en la Tierra. Al menos, eso dice su informe.

Sigyn sonrió levemente y volvió a alzar el dossier del dios para situarlo a la vista de ambas. Efectivamente, los papeles lo describían como un ser inclemente. Pero, recordando un poco la historia antigua de Egipto, así como la mitología del lugar, una aprendía a verlo desde otro enfoque.

―Sí, Khonshu es famoso por su carácter brutal y violento, pero también tiene rasgos admirables ―razonó Sigyn, colocando la mano libre sobre el hombro de Sylvie―. Por ejemplo, siempre se ha negado a abandonar a la humanidad. De hecho, nunca haría nada malo a un inocente. Él respeta las decisiones de los demás y solo actúa con quienes ya han transitado el camino del pecado.

Sylvie dejó escapar una risita un tanto insegura. Genial, entonces Khonshu la odiaría de inmediato. Su vida estaba repleta de apuñaladas por la espalda y de asesinatos en pos de la libertad y del libre albedrío. ¿Hasta qué punto estaban sus maldades justificadas? Hasta ninguno. Sabía que, en el fondo, era una persona bastante egoísta y que había sido aún más retorcida en el pasado, si cabía.

―¿Siempre defiendes a los malos? ―murmuró la Diosa del Engaño. Por algún motivo, la idea de que Sigyn fuera tan comprensiva y misericordiosa la reconfortaba. Si era capaz de querer a alguien como a Loki, incluso en la más retorcida de sus formas, es que era una ingenua o que, alternativamente, no creía en la maldad per se, sino en los errores infames de las personas engendrados de un contexto determinado.

―Khonshu no es un villano, ni un ser malicioso. ―Durante una breve y sosegada pausa, Sigyn se quedó pensativa, respirando de forma controlada y consciente―. ¿Qué te preocupa de Loki? ―se atrevió a preguntar entonces la diosa entre sus brazos. Sylvie alzó la vista hacia ella, perdiéndose en sus delicadas facciones, así como en las de pronto frenéticas pulsaciones de su corazón.

―Me preocupa lo solo que está ―reconoció Sylvie al cabo de un rato―. Curiosamente, ese siempre ha sido su mayor miedo, la soledad. Aunque sé que hice lo correcto desencadenando el multiverso, me siento enormemente culpable de que esté pagando las consecuencias de mis impulsos. De no ser por mí, ahora mismo podría estar aquí, en mi lugar.

Sigyn frunció el ceño y se reincorporó lentamente. ¿Era una Loki quien había iniciado la locura del multiverso? La Hija de la Guerra se puso a pensar en todas las implicaciones de dicho acto. No, incluso si Sylvie no hubiera intervenido, Loki jamás habría estado ahí ahora mismo, apoyado en su pecho. Se había enterado hace poco de su existencia, ¿verdad? De no haberse vuelto el guardián del Yggdrasil, jamás se habrían reunido. En parte, que Sylvie desencadenara el multiverso había hecho posible toparse con su viejo amor. Puede que se estuviera castigando en vano. Pensándolo bien, y a pesar de que Loki estuviera estancado en algún remoto lugar del cosmos, era el multiverso lo que los estaba reuniendo a todos.

―¿Qué haría falta para que Loki dejase ese trono?

Sylvie pasó a acomodarse sobre la mullida almohada. Después, se encogió de hombros, visiblemente apesadumbrada. Un sustituto igual de digno, solo así sacarían a Loki de la Ciudadela de más allá del tiempo. Pero esa persona no existía y, aunque lo hiciese, ¿quién estaría tan loco como para relegarse al rol de observador solitario?

―Alguien tan poderoso como él, supongo ―razonó Sylvie, tragando saliva―. Es digno de admiración que un Loki destinado al fracaso haya llegado tan lejos y solo unos pocos sean conocedores del precio tan horrible de su glorioso propósito.

Sigyn se dejó caer en la cama junto a Sylvie. En efecto, era digno de alabanza. Loki estaba desempeñando un trabajo absolutamente ingrato. Se sentía profundamente orgullosa de él. De hecho, se hizo la promesa de que encontraría la manera de salvarlo de su soledad. A la misma conclusión llegaría Sylvie, muy a su pesar.


Ubicación: Desierto occidental, Egipto.

Una puerta temporal se abrió en el vasto e infértil paisaje occidental al oeste del río Nilo, cerca de la frontera con Libia. De ella emergieron las dos asgardianas, preparadas para cualquier sorpresa u hostilidad. Sylvie, ataviada en su armadura de cuero negro y verde, con su característica tiara rota, y Sigyn, equipada de forma más mundana y modesta, y es que la armadura pesada que había traído consigo del Ragnarök no estaba hecha para todo tipo de expediciones. El desierto occidental de Egipto, caracterizado por su clima extremo de altas fluctuaciones térmicas, requería algo mucho más ergonómico, móvil y cálido. Mallas y cortavientos de los mejores materiales, deportivas ligeras y flexibles con la tracción y amortiguación adecuadas para recorrer terrenos rocosos e irregulares y asegurar el amplio agarre y estabilidad sobre la arena. Ahí, la escasez de vegetación y las altas temperaturas suponían un entorno desafiante para cualquier visitante.

A medianoche el frío era más que obvio. Sigyn, que era de sangre caliente, era quien más vaho soltaba por la boca. Bajo la intensa luz de la luna creciente, el terreno conocido como el Desierto Blanco se veía especialmente cautivador gracias a sus característicos valles inmaculados que casi recordaban al Polo Norte. Un paisaje único y de otro mundo caracterizado por sus llamativas formaciones de rocas esculpidas gracias a siglos y milenios de erosión de viento y arena. Las enormes montañas blancas, las dunas de arena dorada y las extrañas estructuras de piedra caliza formaban un paisaje casi marciano.

Sigyn, que nunca se había encontrado en un paraje así, miró a su alrededor para comprobar el devastador entorno donde solo se escuchaba el intenso susurro del cierzo. A continuación, alzó la vista a las estrellas y buscó la preciosa luna que presidía lo que parecía un templo semienterrado en la arena, el que sería el santuario preferente del huraño Khonshu. Inmediatamente, encendió la luz frontal en la cinta que rodeaba su cabeza. Su pelo platino, esta vez recogido en una cola de caballo, caía como una cascada en línea recta hasta su cintura.

―Las coordenadas de la AVT eran correctas ―informó Sylvie, echándose a caminar en dirección a las antiguas ruinas. Más que correctas, eran inquietantemente precisas. Sigyn siguió a la Diosa del Engaño muy de cerca mientras trataba de asimilar la fascinación de encontrarse en un lugar como ese, tan insólito, tan desconocido para la raza humana. Y es que, a efectos prácticos, el mayor templo construido para Khonshu se encontraba a cientos de kilómetros de allí, más concretamente en el pueblo de Karnak, lo que antaño había sido el centro religioso más influyente de toda Egipto, un asombroso complejo de templos de casi 80 hectáreas.

―¿Crees que encontraremos a Khonshu aquí? ―se preguntó la Diosa del Engaño, aferrándose a la empuñadura de su machete, gesto que Sigyn advirtió enseguida. Ella no había sido partidaria de venir armada, dado el carácter desconfiado del Dios de la Luna. La hija de Tyr se relamió los labios y alzó una ceja, reflexionando sobre la pregunta de su compañera. Lo cierto es que no estaba segura. Como diosas, debían comprender que sus iguales no tenían por qué habitar, necesariamente, los templos que los mortales habían construido para ellos. Si bien eran lugares de cobijo y seguridad, todos ellos eran libres de vagar por la Tierra a su antojo.

―No lo sé, pero seguro que percibirá nuestra presencia. Si está lo suficientemente intrigado, es probable que acuda a nuestro encuentro ―razonó Sigyn, observando el lóbrego santuario alzarse frente a ella entre los enormes montículos de arena. Difícilmente, las diosas continuaron su camino colina arriba, sintiendo que les pesaban los pies y que se hundían fácilmente en la fina arena. Pronto podrían caminar sobre una superficie más sólida, una vez alcanzada la enorme entrada al templo de piedra caliza, granito rojo y arenisca.

Cuanto más se adentraba en el santuario, más sentía Sigyn la inquietante presencia del pasado entre las paredes. De hecho, no podría evitar echar una detenida ojeada a los grabados de la pared. Lo que antaño eran escritos e imágenes coloridas, ahora eran triste reflejo de días más gloriosos. Sylvie, que iba en cabeza, escudriñaba cada espacio de la estancia desde un enfoque muy diferente.

A pesar de la magnitud de la edificación, el santuario constaba de una única cámara, al menos aparentemente. A su izquierda, una enorme roca que transitaba una repugnante colonia de escarabajos, señal de que detrás había oculto, probablemente, algo más. ¿Tesoros del mundo antiguo, quizá? ¿Algún altar de sacrificio en honor al poderoso dios? A pesar de los insectos, Sigyn pasó la mano por la piedra. Por doquier, cadáveres ya descompuestos de exploradores y arqueólogos yacían esparcidos por el suelo. Descompuestos, aunque relativamente recientes, dadas las vestimentas. Incluso había rastros de sangre vieja por todo el pasillo central.

La Diosa del Engaño comenzó a ascender las escalinatas del templo para observar lo que se ocultaba detrás de la ilustre estatua de Khonshu, que presidía el lugar y se veía innegablemente magnánime, con la luz lunar bañándola con especial vigor. Sigyn optó por quedarse frente a ella, arrodillándose de forma casi protocolaria. Se quedó allí plantada, observando la enorme efigie en una tranquilidad sorprendentemente abrumadora. A su lado, una balanza negra y dorada perfectamente inmóvil desprendía un misterio casi indescifrable para cualquier desconocedor de los antiguos cultos. En sus platillos, una pluma blanca y un par de corazones momificados.

Sobre el hombro de la asgardiana, el plumaje de Eivor comenzó a erizarse ligeramente.

Entonces, la voz de Sylvie generó un pequeño eco en la cámara. Ahí no había nada, o eso había dicho antes de escuchar un sonido sordo seguido de una serie de forcejeos y gruñidos. Sigyn, cuyo cuervo se lanzó a volar en círculos por el templo, se reincorporó inmediatamente. Entretanto, Sylvie caía escaleras abajo, forcejeando con un desconocido trajeado. La armadura del misterioso hombre estaba hecha de resistentes vendajes que lo cubrían de arriba abajo, impidiendo reconocer su identidad. Además, vestía una solemne capa cuyo capuchón caía en forma de pico sobre su mirada perdida. Parecía que estuviera casi poseído, mas actuaba de forma completamente deliberada. En su mano, una especie de cuchillo arrojadizo en forma de medialuna coincidía con el resto de las decoraciones de su traje.

Sigyn buscó rápidamente un arma a su alrededor, ubicando una hoz ceremonial junto a la tétrica báscula. Sylvie, que logró desarmar al inesperado contrincante, hacía rato que había perdido su machete durante el forcejeo. Entonces, la hija de Tyr se abalanzó sobre el Caballero Luna, se enganchó a su espalda y llevó el filo de la hoz a su cuello, soltando la siguiente advertencia:

―Atrás, Marc. No somos enemigas de Khonshu.

No alcanzó a decir nada más, ya que, en ese preciso instante, una mujer alada arremetió desde el cielo contra ella, lanzándola contra una de las columnas. Sigyn notó los huesos de su columna resentirse por el golpe. Aturdida, tardó un par de segundos en levantar la mirada y escudriñar a su nueva adversaria. Una joven de tez morena, hermoso pelo rizado castaño y complexión delgada, no especialmente musculada. Tenía que ser el avatar de alguna otra deidad egipcia.

Realmente, los avatares no suponían mayor desafío para las diosas por su, en fin, condición de jotun y Æsir respectivamente. Sus contrincantes no dejaban de ser seres humanos con una fuerza laudable, aunque mortales, al fin y al cabo. Sigyn dio un paso adelante y con el rápido movimiento de sus manos, casi como si estuviera preparando algún tipo de ataque marcial, generó un torbellino de aire alrededor de la mujer que la desequilibró momentáneamente. Además, aprovechó la incalculable cantidad de arena del entorno para cegar a su rival. Caballero Luna, percatándose de esta ofensiva, trasladó toda su atención de una asgardiana a la otra y lanzó otra de sus hojas a Sigyn. De hecho, el guerrero falló por muy poco. Quizá su intención era precisamente esa, la de atemorizarla clavando la hoja a escasos centímetros de su mejilla.

―¡No toques a mi mujer, asgardiana! ―exclamó el avatar de Khonshu, acercándose en rotundas zancadas. En su cabeza, una terrorífica voz ordenaba a gritos que les rebanara el cuello a las intrusas. Entonces, Caballero Luna se llevó las manos a la cabeza, como si estuviera pasando por algo así como un trance. De hecho, su traje pareció sufrir también una especie de transformación―. ¿Asgardianas? ¡Como si con una diosa caimán no habríamos tenido suficiente! ¿Cuándo dejaremos de servirte, hediondo pajarraco?

La segunda personalidad de Marc Spector parecía ser quien hablaba ahora.

¡Quédate al margen, estúpido! Si no, ¡tendrás que matarla tú mismo! ―bramaba Khonshu en la cabeza de este. Sigyn trató de recuperar toda la información que había estudiado sobre el avatar de Khonshu. Ahora ataviado en un pulcro e hidalgo esmoquin, Steven Grant la observaba confuso, incluso como pidiéndole sus más cordiales disculpas.

―Un segundo, amable diosa asgardiana. ¿Qué? ¡No voy a matar a nadie! Además, ¡ellas no han empezado esta pelea! ―arguyó la versión más amable de Caballero Luna. Aturdida, aunque no sorprendida por el trastorno de identidad disociativo de Marc Spector, Sigyn levantó una ceja.

―Exacto, Steven. Solo queremos una audiencia con Khonshu.

―Oye, ¿cómo sabes nuestro nombre? ―incluso enmascarado, Caballero Luna demostraba una gran expresividad facial. Justo en ese momento, el avatar de Tueris regresó volando, llevándose a Sigyn por delante una vez más, solo que esta vez se enzarzarían en una pelea cuerpo a cuerpo mucho más tradicional―. ¡Espera, Layla!

Sylvie, que ya se había recuperado de su inicial conmoción, aprovechó el momento de confusión de Caballero Luna para lanzarlo en línea recta gracias a una de sus explosiones arcanas. A consecuencia de esto, Steven Grant salió disparado hacia una de las paredes del templo en la que dejó un profundo socavón. Entretanto, Sigyn trataba de ponerle fin a su forcejeo con Layla. Aprovechando la habilidad de los asgardianos para hablar todas las lenguas del universo, pasó a intentar razonar con ella en un impoluto y fluido árabe.

―Layla El-Faouly, esposa de Marc Spector. Por eso lo proteges, a pesar de lo mucho que aborreces a Khonshu. Quiso hacerte su avatar, ¿verdad? Con todo, aquí estás, defendiendo sus intereses porque defender a Khonshu ahora mismo implica defender también a tu marido. Él todavía está vinculado a Khonshu, ¿no es así? Todavía está siendo manipulado.

La arqueóloga, en sus incesantes intentos de golpearla, se vio sorprendida tanto por las palabras, como por los bloqueos de Sigyn. Inmediatamente, alzó la vista, observando la mano tatuada de la contrincante deteniendo la suya. La imagen, a decir verdad, era digna de admiración, y es que, bajo la luz de la luna, las runas vikingas tatuadas de Sigyn contrastaban especialmente con la mano tatuada de henna de Escarabajo Escarlata.

―¿Quién eres tú? ―se limitó a decir la joven egipcia embadurnada en sudor, entrecerrando los ojos. Sigyn suspiró y vaciló unos instantes, necesitando recobrar el aliento. Defenderse de los ataques ajenos resultaba más cansado que liarse a puñetazo limpio con alguien. Por suerte, su contrincante no era ni tan fuerte, ni tan veloz, ni mucho más grande que ella. Demonios, ni Caballero Luna era un adversario excesivamente desafiante, aunque sí más molesto que cualquier otro. A pocos metros, Sylvie se acercó a un confuso Steven Grant, que luchaba por acallar las voces de su cabeza.

¡Cédeme el cuerpo, Steven!

¡Rómpele el cráneo, idiota!

La Diosa del Engaño se agachó junto a Caballero Luna y, en un rápido movimiento, apretujó la cabeza de este mientras sus manos emanaban un intenso fulgor de color verde.

―Khonshu no quiere dialogar con nosotras, ¿eh? Pues bien, si él no sale, seré yo quien entre a buscarlo ―amenazó la faceta más despiadada de Sylvie, advirtiendo lo fragmentada que estaba la mente de Caballero Luna. Adentrarse en su psique sería pan comido.

Para su sorpresa, el encantamiento de Sylvie percibió una resistencia inesperada. De pronto, la Diosa del Engaño se vio transportada a un vacío en el que una serie de flashbacks sinsentido comenzarían a aturdirla. Eran las imágenes de un psiquiátrico donde reinaba la locura, donde pudo observar al trastornado Marc Spector en una camisa de fuerza, a Steven Grant huyendo pasillos abajo, un sarcófago vacío, y recuerdos reprimidos de bestiales asesinatos en nombre de Khonshu.

Los gritos de Caballero Luna y Sylvie captaron la atención de sus respectivas mujeres, que dieron inmediato fin a su intenso pulso de miradas. Resultaba que, curiosamente, la atormentada personalidad de Marc Spector se resistía a la manipulación mental de Sylvie. Como consecuencia de todo aquello, la Diosa del Engaño cayó al suelo inmediatamente. Con las manos en la cabeza, comenzó a retorcerse del dolor, como si el hechizo fallido le hubiera causado una especie de cortocircuito en la cabeza. Entretanto, Caballero Luna cambiaba de personalidad y apariencia, pasando de su aspecto más afable y caballeroso a su fachada más temible y sangrienta, así durante un bucle un tanto largo.

Tanto Sigyn como Layla se abalanzaron sobre sus respectivos aliados, arrodillándose junto a ellos. Sigyn frunció el ceño, sin saber muy bien cómo ayudar a Sylvie, que estaba casi convulsionando. Si ella era la terca, entonces Sylvie era la impulsiva. Inmediatamente, la hija de Tyr percibió una inquietante sombra. Caballero Luna, que se acercaba muy lentamente, empuñaba el machete de Sylvie en un último intento de acatar las órdenes de su amo y matarlas. Advirtiendo esto, Sigyn se apartó de una voltereta, pues era el objetivo prioritario ahora mismo.

Una confusa Layla se acariciaba el brazo, sin saber muy bien cómo mediar.

Entonces, la hija de Tyr se valió de una antigua vasija que encontró tirada en el suelo y la vertió, sin más. Aceite, tal y como había esperado. Para los antiguos egipcios, el olivo era el árbol más sagrado, recordó. De hecho, las aceitunas se destinaban como alimento para los faraones en su tránsito a la otra vida. Además, mezclado con otras esencias, se usaba para la producción de cosméticos y ungüentos. Caballero Luna, confuso por aquel movimiento, ladeó la cabeza de forma curiosa.

―Interesante método de distracción, pero no te servirá de nada. Khonshu no quiere intrusos en su lugar de descanso ―explicó Marc Spector.

Sigyn esbozó una sonrisa algo socarrona. Por favor, ¿tan estúpida la creían todos? Como si tuviera vida propia, el aceite derramado se expandió rápidamente alrededor de su contrincante, creando un círculo que lo mantendría apresado. Sin previo aviso, rápida e inesperadamente, Sigyn lanzó un par de llamaradas en aquella dirección, nacidas de las yemas de sus dedos. Finalmente, alzó los brazos al cielo para invocar un muro de llamas que retendría a Caballero Luna. Ahora en control de la situación, la hermosa diosa comenzó a rodearlo, lanzándole una mirada significativa a Layla que decía que no se inmiscuyera.

―Como ya he dicho antes, solo queremos hablar con él.

―Khonshu no se lleva demasiado bien con el resto de los dioses ―razonó Marc Spector, cuyo rostro ahora podía observar claramente, al haberse deshecho de la máscara que, hasta ahora, había ocultado su identidad. Entonces, Marc miró hacia la estatua del Dios de la Luna como si estuviera ahí mismito. Intrigada, Sigyn siguió su mirada, aunque no alcanzó a ver a nadie.

―¿Qué te susurra ahora?

―Él no susurra, grita ―corrigió Marc, haciendo especial énfasis en aquella palabra. A continuación, se llevó la mano a la capucha, quitándosela para liberar su melena ondulada―. No se fía de tu amiga la farsante, por tanto, no sabe si fiarse de ti tampoco. Ella no es de por aquí, ¿verdad?

Sigyn lanzó una rápida mirada a Sylvie, que respiraba algo menos agitadamente y trataba de reincorporarse poco a poco. Cuando querían, los dioses podían ser especialmente intuitivos.

La asgardiana se situó frente a la estatua de Khonshu, dirigiéndose a él directamente por primera vez. Su mente trabajaba a mil por hora, valorando todas las posibilidades para captar la atención del huraño dios y hacer que se materializase frente a ella. Si algo había aprendido de los seres tan fantoches como él, era que no soportaban los ataques a su enorme ego.

―¿Es esta la valentía de uno de los dioses más venerados de la Tierra? Esperaba un primer encuentro a la altura de tu soberbia, Dios de la Luna.

Marc apretó labios y ojos, temiéndose lo que se acontecería tras una provocación como esa. Casi inmediatamente, Sigyn escuchó una voz muy grave haciéndose eco en su cabeza.

¡Valiente estupidez la tuya, asgardiana, por ofender así a Khonshu!

Segundos después, frente a Sigyn, como nacido de una nube de humo y arena, el dios buitre se manifestó en su forma más temible. Tenía cuerpo de hombre y la cabeza esquelética de un pájaro. Además de duplicarle en tamaño, estaba ataviado en un traje de vendas de apariencia más humilde que la de su avatar, lo cual le daba un matiz más macabro y siniestro, si cabía. Sigyn apenas tuvo tiempo de reacción cuando la temible deidad de aspecto animalístico empleó su arma para lanzarla al suelo y apresar su delicado cuello de cisne bajo el afilado acabado en forma de medialuna del bastón. En aquel preciso instante, la proyección astral de Loki, que seguía a Sigyn a todas partes, intervino para detener al ancestral dios.

―¡Detente, Khonshu!

Esto fue algo que nadie percibió, salvo el aludido. Con todo, el dios egipcio simplemente miró en dirección a Loki y dejó escapar un gruñido reflexivo. Entonces, dirigió toda su atención de vuelta a Sigyn. Si tuviera piel y músculos, ya estaría frunciendo el ceño. Khonshu no usaba la boca para hablar, aunque sí era muy expresivo con su cuerpo.

―Dime, asgardiana, ¿crees que estás a mi nivel? Puede que seas Æsir, pero no eres diosa de nada.

Sigyn no sabía dónde encontraba el temple para no verse ofendida por la sarta de escarnios gratuitos que le vertía todo el mundo. Sabía que no era nadie destacable, maldita sea, ella misma lo decía a menudo. Con todo, ahí estaba, en manos de uno de los dioses más temibles en lo más recóndito del desierto occidental, teniendo que tirar de labia y oratoria para persuadirlo.

―Me llamo Sigyn y no necesito ser diosa de nada para…

―Sí, sé perfectamente cómo te llamas ―la interrumpió Khonshu, esta vez en un tono más calmado y razonable, acercándose progresivamente a su refinado rostro. Inmediatamente, Eivor aterrizó justo al lado y empezó a graznar al dios buitre, quien ladeó la cabeza, profundamente intrigado por todos sus visitantes.

―Pensaba que no me conocías ―respondió Sigyn, sin percibir al preocupado Loki acercándose a ella desde otro plano astral. Khonshu volvió a dirigirle la mirada al Dios del Engaño, ahora protector del multiverso.

Lo que pasaba por la mente de este primero era indescifrable para Sigyn en aquellos momentos. Con todo, parecía que ya no tuviera intención de hacerle nada malo. En ese sentido, confiaba en que estaba a salvo de la violenta justicia del dios, pues no tenía con qué castigarla.

―Por supuesto que sí. Recuerdo la noche en la que te conocí, hija de Tyr ―explicó Khonshu, empleando su mano libre para acompañar su discurso―. A pesar de tu tajante predilección por el sol, me hablabas todas las noches hasta hace bien poco, hasta podría afirmarse que me admirabas. Sí, era yo quien caritativamente te acompañaba en tus pesadillas.

Desconcertada por las palabras de Khonshu, la diosa de cabello platino frunció el ceño con especial vehemencia. Sus manos sostenían firmemente el bastón lunar del dios, como si aquello fuera a aflojar el firme agarre de alguna manera. Por su parte, Sylvie observaba confusa la intimidante escena. Entonces, el buitre alzó la vista hacia su avatar. Ahora que tenía a la asgardiana a su merced, el hechizo de fuego se había desvanecido y Marc Spector había sido liberado. El mordaz súbdito de Khonshu, sosteniendo a Layla de la cintura, la había instado ya a abandonar el templo.

―Ahí he estado yo, a tu lado, especialmente durante las noches polares. Escuchando tus lamentos, observándote recostada sobre el tejado de esa iglesia de madera a riesgo de quedarte aterida por la nieve. En la época moderna, solo las almas en pena se comunican con Khonshu. Entre ellas tú, asgardiana.

Sigyn tragó saliva, sonriendo de forma estoica en un intento de no mostrarse más débil e insignificante. Si aquello era cierto, entonces Khonshu sabía el estado tan vulnerable en el que se encontraba la diosa que en estos momentos tenía a su merced.

―Ahora buscas un consuelo diferente en el cielo. Miras a la luna y a las estrellas como suplicando la atención de otro dios ―continuó Khonshu, alzando la mirada hacia la proyección astral de Loki y añadiendo lo siguiente con la mano en el pecho―: Uno que cuenta con mi más sincero agradecimiento.

―Entonces ayúdanos. Hemos venido porque necesitamos tu apoyo ―insistió Sigyn, meneando un poco el bastón de Khonshu.

―¿Mi apoyo? ―se preguntó este, su temible pico esquelético casi rozando la nariz de Sigyn―. Siempre me he preguntado por qué buscas mi apoyo, ¡si somos como el día y la noche! Así sois tu querido y tú también, ¿verdad? Tan opuestos, tan contradictorios. Puede que por eso te sintieras tan identificada conmigo también. Es una lástima, hija de Tyr. Te habría convenido buscar la bendición de mi hermano, no la mía. Él habría sido mucho más compatible y complaciente contigo. Tristemente, nadie sabe dónde está Ra en estos momentos.

Ra y Khonshu, la dualidad entre la luz del sol y la oscuridad de la luna. Aunque muchos percibían una oposición natural entre los dioses, en realidad, se complementaban a la perfección. A menudo, incluso, se les había venerado juntos, recordó Sigyn. Más que un conflicto abierto, los dioses danzaban en un eterno equilibrio armonioso, representando la transición entre el día y la noche, cada uno gobernando el cielo a su debido tiempo. Una historia de amor entre hermanos.

―Por favor, Khonshu. De entre todos los dioses de la Enéada, pareces el más sensato ―añadió Loki, con su típica actitud negociante y mirada persuasiva fijada en el dios buitre, quien dejó escapar otro de sus característicos sonidos guturales, señal de que estaba pensando.

―Los griegos han declarado la guerra a Asgard ―intervino Sigyn, captando una vez más la atención del tétrico Khonshu.

¡Malditos griegos! Por supuesto que Khonshu sentía un profundo rencor hacia aquellos idiotas. Ningún dios egipcio era digno de serlo si se mostraba indiferente ante los griegos. Con todo, los años de enemistad ya habían quedado atrás. ¿Qué sentido tenía ahora reavivar quemazones del pasado por una panda de desconocidos?

―¿Y qué te hace pensar que los griegos me importan lo más mínimo, Hija de la Guerra? Puñado de cafres egocéntricos que ya había olvidado, ¡eso es lo que son! Mientras no atenten contra mis súbditos y protegidos, sus contiendas con Asgard me traen sin cuidado.

―Dices impartir la auténtica justicia ―arguyó la asgardiana, relamiéndose los labios con cierto nerviosismo. Sentía que estaba perdiendo su interés y debía mantenerlo enganchado de alguna manera―. Pues bien, nunca ha habido nada de justo en el afán y/o en los métodos de los griegos por establecer su hegemonía, ¿cierto? Piensa en todos los inocentes que podrían salir malparados de esta situación, mortales o no.

―Ya desafié a los míos revelando mi poder a la humanidad. No pienso inmiscuirme en los asuntos de otras deidades ahora. ¡No me arriesgaré a que me conviertan en piedra de nuevo! ―dicho esto, el dios de la luna liberó a Sigyn y le dio la espalda lentamente, observando la ilustre estatua de su persona.

Inmediatamente, Sylvie se acercó a gatas hacia la asgardiana. Juntas, se reincorporaron sujetándose de la mano. Pero, entonces, bajo la atenta mirada de Loki, Sigyn soltó a Sylvie para acercarse a Khonshu con Eivor lealmente situado en su hombro.

―Si no quieres luchar con nosotros, al menos, dinos cómo vencerlos.

Desde luego, el avatar de Khonshu solo atendería a las ambiciones de un dios, él mismo. Eso, Khonshu lo tenía claro. Marc Spector no ayudaría a los asgardianos en su contienda contra los griegos. No dejaba de ser un recipiente humano, uno muy valioso al que no enviaría a una condena segura. Era incierto que Caballero Luna fuera lo suficientemente fuerte para salir airoso de una posible horda de dioses.

El tétrico pájaro ladeó la cabeza y observó a sus visitantes por el lateral de la profunda cuenca de su ojo. Parecía que estuviera sumiso en un profundo estado de meditación.

―Hay algo con lo que puedo ayudarte, hija de Tyr, pero debo advertirte que mis regalos nunca son desinteresados. Considerando que habéis traspasado mi propiedad sin una ofrenda reglamentaria, creo que es un convenio más que justo. Khonshu no es tan ingenuo como para obsequiar su poder así sin más. Si quieres mi colaboración, deberás acceder a mi única cláusula. El día que Marc Spector fracase, tú ocuparás su lugar.

Sylvie lanzó una mirada significativa a Sigyn y negó fervientemente con la cabeza. ¿Sigyn, avatar de Khonshu? ¡Ni jarta de vino debía aceptar un trato como ese! ¡El siniestro dios no era de fiar! Con todo, la Hija de la Guerra sabía que Khonshu no era el villano que la gente creía. Si algo, era el antihéroe que nadie creía necesitar. Tan solo había que ser lo suficientemente sagaz como para ganarse su favor, sin pagar un precio tan alto.

―Yo tampoco soy tan ingenua. Además, mi vida ya ha pasado demasiado tiempo en manos de otro hombre ―explicó Sigyn, advirtiendo a la impaciente y agitada Sylvie instarle a irse por patas de aquel santuario. Pero Sigyn optó por arrodillarse frente a Khonshu ante la perpleja mirada de Loki y Sylvie, y le propuso una alternativa más justa e infalible, una a la que no podría resistirse―: En lugar de eso, me someteré a la Balanza de la Justicia. Si consigo equilibrarla, sabrás que soy digna de tu confianza y nos protegerás de forma completamente altruista. Si no… supongo que seré la primera asgardiana en vagar eternamente por vuestro Inframundo.

―¿Qué? Ni hablar ―respondieron las dos variantes de Loki de inmediato, incluso al unísono. Por su parte, un verdaderamente intrigado Khonshu se giró hacia la hija de Tyr y comenzó a escudriñarla de arriba abajo. Qué valiente. Una lástima que la diosa no accediese a convertirse en su avatar.

Con todo, la línea que separaba la valentía de la estupidez era demasiado fina.

―Para eso, tendría que arrebatarte el corazón ―advirtió Khonshu―. ¿Estás dispuesta a entregármelo, sabiendo que podrías no regresar? ¿Sabiendo que podrías ser indigna del Campo de los Juncos?

―No es ahí donde planeo pasar la vida tras la muerte ―bromeó Sigyn, como intentando quitarle el hierro al asunto. Así lo creía, lo creía firmemente. Tanto como que aquel no sería su final. El día en el que Sigyn muriera, con suerte, se ganaría la entrada al glorioso Valhalla.

Decidida, la Hija de la Guerra dio un paso al frente y se apresuró por desabrocharse la cazadora térmica, a lo que Sylvie se rebeló de inmediato. La Diosa del Engaño le dio un firme tirón del brazo, negándose a que su amor platónico corriera semejante riesgo. Sobre el hombro de la asgardiana, Eivor graznaba frenéticamente.

―Sigyn, no seas insensata. Estás invitando a que te mate.

Pues claro, era parte del trato (o de la apuesta, según por dónde se viera). Con todo, Sigyn no estaba preocupada, pues sabía que Khonshu la traería de vuelta con sus poderes de resurrección.

La asgardiana agarró a Sylvie de los brazos, intentando tranquilizarla.

―Sylvie, no te preocupes, tengo las manos limpias. Créeme, no habrá ningún mal por el que pueda juzgarme.

―Si esta es la manera de conseguir ayuda contra los griegos, buscaremos otra, joder ―maldijo la Diosa del Engaño, observando a Khonshu de forma desconfiada. Sigyn bajó la mirada, como sintiéndose culpable no por algo que hubiera hecho, sino por lo que estaba a punto de hacer. Dejando escapar un profundo suspiro, la asgardiana le dedicó una mirada lastimosa y apologética. Entonces, sin pensárselo dos veces, lanzó a Sylvie contra una de las paredes y la mantuvo ahí, inmóvil y retenida, condenada a observar el macabro rito que estaba a punto de acontecerse frente a sus ojos.

Mientras Sylvie lanzaba un grito ahogado desde lo más profundo de sus entrañas, Khonshu daba un paso adelante…

…solo para detenerse, inesperadamente, de nuevo.

―Respeta su decisión, Dios del Caos ―advirtió el lúgubre buitre, confirmando lo que Sigyn tanto se temía. Entre el ancestral buitre egipcio y ella misma estaría Loki, tratando de detener a Khonshu desde su trono más allá del tiempo.

El omnisciente dios de cabello azabache sostuvo la mirada con Khonshu durante unos instantes más, percibiendo que los ojos se le humedecían. No, no habría trato ni apuesta que valiera en un contexto como ese. Extremadamente intranquilo, Loki se llevó la mano a la barbilla. Entonces, se giró brevemente como buscando la mirada de su querida, que no sería capaz de corresponderlo al no percibirlo en la Tierra. ¿Por qué? ¿Por qué había podido comunicarse, esta vez con Khonshu, pero no con ella? Le habría dicho que se borrara semejante ocurrencia de la cabeza.

―Si fuera sencillo, todo el mundo lo haría ―susurró Sigyn en una voz aterciopelada, a sabiendas de que el Dios del Engaño podía escucharla. Ante aquello, Loki se hizo a un lado y permitió, a regañadientes, que Khonshu acortase la poca distancia que le quedaba con su querida.

―Para no ser diosa de nada, eres una increíblemente intrépida, hija de Tyr. Sí, una diosa fiel a sus instintos, a sus convicciones, a su familia ―reconoció Khonshu, haciendo hincapié en aquel adjetivo.

Instintivamente, la asgardiana cerró los ojos.

―Recuerda, cuando la Balanza esté equilibrada, habrás de cruzar la puerta de Osiris con la ayuda de Tueris. De lo contrario, tu descarada jugada te habrá salido cara.

De pronto, una desgarradora sensación se abrió camino en su pecho, obligándola a volver a abrir los ojos. Khonshu tenía el brazo extendido y sostenía, literalmente, el corazón de esta en su esquelética mano, lo cual había provocado que Sigyn lanzara un inesperado grito ahogado.

El hechizo que retenía a Sylvie se desvaneció, haciendo que cayera al suelo desde una altura de, al menos, cuatro metros; señal de que el alma de Sigyn estaba expirando. Loki observó, muy a su pesar, la tan temida imagen de su amada desplomarse en el suelo, golpeándose fuertemente la cabeza. Ante la grotesca imagen, el omnisciente dios tuvo que mirar hacia otro lado. Incluso comenzó a jadear, como si aquello fuera terriblemente insoportable.

Solo pasados unos eternos segundos comenzó a seguir a Khonshu con la mirada, quien colocaba cuidadosa y respetuosamente el órgano sobre uno de los platillos de la Balanza. Sobre el otro, la fina Pluma de la Verdad decidiría el destino de su amada. Tanto Loki como Sylvie observaron aterrorizados la temblorosa báscula, que como en una película de suspense tardaría en comunicar su veredicto. Entretanto, la mente de Sigyn dejaba escapar sus últimos impulsos nerviosos, transportándola a lugares inimaginables.

―No temas, algo me dice que su corazón es el más puro de esta habitación. Mientras la hija de Tyr navega por la Duat y la Balanza decide su sino, te hago la siguiente promesa…

―No quiero tus falsas promesas ―respondió Sylvie, provocando la abrupta cólera de Khonshu, que se giró repentinamente y la señaló con su impetuoso e inquisitivo bastón.

―¡No es a ti a quien me refiero, embustera! Obras desde lo más profundo de tu egoísmo. No finjas que has sido tú quien nos ha salvado a todos del vacío de la inexistencia. ¡No eres tú quien sostiene nuestras vidas en sus manos ahora mismo!

Sylvie tragó saliva ante el inesperado arrebato del temible buitre. De pronto, con los ojos vidriosos, comenzó a mirar a todas y a ninguna parte en concreto y recordó que Loki rondaba la cámara sagrada de Khonshu. Le había fallado estrepitosamente al incumplir su juramento de proteger a Sigyn.

El ancestral Dios de la Luna dejó escapar un gruñido resentido antes de desviar su mirada de vuelta a Loki, que a duras penas contenía aquella sensación de infarto. La muerte de Sigyn, reversible o no, le había causado una conmoción inexplicable. ¿Así era como se había sentido ella durante tantos años, tras haber sido asesinado por el titán loco, Thanos? Loki cerró los ojos con fuerza durante unos instantes, incapaz de seguir conteniendo las lágrimas acumuladas en sus abatidos ojos azules.

―Como decía… Yo no falto a mi palabra, hijo de Odín. No soy yo a quien se le ha conocido durante milenios como el Dios del Engaño y las mentiras. Al igual que castigo a aquellos que transitan el camino de la maldad, premiaré la bondad de tu amiga, si la Balanza de la Justicia se equilibra a su favor.

Loki se acercó lentamente hacia la báscula, observando el hipnótico movimiento y el sangriento rastro que el corazón de Sigyn había dejado en el oro. Jamás habría imaginado encontrarse con una imagen así, la del corazón de la que en otra vida habría sido su esposa y madre de sus hijos. ¿Ahí dentro estaba ella?

De pronto, los platillos comenzaron a moverse más lentamente hasta que, eventualmente, dejaron de moverse del todo. Perfectamente equilibrada. El omnisciente dios dejó escapar un suspiro de alivio y se llevó las manos al pecho en un intento de autorregularse. Eso era bueno, ¿verdad?

Se giró hacia Sigyn, observando su cuerpo inerte tirado en el suelo. ¿Y ahora qué? Pasaba el tiempo y la asgardiana seguía sin inmutarse, incluso a pesar de los poderes de Khonshu, que urgían al alma regresar a su recipiente.

Loki se giró y señaló al tétrico buitre de forma acusadora, pidiendo explicaciones. ¡Estaba tardando demasiado! Por su parte, Khonshu dejó escapar otro de sus gruñidos reflexivos y ladeó la cabeza, impasible. Sabía perfectamente lo que se estaba aconteciendo en la Duat, mas optó por encogerse de hombros y hacerse el sueco. Tampoco es como si la vida o la muerte de la mujer le afectase especialmente.

Al Otro Lado, Sigyn estaba tomando una determinante decisión. Quedarse en el paraíso que tanto se había ganado, o volver a la inclemente vida en la Tierra.