9 "Diosa de la Fidelidad"
A Man Without Love ― Engelbert Humperdinck
Plano astral: La Duat, Inframundo egipcio.
Espacio: Sagrada Línea Temporal.
Tiempo: ?
Sigyn se despertó acunada en los fuertes brazos de alguien muy adherido a ella, alguien que lenta y sentidamente depositaba dulces besos a lo largo y alto de su brazo derecho, su hombro y la curvatura de su cuello, alguien cuya piel sentía sudada, algo destemplada, e increíblemente tersa. Aquellos gestos la arrastrarían de una enigmática oscuridad al deleitoso momento en el que despertaría aferrada al fornido y atlético cuerpo de aquel hombre. Con una sonrisa complaciente en su cara, la asgardiana, que estaba a su vez aturdida, de pronto sentía una inexplicable sensación de paz en el pecho.
―No sabía que fuera capaz de incapacitar así a nadie ―susurró la voz rasgada de Loki, quien la miraba muy fijamente con una mueca victoriosa y divertida en los labios. Parecía que hubiera muerto y renacido en sus brazos.
La asgardiana se desperezó ligeramente y miró brevemente a su alrededor antes de regresar la mirada a Loki. Por los dioses, cada vez que se perdía en sus deliciosos ojos aguamarina, escuchaba la suave melodía de violines, pianos y flautas dulces en su cabeza. Otro día más en la nave de evacuación junto al que era el hombre más hechizante del universo, ¡de todos los universos, si eso existía!
Si sus cálculos no le fallaban, aquel era el día ciento diecisiete que el pueblo asgardiano había pasado confinado, surcando el cosmos desde la ya inexistente Asgard hacia la Tierra en una nao espacial que no estaba en absoluto preparada para un viaje de semejante calibre, y desde luego tampoco para navegar a la misma velocidad que el Bifrost. Uno tenía que ponerse creativo con tanto tiempo libre, y Loki y Sigyn estaban cumpliendo con eso de matar el tiempo a rajatabla. Desde que se habían conocido, rara era la vez que se habían despegado el uno del otro, en el sentido más y menos literal de la palabra. A esas alturas, parecía que ya se conocieran de toda la vida. Habían luchado, intercambiado conocimientos, compartido aventuras y desventuras del pasado, honrado a sus muertos, y hecho promesas para el futuro como dos adolescentes enamorados.
Sí, esa era la palabra que a Loki tanto le había costado verbalizar pero que finalmente compartía incluso con su hermano cuando le hablaba de la hermosa hija de Tyr. También se había tomado muy en serio eso de curar todas y cada una de sus heridas, que habían pasado a convertirse en finos trazos en el precioso lienzo de su cuerpo. El hallazgo de ese inesperado amor era algo a lo que debían darle continuidad en la Tierra, sin duda, algo por lo que Loki sería capaz de quedarse en aquel horrible lugar y concluir allí lo que le quedaba de vida, incluso a riesgo de que los humanos decidieran juzgarlo por sus crímenes del pasado. No ansiaba otra cosa más que desposarla y vivir en familia.
Sigyn se palpó las sienes, pues un pequeño caudal de lágrimas las había humedecido. Sí, recordaba bien aquella escena, se había acontecido poco antes de que Thanos los invadiera. El mejor sexo de su vida, en efecto. Tanto, que la había hecho llorar de la conmoción y de la gozosa liberación de estrés y estrógeno. Con todo, su cabeza decidió ignorar este tan importante dato, rechazando sumar dos más dos y percatarse de que aquello no era real, sino un recuerdo escogido de forma calculada y tenebrosa por su propio cerebro. En lugar de eso, Sigyn se dispuso a rodear el cuello de Loki y a estrechar el ya reducido espacio entre ambos. Si la muerte era así de dichosa, no la temía lo más mínimo. Se quedaría reviviendo este recuerdo eternamente.
De hecho, Sigyn nunca había temido a la muerte, al menos no a la suya propia. La habían preparado para ese momento desde bien pequeña. Para lo que nunca había estado preparada era para despedir a sus seres queridos, puede que por el profundo trauma que le había producido contemplar el asesinato de su madre cuando era un ser de pura inocencia. Ahora que estaba sola, Sigyn no podía tolerar la idea de perder a la única persona a la que tanto veneraba.
La asgardiana de cabellos platinos se zambulló en los ojos aguamarina de Loki y rozó la nariz de este en un afectuoso gesto familiar. El tiempo había perdido su importancia, pues en lo que era cuestión de tres o cuatro meses, los dos habían establecido un vínculo afectivo tan firme como la rama de un árbol. Demonios, ¡casi podría decirse que estaba lista y dispuesta para cualquiera de las próximas fases!
Los dioses se acomodaron en la cama del camarote decorado de forma tan estrambótica. Entonces, Sigyn pasó a apoyarse sobre el pálido pecho de Loki y observó más allá del amplio ventanal, las preciosas estrellas que brillaban más o menos tenuemente como diminutos farolillos. Justo ahí, en la repisa, su cuervo parecía observarla fijamente como si quisiera decirle algo.
―Creo que eres mi constelación favorita ahora mismo ―confesó Sigyn, aspirando el dulce aroma corporal de Loki mientras acariciaba la zona alta de su pecho. Era curioso, pues, aunque pasase todas las horas del día con él, de pronto, Sigyn sintió la imperiosa necesidad de inmortalizar cada uno de sus detalles, como si el apuesto hombre fuera a desvanecerse muy pronto de sus brazos. El Dios del Engaño, que nunca había sido "el nada" favorito de nadie, sonrió enternecido.
―En la Tierra, las constelaciones son muy diferentes ―explicó, señalando hacia la ventana―. ¿Ves aquella de allá? Recuérdala bien, porque esta será la primera y probablemente última vez que vayas a verla. El grupo de estrellas forma lo que parece el árbol de un bosque, con cada una de ellas representando a una criatura mágica que vive entre las ramas cósmicas. Es una constelación muy brillante pero que se percibe de forma muy sutil desde Vanaheim. De hecho, puede que la analogía con el Yggdrasil venga de ahí. Ahora, si miras un poco más hacia la izquierda, en el corazón de aquella nebulosa violeta de allá, las estrellas lloran lágrimas de luz. Se la conoce como la región de Lágrimas Estelares, por su belleza melancólica. Se dice que quienes la contemplan sienten una profunda conexión con el universo y experimentan emociones intensas.
Cualquier cielo le haría experimentar emociones intensas, reconoció Sigyn, sobre todo si lo observaba aferrada así a su alma gemela. La asgardiana esbozó una tierna sonrisa. Le encantaba lo culto que era Loki, así como las apasionantes historias de todos sus viajes. A veces, incluso, ansiaba hacerse la estúpida para escuchar todas y cada una de sus lecciones, sobre todo si eran de ciencia, un ámbito que se escapaba completamente de su entendimiento.
―Allá adonde nos dirigimos, el cielo es muy diferente. No es colorido, al menos en gran parte del planeta. En otros lugares, los ubicados más al norte, hay auroras boreales que se manifiestan en determinados momentos del año. Las constelaciones más llamativas del hemisferio norte son Orión, Pegaso, Centauro... ―continuó narrando el Dios del Engaño, absorto en el perfecto y menudo cuerpo de Sigyn. A falta de una luna, le encantaba observar la piel de Sigyn iluminada por la tenue luz de las estrellas. Loki comenzó a acariciar el radiante pelo de la asgardiana de forma extremadamente cariñosa―. Será lo primero que hagamos en la Tierra, buscar el mejor sitio para observar y aprender la ubicación de todas las estrellas. Así, no nos sentiremos perdidos. Bueno, será lo segundo que hagamos ―rectificó rápidamente el ingenioso dios―. Lo primero será comprarnos una cama en la que pasar día y noche, como aquí, como ahora.
Sigyn cerró los ojos al sentir los cálidos labios de Loki besarle la coronilla. Entretanto, el apuesto dios dejaba escapar una risita socarrona. De pronto, empezó a sentir unas intensas náuseas, puede que porque se encontrara ya en la sexta semana de gestación o porque, de pronto, pareció recordar por qué estaba ahí. Los griegos, las estrellas, las analogías del sol y la luna… Sintiéndose indispuesta, la Hija de la Guerra se reincorporó lentamente ante la pasividad absoluta de Loki, que seguía inmerso en su lección de astronomía.
Entonces, un aleteo captó su atención. De nuevo, Eivor la observaba con ya una evidente insistencia, junto a la puerta de la nave. Casi como dejándose llevar por el hechizo, Sigyn se puso de pie, cubierta únicamente por las finas sábanas que aún contenían la combinación de sudores y perfumes de los dioses.
Llevó la mano al panel de control y activó la apertura de la puerta. Antes de cruzarla, ya podía ver el cambiante entorno al otro lado. Era su habitación, en Nueva Asgard, solo que se veía mucho más vacía, solitaria, hostil. Apenas estaba amueblada, como el resto de su casa. Aún se encontraba en proceso de convertirse en algo más personal y acogedor. Al cruzar la puerta, ahora de madera, se cerró de un repentino y rotundo golpe.
Loki ya no estaba ahí. Lo había dejado atrás, hablando consigo mismo. Ahora, Sigyn estaba sola, como había pasado los últimos años. El ambiente era sombrío y lúgubre, y ella vestía su sedoso pijama de satén color champán. Un pijama que había tenido que desechar de inmediato la fatídica noche de su aborto, al embadurnarla de abundante sangre. La asgardiana levantó las manos, observando su piel teñida de rojo, e inmediatamente sintió que se le nublaban los ojos de lágrimas. Negando fervientemente con la cabeza, se aferró al pomo de la puerta. Ese no era un recuerdo en el que quisiera quedarse. Inmediatamente, se tuvo que proteger el vientre, pues sentía insoportables punzadas y contracciones en su ahora hinchada barriga.
Atrapada entre las cuatro paredes de la habitación, la asgardiana se dejó caer al suelo, abatida, y se llevó las manos a la cabeza. No, no, no, no. Repitiendo aquello una y otra vez, Sigyn enseguida supo que algo iba mal, que no podía perder a sus hijos, que no podía perder a nadie más. A duras penas, se estiró hacia la mesilla de noche, incapaz de alcanzar su nuevo dispositivo móvil, su única manera de pedir ayuda. La sangre, que ya había pasado de rastro a charco, era el elemento más aparatoso y devastador de la escena. De pronto, se sorprendió buscando el confort de la luna menguante y recordó, con absoluta claridad, las palabras de Khonshu. Recuerdo la noche en la que te conocí, hija de Tyr. A pesar de tu tajante predilección por el sol, me hablabas todas las noches hasta hace bien poco, hasta podría afirmarse que me admirabas. Sí, era yo quien caritativamente te acompañaba en tus pesadillas. En la época moderna, solo las almas en pena se comunican con Khonshu. Entre ellas tú, asgardiana.
Aquello no era real. En fin, sí que lo había sido en algún momento de su vida. Con todo, Sigyn se había asegurado de reprimir ese recuerdo y guardarlo bajo llave en lo más profundo de su subconsciente, accediendo a él solo de forma superficial y en momentos muy puntuales por lo doloroso de la situación. Difícilmente, retorciéndose del dolor, se reincorporó y volvió a accionar el pomo de la puerta, observando que ahora ya se abría. Casi se lanzó al otro lado, ansiosa por abandonar aquel momento que tantos problemas de salud mental le había causado.
Sigyn se zambulló en la próxima escena, cayéndose al suelo en un fuerte e inesperado estruendo. Con los ojos cerrados por el golpe, se llevó las manos al vientre solo para comprobar que volvía a estar plano y que sus órganos internos ya no se retorcían del dolor. En un suspiro de alivio, la asgardiana se fijó en el suelo barnizado de madera ished, el árbol sagrado de los egipcios, una madera oscura y rica en anillos de crecimiento. Entonces, escuchó la voz dulce y juguetona de una mujer.
―¡Qué ilusión, mi primera asgardiana! Hacía siglos que el trabajo no se ponía así de interesante ―exclamó una entusiasmada Tueris, quien rápidamente se acuclilló a su altura para ayudar a Sigyn a reincorporarse. Pero Sigyn, aún aturdida por el coscorrón, tan solo se fijó en sus grandes y rechonchas manos grises. Inmediatamente, frunció el ceño al comprobar que se encontraba en un barco que navegaba por la arena bajo el nublado cielo de la Duat.
La hija de Tyr aceptó el gesto de la diosa hipopótamo y con su ayuda se puso de pie, acicalándose el alborotado cabello en un intento de recomponerse física y también mentalmente. Frente a ella, la Balanza de la Verdad, impregnada de sangre. Ahí, en el platillo izquierdo, su inerte corazón aguardaba a ser juzgado por su bondad o falta de ella.
―Tueris, asumo ―murmuró Sigyn, observando a la diosa mientras se sacudía su ropa deportiva negra para desprenderse de todo rastro de arena. La diosa egipcia, que tenía un aspecto muy peculiar, sonrió mostrando sus fauces animalísticas. Llevaba una corona circular, un escarabajo en el pecho, brazales y anillos de colores dorados, azules y verdes. Al igual que Khonshu, era muy expresiva con su lenguaje corporal.
―¡En carne y hueso! ―exclamó el jovial hipopótamo, solo para deshacer su sonrisa segundos después―. Siento mucho por lo que acabas de pasar, querida. Es de carácter obligatorio que toda alma recorriendo la Duat reviva al menos uno de sus recuerdos más destacados. Como Diosa de la Fertilidad y Protectora de las Mujeres Embarazadas, jamás haría que nadie reviviera un momento tan delicado de su maternidad.
Sigyn alzó la ceja, observando a la diosa con cierto recelo mientras esta se encogía de hombros y le devolvía una mirada apologética. ¿Protectora de las mujeres embarazadas? Si bien los dioses no se inmiscuían en los asuntos de otros panteones, habría necesitado de esa figura hace unos años. Con todo, Sigyn no la culpaba. Desde que había sabido de la existencia de la AVT, sabía que la responsabilidad de todo lo acontecido hasta hace poco recaía sobre un tirano al que jamás había conocido.
―No esperaba despertarme aquí.
―¡Pues claro que sí, tontorrona! Has hecho una apuesta con Khonshu, empleando nuestra Balanza, nada menos ―el alegre hipopótamo soltó una carcajada casi infantil. Entonces, advirtió la inquietante mirada de Sigyn, que observaba como hipnotizada el movimiento de la tétrica báscula―. Oh, eso. No te preocupes, siempre tarda un poquito en equilibrarse… o no. ¡Es broma, tranquila! Ni Khonshu ni yo dudamos en que acabará igualándose. Además, debo agradecerte lo considerada que has sido con Layla, mi avatar.
Sigyn se asomó por uno de los laterales del barco, acariciando el reposabrazos de madera con la yema de sus manos y paseándose de babor a estribor mientras analizaba, con cierta inquietud, las almas no merecedoras del paraíso, atrapadas en la asfixiante arena de la Duat.
―Horripilante, ¿verdad? ―comentó Tueris, deseosa de entablar una conversación significativa con la enigmática visitante―. ¿Es así la muerte también para vosotros los nórdicos?
La Hija de la Guerra se relamió los labios en una actitud reflexiva hasta que acabó fijando la mirada en algún punto del horizonte. Para nada, se imaginaba el Valhalla bien diferente a todo aquello.
―Los que mueren en batalla acceden a la gloriosa sala de los héroes donde los guerreros elegidos por las valquirias celebran eternas fiestas y alegres festines.
―Ahí es donde, antaño, aspirabas acabar tú, ¿cierto? Pero ¿qué hay de los que no mueren en batalla? ―preguntó Tueris, apoyándose junto a la pensativa diosa con la barbilla sobre su gruesa mano de hipopótamo.
La asgardiana se relajó en el reposabrazos, con dichas extremidades extendidas hacia el exterior, y dejó escapar un profundo suspiro. Inevitablemente, pensó en sus padres. Su madre, Nanna, había muerto asesinada por los muspelianos, por lo que su vida no había tenido un fin ni memorable, ni célebre. Su padre, bueno, había sido daño colateral de los estragos causados por los draugar, así que más de lo mismo.
―Los muertos corrientes descansan en el frío, sombrío y austero reino de Helheim ―explicó finalmente, prefiriendo quedarse con las últimas palabras de su padre, quien había afirmado que la observaría desde el cielo allá adonde fuera. Sigyn dejó escapar una risa estoica, recordando que el cielo estaba plagado de dioses, si es que eso era cierto. Tyr, Loki, Khonshu... En adelante, cuando mirase a las estrellas, ya no sabría a quién se estaría dirigiendo.
―Ese lugar suena aterrador. ¿Es ahí donde reside la gente que comete el mal?
Sigyn regresó, en pasos tranquilos y sosegados, hasta la Balanza de la Justicia, que se movía ahora algo más lentamente.
―Nuestros lugares de reposo no hacen distinciones entre el bien y el mal. La moralidad no juega un papel tan importante en la transición de la vida a la muerte.
―No obstante, sabías que para nosotros sí lo hace. La moralidad juega el papel más importante para todos nosotros, los dioses de la Enéada ―puntualizó una intrigada Tueris, alzando su dedo índice al cielo para resaltar su observación. Sigyn le dedicó una mirada significativa, astuta, incluso. Por supuesto que lo sabía. Era hija de Tyr, Dios de la Guerra, la Ley y la Justicia. Algo se le tenía que haber pegado de su padre. De ahí a haberse arriesgado tanto y tener la conciencia tan tranquila.
―Genial, porque no dudo de mi moralidad.
―Sin embargo, estás perdidamente enamorada de alguien que sí ha atentado gravemente contra toda ética. Paradójico, ¿no crees?
Sí, era consciente. Por supuesto que a menudo se había sorprendido a sí misma pensando en lo poco íntegro del amor que le profesaba a Loki. Con todo, también creía en el perdón y la redención, y eso era algo que tanto Loki, como su variante, se habían ganado con sus actos desinteresados.
Ante el silencio de Sigyn, Tueris continuó con su reflexión.
―Si Loki es el caos, tú eres la armonía que equilibra vuestra inusual relación. ¡Vaya, otra analogía con la Balanza! Parece que todo se remonta a eso ahora mismo, ¿eh? ―Tueris volvió a soltar una risita armoniosa, aleteando alegremente sus diminutas orejas de hipopótamo.
Entonces, las diosas advirtieron que la báscula comenzaba a equilibrarse. ¡Justo como Tueris había predicho!, y es que a lo largo y ancho del multiverso a Sigyn se la conocía por sus continuos sacrificios generalmente dirigidos a aliviar el mal causado por Loki. A pesar de los esfuerzos destructivos de este, Sigyn siempre ayudaba a preservar el orden. Era la encarnación del amor incondicional, la resiliencia, la fuerza interior y la renuncia altruista. Símbolo de una lealtad inquebrantable hacia los seres queridos a pesar de sus imperfecciones. Un alma digna del Campo de los Juncos, sin duda.
Tueris cogió a Sigyn de la mano y la llevó al órgano sobre el platillo, como instándola a recuperar el corazón que tanto le pertenecía.
―¿Lo ves? No dudaba de este resultado, pues siempre sales victoriosa. Los Lokis están destinados al fracaso, pero tú llevas la victoria en la sangre, hasta en el nombre.
―¿Cómo dices? ―preguntó una confusa Sigyn, con la mano extendida muy cerca del inerte corazón.
―Tu nombre. ¿Es que no significa "Sig" algo así como "amiga de la victoria"?
Sigyn dejó escapar una risa un tanto cínica. ¿Ahora era experta en etimología? A continuación, la diosa tragó saliva, dispuesta a recuperar su órgano más vital cuando Tueris la detuvo para advertirla de una última cosa. Frente a ellas, la puerta de Osiris se alzaba alta e imponente y comenzaba a abrirse poco a poco, señal de que podría retomar el transcurso de su vida.
―Antes de nada, me veo en la obligación de ofrecértelo.
Inquieta, deseando volver para cumplir con su cometido y promesa a Loki, Sigyn pasó el peso de su cuerpo de un pie al otro y cerró los ojos con fuerza, como intentando autorregularse. ¿Qué era eso que tenía que ofrecerle ahora?
Como si le hubiera leído la mente, Tueris dejó escapar un soplo de aire frustrado por la nariz. La encantadora asgardiana tenía una decisión determinante a la que enfrentarse: se había ganado el descanso eterno, por lo que condenarla a la Duat no era una de las opciones. La primera era volver por la puerta de Osiris, al mundo de los vivos. La alternativa, por supuesto, era el Campo de los Juncos, un lugar al que la diosa no pertenecía, dada su naturaleza. Por eso…
―Tu pase al Valhalla. Puedo enviarte ahí ahora mismo, si así lo deseas.
El rostro de Sigyn se descompuso de inmediato. Poco a poco, apartó la mano de la Balanza para llevársela a la cabeza, absolutamente conmocionada.
―Imposible, yo no he muerto en batalla. De hecho, se supone que mi presencia aquí es temporal, prueba de mi valía a Khonshu. No hay gloria ni guerra en nada de esto ―razonó ella, sintiéndose enferma y hundida en aquellos instantes, incluso, progresivamente encolerizada. Con todo, Tueris no se lo tomó de forma personal. Los arrebatos emocionales eran una parte intrínseca e implícita del viaje por la Duat.
La Diosa de la Fertilidad se encogió de hombros, sin saber muy bien qué decir.
―Lo que acabas de hacer es lo más glorioso que he visto en milenios, asgardiana. Además, la Balanza considera que eres digna del paraíso, por tanto, también del Valhalla.
Sigyn bajó la mirada, perpleja y titubeante, fijándose de pronto en un reloj de arena junto a la báscula, que estaba a punto de agotarse. Si era digna del Valhalla, entonces, podría reunirse con Loki, el que había conocido durante el Ragnarök, el que habría sido padre de sus hijos, de no haber muerto estrangulado por la violenta garra de Thanos. Ese Loki, de encontrarse en algún lugar, debía estar ahí, ¿verdad? ¿Acaso no murió en batalla? Sigyn, que hasta hace poco venía aceptando que no volvería a reunirse con él (por eso de que ahora llevaba una vida del todo mundana y, por tanto, resultaba improbable morir en un contexto bélico), de pronto, vio una oportunidad. Momentáneamente al menos, se olvidó de todo lo que dejaría atrás en la Tierra de los Vivos: su carrera, su hogar, sus amigos, su gente. Pero aquello también significaba dejar atrás a Sylvie o a la versión más poderosa de Loki, que tanto había sacrificado porque gente como ella tuviera una oportunidad para vivir.
―Si rechazas tu pase, no puedo garantizarte que vuelvas a ganártelo cuando llegue tu momento. Y, de no tomar decisión alguna… ―Tueris, impacientándose cada vez más, observaba inquieta el reloj de arena. De no tomar una decisión, el alma de la asgardiana sería transportada directamente al paraíso de los nórdicos, pues era donde pertenecía.
Aquello, en efecto, era lo más sencillo y deseable para Sigyn en esos momentos, pero ¿era lo más honrado? En un contexto marcado por lo honesto, se vio incapaz de renunciar a su promesa de ayudar a Loki o a Nueva Asgard.
―Mierda ―farfulló. Inmediatamente, la diosa arrebató el corazón de la báscula y se subió de un brinco a la proa de la nao, empleando el mástil para una mayor estabilidad.
Sentía la sofocante brisa cepillar su cabello a una velocidad casi vertiginosa conforme el barco se aventuraba hacia la puerta de Osiris. Entonces, cuando se situó lo suficientemente cerca, la hija de Tyr se giró hacia Tueris durante unos instantes y le dedicó un saludo amistoso. A continuación, se dejó caer de espaldas a la arena.
No era su momento de morir definitivamente.
Ubicación: De vuelta al Templo de Khonshu.
Sigyn sintió que se asfixiaba con su próxima bocanada de aire, muestra de vida que estremeció tanto a Sylvie como a Loki, pero no a Khonshu, quien dejó escapar un gruñido complacido. Las dos variantes de Loki, así como su fiel cuervo, se encontraban arrodilladas a los laterales del ensangrentado cuerpo, observando cómo una serie de vendas comenzaba a envolver a la Æsir, formando lo que era una elegante armadura que combinaba estilismo egipcio y asgardiano. Un traje ceremonial blanco, de cuello alto, con detalles dorados a la altura de su cadera, cintura y hombros, hombreras en pico y brazales del mismo color. En todos ellos, grabados jeroglíficos y rúnicos. Hombros abajo, una larga y solemne capa blanca de la mejor seda asgardiana.
―¡Álzate y vuelve a la vida, hija de Tyr! ―clamó el venerado Khonshu con especial ímpetu, apretando su puño libre y aferrándose a su bastón con el otro. El buitre observaba a Sigyn de forma curiosa, con la cabeza ladeada, generando una nube de fina arena alrededor de la asgardiana que le ayudó a reincorporarse del suelo. Los poderes regenerativos de la armadura que había concebido para ella hicieron que el hueco en su pecho cicatrizara rápidamente, con el corazón ya de vuelta en su lugar y solo un rastro de sangre ya seco sobre la Balanza de la Justicia―. Haz buen uso del obsequio que te cedo para proteger a los tuyos de los malhechores. Invoca la armadura de Khonshu cuando lo veas oportuno, buscando el manto de la oscuridad para que tus poderes se vean exaltados. Recuerda, mientras hagas uso de este regalo, no podrás volver a morir.
Acabado el hechizo de Khonshu, Sylvie se lanzó a sus brazos y hundió la cabeza en el frío metal de sus flamantes hombreras. Pero Sigyn, que acababa de resurgir, literalmente, del Inframundo egipcio, solo tenía ojos para Loki. De pronto, podía verlo claramente, sin saber muy bien por qué. Con todo, el motivo ahora no importaba. El omnisciente dios, advirtiendo el contacto visual, esbozó una sonrisa de desahogo antes de dedicarle una última mirada de agradecimiento a Khonshu, quien se esfumaría de inmediato, habiéndose despedido asintiendo solemnemente.
Sigyn se miró de arriba abajo. Con una armadura como esta, podía sentir sus sentidos enaltecidos, podría moverse y pelear con la ligereza de una pluma. Justo entonces, mientras una conmocionada Sylvie la llamaba loca e inconsciente, la tempad de la variante comenzó a sonar frenéticamente, notificándole de un mensaje recién llegado.
―Vamos, te llevaré a casa ―susurró Sylvie, ayudando a Sigyn a reincorporarse antes de instarla a abandonar el templo. La Diosa del Engaño salió casi disparada de ahí, como si el lugar le diera mal fario. Por su parte, la asgardiana se quedó algo atrás, lista para hablar, por primera vez en la Tierra, con la proyección astral de Loki.
―¿He tenido que morirme para que empezaras a honrarme con tu presencia? ―bromeó la socarrona hija de Tyr, haciendo que Loki esbozara aún más su sonrisa. Sí, aún se preguntaba por qué aquello era de repente remotamente posible. ¿Puede que porque la conmoción de perderla hubiera sido demasiado fuerte? ¿O porque ahora llevaba un pedacito de Khonshu en su interior, o algo así? Ignorando estas preguntas, el omnisciente dios pasó a retomar su papel favorito, el de dios guasón y arrogante, en un intento de olvidar la desagradable escena que acababa de presenciar.
―Necesitaba expresar lo mucho que te envidio por esa armadura. Es increíblemente excepcional ―con todo, Loki enseguida deshizo su sonrisa, esta vez para mirarla de una forma mucho más seria e imperturbable―. No vuelvas a pecar de terca, ni te arriesgues tanto. Ya lo ha dicho Sylvie. Si hace falta, encontraremos una alternativa más segura para armarnos contra los griegos.
―Te dije que Khonshu era un dios justo, pese a todo.
Loki y Sigyn se detuvieron en la gloriosa entrada al templo para lanzar una última mirada a la estatua del Dios de la Luna. A continuación, se observaron mutuamente en silencio durante unos instantes más, mientras el omnisciente dios recordaba lo dura que se le había hecho la espera por la resurrección de su amada.
―He llegado a pensar que no regresarías.
A decir verdad, Sigyn se había visto tentada a no regresar. Había sido muy difícil renunciar al descanso eterno del Valhalla, al reencuentro con el Loki al que tanto había añorado. Pero este que tenía en frente tampoco merecía su abandono. Tragando saliva y titubeando un poquito, Sigyn se atrevió a preguntar lo siguiente:
―Loki, cuando esto acabe… ¿abdicarás?
La Diosa de la Fidelidad, que necesitaba desesperadamente tocarlo, abrazarlo, besarlo como lo había hecho instantes antes en la Duat, miró inmediatamente al suelo. Lo mismo hizo el Dios del Engaño, que necesitó tomarse unos largos segundos para verbalizar lo que, por ahora al menos, creía una mentira sin escrúpulos (la mentira que peor le había sabido hasta la fecha, aquella que le profesaría a continuación a la hermosa Hija de la Guerra). Pero antes, no dudó en soltar una de sus pesadas bromas para quitarle el hierro al asunto.
―¿Te arrodillarás ante mí como lo has hecho ante Khonshu? ―sugirió Loki, dejando escapar una risita descarada y juguetona, a lo que Sigyn pudo haber puesto los ojos en blanco y cruzarse de brazos indignada. Pero no lo hizo. En lugar de eso, acotó la distancia entre ambos en la misma actitud provocadora.
―¿Celoso de un buitre, Loki? Solo se me ocurre un motivo por el que volver a arrodillarme ante ti. Pero es imposible, porque no estás aquí de verdad ―Sigyn lo observó de arriba abajo, esbozando una sonrisa un tanto fanfarrona y estirándose discretamente hacia la proyección de Loki, con su nariz respingona acercándose peligrosamente hacia su rostro. Dada la altura y el porte erguido del hombre, incluso tuvo que ponerse de puntillas. Pero se detuvo ahí, tentándolo aún más, si eso era posible. ¿Volver a arrodillarse? ¿Es que ya lo había hecho antes?
Por su parte, el omnisciente dios la observaba muy detenidamente, deseando estar ahí de verdad para poder satisfacer su deseo de poseer a la hermosa asgardiana postrada frente a él. Se mantuvo así unos instantes, con la sonrisa congelada, observándola como hechizado. Entonces, Sigyn puso los brazos en jarras, demandando una respuesta a su inicial pregunta. Como respuesta, el apuesto dios de cabello azabache levantó las manos en son de paz. Sí, sabía que le debía una réplica. Con todo, como anticipado anteriormente, mentiría descaradamente en su siguiente afirmación:
―Te prometo que abdicaré.
Por su parte, Sylvie efectuaba una llamada a través del tiempo y del espacio para dialogar con un entusiasmado Mobius. La variante, abrumada por extremas emociones, necesitó sentarse en lo alto de un montículo de arena y llevarse las manos a la cabeza como para no desfallecerse.
―A ver, ¿qué pasa ahora, Mobius?
―No conseguimos ubicar a Thor, pero se me ha ocurrido la manera.
Molesta por la intriga del momento, Sylvie chasqueó la lengua, respondiendo muy ariscamente.
―Vale, ¿y? ¿Cuál es esa manera?
Se trataba de su hermano, o, mejor dicho, del hermano de otro, pues el suyo hacía tiempo que había sido podado junto con el resto de su rama temporal. En ese sentido, prefería no emocionarse cuando salía su nombre en la conversación, pues todavía sufría, muy honestamente, la pérdida de su Thor.
―En mi carrera, he podado a titanes y vampiros. Sin embargo, nunca me he sentido demasiado a gusto en presencia de hechiceros de las artes místicas. Necesito que alguien me acompañe.
¿Un hechicero? ¿Tan desesperados estaban en la AVT como para plantearse recurrir a poderes que no entendían? Bueno, ya lo habían hecho antes, ¿no?
Sylvie apretó los labios en una mueca de asombro, como si el plan no le disgustase demasiado. Entonces, regresó la mirada hacia el templo y observó a Sigyn hablar aparentemente sola… solo que sabía que no lo estaba. En algún momento de la noche, Loki había estado allí, acompañándolas. Y ella había sentido una terrible sensación de culpa no por haber fallado en su encantamiento, sino por no haber podido detener su arrogante sacrificio. Por suerte, todo había salido bien.
De pronto, comenzó a imaginarse a Loki, solo en su trono, desconsolado ante la imagen del cuerpo inerte de su amada, y comenzó a pensar en todo lo que Sigyn significaba para él, que tanto conocía de los infinitos caprichos del multiverso. No, Loki no merecía estar así de solo, tenía numerosos motivos para abandonar el trono, a diferencia de ella. Con todo, solo había una manera de sacarlo de ahí. Inmediatamente, Sylvie abrió su tempad y, en lugar de incluir las coordenadas que le había enviado Mobius, decidió que visitaría la Ciudadela más allá del tiempo una vez más.
Entretanto, Sigyn se acercó a Sylvie con una expresión que, en realidad, reflejaba pura fatiga. Y es que a pesar de los poderes restaurativos del traje ceremonial de Khonshu, su viaje de ida y vuelta a la vida había sido especialmente agotador. Caminó muy lentamente sobre la fría noche del desierto, lamentando no estar ahí para ver el árido amanecer en el hermoso pero infértil terreno. Entonces, se situó frente a la Diosa del Engaño.
Sin advertir su extraña actitud, Sigyn la estrechó firmemente entre sus brazos, acariciándole la espalda en un gesto reconfortante. Sabía que lo había pasado especialmente mal, por lo que sentía una profunda empatía hacia ella. Ante su incapacidad para abrazar la proyección astral de Loki, al menos, consolaría a la mujer frente a ella. A continuación, se separó un poco para dedicarle una sonrisa compasiva.
―¿Vamos a casa? ―preguntó Sigyn, ante lo que Sylvie contestó, simplemente, llevándose un mechón tras la oreja y negando ligeramente con la cabeza. Casa, ella no tenía nada de eso. Además, por mucho que lo desease, Nueva Asgard no lo sería jamás.
Sylvie pulsó una serie de teclas de su dispositivo y abrió una puerta temporal junto a la Diosa de la Fidelidad. Entretanto, la proyección astral de Loki las observaba de brazos cruzados.
―Yo sé dónde pertenezco y, por desgracia, no es ese el lugar.
A Sigyn aquello le pareció ilógico, pero comprensible, por lo que alzó las manos como en son de paz. Si Sylvie prefería retomar su camino en solitario, le parecía bien. Al fin y al cabo, sus sendas volverían a reunirse pronto, ¿verdad? Una larga misión las esperaba.
―Menuda tontería, por supuesto que perteneces a Nueva Asgard. Si algún día cambias de opinión, te acogeremos con los brazos abiertos.
―Lo sé ―respondió la mujer, emocionándose ligeramente―. Me alegra que no hayas muerto para siempre.
―Me alegra que no se te haya freído el cerebro ―bromeó la asgardiana, guiñándole el ojo de forma amistosa. Sylvie dejó escapar una risita bochornosa. Sí, nunca había fallado tan estrepitosamente en uno de sus hechizos, menos aún delante de la que era la mujer más importante de su vida. ¡Qué vergüenza! Aquel había sido un gatillazo bastante lamentable.
Tras despedirse con un cabeceo, Sigyn cruzó la puerta temporal que la llevaría, por error, tres semanas más tarde de vuelta a casa.
Entretanto, bajo la gélida noche del desierto occidental, Sylvie deshizo su sonrisa de inmediato y abrió una segunda puerta no hacia Mobius, sino hacia su variante, en la Ciudadela más allá del tiempo. Allí, sortearía al sombrío Alioth de nuevo para acceder a la sala del trono en la que se encontraba el Dios de las Historias.
Yggdrasil, el árbol de los mundos.
Sylvie se quedó absolutamente sobrecogida por la densa copa del Yggdrasil, cuyos hechizantes colores contrastaban con el intenso verde de las líneas temporales más troncales. Alioth ya no resultaba ni tan aterrador ni tan sobrecogedor como aquel nuevo paisaje frente a ella: se encontraba en un lugar casi de ensueño, aunque no sabía si describirlo como una fantasía o una pesadilla.
Mirando al vacío a su alrededor, la Diosa del Engaño continuó caminando escaleras arriba, recorriendo el mismo camino rocoso que antaño había convertido a Loki en el protector del multiverso. Ahí, a lomos del denso árbol, su variante ocupaba el ilustre trono dorado. Tenía las manos ocupadas y los ojos cerrados, como si estuviera inmerso en un profundo trance o ejercicio de meditación. Sylvie, con su característico sigilo, siguió avanzando hacia él con los ojos humedecidos. Aquella imagen era tan fascinante como desoladora: fascinante por la hermosura astral de la propia existencia, pues cada una de las ramas contenía una infinidad de vidas a lo largo del tiempo y el espacio; desoladora porque era el lugar más aislado y vacío que había conocido jamás. Ver a Loki solo, condenado a observar y no a vivir, resultaba cuanto menos descorazonador.
Inmediatamente, recordó el momento en el que pisaron aquel lugar por primera vez, solo que entonces el entorno tenía un aspecto muy diferente, el de un baluarte presidido por una biblioteca tenebrosa con vistas a la Sagrada Línea Temporal. Loki y Sylvie habían peleado con ímpetu, arriesgándose cada uno de ellos a morir en aquel feroz duelo entre el destino y el libre albedrío. Recordó haberlo besado en aquel preciso lugar, solo para asegurarse de matar al tirano de El que permanece en pos de la libertad.
Con esto en mente, se mordió el labio y, poco a poco, acercó una de sus manos a las de Loki, arrebatándole las ramas que sostenía, lo cual generó una pequeña interferencia de poderes (algo así como una lámpara defectuosa que se apagaba y volvía a encender). En ese preciso instante, un atónito Loki abrió los ojos, alarmado, solo para encontrarse con la imagen de la mujer a la que antaño creyó haber amado, aunque no románticamente como había aprendido a amar recientemente.
―¿Sylvie? ―exclamó atónito mientras se reincorporaba por primera vez en mucho tiempo. Absolutamente incrédulo y sintiendo la imperiosa necesidad de aferrase a las ramas que quedaban a su disposición, Loki se vio tentado a zarandearla y reprenderla―. ¿Qué haces? ¿Estás loca?
Sin duda, dos preguntas innecesarias, pues Loki alcanzó a entender enseguida lo que Sylvie hacía allí. Asimismo, ella sabía de sobra lo loca que estaba. Loca, en aquellos instantes, por compensar el sacrificio de su variante.
―Dime que no estás aquí para hacer lo que creo que quieres hacer ―incidió Loki con una voz inusualmente grave y rasposa, casi amenazante. En aquella frase se apreciaba un cierto matiz de frustración y enfado que se vio agravado por un gruñido animal, uno que se le escapó al inclinarse hacia ella para recuperar las ramas que le había arrebatado inicialmente. Sin éxito, claro. Sylvie se había echado un paso atrás sintiendo el poder del ramal fluir por todo su cuerpo. El resplandor de las realidades infinitas la rodeaba, pero su mente seguía estando en otro lugar: en Loki, en su soledad y en la oportunidad que le estaba brindando de tener una vida con Sigyn.
―Este no era tu propósito, Loki ―respondió ariscamente Sylvie. Si alguien era alguien, ellos eran la misma persona, ahora lo veía claramente. Ella, al igual que él, era más que capaz de ocupar el trono del Yggdrasil. Casi libre de su deber, el omnisciente dios dulcificó su expresión, mostrando ahora una mezcla de gratitud, tristeza y absoluta negación.
―Pero ¿qué estás diciendo? No seas estúpida, devuélveme las ramas temporales ―suspiró el hijo de Odín, acercándose a Sylvie, que negaba fervientemente con la cabeza y daba otro instintivo paso atrás. Para su estupor, el dios comprobó que la apariencia de esta había comenzado a cambiar, evolucionar, convertirse en una versión elevada de ella misma. Dicho de otro modo, un halo comenzó a rodear a la Diosa del Engaño. Su armadura tan austera y primitiva, que siempre había consistido en un traje de cuero asgardiano rasgado y algo raído con alguna hebilla dorada decorativa aquí y allá, de pronto, se veía renovado. Ahora, el cuero resplandecía y se abrazaba perfectamente a su atlética figura. Tenía hombreras, brazales y cinturón de oro, así como un motivo decorativo que le rodeaba el cuello y culminaba en lo que parecía una hermosa gema verde en forma de rombo. Asimismo, su cabello se veía más cuidado, más rizado, más vaporoso. Era como si el tinte rubio hubiera comenzado a desaparecer para revelar su color natural, el característico castaño oscuro casi negro de todo Loki. Hasta el cuerno roto de su tiara había comenzado a regenerarse para situarse a la altura del otro, incluso crecieron un poco más en tamaño. En cuanto a su capa, compuesta de numerosas ramas temporales, la de Loki había comenzado a deshacerse y a materializarse a espaldas de la diosa, como si tuvieran capacidad de elección propia y hubieran accedido al cambio de liderazgo.
―Al fin lo he entendido, Loki. Este propósito ha sido mío desde el principio. Conocer a Sigyn me ha hecho darme cuenta de eso ―explicó Sylvie, sonriendo con cierta ternura―. Todos merecemos una oportunidad de ser felices, ¿verdad? Incluso los dioses caídos y los guardianes del multiverso. Pues bien, tú me diste esa oportunidad. Es justo que también tengas la tuya ahora. Regresa a la Tierra con ella. Si has podido encargarte de esto, yo también podré.
―Sylvie, por favor, no hagas que todo lo que he hecho haya sido en vano ―suplicó Loki, alzando su mano libre y meneando los dedos como instándola a devolverle las malditas ramificaciones―. Vamos, este es un juego en el que siempre se sale perdiendo. No ganas nada haciéndote con el gobierno del trono, créeme.
Sylvie dejó escapar una sonrisa melancólica.
―Nada de lo que has hecho ha sido en vano ―aseguró la Diosa del Engaño, apretando los labios como queriendo contener las lágrimas―. Me has dado la oportunidad de saber lo que es tener una vida, por breve que fuera. En este tiempo, he viajado, me he relacionado, he probado nuevos sabores y emociones, y me he conmovido con las puestas de sol. Pero no he encajado en ninguna parte, y de pronto entiendo por qué. Yo jamás tendré a mi Sigyn y a ti te acaba de llover del cielo, ¿es que no te das cuenta? Tu evento nexo bifurcó la Sagrada Línea Temporal en 2012, pero, hasta entonces, compartiste universo con ella. Eres, o habrías sido, el Loki que le correspondía.
Sylvie lo miró con ojos suplicantes. La inquietante brisa del vacío acariciaba su cabello y hacía ondear la capa que la mantenía enraizada al Yggdrasil. Sigyn era una mujer noble y buena, no podía permitir que Loki sacrificara la vida por el deber. Ella era dulce y compasiva. No podían hacerla sufrir más. Aquella era su forma de compensar el trabajo de Loki. Ocupar su lugar le daría la satisfacción de saber que, por primera vez, había hecho lo correcto. La Diosa del Engaño no era ajena a la soledad, ninguna de sus variantes lo era. Con todo, era el Loki frente a ella quien peor la toleraba. Por otro lado, estaba Sylvie y su constante búsqueda de la venganza y respuestas. Ahora, al menos, podría darle sentido a todo.
Loki se relamió los labios, intentando autorregularse. El trono no era precisamente un parque de atracciones, quiso decir, aunque se vio nuevamente interrumpido por Sylvie.
―¿No te aterra la idea de ser el eterno guardián? Quizá deberías tomarte unas vacaciones en la Tierra, disfrutar de un buen café y ver un poco de Netflix acurrucado en el sofá con tu prometida. Porque le pedirás matrimonio, ¿verdad? Ella debería ser nuestra esposa, lo acaba siendo en todas las realidades.
En este punto, el omnisciente dios se vio incapaz de contener una sonrisa ante la sugerencia, más bien orden, de atarse en matrimonio a Sigyn. Por supuesto que siempre había fantaseado con eso. De hecho, había observado receloso las épicas historias de amor de sus variantes, habiéndole llamado especial atención un Loki en particular, además de aquel otro al que había estado espiando inicialmente. Esta versión de él mismo, tan astuta y embaucadora como las demás, se las había apañado para maquinar la muerte de Balder, a quien odiaba y envidiaba en partes iguales por ser el favorito de los dioses, y también el de su padre. Como castigo, Odín había mandado apresarlo en una celda de piedra y maniatarlo con unas cadenas inquebrantables, forjadas por los más hábiles herreros de los reinos aliados. El veneno goteaba sobre su frente, mejilla y clavícula desde la serpiente que pendía sobre él. Asimismo, su cuerpo retorcido se estremecía con cada gota. En medio de su sufrimiento, cómo no, su mente alucinaba y divagaba hacia Sigyn. Ella, muy devotamente, no tardaría en aparecer para aliviar su dolor en lo que serían incontables horas de penitencia recogiendo todo el veneno posible en un cuenco. Se trataba de una escena que lo había conmovido especialmente.
Tanto aquel Loki, como este recordaban los días en los que fantaseaban con ser el rey de Asgard y gobernar los nueve reinos. Pero ahora, sus sueños de grandeza palidecían ante la imagen de la hija de Tyr. Ella, que siempre permanecía a su lado. ¿Qué era un trono en comparación a su sonrisa juguetona? ¿Qué era la gloria de los dioses frente a la calidez de sus brazos? ¿Cómo podía merecerla? ¿Cómo podía ofrecerle algo más que las palabras y fantasías de un corazón atormentado? En la oscuridad de su cautiverio, frente a la atenta mirada de Sylvie, una vez más, Loki se sorprendió imaginando un futuro libre de ataduras en el que se arrodillaba ante Sigyn. Se imaginó acurrucado en el sofá con ella, viendo lo que sea que fuera eso que su variante había llamado "Netflix".
―Ah, sí, porque nada dice "descanso" como lidiar con hipotecas y atascos de tráfico ―bromeó este, intentando quitarle el hierro al asunto, no, sin embargo, soltando las ramas que aún agarraba firmemente con la mano. Automáticamente, Sylvie puso los ojos en blanco y replicó con cierta mordacidad y sarcasmo:
―Tienes razón, Loki, la Tierra es un lugar horrible, solo hay amor, risas y comida deliciosa ―al cabo de un rato, Sylvie suspiró frustrada y relajó los hombros como abatida―. Va en serio, llámame terca o romántica empedernida, pero creo en el amor que le profieres a Sigyn porque yo también lo he sentido estos días. No he necesitado mucho tiempo para entender que preferiría morirme antes de perderla, y esto es lo más parecido a la muerte que conozco. Ella jamás será mía, pero puede ser tuya si dejas de ser tozudo y testarudo.
Loki bajó la mirada, recordando el momento en el que había observado a Sylvie y a Sigyn besarse a través de una de las grietas del tejido del tiempo. Sus ojos aguamarina, siempre astutos, se movían rápidamente mientras volvía a recordar la escena en la que una versión de sí mismo de otro universo se fundía en los labios de su amada. Al principio, había sentido una mezcla de celos y curiosidad. Con todo, había acabado empatizando con la situación y fascinándose con las paradojas del multiverso.
El omnisciente dios frunció el ceño, gesto que intensificó cuando Sylvie, muy habilidosamente, lo desestabilizó propinándole un golpe directo en el diafragma. Entonces, la Diosa del Engaño aprovechó para hacerse con el resto de las ramificaciones y acercarse al trono sin darle la espalda a Loki. Ahora con las manos vacías, el estupefacto dios negaba fervientemente con la cabeza. No, se suponía que las cosas no tenían que acontecerse así. Él ya había tomado el durísimo paso de dar su vida por la de sus amigos y, aunque entendía el razonamiento de Sylvie, se sentía como si se estuviera despreciando su desinteresado acto de compasión y generosidad. Además, no deseaba aquel desamparo a nadie, menos aún a su variante.
―He sentido lo que sientes, Loki ―explicó Sylvie, empleando casi las mismas palabras que este otro había utilizado con ella tiempo atrás―. No me preguntes cómo lo sé. Solo sé que los dos la queremos, pero ella te quiere a ti. Tienes a gente esperándote en alguna parte de la Sagrada Línea Temporal: Sigyn, Thor, tu sobrina, Mobius, tu pueblo. Privarte de ellos sería una injusticia.
―Yo… Solo quiero que tú estés bien ―suspiró Loki, cansado y desfallecido, sintiéndose casi incapaz de levantarse del suelo. En este punto, su corona cornuda también se le había caído, despeinando su sedoso cabello azabache. A veces, era como si todo lo que le decía a Sylvie, en realidad, se lo estuviera diciendo a sí mismo.
Por primera vez, la sonrisa de esta reflejó una cierta tranquilidad y paz consigo misma. Ya no se sentía perdida, ni tan vacía.
―Yo también, por eso estoy aquí ―dicho esto, lo lanzó telequinéticamente escaleras abajo con el simple meneo de su cabeza.
Sin previo aviso, el Dios del Engaño cayó como bola de nieve convertida en avalancha y atravesó una puerta temporal que se cerró de inmediato. Ya en la soledad del trono y con Loki desterrado de la Ciudadela, Sylvie cerró los ojos y se perdió en la infinita naturaleza del Yggdrasil.
Inmediatamente, claro, Loki aterrizó en el sitio donde más se le necesitaba en aquellos momentos, más concretamente, en las coordenadas que Mobius había enviado a la tempad de Sylvie cuando todavía se encontraban en Egipto. El Dios del Engaño cayó de morros sobre el suelo, advirtiendo que su vestimenta había vuelto a cambiar. De nuevo en sus habituales ropajes de la AVT, el Loki ataviado en camisa y corbata se reincorporó poco a poco y acicaló su sedoso cabello azabache gracias a la vigorosa sacudida de su cabeza. Entonces, se encontró con la mirada perpleja y atenta de Mobius y Stephen Strange respectivamente. Este último (mago, a juzgar por sus excéntricos ropajes), tenía una apariencia distintiva. Era de estatura alta (al menos para los estándares de su raza), rostro anguloso, pómulos prominentes, y su mandíbula, así como la barba que la cubría, estaba bien definida. Tenía ojos azul claro y una mirada penetrante, expresiva, pero reservada a la vez, por lo que resultaba muy difícil saber lo que pensaba realmente.
El Dios del Engaño entrecerró los ojos, preguntándose por qué siempre acababa tirado en el suelo. A continuación, se sacudió y remangó ligeramente su abrigo de paño marrón oscuro, dejando escapar un bufido de incredulidad al palpar la tempad de Sylvie, que estaba ahora en su bolsillo. Y él en la Tierra, de nuevo. Su amiga se había sacrificado para que fuera él quien, ahora, tuviera el mismo derecho a la vida. Y aunque la idea de estar un paso más cerca de Sigyn lo entusiasmaba, lo cierto es que estaba muy disgustado por la osada elección de su variante.
―¿No decías que el Loki al que esperábamos era una mujer, Mobius? ―observó Strange, dedicándole una mirada significativa al agente de la AVT quien, sonriendo entre conmocionado y confuso, respondió en su habitual tartamudeo:
―Así es, esto… Esto es… ¡Guau! ¿Qué…? ¿Qué demonios haces aquí, Loki? ―preguntó Mobius, llevando las manos al hombro de su amigo para darle un cálido abrazo de bienvenida. El afable bigotudo esbozó una sonrisa de genuina felicidad por reencontrarse con su cómplice de aventuras, incluso se le humedecieron los ojos ligeramente. A continuación, puso los brazos en jarras, casi olvidando por completo dónde estaban y por qué o cómo Loki había llegado hasta allí. Pero entonces cayó en la cuenta y borró su sonrisa de forma inmediata―. ¿Dónde está Sylvie?
Loki suspiró, molesto por los últimos acontecimientos y todavía ligeramente aturdido por su regreso a la realidad. ¿Que dónde estaba Sylvie? Ambos lo sabían perfectamente. Mientras seguía acicalándose (esta vez sacudiendo el polvo de su uniforme de la AVT), simplemente se encogió de hombros, resignado. De pronto, sentía que todo lo que había hecho no había valido para nada, aunque aquello no era precisamente cierto, pues había hecho posible que sus amigos experimentasen lo maravilloso de tener una historia propia.
―¿Qué es esto? ¿La morada de un ilusionista? ―espetó Loki, alzando la ceja y escudriñando al aspirante a hechicero, así como a su estrafalaria indumentaria de taumaturgo o médium de circo. Cebarse con el desconocido resultaba mil veces más reconfortante que regocijarse en el amargo pensamiento de que su variante acababa de condenarse al solitario trono del que él procedía.
Por su parte, Mobius pasó el peso de su cuerpo de un pie al otro, evidentemente incómodo. Le había costado mucho reunirse con el hechicero, a pesar de conocerse muy bien el expediente de Stephen Strange. Con todo, el hombre le resultaba más inquietante que fascinante, dada su inmensa sabiduría y facilidad para mostrarse siempre tan enigmático. Para un hombre tan acostumbrado a la infinita variedad de seres y razas alienígenas y mutantes, el tema de la magia y la brujería lo cohibía especialmente.
―Es fascinante lo opuestos que sois. No sé qué ha podido ver en ti alguien como ella ―Strange dejó escapar una sonrisa traviesa y pasó a cruzarse de brazos, esperando la reacción del dios. Por supuesto, hablaba de Sigyn, una mujer que siempre le había parecido cándida y que no comprendía como podía sentir la más mínima fijación por cualquiera de los Lokis a lo largo y ancho del multiverso, terreno que conocía demasiado bien. Supuso que esa sería una de las pocas cosas que jamás alcanzaría a entender. Lo que sí compartía tanto con ella, como con Loki, era el hecho de que Strange amaba a Christine Palmer en todos los universos. Con eso en mente, sentía una cierta empatía por la pareja de dioses nórdicos. Por alusiones, Loki lo observó alzando una ceja, extrañado―. Venga, sabes perfectamente que estoy hablando de tu señora esposa, gigantón.
―¿Disculpa? ―interpeló Loki, entre atónito e irritado por aquel apelativo, así como por la tan chulesca y fuerte personalidad de Strange. En ese sentido, Loki era igual de carismático, igual de frustrante y molesto. Puede que, por eso precisamente, no le gustara demasiado. Parecía como si él y su mujer se conocieran, y la idea no le agradaba lo más mínimo.
―Perdona, no es esposa todavía. Al menos, no en esta línea temporal. ¡Universo equivocado! ―rectificó rápidamente Strange, a lo que Loki respondió dejando escapar un molesto gruñido―. La magia elemental, el punto fuerte de tu novia, sobre todo la magia de combustión. También muestra pinceladas de telequinesis o la capacidad de materializar ciertos objetos a su antojo, un aprendizaje inspirado por ti, muy seguramente. Cuando Sigyn se presentó en Nueva York, me contó su historia y me mostró su potencial, me sorprendió muy gratamente. Ya solo a nivel táctico, sus habilidades para la lucha me recordaron a la mismísima Viuda Negra. Solo le falta aprender a volar para completar el combo de versatilidad ―observó el hechicero, acercándose a Loki levitando para analizarlo de arriba abajo.
Sí, a Strange todavía le resultaba sorprendente que hubiera acogido a una asgardiana en Kamar-Taj. Poco después de su aborto, Sigyn se había presentado en la ciudad de la libertad durante las vacaciones de Navidad. Al parecer, la historia personal de Stephen la había inspirado y llevado hasta allá, ocasión que había aprovechado no solo para conocer la ciudad que Loki había devastado, sino para pedir permiso formal para pasar unas semanas en el santuario himalayo.
Thor había preferido regocijarse en ese dolor que tanto lo consumía, como él consumía la comida basura a su alrededor. Pero a Sigyn le abrumaba la sensación de estar tan deprimida. Desde un principio, había tenido claro que quería ponerle fin a esa pesadumbre, aunque perdiera algunos años de su vida en el intento. Mejor eso que condenarse a una vida de eterna desdicha, ¿no? Puede que un confinamiento temporal con los monjes hechiceros fuera precisamente lo que necesitaba para empezar a cicatrizar heridas por aquel entonces frescas.
¿Qué tal estaría ahora la virtuosa y casta novia de Loki?, se preguntó de pronto Strange. ¿Se habría recuperado ya de su horripilante depresión? De no ser así, la reunión entre los enamorados podría acabar explotando, se dijo el maestro de las artes místicas. El antaño neurocirujano continuó observando a Loki, quien le devolvía la mirada con un tinte más desafiante. La idea de que Sigyn hubiera acudido al mago no era lo que le disgustaba, sino el hecho de que el humano conociera tanto o más sobre su pasada (¿o futura?) relación con la asgardiana.
―Bonito outfit, por cierto ―bromeó el ridículo mago, en un intento de bajar los niveles de intensidad―. El uniforme trajeado te sienta mejor que el cetro y la armadura asgardiana. No es que estuviera presente para ver tus demostraciones de grandeza, aunque mis amigos se aseguraron de describirme lo shakesperiano de tu invasión.
―Supongo que tengo que darte las gracias por haberla ayudado cuando yo no estaba ―farfulló Loki, alzando una de sus cejas y alejándose unos pasos. Se encontraba en lo que parecía una mansión antigua repleta de objetos fascinantes, aunque muchos de ellos carentes de significado… para él, al menos.
―Para ser el mismo Loki que conocí, este es algo menos irritante y rencoroso. No me esperaba ningún tipo de agradecimiento por su parte ―reconoció el carismático Strange, dirigiéndose esta vez a un observante Mobius. Loki volvió a girarse hacia el hechicero, dejando escapar una sonrisa un tanto cínica. Puede que hubiera cambiado, puede que se hubiera deconstruido, pero seguiría mostrándose tan mordaz como siempre entre aquellos cuya presencia aborrecía, aunque fuera irracionalmente. A continuación, alzó la barbilla en un evidente gesto de altivez. Parecía que sus caminos se habrían cruzado tarde o temprano, pero… Ahora, ¿qué puñetas hacían ahí?
―Ah, sí ―murmuró un pensativo Mobius, sacando su tempad y rascándose la sien antes de explicar lo siguiente―: No es que necesitásemos a un Loki para ubicar a Thor, sino que me venía muy bien un cierto apoyo para hablar con… otro brujo… y otro dios nórdico poco después. Porque daremos con él, ¿verdad, Strange? Daremos con el Dios del Trueno.
Tanto Strange como Loki alzaron las cejas. Por un lado, Loki no era precisamente el hermano biológico de Thor, por lo que, como bien había explicado Mobius, no le serviría de ayuda al ridículo Vengador. Por otro, la elección de palabras de Mobius había sido cuanto menos desafortunada: el ingenuo de su amigo no sabía lo que era la verdadera brujería. Finalmente, en fin, tampoco es que Thor fuera una figura especialmente imponente, pensó Loki. Al menos, sobre todo, en los últimos años. Siempre había sido, y seguía siendo, un bonachón a ojos de todos y un lelo a ojos de su hermano.
Por su parte, Strange no dudó en soltar una risita sardónica. Parecía haber compartido parte de los pensamientos de Loki. Quizá debería presentarle a una vieja amiga y enseñarle a Mobius lo que eran las brujas realmente, se dijo, recordando su última contienda con Wanda Maximoff. Como en una nube de humo, en un rápido ¡chas!, el escurridizo hechicero se materializó tras Loki, haciendo alarde de un pelo rubio que sostenía entre sus dedos índice y corazón.
―La última vez que pisaste mi propiedad, Dios del Engaño, empleé un pelo de tu hermano para ubicar a Odín poco antes de su muerte y del consecuente resurgir de Hela. Tiempo después supe que os había enviado a un enfrentamiento directo con vuestra hermana y, por tanto, a la aniquilación absoluta de vuestro planeta, mas, como bien me ha explicado Mobius, aquello tenía que suceder. Espero que me perdones por eso, aunque no lo hayas vivido. En cualquier caso, conservé dicho pelo como paño en oro, pensando que algún día podría volver a necesitarlo. Y bien, Loki Odinson, si es que es así como quieres que te llame, ¿estás preparado para reencontrarte con Thor, Dios del Trueno, al que tanto has odiado en el pasado por motivos puramente pueriles? No creo que sea agradable. Para él, esta sería la tercera vez que resucitas.
Loki dejó escapar una risa sarcástica al escuchar aquello de que detestaba a Thor de forma absolutamente infantil y, precisamente por ello, sintió su odio irracional hacia Strange incrementarse. Con todo, sabía que era probablemente la única manera de dar con su hermano, en vista a la imposibilidad de la AVT para ubicarlo. En algún momento del estallido del multiverso, le habrían perdido la pista. Además, tampoco era como si Loki fuera hábil en eso de los hechizos de localización, por lo que optó por morderse la lengua y entrecerrar los ojos antes de responder.
―Creo que no me queda más remedio que decirte que sí, estoy preparado. Respecto a la reacción de mi hermano, me conmueve tu preocupación, Strange, pero creo que podré apañármelas solito. Más que eso me inquieta la relación que tuviste con mi esposa, o la que un día será mi esposa, de eso no te quepa duda.
―Eso no me corresponde a mí contártelo, ni mostrártelo. Digamos que solo ayudé a una buena mujer que se sentía devastada por la pérdida de su padre, sus retoños y un hombre en particular… uno que aún no sé si puedo describir como "bueno" ―explicó el maestro de las artes místicas, devolviéndole una mirada igual de desafiante mientras se alejaba lo suficiente como para colocarse al lado de una estantería llena de grimorios polvorientos. Sí, en otra vida o en otro contexto, a Loki le habría fascinado aquel lugar y probablemente habría ansiado, incluso, saquearlo o algo así. Pero ahora, solo sentía una especie de pánico escénico por reunirse con su hermano.
Loki sabía bien cómo torear a Thor, si este no reaccionaba debidamente. Tampoco es como si fuera a ser una tarea desafiante; el bobo siempre había sentido una predilección naturalmente irresistible hacia él, por retorcido que se hubiera comportado en el pasado. Con todo, sabía que dicha reunión podría causarle una seria conmoción al Dios del Trueno. Al fin y al cabo, Thor ya había perdido a Loki tres veces, aunque las primeras dos de esas muertes fueran una farsa y la tercera ni siquiera la hubiera vivido.
Por los dioses, a pesar de ese matiz tan importante, iba a odiarlo. ¡Iba a llevarse una buena tunda! Aunque la parte más masoquista del Dios del Engaño disfrutase recibiendo alguna que otra sacudida, sobre todo por parte de mujeres atractivas, siempre se había sentido extremadamente frustrada de que su hermano lo venciese en una pelea. Casi como si fuese a enfrentarse con el mismísimo Hulk, Loki tragó saliva, algo que fue más que evidente tras delatarlo la pronunciada nuez de su garganta.
Las manos de Strange comenzaron a generar una serie de formas geométricas mientras invocaba lo que parecía un encantamiento muy concreto. Con los ojos cerrados, la cabeza del antaño neurocirujano comenzó a moverse frenéticamente, algo que resultó aterrador a Mobius, tanto como el infame aparato de tortura de la AVT que aplastaba a todo ser apresado en sus paredes.
―Thor reside a años luz con la hija de la Infinidad, Love, la que ahora considera la suya propia ―anunció Strange, con una voz sorprendentemente calmada. Lo que para el exagente de la AVT sonó como noticias frescas no era nada nuevo para Loki, aunque, a decir verdad, la idea de que Thor fuera el padre adoptivo de una niña huérfana todavía lo conmovía por dentro―. Se encuentra en esta misma galaxia, conviviendo con una civilización tierna que aún no ha puesto nombre a su estrella.
―¿Puedes darnos las coordenadas exactas? ―preguntó Mobius, con la tempad preparada en las manos y queriendo marcharse de la inquietante morada del brujo cuanto antes.
―Qué tierno. No, eso no será necesario ―comunicó Strange con cierta sorna al cabo de pocos segundos, finalizado ya su hechizo. Entonces, el hechicero empezó a invocar un portal circular con el brazo derecho mientras mantenía el izquierdo casi completamente inmóvil. De unas apenas imperceptibles chispas nació la que sería su puerta al Dios del Trueno. Al otro lado, una playa aparentemente en calma con algún que otro rastro de sangre vieja―. Caballeros, ha sido un placer. Saludad a Thor y a la Diosa de la Fidelidad de mi parte.
Dicho eso, Strange los empujó telequinéticamente portal adentro, haciendo que Loki volviera a derrumbarse y caer de morros una vez más, esta vez sobre la mullida, pero áspera arena fina de aquel planeta. Iracundo, dejó escapar un gruñido. ¿Dejaría la gente de lanzarlo al suelo algún día, maldita sea?
―Es increíble lo inclemente que es el karma contigo a veces. En otro contexto, no habría sabido decirte si creo o no en la justicia divina ―bromeó Mobius mientras se inclinaba hacia su amigo para tenderle la mano.
Loki le dedicó una mirada de censura antes de aceptar el gesto y reincorporarse, sacudiendo la ropa y meneando los pies para deshacerse de la arena que le había entrado en el calzado y en el bajo de los pantalones. Nunca le había gustado ese tipo de paisaje, ni todo lo que tuviera que ver con el mar, el verano o las temperaturas extremas. Al contrario, Mobius se veía alegre y rejuvenecido, regocijado por la refrescante brisa que cepillaba su canoso pelo gris, por lo que la playa, así como el clima del momento, debía ser bastante agradable. No obstante, y a diferencia de su colega, los sofocantes rayos de sol o la excesiva humedad del ambiente no hacía más que irritar al Dios del Engaño.
―No estoy para bromas hoy, Mobius ―espetó, despojándose rápidamente del abrigo de paño que ahora tanto le molestaba. Hecho esto, Loki se aflojó la corbata lo suficiente como para poder desabrocharse uno o dos botones de su camisa. Podía notar el sudor empezando a brotar de cada uno de sus poros y amenazando con resbalarse sien abajo.
El exagente de la AVT vio muy irónico que el Dios de las Travesuras no estuviera de humor para burlas y chanzas, aunque no quiso incidir en esto precisamente, pues la ausencia de Sylvie hablaba por sí sola. En lugar de seguir tomándole el pelo, Mobius se relamió los labios y observó el entorno con cierta melancolía, brazos en jarras.
―Tú mejor que nadie deberías comprender las razones de Sylvie para tomarte el relevo en eso de salvaguardar el Telar del Multiverso. Piensa en el porqué de tu sacrificio y entenderás las motivaciones de tu variante ―se limitó a decir, intentando hacer de tripas corazón mientras advertía por el rabillo del ojo a un Loki de pronto mucho más apesadumbrado―. Nosotros respetamos tu decisión, ahora tú debes respetar la de ella. Venga, vamos a buscar a tu hermano y a hacer honor a Sylvie. Esa granuja habría querido que empezases a vivir, lo que incluye presentarse ante Thor. Algo me dice que esa especie de bunker no está ahí por casualidad.
Inmediatamente, Mobius se echó a andar en línea recta, aunque Loki necesitó unos instantes para recomponerse. De pronto, todas las emociones que había reprimido adentro comenzaron a aflorar y a congregarse en sus lagrimales. El Dios del Engaño, sintiendo el lamento de haber perdido a su siempre malhumorada compañera, tomó una bocanada de aire para autorregularse mientras observaba a su amigo caminar medio hundiéndose en la arena. Entonces, pensó en lo que Sylvie le había dicho: que ella no tenía a nadie esperándola en ningún lugar, por tanto, tampoco tenía un hermano al que volver. Ignorando la pesadez de su corazón, se lanzó disparado hacia Mobius, queriendo alcanzarlo cuanto antes.
―No me negarás lo odioso de que las mujeres se rebelen constantemente y quieran ser el centro de todo ―protestó Loki, trastabillando en el irregular terreno y observando con cierta repugnancia restos de cadáveres antiguos y extremidades ya pútridas entre los montículos de la playa, señal de que alguien había causado una gran devastación hace tiempo… Indicio de que su hermano estaba cerca, efectivamente.
―Ese comentario ha sido descortés e inapropiado, ¿no crees? Venga, Loki, ¿qué sería de nosotros sin las mujeres de las que tanto nos quejamos? ¡Nada! Todo hombre viene de una mujer, por lo que no deberíamos soltar pestes sobre ellas, menos aún cuando lo único que hacen es jugarse el pellejo por nosotros ―respondió Mobius, ladeando la cabeza en dirección al Dios del Engaño para lanzarle una mirada significativa. Automáticamente, Loki suspiró y puso los ojos en blanco, gesto que se vio repitiendo tras Mobius bromear con lo siguiente―: Todos los Lokis tendéis a la rebelión y al narcisismo. Sylvie no es la excepción. Además, ¿no es precisamente el carácter inconformista lo que tanto te gusta de las mujeres? ¿De Sigyn?
Mobius se detuvo unos instantes, lo suficiente para plantarle cara a su amigo Loki, que también paró en seco, incluso emuló su postura. El Dios del Engaño jadeaba sutilmente, puede que a causa del calor, del cansancio o de la propia frustración. Finalmente, asintió con la cabeza. Por primera vez, incluso, el exagente de la AVT pudo contemplar lo tierno de su sonrisa bobalicona. Nunca había visto a Loki tan embelesado con nada ni nadie.
Cuando el afable bigotudo descubrió la conexión afectuosa entre Loki y Sylvie, la verdad es que no dio crédito ni supo verbalizar lo incorrecto que le parecía aquella relación tan extraña entre iguales. Si bien era cierto que existía un cierto trasfondo muy lógico, el apasionado enlace entre Loki y Sylvie había sido tan chocante y anómalo que les había permitido rescatarlos del apocalipsis de Lamentis-1. Su profundo enamoramiento esta vez por Sigyn era mucho más orgánico y sano para él. De hecho, sentía mucho haberle ocultado la existencia de la diosa, o el hecho de que el evento nexo de muchas de sus variantes había sido conocerla cuando no correspondía bajo el mandato de El que permanece.
―¿Sabes, Loki? De Don solo sé que tiene a dos chavales a los que quiere con locura y una esposa ausente, creo que fruto del chasquido de Thanos, lo cual no es muy diferente a la muerte. Tristemente, me han borrado la memoria las suficientes veces como para no recordar nada de eso. No me acuerdo de la cara de la madre de mis hijos ―meditó Mobius sobre su memoria fragmentada y el lamento que le generaba la incertidumbre de su propia existencia. Se trataba de un tema tan delicado, que le costaba encontrar las palabras adecuadas―. Pero estar atrapado en una burocracia interdimensional hace que uno reflexione sobre este tipo de cosas, sobre todo cuando no se tiene la oportunidad de recuperar esa vida que le pertenecía legítimamente.
Mobius había visto la oportunidad de zambullirse en una introspección profunda en la que el tiempo, la pérdida y la lealtad eran elementos que se entrelazaban en la conversación. Mientras tanto, Loki, que se enfrentaba a la posibilidad de un amor que trascendía los límites del espacio-tiempo, solo podía observarlo con cierta pena en los ojos, y es que la historia de su amigo era, muy probablemente, la más trágica de todos sus compañeros variantes, incluido él mismo. De hecho, Loki, que hasta ahora había sido el más desdichado de todos, de pronto era el más afortunado del grupo, por mucho que le estuviera costando admitirlo. Sin saber muy bien qué decir para consolar al exagente de la AVT, las reflexiones del hombre se hacían eco y le daban una lección casi de padre a hijo.
―Es bastante inusual encontrar a alguien tan compatible y cuyo amor perdure en el tiempo. Pero vosotros, los Lokis, es de lo poco bueno que tenéis ―continuó reflexionando Mobius, acompañando su razonamiento con la contundencia de su dedo índice, que había hundido en el pecho de Loki con especial ahínco―. Que yo me refugie en el trabajo es lógico porque, como Sylvie, no tengo nada que perder, ni recuperar. Tú sí, así que aterriza, espabila y lucha de una vez por tu familia como lo hacen todas tus variantes, maldita sea. Sé el hombre que Sigyn tanto ha añorado y necesita.
En este punto, Mobius sonó tan tajante y rotundo como los golpecitos de su dedo acusador. Tan efectivo fue su discurso inspiracional, que Loki se irguió de inmediato, no antes sin haber tragado saliva y haberse armado de valor para seguir adelante. Pero primero, y, ante todo, debía enfrentarse a su hermano.
Instintivamente, miró en dirección al austero bunker. ¿Ahí había pasado Thor los últimos dos años de su vida? ¿Haciendo qué, exactamente, además de ayudar a los autóctonos contra una especie alienígena invasora? Por supuesto, aquella era una tarea propia del Dios del Trueno y del que debió ser rey de Asgard. Ya apuntaba maneras cuando se enfrentó a su ejército Chitauri en la Tierra. Con todo, el Thor que estaba a punto de conocer era muy diferente al que había visto durante su invasión a Nueva York. El Thor de 2012, aunque aún sentía una cierta esperanza por la salvación de Loki, nunca había sido tan huraño ni tan frágil mentalmente como lo había descrito Sigyn. Pero ¿quién no habría perdido la cordura tras el holocausto perpetuado por el titán loco? Debía ser justo y comprensivo, soportar todos los guantazos que le propinara por "fingir su muerte" una tercera vez.
A ver cómo le explicaba el tema de la AVT… Por suerte, no estaría solo. Los trajeados se acercaron a la entrada del refugio rectangular (que se asemejaba, más bien, a un contenedor portuario) y se mantuvieron ahí dubitativos con las manos en los bolsillos, como buscando lo más parecido a un timbre en algún lugar de aquel curioso cubículo. Al cabo de un rato, dándose por vencido, golpeó la superficie metálica con los nudillos y aguardó a que alguien los recibiera, si es que había alguien ahí adentro.
―¿Seguro que es aquí? Mi hermano no es el mismo desde que conoció a su humana, pero cambiar el palacio dorado de Asgard por un cuchitril de veinte metros cuadrados resulta demasiado lamentable hasta para él ―le masculló el dios a su buen amigo Mobius, que se limitaba a sonreír como si este otro no tuviera remedio.
Loki nunca había soñado demasiado con la idea de la paternidad, al menos, hasta hace poco. Con todo, cada vez que se había visto transportado a esa fantasía, se había imaginado como el patriarca de una familia numerosa, feliz en una especie de finca con todo tipo de comodidades, algo así como la fastuosa cabaña de la que ya disponía Sigyn, solo que a una mayor escala. No quería menos de lo que él había tenido para su legado.
De pronto, una niña los recibió con la inocencia propia de su edad. Se trataba de una chica delgadita de poco más de metro treinta, pelo castaño, ojos color avellana y carrillos pronunciados. Estaba lamiendo lo que parecía un polo amarillo tan tranquila, como si no temiera a ningún desconocido que se acercase a su puerta. De su otra mano colgaba, casi como si de un peluche liviano se tratase, el legendario martillo Mjölnir, solo que ahora se veía agrietado y pintarrajeado. Loki abrió los ojos como platos, a lo que la niña respondió con una sonrisa de oreja a oreja, como si el terror de los desconocidos la divirtiese profundamente. En el interior del contenedor, todo era normal: un pequeño y modesto hogar de concepto abierto que consistía en una cocina rudimentaria, una pequeña sala de estar y dos camas medianas en forma de litera.
―Hala, ¡humanoides! Con piernas, brazos, dedos, nariz, boca y ojos como los míos. En un planeta como este, nuestro aspecto es superraro e inusual ―saludó la muchacha de una forma muy peculiar poco antes de ponerse súbitamente seria―. Lo siento, si venís a vendernos más de esas enciclopedias intergalácticas, padre dice que no estamos interesados.
Loki, que se vio incapaz de decir nada, escudriñó a la niña de arriba abajo, todavía preguntándose cómo demonios una mocosa era capaz de portar el arma de Thor como si de la pluma más ligera se tratase. ¿Una niña más digna que él? En fin, habría que comprobar si Loki seguía siendo indigno de Mjölnir, pero… la mera imagen resultaba casi ofensiva, aunque no tanto como los taladrantes ronquidos de Thor, que se habían visto interrumpidos por la inesperada visita de los forasteros. Su hermano, tumbado en el sofá de espaldas a ellos, alzó el brazo con el dedo índice señalando al cielo y farfulló de forma perezosa lo siguiente:
―No tenemos ni espacio, ni créditos para gastar en chorradas del siglo pasado. ¡Díselo, pequeñaja!
―Ya lo habéis oído ―respondió Love, disponiéndose a pulsar el botón que accionaba el cierre mecánico de la puerta en el preciso instante en el que Loki dio un paso adelante.
Instintivamente, la renacuaja alzó a Mjölnir en su dirección y, aunque no lo golpeó directamente, sí impidió que siguiese avanzando.
―Como princesa de Nueva Asgard, no os doy permiso para entrar en mi palacio ―amenazó Love, produciéndole a Mobius una entrañable carcajada que ocultó tapándose la boca.
Loki alzó una ceja. ¿Pero qué decía la cría esta? En fin, recordando que Sigyn la había descrito como una niña que "daba un poco de miedo, pero era una monada", decidió seguirle el rollo.
―Mis disculpas, alteza. ¿Podrías decirle a mi querido hermano, legítimo y por siempre rey de Asgard, que preciso de una audiencia urgente con él? ―teatralizó Loki con su característica voz rasgada, sin despegar la mirada de aquel sofá en el que se hallaba recostado, no por mucho tiempo, el Dios del Trueno.
Habiendo reconocido a Loki en la entonación de aquellas palabras, estupefacto, Thor se reincorporó muy lentamente y lo miró con cautela, como si estuviera enfrentándose a la mismísima Hela una vez más. De hecho, durante unos instantes, el dios de cabello azabache se sintió igual de estremecido. Era como encontrarse con un fantasma del pasado, uno que jamás creyó posible ver de nuevo. Los Odinson intercambiaron una mirada tan intensa que los transportó directamente a su niñez, adolescencia, y a los años previos al chasquido de Thanos. De hecho, era como si Love y Mobius ni siquiera siguieran a su alrededor. Durante unos instantes, ambos se miraron con absoluta prudencia, cada uno por motivos diferentes: el uno por temer ser (o haber sido) engañado de nuevo, y el otro por temor a la reacción de este primero.
El Dios del Trueno se acercó a pasos agigantados hacia Loki, apartando firme pero suavemente a su hija para situarse justo en frente y acunar el rostro de este entre sus enormes y resecas manos de guerrero. A continuación, lo examinó con la mirada, su semblante imperturbable. Había algo extraño en el movimiento y en el aspecto de uno de sus ojos, que tenía un color diferente al innato azul de Thor. Aunque conservaba el mismo pelo largo, la misma barba arreglada y la misma estructura musculada de siempre, se veía diferente: más maduro, más estiloso, más… escarmentado.
―Por las nornas, ni que hubiera nadie capaz de replicar esta cara bonita. Sí, hermano. Soy yo. ¿Te alegras de verme? ―bromeó el Dios del Engaño, esbozando una sonrisa nerviosa como intentando quitarle el hierro a la situación, tan incómoda y peliaguda. Sentía que Thor estaba al borde de lanzarlo al otro extremo de la playa de un puñetazo, en esta ocasión, de forma no justificada. ¿Cómo decirle que su hermano había muerto de verdad, pero que este hombre que tenía en frente seguía siendo el Loki con el que se había criado?
―¿Loki? ¿Es esto real? Pensé que te habías perdido para siempre esta vez ―masculló Thor al cabo de un rato, fundiéndose finalmente en un cálido y sentido abrazo, gesto al que ninguno de los Lokis estaba acostumbrado (no porque Thor nunca lo hubiera abrazado, sino porque siempre le había producido un profundo rechazo).
―Yo nunca me pierdo, Thor ―dicho esto, y casi sin pensárselo, Loki llevó una de sus manos a la espalda del Dios del Trueno. Además de corresponder el gesto, lo intensificó ligeramente.
―Tienes razón, siempre encuentras la manera de volver ―recordó Thor, sintiéndose tan aliviado que no pudo contener una genuina carcajada de júbilo―. ¡Por los dioses, has vuelto! Te has lucido con tu farsa, hermano. Pensé que no serías capaz, ¡pero lograste engañar al mismísimo Thanos!
―Eso… Eso no sucedió exactamente así… ―incidió Mobius tímidamente, saludando a Thor con una especie de gesto militar. El Dios del Trueno, que todavía sostenía a Loki, pero estaba lo suficientemente separado como para examinar cada uno de sus rasgos, desvió la mirada hacia el exagente de la AVT momentáneamente. El hombre de mediana edad no tardó ni dos segundos en presentarse―. Mobius M. Mobius, gran admirador tuyo. Ese enfrentamiento contra Hulk en Sakaar, madre mía. A pesar del resultado, fue espectacular. Tío, ¿quién te ha enseñado a luchar así? ¿Tomáis esteroides en Asgard? Ese cuerpo es antinatural, amigo.
La variante de Don fue mostrando paulatina confianza mientras reconocía todo aquello e impresionaba a Loki con su tan callado fanatismo. El Dios del Caos, inevitablemente, ladeó la cabeza para observarlo en un evidente recelo. Así que de eso se trataba, ¿eh? Su amigo, en realidad, se había sentido cortado ante la idea de conocer a uno de sus ídolos. Casi como si le hubiera leído la mente, Mobius se encogió de hombros de forma apologética, como diciendo: "sí, ¿qué pasa?". A continuación, dio un paso adelante y se animó, de nuevo con cierta torpeza, a colocar la mano sobre el musculado hombro de Thor.
―He dedicado mi carrera a perseguir a este canalla por el universo, por lo que es posible que te interese oír algo de contexto. No estamos aquí por motivos puramente nostálgicos. Jesús, el Todopoderoso Thor… ¡Es increíble! Intenté convencer a Renslayer en numerosas ocasiones, pero del Dios del Trueno siempre se encargaban otros agentes y minuteros ―farfulló Mobius esto último, habiéndose inclinado ligeramente al oído de Loki como para confesárselo en secreto.
El Dios del Engaño suspiró profundamente por la nariz y puso los ojos en blanco. De pronto, recordó la presencia de la pequeña, que los observaba con un semblante algo más difícil de descifrar: una mezcla de intriga, suspicacia y entusiasmo.
―¿Es quien creo que es? ―carraspeó Loki, sin abochornarse en señalar a la renacuaja con el dedo índice. Por supuesto que sabía quién era. Sigyn se lo había confesado en su primer cara a cara en la AVT, mas quería darle la oportunidad (o los honores) a su hermano de explicarse.
―Esta es… mi hija. Sí, mi hija Love. ¿Verdad, piojito? ―explicó Thor en una actitud socarrona. El Dios del Trueno, sin haber liberado a su hermano todavía, rodeó a la pequeña con su brazo libre, ampliando el abrazo familiar.
―Claro, tu hija. ¿Es así como se llama, "piojito"? ―comentó Loki en un evidente tinte sarcástico, guiñándole el ojo a la pequeña, acto seguido. Curiosamente, él, que tan temido había sido siempre por todos, parecía haberle caído en gracia a Love, pues enseguida le correspondió con una sonrisa de verdadera complicidad.
―Me llamo Love ―reconoció, esta vez con una cierta timidez que la llevó a bajar la mirada al suelo y hacer formas circulares en la arena con la punta de su pie.
Ah, sí. "Amor" en inglés, ¿eh? Una elección cuanto menos original, pensó Loki, lanzándole una mirada significativa a su hermano. Por alusiones, Thor se encogió de hombros y, finalmente, soltó a su familia para llevarse la mano a la nuca.
―Me ofende que no le hayas puesto mi nombre, ya sabes, para honrar mi ilustre memoria ―bromeó Loki, retomando esa dinámica de hermanos tan innata en ellos en la que Loki acostumbraba a tomarle el pelo constantemente. A menudo, Thor intentaba hacer lo mismo, aunque no era ni tan rápido ni tan ingenioso en aquel juego―. ¿De qué temías exactamente? ¿De que heredase mi encanto irresistible o mi habilidad para meterse en problemas?
Sí, más bien eso segundo, pensó Thor, cruzándose de brazos mientras contenía, a duras penas, una sonrisa socarrona.
―Los héroes no se meten en problemas, sacan a los demás de ellos. ¿Tú qué eres, tío Loki? ¿Eres también un héroe? ―preguntó Love, desconociendo claramente gran parte de su historia vital, de lo contrario, habría añadido la alternativa de "villano" (o "antihéroe" como mínimo) a esa frase. Loki se relamió los labios e intensificó su sonrisa burlona, haciendo que sus característicos hoyuelos rebeldes se manifestasen en sus mejillas. Pero, antes de que pudiera incidir en nada, Love logró conmoverlo con el siguiente dato―: Padre me habla muchísimo de ti. Dice que moriste de forma heroica, y que un día nos reuniríamos todos contigo en el Valhalla.
Loki necesitó de unos momentos para asimilar que su hermano lo miraba desde un nuevo prisma, uno de absoluta admiración (algo que, dicho sea de paso, nunca habría esperado de él, a quien tanto odio había proferido poco antes de ser reclutado por la AVT). ¡Si Frigga levantase la cabeza! ¡Qué orgullosa estaría de verlos a ambos en absoluta sintonía!
―No soy un héroe, soy un dios, "piojito" ―respondió con punzante obviedad, irguiéndose orgulloso.
Love frunció el ceño, visiblemente molesta, y sin pensárselo dos veces le propinó un puñetazo a la altura del ombligo que, para su sorpresa, lo lanzó tres metros atrás.
―¡Que no me llamo "piojito"! ¡Qué pesados sois todos! ―se quejó la niña mientras Loki necesitaba de unos segundos para recomponerse del inesperado arrebato de su sobrina. Lejos de sentirse ofendido o colérico, dejó escapar una rasposa carcajada. Aunque no hija biológica de Thor, estaba claro que era hija suya. De algún modo, era tan impulsiva como su hermano lo había sido siempre.
―Eh, eh, eh. Love, a tu tío Loki le encanta bromear, ¿vale? Es el Dios de las Travesuras, ¿a que no sabías eso? ―intervino rápidamente Thor, sujetando a Love de los brazos, no antes de haberle arrebatado a Mjölnir para colocarlo a un lado, lejos del alcance de la niña. Mobius, siempre sorprendido del volátil carácter asgardiano, observó la escena con cierto pasmo mientras Loki se reincorporaba y volvía a sacudirse toda la ropa―. No puedes ir amenazando a nadie por ahí con el martillo, al menos no a él, ¿entendido?
El Dios del Engaño tragó saliva, orgulloso de la ferocidad de la pequeña, a pesar de que él nunca hubiera sido un niño tan bárbaro ni tan inconsciente. Al contrario, Loki fue un niño ejemplar. Tímido, obediente, educado. Sería en la adolescencia que aprendería a desenvolverse y a volverse un pequeño granuja caradura.
―Eso es, renacuaja ―coincidió mientras se acicalaba el pelo con la mano derecha y conjugaba una daga en la izquierda―, aunque deberías saber que un cuchillo es mucho más efectivo para las trifulcas. No solo hace daño, también perfora puntos vitales.
Thor entrecerró los ojos. Su mirada era cuanto menos censurable.
―Empezaba a echarte de menos, pero acabas de arruinarlo, hermano. No metas ideas absurdas en la cabeza de mi hija, ¿entendido? ―agregó Thor con cierta severidad, habiéndole arrebatado la daga de las manos justo cuando Love se disponía a guardársela para ella―. Además, puede que tus dagas perforen, pero mi Love quebranta huesos, ¿vale? No, no estaba hablando de ti ―gruñó Thor, al observar que, de alguna manera, había invocado su nueva arma Rompetormentas, que casi tenía conciencia propia. A continuación, se reincorporó y volvió a escudriñarlo con la mirada: su hermano vestido en un traje que, por primera vez, no le hacía parecer la bruja de las cavernas―. En fin, ¿qué es eso que llevas puesto?
Indignado, el Dios del Engaño soltó un bufido de incredulidad y señaló los harapos a los que su hermano llamaba "ropa": pantalones vaqueros relativamente ceñidos, botas de cuero marrones, camiseta de tirantes blanca, un chaleco de cuero sin mangas rojo con tachuelas doradas, un peinado desenfadado que consistía en un moño alto mal improvisado.
―¿Qué es eso que llevas puesto tú? Entendería que vistieras así para mezclarte con los humanos, pero ¿aquí? ¿Qué sentido tiene ese estilo hípster en un planeta alienígena?
Al igual que su hermano, Thor resopló como si Loki no tuviera ningún tipo de criterio, aunque todos sabían que, en cuanto a estilo, difícilmente nadie superaba al Dios del Engaño. Como un dandi, Loki destacaba por su elegancia y refinamiento. Si había cometido algún atentado contra la moda, había sido con su dudosamente bella corona cornuda.
―Anda, pasad ―acabó farfullando antes de colocar el brazo sobre los hombros del exagente de la AVT, que no cabía en sí del júbilo―. Mobius, ¿verdad? Así que estabas en Sakaar aquel día que machaqué a Hulk, ¿eh? ―bromeó Thor, tergiversando un poco los hechos de aquella pelea―. Ponte cómodo y cuéntame qué es ese contexto del que hablabas.
Nota de la autora: Doble capítulo esta semana por haberos hecho esperar el doble. Lo siento, he estado ocupada veraneando y disfrutando del maravilloso estreno de Deadpool y Lobezno. ¿La habéis visto ya? ¿Creéis que la película es capaz de arreglar el desastroso rumbo del UCM? ¡Tranquilos, no pienso destriparos nada! Aunque, quién sabe, tampoco descarto incluir a estos dos en algún momento de mi historia…
Como ya os dije, aunque descontenta con la presente fase, uno de los proyectos de Marvel que más me gustó fue la miniserie Moon Knight. Por tanto, y dada la conveniencia para con la trama, tenía que incluirla de alguna manera en mi historia.
Asimismo, quería reflejar la angustia de la pérdida haciendo que fuera Loki quien, esta vez, la sufriera de primera mano. Durante todas las películas del UCM, han sido otros los que han sufrido su muerte, y no al revés (a excepción de Frigga, por supuesto, deceso que este Loki en particular jamás sufrió). He intentado ser lo más gráfica posible, tanto en este capítulo como en el anterior, para transmitir toda la angustia que Sigyn sintió cuando perdió a su Loki en manos de Thanos.
Por otro lado, poner a Sylvie en el trono me ha parecido, además de útil y conveniente, justificado y poético, ya que también la creo digna de redención y, dada su trágica historia, tenía sentido que fuera ella quien se sacrificase por sus amigos esta vez.
Soy consciente de que puede que la aparición de Strange no tenga mucho sentido si recordamos el final de Doctor Strange en el Multiverso de la Locura, pero, por el bien de la trama, finjamos que todo cuadra.
Al fin, Loki y Thor reunidos. No sé por qué, escribir escenas entre los hermanos me resulta fácil, orgánico y sumamente divertido, así que solo espero que disfrutéis de la dinámica de estos dos tanto como disfruto yo escribiéndola.
Sin mucho más que añadir, espero leeros tarde o temprano en la caja de comentarios. No seáis tímidos y sentíos libres de opinar, para bien o para mal, y de hacer tantas preguntas como queráis.
